Miguel Abensour: La democracia contra el Estado - Jordi Riba - E-Book

Miguel Abensour: La democracia contra el Estado E-Book

Jordi Riba

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«La democracia o es antiestática o no lo es», afirmaba Miguel Abensour. En sus obras, el filósofo francés concibe la utopía y la democracia como elementos cruciales para abordar de forma actualizada la comprensión de los movimientos sociales emergentes –que se muestran justamente en clave de irrupción y con voluntad de permanencia–. En éstos, según propone la obra abensouriana, se da una clara politización de la sociedad civil que se concretiza en la toma de palabra y en la acción originaria. El libro de Jordi Riba nos explica cómo la democracia según Abensour no es un régimen político o una forma representativa de gobierno, sino un movimiento, una pasión, una forma de acción política que combate la dominación.

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© Jordi Riba, 2023

© Traducción del catalán por Sion Serra Lopes

© De la presentación: Laura Llevadot, 2022

Diseño de cubierta: Genís Carreras

Montaje de cubierta: Juan Pablo Venditti

Primera edición: enero de 2023, Barcelona

Derechos reservados para todas las ediciones en castellano

© Editorial Gedisa, S.A.

www.gedisa.com

Preimpresión:

www.editorservice.net

eISBN: 978-84-18914-99-7

«La traducción de esta obra ha contado con una ayuda del Institut Ramon Llull».

«Esta obra ha sido realizada en el marco del proyecto de investigación “Pensamiento Contemporáneo Posfundacional” (PID2020-117069GB-100)».

Queda prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio de impresión, en forma idéntica, extractada o modificada, en castellano o en cualquier otro idioma.

Índice

Democracia anárquica

Introducción

El regreso de las «cosas políticas» y la filosofía política critico-utópica

Pensar conjuntamente la emancipación y la crítica de la dominación

El enigma de la democracia, ¿resuelto?

La democracia como espacio de emergencia utópica

Animalidad utópica y democracia insurgente

Democracia instituyente

Breve biografía de Miguel Abensour

Bibliografía

Democracia anárquica

Laura Llevadot

De todos los autores posfundacionales a los que dedicamos esta colección, Abensour es, sin duda, quien más lo es, a quien la idea de fundamento más alergia produce. No puede parar de rascarse cada vez que escucha la palabra Estado. Le pica todo el cuerpo. Se rasguña con deleite. Sólo después acude a la razón para explicarlo. A Abensour le pasa como a los autores anónimos de El presentimiento, que «no le desean un Estado a nadie». No es que a raíz de largas y atentas lecturas haya llegado a la conclusión de que el Estado, la institución, sea, sin excepción, una traición mistificadora y totalitaria al movimiento anárquico y revolucionario que les dio a luz; es que lo sabía desde el principio. El relámpago ya había desde siempre llegado. Sólo lee, enseña y escribe para poder contarlo. Y lo hace bien, muy bien, como exige la disciplina académica. Pero esta vez para enseñar, por una vez, de forma disciplinada, la indisciplina del pensamiento que todo lo enciende.

Olivier Marchart, el inventor de esta palabrota que no podemos dejar de reivindicar, distingue, en un artículo posterior a su Pensamiento políticoposfundacional (2007) titulado «Sobre la primacía de lo político» (2019), dos tipos de posfundacionalismos. Por un lado, un posfundacionalismo trascendental que entendería lo político (movimientos sociales, antagonismo, conflicto...) como condición de posibilidad de la política (representación, parlamento, mass media...). La política sería pues el ámbito de negociación institucional en el que se debatirían las demandas de lo político. Este posfundacionalismo no pretendería tanto erradicar el fundamento sino fundar el posfundacionalismo; no eliminar el fundamento, sino mostrar su carácter contingente y variable. Sin duda, esto es mucho mejor que pretender que los fundamentos de nuestras democracias representativas y nuestros Estados de Derecho son eternos y no se pueden modificar, como quisieran nuestros gobernantes y los intelectuales orgánicos que los legitiman. Sin embargo, sabe a poco. Por eso Marchart debe reconocer la existencia de otro posfundacionalismo, anárquico y subversivo, que afirma no sólo que el fundamento de nuestras organizaciones jurídicas y sociales es contingente y modificable sino que es ilegítimo, y que cualquiera todavía vivo, cualquiera que haya sido tocado por el relámpago que despierta, así debería sentirlo y combatirlo. Es este segundo tipo de posfundacionalismo insurreccional el de Abensour y de compañeros suyos como Lefort, Agamben o Rancière, y al que nos invita Jordi Riba, autor del lúcido texto que tenéis entre manos. Al otro lado encontraréis a Laclau, y quizá a Butler. A un lado, quienes creen en la hegemonía y las virtudes pacificadoras e igualitarias del Estado, al otro, el de Abensour y de todos quienes nunca creyeron en ellas, ni siquiera cuando «el Estado del bienestar» aún parecía funcionar en un recóndito lugar del planeta llamado Europa que olvidaba, perezoso, su pasado colonial, a la vez que disfrutaba de sus beneficios.

Y es que a Abensour le ocurre como a Pavese, que una vez ha despertado ya no puede querer otra cosa: «Despertarse es peor que tener miedo. A partir de ese momento ya no se puede hacer nada más». Entre los breves textos de Cesare Pavese, encontraréis uno llamado «Una certeza». Es un pequeño escrito luminoso y sobrecogedor en el que intenta explicar la sensación de libertad que a veces busca sin saber por qué. Se reconoce como un hombre cualquiera. Trabaja, da la cara, no elude responsabilidades. Los días pasan uno tras otro como si no fueran suyos. Vive días enteros, muy activos, llenos de eventos y, sin embargo, no toma parte en ellos. Y de repente, en medio de la calle, en medio del trasiego de la gente que va y viene, le llega esa sensación, la de una libertad que es como un recuerdo, un momento de disponibilidad absoluta —dice—, la impresión de ser uno con un mundo libre como el aire. Es la misma impresión que tuvo el día en que, aún siendo niño, se escapó de casa. Una de esas cosas que se hacían antes, eso de escaparse de casa, aunque luego nadie se diera cuenta. Una desviación absoluta, diría Abensour, un momento de desobediencia que, si se lo creyera, reconoce Pavese, le haría tener que vivir de otro modo.

Bien podría ser que toda la obra de Pavese se pudiera comprender como la búsqueda tentativa y tozuda de ese momento: un momento de despertar, de libertad imperiosa, entre sueño y sueño. Y lo curioso es que es así, precisamente, cómo Abensour entiende la utopía, no como el sueño para siempre postergado de una sociedad reconciliada, sino como un momento de despertar, una certeza revelada que, como dice Nietzsche, «sólo nos despierta para saber que tenemos que seguir soñando».

Ahora bien, la fidelidad a ese sueño que despierta, a ese despertar entre sueño y sueño, entre dos estados que sólo en apariencia están pacificados, es irrenunciable. Una vez despertado ya no se puede querer otra cosa. Ocurre que en el momento de despertar se sintió algo que reveló la insustancialidad de nuestros días. Se experimentó lo que Levinas llama proximidad. Vale la pena subrayar la lectura política de Levinas que lleva a cabo Abensour tras haber hecho tantas lecturas conservadoras y rancias. A los lectores conservadores de Levinas nunca se les ocurre recordarnos que, para él, «la proximidad es anarquía». La proximidad es relación con el prójimo sin principio, sin comando, tal como señala la etimología de la palabra an-arqué. Ser capaz de relacionarse con el otro sin idealidad, sin conocerlo, sin que una idea previa de quién es uno y quién es el otro envuelva la relación, sin que aparezca ningún «nosotros», sólo tú y yo, unos «con un mundo libre como el aire». No es imposible. Ocurre a veces. Los intereses, las negociaciones, los fantasmas de cada cuál, las proyecciones, hacen huelga ese día. Nos despojamos de todo lo que creemos ser y, por un día, reina la anarquía. Por eso, para Levinas, la anarquía nada tiene que ver con el orden ni el desorden, que pertenecen ambos al ámbito de la conciencia y de los objetivos, de la vida regulada y de la desregulada. La anarquía es para él sólo una pasión, un afecto. La pasión de relacionarse con el otro sin barandillas, sin principios ni comandos, sin fundamentos que todo lo encasillan y encizañan. Cuando se ha vivido la proximidad, la anarquía se vuelve obsesión. Una obsesión que atraviesa la conciencia y que nos recuerda que este sueño que vivimos es sólo eso, el sueño de un orden que no se sostiene pero que no nos atrevemos a mover por temor a ser libres, aunque fuera por un momento.

Ocurre que este orden al que llamamos Estado, pero que es también la rutina de nuestros días, la estructura que defendemos a capa y espada contra los invasores, los extranjeros, los desconocidos, o cualquier otro, no sólo no tiene fundamento racional ni natural, sino que está hecho de iniquidades y exclusiones, de injusticias que repartimos a diestro y siniestro. Dentro de ese orden tan nuestro malviven todos los expulsados, los precarizados, los abyectos, los injuriados, los desahuciados. Lidiamos con su malestar tanto como disimulamos el nuestro. Hasta el punto de que habría que preguntarse, con Wilhelm Reich, no ya por qué deseamos la esclavitud, sino cómo es posible que no nos sublevemos cada día. «Lo sorprendente no es que la gente robe o haga huelgas, lo sorprendente es que los pobres no roben siempre y que los explotados no estén siempre en huelga», dice Reich. Si esto no ocurre es porque la violencia conservadora del Estado, sus leyes y su policía, lo impiden para garantizar aquello que llaman democracia. Pero resulta que para Abensour la democracia es otra cosa, mucho más cercana a la proximidad levinasiana. La democracia no es un régimen político, una forma representativa de gobierno, tal y como nos dicen a cada instante, sino un movimiento, una pasión, una forma de acción política que combate la dominación. Cada vez que aceptamos los principios de nuestro orden y su autoritarismo, cada vez que olvidamos el momento de la libertad vivida, estamos renunciando a la democracia. Dice Abensour que «la democracia o es antiestática o no lo es», o es anárquica o no es democracia. Quizá ocurra que la democracia sea sólo la obsesión reservada a quienes un día nos escapamos de casa. Ojalá seamos muchos, aún si todavía no hemos aprendido a vivir de ese otro modo.

Miguel Abensour murió en París a la edad de 78 años, la mañana del sábado 22 de abril de 2017. Nicolas Poirier, antiguo doctorando suyo, le rindió un sentido homenaje en su página de Facebook: «era una persona de gran cortesía y bondad profunda. “La elección de lo pequeño”, con el fin de volver a la fórmula que había tomado de Canetti a propósito de Kafka, expresa de la mejor manera la relación que estableció, tanto con los demás como con su pensamiento, marcada por la permanente preocupación de respetar la singularidad de sus interlocutores y la negativa a ejercer el poder intelectual mínimo sobre los mismos».

Introducción

La abundante obra intelectual de Miguel Abensour concluyó con el proyecto de una revista, Prismes, cuya salida, por desgracia, él no llegó a ver. Abensour siempre había participado en proyectos colectivos. Su labor en la fundación de revistas fue considerable: desde Textures y Libre (con Claude Lefort, Cornelius Castoriadis y Pierre Clastres), hasta Tumultes, en la Universidad París 7. Algo que, junto al importante trabajo de editor (desde 1974 fundó y dirigió la colección «Critique de la politique», en las ediciones Payot) hace pensar que detrás de esta actitud está la convicción de que la filosofía debe compartirse, hacerse con amigos.

Y él lo practicó con creces. Tanto en la institución universitaria, donde ejerció como profesor a lo largo de su vida, como en el período en el que dirigió el Collège International de Philosophie, singular institución fundada por François Châtelet, Jacques Derrida, Jean-Pierre Faye y Dominique Lecourt con el fin de abrir la filosofía al exterior de las instituciones académicas tradicionales y permitir su diálogo con las ciencias sociales. Pero es en el escrito fundacional de la colección «Critique de la politique» que encontramos anexado a cada uno de sus volúmenes, donde hará la propuesta que guiará todo su devenir filosófico: «escribir sobre lo político desde la perspectiva de los dominados, de aquéllos que están debajo» e «identificar las raíces teóricas de la dominación».

Manuel Cervera-Marzal, uno de los mejores conocedores de la obra de Abensour, citando a Françoise Proust, señala que el filósofo intempestivo piensa y actúa «contra» su tiempo:1 como hizo Descartes, invitando a no creer en aquello que sólo la costumbre da por verdadero y a rechazar el argumento de autoridad; como hizo Kant, al atacar a la metafísica clásica en nombre de la nueva centralidad atribuida al conocimiento; y como una tercera postura intempestiva insta a conciliar una lucha contraria, llamada a transformar el presente, con una lucha por una sociedad más humana, que sólo una mediación transformadora puede hacer posible.