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Deliciosa tentación Kenzie decidió abandonar a Dominick Masters cuando se dio cuenta de que nunca la había amado ni tenía la menor intención de darle un hijo. Pero ahora tenía un problema y no le quedaba más remedio que pedirle ayuda a su marido, a pesar de haberse separado. Sabía que Dominick le pediría algo a cambio… pero no esperaba que ese algo fuera pasar una semana de pasión con él y estar completamente a su servicio. Kenzie no tuvo más remedio que aceptar, sin imaginar que estar con él fuera a resultarle tan tentador… Pero, ¿cómo reaccionaría Dominick cuando oyera la noticia que Kenzie tenía que darle? Pasión en el mediterráneo El millonario español Alejandro Santiago era moreno, seductor y siempre conseguía lo que deseaba. Entonces descubrió que tenía un hijo, y el dinero y el poder le sirvieron para arrebatarle la custodia del niño a su tía, Brynne Sullivan. Pero no imaginaba que Brynne sería una mujer tan bella y apasionada… Cuando Alejandro le ofreció que pasara un mes con él y con su hijo, Brynne aceptó por el niño. Una vez en su lujosa mansión, ella acabó dejándose llevar por el deseo, pero… ¿podría Alejandro verla alguna vez como algo más que una breve aventura?
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Seitenzahl: 321
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
N.º 200 - abril 2019
© 2007 Carole Mortimer
Deliciosa tentación
Título original: The Billionaire’s Marriage Bargain
© 2007 Carole Mortimer
Pasión en el Mediterráneo
Título original: The Mediterranean Millionaire’s Reluctant Mistress
Publicadas originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2008
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com.
I.S.B.N.: 978-84-1307-929-5
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Deliciosa tentación
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Pasión en el Mediterráneo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Si te ha gustado este libro…
CUANDO oyó sonar el teléfono interno, Dominick lo miró con desagrado. Debería haberle dicho a su secretaria que no le pasara las llamadas durante un par de horas. Después de cuatro meses de planearlo cuidadosamente, estaba a punto de conseguir su objetivo, y estaba disfrutando serenamente de aquel pensamiento mientras miraba por el ventanal de su despacho, con vistas al Támesis.
Cuatro meses. Aunque había parecido más tiempo. Mucho más tiempo. Pero de no haber empleado ese tiempo, el plan de su venganza no habría tenido éxito.
La venganza era un plato que se servía frío, decían. Y ahora estaba frío.
Y pensaba saborear cada minuto de la caída del hombre que había herido su orgullo hacía cuatro meses, cuando le había quitado a Kenzie.
Dominick se puso de espaldas a la magnífica vista del exterior y apretó el botón del teléfono interno.
–¿Sí? –dijo con evidente irritación.
–La señora Masters está en la línea uno –respondió Stella, su secretaria, ajena a su malhumor.
¿Lo llamaba su madre?, se preguntó Dominick.
No comprendía por qué su madre se seguía haciendo llamar señora Masters después de haberse casado y divorciado varias veces después de divorciarse de su padre, hacía treinta años.
–Dile que estoy ocupado –respondió.
–Se lo he dicho. Pero dice que es urgente.
Dominick suspiró.
–Recuérdame que no te dé la bonificación de Navidad este año, Stella –murmuró Dominick. Y tomó la línea uno–. ¿Mamá? Sea lo que sea, ¿puedes darte prisa? Tengo…
–Dominick…
Todo pareció detenerse. El movimiento. La respiración.
Simplemente su nombre, pronunciado en aquel tono sensual, era suficiente para detener su organizado mundo.
Hacía cuatro meses que no veía ni hablaba con Kenzie. Y no sabía por qué lo llamaba. Aunque era una coincidencia que lo hiciera cuando él estaba a punto de llevar a cabo su venganza.
–¿Dominick?
No era su madre, después de todo.
Sino la mujer que hasta hacía poco había sido su esposa. La que aún era su esposa. Aunque lo hubiera dejado para estar con otro hombre. El hombre al que él haría ponerse de rodillas.
Dominick respiró profundamente, y dijo:
–Kenzie…
Kenzie reconoció aquel tono frío. Dominick era lo que ella lo había llamado durante la discusión que había precedido a la ruptura de su corto matrimonio.
¿Discusión?
No. Sólo la frialdad de Dominick y su propia incredulidad ante las acusaciones que había hecho contra ella.
La mano de Kenzie apretó el móvil. Ella no había querido hacer aquella llamada. Hubiera hecho cualquier cosa antes de hacer cualquier movimiento de acercamiento a Dominick después de aquellos meses de silencio. Dominick la había odiado por decidir marcharse. Y seguramente su odio habría aumentado con el tiempo.
–¿Tú dirás? –preguntó él con impaciencia.
Era el mismo impaciente de siempre, pensó ella. Siempre en medio de un acuerdo de negocios o algo así. Nunca tenía tiempo de escucharla, ni para intentar comprenderla.
No había estado segura de que Dominick estuviera en Londres cuando lo había llamado, pero ahora podía imaginarlo perfectamente, detrás de su escritorio en su lujosa oficina del imperio que él mismo había levantado. Era dueño de una línea aérea, de una cadena de televisión y un casino en el sur de Francia, y además era dueño de varios hoteles exclusivos en las capitales más importantes del mundo.
Sí, podía imaginarse a su esposo en aquel momento, con su pelo oscuro algo crecido, sus ojos marrones que podían volverse negros durante una discusión acalorada, sus anchos hombros, sus largas piernas, envuelto en un traje italiano…
Con sólo recordarlo su corazón se ponía a latir agitadamente.
–O me dices para qué has llamado, Kenzie, o cuelgas. Tengo trabajo –ladró Dominick.
–Eso no es una ninguna novedad –respondió ella.
–¿Y? –se impacientó Dominick.
Oír la voz de Kenzie no lo predisponía a tener una conversación placentera.
Claro que ella nunca le había despertado sentimientos tiernos…
Al principio, cuando la había visto por primera vez, había sido fiero deseo lo que había sentido por ella. Luego, cuando ella se había marchado con otro hombre, lo había asaltado una furia helada.
–Yo… Tengo que hablar contigo, Dominick –le dijo ella.
–¿No es un poco tarde para hablar? –respondió Dominick–. Hace un mes que recibí los papeles del divorcio –agregó con dureza.
Los había recibido y los había guardado en un cajón.
¿Tenía tanta prisa en terminar legalmente con su matrimonio Kenzie, que hasta estaba dispuesta a hablar con él personalmente para conseguir una respuesta positiva?
¿Querría volver a casarse?
Jerome Carlton, el hombre con quien se había ido, estaba dispuesto a darle todo lo que él no podía darle.
No debería haberse casado con ella, puesto que jamás había estado en sus planes casarse. Hasta que la había conocido…
Le había bastado el ejemplo de sus padres y sus posteriores fracasos matrimoniales para descartar el matrimonio de su vida… Y nunca había pensado traer un niño al mundo…
Toda su infancia había sido una pesadilla de seudopadres y madres debido a los numerosos matrimonios de sus padres una vez que se habían divorciado. Y ninguno de ellos había durado mucho tiempo.
Pero hacía un año y dos meses había conocido a Kenzie en una fiesta para celebrar la inauguración de un nuevo hotel Masters, y en cuanto había visto a la famosa modelo había decidido que sería suya. Su belleza era deslumbrante, y su sensualidad suficiente para acelerar su pulso. Y como tenía fama de mujer difícil, para él había sido un desafío conseguirla.
Dominick la había invitado a salir y, a medida que la había ido conociendo más, había sentido más deseo por ella.
Kenzie era muy especial. Él se había dado cuenta del motivo por el que ella permanecía alejada de las habituales aventuras de las modelos famosas. Debajo de aquella supuesta supermodelo llena de glamur, seguía estando la sencilla muchacha del pueblo de Inglaterra donde se había criado. La sofisticación sólo era una fachada, y lo que ella deseaba realmente, y en lo que creía, era en un amor para toda la vida.
Cuando había intentado hacerle el amor, se había encontrado con que era virgen. Kenzie se había reservado para el hombre de su vida, y no había tenido intención de involucrarse en una relación a corto plazo, ni con él ni con ningún otro hombre.
Y sin saber qué locura le había dado, él le había propuesto matrimonio. Tal vez hubiera sido su necesidad de poseerla. De tener algo único, escaso, en su mundo de relaciones pasajeras que no habían significado nada para él ni para las mujeres con las que se había relacionado… O tal vez hubiera sido la desesperación por apagar un deseo que lo quemaba día y noche…
Lo único que sabía era que su ardiente deseo por hacer suya a Kenzie se había intensificado de tal manera, que hasta su negocio se había visto afectado, puesto que él no hacía otra cosa que pensar en llevarla a la cama… ¡Algo que no le había pasado nunca!
Era una situación que sabía que no iba a poder continuar.
Y había una sola solución: el matrimonio.
Después del shock inicial, se había dicho: «¿Por qué no?». Al fin y al cabo, no iba a ser tan estúpido de enamorarse. Eso le ahorraría el dolor y la desilusión que se habían infligido mutuamente sus padres durante su matrimonio, y desde entonces.
Tenía treinta y siete años, había pensado en aquel momento, y además de llevarla a la cama, tener una esposa, sobre todo una esposa guapa como la famosa modelo internacional Kenzie Miller, podía ser un astuto movimiento que redundase en beneficio de sus negocios. El hecho de que no estuviera enamorado de Kenzie, y de que estuviera determinado a no amar a ninguna mujer, no lo había tenido en cuenta para tomar aquella decisión. Al contrario.
Era algo de lo que había empezado a arrepentirse nueve meses más tarde de su boda, ¡cuando Kenzie lo había dejado por un hombre que evidentemente podía darle lo que ella necesitaba!
Kenzie, por su parte, se alegraba de que aquella conversación tuviera lugar por teléfono; se sentía aliviada de que Dominick no pudiera ver lo pálida que estaba, y la cara de estrés que le provocaba el volver a hablar con él.
Ella se había enamorado de él en cuanto lo había visto, y se había vuelto loca de alegría cuando había visto que él había correspondido a su interés.
Durante las dos primeras semanas habían sido inseparables, antes de que Dominick la sorprendiera totalmente llevándola en su avión particular a Las Vegas para casarse con ella.
Ella se había lamentado en aquel momento de que sus padres y hermanas no pudieran estar presentes en la boda, y había sabido que su familia también se sentiría decepcionada. Estaba segura de que sus padres siempre habían pensado que ella tendría una boda tradicional, con su típico vestido blanco, como las bodas de sus hermanas.
Pero ella había estado tan enamorada de Dominick, y secretamente había deseado tanto ser su esposa, que enseguida se había olvidado de aquellos lamentos, con el entusiasmo de que su sueño se hiciera realidad.
De lo que ella no se había dado cuenta hasta pasados unos meses de su matrimonio era de que, aunque Dominick se había casado con ella, no sentía el mismo amor. Sólo se había sentido atraído sexualmente por ella, y además la consideraba un logro para su negocio.
¡Pero ninguno de aquellos recuerdos la ayudaría en la situación actual!
–No te he llamado para hablar del divorcio, Dominick –le dijo Kenzie suavemente.
–¿No? Han pasado cuatro meses, Kenzie. ¿No has convencido a Jerome Carlton para que te proponga matrimonio?
Ella se encogió al oír el sarcasmo, preguntándose cómo había podido creer que aquel hombre estaba enamorado de ella. Pero se negaba a discutir acerca de Jerome Carlton. Hacía cuatro meses Dominick se había negado a creer en su inocencia en lo concerniente a Jerome Carlton, y por su tono de voz, sabía que aún no le creía.
–Todavía estoy casada contigo, Dominick –le recordó Kenzie.
–De momento –respondió Dominick.
–De momento, sí.
Una vez que los papeles de divorcio estuvieran firmados ante testigos, y hubiera un reconocimiento legal de su separación, tal vez ella pudiera seguir adelante con su vida.
Aunque eso no incluía volver a casarse con otra persona.
¿Cómo iba a poder hacerlo, si seguía amando a Dominick?
Lo amaba, pero sabía que no podía vivir con él, porque Dominick jamás podría sentir lo mismo que ella. Como esposa, ella no había sido más que un adorno en su ordenada vida, un accesorio.
–Tengo que hablar contigo adecuadamente, Dominick, y no puedo hacerlo por teléfono…
–No estarás sugiriendo que nos encontremos, ¿verdad? –comentó Dominick con desprecio.
Kenzie suspiró.
Ella tenía tan pocas ganas de verlo como él. ¡Sería muy doloroso verlo y recordar que nunca la había amado, y que nunca la amaría como ella lo amaba a él!
Pero ella sabía que la negativa de Dominick a verla tenía otro origen. Ella representaba su único fracaso. Y el fracaso, como ella bien sabía, era muy difícil de reconocer. Y menos por Dominick.
¡De hecho, ella había estado esperando durante aquellos cuatro meses algún movimiento de desquite de parte de él por haberse atrevido a dejarlo!
Al ver que no había sucedido, ella había pensado que tal vez la venganza fuera su silencio, porque suponía que Dominick podía imaginarse perfectamente la inquietud que podía provocarle a ella. Y debía de estar disfrutando con ello.
–Tengo que verte. Tengo que pedirte algo –dijo ella.
A pesar de su situación, ella se moría por verlo. Pero no al hombre frío y distante de su último encuentro, el hombre que adivinaba al otro lado del teléfono, por su tono de voz. Sino al hombre que ella había amado y amaba.
–Tengo que… pedirte un favor, Dominick –insistió Kenzie.
–¿A mí? –preguntó, asombrado, Dominick.
¡Dominick recordaba claramente que el día que Kenzie se había marchado, le había dicho que jamás le volvería a pedir algo!
Excepto el divorcio, claro.
–¿Tienes la desfachatez de aparecer después de cuatro meses y pedirme algo?
–Dominick, por favor…
–¡No! ¡Tú, por favor! –la interrumpió–. Tú me dejaste, Kenzie. Y te fuiste a los brazos de otro hombre. ¿Y ahora quieres que te haga un favor?
–¡No te dejé por otro hombre! –respondió ella con energía, sabiendo que él nunca le había creído.
–No es lo que tengo entendido –dijo Dominick.
–Tú no sabes nada de mí, Dominick –suspiró ella–. Nunca lo has sabido.
El shock por haber vuelto a saber de ella había pasado ya. Y ahora tenía la sospecha de que aquella conversación era una coincidencia. Al fin y al cabo, Kenzie no sabía que la espada de Democles estaba por caer sobre ella.
–No… El favor que tengo que pedirte no es para mí. Bueno, realmente no. Tal vez… –dijo, incómoda.
–Eso lo juzgaré yo. Dime qué necesitas de mí, y yo te diré si te lo concedo.
–Por teléfono no, Dominick. Necesito explicarte algunas cosas primero, para que comprendas. ¿Podemos vernos para comer?
Dominick levantó la ceja al escucharla. Una cosa era hablar con ella por teléfono y otra verla personalmente.
–¿Hoy?
–Sí, claro, hoy. Si es posible –agregó Kenzie bruscamente.
Dominick abrió la agenda innecesariamente, porque ya sabía que aquel día estaba libre a la hora de la comida.
–Me temo que no es posible. Pero esta noche voy a cenar en Rimini a las ocho, si quieres acompañarme.
Kenzie se encogió al pensar en cenar con Dominick. No se trataba de un ambiente bullicioso e informal a horas de oficina. Ellos habían ido muchas veces allí a cenar.
–¿No podemos encontrarnos para tomar una copa o algo así antes de que vayas a cenar? Lo que tengo que pedirte sólo me llevará unos minutos, y…
–¿Tienes miedo, Kenzie? –la interrumpió Dominick.
–¿De ti? En absoluto… –respondió ella–. Sólo que no comprendo para qué vamos a estropearnos la noche mutuamente.
–Sólo la mía. Después de todo has sido tú quien ha propuesto este encuentro, así que tengo derecho a poner las condiciones.
¡Ella había imaginado que Dominick diría eso!
–Entonces supongo que tendré que aceptarlas, ¿no?
–Es mejor que no parezcas muy entusiasmada con la idea, Kenzie. Así no me hago una idea equivocada.
–Yo que tú, no me la haría. No ha cambiado nada. Simplemente tengo que hablar contigo.
–Debe de ser algo muy importante si estás dispuesta a volver a verme –Dominick sonrió malévolamente.
Luego se puso serio al recordar que Kenzie lo había dejado diciéndole que él era incapaz de amarla como ella lo amaba a él, y que después de nueve meses de estar casada no podía seguir viviendo con él.
Pero aquello había sido una mentira para ocultar su aventura con Carlton.
Dominick se puso completamente serio cuando imaginó a Kenzie en brazos de otro hombre, acostándose con él.
Él sabía que, a pesar de sus promesas de amarlo y serle fiel en su matrimonio, Kenzie había estado involucrada en la relación con otro hombre durante semanas, antes de que su matrimonio llegara a su fin.
Pero ahora, al parecer, ella necesitaba algo de él.
Su venganza caería sobre Jerome Carlton solamente. Pero sabía que la caída del poder de Carlton afectaría el mundo de Kenzie también.
Pero Kenzie había vuelto a aparecer en su vida.
Y él disfrutaría. Haría como la araña con la mosca.
KENZIE no tenía idea de qué hacía sentada en un restaurante esperando cenar con Dominick Masters, su casi ex marido.
Él llegaba tarde. Deliberadamente, estaba segura. Para ponerla nerviosa.
¡Como si no se sintiera suficientemente nerviosa ya!
Un hecho del que Dominick se daría cuenta. Como también se daría cuenta de la seriedad de la situación para que ella hubiera estado dispuesta a llamarlo, y estar esperando allí.
Y por eso debía de estar haciéndola esperar.
Su rostro era bien conocido, y despertaba la curiosidad de los otros clientes del restaurante. No sólo había aparecido en la televisión muchas veces, sino que ahora era la cara de Cosméticos Carlton.
Kenzie Miller, modelo internacional, llevaba esperando quince minutos, sentada sola a una mesa de dos. ¡Evidentemente, la persona con la que había quedado le había dado plantón!, pensaría la gente.
Seguramente aquello era una pequeña venganza de Dominick por haberlo abandonado. Pero si él no aparecía en tres minutos, ella se marcharía…
En aquel momento apareció Dominick.
Y ella se puso tensa y sintió un estremecimiento ante su proximidad.
Su atracción hacia él todavía seguía allí. Y aquello la contrariaba.
Dominick estaba increíblemente atractivo, pensó Kenzie, al verlo con aquel traje oscuro a medida y aquella camisa blanca de seda. Ella imaginó su cuerpo musculoso y fuerte debajo de aquella ropa.
Él ni siquiera estaba mirando en dirección a ella. «¡Maldito sea!», pensó ella. Lo vio hablando con el maître relajadamente.
A ella se le hizo un nudo en el estómago. Y de pronto se dio cuenta de la magnitud de lo que estaba haciendo.
Pero no tenía opción.
Dominick caminó hacia su mesa, aparentemente indiferente a la presencia de ella. ¡Y al hecho de llegar veinte minutos tarde!
–Espero no haberte hecho esperar –dijo Dominick fríamente cuando se sentó frente a ella–. Ha habido algo importante en el último momento.
Estaba tan atractivo como siempre.
Dominick había visto a Kenzie en cuanto había llegado al local, y al verla se había quedado impresionado. Se había detenido a hablar con el maître para que le diera tiempo a recuperarse y estar más controlado cuando la viera.
Kenzie estaba hermosa aquella noche, con su pelo negro suelto cayéndole por la espalda, y aquel vestido verde sin tirantes, que dejaba al descubierto unos hombros de satén y el comienzo de unos pechos blancos. Su vestido hacía juego con sus ojos de esmeralda, bordeados de unas larguísimas pestañas oscuras. Y aquellos labios carnosos, promesa de una pasión que ella había conocido con él.
Pero Kenzie no era sólo hermosa. Tenía algo más. Una gracia y una sensualidad innata.
La primera vez que la había visto había sentido como si alguien le hubiera dado un puñetazo. Y en aquel momento, en otras circunstancias, sintió lo mismo cuando la miró.
Pero disimuló sus sentimientos.
–Tienes buen aspecto, Kenzie –dijo Dominick, mientras asentía con la cabeza para agradecer al camarero que les estaba sirviendo dos copas del vino que Dominick pedía siempre cuando cenaba allí–. Al parecer, te sienta bien tener un amante.
–Parece que tu imaginación no deja de trabajar, Dominick –respondió ella, echándose el pelo hacia atrás, tratando de no verse afectada por su presencia.
Ella se había arreglado cuidadosamente para su encuentro, decidiendo llevar el pelo suelto como le gustaba a Dominick, y un vestido ajustado que resaltaba su figura.
Necesitaría todas las armas posibles para contrarrestar el desprecio de Dominick, y había decidido acudir a la belleza de su cuerpo y de su rostro, con los que había hecho una fortuna, y sacarles provecho. Aunque sólo fuese para mostrarle a Dominick lo que había perdido dejándola marchar, en lugar de sentarse con ella y solucionar sus diferencias hablando.
A sus veintisiete años, y después de ocho años de una carrera exitosa como modelo, nunca había sido capaz de soportar aquella mirada fría y analítica de Dominick que no dejaba entrever nada de sus sentimientos.
Si es que tenía alguno.
Además del deseo físico, por supuesto.
Jamás había visto amor brillando en aquellos ojos oscuros, ni por ella ni por nadie.
–Prefiero no imaginar nada relativo a ti y a Jerome Carlton –respondió él–. Sólo te estaba diciendo que la ruptura de nuestro matrimonio no ha afectado a tu belleza.
Si él la hubiera visto pasar horas junto a la cama de hospital de su padre, rogando que éste viviera, Dominick se habría dado cuenta de que no siempre estaba hermosa, y que algunas veces se derrumbaba emocionalmente.
–Bien –dijo ella–. Intentaré explicarte por qué necesito hablar contigo…
–Me gustaría pedir la comida primero, si no te parece mal –la interrumpió.
Ella no podía comer nada. El verlo y sentir que todavía lo amaba y que él no correspondía a su amor le resultaba muy doloroso.
–Adelante. Yo no pediré nada, si no te importa –Kenzie cerró la carta que le habían dado sin siquiera mirarla.
Dominick la miró en silencio, sabiendo que Kenzie no era una de esas modelos que tenían que matarse de hambre para permanecer delgadas, que su delgadez era tan natural como su belleza.
Dominick le agarró la barbilla y levantó su rostro, y ella tuvo que mirarlo.
Ella había aprendido a disimular más sus emociones en aquellos cuatro meses, pensó él, al ver que ella le mantenía la mirada.
Sin embargo, mientras él seguía mirándola, notó que había pocos cambios en ella. Sus ojos verdes parecían cansados, su rostro parecía pálido debajo del maquillaje, y su delgadez, ahora que él tenía tiempo de mirarla con más detalle, era casi fragilidad.
–¿Qué ha pasado, Kenzie? –le preguntó él–. Supongo que Jerome Carlton no habrá defraudado tus expectativas también, ¿no?
Ella suspiró profundamente.
–¿Por qué no me has creído nunca cuando te he dicho que jamás he tenido una relación personal con Jerome? –ella agitó la cabeza.
«¿Por qué?», pensó él. Porque él sabía cómo Jerome la había perseguido hacía cinco meses, desesperado por conseguir que Kenzie fuera el rostro de su línea de productos de belleza.
Y con la crisis que había sufrido su matrimonio recientemente, él sabía que había sido muy fácil para Jerome Carlton seducir a Kenzie, y convencerla de que aceptase el contrato con su empresa y para que fuera parte de su vida.
Él sabía todas esas cosas porque Jerome Carlton se había deleitado en contárselas.
–¿En dónde cree Jerome que estás esta noche? –la desafió–. Seguramente, no cenando conmigo, ¿verdad?
Ella dejó escapar un suspiro de impaciencia.
–No he venido a hablar de Jerome contigo. Yo… De hecho hace semanas que no lo veo. Mi padre ha estado enfermo, y…
–¿Donald? –repitió Dominick, haciendo un gesto con la mano al camarero que fue a tomarles nota. Estaba demasiado interesado en lo que estaba contándole Kenzie como para distraerse con el camarero.
Sólo había visto tres veces a su padre durante su matrimonio con Kenzie, pero le había caído muy bien el hombre, y había admirado lo bien que había sobrevivido siendo el único miembro masculino de una casa dominada por su esposa y sus cuatro hijas.
Kenzie tragó saliva.
–Hacía unos meses que no se sentía bien, y hace un mes había tenido un ataque al corazón…
–¿Por qué diablos no me lo has dicho? –preguntó Dominick.
Ella pestañeó, sorprendida. Dominick no era una persona apegada a la familia. Provenía de un matrimonio separado cuando él tenía ocho años, y luego había tenido un montón de padrastros y madrastras. Aquella circunstancia podría haber hecho que diera la bienvenida a una familia tan unida como la de Kenzie, pero no lo había hecho. Él no quería ni confiaba en la familia, y había mantenido distancia tan física como emocional con todos ellos.
Y distancia emocional con ella.
–¿Por qué iba a hacerlo? –preguntó ella–. Nunca has demostrado ningún interés en mi familia cuando estuvimos casados, así que, ¿cómo iba a imaginar que te iba a interesar ahora que estamos divorciados?
–Separados –la corrigió Dominick–. No he firmado los papeles de divorcio todavía.
No, no lo había hecho, pensó Kenzie, y no comprendía por qué. Ella había pensado que se alegraría de terminar con ella y con aquel matrimonio que tanto deseaba él que jamás hubiera tenido lugar. Pero varias semanas más tarde de haber enviado los papeles, Dominick seguía sin firmarlos ni devolvérselos.
–Es sólo un asunto técnico –comentó ella–. Yo… –se calló cuando un camarero sirvió los entremeses en el centro de la mesa y se marchó discretamente.
Dominick sonrió al camarero, agradeciendo que el hombre se diera cuenta de la tensión entre ellos y de que hubiera adivinado que no pedirían nada más. O tal vez sólo fuera otra persona que encontrase fascinante la belleza de Kenzie, pensó él.
Kenzie también pareció confusa.
–¿Cómo están tus padres? –preguntó
Él agitó la cabeza. Kenzie sólo había visto a sus padres una vez, por separado, por supuesto, en la que su padre había estado coqueteando y su madre había estado interesada en los productos de belleza que usaba Kenzie para mantener su belleza natural.
–Igual –contestó él–. Y deja de intentar cambiar de tema, Kenzie. Cuéntame lo de tu padre.
Ella, ausente, tomó una gamba del plato y se la metió en la boca antes de contestarle.
Dominick miró sus labios, labios que había besado y que lo habían besado y le habían dado placer.
¡Dios! ¡Cuánto la deseaba todavía!
Y cuanto deseaba no hacerlo.
Su lengua se movió para humedecer aquellos labios, y luego Kenzie repitió:
–Tuvo un ataque al corazón.
Dominick se imaginó el golpe que debía de haber sido para las mujeres de la familia, para Nancy, su esposa desde hacía treinta años, para la hija menor, Kathy, para Carly y Suzie, y para la hija mayor, Kenzie. Adoraban a Donald.
Kenzie… ¿Qué querría ella de él? Tenía dinero suficiente para dar el mejor cuidado a su padre…
Kenzie decidió que era hora de saber si Dominick la ayudaría.
–Mi hermana Kathy se va a casar el sábado. Kathy quería cancelar la boda hasta que mi padre estuviera mejor, pero él no quiere que cambien los planes.
Dominick frunció el ceño.
–¿Y quieres que le envíe un regalo de bodas…?
–No, por supuesto que no –ella suspiró.
No era tan sencillo.
–Supongo que no querrás que vaya del brazo de Kathy en lugar de tu padre, ¿no?
–¡No seas ridículo! –exclamó Kenzie, impaciente–. Lo que quiero… Lo que necesito de ti… Esto no es fácil para mí, Dominick… –susurró con lágrimas en los ojos.
–En eso no puedo ayudarte –respondió Dominick.
Ella se daba cuenta de que el fracaso de su matrimonio no había sido sólo culpa de él. Su amor romántico por él había hecho que ella se convenciera de que él la amaba. Pero él nunca se lo había dicho. Jamás le había mentido.
Hasta que se había enfrentado a la realidad.
–El asunto es, Dominick, lo que quiero de ti… Es que vengas a la boda de Kathy el sábado –lo miró para ver su reacción.
Él se sorprendió, pero rápidamente ocultó toda emoción.
Dominick agitó la cabeza.
–¿Por qué?
–¡Porque todos esperan verte allí!
–¿Por qué?
–¡Porque no le he dicho a mi familia que estamos separados! –miró a Dominick.
Éste frunció el ceño. Se extrañó de que su familia no lo supiera. Afortunadamente los periódicos no se habían enterado de su ruptura todavía. El hecho de que ambos viajasen al extranjero habitualmente y que estuvieran largas temporadas separados, probablemente fuera el motivo de ello. Pero ¿por qué Kenzie no se lo había dicho a su familia por lo menos?
No tenía sentido aquello para él.
Kenzie intentó soportar la intensidad de la mirada de Dominick, ya que ella no se lo había dicho a su familia porque internamente había tenido esperanzas de que fuera algo pasajero.
Pero la realidad era que había tenido esperanzas durante semanas. Simplemente no había podido aceptar que Dominick no pudiera devolverle al menos parte del amor que ella sentía por él, y que una vez que estuvieran separados se daría cuenta de cuánto la amaba. Y también había tenido esperanzas de que se convenciera de que ella no tenía nada que ver con Jerome Carlton.
Y aquella esperanza había tenido que ver con su deseo de reconciliación con él.
No había sido difícil ocultárselo a su familia. Ella había estado en América casi un mes después de la separación y, usando siempre su móvil y su correo electrónico, había logrado ocultar su cambio de domicilio. Nadie le había preguntado por qué Dominick no estaba con ella cuando iba a visitarlos, porque sabían lo ocupado que estaba él y cuánto viajaba por negocios. Su explicación de que él estaba en Australia cuando su padre se había puesto enfermo había sido aceptada por todos.
Pero ella había esperado en vano que Dominick se diera cuenta de cuánto la quería. Ni siquiera los papeles del divorcio habían hecho que él reaccionase. Así que finalmente había tenido que aceptar que él no la amaba ni la había amado nunca, y que su matrimonio había terminado.
Y entonces había sabido que tenía que decirle la verdad a su familia.
Pero entonces su padre había tenido un ataque al corazón, y durante el último mes ella se había olvidado de todo, excepto de desear que su padre se recuperase.
Y lo había hecho. Y los médicos tenían esperanzas de que, con el tiempo, y sin estrés, se recuperaría totalmente.
Mientras tanto, la boda de su hermana era el sábado, y su familia no tenía ni idea de que Dominick y ella ya no estaban juntos.
Su padre no tenía que sufrir estrés, le habían dicho los médicos. Definitivamente no era el momento de decirle que su matrimonio había fracasado.
POR QUÉ no se lo has contado, Kenzie? –preguntó Dominick.
–¿Y reconocer delante de ellos lo estúpida que he sido, que nuestro matrimonio sólo duró nueve meses? –contestó ella–. Iba a decírselo, ¡pero todos estaban tan concentrados en los planes de la boda de Kathy! Y luego Carly anunció que iba a tener un niño, e inmediatamente después también Suzie dijo que estaba embarazada… No he podido…
–Kenzie…
–¡No empieces! –exclamó Kenzie, mirándolo a los ojos–. ¡Tú has dejado muy claros tus sentimientos acerca de traer hijos al mundo hace cinco meses!
El tema de los hijos jamás lo habían tratado durante el tiempo que habían salido juntos y en los primeros meses de matrimonio. Así que había sido una sorpresa para Dominick cuando Kenzie le había preguntado por la idea de que tuvieran un bebé.
Kenzie parecía haberse apartado un poco de él después de que él le hubiera mostrado su rechazo a la sola idea de contemplar aquella posibilidad. Al poco tiempo Kenzie había dejado de ser la feroz amante y la risible compañera de sus primeros meses de matrimonio. Luego, un mes más tarde, le había dicho que había decidido aceptar la oferta de Cosméticos Carlton y que se marchaba a América la semana siguiente.
Y en aquel momento Dominick había cometido el error más grande de su vida, haciéndola elegir entre Cosméticos Carlton y él, diciéndole que si se marchaba, no se molestase luego en regresar.
Kenzie no sólo se había marchado, sino que Jerome Carlton había estado a su lado cuando lo había hecho.
Cosméticos Carlton, Dominick lo sabía, era una empresa dirigida por una familia. Jack Carlton se había jubilado hacía varios años y le había dejado la dirección del negocio a su hijo mayor, Jerome. Pero sus hermanos menores, Adrian y Caroline, eran importantes accionistas.
Dominick lo sabía porque en los últimos meses se había ocupado de averiguarlo.
–Yo… ¿Comprendes mi problema, Dominick? –preguntó Kenzie.
–Oh, lo comprendo, Kenzie –respondió él fríamente–. Supongo que no te podrás presentar en la boda con tu actual amante, ¿verdad?
–Eso es imposible. Quiero decir la verdad a mi familia, Dominick. Pero ahora… ¿Vendrás a la boda el sábado o no? Hazlo por mi padre, aunque sólo sea –agregó ella, suplicante.
–Esto es un chantaje emocional, Kenzie, ¡y tú lo sabes!
–Sé que es mucho que pedir. Realmente no te habría molestado si no fuera tan importante para mí, o mejor dicho, para mi padre. Te agradecería mucho que hicieras esto por mí, Dominick…
–Dime si me equivoco, Kenzie, pero parece que estás dispuesta a hacer un gran sacrificio para convencerme –murmuró él.
–¡Por supuesto que no! No he querido decir… No es eso lo que he querido decir… ¡Oh, esto es un lío! ¡Olvida que te lo he pedido! ¡Olvídate de que te he dicho esto! ¡Intentaré resolver el problema de otro modo! –agregó con determinación.
Dominick miró sus manos, aquellas manos que solían tocarlo y acariciarlo. ¡Las manos que ahora acariciaban a otro hombre!
–¿Qué vas a hacer, Kenzie? ¿Vas a decirles que estoy muy ocupado con los negocios y que no podré ir a la boda de Kathy? –se burló él.
Ella había intentado dar esa excusa el fin de semana anterior cuando había ido a visitar a su familia. A lo que su padre había contestado que por supuesto Dominick estaría de regreso de su viaje de negocios a Australia a tiempo de asistir a la boda de Kathy, que seguramente la sorprendería llegando por sorpresa.
–Les dije que estás de viaje por Australia, pero mi padre está seguro de que harás el esfuerzo de regresar a tiempo.
–¡Me alegra saber que algún miembro de la familia tiene confianza en mí! –respondió Dominick.
Kenzie abrió la boca para protestar. Luego la volvió a cerrar. ¿Qué podía decir que no empeorase las cosas?
–Éste no es el lugar para una conversación como ésta –dijo él. Agarró su copa de vino y tomó un sorbo. Luego se puso de pie–. Vayámonos de aquí –agregó.
Y la agarró del brazo cuando ella se puso de pie.
Ella tuvo que hacer un esfuerzo para no temblar cuando él la tocó, para que no Dominick no se diera cuenta de cuánto le afectaba su tacto.
Dominick la llevó agarrándola del codo, asintiendo con la cabeza para agradecer la atención del maîtremientras pasaba. Tenía cuenta con el restaurante, y daría su propina a final de mes cuando se la pasara.
–¿Adónde vamos? –preguntó ella cuando vio que Dominick llamaba a un taxi con la mano.
–A mi apartamento.
–¿A tu apartamento? ¿Donde tú y yo…?
–Vivimos después de casados –dijo él–. Pero ese apartamento ha sido mi hogar en Inglaterra durante cinco años. ¿Por qué iba a tener que molestarme en mudarme?
Ella asintió mentalmente.
Kenzie aceptó entrar en el taxi, pero se sentó lo más apartada que pudo de él en el asiento para que sus muslos no se rozaran.
Dominick tenía casa en todos los lugares adonde viajaba por negocios. No le gustaban los cambios ni los hoteles. Tal vez fuera por la infancia errática que había tenido, durante la cual no había tenido un verdadero hogar.
Ella no quería ir al apartamento de Dominick, el hogar que habían compartido, porque le traería demasiados recuerdos de su vida íntima con él.
Pero estaba dispuesta a seguir a Dominick adonde fuese hasta que Dominick le dijera un «no» definitivo a la idea de acompañarla a la boda.
Al menos, ahora la estaba escuchando, pensó.
–¿Te apetece un coñac? –le ofreció Dominick cuando llegaron al apartamento mientras se servía un coñac.
Ella decidió beber otro para calmar sus nervios.
–Sí, gracias –dijo ella.
Él le dio la copa y luego sirvió otra para él.
Dominick la observó beber y se dio cuenta de que en aquellos meses la había echado de menos en su vida y no sólo en la cama.
Muchas veces había querido hablar con ella, reír con ella…
–Estábamos hablando del sacrificio que ibas a hacer para convencerme de que te acompañe a la boda de Kathy, ¿no?
Kenzie había estado a punto de beber otro sorbo de coñac, pero tosió bruscamente al oír el comentario de Dominick.
–¡Cuidado! –Dominick le golpeó la espalda, con demasiado entusiasmo a juicio de Kenzie.
No hacía falta que fuera tan enérgico.
–¡Lo has hecho a propósito! –exclamó cuando pudo hablar.
–¿Quieres más coñac? –él agarró su copa.
–No, gracias. Esto ha sido un error…
–¿Cómo lo sabes, si todavía no te he dado mi respuesta? –la desafió.
Ella agitó la cabeza.
–Estás jugando conmigo, Dominick. Estás disfrutando perversamente con mi incomodidad, cuando sabes perfectamente que me vas a decir que no.
–Eso no lo sé. Y tú tampoco.
Kenzie suspiró, frustrada.
–No sé cómo se me ha ocurrido apelar a tu naturaleza bondadosa…
–¿Teniendo en cuenta que yo no tengo naturaleza bondadosa? –agregó Dominick.
Eso no era verdad. Dominick tenía sus defectos, pero ella jamás habría podido enamorarse de él si no hubiera tenido un lado más suave y más encantador.
Pero al estar nuevamente con Dominick le hacía darse cuenta de lo equivocada que estaba en pensar que él querría que ella volviera con él y que ella sería la mujer a la que él podría amar. Ella había sido una tonta, una estúpida romántica.
Y no había visto aquella parte suave de él desde el día en que ella le había dicho que aceptaría la oferta de Cosméticas Carlton, y que eso implicaría marcharse un mes a América.
Habían atravesado un momento difícil en su matrimonio, y ella había pensado que un mes separados les daría tiempo para pensar y tal vez llegar a algún acuerdo sobre sus diferencias sobre el tema de tener hijos.
Pero Dominick la había acusado de tener una relación personal con Jerome Carlton, de tener una aventura con él, y no una relación laboral. Y no había creído su negación de aquel hecho.