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El lector quedará quizás sorprendido por esta faceta poco conocida del poeta cantor de cisnes y princesas, ninfas, faunos y hadas, ahora narrador de unos cuentos "macabros". Encasillado por lo general en los temas y recursos más paradigmáticos del modernismo, es prácticamente desconocido como periodista, ensayista y narrador. Su obra cuentística descubierta hasta el momento abarca 97 relatos, la mayoría publicados sin un especial cuidado en periódicos y revistas de la época. Rubén Darío empezó a escribir cuentos a los catorce años, pero no publicó más que un libro de este género en toda su vida, mezclado con poesía: el extraordinario Azul…, de 1888, que ha sido tomado como inicio del modernismo por muchos autores y que es más apreciado por sus cuentos, renovadores y originales, que por los poemas incluidos.
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Título original: Cuentos Macabros
Edición al cuidado de: Ernesto PÉREZ CHANG
Diseño de cubierta: Rafael LAGO SARICHEV
Composición: Randy DE HAZ MARTÍNEZ
Todos los derechos reservados
© Sobre la presente edición: Editorial Arte y Literatura, 2013
ISBN 978-959-03-0675-4
Editorial ARTE Y LITERATURA
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Los cuentos «macabros» de Darío - 5
El caso de la señorita Amelia - 11
Thanathopia - 21
La larva - 30
La pesadilla de Honorio - 36
La muerte de Salomé - 42
Cuento de Pascuas - 46
Cuento de Noche Buena - 62
La extraña muerte de fray Pedro - 69
Huitzilopoxtli - 77
La princesa está triste..., ¿qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa,
que ha perdido la risa, que ha perdido el color.
«Sonatina»,Prosas profanas y otros poemas
Quizás sorprenda al lector esta faceta poco conocida del poeta Rubén Darío, el cantor de cisnes y princesas, ninfas, faunos y hadas, de dioses del Olimpo y porcelanas del lejano Oriente. Grandioso sin duda fue como poeta, aunque también desconocido en su complejidad, por una difusión crítica superflua de su obra al gran público y programas docentes encapsulados, que insisten en encasillarlo en los temas y recursos más paradigmáticos del modernismo. El poema «A Roosevelt», uno de los poemas políticos, antiimperialistas, mejor logrados, se recuerda menos; en su «Salutación al águila» hay una de las síntesis poéticas y políticas más sobresalientes: «Águila, existe el Cóndor». Pero también está, por citar al azar, «Momotombo», «Tetucotzimí», «Canto a la Argentina» o «XL. Allá lejos», poemas con un fuerte arraigo en la tierra americana, rasgo también modernista.
Si esto ocurre con su poesía, qué no decir de su inmensa labor periodística en crónicas y artículos, de su ensayística y, por último, de su narrativa. Emelina —escrita con Eduardo Poirier—, El hombre de oro, El oro de Mallorca (inconclusa) y Caín (fragmento de novela), son cuatro intentos novelísticos. Pero su obra cuentística descubierta hasta el momento abarca 97 relatos, la mayoría publicados sin un especial cuidado en periódicos y revistas de la época. Rubén Darío empezó a escribir cuentos a los catorce años con el seudónimo Jaime Jil («Primera impresión»), pero no publicó más que un libro de este género en toda su vida, y aún así mezclado con poesía, el extraordinario Azul…, de 1888, que ha sido tomado como inicio del modernismo por muchos autores. Las razones de este descuido aún están por dilucidar: ¿subvaloración del género en la época?, ¿preferencias de autor?, ¿o de los editores? Lo cierto es que Darío se ocupó de preparar y editar sus artículos, crónicas y ensayos para que fueran publicados en libros (Los Raros, 1896; España contemporánea, 1901; Peregrinaciones, 1901; La caravana pasa, 1902; Tierras solares, 1904; Opiniones, 1906; Parisiana, 1907; Viaje a Nicaragua, 1909; Todo al vuelo, 1912). Lo mismo hizo con la poesía, incluso llegó a pagar la primera edición de su libro de poemas Cantos de vida y de esperanza, Los cisnes y otros poemas (500 ejemplares con un costo de 816,15 pesetas) gracias a un sustancioso cheque entregado por el gobierno de Nicaragua, debido a su desempeño como miembro de una comisión nicaragüense que defendió las fronteras del país frente a Honduras en Madrid, siendo él cónsul en Francia.
Sin embargo,Azul..., con numerosas ediciones en vida de Darío: Valparaíso, 1888; Guatemala, 1890; Buenos Aires, 1905 y 1907; Barcelona, 1907 y Santiago de Chile, 1912, el libro que lo define como modernista, que le da la entrada por la puerta grande a la literatura, es valorado por numerosos críticos más importante por sus cuentos, renovadores y originales, que por sus poemas.
En su cuentística encuentro tres vertientes fundamentales: la de la fantasía, aquellas narraciones emparentadas con el Darío más conocido; la del realismo, en la que trata descarnadamente, hasta llegar a veces a la crueldad, aspectos como la pobreza, la guerra, la muerte, el amor, defectos del hombre, males de la sociedad en general; y la del horror y el misterio, que pudiéramos englobar quizás más abarcadoramente como fantástica, si no corriéramos el riesgo de confundirla con la primera vertiente; por eso los cuentos «macabros» que aquí presentamos. Muchos estudiosos establecen la influencia de Edgar Allan Poe (1809-1849)en ellos,*así como en general la de Catulle Mendès (1841-1909). Otras influencias se han señalado: Hoffman, Anatole France, Flaubert, Balzac, Zola, los hermanos Goncourt, T. Gautier, Ernest Hello, Huysmans, Renard, Barbey d’Aurevilly, Maurice Du Plessys, Montesquieu-Fezensac, etcétera.
El primer cuento de horror que hace Darío según los datos que tenemos hasta el momento es «La muerte de Salomé», de 1891. En esta selección los relatos no han sido colocados cronológicamente sino atendiendo más bien a su temática, pero el lector interesado podrá consultar las fechas de publicación en las notas al pie de página. No obstante debemos decir que elementos de horror, misterio y de lo macabro aparecen en muchos cuentos de Darío. Está el pajarito enamorado de la dama que lo captura y lo diseca para ponerlo en un sombrero, de «La historia de un picaflor»; «los ojos desmesuradamente abiertos, faz siniestra y, en la boca, un rictus sepulcral y macabro» en el horror de laguerra de «Betún y sangre»; «las sábanas ensangrentadas, con el cráneo roto de un balazo» de «El pájaro azul»; el poeta que encuentran helado, «con una sonrisa amarga en los labios, y todavía con las manos en el manubrio» de la caja de música, que el rey le había ordenado tocar indefinidamente; las últimas alucinaciones de «El humo de la pipa»; el cataclismo y el cuchillo popular que cortará cuellos y vientres odiados en «¿Por qué?», y otros más.
Esta selección ha tenido como base la edición más completa hasta el momento,Todos sus cuentos, Editorial Arte y Literatura, 2009, que fue cotejada con numerosas fuentes y en la cual se rectificaron errores y erratas anteriores. Aquí, además, he corregido algunas grafías para acercarlas al lenguaje contemporáneo, comobudhistasporbudistas,una ansiaporun ansia, y otras. Se han puesto en cursivas algunas palabras extranjeras. Por lo demás, se ha respetado la manera de escribir del autor en mayúsculas, puntuación, etcétera.
La interrogación del cisne: «¿Qué signo haces, oh Cisne, con tu encorvado cuello [...]» («Los cisnes»,Cantos de vida y esperanza, Los cisnes y otros poemas)parece simbolizar esa dualidad de Darío en su contemplación de lo bello y su indagación por lo quehay más allá de las apariencias. El misterio y una especie de terror por lo desconocido. Un miedo que se remonta a la infancia, de supersticiones y leyendas populares, indeleble en el imaginario de Darío, mezclado al afán de exploración de lo que nos trasciende, traspasando los límites de la experiencia permisible. El orfebre modernista, que cinceló el lenguaje para darnos otras sensaciones, colores, aromas, ritmos, musicalidad, que amplió el horizonte de la expresión y el pensamiento, nos dejó estos originales cuentos fantásticos, de horror, de misterio, de terror, para el disfrute de la posteridad.
ELIZABETH DÍAZ
*El investigador John E. Englekirk estudia la influencia de Poe en la poesía de Darío en Edgar Allan Poe in the Hispanic Literature (Instituto de las Españas, Nueva York, 1934) según referencia del gran ensayista nicaragüense Ernesto Mejía Sánchez.
Que el doctor Z es ilustre, elocuente, conquistador; que su voz es profunda y vibrante al mismo tiempo, y su gesto avasallador y misterioso, sobre todo después de la publicación de su obra sobre La plástica de ensueño, quizás podríais negármelo o aceptármelo con restricción; pero que su calva es única, insigne, hermosa, solemne, lírica si gustáis, ¡oh, eso nunca, estoy seguro! ¿Cómo negaríais la luz del sol, el aroma de las rosas y las propiedades narcóticas de ciertos versos? Pues bien; esta noche pasada, poco después que saludamos el toque de las doce con una salva de doce taponazos del más legitimo Roederer, en el precioso comedor rococó de ese sibarita de judío que se llama Lowensteinger, la calva del doctor alzaba, aureolada de orgullo, su bruñido orbe de marfil, sobre el cual, por un capricho de la luz, se veían sobre el cristal de un espejo las llamas de dos bujías que formaban, no sé cómo, algo así como los cuernos luminosos de Moisés. El doctor enderezaba hacia mí sus grandes gestos y sus sabias palabras. Yo había soltado de mis labios, casi siempre silenciosos, una frase banal cualquiera. Por ejemplo, esta:
—¡Oh, si el tiempo pudiera detenerse!
La mirada que el doctor me dirigió y la clase de sonrisa que decoró su boca después de oír mi exclamación, confieso que hubiera turbado a cualquiera.