Cuentos de sutura - Ramón Martínez - E-Book

Cuentos de sutura E-Book

Ramón Martínez

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Beschreibung

Cuentos de suturaes un libro atípico y brillante

Una excepcional radiografía de lo más sórdido y florido de nuestros muchos síndromes. Escrito con el pulso firme de un cirujano y el sentido del humor de un anestesista, las siete historias que conforman este libro ahondan en lo peor de la condición humana con extraordinaria mala leche y afiladísima pluma. Las soberbias ilustraciones de Judas Arrieta que acompañan a los relatos son obra de un artista de gran sensibilidad y poderosa pegada que ha sabido trasladar al papel con cariño y puntería el meollo de las historias.

Siete noticias, cada una tan desafiante como la otra, para descubrir los aspetos más sombros del ser humano

EXTRACTO

Que el señor Somoza es un caballero de continente inalterable, exquisitos modales y moral intachable es evidente; y que en el carácter del señor Riesco destacan su afable semblante, su humor astuto y su discreta prudencia no lo duda nadie. Pero ahora, el señor Somoza, en un rapto alucinado y sin venir a cuento, le acaba de meter un dedo en el ojo al señor Riesco, que está sentado a su lado. Éste se ha sorprendido bastante, por lo inopinado de la agresión, supongo, se ha llevado la servilleta a la cara y se ha ido directamente al cuarto de baño. El señor Somoza se ha soplado las puntas de los dedos y los ha frotado delicadamente contra la solapa.

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Amo a la humanidad, lo que me revienta es la gente. Quino Todo Mafalda

POETAS

Que el señor Somoza es un caballero de continente inalterable, exquisitos modales y moral intachable es evidente; y que en el carácter del señor Riesco destacan su afable semblante, su humor astuto y su discreta prudencia no lo duda nadie. Pero ahora, el señor Somoza, en un rapto alucinado y sin venir a cuento, le acaba de meter un dedo en el ojo al señor Riesco, que está sentado a su lado. Éste se ha sorprendido bastante, por lo inopinado de la agresión, supongo, se ha llevado la servilleta a la cara y se ha ido directamente al cuarto de baño. El señor Somoza se ha soplado las puntas de los dedos y los ha frotado delicadamente contra la solapa.

Acaba de regresar el señor Riesco del cuarto de baño y trae el gesto contrariado, posiblemente aún no se ha dado cuenta de que se ha recolocado el ojo del revés, y que por eso lo ve todo parcialmente negro o todo negro al cincuenta por ciento: en el interior de las cuencas de los ojos no hay luz o hay muy poca. Pero ha recuperado su afable semblante al lado del señor Somoza y ya sonríe como lo hacía antes de este desgraciado incidente.

El señor Riesco, a pesar de verlo todo a medias, ha insistido en trinchar él mismo el pavo en lugar del camarero, y tras servirnos a todos ha dejado caer el cuchillo, con un gesto que yo diría enérgico, sobre el dedo índice del señor Somoza, quien tenía la mano apoyada sobre el mantel. El señor Somoza ha mirado su mano, y antes de comprobar que le faltaba un dedo, ya el señor Riesco le introducía delicadamente el mutilado índice por el orificio izquierdo de la nariz. El señor Somoza ha carraspeado dos veces, yo diría que perplejo y, con el dedo colgando del orificio izquierdo de la nariz, ha levantado su copa, con la mano completa, y se la ha llevado a los labios. Todos estamos de acuerdo en que el reserva del Ateneo es uno de los vinos con más solera del país.

Podría decirse, sin miedo a faltar a la verdad, que al señor Somoza le ha debido parecer desproporcionada la reacción de su queridísimo colega, porque ha esperado a que éste fuese a meterse un puro en la boca para, en su lugar, introducirle en ella un tenedor de pescado, cuyas tres puntas asoman ahora por entre los pelos de su barba egregia. Lógicamente, al señor Riesco se le ha caído el puro de la boca, aunque no el tenedor, y el señor Somoza, fiel a sus exquisitos modales, se ha adelantado a todos para abrir su pitillera y ofrecerle a su vecino algo que fumar. Cuando éste ha ido a coger un cigarro, la pitillera se ha cerrado de golpe, dejando atrapadas las puntas de los dedos del señor Riesco, quien ha enarcado las cejas y apretado los dientes. Luego el señor Somoza ha abierto de nuevo la pitillera, y ya pudo entonces el señor Riesco aceptar el cigarro que le ofrecía su colega, que era cubano, como bien podía leer uno en la vitola si prestaba la suficiente atención. Del interior de la pitillera extrae ahora, delicadamente, el señor Somoza dos de las cinceladas uñas del señor Riesco, y con la palma extendida se las devuelve, gesto que agradece el señor Riesco con una modesta inclinación de cabeza antes de tomarlas y llevárselas al bolsillo de la pechera.

Los camareros vestidos de librea pululan alrededor de la mesa recogiendo los platos sucios y reponiéndolos por otros limpios de postre, que en el Ateneo es siempre exquisito. Mientras tanto, el señor Riesco acuna con delicadeza bajo la nariz su cigarro cubano, al que ahora aplica parsimoniosamente el encendedor mientras lo hace girar lentamente entre sus labios para que prenda como es debido. A los buenos cigarros cubanos les lleva su tiempo contagiarse del calor del fuego. Ahora ofrece un encendedor al señor Somoza, quien, tras acercar su cigarro al encendedor, comprueba cómo la llama se eleva súbita e imponentemente. Una nube de humo nos impide ver la cara del señor Somoza, pero oímos cómo carraspea dos veces y sopla discretamente, y también vemos cómo abanica la mano delante de su cara, a la que, ahora efectivamente lo comprobamos porque se disipa el humo, le faltan el bigote y las pestañas.

Es durante la degustación del café en el Ateneo cuando, cada año, se delibera el premio del jurado. Y ahora por megafonía se requiere en el estrado la presencia del señor Angulo, del señor Izquierdo y la mía. Así que me disculpo, y todos los colegas con los que comparto cena y mantel se levantan con las servilletas en la mano, excepto el señor Somoza, que parece no encontrar sus muletas y se disculpa azorado.

Al igual que en las últimas ediciones sólo dos poetas han concurrido al concurso de liras Garcilaso de la Vega de Alcaudete de la Jara. El señor Angulo, el señor Izquierdo y un servidor hemos decidido, con justicia y por unanimidad, que se comparta el premio entre los postulantes, dada la excelencia de ambas rimas, y solicitamos la comparecencia del señor Somoza y del señor Riesco sobre la tarima colocada para lo ocasión, que hace las veces de escenario.

Ahora, entre calurosos aplausos de la concurrencia, ambos se aprestan a llegarse hasta la tarima, cada uno por un lado de la sala sorteando mesas. El señor Riesco se acerca cojeando con un tenedor en la boca, un ojo del revés, la rodilla izquierda como quebrada y un zapato en la mano. Al señor Somoza, que parece no haber dado con sus muletas, lo traen en volandas dos camareros de librea, y se aprecia perfectamente que ya no tiene bigote, que lleva un dedo colgando de la nariz y que se le ha quemado la mitad de la corbata y media camisa, pues le asoma la barriga por la abertura de la chaqueta entreabierta.

El señor Izquierdo anuncia la decisión del jurado, que es recibida con una ovación de gala en el Ateneo, y los ilustres vencedores se funden en un abrazo fraterno antes de leer sus estrofas mixtas, compuestas de dos endecasílabos y tres heptasílabos, en este aspecto la organización es verdaderamente exigente. Ya sea por el deficiente estado de la megafonía o por el hecho de recitar con un tenedor en la boca, lo cierto es que la declamación del señor Riesco semeja trastabillada. Lo mismo podría decirse de la del señor Somoza, en cuya boca, observada de cerca, se puede apreciar tres dientes menos que antes de cenar. Circunstancias éstas que no han sido óbice para la explosión de júbilo del Ateneo al completo, que un año más celebra como un éxito sin precedentes el concurso de liras de Alcaudete de la Jara, premiado con una edición facsímil de la ineflable Oda a la flor de Gnido, del gran poeta toledano, al que se añadirán las dos liras justamente premiadas.

Ahora los medios de comunicación se acercan a los galardonados, quienes expresan su satisfacción sin límites por el honor del que han sido objeto, y ambos coinciden en señalar el prestigio que supone compartir galardón con una pluma, ora como la del señor Somoza, ora como la del señor Riesco, los dos poetas más laureados de la localidad.

UNA DUDA RAZONABLE

A la memoria de Constantino Romero, la leyenda.

Pues claro que lo tenía claro, hombre, ¿cómo no lo iba a tener claro? Pues como lo hubieras tenido tú si te hubieses visto en mi pellejo. Nadie llega a un momento como ese sin tenerlo claro, qué tontería. De hecho, y aunque me lo sabía de memoria, me lo estuve repitiendo en el tren durante todo el trayecto. No sólo las frases exactas, que para mí eran importantes, sino cómo decir las frases exactas, que para mí era incluso más importante y que al final resultó ser lo verdaderamente importante, ¿entiendes? Aunque eso era precisamente con lo que no contaba. Era exactamente eso lo que de ningún modo me podía haber imaginado. No, no, no. No me interrumpas y deja que te explique porque no fue ninguna memez. ¿Por dónde iba? Ah, sí; total, que yo iba en el tren repitiéndome a mí mismo: Sé lo que estás pensando. Si disparé las seis balas o sólo cinco. La verdad es que con todo este ajetreo también yo he perdido la cuenta, pero siendo este un Mágnum 44, el mejor revólver del mundo, capaz de volarte los sesos de un tiro, ¿no crees que debieras pensar que eres afortunado? ¡Contesta hijo de perra! En realidad, por si no lo sabes, en la película dice: ¿no crees, vago? Pero seamos serios. ¿Vago? ¿Quién cojones llama vago a alguien al que está apuntando con el cañón de un Mágnum 44? Sólo ver el agujero de ese monstruo negro y enorme delante de tu puta cara te cagas de miedo. Si quieres puedes optar por no decir nada pero lo que nunca dirías es vago, eso seguro. Así que me tomé la licencia de cambiar ¿no crees vago? por ¡contesta hijo de perra! Y la verdad es que me parece obvio que queda mucho mejor, ¿no? Y en fin, que eso era lo que me repetía una y otra vez en el tren: Sé lo que estás pensando. Si disparé las seis balas o sólo cinco. La verdad es que con todo este ajetreo también yo he perdido la cuenta, pero siendo este un Mágnum 44, el mejor revólver del mundo, capaz de volarte los sesos de un tiro, ¿no crees que debieras pensar que eres afortunado? ¡Contesta hijo de perra! Y así todo el rato. Todo el tiempo sin parar. Todo el puto trayecto hasta Córdoba. Dos jodidas y eternas horas hasta Córdoba. Incluso me levanté unas cuantas veces para encerrarme en el baño y poder repetir las frases en voz alta y convencerme ante el espejo no sólo de que esta era la chaqueta de espiga que llevaba el sargento Callahan, sino de que era capaz de torcer la boca exactamente como la tuerce él. Ya sabes cómo la tuerce, ¿no? ¿No? ¿Cómo que no? Sí, hombre, sí, la tuerce así. Mira, ¿ves? Levantas un poco una aleta de la nariz y miras con ese aire de perdonavidas, que parezca que estás a punto de escupirle a la cara al negro que está tirado en la acera. Pero bueno, a lo que voy es que si iba al baño todo el rato era sobre todo para modular la voz, porque si me hubiese puesto a repetir el discursito de los huevos en mi asiento ya te puedes imaginar lo que hubiera pensado el tipo que iba a mi lado. Que estoy loco. O algo peor. Podría haber pensado que soy un loco peligroso. Y si fuera de esos a los que les gusta el cine, joder, dos y dos son cuatro, habría sospechado y al bajar del tren ya tengo a la pasma esperándome en la estación. O sea que de eso nada. En voz alta sólo en el baño. Una y otra vez: Sé lo que estás pensando. Si disparé las seis balas o sólo cinco. La verdad es que con todo este ajetreo también yo he perdido la cuenta, pero siendo este un Mágnum 44, el mejor revólver… ¡Vale, vale, vale! ¡No necesitas poner esa cara! Ya sé que no hace falta que lo vuelva a repetir. Pero entiéndeme, lo repetí tantas veces que ahora no se me va de la cabeza. De hecho, cuando salí de aquel sótano con la pistola en la sobaquera dejando todo el marrón allí, ni por un momento pensé en cuánto la estaba cagando ni en lo que se me venía encima, sólo pensaba en el puto discurso y en lo imbécil que fui al escogerlo. ¿Que por qué? Pues para empezar porque yo no tenía un Mágnum 44. ¡Ya me habría gustado! De hecho, es lo que había esperado. Y no sé por qué, porque ayer buscando armas en Internet me di cuenta de que hay cientos de modelos, o sea que era como esperar encontrar la puta aguja en el puto pajar. Pero bueno, a lo que voy es con el Mágnum 44 al menos toda la pamema del tren habría tenido algo de sentido o de coherencia o como quieras llamarlo. Pero no, cuando llegué y fui a la iglesia aquella, el tipo me dio esta. Toma. Cógela. ¡Cógela, coño, cógela, que no muerde! Además tiene el seguro puesto. Para tu información: según Internet es una pistola germano-suiza HK, con seguro de aleta en el armazón, miras fijas y cachas de material sintético con finos picados, que son esos relieves de ahí para que sea más fácil de empuñar. Todo eso está claro, se ve a simple vista. Parece que también viene con un dispositivo lanza bengalas que se enrosca en la boca del cañón, pero o esta no lo tiene o a mí no me lo dieron. Total, que de revólver nada, y mucho menos un Mágnum 44. Una puta pistola de nueve milímetros y ligera como un cepillo de dientes, eso fue lo que me dieron. Una pistola para tías, ¿entiendes?, para qué nos vamos a engañar. Pero eso no es lo peor. No, no. ¿Sabes qué es lo peor? Pues lo peor de todo, hay que joderse, es que esa pistola que tienes entre las manos, y para saber eso basta con ver de vez en cuando el telediario, se trata de la misma, de la mismísima pistola, ni más ni menos, que lleva la Policía Nacional. ¿Cómo que y qué? Joder, piensa un poco. ¿Quién te dice a ti que no es la misma de la Policía Nacional sino que es la de la Policía Nacional? Quiero decir la de un policía nacional. La de un agente de la Policía Nacional, se entiende. Estoy hablando con figuras retóricas, en este caso creo que una metonimia, ¿entiendes? Pero eso no lo pensé cuando el tipo salió del confesionario y la dejó allí dentro para que yo la recogiera, no. Sólo lo pensé después, cuando ya era tarde. Cuando ya tenía el dedo en el gatillo y el cañón de la pistola a medio metro de la frente de aquel fulano. Fue entonces cuando se me pasó por la cabeza eso y mil cosas más. Porque como te decía, en ese momento, te lo juro, piensas a toda hostia. Y entre otras cosas pensé en el concepto pistola limpia. Ya sabes, como en el cine. Como cuando alguien sin licencia se agencia una pipa de estraperlo y el traficante lo primero que le dice es que se trata de un arma limpia, de un arma que no ha sido utilizada para delinquir con anterioridad. Vamos, que no está registrada por la pasma, ¿entiendes? No sé si sabes que todas las pistolas tienen un número de serie. Como los coches, que tienen un número de bastidor. O como las personas, que tienen un DNI. Y para eso están los de balística que siempre salen en las películas. Esos tipos que cogen con unas pinzas la bala y luego la meten en una bolsa de plástico para llevársela al laboratorio. Y ahí está la cosa. Quiero decir que supongo que si le disparas a alguien con