Culpable de engaño - Anne Mather - E-Book

Culpable de engaño E-Book

Anne Mather

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Beschreibung

Julia 1049 La vida de Alex Kellerman se había derrumbado después de la muerte de su mujer y de que ésta fuera la causa de la pérdida de la custodia de su hija. En esos momentos, en los que intentaba recuperarla, no quería que nada pudiera empañar su ya dudosa reputación. Así que, ¿llevaría razón al sospechar de la mujer que acababa de comenzar a trabajar para él? Kate Hughes había aceptado el trabajo ocultando sus verdaderas intenciones: saber la verdad sobre el pasado de Alex. Pero, ¿hasta dónde sería capaz de llegar para ganarse la confianza de su moreno y melancólico jefe? ¿Y qué sucedería si él descubría alguna vez su engaño?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos 8B

Planta 18

28036 Madrid

 

© 1999 Anne Mather

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Culpable de engaño, JULIA 1049 - octubre 2023

Título original:Her guilty secret

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo, Bianca, Jazmín, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411805704

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

EL hombre que estaba al otro lado de la mesa se aclaró la garganta.

—Usted está familiarizada con este tipo de cosas, ¿no es así? —preguntó, observando despacio el despacho.

Kate imaginó que se habría fijado en las macetas y en la palmera del pequeño salón. Quizá no daban un aspecto muy profesional, pero alegraban una habitación que, de otro modo, sería bastante triste.

—Perfectamente familiarizada —contestó, jugando con los papeles que tenía en la mano como si cada uno de ellos fuera un caso pendiente.

Lo cierto era que desde la muerte de su padre había tenido pocos casos. No todo el mundo estaba preparado para confiar sus secretos a una mujer que aparentaba muchos menos años de los treinta y dos que tenía. Además, en la puerta ponía todavía William Ross. Investigador privado. Y la gente se sentía defraudada cuando encontraban dentro una mujer.

—Debe darme los detalles de la última vez que vio a su esposa. Y a partir de lo que me cuente, haré lo que esté en mis manos.

El hombre vaciló unos segundos, sin terminar de creerse que ella pudiera llevar a cabo algo así. Kate, por su parte, hizo todo lo que pudo por no gritar. Pero ¿sería tan difícil encontrar a una esposa perdida? Su padre había sobrevivido con ese tipo de casos y lo normal era que encontrara a la mujer huida en la cama de otro hombre.

—¿Entiende que este asunto debe ser llevado de una manera estrictamente confidencial? —insistió el hombre.

Kate le dirigió una mirada llena de confianza. Aunque no le ayudó en absoluto el fijarse en que ese hombre no era uno de sus clientes más atractivos. Llevaba una chaqueta bastante gastada y unos pantalones anchos que la hicieron preguntarse si en realidad podría pagar sus honorarios.

—Cualquier información que usted me dé será estrictamente confidencial —aseguró la mujer, venciendo cierta renuencia a aceptar ese caso. No estaba en condiciones de rechazar a ningún cliente y a su madre tampoco le gustaría que comenzara a desechar clientes.

—En cuanto a los honorarios, ¿son negociables?

—Me temo que no —Kate odiaba siempre esa parte del negocio—. Son cien libras por día, más los gastos. Y me temo que suelo cobrar por adelantado.

—¿Por adelantado? —repitió el hombre, abriendo los ojos semicerrados en aquel rostro poco distinguido.

Kate imaginó que tendría casi cincuenta años, aunque las arrugas de la boca le añadían como poco una docena más.

—Es la costumbre —dijo, intentando parecer profesional—. Después de todo, si no tuviera suerte y no encontrara a su esposa, usted podría no querer pagarme. Además de ello, hay otros gastos, por supuesto. Pero yo le daré por escrito cuáles son esos gastos.

—Humm —fue la única respuesta del hombre.

Kate comenzó a sentirse inquieta. No quería perder aquel cliente. Ése trabajo era su único medio de subsistencia a pesar de ser licenciada en Derecho.

El hombre se sacó del bolsillo de la chaqueta un sobre sorprendentemente grueso. Lo abrió y tiró un fajo de billetes sobre la mesa.

—¿Podrá servir eso de momento? Hay unos dos mil.

Kate trató de no parecer tan sorprendida como estaba. La mayoría de los clientes podían pagar únicamente el gasto de un par de días. ¿Qué haría con esas dos mil libras? Primero, podría pagar el alquiler y poder pagar a Joanne la excursión que se organizaba en el instituto.

—Es… está bien —contestó, sin tomar el dinero.

Su padre le había aconsejado que indagara bien sobre cuál era el trabajo antes de comprometerse. Aunque pareciera algo sencillo.

—Bien —el hombre, que había estado sentado con una pierna sobre la otra, las descruzó y se echó hacia delante—. Me imagino que querrá saber su nombre, así como la última vez que la vi, ¿no es así?.

—Eso ayudaría —respondió.

El hombre no pareció notar el humor en sus palabras y ella recuperó su aspecto profesional inmediatamente. No quería que se diera cuenta de que el ver su dinero producía en ella cierto alivio. Además, todavía no había decidido si aceptaba el caso. Su padre solía decirle siempre que se asegurase de que el asunto era legal antes de aceptarlo.

—De acuerdo. Su nombre es Alicia Sawyer.

—Alicia Sawyer —repitió, escribiendo el nombre en un folio.

—Lleva desaparecida un par de meses.

—¿Y su nombre, señor Sawyer? —preguntó, tratando de ser ordenada.

—¿Es necesario?

—Si no le importa.

—Henry —dijo finalmente—. Henry Sawyer.

Kate escribió el nombre al lado del de su mujer y luego alzó la vista.

—Ahora, puede, si quiere, comenzar a describir a su esposa. ¿O tiene una fotografía?

—¿Qué? Oh, sí —volvió a meter la mano en el bolsillo y sacó una fotografía pequeña—. ¿Sirve ésta?

Kate miró la foto y vio a una mujer rubia de cuerpo esbelto y bien desarrollado. La fotografía estaba un poco manchada y los detalles no eran apreciables.

—¿Cuántos años tiene la señora Sawyer? —preguntó, sorprendida por lo atractiva que era la mujer.

—Treinta y nueve.

—Me imagino que habrá informado de su desaparición a la policía, ¿es así?

—Sí, sí. Claro que hablé a la policía de mis sospechas, pero, ¿sabe una cosa? No me hicieron ningún caso.

—Me parece un poco difícil de creer.

—Por supuesto que me escucharon, pero yo no tenía ninguna prueba. Entonces fue cuando supe que tendría que encontrarla yo mismo.

Kate estaba confundida.

—¿Me está diciendo que habló a la policía de la desaparición de su esposa y no hicieron nada?

—Más o menos —contestó, encogiéndose de hombros.

—Pero…

—Escuche. Ella no vivía conmigo cuando desapareció —añadió bruscamente.

—¿No vivía con usted? —repitió ella con el presentimiento de que ese hombre le iba a hacer perder el tiempo.

—No, se marchó hace seis meses. ¡Mujeres! La zorra ni siquiera me dejó una nota.

Kate escribió algo y puso una hoja encima. No quería que él viera lo que acababa de escribir.

—Si su esposa lo dejó hace seis meses…

—Sí.

—Entonces no es asunto suyo dónde esté. Quizá ella no quiera que usted sepa dónde está, señor Sawyer…

—Sé dónde fue —comentó enfadado.

Kate tuvo una desagradable sensación de alarma. Estaba sola en el edificio, ya que los otros empleados habían salido una hora antes. Incluso había insistido a Susie para que se marchara, diciéndole que sólo tenía una cita con un tal señor Sawyer que no podía ir antes de la seis.

—Si sabe… —comenzó, recordando que el revólver de su padre estaba en uno de los cajones de la mesa. No estaba segura de si estaría cargado, claro, pero en cualquier caso podría amenazarlo.

—Hasta que desapareció, yo sabía exactamente dónde vivía —continuó él con impaciencia—. Pero, como ya he dicho, nadie la ha visto últimamente y quiero saber dónde está, ¿de acuerdo?

—De acuerdo —dijo Kate con un suspiro—. ¿Puede usted decirme por qué… por qué se marchó?

—¿Por qué cree usted? Un canalla la convenció para que me dejara. Me robó a mi esposa, señora Ross. Y ahora ha desaparecido y no me dirá dónde está.

Kate no lo corrigió. Aunque ella no era la señora Ross, a veces era más fácil dejar que la gente creyera que sí lo era. Eso daba un carácter anónimo a su vida privada, posibilitándole que utilizara su verdadero nombre cuando no quisiera hablar de su trabajo.

Kate frunció el ceño. El asunto comenzaba a aclararse. Esa mujer se había fugado con alguien a quien el marido conocía. Un amigo suyo quizá. En cualquier caso, no parecía haber ningún motivo para que no aceptara el caso.

—¿Conocía usted a ese hombre?

—Sí, claro que lo conozco —contestó—. Se llama Alex Kellerman. ¿Ha oído hablar de él? Es el dueño de la enorme finca que hay al otro lado de Bath Road.

Kate abrió la boca sorprendida. Luego, la volvió a cerrar de inmediato. ¿Qué hacía un hombre como Kellerman con la esposa de Henry Sawyer?

Pero no tenía derecho a pensar así. Si la fotografía era reciente, Alicia parecía una mujer guapa y cualquier hombre se sentiría orgulloso de ser visto con ella. Y Alex Kellerman no tenía por qué ser inmune al atractivo del sexo femenino. La vida estaba llena de sorpresas. Su vida misma no estaba siendo fruto de plan alguno.

—Sé… conozco al señor Kellerman. Quiero decir, de oídas. Los caballos del señor Kellerman son bien conocidos en King’s Montford. ¿Cómo conoció su esposa al señor Kellerman? ¿Lo sabe?

—¡Claro que lo sé! Trabajaba para él.

—¿Qué tipo de contrato tenía?

—¿Quiere decir cuál era el cometido de ella allí? —Kate asintió—. Trabajaba como secretaria de él, creo. Eso es lo que ella me contó, en cualquier caso.

—Muy bien. ¿Trabajó ella allí durante mucho tiempo?

—El tiempo suficiente —dijo con amargura el hombre—. Lo suficiente para convencerla de que me dejara. Nosotros éramos felices hasta que se fue a trabajar a Jamaica Hill.

—¿Y adónde se marchó cuando lo abandonó?

—A Jamaica Hill, claro. Se fue a vivir con Kellerman. Se marchó hace unos seis meses.

—Ah. ¿Y cree que eran amantes?

—No sólo lo creo. Lo sé con toda seguridad. Me dejó, ¿no es así? ¿Por qué si no lo iba a hacer?

A Kate se le ocurrieron varios motivos, pero no los dijo en voz alta.

—Y dice que ella ya no está allí.

—Ha desaparecido. Yo… amaba a esa zorra estúpida. Cuando se marchó creí que iba a volverme loco.

—Entonces, usted lo que quiere es saber dónde trabaja ahora, ¿no? —dijo cuidadosamente, negándose a aceptar una opción más siniestra. Ese hombre estaba celoso y resentido y era normal que pensara en lo peor.

—Si está trabajando en algún otro lugar —insistió él con un tono de voz que provocó en Kate cierta inquietud—. Mire, ha desaparecido hace más de ocho semanas y nadie sabe nada de ella desde entonces.

Kate tragó saliva.

—Probablemente se habrá marchado de King’s Montford. Quizá no quiere que nadie sepa dónde ha ido.

—No lo creo —protestó—. Ese canalla oculta algo. Y me imagino que recuerda lo que le pasó a la esposa de Kellerman.

Kate dio un respingo.

—No estará sugiriendo que…

—¿Que él la mató? ¿Por qué no?

—La muerte de la esposa de Kellerman fue accidental.

—¿Sí?

—Por supuesto —la voz de ella sonó temblorosa—. Además, la señora Sawyer era su empleada. Si quería deshacerse de ella, le hubiera bastado con despedirla.

—¿Y si Alicia se hubiera negado a marcharse sin más? Ella puede ser muy dócil, pero también tiene un fuerte carácter cuando le conviene, y dudo que el negocio de Kellerman pudiera sobrevivir a algún nuevo escándalo.

Kate hizo un movimiento negativo con la cabeza. Lo que había empezado como un simple interrogatorio estaba, de repente, tomando las proporciones de una investigación importante. Si ella daba crédito a lo que el señor Sawyer estaba sugiriendo, ése iba a ser un caso complicado.

Kate recordó en ese momento los titulares de los periódicos de hacía dos años cuando Pamela Kellerman se rompió el cuello. Los periódicos dijeron que la mujer había estado montando un caballo que su marido sabía que era peligroso. En aquel momento, ella estaba embarazada de tres meses de su segundo hijo.

Hubo toda clase de rumores entonces, recordó Kate. A pesar del embarazo de Pamela, todo el mundo sabía que Alex Kellerman y su esposa tenían problemas conyugales. Al parecer, no se habían separado debido a la hija de dos años que tenían en común. Incluso se había llegado a decir que el hijo que llevaba en el vientre no era de su marido, que tenía un amante y que por eso Kellerman había deseado su muerte.

Por supuesto, todo habían sido simples especulaciones y los periódicos siempre tuvieron cuidado de no poner nada que pudiera hacer que Kellerman los demandara. Pero nadie pudo nunca explicar por qué dos caballos muy similares, pero con temperamentos opuestos, estaban aquel día colocados en lugares confundidos.

El padre de Pamela llegó a acusar a su hijo político. Kate recordó que el hombre tuvo que ser sacado de la sala por su abogado. Alex Kellerman se comportó de un modo frío y reservado durante todo el proceso, pero no se encontró ninguna prueba que pudiera implicarlo. La muerte de Pamela fue declarada accidental y aunque los rumores persistieron durante un tiempo, se apagaron poco a poco hasta desaparecer.

Kate no pudo evitar un estremecimiento al recordar el rostro duro de Alex Kellerman que apareció en los periódicos durante aquellos días.

—La muerte de la señora Kellerman fue un accidente —insistió—. No me sorprende que la policía no tomara en serio su petición si les sugirió algo así.

—Me ha dicho que todo lo que yo le diga será confidencial —le recordó el hombre—. Ahora dígame si acepta el trabajo o no. No tengo tiempo… que perder.

Kate fingió mirar sus notas para darse un poco de tiempo. ¿Merecía la pena aceptar un trabajo así? Hasta ese momento, sólo había aceptado casos de divorcio y de compañías aseguradoras. Así que sólo tenía dinero para sobrevivir.

Por otro lado, sería fácil preguntar a las personas que trabajaban para Kellerman dónde estaba Alicia y por qué se había ido. Aunque si conocían al señor Sawyer, era probable que no quisieran facilitar ninguna información que pudiera llegar a él.

—Necesitaré más detalles —contestó finalmente, esperando no lamentar su decisión—. ¿Cuándo sospechó por primera vez que Kellerman estaba interesado en su esposa? ¿Ha hablado con ella después de que se marchara de su casa? ¿Se llevó todas sus cosas?

 

 

Kate llegó al apartamento que compartía con su hija y su madre hacia las ocho. Hacía frío fuera, pero el apartamento estaba caldeado y el salón, donde su madre y su hija de doce años estaban viendo la televisión, resultaba muy acogedor con aquella iluminación suave.

—¡Llegas tarde! —exclamó su madre, levantándose—. Te puse la cena en el horno hace dos horas. No sé cómo estará ahora.

—No te preocupes. Me comí un sándwich hacia las tres y casi no tengo hambre —replicó Kate, sonriendo a su hija—. Espero que hayas hecho tus deberes antes de ponerte a ver la televisión.

—Los hice, sí —contestó Joanne.

—Los hizo antes de cenar. Cuando dijiste que ibas a llegar algo más tarde, te esperamos un rato. Pero no me esperaba te fueras a retrasar tanto…

—Yo tampoco —admitió Kate, quitándose el abrigo—. Pero mi cliente llegó tarde y después de que se marchó tuve que llamar al periódico Herald para hacerles algunas preguntas sobre el caso. Debí llamaros, lo sé, pero no creí que me fuera a llevar tanto tiempo. Siento haberte preocupado.

—Me imagino que Sue se quedaría contigo, ¿no?

—La verdad es que no. Tenía una cita importante esta noche y le dije que se fuera. Además, Susie es muy joven. Contesta al teléfono y me pasa las cosas al ordenador, pero eso es todo.

La señora Ross sacudió la cabeza.

—Creo que no deberías aceptar visitas después de las horas normales. Tu padre era un hombre y podía cuidarse de sí mismo, pero tú…

—Yo también sé cuidar de mí —declaró Kate, haciendo una mueca—. Mamá, de verdad que a veces eres un poco sexista.

—La abuela es realista —terció Joanne—. Vamos, mamá, sabemos que no serías capaz de enfrentarte a un hombre con un cuchillo a pesar de tus conocimientos en artes marciales. ¡Sé realista! No podrías luchar contra un delincuente.

—Yo no trato con delincuentes —replicó, mirando a la niña para que no siguiera asustando a su madre—. Ves demasiada televisión. Mis casos son bastante normales, ya lo sabéis.

—Hasta ahora —dijo Joanne, ignorando la expresión de su madre—. ¿Quién es ese hombre al que tenías que ver después del horario de trabajo? ¿Era también un tipo normal?

Kate pensó en las dos mil libras y no pudo evitar sentirse un poco culpable.

—Completamente normal. Y además, ya sabes que nunca hablo de los casos con vosotras.

Sólo volvió a pensar en el caso cuando estuvo en la cama, sana y salva. Todavía no sabía si había tomado la decisión correcta al aceptarlo y tuvo que taparse hasta la barbilla para protegerse del repentino frío que invadió su cuerpo.

De momento, sólo sabía lo que Henry Sawyer le había contado acerca de la desaparición de su esposa. Y el hombre podía haberlo exagerado todo. Su cliente no le inspiraba mucha confianza y, a juzgar por cómo era ese hombre, le parecía bastante creíble que Alicia hubiera querido abandonarlo.

Probablemente, ella se había ido a otra ciudad y había conseguido un nuevo trabajo, decidiendo ocultar a su marido su paradero. Kate no creía que Alex Kellerman estuviera relacionado con su desaparición. Esa idea sonaba más a venganza que a cosa real.

Y si Alicia había sido amante de Kellerman, ¿qué había de malo en ello? No había ninguna ley que prohibiera a un hombre tener relaciones con su empleada. Por supuesto, que él debería haberse imaginado que aquello provocaría todo tipo de murmuraciones, pero quizá eso no le importara.

Los Kellerman habían estado juntos únicamente tres años. Se había enterado esa misma noche al revisar la documentación sobre el caso. También averiguó que su hija pequeña había estado presente cuando ocurrió el accidente y no pudo evitar sentir lástima por la pequeña.

Kate dio un suspiro. Deseó, y no era la primera vez, que su padre viviera para poder hablar con él de aquello. Habría escuchado sus consejos. La experiencia de su padre era bastante amplia. Lo malo era que sólo habían podido trabajar unos meses juntos antes de que él sufriera el infarto.

En ese momento, Kate habría agradecido enormemente la experiencia de su padre. De hecho, sabía que lo que echaba de menos realmente era tener un hombre a su lado que la pudiera aconsejar. Desde que Sean había muerto, ella había rechazado cualquier compromiso serio. Y a pesar de que hacía diez años de la muerte de su marido, pocas veces había aceptado que otro hombre entrara en su vida.

Al principio, había utilizado a Joanne como excusa. Después del accidente en el que Sean Hughes murió, ella, destrozada, se aferró a su hija para salir adelante.

Sus padres la ayudaron mucho también. A pesar de que nunca aprobaron la relación con Sean, siempre habían estado a su lado cuando ella lo había necesitado. Le habían dado un hogar cuando la casa en la que vivía con Sean tuvo que ser vendida y la habían mantenido hasta que pudo conseguir un trabajo y mantenerse por sí sola.

Se cambió de posición, tratando de ponerse cómoda, pero el recuerdo de la traición de su marido había conseguido ponerla aún más nerviosa de lo que ya estaba.

Conoció a Sean en el supermercado donde ella trabajó durante las vacaciones de Pascua de su primer año en la universidad. Todo fue muy emocionante. Las demás compañeras estaban fascinadas por ese encargado joven y atractivo, y él se fijó en ella.

En navidades ya estaban comprometidos seriamente. Él quería que ella se quedara en King’s Montford en lugar de volver a Warwick en enero. Le dijo que se había enamorado locamente y que no sabía lo que haría si ella se marchaba.

Lo que había querido decir, en realidad, era que si ella se volvía a la universidad, no la esperaría. Seguramente, él hubiera conocido alguna otra muchacha antes de que ella volviera aquel verano. Como ella estaba muy enamorada de él, abandonó la carrera para casarse y se fue a vivir a la pequeña casa que él poseía en Queen Street, quedándose a trabajar en el supermercado a jornada completa.

Fueron felices durante un tiempo. Incluso sus padres, que se habían opuesto a que dejara la carrera, se tragaron su orgullo y la ayudaron a comprar un coche. Cuando nació Joanne, sus padres le dieron la bienvenida encantados, a pesar de que habrían preferido que ahorraran algo de dinero antes de traer un hijo al mundo.

Luego, poco antes de que Joanne cumpliera dos años, el mundo de Kate se hizo pedazos. Sean le dijo a Kate que tenía que ir a Bristol por un asunto de negocios, pero cuando la policía fue a darle la terrible noticia de la muerte de su marido, se habían visto obligados a confesarle que él iba con otra mujer en el coche.

Durante el interrogatorio, Kate se enteró de que ambos iban bebidos y de que eran amantes desde que ella se había quedado embarazada de Joanne.

Ella se dio cuenta entonces de que siempre había sospechado algo. Sean se ausentaba frecuentemente y ella había querido creer las disculpas que continuamente le daba. Después de aquello, pasó varios meses sumida en una gran depresión.

Pero no todo había sido tan malo. Su hija había sido una constante fuente de alegría para ella, pero cuando Joanne cumplió los seis años, supo que tenía que cambiar de vida. Se matriculó en la universidad de Bristol y terminó la carrera que había comenzado en Warwick.

Sin embargo, cuando se puso a buscar trabajo, descubrió que no iba a ser una tarea nada fácil. Nadie quería contratar a una mujer de treinta años con una hija y sin marido cuando había muchas chicas jóvenes con la carrera recién terminada. Después de varios meses de buscar sin éxito, su padre le ofreció una solución temporal. Le dijo que necesitaba una ayudante, ya que su secretaria se había jubilado.

Con el tiempo, llegaron a formar un buen equipo, recordó, sintiendo un nudo en la garganta. Y ella fue interesándose cada vez más en el negocio. Entonces, su padre sufrió un infarto y Kate se volvió a quedar sola. Al principio, disminuyó bastante la clientela y tuvo miedo de tener que buscar otro trabajo.

Pero poco a poco empezó a ganarse la confianza de la gente, aunque todavía no estuviese en condiciones de rechazar ningún trabajo. Y por eso había aceptado el trabajo de Sawyer.

Y sin embargo…

La luna brillaba sobre la tira del bolso que había dejado sobre la mesilla. No se había atrevido a dejar el sobre con las dos mil libras en cualquier parte donde ni su hija ni su madre pudieran encontrarlo. No estaba segura del todo de si su madre aprobaría su decisión. ¿De dónde procedía aquel dinero? ¿Era legal? ¿Por qué quería Henry Sawyer encontrar a su mujer?

Capítulo 2

 

 

 

 

 

UN rayo de luz penetró entre las persianas echadas, haciendo que el hombre tumbado levantara un brazo para protegerse. A pesar de que estaban en noviembre, el sol lo deslumbró.

—¡Maldita sea! —murmuró, dándose la vuelta para escapar de la luz.

Al moverse tocó el cuerpo que había a su lado. Estaba en la cama de Lacey. Sólo Dios sabía qué hora sería. No recordaba casi nada de la noche anterior.

—Eres insaciable, ¿lo sabías?

La voz adormilada de Lacey le avisó de que su movimiento involuntario había sido malinterpretado. Así que quitó inmediatamente la mano.

Siempre que se emborrachaba se despreciaba al día siguiente a sí mismo y no era justo que Lacey tuviera que pagarlo. Se levantó despacio de la cama, notando un fuerte dolor de cabeza. Se tambaleó ligeramente, pero la habitación dejó de dar vueltas en seguida. Aparte del deseo de ir al baño, le parecía que estaba en unas condiciones físicas relativamente buenas.

—No te vayas.