Crisis permanente - Jordi Riba - E-Book

Crisis permanente E-Book

Jordi Riba

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Beschreibung

Nuestra época está marcada por fenómenos globales que provocan una crisis tras otra. Confiamos en que sería posible salir de éstas y que cada generación vivirá mejor que la anterior, pero la inestabilidad en todos los ámbitos ha generado un malestar creciente y constante. Vivimos en una "crisis permanente" y las viejas ideas de desarrollo se muestran incapaces de lograr soluciones efectivas o perdurables. Este concepto renovado, que aparece en escritos contemporáneos de Koselleck, Ricoeur, Beck o Bauman, no sólo nos exige su comprensión, sino que nos obliga a un cambio en la manera de pensar y actuar. En la línea de Jean-Marie Guyau, Jordi Riba analiza la idea de "crisis permanente" como un motor de cambio positivo, sin necesidad de romper con el modelo democrático. La democracia es un proceso sin fin, pero precisa ser renovada por la acción ciudadana. No hay democracia sin crisis y aquella no se sostiene sin el ejercicio fraterno de sus componentes. La metáfora de la fraternidad integradora y huérfana de liderazgos ilustra la situación en la que la humanidad se encuentra y sobre la que es posible levantar un nuevo proyecto de modernidad y convivencia solidarias.

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© Jordi Riba, 2021

© De la imagen de cubierta: Irie Wata

Cubierta: Juan Pablo Venditti

Primera edición, abril 2021

Derechos reservados para todas las ediciones en castellano

© Ned ediciones, 2021

Preimpresión: Fotocomposición gama, sl

ISBN: 978-84-18273-24-7

La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los titulares del copyright está prohibida bajo el amparo de la legislación vigente.

Ned Edicioneswww.nedediciones.com

Para Miguel Abensour, In memoriam.

ÍNDICE

1. Introducción

2. Crisis y modernidad

3. Una reconstrucción del espacio moderno bajo el signo de la crisis permanente

4. La metáfora de la fraternidad huérfana

5. El papel de la fraternidad huérfana en la renovación democrática

6. Pensamiento crítico y democracia insurgente

7. Bibliografía

1

INTRODUCCIÓN

«Se oye o lee, a veces, que nuestra democracia está en crisis. Esto es no entender las cosas. Habría que decir más bien: esta democracia, toda democracia es crisis. Es el estado natural en que vive».

Quien así se expresaba en el suplemento cultural del Diario ABC,del viernes 22 de junio de 1990, era Francisco Rodríguez Adrados. El ilustre estudioso de la democracia ateniense asimismo continuaba: «Aunque naturalmente el concepto de crisis es gradual: la crisis puede alcanzar unos límites tras los cuales viene la desestabilización, la no-democracia. Así ha pasado algunas veces, pero no parece que esos límites estén ahora a la vista». Seguramente, entonces como ahora, la extralimitación no llegará en la dirección a la cual sin duda se refería Rodríguez Adrados, pero es cierto que con la acentuación de las crisis sociales se expande la idea de una salida blanda de la democracia. Sin embargo, mientras desde algunos ámbitos esta salida se intuye como inminente, o ya en proceso de imposición con la llamada posdemocracia, desde otros estas crisis se ven como anticipadoras, desde su propio ámbito crítico, de su desarrollo.

Lo que representa la desafección ciudadana respecto del modelo de representación, tantas veces cuestionado, resulta ahora modelo y motor para encaminar el proceso democrático, siempre en formación, hacia su propio autorreconocimiento y, por ende, la asunción de sus características propias. De esta manera, lo que los nuevos movimientos ciudadanos representan y van a representar en el futuro no es solamente la muestra de un malestar respecto a cómo la sociedad se articula, social, política y económicamente, sino la constatación de la fortaleza que posee la democracia así comprendida.

Mi intención será, en primer lugar, introducir la idea de crisis «permanente», divergente con otras concepciones de las crisis que en su explicación focalizan siempre las «salidas» de éstas. Esta idea renovada de crisis, a pesar de poseer muchas de las características de éstas, pone de manifiesto su singularidad en el hecho que no sólo nos exige su comprensión, sino que nos obliga a un cambio en la manera de pensar. Para hacerlo (comprender y cambiar la manera de pensar), es de gran ayuda la obra del filósofo francés de finales del siglo XIX, Jean-Marie Guyau,1 el cual se avanzó a sus contemporáneos en señalar que las crisis, cualquiera de ellas, se habían de leer en clave de permanentes.

Es cierto también que, de una manera o de otra, la idea de crisis permanente reaparece en autores contemporáneos. Lo hace en algunos de los escritos de Koselleck,2 de Revault d’Allonnes3 o de Ricoeur;4 y también en formato más de tinte sociológico en algunos libros de Wolfgang Streeck,5 Ulrick Beck6 y Zygmunt Baumann,7 Desde esta perspectiva, podremos sostener que la crisis va ligada a un proceso de modernización de la sociedad que llamamos de manera general democracia.

Democracia y crisis, así vislumbradas, necesitan un elemento que las vincule, y este elemento es el principio de fraternidad. Una fraternidad surgida de la propia crisis de la modernidad. Es aquella que Guyau asocia con el efecto de la crisis sobre las creencias religiosas que él llama «irreligiosidad del futuro». Por esta razón, el concepto de fraternidad que Guyau muestra nada tiene que ver con una fraternidad religiosa o ilustrada. En todo caso, se trata de una fraternidad huérfana. Desde esta orfandad, expuesta mediante el uso de la metáfora del navío a la deriva, se levanta un proyecto de modernidad, especialmente vinculado al vivir juntos, en el que el tercer elemento de la triada republicana retoma una importancia fundamental.

Para algunos, la fraternidad es vista como activadora del tercer advenimiento de la democracia; para otros, es simplemente la rúbrica de la necesidad de dar un giro a la manera de concebirla hasta ahora. Para ambos, resulta pertinente tomar la idea de fraternidad como ideal transformador de la política. Por esta razón, el uso de la metáfora de Guyau deviene un elemento esclarecedor de la crisis «permanente» a la que la modernidad se encuentra abocada desde siempre: la necesidad de tomar por parte de los ciudadanos el rumbo de sus vidas, bajo el ideal de la fraternidad que se encuentra allí presente.

El enclave metafórico de la fraternidad huérfana, representado por el navío Leviatán, permite observar cómo determinadas conceptualizaciones vigentes, que bajo el amparo del modelo teológico-ilustrado tratan de mantenerse, dan muestras evidentes de su progresiva degradación. Además, se intuyen las amenazas que se harán presentes con los cortocircuitos dentro del espacio de intermediación, que llevan indefectiblemente a una controversia efectiva sobre los modelos de legitimación, los existentes y los que se encuentran en proceso de realización. Es por esto que esta crisis, dialécticamente desplegada, demanda de nuevas formas de intermediación conceptuales y secuenciales. Tal como ha señalado, entre otros, Pierre Rosanvallon en su obra de 2015, Le bon gouvernement,sobre la necesidad de renovar las ideas sobre lo político.

Lejos del acuerdo consensual, las divergencias han hecho aparición a medida que la crisis se acrecentaba. En esta tendencia se encuentran muchos de los estudios que han tomado como objeto el devenir democrático. La democracia, tal como va manifestándose, ya no es la balsa salvadora en la que una articulación previa establezca los elementos integradores de ella y de cabida y refugio a ciudadanos desprotegidos. Esta idea ha estado superada por los propios acontecimientos. Actualmente, en sentido opuesto, vemos cómo la idea de un sujeto emergente alejado del individualismo asolidario ha hecho aparición en la esfera pública. Animando éste a experimentar nuevas formas de emergencia de la democratización, que lejos de ser hostiles, en principio, a cualquier institución y todos los vínculos con el pasado, es selectiva respecto a ellos.

Como sucede en cualquier movimiento político que se registra en el tiempo, se distinguen las instituciones que promueven la acción política de los individuos y las que no son favorables a esta acción. El criterio de decisión es la fraternidad integradora. Y ésta es el objetivo de los movimientos surgidos a raíz de las nuevas demandas sociales en los últimos años en Europa y América.

En definitiva, mientras que para unos estamos inmersos en un período de transición y todavía existe la posibilidad de que, después de un intervalo crítico, llegará indefectiblemente un período de progreso, otros sostienen ideas semejantes a las expuestas ya por Guyau y también por Simmel, quienes ya en el siglo XIX habían percibido que la idea de progreso permanente se había derrumbado, y que era necesario vincular el progreso a una actividad permanente. Resultando éste el camino que articulará la democracia con la fraternidad huérfana, en el que, mediante la acción concertada de los individuos, se puedan disputar, con posibilidades de éxito, los desvaríos del presente caracterizados por políticas portadoras de penuria y de precariedad.

Quiero, para terminar esta introducción, agradecer a todos aquellos que han sido partícipes en la gestación de este trabajo. En primer lugar, a Miguel Abensour, quien con su invitación a realizar una edición del libro de Guyau, Esquisse d’une morale sans obligación ni sanción,para su colección «Critique de la politique» me hizo pensar Guyau como un filósofo de lo político. A mis compañeros del grupo de investigación de la Universitat Autònoma de Barcelona, que han sido testigos activos en las discusiones de las versiones preliminares que se han ido produciendo. A Laura Llevadot, que me invitó a un curso de verano de la Universitat de Barcelona a hablar de la crisis permanente. A Silvana Carozzi, en cuyo seminario sobre la fraternidad de la Universidad de Rosario pude exponer mi idea de la fraternidad huérfana. A Patrice Vermeren, cómplice de tantos proyectos forjado a la luz de la amistad, realizados entre París y Barcelona. También, por último, mi agradecimiento a Obed Frausto, que publicó algunas de las ideas sobre la democracia aquí expuestas en su libro The Weariness of Democracy.

Barcelona, primavera de 2020.

1. Guyau, J.-M., Esquisse d’une morale sans obligation ni sanction, Payot, París, 2012 [trad. cast.: Descontrol Editorial, Barcelona, 2017].

2. Koselleck, R., Crítica y crisis, Trotta, Madrid, 2007.

3. Revault d’Allonnes, M., La crise sans fin. Essai sur l’expérience moderne du temps, Seuil, París, 2012.

4. Ricoeur, P., «La crise est-elle un phénomène spécifiquement moderne?». Este texto pertenece a una conferencia pronunciada en la Université de Neuchâtel, 1986.

5. Streeck, W., Du temps achetée. La crise sans cesse ajournée du capitalisme démocratique, Gallimard, París, 2014.

6. Beck, U., La société du risque : sur la voie d’une autre modernité, Flammarion, París, 2003.

7. Baumann, Z.; Bordoni, C., State of Crisis, Polity Press, Cambridge, 2014.

2

CRISIS Y MODERNIDAD

Crisis las hay de muchos tipos y las ha habido siempre. Tal vez ahora vivimos en un momento en que el concepto se hace más perceptible, por lo que no existe especialidad académica, sociedad o incluso personas individuales que no tengan su propia definición. Mi objetivo, tal como he señalado en la introducción, es exponer una concepción de la crisis considerada como «permanente» para distinguirla justamente de otras concepciones que hasta ahora poseemos y utilizamos. Estas concepciones, sectoriales e incompletas, no sólo nos hacen desconocedores de aquélla (la crisis permanente), sino que nos impiden comprender mejor el presente y sus crisis, y hacer previsión de los efectos que éstas puedan producir en el futuro. Me detendré, pues, en esta concepción, la cual es esencial para explicar cómo la modernidad ha ido desprendiéndose de los elementos teológicos-ilustrados para llegar a la idea de fraternidad huérfana. Concepto clave, a mi entender, para comprender y desarrollar la democracia en la actualidad.

La palabra crisis, lo sabemos, tiene, como tantos otros conceptos, una historia que, como tantas historias, comienza en la Grecia clásica. No confeccionaré una panorámica del sentido que la palabra crisis ha tenido; sólo quiero anotar que de las crisis, por el hecho de haberse producido muchas y varias, se ha hecho una aproximación interpretativa que se concreta en la forma de una dinámica que va de cada una de las crisis producidas, sean éstas del tipo que sean, a la superación de ésta; y así indefinidamente, sin tener en cuenta ni el alcance ni la gravedad de cada una de ellas.

Actualmente vivimos un nuevo momento de crisis, de características semejantes a las anteriores, pero dentro del cual se desarrollan varias a la vez y virulentamente. Se la denomina desde la perspectiva sociológica «crisis de reproducción social», por lo que ella abarca en el ámbito de lo social, lo económico y lo político. Y dentro de cada uno de esos ámbitos se manifiesta en temas tan sensibles como son la ecología, la salud pública, la solidaridad y la propia democracia, en cuanto a la crisis de representación que comporta, la cual aumenta cada día a medida que lo hace la propia crisis.

La idea de crisis, por lo tanto, afecta a todos los campos de la sociedad, tanto los teóricos como los prácticos. Me abstendré, como he dicho, de realizar cualquier tipo de aproximación panorámica de la crisis. Tan sólo me limitaré a explorarla a través de algunas escenas significativas donde se ponen de manifiesto trazas de la crisis «definitiva», y haciendo hincapié en que donde hay una escena de crisis manifiesta de finitud, hay también una demanda de un «momento emancipador».

Utilizo la escena, más allá de la inspiración mediática proporcionada por la serie de televisión de Woody Allen, siguiendo el uso que Jacques Rancière le da en sus escritos. En la obra del filósofo francés siempre ha habido la presencia de escenas. En sus escritos, la metáfora escénica viene a suplir la insuficiencia o el ocaso de la conceptualización. Ella es la encargada de representar las intrigas que se desarrollan entre humanos en la esfera de lo sensible. Según Rancière, la escena —la imagen de la escena, en general— es la forma adecuada de dar luz al acontecimiento: el hecho mismo de su visibilidad, su carácter de imprevisibilidad, sus modos de significación y la propia significación. Especialmente ella manifiesta al pensamiento la particularidad de cada acontecimiento, su carácter propio y la identificación de cada acontecimiento en la historia. La escena permite visibilizar protagonistas y conflictos, un mundo de necesidades prácticas de la existencia, implícita o explícitamente, espectadores interesados respecto de tal acción en concreto.

En la obra de Rancière, la imagen de la escena muestra la aparición del disenso