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Este volumen concentra los quince primeros cuentos de Rubén Darío, escritos entre 1881 y 1889 y nunca incluidos en libros sino sólo publicadas en periódicos. La edición y el estudio estuvieron a cargo de Alberto Paredes, mientras que el prólogo lo escribió Alfonso García Morales. Retrato del poeta como joven cuentista se forma con títulos como "A las orillas del Rhin", "Las albóndigas del coronel", "Mis primeros versos", relatos que son parte primeriza o todavía experimental de la corriente en la que incursionó Darío con su obra Azul (1888), es decir la de la narrativa fantástica, fundamental para el Modernismo.
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Seitenzahl: 383
“Escribió en Chile cuentos que no quiso recoger en Azul… De recogerlos, probablemente Azul… no habría fascinado tanto a sus primeros lectores. No porque los cuentos que quedaron afuera valieran menos, sino porque enmarañaban el autorretrato con que Darío quiso presentarse […] Los lectores recibieron una rica colección de recursos expresivos que, vistos todos juntos en una colección, causaban asombro […] Los cuentos de Darío […] forman época en la historia del género en lengua española.”
ENRIQUE ANDERSON IMBERT
“Sabido es también lo que Rubén Darío ha significado en las letras hispanoamericanas: la más atrevida iniciación de nuestro modernismo […] Su influencia ha sido la más poderosa en América durante algunos años, y su reputación una de esas que en la misma actualidad se tornan legendarias.”
PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA
“Yo entiendo que el modernismo significa sobre todo juventud y renovación […] Rubén Darío, en Azul…, está lleno de Armand Silvestre y es muy Bainville. Claro es que Darío tenía mucho más talento que todos ellos. Un talento enorme […] Como profundidad verbal, Darío es imponderable. Es difícil encontrar algo parecido.”
JUAN RAMÓN JIMÉNEZ
“Pero había también una reacción contra el americano, el innovador, el dueño de la palabra nueva, el que llegó primero, el que aprendió mejor, el incandescente verbal y el cínico primordial.”
JOSÉ LEZAMA LIMA
“En español, su nombre divide la historia literaria en un antes y un después.”
ENRIQUE ANDERSON IMBERT
TIERRA FIRME
RETRATO DEL POETACOMO JOVEN CUENTISTA
Estudio y edición ALBERTO PAREDES
Prólogo Alfonso García Morales
Primera edición, 2016 Primera edición electrónica, 2016
Diseño de portada: Paola Álvarez Baldit
Imagen de portada: ilustración de Juan Cardona y Tío para el número I-2, junio de 1911, de Mundial Magazine, revista dirigida por Rubén Darío. Agradecemos ampliamente al Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierda (CeDInCI) en Argentina habernos facilitado generosamente las imágenes digitales requeridas así como la autorización para utilizarlas.
D. R. © 2016, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México
Comentarios:[email protected] Tel. (55) 5227-4672
Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.
ISBN 978-607-16-4650-7 (ePub)
Hecho en México - Made in Mexico
Índice
Advertencia
Presentación
Prólogo. Editar y explicar los cuentos de Darío. Nuevo aporte a una vieja tarea, por ALFONSO GARCÍA MORALES
Nota editorial
Relación hemerográfica de los cuentos
LOS QUINCE CUENTOSAUSENTES DEAzul…
Primera impresión
A las orillas del Rhin
Las albóndigas del coronel. Tradición nicaragüense
Mis primeros versos
La pluma azul
La historia de un picaflor
Bouquet
Carta del país azul (Paisajes de un cerebro)
[El año que viene siempre es azul]
Morbo et umbra
El perro del ciego (cuento para los niños)
Hebraico
Arte y hielo
El humo de la pipa
La matuschka (cuento ruso)
Posfacio. Fisiognomía y fisiología del joven cuentista
Bibliografía mínima
Advertencia
Rubén Darío es un gran cuentista, un pilar del modernismo, por supuesto, pero también de la literatura en español del siglo XX en general. Su aporte en la renovación literaria es tan amplio en la poesía como en los dos géneros en prosa que más asiduamente cultivó: el cuento y la crónica. Este volumen invoca al gran poeta como joven cuentista; la visión completa de esta fase dariana se obtendrá por la lectura de los quince cuentos aquí contenidos más los catorce textos que el autor presenta en Azul… como “Cuentos en prosa” y que ocupan la mayor extensión de tan trascendental título.
Nunca reunió estos quince en un solo volumen, así como tampoco lo hizo con su amplia producción cuentística posterior a 1890. Sobre los que aquí nos competen surgen espontáneamente las preguntas: ¿ejercicios de juventud?, ¿tanteos primerizos?, ¿Félix Rubén antes de Darío? Eso y más es mi respuesta. Eso y mucho más manifiesta prolongadamente el ensayo que aparece aquí como posfacio.
El presente volumen es un libro construido/reconstruido de y sobre el joven y muy talentoso cuentista que fue Darío en sus inicios literarios. Tal es el tono en el que reflexiona el estudio final, que es ejercicio de lectura.
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Agradezco a la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM así como a la DGAPA de la misma universidad el permitirme dedicar mi tiempo profesional a la obra de Rubén Darío; es un placer que agradezco en todo lo que vale. Gracias a Alfonso García Morales por presentar este libro y hacerlo con tanta agudeza como cordialidad; a Jorge Eduardo Arellano, por todo lo que le ha aportado. A Rocío Oviedo y Marta Palenque, por su presencia. A Gustavo Elías, quien con la generosidad y la energía de la juventud me ha auxiliado en algunas búsquedas encarnizadas de pequeños, valiosos, datos y fuentes.
Éste es un libro cuyo seno nutricio son las bibliotecas; en todas ellas he sido recibido —en persona o por comunicaciones a distancia— de manera impecable por muy cordiales bibliotecarios y conservadores. Gracias, pues, a la Dirección General de Bibliotecas de la UNAM, a las Bibliotecas Nacionales de Chile y Francia, y a la Hemeroteca Nacional de Guatemala. Las bibliotecas y los archivos son los hogares de los libros; los amables conservadores y responsables de las instituciones mencionadas me han hecho sentir como en mi casa.
El FCE y yo agradecemos ampliamente al Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierda (CeDInCI) en Argentina habernos facilitado generosamente las imágenes digitales de Mundial Magazine para la portada, así como la autorización para utilizarlas.
Es un honor que este libro aparezca bajo el sello del Fondo de Cultura Económica. Es aquí donde Ernesto Mejía Sánchez y Raimundo Lida ofrecieron la edición destinada a ser modélica de los entonces llamados Cuentos completos; sea este libro un homenaje a su legado y una forma de prolongarlo. El FCE es el sello ideal para cobijar esta propuesta de edición y lectura de los quince cuentos juveniles que quedaron fuera de Azul…, y que llegan ahora, renovados, a manos de estudiosos y lectores. Agradezco personalmente a Tomás Granados Salinas y Adriana Romero Nieto el hospedar este libro en el marco del centenario luctuoso y sesquicentenario natalicio del gran Rubén Darío.
ALBERTO PAREDESCoyoacán, 18 de enero de 2016
Presentación
El 19 de agosto de 1950 salió de las prensas del Fondo de Cultura Económica nuestra primera edición de los Cuentos completos (Biblioteca Americana, 1950) de Rubén Darío; se aprovechaban las solapas para invitar al curioso lector a adentrarse en sus páginas mediante una sucinta presentación que no ha perdido actualidad. O dicho de otra manera, ésta envejece muy bien gracias a la pluma que la redactó. Sesenta y seis años después, la batalla en favor de “los otros géneros” darianos está ganada; su prosa de ficción (cuentos, fragmentos de novelas, prosas varias) así como la de no ficción (artículos, semblanzas literarias, crónicas, textos autobiográficos) reciben la atención que se merecen. Los especialistas laboran en el mejor establecimiento textual posible, de manera que cada vez podemos leer mejor a Darío en la amplitud de sus géneros e intereses. El horizonte dariano es más vasto, en gran medida gracias a la misión cumplida de las generaciones que nos precedieron. Al leer ahora aquel párrafo introductorio descubrimos que sigue iluminándonos, indicando el sentido y la relevancia de los cuentos del nicaragüense inmortal.
El textito no está firmado; a todas luces debe tratarse del responsable de la edición de aquella obra, don Ernesto Mejía Sánchez. Repárese en la fineza con la que elogia a Raimundo Lida por el estudio preliminar, que de inmediato se convirtió en un clásico sobre la materia, tantas veces citado y aun reimpreso en su integridad; a renglón seguido se menciona con suma discreción el trabajo en la preparación del volumen, fruto de Mejía Sánchez, por supuesto. Ofrecemos aquí la pieza no como página curiosa sino por ser una concisa reflexión siempre vigente sobre Rubén Darío autor de cuentos.
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La publicación de los Cuentos completos de Rubén Darío, reunidos por primera vez para la Biblioteca Americana del Fondo de Cultura Económica, constituye un verdadero acontecimiento editorial. Si en general puede decirse que a la importancia del gran poeta se ha correspondido hasta hoy [1950] con la injusticia de las peores ediciones, no es exageración afirmar que sólo ahora podrán leerse sus cuentos en una edición digna de este clásico de nuestra América. Textos fidedignos, dispuestos en orden cronológico para mostrar con más limpieza la frecuencia con que fueron apareciendo y la curva de su evolución artística, y cuidadosamente estudiados y anotados, proporcionan una nueva visión del Darío cuentista, a quien, en adelante, ya no se podrá juzgar sólo por sus primerizos relatos de Azul… Producción narrativa copiosa y variada, desconocida en su mayor parte, nos presenta un nuevo Darío, preocupado por el arte de la ficción en prosa, experimentador, renovador y autocrítico, y siempre, y por encima de todo, “poeta lírico incorregible”. Inquieto y avizor, “muy antiguo y muy moderno”, “audaz, cosmopolita”, Darío frecuenta los más diversos caminos de la prosa de su época y aun abre otros nuevos. La tradición española e hispanoamericana, el cuento exótico, realista o fantasista, las recreaciones arqueológicas de temas y ambientes lejanos, la página autobiográfica, el suceso humorístico, la tradición colonial, la mitología y la hagiografía, lo sonriente y lo macabro, la denuncia social, el misterio y la fantasía hallaron adecuado lugar y expresión en su obra de cuentista. El brillante estudio preliminar de Raimundo Lida guía certeramente al lector a través de estos aspectos ignorados de Rubén Darío. Las notas de Ernesto Mejía Sánchez, investigador de El Colegio de México, señalan las fuentes literarias, artísticas e históricas que Darío aprovecha en sus cuentos, así como los temas constantes de su prosa y su verso, y su íntima comunicación e interdependencia. De la masa de estos Cuentos completos de Rubén Darío destacan algunos que —lo mismo que sus mejores poemas— se ofrecen al lector de hoy como muestras no de mera habilidad sino de un ímpetu verdadero y profundo. Llegan hasta el presente y van “hacia el porvenir”, como su autor quería. Aparte de lo que signifiquen para la historia del cuento hispanoamericano (y significan más de lo que comúnmente se cree), aparte de su utilidad para el estudio del Darío poeta, estos cuentos pueden por sí aspirar a una dignidad propia y autónoma, a una justa y suficiente inmortalidad.
PrólogoEditar y explicar los cuentos de DaríoNUEVO APORTE A UNA VIEJA TAREA
A lo largo de su vida Rubén Darío no dejó de escribir y publicar, con mayor o menor constancia, cuentos en la prensa, pero nunca llegó a recogerlos en libro, con la gran pero parcial excepción de Azul…, pues ahí los cuentos se compaginan poéticamente con los poemas. Durante la década de 1920, surgieron aquí y allá los primeros fervorosos, pero no siempre preparados ni escrupulosos, buscadores y editores de textos darianos dispersos: Teodoro Picado, Regino E. Boti, Máximo Soto Hall, y junto o tras ellos los encargados de las primeras y fallidas series de Obras completas.1 En las décadas de 1930 y 1940 siguieron nuevos y más recopiladores profesionales: Raúl Silva Castro y Julio Saavedra Molina en las hemerotecas de Chile, Erwin K. Mapes en Argentina y Diego Manuel Sequeira en Nicaragua.2 Muchas páginas habían pasado de estar dispersas en periódicos y revistas casi inencontrables a estarlo en recopilaciones apenas conocidas más que por los especialistas. Superada la prueba de fuego de las vanguardias, se llegaba a la mitad de siglo XX con una consideración prácticamente unánime de Darío como gran clásico moderno en español, pero también con un estado editorial lamentable de su obra, especialmente de su obra en prosa, lo que impedía avanzar sobre bases seguras en el conocimiento integral del escritor y, por ende, en el de todo el modernismo.
Uno de los primeros en enfrentar con claridad esta situación fue el nicaragüense Ernesto Mejía Sánchez. Poeta de la “generación de 1940”, la que representaba la posvanguardia en su país, investigador de El Colegio de México desde 1947 y dariano “fanático y profesional”, como él mismo se definía, se propuso dar a Rubén Darío, el gran mito nacional de Nicaragua, un riguroso tratamiento histórico y filológico.3 Sin dejar de afirmar su modernidad y universalidad —que defendería polémicamente frente a Cecil M. Bowra y Luis Cernuda—, subrayó su carácter centroamericano, y sin descuidar su obra total presidida por la poesía, empezó por centrarse en los cuentos, una de sus facetas peor conocidas y valoradas. Animado por Alfonso Reyes, entonces al frente de El Colegio de México, entre cuyos múltiples intereses había también un antiguo interés personal por los vínculos mexicanos de Darío, y dirigido por Raimundo Lida, profesor argentino consciente de las posibilidades de extender los estudios estilísticos a la prosa modernista, Mejía Sánchez se dio a la difícil tarea de editar por primera vez de manera sistemática y responsable sus cuentos.
En 1950 publicó en la colección Biblioteca Americana del FCE de México, Cuentos completos de Darío: 77 piezas dispuestas cronológicamente según los datos disponibles y sucintamente anotadas con aclaraciones bibliográficas y, en menor medida, literarias e históricas. Presentó algunos cuentos nuevos pero sobre todo reunió y ordenó todos los que se habían ido rescatando hasta entonces. En muchos casos no pudo cotejarlos con las primeras publicaciones en periódicos, especialmente en diarios no centroamericanos, y se tuvo que conformar con lo transmitido por los recopiladores mencionados. Cuando dispuso de varias versiones de un cuento, optó por la que consideraba mejor, y siempre corrigió lo que le parecían errores evidentes. También es importante señalar que incluyó como cuentos varios textos que se habían publicado originalmente como crónicas, ensayos o poemas en prosa: una de las ocho crónicas de la serie “La semana”, publicada en 1888 en El Heraldo de Valparaíso y recopilada por Silva Castro, él la distinguió como cuento por su contenido narrativo y la retituló con su primera frase “El año que viene siempre es azul”; lo mismo hizo con “La pesca”, rescatado como poema en prosa por E. K. Mapes, o con “Primavera apolínea”, que había aparecido en 1911 como prólogo a La juventud intelectual de Alejandro Sux. Son ejemplos concretos de que el cuento, más aun el cuento modernista, siempre presenta fronteras difusas con géneros próximos, señaladamente con el poema en prosa por un lado y con la crónica por otro, y que entenderlo de una forma u otra es en último extremo una decisión de lectura. Los críticos y editores son mediadores, incluso transformadores privilegiados, capaces de asignar o modificar el significado literario de los textos. En este caso Mejía Sánchez, editor autorizado de Darío, posiblemente por su interés en hacer visible la importancia de éste como cuentista, decidió clasificar como cuentos algunos textos suyos de incierta identidad genérica. Una práctica que, como veremos, él continuó y que editores posteriores acentuaron.
Su maestro Raimundo Lida, que se iniciaba como dariísta junto a él, se encargó del estudio preliminar de la edición. Ofreció un minucioso análisis de los recursos empleados por Darío en la prosa poética de sus cuentos y una interpretación de los temas, siempre presididos por el del enfrentamiento entre la poesía y la realidad, entre el poeta y el mundo. Las preocupaciones y los logros de su narrativa se plasmaron con especial intensidad en los revolucionarios cuentos de Azul…, como supieron reconocer Valera, Rodó y otros críticos de la época, pero también —y es lo que le importaba añadir a Lida— perduraron, renovados y transformados, en relatos posteriores: “No es negar la importancia histórica de Azul… el añadir hoy al ‘canon’ de Rubén Darío otros cuentos, acaso de menos brillo y tersura, pero también menos sujetos al gusto estricto de su época”.4 Su conclusión, con la que es difícil no seguir estando de acuerdo, es que los cuentos de Darío, aunque de menor calidad que sus poemas en verso, aunque mucho menos abundantes que sus crónicas y ensayos, tuvieron por su impronta renovadora una importancia histórica decisiva en la evolución de la narrativa breve y de la prosa moderna en español:
Si por un lado Darío enriquece el verso y la estrofa, y los temas poéticos y su tratamiento, por otro lado encabeza una transformación de la prosa castellana que, siguiendo modelos franceses, apoyándose en conquistas aisladas de otros escritores hispanoamericanos y coincidiendo con intentos parecidos de diversas literaturas europeas, se adelanta, en la española, a los refinamientos de Valle-Inclán, Benavente, Azorín, Pérez de Ayala, Juan Ramón Jiménez, Miró, Ortega y Gasset. Una actitud reflexivamente innovadora preside esa transformación.5
Como concreción y ampliación de su trabajo en Cuentos completos, Mejía Sánchez presentó y publicó en 1951 su tesis de maestría, Los primeros cuentos de Rubén Darío, una modélica edición crítica de los entonces considerados tres primeros cuentos del escritor: el romántico y medievalista “A las orillas del Rhin”, el pastiche a lo Ricardo Palma “Las albóndigas del coronel. Tradición nicaragüense” y el humorístico “Mis primeros versos”. Con erudición e inteligencia Mejía Sánchez fue poniendo de manifiesto en cada uno de ellos la siempre reconocida capacidad verbal e imitativa de Darío, pero también su temprana ansia de innovar y de alcanzar una voz propia. El objetivo final de su estudio era, si no cambiar, sí matizar el paradigma interpretativo de la evolución de Darío, demostrando frente a lo mantenido por Mapes, Julio Saavedra y tantos otros que la educación literaria de Darío no empezó de cero en Valparaíso y Santiago de Chile sino que se remontaba a Nicaragua, donde junto a los jesuitas, en la Biblioteca Nacional o en contacto con hombres de letras como Ricardo Contreras, no sólo había obtenido una base general pero importante de humanidades, y un amplio y seguro conocimiento de la tradición hispánica, sino una primerísima orientación hacia la literatura francesa moderna que le hacía estar preparado para dar el salto cualitativo de Azul…, el libro nacido de la nueva experiencia chilena, en el que terminó de asimilar y realizar plenamente la escritura artística. “Yo sé —habría de declarar el Darío consagrado de 1907— lo que debo literariamente a la tierra de mi infancia.”6
Cuentos completos (FCE, 1950) se convirtió de inmediato en la edición de referencia de los cuentos de Darío, base para todas las que han seguido hasta hoy. Recuperaba una dimensión ya casi olvidada del escritor, y era también una llamada de atención sobre la necesidad de tomar en cuenta la prosa como parte imprescindible de la renovación modernista, una necesidad definitivamente impulsada por la creciente proyección continental de la figura de José Martí, el centenario de cuyo nacimiento se celebró poco después, en 1953, y que llevó en las décadas siguientes a recuperar la crónica periodística como género central de la modernidad modernista, y a indagar en el cuento fantástico y en la novela de fin de siglo como posibles orígenes de la nueva narrativa hispanoamericana.
Pero el mismo rigor de Mejía Sánchez le impedía engañarse. Sabía bien que su edición, aunque fundamental, iba a estar sujeta a modificaciones más o menos grandes, sobre todo por la posibilidad cierta de descubrir (o reconocer) nuevos cuentos, cuando no mejores versiones. Y tanto fue así que los Cuentos completos no habían acabado de salir de la imprenta del FCE cuando Edelberto Torres, el biógrafo dariano por antonomasia, encontró “Huitzilopoxtli” (1914), un tardío relato del siempre adelantado Darío que al cabo de los años reaparecía para ser leído como antecedente de la novela de la Revolución mexicana y hasta del realismo mágico. Raimundo Lida lo incluyó como apéndice junto al estudio “Los cuentos de Rubén Darío” en su miscelánea Letras hispánicas.7 En 1965 el propio Mejía Sánchez descubrió “D. Q.”, otro no menos sorprendente, fantástico y valioso cuento sobre la guerra cubana del 98, en el que Darío volvió a adelantarse a la relectura finisecular del Quijote.
Al calor del cincuentenario de la muerte de Darío en 1966 y del centenario del nacimiento en 1967, la industria académica produjo una verdadera avalancha de homenajes y estudios, entre los que no faltaron análisis de cuentos o series de cuentos concretos. Además de Azul…, el más favorecido fue el grupo de cuentos fantásticos. Entre las contribuciones generales dos fueron a mi juicio especialmente relevantes para nuestro tema, ambas de autores argentinos: la monografía de Enrique Anderson Imbert, La originalidad de Rubén Darío (Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1967), y el primer volumen de la recopilación de Pedro Luis Barcia, Escritos dispersos de Rubén Darío. Recogidos en periódicos de Buenos Aires (Universidad Nacional, La Plata, 1968). Anderson Imbert era entonces un influyente historiador de la literatura hispanoamericana, que había prologado la también importante edición de poesía de Darío hecha por Mejía Sánchez, Libros poéticos completos y antología de la obra dispersa (FCE, México, 1952). La originalidad de Rubén Darío sigue siendo una de las mejores síntesis críticas de la literatura dariana. Respecto al Darío cuentista, no se aparta del enfoque y las conclusiones de Raimundo Lida, pero marca más claramente su evolución y ofrece observaciones de interés. Sobre todo dedica un capítulo específico a sus cuentos fantásticos. Darío, siempre fiel a su propia literatura pero también adaptable a sus diferentes públicos, practicó este subgénero con especial intensidad en Argentina, donde existía una tradición de literatura fantástica que alcanzaría su apogeo en el siglo XX y a la que, modestamente, pertenecía el propio Anderson Imbert narrador. A partir de entonces este aspecto de la narrativa de Darío se vería favorecido por diferentes estudios y antologías, como la difundida Cuentos fantásticos, seleccionada por José Olivio Jiménez (Alianza, Madrid, 1976). Además, Anderson Imbert se preguntaba “¿Agregaremos relatos que figuran en libros de crónicas?”8 Aunque la pregunta insinúa cierta duda sobre la legitimidad de ampliar el corpus de cuentos con textos concebidos y publicados originalmente como crónicas, él terminó por proponer algunos ejemplos, como “El faunida” de Todo al vuelo (1912), que en seguida fue adoptado como cuento por Lida y otros.
En cuanto a la recopilación de Pedro Luis Barcia, apareció con un apéndice de “Adiciones y correcciones a los Cuentos completos de Rubén Darío, por Ernesto Mejía Sánchez” con nuevos datos sobre los lugares y las fechas de publicación de varios cuentos. Y aunque Barcia evitaba clasificar por géneros, entre sus aportaciones se encontraban, además del inequívocamente titulado “Cuento de Año Nuevo”, otros dos textos que Mejía Sánchez no dudó en reconocer enseguida como cuentos: “Paz y paciencia” y “Pierrot y Colombina. La eterna aventura”, los tres de 1898.
Poco después el poeta y crítico uruguayo Roberto Ibáñez publicó en Páginas desconocidas de Rubén Darío (Biblioteca de Marcha, Montevideo, 1970) versiones anteriores y mejores de “Huitzilopoxtli” y “D. Q.”, y dio a conocer “El cuento de Martín Guerre” y “Caín”. A este último lo consideró —y así lo subtituló— “Fragmento de novela”, pero Mejía Sánchez también lo clasificó como cuento. Por su parte, Ángel Rama dio comienzo con el libro Rubén Darío y el modernismo. Circunstancia socioeconómica de un arte americano (Biblioteca de la Universidad Central de Venezuela, Caracas, 1970) sus contribuciones a la crítica del modernismo, un movimiento que explicó como la respuesta literaria a la incipiente modernidad histórica de fin de siglo XIX, cuando Latinoamérica se incorporó de manera subalterna al capitalismo mundial. Su capítulo sobre “La transformación chilena de Darío” ayudó a una comprensión más profunda de los cuentos del artista de Azul…
En 1975 Mejía Sánchez dio a conocer su último hallazgo en este campo: el cuento “Historia de mar” (1898). Se cumplían veinticinco años de sus Cuentos completos en el FCE y hacía tiempo que deseaba hacer una segunda edición corregida y aumentada, incorporando las aportaciones que los investigadores darianos, tantas veces aislados entre sí, habían ido realizando. Pero su propia minuciosidad y probidad crítica, su entrega a otros compromisos, como las absorbentes Obras completas de Alfonso Reyes, o la colaboración con Ángel Rama en una nueva edición de Poesía de Darío (Ayacucho, Caracas, 1977), que revisaba la que hizo con Anderson Imbert, y finalmente la enfermedad, se lo impidieron. En 1983 el FCE decidió reimprimir la edición de 1950 de Cuentos completos, y así ha continuado haciéndolo hasta ahora, sin las rectificaciones pertinentes. Poco antes de morir, Mejía Sánchez llegó a recibir Rubén Darío primigenio. Nuevas investigaciones de sus inicios literarios (1984), en el que Jorge Eduardo Arellano y José Jirón Terán, representantes de una nueva promoción nicaragüense de estudiosos darianos que él había prohijado, daban a conocer el que a la fecha de hoy seguimos teniendo por su primer cuento: “Primera impresión”, que Darío publicó, bajo el pseudónimo de Jaime Jil, en 1881, cuatro años antes, pues, de “En las orillas del Rhin”.
Julio Valle-Castillo, el más directo discípulo de Mejía Sánchez, quiso hacer realidad la segunda edición deseada por éste y publicó Cuentos completos (Arte y Literatura, La Habana, 1990; Nueva Nicaragua, Managua, 1990), que conserva el texto, las notas y el estudio introductorio de la primera, pero rehace el orden de acuerdo con las nuevas precisiones cronológicas y, sobre todo, añade nueve cuentos descubiertos desde 1950, llegando a un total de 86.9 Pese a editarse simultáneamente en Cuba y Nicaragua y reimprimirse varias veces, no alcanzó la difusión internacional ni logró sustituir como texto de referencia a la de la potente editorial mexicana.
Pensando fundamentalmente en un público español, el dariísta José María Martínez preparó la selección Cuentos (Cátedra, Madrid, 1997). Dejó fuera algunos de los más esperables, empezando por los de Azul…, del que él había realizado poco antes una excelente edición crítica para la misma casa editorial; aun así también amplió mínimamente el corpus de cuentos reconocidos, incluyendo “La klepsidra (la extracción de la idea)” (1897), descubierto por Lea Fletcher, y “Cherubín a bordo”, parte de una colaboración para La Nación de 1912 recopilada por Barcia.10 Su estudio introductorio amplía y actualiza el de Lida. Presenta la evolución del Darío narrador condicionada por el periodismo y marcada, como el resto de su literatura, por el inestable equilibrio entre la esperanza y la desesperanza —lo que él llama la euforia y la disforia— en la misión del artista en el mundo moderno. Entre todos los cuentos sigue valorando los de Azul…, cuya altura estética y emocional encuentra basada
en una mayor originalidad en el planteamiento de las anécdotas de sus cuentos, en la maestría y variedad del material lingüístico y de los recursos formales y narrativos que en ellos se emplean, en la naturalidad con que las numerosas referencias librescas y culturales discurren por las narraciones y, simultáneamente, en la manera en que éstas reflejan la sensibilidad real de las modernas urbes chilenas; también en la sentida intensidad que envuelve a cada uno de los relatos.11
En sus ediciones de Azul… y Cuentos, y en estudios posteriores sobre Darío, Gutiérrez Nájera y Nervo, J. M. Martínez ha sido de los primeros en explorar la importancia que las lectoras femeninas, tanto las reales como las figuradas, tuvieron para la literatura modernista.12
Pero la nómina de cuentos darianos no se había cerrado. En 1991 Jorge Eduardo Arellano terminó localizando un legendario cuento del que se tenía noticia pero que se creía irremediablemente perdido: “La pluma azul” (1886). Más tarde, volviendo a repasar los libros de crónicas y las recopilaciones póstumas de prosas dispersas de Darío, decidió clasificar como cuentos siete textos más y publicar los hasta hoy últimos Cuentos completos (Anama Ediciones Centroamericanas, Managua, 2005). Sigue la edición de Mejía Sánchez actualizada por Valle-Castillo, pero añade un apéndice con “La pluma azul” y los otros nueve identificados por José María Martínez y por él mismo. En total, 96 cuentos.13
Es en este punto de la tradición editorial y crítica sobre la cuentística dariana, tortuosa y esforzada pero aún abierta y mejorable, donde se sitúa la aportación de Alberto Paredes. Escritor y profesor de la UNAM con una larga trayectoria investigadora en narratología, es autor de Las voces del relato (Cátedra, Madrid, 2015, revisión de la primera edición mexicana de 1987), una profunda reflexión, expuesta con sencillez y amenidad, sobre el acto de narrar. Recientemente se ha adentrado en el mundo dariano con artículos de especialización bibliográfica y textual.14 El presente libro une ambas dedicaciones de narratólogo y dariísta y ofrece una edición crítica de los quince cuentos conocidos que Darío escribió antes de la segunda edición de Azul… (1890) pero que decidió no incluir en ésta. Frente a los catorce que entraron en el mítico libro que lo consagró y que para muchos inauguró simbólicamente el modernismo, ¿qué nos dicen los quince que dejó fuera?
Alberto Paredes edita, presenta y anota con escrúpulo y detalle esas prosas huérfanas de libro y descuidadas por la mayoría de la crítica. Toma como base las insoslayables ediciones anteriores, Los primeros cuentos y Cuentos completos de Mejía Sánchez, más sus continuaciones, ampliaciones y actualizaciones por parte de Valle-Castillo y Arellano, y la selección de José María Martínez, pero ha tenido la precaución, la honradez y el empeño, siempre que ha podido, de cotejar las lecciones hemerográficas originales. Y aunque no ha sido fácil, ha podido hacerlo con “Bouquet”, “Carta del país azul (Paisajes de un cerebro)”, “El año que viene siempre es azul”, “Morbo et umbra”, “El perro del ciego”, “Hebraico”, “Arte y hielo”, “El humo de la pipa” y “La matuschka”, es decir, con todos los cuentos chilenos excepto “La historia de un picaflor”. Esto le ha permitido corregir errores y afinar detalles. Ya se dijo que el benemérito Mejía Sánchez no pudo ver físicamente todos los cuentos que forman parte de la “vasta e incomunicada literatura” de Darío, muchos de ellos inaccesibles, cuando no desaparecidos, y que no le quedó más que confiar en las versiones de los primeros colectores. Hoy la digitalización y las comunicaciones electrónicas abren mayores posibilidades en este sentido, lo que de seguro irá deparando sorpresas más o menos grandes, como ya está ocurriendo con las crónicas. Traigo aquí un ejemplo reciente. Raymond Skyrme, uno de los pioneros del estudio sobre el esoterismo modernista, autor de Rubén Darío and the Pythagorean Tradition (1975), volvió en 2013 sobre “Las siete bastardas de Apolo”, un cuento alegórico o, tal vez mejor, un poema en prosa poco atendido pero importante para la cosmovisión musical de Darío. Se publicó por primera vez, que se sepa, en El Cubano Libre (Santiago de Cuba, 1° de agosto de 1903), de donde lo reprodujeron Regino E. Boti en El árbol del rey David, y Alberto Ghiraldo y Andrés González-Blanco en Primeros cuentos. Mejía Sánchez no pudo ver el periódico cubano y optó por la versión de Boti, sin saber que así iba a perpetuar una lectura gravemente alterada. Al cotejar el original, Skyrme ha comprobado que Boti se permitió nada menos que suprimir una frase alusiva a Mallarmé que resulta clave para dilucidar el sentido del texto, alusión que, curiosamente, sí fue respetada por los desacreditados Ghiraldo y González-Blanco.15 Aunque no todas las enmiendas y puntualizaciones textuales que se hagan a partir del cotejo de originales cambiarán decisivamente, como en este caso, la interpretación de los cuentos sí contribuirán a la inexcusable tarea de ofrecer un texto más fidedigno y de avanzar, también por este lado, en el gran desiderátum de unas verdaderas Obras completas de Darío.
En su estudio y aparato crítico Alberto Paredes adopta una lectura inevitablemente retrospectiva. Estos cuentos escritos por Darío en Centroamérica y Chile antes o en el momento mismo en que empezaba a ser literariamente Darío, invitan a descubrir lo que hay o no hay en ellos del futuro gran escritor. Paredes sabe ver ya bajo la inocencia, generalidad e impericia de la “Primera impresión”, cuento en el que un Darío de sólo catorce años da forma de relato a un sueño erótico, algunas de las constantes que caracterizarán su literatura. Da efectivamente la impresión de que de ese primer cuento arranca una escritura del yo que contará incesantemente y bajo diferentes formas la búsqueda artística del ideal, un ideal representado por la figura mítica de una mujer bella, sexual y espiritual, atrayente e inalcanzable, una búsqueda que oscilará siempre entre la esperanza y la desesperanza, el sueño y la caída. En “Primera impresión” están de alguna manera prefigurados “A una estrella. Romanza en prosa” y el hermosísimo “Venus” de la segunda edición de Azul…, o el no menos hermoso “Yo persigo una forma” que cierra la segunda edición de Prosas profanas, creaciones nacidas de un romanticismo primigenio con el que Darío nunca rompió pero que fue comprendiendo y realizando, embelleciendo y depurando, en un constante proceso de toma de conciencia de sí mismo.
Paredes sigue este camino de aprendizaje paso a paso, anotando, analizando y evaluando todos y cada uno de los quince cuentos con devoción y lucidez no exenta de ironía, aplicándoles el consejo que, me dice, le dio uno de sus primeros maestros: “Ama más a tu autor, pero mímalo menos”. Su mirada de experimentado y sensible lector de cuentos aprecia los aciertos pero también señala las concesiones y caídas del joven narrador. Atiende a sus temas, modelos y fuentes, pero sobre todo sigue su adiestramiento en los usos de “esos peligrosos y delicados medios” que, según el Darío de “Dilucidaciones”, son las palabras, cuya arte combinatoria responde no a “un conjunto de reglas sino una armonía de caprichos”, y analiza sus diferentes estrategias narrativas y procedimientos verbales: léxico e imágenes, sintaxis, narradores y narratarios, descripciones y diálogos, comienzos y finales, transiciones, inserciones de versos medidos en medio de la prosa, etc. Adelanto como simple muestra algunas de las sugerencias que contienen las glosas y las notas, tan atentas como imaginativas, que Paredes hace de “La historia de un picaflor” y de “La matuschka”, el primero y el último de los cuentos que Darío escribió en Chile.
“La historia de un picaflor” narra una historia galante y moralista, con Rimas y Abrojos, con ensueño y (auto)ironía. Paredes hace ver cómo en él Darío recupera el uso inevitablemente admonitorio pero también lúdico de la fábula de animales, pero pone en duda la cercanía que Mejía Sánchez le atribuyó respecto a la Histoire d’un merle blanc (1842) de Alfred de Musset. Darío pudo efectivamente leer e inspirarse en la sátira literaria de Musset para hacer hablar a un pajarillo, en este caso un colibrí, picaflor o —de haber conocido la palabra, tal vez la hubiera preferido— besaflor, pero sus intereses y procedimientos son otros. Recurre, como tantas veces, al cuento del cuento: un poeta narra a una señorita la historia que oyó a unos pájaros. Paredes señala la aparición de reconocibles tópicos darianos, empezando por el escenario del “jardín galante”. Es un jardín con fuente y con estatua de “sátiro de mármol cuyos pies henchidos están cubiertos por las hojas de la madreselva” dicen todas las transcripciones desde Saavedra Molina y Mejía Sánchez, cuando evidentemente se trata de una errata por “hendidos”, como corrige Paredes de acuerdo con el sentido y a la manera constante que Darío tuvo de calificar a los sátiros, al “Sátiro sordo” sin ir más lejos. Es, desde luego, un jardín con flores decorativas y simbólicas que no se dejan de enumerar y entre las que sobresale una: la mujer. La concepción masculina y mítica que Darío mantuvo de la mujer se concreta con frecuencia en su tratamiento vegetativo, en su equiparación con una flor, en este caso con una flor tan atrayente como fatídica, copa o cáliz de miel y de muerte. (Puede seguirse la minuciosa anotación de Paredes sobre la erudición floral en la que se sostiene la prosa “Bouquet”, donde Darío presenta una escena complementaria a ésta y de la que también hará diferentes versiones: un poeta doblado de maestro da a una quinceañera, “Stela, flor viva”, una lección sobre flores, tras la que se insinúa la seducción e iniciación de la nínfula por el sátiro.)
Y es, en fin, un jardín con pájaros, a los que Darío nombra con el neologismo “ornis”, tal vez lejano antecedente de los extraordinarios “papemores y bulbules” que, mediante el Glosario Plowert de simbolistas y decadentes, incorporará con plena conciencia, humor y maestría a “El Reino Interior”. Paredes también nos hace reparar en una serie de detalles que abren esta piececita frívola a posibles lecturas metaliterarias. El poeta aparece como sabedor del “lenguaje azul” de la naturaleza y como percibidor del “ruido de la gran ciudad”, esto es, de la armonía y la disonancia, o de la analogía y la ironía entre las que, diría Octavio Paz, se debate el poeta moderno. El jardín primaveral está, además, asediado por el “frío”, una de las primeras y ya permanentes impresiones que el joven recién llegado del trópico tiene del ambiente chileno en el que ha de luchar por abrirse paso, un frío real y al mismo tiempo metafórico, físico, social y hasta racial, el frío del que termina muriendo el poeta de “El Rey Burgués”, el de Villanieve y las mujeres blancas como témpanos de “Arte y hielo”, el mismo que aparece al principio y al final del cuento, en el cadáver disecado y ya frío de “Plumas de Oro”. Y en “La historia de un picaflor” está en fin “el oro”, símbolo doble del valor espiritual de la poesía y del material del capitalismo, del que Darío hizo un uso tan constante como ambiguo a lo largo de su obra.
En cuanto a “La matuschka (cuento ruso)”, con el que Darío se despidió de Chile, y que es una muestra de sus virtudes pero también de sus limitaciones en un género al que no acabaría nunca de entregarse del todo, Alberto Paredes ha cotejado directamente las dos ediciones hemerográficas conocidas: la de 1889 en La Tribuna de Valparaíso, y la del año siguiente en El Correo de la Tarde de Guatemala. A partir de ellas ofrece una edición más fiable y llena de pequeñas sorpresas. Como cuando nos enteramos de que Alexandrovitch, el personaje narrador, el poeta que cuenta la trágica historia de la vieja cocinera, la “matuschka” del regimiento y del pequeño músico Nicolasín, el mismo Alexandrovitch en el que sospechábamos una proyección de Darío, se llamaba en la primera versión del cuento, efectivamente, “Dariovitch”. Las notas de Paredes también apuran al máximo la cultura y la imaginación darianas para el pastiche, en este caso para la imitación de lo ruso pasado por París (véase la nota referente a la intrigante canción El soldado de Kulugi). Y su interpretación abre de nuevo perspectivas inspiradoras, como cuando relaciona esta historia aparentemente tan lejana con la novela familiar de Darío y sus orfandades como hijo y como padre.
¿Pero por qué Darío dejó fuera de Azul… estos cuentos? Mi opinión no difiere de la aceptada tradicionalmente: en Azul… primó la calidad y acabaron entrando los mejores que había escrito. Pero otra opinión, seguramente más matizada, puede descubrirla el lector a continuación. En sus manos tiene un libro tan de Rubén Darío como de Alberto Paredes, un libro para unos cuentos que en su momento se quedaron sin libro pero que así conseguirán incorporarse mejor a una lectura que deseamos sea cada más completa, compleja y actualizada del gran escritor.
ALFONSO GARCÍA MORALESUniversidad de Sevilla
Nota editorial
1. Publicar o republicar los cuentos de un clásico como Darío es una delicada responsabilidad. Originalmente no se pretendía aquí una expurgación en vías de una edición definitiva; no obstante, la responsabilidad obliga y hay una serie de aportes en este sentido, pues cada estudioso puede contribuir en el camino progresivo hacia tan noble y necesario fin: leer a nuestro autor como realmente corresponde hacerlo, liberando el texto de erratas y confusiones. Así, nos basamos en la confrontación entre las ediciones modernas serias a nuestro alcance, en particular:
Cuentos completos, FCE, México, 1950 (Biblioteca Americana); posteriormente: Colección Popular, 263, 1983. Edición y notas de Ernesto Mejía Sánchez, estudio preliminar de Raimundo Lida. Es la edición canónica que reunió una serie de hallazgos y esfuerzos de diferentes estudiosos; con su aparición, la vasta cantidad de cuentos y relatos cortos darianos conquistó una solidez y coherencia editorial que permitió a las futuras generaciones avanzar a partir de un acervo mucho menos disperso y caótico que antes de Mejía Sánchez.
Strictu sensu es verdad lo que asienta la aparición de 1983: “segunda edición”, si bien las diferencias son menores; a saber: a) el estudio de Lida aparece ahora en numeración arábiga (originalmente en romana); b) corrección de las fallas detectadas en “Addenda et corrigenda”; c) corrección de incluir “Thanathopia” en el índice (en BA ocupaba las pp. 187-192); d) en la p. 72 de CP se menciona el retrato de RD, propiedad de Carlos Pellicer, ausente en ésta y que en BA está encartado entre la portadilla y la falsa portada; e) ausencia de “camisa” o cubre-portada, consecuencia: desaparece el agudo textillo de solapas, probablemente escrito por EMS, quien cuidó la edición de BA. De hecho CP aprovecha la formación tipográfica de BA, reduciendo proporcionalmente la caja.
Se abrevia como: EMS
Cuentos, Cátedra, Madrid, 1997 (Letras Hispánicas, 430), edición de José María Martínez. Incorpora una serie de hallazgos posteriores, particularmente los de Julio Valle-Castillo (Cuentos completos, Arte y Literatura, La Habana, 1990) y del propio Martínez; ofrece además lecturas ligeramente diferentes en diversos casos.
Abreviatura: JMM
Cuentos completos, Anama Ediciones Centroamericanas, Managua, 2005, edición y recopilación de Jorge Eduardo Arellano, edición “a cargo de Iván Uriarte quien cotejó los textos con sus fuentes”; se declara que Arellano “incorporó diez cuentos desconocidos con sus fuentes y notas”. Reproduce dos piezas clave de la edición del FCE: la “nota a la primera edición” de Mejía Sánchez y el “estudio preliminar” de Raimundo Lida. No obstante los señalamientos sobre la nueva edición —lo es, particularmente por incorporar nuevos hallazgos— que este volumen comporta —lamentablemente de escasísima circulación—, y en particular que Uriarte cotejara “los textos con sus fuentes”, no hay un aparato crítico sistemático de notas referenciales ni explicativas sobre las diferencias surgidas de la confrontación entre las sucesivas ediciones en vida del autor. Un aporte valioso es que su bibliografía detalla ampliamente las “ediciones de los cuentos de Rubén Darío”, las “antologías que incluyen cuentos” suyos y los “estudios sobre los cuentos de RD”. 1
Abreviatura: JEA
2. Hemos logrado cotejar la mayor parte de los cuentos con la primera edición hemerográfica, lo que, al parecer, no se había realizado antes, pues las sucesivas ediciones modernas se guiaron a pie juntillas por EMS (1950 y 1983), salvo, por supuesto, los rescates posteriores que cada estudioso ha logrado. Así, esta edición ofrece la novedad de una colación directa con los materiales hemerográficos en vida de Darío de “Bouquet”, “Carta del país azul (Paisajes de un cerebro)”, “El año que viene siempre es azul”, “Morbo et umbra”, “El perro del ciego”, “Hebraico”, “Arte y hielo”, “El humo de la pipa” y “La “matuschka” (o “Matonchka”, colación hecha con las dos ediciones hemerográficas en vida de Darío).
Es decir que aquellos de los que no se ofrece una nueva revisión filológica son los del periodo absolutamente juvenil de Darío en Centroamérica. En tres de ellos seguimos la clásica edición de Ernesto Mejía Sánchez en Los primeros cuentos de Rubén Darío, 1951: “A las orillas del Rhin”, “Las albóndigas del coronel” y “Mis primeros versos”. Jorge Eduardo Arellano informa expresamente que en Nicaragua no se conservan ejemplares hemerográficos de estos tres relatos, por lo que EMS es nuestro guía. En dos más podemos confiar en el criterio y trabajo del propio Arellano y José Jirón Terán: “Primera impresión” y “La pluma azul” (en JEA). Un solo cuento chileno ha escapado al intento de tener acceso a un ejemplar hemerográfico: “La historia de un picaflor”; informa el personal especializado de la Biblioteca Nacional de Chile que no conservan ejemplar del diario que contiene el cuento; de hecho la pérdida de continuidad en ese acervo incluye los números correspondientes al periodo del 21 al 23 de agosto de 1886; el picaflor estará ahí, invisiblemente anidado en las páginas del sábado 21. En resumen, si para los cuentos juveniles publicados en Nicaragua confiamos en EMS y JEA, el más intrigante es el inasible picaflor chileno.
Con lo cual el lector del presente volumen verá que se avanza aquí notablemente en el establecimiento fidedigno de los quince cuentos que nos competen, de acuerdo con las fuentes y los recursos existentes. Vaya esto en honor y homenaje en el marco del centenario de la muerte y sesquicentenario natalicio del autor.
3. Se respeta en la medida de lo posible la lección hemerográfica original, incluidas la ortografía y, sobre todo, la puntuación. Ciertamente los escritores tendemos a utilizar grafías y signos de puntuación conformes con las normas y los hábitos de cada época, por lo que podemos actualizar la mayor parte sin agravio; no obstante, hay un grado, que puede ser alto, en que el autor habrá ejercido un recurso estilístico, por ello las ediciones posteriores hemos de acatarlo y, en su caso, restituirlo. En lo que respecta a la acentuación, cuando no es posible ninguna confusión ni se percibe gesto estilístico del autor, se le ha modernizado para hacer tersa la lectura.
4. Notas aclaratorias. Se ofrecen como una compañía de lectura del presente volumen. Es decir, se equilibra el criterio de no abrumar con el de aportar luces en vías de la comprensión actual. Hay la intención de mostrar la profundidad cultural de cada cuestión aludida en el flujo narrativo; en algunos casos se proponen las fuentes específicas de las que probablemente provienen; se llama la atención sobre una serie de tópicos recurrentes en la obra dariana.