Creando espacios de mediación comunitaria. Jóvenes, Comunidad y Violencia. -  - E-Book

Creando espacios de mediación comunitaria. Jóvenes, Comunidad y Violencia. E-Book

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El proyecto inicial, es un proyecto PRD, financiado por el ARES (Academia de investigación y de enseñanza superior de la Federación Valonia-Bruselas de Bélgica), con el título, Fortalecimiento de espacios de mediación comunitaria de jóvenes en situaciones de violencia y de sufrimiento psico- sociales (Brackelaire, Egas, Espinosa & Périlleux, 2017) y extendiéndose de 2017 a 2022. Este proyecto moviliza una red de colaboraciones nacionales e internacionales, a la vez preexistente y en extensión entre universitarios y practicantes en el campo, en un ámbito de trabajo interdisciplinario de ciencias humanas y sociales, pero incluyendo igualmente a la filosofía, las artes, la arquitectura, el urbanismo e incluso las ciencias de la informática. El libro que vamos a leer surge de esos encuentros. Nos entrega un conjunto de textos trabajados por sus autores a la vez para esos intercambios y en un segundo tiempo, inspirándose de ellos. Lo hemos estructurado en varias secciones organizadas alrededor de: reflexiones teóricas, clínicas y metodológicas (I), formas de violencias (II), prevención y formación frente a la violencia (III), investigación-acción (IV) y dispositivos de intervención socio-clínicos (V).

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INTRODUCCIÓN SIEMPRE (RE)CREAR CON LOS JÓVENES ESPACIOS PARA COMPARTIR Cultivar espacios de mediación comunitaria para transformar la violencia en responsabilidad

PARTE I: REFLEXIONES TEÓRICAS

EL PSICÓLOGO CLÍNICO EN LA COMUNIDAD: UN LUGAR DESDE DÓNDE RESPONDER Sobre el trabajo clínico con jóvenes en situaciones de violencia

ESPACIOS DE MEDIACIÓN EN LA VIOLENCIA DE LAS RELACIONES Espacios de mediación comunitaria (EMC) y de creación social de los jóvenes

CONTAR SU VIDA Posibilidades y límites del método biográfico en el caso de la migración y la violencia

CONSIDERACIÓN, REPARACIÓN, RESISTENCIA La acogida frente a la violencia psico-social

LA VIOLENCIA DE LA IDENTIDAD Mismidad e ipseidad en René Girard y Jean-Paul Sartre

PARTE II: FORMAS DE VIOLENCIA(S)

ACERCAMIENTO A LA VIOLENCIA VISIBLE E INVISIBLE POR PARTE DEL ESTADO ECUATORIANO Respecto a la falta de provisión de medicamentos a personas con enfermedades catastróficas en el Ecuador

VIOLENCIA Y ASILO Testimonio de una mujer salvadoreña en México

DE LA VIOLENCIA DE LAS CATEGORÍAS DIAGNÓSTICAS O cómo abordar las presentaciones actuales del malestar subjetivo

HACKERS, DRONES Y ROBOTS, TODOS EN LA MISMA CANASTA

PARTE III: FORMACIÓN Y PREVENCIÓN CONTRA LA VIOLENCIA

PREVENCIÓN Y ATENCIÓN DE CASOS DE VIOLENCIA DE GÉNERO EN LA UNIVERSIDAD UTE

RECONSIDERANDO LA EMPATÍA EN LA PREVENCIÓN DEL ABUSO SEXUAL

LA FORMACIÓN COMO UN ESPACIO DE MEDIACIÓN INTERCULTURAL Violencia contra niñas, niños y adolescentes

PARTE IV: INVESTIGACIÓN-ACCIÓN

HACER VISIBLE LO INVISIBLE EN LA MARISCAL

OPORTUNIDADES DE INTERVENCIÓN EN EL ESPACIO PÚBLICO A PARTIR DEL DIAGNÓSTICO DE CALLEJIZACIÓN Y TRABAJO INFANTIL EN LA MARISCAL Espacios Públicos Sensibles

LA COMUNIDAD EMBOSCADA Los orígenes de los proyectos de vivienda social en el pos desastre

EL SOLAR DE LAS SOLERAS

ACOMPAÑAMIENTO A JÓVENES EN SITUACIÓN DE MOVILIDAD FORZADA Apoyar un proceso colectivo desde el acogimiento de lo singular: jóvenes convocados a investigar

PARTE V: DISPOSITIVOS DE INTERVENCIÓN

DESAFÍOS DE LA RELACIÓN ACADEMIA-SOCIEDAD CIVIL JOVEN PARA LA CONSTRUCCIÓN DE UNA AGENDA EN CONJUNTO

ATENTADOS CONTRA EL CUERPO, FAMILIA Y TRANSFORMACIÓN DE LAS HERENCIAS TRAUMÁTICAS

ABORDAJE TERAPÉUTICO MULTIDISCIPLINARIO PSICOLÓGICO - LEGAL DE ACCESO A LA JUSTICIA DEL ADOLESCENTE EN CONFLICTO CON LA LEY DENTRO DE LA ATENCIÓN DEL CPSA DE LA PUCE-Q

LA CORPORACIÓN DE REYES Y REINAS LATINAS

PROYECTO PUCE-ULEAM: APORTES DEL PSICOANÁLISIS EN LA PRÁCTICA COMUNITARIA

CONCLUSIÓN EL ARTE DE VIVIR JUNTOS CONTRA LA NADA Espacios mediadores como lugares alternativos de (re)creación de vínculos consigo mismo y con el Otro

INTRODUCCIÓN SIEMPRE (RE)CREAR CON LOS JÓVENES ESPACIOS PARA COMPARTIR Cultivar espacios de mediación comunitaria para transformar la violencia en responsabilidad

Jean-Luc Brackelaire1 y Verónica Egas-Reyes 2

Crear espacios compartidos con los jóvenes cuando no existen. Reforzarlos si están ahí. Ya que estos siempre son frágiles. Una cierta vulnerabilidad está en el centro del movimiento de creación – o de destrucción – del vínculo que nos puede atar al otro. Es un vínculo que siempre es primero – o último, ya que siempre permanece en juego, y es justamente aquello que está en juego en la relación. Para el joven, de una manera particular, que se crea a sí mismo a través del gesto, e incluso donde crea a partir del otro. Pero también, de forma más general para cada uno de nosotros que volvemos a movilizar en nosotros, ese mismo gesto, (re)creando un espacio de relación.

Especialmente cuando este espacio se encuentra debilitado, atacado o amenazado, desde adentro al igual que desde afuera. A veces sucede que esté ausente o que se encuentre reducido a muy poca cosa, tal vez destruido, o incluso devastado. O también, que al estar cerrado sobre sí mismo, no lo conduzca a nada. Las razones pueden ser muy diversas. Todas son violentas en sus causas y/o efectos. Impiden que los jóvenes surjan a su propio ser y a entrar en la vida social y así trazar sus caminos.

¿Cómo (re)generar el espacio tercero, necesario para conectarse a sí mismo y al otro?

(Re)crear espacios de relación con los jóvenes, que a la vez sean espacios de mediación y de mediación comunitaria, es la problemática planteada y desarrollada en este libro. Los espacios de mediación pueden tomar formas concretas muy diversas. Estos espacios no se definen por su tamaño o el material que posean, etc., pero si por el proceso que movilizan y que los constituye. Tienen una función y un rol específico: la función del retorno a sí mismo, el rol de una toma de distancia posible. Aquello que los define, es abrir la posibilidad de abstraerse de situaciones en las cuales estamos tomados, para intentar tomar conciencia de la importancia de aquello que nos tiene atrapados y regresar para relacionarnos de otra manera a la comunidad social.

¿Qué otra relación? ¿A qué comunidad? Una relación humanizada, más humanizada, re-humanizada. Humanizada por la mediación de este espacio de retorno reflexivo y de elaboración retrospectiva. Reubicarse en el origen, en un distanciamiento realmente humano, que permite divergir de uno mismo, así como de los demás, analizar las cosas, reposicionarse, encontrarse con los demás, pero distinto, como actores potenciales de una vida social común en construcción. La mediación es comunitaria en el sentido en que permite, o en todo caso apunta a una movilización y a una transformación de la relación entre las partes implicadas con el campo social, en sus distintos niveles y registros, en el sentido de una transacción social.

(Re)movilizar un proceso de esta magnitud es aún más importante cuando se trata de jóvenes y que están bajo el dominio de la violencia. Porque justamente, los jóvenes entran a la vida social. Recrean la sociabilidad, a partir de ellos mismos, en relación con las otras generaciones. Y las diferentes formas de violencia (estructurales/coyunturales, interiores/exteriores, etc.), como ataques a la responsabilidad humana frente a los demás, obstaculizan la entrada y la instalación progresiva de los jóvenes en la vida personal y social. Ellas hipotecan su contribución actual y futura a la sociedad, particularmente por el carácter traumático de esas violencias y sus efectos desastrosos a largo plazo.

Al poner en el centro de atención las capacidades y la responsabilidad emergente de los jóvenes implicados y reconociendo y analizando las violencias que están en juego, los espacios de mediación comunitaria pueden contribuir a hacerle frente a esas violencias, a contrarrestar algunos de sus efectos y a transformarlos en nuevas formas de enfrentar la violencia, uno mismo y con los demás. Nos parece esencial el rol de las Instituciones y de los profesionales en la implementación de dichos espacios, como figuras oficiales y que encarnan la responsabilidad social compartida, respaldando el reconocimiento y la elaboración de experiencias vividas por los jóvenes y promoviendo sus formas de expresión y de realización.

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Estos cuestionamientos, planteados e ilustrados en esta publicación colectiva, surgieron en primera instancia durante dos simposios, en el proyecto PRD (Proyecto de investigación para el desarrollo) que los generó, en medio de las investigaciones-acciones que se pusieron a trabajar alrededor del tema, en las instituciones con las cuales fueron llevadas a cabo las investigaciones, con los jóvenes y los profesionales implicados… Efectivamente, la problemática se plantea y pone en juego todos los niveles articulados entre sí y entre numerosos campos de estudio y una infinidad de terrenos. Es necesario, para intentar elaborar en la complejidad de sus causas y de sus efectos, este entrelazado de niveles y de campos, donde se puede constituir para el otro, una mediación necesaria.

El proyecto inicial, es un proyecto PRD, financiado por el ARES (Academia de investigación y de enseñanza superior de la Federación Valonia-Bruselas de Bélgica), con el título, Fortalecimiento de espacios de mediación comunitaria de jóvenes en situaciones de violencia y de sufrimiento psicosociales (Brackelaire, Egas, Espinosa & Périlleux, 2017) y extendiéndose de 2017 a 2022. Este proyecto moviliza una red de colaboraciones nacionales e internacionales, a la vez preexistente y en extensión entre universitarios y practicantes en el campo, en un ámbito de trabajo interdisciplinario de ciencias humanas y sociales, pero incluyendo igualmente a la filosofía, las artes, la arquitectura, el urbanismo e incluso las ciencias de la informática.

Institucionalmente implica tres universidades Belgas: la Universidad Católica de Lovaina (UCLouvain, universidad coordinadora Norte), la Universidad Libre de Bruselas (ULB) y la Universidad de Namur (UNamur); tres universidades ecuatorianas: la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE, universidad coordinadora Sur), la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO Ecuador) y la Universidad Tecnológica Equinoccial (UTE) ; además tres ONG jesuitas en Ecuador : el Servicio Jesuita a Refugiados (JRS Ecuador), Fé y Alegría (FyA Ecuador) y el Centro del Muchacho Trabajador (CMT).

En el marco de este proyecto, varias líneas de acción fueron desplegadas. Entre ellas, tres doctorantes en psicología y en sociología llevaron a cabo investigaciones-acciones con profesionales y con los jóvenes de las ONG implicadas. Igualmente, grupos de estudiantes universitarios pudieron participar activamente en las investigaciones de campo. Varios simposios internacionales fueron organizados para compartir alrededor de las problemáticas de los jóvenes y de los profesionales frente a la violencia y al sufrimiento psicosociales. El presente libro, recoge los intercambios provenientes de los dos primeros simposios que tuvieron lugar en la ciudad de Quito en 2018 y en 2019.

El primer simposio, que se llevó a cabo el 10 y 11 de julio de 2018 en la ciudad de Quito, se le dio como título ¿Qué lugares para los jóvenes? Intervenciones psicosociales en las comunidades. El segundo simposio tuvo lugar el 20, 21 y 22 de mayo de 2019 en Quito igualmente, sobre el tema Violencias y mediaciones. Ponentes y participantes trabajaron juntos alrededor de los diferentes tipos de lugares y de las intervenciones con los jóvenes frente a la violencia, luego sobre las diversas formas de mediación, sin darle por adelantado al término, un sentido conceptual fijo. Podía tratarse de mediaciones del lenguaje, narrativas, artísticas, culturales, lúdicas, grupales, comunitarias, mediáticas, virtuales, jurídicas, etc. Pusimos a prueba la idea que trabajar con jóvenes y violencias, implica el establecimiento de formas y de espacios de mediación que articulen a la persona y a lo social, articulación que se debe aclarar en cada encuentro.

El libro que vamos a leer surge de esos encuentros. Nos entrega un conjunto de textos trabajados por sus autores a la vez para esos intercambios y en un segundo tiempo, inspirándose de ellos. Lo hemos estructurado en varias secciones organizadas alrededor de: reflexiones teóricas, clínicas y metodológicas (I), formas de violencias (II), prevención y formación frente a la violencia (III), investigación-acción (IV) y dispositivos de intervención socio-clínicos (V).

Las ediciones de la PUCE han aceptado publicar este libro y les agradecemos profundamente. Que a través de su publicación reciban también nuestro agradecimiento las instituciones y las personas tan valiosas que han apoyado este proyecto. Hay una aldea, parientes, una red, todo un mundo detrás de un libro que nace. ¡Larga vida a todos!

1 Universidad Católica de Lovaina, LLN-Bélgica, ( [email protected])

2 Pontificia Universidad Católica del Ecuador, Quito-Ecuador, ( [email protected])

PARTE I: REFLEXIONES TEÓRICAS

EL PSICÓLOGO CLÍNICO EN LA COMUNIDAD: UN LUGAR DESDE DÓNDE RESPONDER Sobre el trabajo clínico con jóvenes en situaciones de violencia

Jean-Luc Brackelaire y Verónica Egas-Reyes

Resumen

La Psicología Clínica como práctica, implica una serie de actividades que varían desde la prevención hasta la intervención con pacientes, tanto desde una lógica individual, grupal o comunitaria. Dentro de este amplio espectro de trabajo, el poder determinar un mismo lugar y una única función para el psicólogo clínico resulta imposible, dado que el lugar se define y se crea en relación con la situación de trabajo y entre los actores implicados.

En las aulas universitarias se forma a los futuros profesionales de la Psicología desde una lógica del trabajo terapéutico, muchas veces imaginando únicamente la relación dual paciente-psicólogo y olvidando así diversos campos en el que la Psicología Clínica actúa. Es justamente, en el momento del encuentro con lo social y la particularidad de sus demandas, cuando el psicólogo clínico se encuentra cara a cara con el impasse. Y es allí cuando surgen ciertas interrogantes: ¿Cómo trabajar en lo social?, ¿Desde dónde ubicarnos en las instituciones? ¿Cuál es nuestro lugar?

Palabras claves: violencia, espacios de mediación comunitaria, responsabilidad, problemas psicosociales, psicología clínica

Introducción

La pregunta de cómo posicionarse como psicólogo en determinado espacio, lugar o dispositivo es muy compleja (Varios autores, 2013) y muchas veces no tiene una respuesta única o puntual. Entonces, para ir diferenciando y clarificando ciertos lugares y roles del psicólogo clínico, hablaremos en este texto sobre su lugar y función en el trabajo con comunidades. Para esto, creemos que es importante el hablar inicialmente de un lugar desde donde responder.

En base a lo dicho anteriormente, algunas preguntas nos surgen desde ya, abriendo ciertos cuestionamientos: ¿Existe el lugar? ¿Responder a quién? ¿A la institución, al paciente, al grupo, a la comunidad? (Egas & Salao, 2011).

I. La responsabilidad de crear algo nuevo

Responder al otro, responder por el otro

Partimos de la idea de que se necesita de un lugar para trabajar, es decir para responder al otro, pensado que el trabajo es siempre una respuesta dada al otro. Entonces de un modo general, para hablar con el otro se precisa de un lugar desde donde responder y vinculamos esa noción de responder del lado de la responsabilidad. En otras palabras, para el psicólogo que trabaja en comunidad, como en cualquier otra situación, es necesario crear, construir, instituir un lugar a partir del cual puede dirigirse al otro, responder al otro, y reconocer también el lugar del otro (Egas-Reyes, 2018).

La propuesta inicial pone el acento sobre el lugar del psicólogo, pero es posible ponerlo igualmente sobre el joven, o también entre psicólogo y joven. Bajo esa lógica de interrelación, es posible interrogarse: ¿Qué lugares para responderse o corresponderse? Lo que se tratará a propósito del psicólogo clínico vale en verdad también, en nuestra reflexión, para los jóvenes.

Pensamos que los psicólogos clínicos enfrentan, de cierta manera, los mismos o algunos de los mismos retos que los jóvenes del lado de la responsabilidad: ambos se encuentran frente a la responsabilidad de crear algo nuevo, inédito, en una posición y un papel de apertura hacia el otro. Esta apertura actualiza entre jóvenes y adultos lo que Winnicott (1971/2005) llamó el espacio transicional. Entonces, se presenta el asunto de la responsabilidad, como un responder al otro en el sentido de responder por el otro.

Dialéctica de la responsabilidad

Responder por el otro implica la dialéctica de la responsabilidad. Consideramos que la responsabilidad no es solamente un concepto filosófico ni simplemente jurídico. Lo tomamos también como un concepto psicológico y sociológico, psicosocial podríamos decir. Es tan importante en nuestro modo de ver como el concepto de identidad: en verdad identidad y responsabilidad van juntas en cualquier relación y para cualquier persona, son los dos lados de una misma moneda. En cualquier relación hay la cuestión de quién soy, quién es el otro y cuál es mi deber hacia él, y cuáles son nuestras obligaciones recíprocas (Gagnepain, 1991; Brackelaire, 1995; Quentel, 2001).

Al hablar de obligaciones recíprocas, nos referimos a la corresponsabilidad, una responsabilidad mutua: tanto de los profesionales como de los sujetos y las poblaciones con las que se trabaja. Corresponsabilidad que está presente desde el momento del encuentro, puesto que si estamos apostando por una co-construcción, estamos apostando también en el hecho de que construimos en conjunto bajo la responsabilidad de todos.

La responsabilidad es un proceso dialéctico, o sea implica para cada uno de nosotros y para el psicólogo clínico – como para toda persona a partir justamente de la juventud – el salir siempre un poco de la situación donde nos encontramos para analizar implícitamente cual es el papel que voy, que vamos, a asumir, y cuál es el papel del otro. La responsabilidad incluye esta forma de análisis implícito y exige después (por eso es un proceso dialéctico) el implicarse en la situación para intentar determinar y compartir explícitamente los papeles respectivos.

Decir que es un proceso dialéctico significa insistir en el hecho de que se trata de una dinámica, un movimiento, siempre relanzado, y que contiene una contradicción que se busca resolver.

La importancia del conflicto

En esa dialéctica vale subrayar que la responsabilidad implica también la aparición del conflicto: conflicto en un sentido fundamental. En todas las relaciones en donde se trata de establecer las responsabilidades recíprocas, hay una base conflictual. No se corresponden, no se encajan las responsabilidades del uno y del otro, sino que se buscan, se encuentran, se negocian, lo que implica reconocer el proceso conflictivo subyacente. Hay un conflicto que no se puede dejar de lado. No hay una acogida al otro que sea sin controversia, sin conflicto, sin puntos de vista divergentes, que después pueden buscar convergencia.

Y es justamente importante el poder reconocer y aceptar el momento del conflicto, porque todo encuentro implica también desencuentro. Ahora bien, tal vez lo delicado del momento no es que exista el impasse, sino más bien el qué hacer con ese conflicto, qué hacer en el momento en el que el desencuentro surge de lado y lado. Las diversas alternativas aparecen en el momento y existen proyectos que se caen o desparecen frente al impasse, otros a los cuales les toma tiempo el recobrarse de un conflicto y sobreviven un poco más y otros, que finalmente deciden continuar.

En todo caso, el proceso de enfrentar al impasse puede permitir que algo diferente aparezca, una alternativa tercera que no sea de un lado o del otro, sino más bien sea el resultado de un intercambio, de un espacio otro que permita que algo diferente pueda surgir, construirse, que sea el resultado de lo que se juega entre-dos.

II. La violencia violenta la responsabilidad

La violencia destruye o impide el ejercicio de la responsabilidad

Es justamente en este entre-dos, en esta articulación, que encontramos que la responsabilidad y violencia están relacionadas. Una definición – general y al mismo tiempo específica – que se podría dar de la violencia tiene que ver con la responsabilidad: la violencia ataca la responsabilidad que tenemos hacia el otro y la responsabilidad del otro (Cornejo & al, 2009; Uwineza & Brackelaire, 2014).

En la violencia, el otro (y yo mismo como otro) no cuenta más como el ser humano hacia el cual tenemos la obligación de atención y de respeto, se vuelve objeto de un poder – todopoderoso – un poder que no se encuentra más mediado por la ley humana de la Alteridad, del Otro, de la responsabilidad.

La violencia impide igualmente al otro (como a sí mismo) el ejercer su responsabilidad. En cada situación en que se impide al otro el asumir su responsabilidad de padre, de madre, de amigo, de ciudadano, de profesional, etc., en cada situación donde se impide el ejercicio su responsabilidad hay una violencia, sea estructural, sea coyuntural. Entonces proponemos un abordaje de la violencia como algo que destruye o impide el ejercicio de la responsabilidad.

Casos de violencia colectiva extrema

Existen diferentes formas de violencia que pueden enmarcarse en lo antes mencionado, pero pensamos en particular en la violencia política y en la violencia social. Esta hipótesis surgió de un estudio de casos de violencia extrema (Brackelaire, Cornejo & Gishoma, 2017).

Como sabemos, lo extremo, el límite al cual podemos llegar nos enseña profundamente porque muestra en gran medida lo que no podemos o no queremos ver directamente de los procesos humanos. En casos de violencia extrema como una dictadura, como un genocidio, como una guerra, se muestra más claramente el hecho que desaparecen la acogida al otro y la responsabilidad que tenemos hacia los otros, como ciudadanos, como profesionales, como padres.

Esta responsabilidad que tenemos frente al otro se ve atacada de tal forma que, en un genocidio, se quiere exterminar a todos los otros, todo el otro grupo, como si fuese una cantidad abstracta. Por otro lado, en una dictadura se busca callar a los oponentes por su calidad opositora, divergente, torturándolos, haciéndolos desaparecer, y aterrorizando a las familias y a la población en general. En estos casos el papel social y humano del otro no cuenta más.

Estas situaciones extremas hacen desaparecer el cuidado o la atención que se tiene para el otro, y literalmente no hay lugar para el otro.

Movilizar la responsabilidad contra la violencia

Entonces en esas situaciones, como en otras, cuando hay violencia el trabajo del psicólogo clínico – como de muchos profesionales en varias ramas – puede ser visto como un intento de restauración de la responsabilidad atacada, aplastada o impedida.

Esto implica el reconocimiento de la violencia traumática y la construcción de lugares desde dónde el otro puede ser reconocido y respetado en lo que ha vivido, en lo que vive, en lo que quiere vivir. Lugar donde pueda (re)construir su dignidad, curar, restablecer y ejercer su responsabilidad, y movilizarla contra la violencia. Entendemos que de cierta manera el revés de la violencia sería la responsabilidad (Brackelaire, Cornejo & Gishoma, 2017).

Para enfrentar la violencia, los profesionales se ven obligados a (re)movilizar sus posiciones y herramientas de trabajo, porque la violencia con la cual trabajan inevitablemente también les llega, les mueve de su lugar, los llama para el lugar del otro. Contra la violencia, contra los traumatismos psicosociales, las profesiones clínicas deben siempre (re)inventarse, (re)movilizar sus competencias, encontrar- crear nuevos lugares donde acoger los efectos de la violencia, lugares desde donde responder. Cuando se trabaja con jóvenes y situaciones de violencia, esta misma violencia colectiva obliga al psicólogo clínico a sentirse joven de nuevo, a rejuvenecer su responsabilidad.

III. Volverse joven es hacerse responsable

Avanzamos nuestra reflexión en dirección a los jóvenes. El hecho de volverse joven es un fenómeno antropológico humano. No hay sociedad ni cultura en dónde no se pase a la edad adulta en cierto momento, y con una transición que puede ser compleja y difícil, sin que aparezca siempre el rostro de la adolescencia (Quentel, 2004).

Acceso a la responsabilidad

A nuestro modo de ver, y según Jean-Claude Quentel (2011), el volverse joven es hacerse responsable. La juventud implica el surgimiento de la responsabilidad, implica el asunto de la entrada en la vida social, entrada en la vida social con el otro, el otro compañero o amigo. Pero también la entrada en la vida social como alguien que empieza a contribuir a esa sociedad: como ciudadano y (futuro) trabajador, a querer construir su papel, a hacer su vida personal y profesional dentro del medio social.

Este acceso a la responsabilidad es algo que el psicólogo comparte con el joven, por lo tanto, nos parece difícil el no considerar como central el hecho de que volverse joven es llegar a ser responsable. Este reconocimiento implica -del lado del psicólogo - un elemento a tener en cuenta: se trata siempre de reconocer la responsabilidad del otro.

Esto último es un principio básico en la práctica del psicólogo clínico que trabaja con y sobre la adolescencia: dar lugar a la responsabilidad del otro, del joven.

Creación de un lugar desde dónde ser responsable

Al proponer que el joven tiene una responsabilidad en el encuentro, no se trata a la responsabilidad desde un discurso social común. Sino más bien, se trata de ubicar a la responsabilidad desde la lógica de responder desde un lugar específico, singular, responder por sus palabras, responder por sus actos, responder por su deseo.

Justamente el ubicarse desde un lugar en particular y responder desde allí, puede permitir al psicólogo clínico reconocer al joven como sujeto y no como objeto de cuidado. Al mismo tiempo, esta mirada externa abre la posibilidad para que el joven vaya construyendo poco a poco, en base a su historia, a su situación, este lugar específico desde dónde le sea posible asumir esa responsabilidad para así dar cuenta del lugar desde dónde se ubica.

Notemos que el lugar del cual hablamos, que sea del lado del joven (o de los jóvenes) como del lado del psicólogo (o de los psicólogos y del equipo) se crea y se instituye entonces entre los protagonistas. No en el sentido de que los espacios se confundan sino, precisamente, que sin confundirse se construyen y se ocupen cada uno en relación con el otro.

Tentativas y obstáculos para ser responsables

Evidentemente sabemos que hay intentos y hay obstáculos para hacerse responsables. Uno puede tener la capacidad de ser responsable y tratar de ejercer su responsabilidad, pero suelen existir o aparecer múltiples elementos y procesos que impiden el ejercicio de la responsabilidad.

Esos elementos y procesos son de todo orden: económico, político, social, cultural, religioso, educativo, familiar, psicológico, etc. En términos psicológicos, podemos decir que, en el caso de un joven, el acceso a la responsabilidad y su ejercicio presuponen por parte de los adultos que éstos le den el espacio para que pueda habitarlo, encontrarlo y así crear su lugar propio, su persona. Y justamente es este proceso el que le permitirá luego responder y asumir así su responsabilidad.

Acceder a la responsabilidad y ejercerla es un proceso personal. Viene de la persona, crea a la persona y la hace siempre renacer. No tiene su origen en los otros, pero los otros, la sociedad y la historia juegan un papel importante en las condiciones que permiten o impiden el responsabilizarse, que facilitan o complican, paralizan o relanzan. Así mismo pasa de lado de los psicólogos.

IV. El lugar del psicólogo clínico: respetar la responsabilidad del otro

¿De quién es la responsabilidad?

Es parte de la responsabilidad del psicólogo que trabaja con jóvenes en situaciones de violencia, el contribuir a rescatar, apoyar y relanzar este proceso de responsabilización.

¿De quién es la responsabilidad en el momento del encuentro? Como se dijo anteriormente, el psicólogo clínico en el momento de apostar y reconocer a este otro, también está reconociendo el hecho de que éste pueda asumir su responsabilidad. Es justamente en ese momento, el momento del reconocimiento del otro, que hay un movimiento, y el reconocimiento se vuelve mutuo junto con la responsabilidad.

¿Cómo llegar a esa mutualidad entre joven y psicólogo y lograr compartir responsabilidades? Sabemos que éste es un movimiento delicado, especialmente cuando el joven ha vivido procesos de anulación de la responsabilidad y no asume responsabilidades por su propia historia. Evidentemente, al trabajar con lo humano hay que ver el caso por caso, pero es importante recalcar que en este punto dos principios nos guían: el reconocimiento de la responsabilidad y el compartir un espacio común.

¿Construcción de qué espacio entre psicólogos y jóvenes?

Primero, reconocer la responsabilidad del joven implica dejarle el espacio despejado, aireado, abierto para que pueda llegar, respirar, poner su vida en perspectiva y crear sus rutas, según su deseo.

Segundo, significa también poder dibujar y compartir juntos un espacio común, sabiendo desde donde acompañar este camino. Olivier Douville (2007, 2014) insiste en la importancia de reencontrar ambos aspectos en la relación con el joven.

Al hablar de responsabilidad mutua, se apuesta a que sea un movimiento compartido, y que es justamente en el momento del encuentro que cada uno va a ir construyendo su lugar frente al otro, teniendo en cuenta que evidentemente no existe un lugar único, sino que van a existir los lugares dependiendo del encuentro, dependiendo del momento, dependiendo del dispositivo en donde se encuentren.

Buscando su lugar y función: entre encuentros y desencuentros

Es justamente este momento en el cual, para los psicólogos clínicos, es importante saber el lugar y la función específicos que tienen en el encuentro con ese otro o con esos otros.

Si bien en el texto hemos hablado mayoritariamente de jóvenes, es importante el entender que estos fenómenos surgen, no solo con jóvenes, no solo con niños, no solo con adultos, sino también cuando se trabaja con colegas, con médicos, con sociólogos, con trabajadores sociales, etc. En la actualidad, el tema de la interdisciplinariedad es bastante común, el tratar de ubicar el lugar y la función de cada uno en dispositivos de trabajo con la comunidad es esencial pero no siempre evidente.

Buscar y crear sus lugares respectivos pasa necesariamente por encuentros y desencuentros, invenciones e impasses. Un principio que nos puede orientar en ese camino sinuoso es la idea que los espacios que buscamos son – y deben ser – espacios de mediación entre los jóvenes, los psicólogos y la comunidad.

Conclusión

Nuestra conclusión es una apertura. Nos preguntamos, y compartimos en base a lo que hemos transmitido aquí: ¿cómo concebir espacios de mediación comunitaria? ¿cómo los psicólogos y otros profesionales pueden participar en la creación de espacios de mediación comunitaria? Nuestra pista, y no es una respuesta, es que en cada experiencia los psicólogos deben crear su lugar y al mismo tiempo deben reconocer el lugar de los jóvenes con quienes trabajan y definir con ellos las responsabilidades compartidas.

Está en juego entre jóvenes y psicólogos la transición y el paso de los primeros a la vida social, desde la orilla donde se encuentran (Quentel, 2012). Los espacios de mediación comunitaria son espacios que permiten un reconocimiento recíproco y una responsabilidad compartida. De esta forma, se moviliza su socialización hacia las personas, las relaciones, los grupos, y se permite una apertura hacia la comunidad y el mundo social.

Finalmente, es necesario el reconocimiento de que cada encuentro es diferente, y que cada vez se va construyendo una dinámica particular con relación a las responsabilidades mutuas. Los encuentros obligan a reconocer estas responsabilidades compartidas y en cada momento aparece la oportunidad de crear un dispositivo en particular, en base a la especificidad de cada sujeto, lugar, historia y realidad. Allí está la riqueza del encuentro… el reconocer lo humano que surge en cada momento.

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Winnicott, D. (1975/2005). Playing and reality, Oxon: Routledge Classics edition.

ESPACIOS DE MEDIACIÓN EN LA VIOLENCIA DE LAS RELACIONES Espacios de mediación comunitaria (EMC) y de creación social de los jóvenes

Jean-Luc Brackelaire y Verónica Egas-Reyes

Resumen

Continuamos con nuestra reflexión sobre lo que hemos llamado espacios de mediación y más concretamente espacios de mediación comunitaria (Brackelaire & Egas, 2018). Dichos espacios juegan un papel crucial en situaciones de violencia, puesto que a través de ellos se abre la posibilidad del surgimiento de un lugar, un tiempo, un entorno para la toma de distancia, de análisis y de reflexión, apostando así a una posible transformación de estas situaciones. Se trata de pensar, a través de este concepto, en espacios que jueguen un papel de re-movilización de las relaciones personales y sociales, entre uno mismo y los demás, y de esta manera que contribuyan a mediar la violencia de las relaciones para que puedan - los propios jóvenes- enfrentarla y orientarla de una manera diferente.

Palabras claves: espacios de mediación comunitaria, violencia, jóvenes, dispositivos psicológicos

Introducción

Existe una gran variedad de ejemplos sobre espacios de mediación comunitaria que surgen en el campo de lo social: un ritual festivo, terapéutico, de duelo o incluso de iniciación, un dispositivo clínico para la escucha individual, familiar o comunitaria respaldado por las escuelas en los barrios de clase trabajadora, un grupo de apoyo que reúne a las personas que pasan por la misma problemática, un proyecto de trabajo reflexivo y creativo con jóvenes migrantes dentro de una ONG que acoge sus encuentros cotidianos, un trabajo de colaboración entre una organización de jóvenes al margen de la legalidad y una institución oficial del ámbito universitario, entre otros.

Pero ¿qué entender por EMC? Esta es nuestra primera pregunta y es importante tomarse el tiempo para explicar teóricamente este concepto al que nos referimos. Nuestro propósito es que cada uno de los tres términos de esta expresión, y la expresión en sí, sean aclarados: espacios - mediación - comunidad (CME).

A estos espacios de mediación comunitaria los imaginamos en diversos contextos que involucran la violencia, violencia en sus diferentes formas y con el sufrimiento que viene implícito en la misma. Y al mismo tiempo son maneras de ir al encuentro de esas violencias, de mediarlas junto con los actores involucrados; y particularmente en esta propuesta cuando los actores incluyen a jóvenes, en sentido amplio, jóvenes y adultos jóvenes, que se encuentran confrontados con el ámbito e instituciones de lo social. (Brackelaire, Egas, Espinosa & Périlleux, 2017).

Nuestra segunda pregunta es precisamente entender cómo estos espacios operan el proceso de mediación en sí. El objetivo es definir más claramente los procesos psicosociales y antropológicos que se encuentran en juego en esta forma particular de mediación frente a la violencia de las relaciones.

Finalmente, nos preguntamos, esta es nuestra tercera pregunta, de cómo se conciben estos espacios de mediación - concebir en el doble sentido de pensar y crear - cuando tales situaciones de violencia entre los jóvenes y la comunidad exigen la concepción y creación de espacios mediadores. ¿Cómo se crean? Podemos adivinar que escuchar esta necesidad es una condición indispensable para la creación y movilización de tales espacios.

I. Movilizar la dialéctica

Entendemos a las EMC como espacios virtuales mediadores. Intentamos poner en juego y en movimiento las relaciones entre las partes involucradas, incluidos los jóvenes, reconociéndoles como una parte fundamental llamada a contribuir al proceso común. Toma la dinámica de una especie de juego de mesa, en dónde se pone en movimiento lo que socialmente puede unir. La hipótesis es que estos espacios (re) movilizan la dialéctica de las relaciones entre uno sí y los demás.

Antes de intentar definirlos teóricamente de manera más precisa, nos hemos referido a ellos de manera genérica - en diversas situaciones para designar un proceso idéntico o análogo- según nuestras teorías de referencia y nuestras experiencias profesionales tanto en psicología y como en antropología. El desarrollo conceptual a veces incluye una especie de pulido prolongado de piezas de material compuesto y esto permite la creación de algo nuevo a partir de otra cosa. Entonces dejaremos inicialmente que los conceptos sigan su curso, se vayan moldeando con el uso y con la experiencia misma de situaciones, para que luego vengan a mostrar y dar pistas de manera gradual y retrospectiva.

Primero: espacios de experiencia

En un primer nivel de organización de nuestra relación con el mundo, un espacio es también un tiempo y un medio, por lo tanto, el conjunto lo que conforman. El espacio, el tiempo y el medio ambiente se toman aquí desde una perspectiva fenomenológica como las coordenadas naturales primarias de nuestra vida. Nuestra experiencia subjetiva se organiza en torno a ellas, la de los vínculos entre nuestro cuerpo-sujeto y su entorno (Merleau-Ponty, 1945; De Waelhens, 1961; Gagnepain, 1991; Brackelaire, 1995).

Por tanto, utilizaremos la noción de espacio en un sentido más amplio, que incluye tanto el espacio, el tiempo y el medio ambiente. Sin embargo, esto no significa negar que la dimensión propiamente espacial tiene su especificidad. Esto se ha estudiado en profundidad en particular en fenomenología, psicoanálisis, antropología y sociología. Hablamos de un espacio, singular o plural, para denotar una situación naturalmente diferenciada y delimitada, distinta y circunscrita en relación con otros y en conexión con otros.

Sin embargo, tal espacio vivido o incluso tal situación no son entidades que ya estén todas fijadas en su diferencia y su círculo. Porque con esto también designamos el proceso mismo por el cual uno o más sujetos se dan un espacio y se ponen en una situación, por ejemplo, entre sí. Entre la creación de un espacio y la vida de y en ese espacio hay una tensión dinámica. Los dos aspectos se activan mutuamente. Se crea un espacio, se vive allí y se lo (re) crea siempre de nuevo. Esta dinámica particular está también relacionada con el futuro de un espacio, su transformación en otro y el paso a otro.

En el espacio, en cada espacio y entre espacios, siempre existe constitutivamente la cuestión de los límites naturales -o naturalizados- entre el interior y el exterior, la de la relación entre el yo y el otro. En este sentido, un espacio y espacios nos distinguen y nos separan, pero también nos unen y nos conectan. Es importante tener esto en cuenta cuando se habla de espacios de mediación comunitaria: son también - y siempre- espacios diferentes y separados que pueden aglutinarse y vincularse.

La noción de espacio transicional – llamado también intermedio o potencial - nos ayuda a pensar precisamente en lo que está sucediendo entre el interior y el exterior, entre el yo y el otro (Winnicott, 1971). Nos ilumina sobre los procesos que marcan nuestras relaciones subjetivas con el mundo que conforman nuestro entorno: proceso de escisión o “intermediación”, vinculación o juego, destrucción o creación, etc.

Bajo esta perspectiva, el espacio es un espacio, entre otros dos espacios, que puede ser o volverse virtual: un lugar de experiencia y experimentación, de re-presentación y re-compromiso, de transición y de conexión entre espacios y entre el adentro y el afuera (Brackelaire et al., 2011). Winnicott nos hace comprender que es este espacio por derecho propio el que da lugar a la experiencia misma de vivir. Es “el lugar donde vivimos” (1971).

Esta es una función para tener en cuenta en nuestro acercamiento a la EMC: la de movilizar este espacio de transicionalidad y así permitir que quienes participan en él expresen lo que sienten adentro, así como que integren subjetivamente lo que viven afuera. Y esto a través de un espacio intermedio donde este paso puede ser experimentado, representado, representado de modo que se experimente allí el odio y el amor, en particular, y por tanto de alteridad primaria del otro y posibles vínculos en la creación.

En un nivel diferente, el de su apropiación y compartir, el espacio es fundamentalmente personal, social e histórico, tanto por el resultado como por el punto de relanzamiento de la dialéctica entre uno mismo y los demás.

Los espacios de mediación

La noción de mediación abre una dimensión de diferente orden a la del espacio y lo virtual, pero siguiendo en el mismo contexto de esta virtualidad: la dimensión dialéctica de la persona. Por persona se entiende aquí (Gagnepain, 1991) al proceso humano mediante el cual analizamos psíquica y culturalmente lo “inmediato” de nuestras relaciones, en términos de identidades y responsabilidades respectivas entre uno mismo y los demás, para hacer de ellas relaciones personales y sociales, “mediadas” por este proceso.

Un espacio de mediación es un espacio que involucra y requiere este proceso de análisis y transformación de las relaciones que están en juego. Al formular las cosas de esta manera trabajamos con dos aceptaciones divergentes del nombre “mediación” que obligamos a converger: mediación a la que se puede recurrir en caso de conflictos entre las partes y la mediación entendida como ese proceso dialéctico de análisis y reorganización de las relaciones que las convierte propiamente en relaciones personales y sociales.

En esta perspectiva los espacios de mediación, más allá de sus diferencias, movilizan estos procesos internos, es decir, la constante creación y recreación de un espacio propio, un tiempo propio, un ambiente limpio, (re) apropiado desde el interior en este momento de análisis, para luego, dialécticamente, (re) construir vínculos compartidos entre los actores presentes que se encuentran en juego en un espacio común.

Comunitarios

“Comunitarios” enfatiza precisamente este polo social de la dialéctica y en el hecho de que los EMC (re) movilizan entre los actores involucrados y entre sí, su relación con la comunidad y hacia la comunidad.

Por lo tanto, no se trata sólo de que estos espacios sean parte de la comunidad, pertenezcan a la comunidad y tengan un rol en la comunidad, ya que esta última preexiste y sobrevive naturalmente; sino más bien, es en los EMC donde se juega la cuestión de lo común, de la comunidad, dónde se crea y se trabaja la relación antropológica con la comunidad y se relanza el proceso comunitario a nivel de los actores involucrados.

Esto implica, en este espacio y su dispositivo, reconocerse entre actores como diferentes y singulares, y contribuir juntos, a un vínculo de relación y colaboración común.

II. Las relaciones problemáticas con la comunidad pueden (re) plantearse en la EMC

Al hablar de relaciones en la comunidad, el término “pueden” tiene su importancia: no sólo en referencia a una posibilidad sino una potencialidad que dependa del establecimiento de un espacio que se abra a ella. Este surgimiento de un espacio potencial es una dimensión fundamental y originaria de los EMC y abre campo a lo que se plantea y se trabaja allí, es decir, a las relaciones problemáticas con lo comunitario y la comunidad.

Espacios de retomar y relanzar

Nuestro punto de vista es que los EMC funcionan ofreciendo una esfera de recuperación y reactivación a los actores para quienes y / o entre quienes esta dialéctica de la vida personal y social es problemática. Problemática por motivos que pueden ser diversos y múltiples, pensamos particularmente aquí en situaciones en las que esta dinámica se previene, suspende o incluso aplasta en contextos de violencia.

Dichos espacios se ordenan y se crean de un modo tal, para que se pueda (re) jugar y trabajar en su interior, los contenidos que ocurren en otros lugares sin mediación: lo que se vivencia como sufrimiento y que puede ocurrir por susto, por allanamiento, por desborde, directamente bajo la influencia de la violencia en sus diversas formas, y sin condiciones de recuperación y resurgimiento de los actores afectados.

Toda violencia es política - en diversas formas y contextos que no se pueden confundir- en la medida en que implica un no reconocimiento de los otros en su identidad (siempre en construcción) y una dominación que los priva de la posibilidad del ejercicio de asumir responsabilidades personales y sociales.

Contra la violencia

Como se puede ver, los EMC trabajan para restaurar las condiciones de identidad y responsabilidad de los actores frente a la violencia subyacente a sus relaciones o contextos. Con esta base, tienen entonces también un papel político.

Si consideramos que la violencia es siempre fundamentalmente un atentado a la responsabilidad ajena y hacia otros, tratar de contrarrestar la violencia, así como reparar sus efectos destructivos implica reconocer responsabilidades en el sentido de restituirlas, de relanzar la dinámica entre y hacia aquellos que han sido atacados (Brackelaire, Cornejo & Gishoma, 2017).

Es en este sentido, que los contextos donde la violencia produce sus efectos exigen el establecimiento de espacios de mediación dentro de los cuales (y desde los cuales) se (re) movilice las capacidades de cada uno y de todos los actores involucrados, espacios donde les sea posible responder por sí mismos y por los demás, es decir, tratar de compartir las responsabilidades en una dinámica común y comunitaria, donde cada uno tenga su parte y su lugar, definidas y respetadas constantemente.

Juventud y (re) creación

Los jóvenes en sentido amplio, como creadores de sociabilidad y comunidad porque han logrado acceder por sí mismos a una identidad y responsabilidad personal y social, desafían a la sociedad, a las instituciones, a los profesionales en y sobre situaciones donde la violencia (social, económica, política, etc.) obstaculiza, ataca e incluso aniquila sus expectativas de reconocimiento y de su propia y nueva aportación a la vida social.

Frente a estos obstáculos, y desde el margen donde se encuentran, los jóvenes pueden participar en espacios mediadores donde se pone en juego su ingreso en la vida social y en su vida social. Son parte interesada, solicitante y creadora, porque su apuesta en los EMC es siempre de una forma u otra la de una creación social.

Esto nos lleva a la pregunta de cómo se crean estos EMC.

III. ¿Cómo se crean los EMC?

No tomamos aquí la pregunta en un sentido técnico de ¿cómo “hacer” (fabricar) tales espacios? Ni tampoco bajo una perspectiva histórica simplemente fáctica, cronológica, que nos incite a buscar y describir las coordenadas de tal creación, su contexto, sus componentes, la sucesión y la articulación de “hechos”. No, preguntar cómo se crean los EMC es buscar qué operaciones humanas fundamentales instituyen y constituyen tales espacios. Este es el viaje que emprendemos en este texto. ¿Cómo estos espacios crean personas? ¿Cómo pueden ayudar a re-crearlas como seres humanos, en este caso frente a la violencia de las relaciones, cuando de alguna manera son atacadas, destruidas, suspendidas, deshumanizadas? Son estos procesos de creación y avivamiento los que nos interesan aquí, especialmente entre los jóvenes. Porque se convierten en lo que son justamente a través de esos procesos, re-movilizándolos contra lo que les violenta.

Procesos antropológicos generales y situaciones psíquicas y sociales particulares

Los EMC presentan situaciones particulares, infinitamente variadas y contrastantes, y ciertamente cada uno tiene su interés propio. Pero su estudio puede y debe contribuir al de estos procesos humanos generales que los crearon y en los que encuentra su explicación antropológica.

En base a la experiencia personal y profesional, todos conocemos a EMC en instituciones cuyo eje central son los jóvenes y adultos jóvenes en colaboración con profesionales, en un proceso formidable de construcción de sí-mismos y de los demás, contra diversas formas de violencia y sus consecuencias destructivas.

Entonces, es posible seguir el camino trazado aquí relativo a lo que los nos enseñan los EMC poniéndolos a prueba en las situaciones particulares y apostando a una noción amplia de que son generales y abiertos, pero reconociendo al mismo tiempo, que se encuentran en los contextos específicos y particulares

A continuación, se evocará brevemente dos situaciones que plantean la cuestión de la construcción de espacios y se podría decir también de caminos hacia una mediación comunitaria.

Recreación un nuevo grupo familiar después del genocidio

En 1994, el genocidio de Ruanda acabó con más un millón de personas en cien días, y entre los sobrevivientes se encontraron innumerables niños y jóvenes que perdieron a sus padres, e incluso a sus familias completas, de un día para otro. Frente a la pérdida y la soledad surgieron preguntas: ¿Dónde ir? ¿Junto a quién? Después de intentar varias alternativas, el camino seguido por un cierto número de jóvenes huérfanos fue el de constituirse en nuevas “familias”, en “hogares de niños”, agrupados en asociaciones apoyadas por la Estado y ONGs.

Nuestra colega Claudine Uwera estudió este fenómeno en su tesis doctoral (2012). Creemos que un hogar para niños puede verse como un intento de crear una EMC, estas “nuevas familias” pueden consistir en hermanos sobrevivientes unidos con otros huérfanos, pero también pueden consistir en jóvenes sin vínculos de parentesco previo alguno. Decimos “niños” pero son jóvenes, incluidos niños, niñas. adolescentes, jóvenes y adultos, el genocidio, a través de su violencia constitutiva y específica, trastocó el sentido y los límites de estas categorías intergeneracionales.