Divorcio apasionado - Kathie Denosky - E-Book

Divorcio apasionado E-Book

Kathie Denosky

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Beschreibung

No iba a ser tan fácil romper con la pasión que les unía. Blake Hartwell era un apuesto campeón de rodeos con todo el dinero que pudiera desear y muy buena mano con las damas. Sin embargo, Karly Ewing tan solo deseaba divorciarse de él. El precipitado romance que vivieron en Las Vegas terminó en boda, pero dar el sí quiero fue un error; por ello, Karly fue al rancho de Blake con los papeles del divorcio en la mano, pero una desafortunada huelga la dejó aislada con el único hombre al que no podía resistirse. ¿Conseguiría la tentación que aquel romance terminara felizmente o acaso los secretos de Blake acabarían separándolos para siempre?

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2016 Kathie Denosky

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Divorcio apasionado, n.º 2102 - julio 2017

Título original: The Rancher’s One-Week Wife

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-038-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

Blake Hartwell sacudió horrorizado la cabeza cuando escuchó cómo los bajos del deportivo rojo golpeaban contra el suelo al tomar el primero de la larga sucesión de baches que jalonaban el sendero de tierra que conducía a la casa del capataz. Estaba cepillando un caballo que había atado a un lado del corral y decidió en ese mismo instante que, fuera quien fuera quien estuviera conduciendo aquel deportivo, tenía que ser forastero. Los nacidos en las zonas rurales de Wyoming tenían el suficiente sentido común como para no conducir un coche tan bajo por los caminos de tierra de la montaña. Lo único que se podía conseguir así era hacerle un agujero al depósito del aceite o al tubo de escape del coche.

–Sea quien sea, espero que esté dispuesto a marcharse andando si tiene una avería, porque yo no pienso llevar en mi coche a un ignorante así –musitó Blake mientras observaba cómo el sol de la tarde iba desapareciendo por el oeste.

El coche se detuvo por fin junto a la casa del capataz, justo al lado de la furgoneta de Blake. Cuando se abrió la puerta y Blake vio que salía de su interior una rubia de largas piernas, sintió que el corazón se le detenía en el pecho y que le resultaba imposible respirar.

Blake agarró el cepillo que había estado utilizando para cepillar a Boomer con tanta fuerza que, si hubiera dejado sus huellas en la madera, no se habría sorprendido en absoluto. Al ver cómo la rubia se dirigía hacia él tan rápido como se lo permitían los tacones de aguja que llevaba puestos, tragó saliva.

Esbelta y elegante con un ceñido vestido negro, el delicado cuerpo de la mujer se movía como el de una pantera negra al acecho. La parte inferior del cuerpo de Blake se tensó, aunque no supo si la razón era verla en aquel instante o recordar cómo aquellas largas piernas le habían rodeado la cintura cuando hacían el amor.

–¡Qué diablos! –musitó Blake en voz muy baja–. ¿Qué es lo que quiere ahora?

Boomer golpeó el suelo con una de las patas delanteras y miró hacia atrás, como si quisiera preguntar a Blake si conocía a aquella mujer.

Blake respiró por fin y prosiguió cepillando al caballo. Claro que la conocía. La conocía muy bien. Había conocido a Karly Ewing en Las Vegas en el mes de diciembre. Ella estaba de vacaciones y Blake había ido a la ciudad para competir en las finales de rodeo. Se habían tropezado por casualidad en el vestíbulo del Caesar´s Palace y él estuvo a punto de no poder impedir que cayera al suelo. Para disculparse por lo ocurrido, la convenció para que le permitiera invitarla a una copa. Habían terminado charlando durante horas. La química entre ellos fue explosiva. Se convirtieron en amantes tan solo horas después. A finales de semana eran ya marido y mujer y, una semana más tarde, habían pedido el divorcio.

Ella se detuvo a poca distancia del caballo. Parecía algo insegura, como si no supiera cómo la iba a recibir Blake.

–Ho-hola, Blake.

La voz fluía entre sus labios igual que la seda, y eso le recordó a Blake cómo había soñado con ella murmurando su nombre mientras él le daba placer. Blake apretó los dientes y siguió cepillando a Boomer.

No iba a permitir que ella volviera a hacerle daño una vez más. Había tardado meses, después de aquella maldita llamada el día de Nochevieja, cuando ella le dijo que quería divorciarse, en volver a dormir bien. Para Blake, ya habían hablado de todo lo que tenían que hablar.

–¿Qué te trae al rancho Wolf Creek, Karly? Hace ocho meses ni siquiera estuviste dispuesta a venir a verlo –añadió sin darle tiempo a ella para responder–. De hecho, dijiste que no tenías interés alguno por saber nada de este lugar perdido de la mano de Dios.

Mientras Blake viviera, jamás olvidaría lo mucho que le había dolido aquel comentario de odio hacia la tierra que él tanto amaba. El rancho llevaba en su familia ciento cincuenta años, y él se había pasado la mayor parte de su vida de adulto tratando de recuperarlo de las manos de la cazafortunas de su madrastra después de la muerte de su padre. Finalmente, consiguió su objetivo hacía casi dos años. Cuando Karly se convirtió en su esposa, había estado deseando enseñárselo. Sin embargo, ella no se había dignado a visitarlo y se había negado a vivir allí con él.

Se volvió para observarla y tuvo que hacer un gran esfuerzo para ignorar el efecto que Karly ejercía en él cuando lo miraba con aquellos increíbles ojos azules.

–¿A qué viene este repentino interés por un lugar del que no tenías deseo alguno de saber nada?

Karly se sonrojó. Parecía estar un poco avergonzada.

–Yo… Bueno, siento haberte causado la impresión equivocada, Blake. No es que no creyera que el rancho era muy hermoso… –dijo ella mirando a su alrededor.

Blake dejó de cepillar el caballo y se apoyó en el noble animal para mirarla con expectación.

–Entonces, ¿qué creíste?

Mientras la miraba fijamente esperando una respuesta, una ligera brisa le agitó el largo cabello a Karly, dorado como la miel. Recordó lo sedosos que eran aquellos mechones, cuando los acariciaba entre los dedos mientras la besaba. El cuerpo se le tensó de excitación, por lo que se alegró de que el caballo se interpusiera entre ellos. Al menos, Karly no podría comprobar cómo aún ardía por ella.

–Yo siempre he vivido en la ciudad y… No importa.

–¿Qué estás haciendo aquí, Karly? –le preguntó Blake. Estar a su lado le resultaba un infierno, por lo que cuanto antes regresara ella a Seattle, antes podría centrarse él en olvidarla.

Cuando Karly respiró profundamente, Blake trató de no fijarse en sus perfectos senos.

–Tenemos que hablar, Blake.

–No sé de qué crees que tenemos que hablar ahora –replicó él sacudiendo la cabeza–. Creo que prácticamente nos dijimos todo lo que había que decir hace ocho meses. Yo quería que nuestro matrimonio funcionara. Tú no. Fin de la historia.

–Por favor, Blake –susurró ella. Cuando Boomer resopló con fuerza y se volvió para mirarla, Karly lo miró con aprensión antes de continuar–. No estaría aquí si no fuera importante. ¿Podríamos ir a algún sitio en el que pudiéramos hablar? Te prometo que no te robaré mucho tiempo.

Blake suspiró. Resultaba evidente que ella no se iba a marchar hasta que hubieran hablado. En realidad, él también tenía que hablar con ella. Aún no había recibido una copia de los papeles del divorcio y quería tenerlos.

–La puerta está abierta –le dijo por fin mientras le indicaba la casa del capataz–. Estás en tu casa. Yo iré en cuanto haya metido a Boomer en su establo.

Karly abrió la boca como si quisiera decir algo más, pero se limitó a asentir antes de darse la vuelta y dirigirse lentamente hacia la casa sobre sus altos tacones de aguja. Blake observó el suave contoneo de sus caderas mientras andaba sobre la tierra con aquellos ridículos zapatos y comenzó a alternar su peso en un pie y en otro para aliviar la presión que los vaqueros le ejercían en la entrepierna. Se había pasado los últimos ocho meses tratando de olvidar el tacto de las suaves curvas de Karly y de sus besos, que eran lo más dulces del mundo. Verla allí, en su casa, donde quería haberla visto desde un principio, le evocaba recuerdos que creía haber dejado atrás.

Sacudió la cabeza y desató al caballo de la valla. No tenía ni idea de qué quería ella hablar. Sin embargo, estaba seguro de que, para haberla hecho viajar desde Seattle hasta Wyoming, tenía que ser bastante importante.

Metió a Boomer en el establo. Tenía que finalizar aquel asunto lo antes posible. Después, Karly se marcharía de su lado para siempre y él se iría con su hermano Sean al bar Silver Dollar, en la pequeña localidad de Antelope Junction. Le pediría a Sean que condujera el coche para que él pudiera olvidarse para siempre de la menuda rubia que había puesto su mundo patas arriba desde el momento en el que la vio.

 

 

Karly abrió la puerta trasera de la casa de Blake y entró en la cocina. Le temblaban las piernas. Había necesitado todo el valor del que disponía para volver a enfrentarse a él. A pesar de que había pensado que había dejado atrás su breve relación y que había seguido con su vida, el efecto que Blake ejercía sobre ella resultaba tan arrollador como lo había sido ocho meses atrás, cuando ella había accedido a convertirse en su esposa.

Blake era tan guapo, tan masculino y tan sexy como recordaba. Anchos hombros, estrechas caderas y largas y fuertes piernas. Tenía un físico que volvía locas a las mujeres. Al contrario que muchos hombres, que debían pasarse interminables horas en el gimnasio, Blake había conseguido aquellos músculos de acero a lo largo de los años que llevaba trabajando en el rancho y compitiendo en rodeos. Era un hombre de verdad, la fantasía hecha realidad de todas las mujeres.

Karly ni siquiera se había imaginado que también era la suya hasta que se chocaron en Las Vegas y él evitó que cayera al suelo. Le había bastado una mirada al vaquero que la sostenía contra su amplio torso para deshacerse a sus pies.

Un delicioso escalofrío le recorrió la espalda cuando recordó lo que había sentido al estar entre sus fuertes brazos, al saborear la pasión de sus besos y experimentar el poder de su deseo cuando hacían el amor. La respiración se le entrecortó y los latidos del corazón se le aceleraron. Trató de no prestar atención a la reacción de su cuerpo.

Lo más duro que había hecho en toda su vida había sido la llamada de teléfono que realizó para decirle a Blake que lo mejor para ambos era dar por finalizado su matrimonio. Había pensado en lo poco que se conocían y no se le ocurría ni una sola cosa que los dos tuvieran en común, aparte de no poder dejar de tocarse. Se le hizo un nudo en la garganta y tuvo que tragar saliva al sentir la emoción que amenazaba con apoderarse de ella.

–Vamos –se dijo–. No ha cambiado nada. Él vive aquí y tú vives en Seattle. No habría salido bien.

Para distraerse, miró a su alrededor. Aunque todos los electrodomésticos eran muy modernos, el resto de la cocina parecía ser tan ruda y masculina como el hombre que vivía allí.

En el centro había una isla con encimera de madera y una amplia variedad de cacerolas y cazos de cobre colgados de una barra de hierro. Los armarios eran de roble, con tiradores negros. Sobre la amplia mesa, había una rueda de carro adaptada como lámpara y, más allá, a través de las ventanas, se divisaba una vista panorámica de las montañas Laramie, que rodeaban el rancho.

–Muy bonito –murmuró ella. El paisaje resultaba tan rudo y fascinante como el hombre al que ella había ido a ver.

Se dirigió al salón. No le sorprendió ver una chimenea de piedra rodeada de muebles de cuero y madera rústica. La sala resultaba acogedora y Karly se sintió como si aquel fuera su hogar, lo que era un pensamiento absolutamente ridículo. Su hogar estaba en Seattle, en su moderno apartamento con vistas a la ciudad. No podía imaginarse cómo hubiera sido vivir en el rancho con Blake. Si este pensamiento no bastaba para convencerla de que había tomado la decisión correcta, no sabía qué otro podía ser.

Sin embargo, al mirar a su alrededor, tenía que admitir que el hogar de Blake le producía una sensación cálida y acogedora que su casa no había poseído jamás. De repente, se vio invadida por una profunda soledad, que hizo todo lo posible por aplacar.

Adoraba su vida en Seattle, tenía un magnífico trabajo en una empresa dedicada a la exportación y a la importación y, aunque no tenía mucha vida social, salía de vez en cuando con sus compañeras de trabajo después de la jornada laboral. Desgraciadamente, casi no recordaba la última vez que esto había ocurrido. En realidad, ya no tenía mucho en común con ellas. Todas estaban casadas o con una relación estable y les interesaba más marcharse a casa con sus parejas que salir con ella.

Resultaba extraño que no se hubiera fijado en eso antes de conocer a Blake. Cuando se percató, podría haberse pensado dos veces lo de terminar con él, pero, al final, no fue así. Karly se resignó a ser la única de su empresa a la que no esperaba nadie en casa.

Cuanto más lo pensaba, más sola se sentía. Sacudió la cabeza para deshacerse de aquellos pensamientos y regresó a la cocina para esperar a Blake. Se encontró con su fuerte torso. Se tambaleó y se habría caído si él no le hubiera agarrado los brazos para impedirlo.

–Lo siento. No quería…

La voz se le quebró cuando sus ojos se encontraron con los hermosos ojos castaños de Blake. Durante un instante, le pareció ver al hombre cálido y compasivo del que había creído estar enamorada. Sin embargo, aquella sensación desapareció rápidamente cuando Blake habló.

–Es mejor que tengas cuidado –dijo él con voz profunda–. Un día de estos, esos ridículos zapatos van a hacer que te rompas un tobillo. Vayamos al despacho para hablar de esto que tú consideras tan importante.

Blake le cedió el paso y dejó que ella entrara primero en el despacho, cuya puerta salía del salón. Karly se acomodó en una butaca que había frente al escritorio y se obligó a permanecer tranquila.

–¿Qué es lo que te ha traído hasta Wyoming, Karly? –le preguntó Blake. Se quitó el sombrero y lo colgó de un perchero que había junto a la puerta–. Estoy seguro de que no se trata de un viaje de placer.

Blake no iba a hacer que aquella reunión resultara fácil, aunque Karly tampoco lo había esperado. Cuando decidieron disolver su matrimonio hacía ocho meses, los dos dijeron cosas terribles a causa de la frustración y el dolor, cosas de las que los dos se arrepentían.

–Por favor, Blake. ¿No podemos al menos…?

–¿Qué esperas de mí, Karly? –le interrumpió él mientras se sentaba en su sillón, al otro lado del escritorio–. No he tenido noticias tuyas desde antes de primeros de año. Después de que pasáramos las Navidades en Las Vegas, regresé a mi casa esperando que mi esposa se reuniría conmigo para la Nochevieja. En vez de eso, recibí una llamada en la que me dijiste que habías cambiado de opinión y que, si quería seguir casado contigo, debía dejar mi vida aquí para mudarme a Seattle porque tú habías decidido que no podías vivir en un lugar perdido de la mano de Dios.

–Eso no es exactamente lo que te dije –replicó ella a la defensiva.

–Casi –afirmó él.

–Tú te mostraste igual de inflexible sobre lo de vivir en la ciudad –le recordó ella.

Karly se sintió un poco culpable. Blake no había resultado tan insultante a la hora de manifestar lo que pensaba de la ciudad como ella lo había sido al dejar clara su idea del rancho. Sin embargo, hablar de lo que se habían dicho en aquella ocasión no era el objeto de aquella visita. Los dos siguieron mirándose durante lo que pareció una eternidad hasta que Karly suspiró y sacudió la cabeza.

–No he venido aquí a discutir contigo, Blake.

–Entonces, ¿por qué estás aquí? Pensé que se había quedado resuelto todo cuando firmé los papeles sin rechistar –dijo él frunciendo el ceño–. Por cierto, me gustaría tener una copia. Me dijiste que tu abogado me los enviaría, pero, como todo lo que me prometiste, se quedó en nada.

Karly se miró las manos. Suponía que Blake tenía razón. Ella le había hecho varias promesas que no había logrado mantener. Las había hecho de corazón pero, cuando regresó a su casa para recoger sus cosas y cerrar el apartamento, pareció recuperar la cordura. El temor al fracaso le hizo cuestionarse todo lo que había ocurrido en Las Vegas.

–Cuando devolví los documentos al señor Campanella después de que tú los firmaras, él me sugirió que presentara la demanda de divorcio yo misma en Lincoln County, al este del estado –contestó ella por fin.

Blake frunció el ceño.

–¿Por qué?

–Las agendas de los tribunales de Seattle están repletas de otros asuntos de familia y se puede tardar hasta un año o más en conseguir una cita –le explicó ella–. Lo único que tuve que hacer fue enviar los documentos firmados al juzgado de Lincoln County y, después de noventa días, el divorcio sería definitivo.

–¿Enviarlos por correo? Pensaba que un abogado y al menos uno de los solicitantes tenían que presentarse ante un juez para pedir un divorcio. Así es como se hace aquí. ¿Es diferente en el estado de Washington?

Karly se frotó las sienes y trató de concentrarse. Eso era lo que había ido a decirle. Precisamente donde todo se complicaba.

–Si se hubiera presentado la petición en Seattle, el señor Campanella habría tenido que estar, pero Lincoln es uno de los únicos dos condados en los que los residentes del estado de Washington presentan los divorcios de mutuo acuerdo enviando los documentos por correo. Ninguno de los solicitantes debe estar presente ni tampoco es necesaria una representación legal. Es muy sencillo –añadió al ver el gesto de escepticismo de Blake–. El juez examina la documentación, firma el divorcio y devuelve los papeles.

–Pues no me parece muy propio de un abogado tratar un caso así –replico Blake–. La mayoría de los que conozco no pierden la oportunidad de ganar un dinero fácil.

–El señor Campanella es el abuelo de una de mis compañeras de trabajo –explicó Karly. Le había agradecido mucho la ayuda a su amiga. Cuando regresó de Las Vegas y se dio cuenta de lo que había hecho, había sentido mucha urgencia por subsanar su error–. Jo Ellen le pidió que me ayudara y él accedió. Me sugirió que utilizara los juzgados de Lincoln County dado que el nuestro era un divorcio de mutuo acuerdo y muy sencillo. Me dijo que me ahorraría tiempo y dinero. Yo estuve de acuerdo y seguí sus instrucciones.

Blake asintió.

–Supongo que tiene sentido si una mujer tiene prisa por librarse de un marido no deseado.

Las palabras de Blake eran muy amargas y cortaron a Karly como un cuchillo. Ella tuvo que tragar saliva para aliviar el nudo que se le había formado en la garganta. Blake no tenía ni idea de lo duro que le había resultado tomar la decisión de no seguir lo que le dictaba su corazón y mudarse al rancho con él. Había sido testigo de la infelicidad y del resentimiento creados cuando su madre siguió también los dictados de su corazón y eso terminó con el matrimonio de sus padres. Karly había pensado que era mejor terminar antes de llegar a tal extremo entre Blake y ella. Desgraciadamente, ya no tenía ningún sentido pensar en los errores y los sufrimientos del pasado.

–Yo nunca dije que tuviera prisa por librarme de ti.

Blake la miró durante un instante antes de encogerse de hombros.

–Eso es discutible, pero no es el tema ahora. Necesito una copia notarial del acta de divorcio.

Karly se mordió el labio inferior y miró a Blake a los ojos. Había llegado el momento de contarle la razón de su visita y disculparse por todo.

–En realidad, ni siquiera yo tengo una copia.

–¿No te han enviado una a ti? –preguntó él muy extrañado.

–No, pero estoy segura de que me la enviarán –respondió ella con evasivas. Tenía que explicarle lo que había ocurrido antes de decirle la razón por la que había viajado hasta Wyoming–. La empresa de importación para la que trabajo me envió a Hong Kong durante varios meses justo antes de que terminara el periodo de noventa días y no pude estar pendiente de ello desde allí –dijo. Se sentía muy molesta al pensar lo mal que había gestionado un asunto tan importante para ambos como el divorcio. Sin embargo, no comprendía la razón por la que se sentía tan mal sobre una decisión lógica y sensata que solo debería haberles procurado alivio a los dos–. Cuando regresé la semana pasada, llamé para preguntar por las copias.

Blake debió presentir que había mucho más, porque frunció el ceño muy enfadado.

–¿Y qué te dijeron?

Karly sacudió la cabeza y respiró profundamente para tomar fuerzas y poder seguir explicando lo ocurrido.

–Llamé al juzgado de Lincoln County para ver si me lo podían mandar…

–Sí, eso ya me lo has dicho. Llamaste por los papeles. ¿Y?

Karly cerró brevemente los ojos y trató de reunir el valor necesario para lo que necesitaba decir. Al abrirlos, se encontró con la mirada penetrante de Blake. Trató de mantener la voz firme.

–Aparentemente, los papeles se perdieron en el correo porque el secretario del juzgado no los ha recibido. Es decir, no hay registro alguno de que hayamos solicitado el divorcio. Parece que seguimos siendo marido y mujer, Blake.

–Seguimos casados –repitió él como si le costara comprender lo que ella le había dicho.

–Sí –dijo ella rápidamente mientras se metía la mano en el bolso y sacaba un sobre. La mano le temblaba ligeramente mientras lo colocaba encima del escritorio–. Siento mucho las molestias. Cuando firmes esos papeles, voy a volar a Spokane y luego iré en coche al juzgado de Lincoln County para entregárselos yo misma al secretario.

–Entonces, todo este tiempo he estado pensando que era un hombre libre y no lo era… –dijo él reclinándose contra la butaca.

–¿Has conocido a alguien? –le preguntó ella sin poder contenerse.

Blake frunció el ceño y la miró fijamente.

–¿Importaría si hubiera sido así, Karly?

«¡Sí!».

–No –mintió–. Yo… temía que esto pudiera haber dado al traste con los planes que pudieras haber hecho con otra persona.

Blake siguió mirándola durante unos instantes antes de sonreír. Entonces, negó con la cabeza y abrió el sobre para sacar los documentos. A continuación, tomó un bolígrafo y firmó donde ella le había indicado con papeles de colores.

–Bueno, pues te tendrás que aguantar conmigo al menos durante noventa días más –dijo él mientras volvía a meter los papeles en el sobre y lo deslizaba por la mesa hacia ella.

Karly hizo un gesto de dolor ante aquel comentario. Sabía que Blake estaba muy desilusionado y triste con la situación.

–Yo… lo siento mucho, Blake. No era mi intención que ocurriera esto.

–Sí, bueno –repuso él con resignación–. Cuando entregues esto en el juzgado, asegúrate de que me envías copias de todo.

–Por supuesto –dijo ella mientras volvía a meter el sobre en el bolso. Entonces, dudó un instante mientras trataba de encontrar la manera de decir adiós y se puso de pie–. Me pondré en contacto contigo si hay algo más que tengamos que hacer.