Educación Crítica e Inclusión - Miguel López Melero - E-Book

Educación Crítica e Inclusión E-Book

Miguel López Melero

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La educación inclusiva es, lejos de lo que pueda pensarse, una práctica educativa revolucionaria. Es la lucha por el derecho a la igualdad/equidad con derecho a la diferencia. Necesitamos una educación crítica e inclusiva si aspiramos a construir una sociedad sin exclusiones. Una postura que exige la transformación de la escuela y de todo lo que deba ser cambiado para hacer efectivo el derecho a la educación de todas y todos sin excepción. Una escuela pública que esté a la altura del sueño pedagógico freireano de la concientización crítica.      Este libro nace de una visión compartida sobre la educación inclusiva que pone el eje de análisis en la necesidad de construir una escuela pública sin exclusiones. Estamos convencidas de que lo más humano, lo más justo, es valorar y reconocer la diferencia como un derecho y un elemento de valor. La negación, la invisibilidad, la persecución o el exterminio indiscriminado de lo que se nos presenta como diferente representa, a nuestro juicio, una de las principales causas de la crisis política, social y educativa que vivimos en la actualidad.   El análisis que aquí se presenta describe, en primer lugar, qué entendemos por el derecho de todas las personas a una educación equitativa y de calidad. Subrayando, por tanto, el valor de la diferencia en el contexto educativo. En segundo lugar, propone la necesidad de construir otra escuela pública, exponiendo las barreras que lo están impidiendo para luego ofrecer otra manera de concebir la escuela pública como un lugar donde nadie se sienta excluido, subrayando los principios de acción necesarios y ofreciendo una propuesta para una nueva escuela pública.

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A las familias, docentes y alumnado que luchan por una verdadera educación pública, que no han perdido la ilusión y aún son capaces de soñar que un mundo sin exclusiones es posible.

Índice
Introducción
Capítulo 1. El derecho a la educación
Capítulo 2. Barreras que Impiden la Escuela sin Exclusiones
Capítulo 3. Una nueva escuela pública como espacio de resistencia frente a las exclusiones y las injusticias sociales
Capítulo 4. Cerrando el círculo: la construcción de una sociedad sin exclusiones
Referencias bibliográficas

“No seremos capaces de comprender la vulnerabilidad compartida y la interdependencia si no admitimos que nos pasamos unos a otros el aire que respiramos, que compartimos las superficies del mundo y que no podemos tocar al otro sin ser también tocados por él”.(Judith Butler, 2022, p. 21-22).

“Está claro que un educador reaccionario opera metodológicamente en forma diferente que un educador revolucionario”. (Paulo Freire, 1987, p. 121).

Introducción

Este libro nace de una visión compartida sobre la educación inclusiva, en un esfuerzo por sintetizar nuestros pensamientos sobre la necesidad de construir una escuela pública sin exclusiones. Estamos convencidas de que lo más humano, lo más justo, es valorar y reconocer la diferencia como un derecho y un elemento de valor. La negación, la invisibilidad, la persecución o el exterminio indiscriminado de lo que se nos presenta como diferente representa, a nuestro juicio, una de las principales causas de la crisis política, social y educativa que vivimos en la actualidad. En este sentido, agradecemos a la editorial Miño y Dávila por la oportunidad de compartir preocupaciones, reflexiones, sentimientos y afectos, sobre la necesidad de construir una escuela donde nadie se encuentre excluido.

¿Es posible construir una escuela pública sin exclusiones? Nuestra respuesta es que no sólo es posible, sino también necesaria. En el profesorado debemos identificar y transgredir las barreras que impiden la presencia, el aprendizaje y la participación de personas y culturas diversas en la escuela pública. Esta es la cuestión fundamental que tiene planteada en la actualidad la escuela pública. Nosotras, con cierta humildad, vamos a exponer cómo se puede construir esa escuela sin exclusiones. Y para ello vamos a partir del siguiente principio:

El mundo se ha comprometido con la educación inclusiva no por casualidad, sino porque es la base de un sistema educativo de buena calidad que permite a cada niño, joven y adulto aprender y desarrollar su potencial. El género, la edad, la ubicación, la pobreza, la discapacidad,1 el origen étnico, la indigeneidad, la lengua, la religión, la condición de migrante o desplazado, la orientación sexual, la identidad y expresión de género, el encarcelamiento, las creencias y las actitudes no deben ser motivo de discriminación contra nadie en la participación en la educación y la experiencia educativa. El requisito previo es considerar la diversidad de los educandos no como un problema sino como una oportunidad. La inclusión no puede lograrse si se considera un inconveniente o si las personas tienen la convicción de que los niveles de capacidad de los educandos son algo fijo. Los sistemas educativos deben responder a las necesidades de todos los educandos. (Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura [UNESCO], 2020, pp. 20-21).

Las iniciativas internacionales, como el Informe Global de Educación de la UNESCO (2020), subrayan la necesidad de que todos los niños, niñas y niñes, también los jóvenes, tienen el derecho a ser educadas juntas en contextos inclusivos. Es crucial entender qué significa realmente la educación inclusiva. Creemos que supera la mera integración, que implica la adaptación de personas diferentes a la cultura hegemónica. Nosotras desde el principio abrimos otras posibilidades de una educación para todas y todos como un proceso de humanización que valora el respeto, la participación y la convivencia y nos brinda la oportunidad de un cambio cultural que transite de la cultura del déficit a la cultura de la diversidad. ¿Por qué es tan difícil explicar lo evidente? ¿Será porque no se tiene claro qué significa educación inclusiva y se confunde con integración?

Hablar de educación inclusiva, desde la cultura escolar, requiere estar en disposición de cambiar nuestras prácticas pedagógicas para que cada vez sean prácticas menos discriminatorias y más educativas. Cambiar las prácticas pedagógicas, entre otras cuestiones, significa que la mentalidad del profesorado ha de cambiar respecto a las cualidades cognitivas y culturales del alumnado, significa que han de cambiar los sistemas de enseñanza y aprendizaje, significa que ha de cambiar el currículum, significa que ha de cambiar la organización escolar, significa que ha de cambiar los sistemas de evaluación, significa, sobre todo, que el profesorado se encuentre preparado, comprometido y organizado para reivindicar e impulsar los cambios que implica una educación para todas y todos.

La educación inclusiva es, lejos de lo que pueda pensarse, una práctica educativa revolucionaria. Es la lucha por el derecho a la igualdad/equidad con derecho a la diferencia. Nunca es un objetivo que alcanzar, sino un principio de acción inmediato. No vale la pena seguir leyendo este libro si no asumimos este principio; todo lo que encontrarán está relacionado con esta visión de la escuela pública, como un lugar donde todas las personas, sin excepciones, aprenden a ser cultas, críticas, libres, dialogantes, cooperativas, democráticas, justas y autónomas. La escuela pública es el hogar de la diferencia.

En fin, no puede haber educación inclusiva en un sistema educativo doble, por un lado, la educación general y por otro la educación específica. Es incompatible que haya centros de educación especial y aulas específicas en los centros ordinarios con la educación inclusiva. Incluso los apoyos deben darse dentro del aula. Sólo puede haber un sistema único de educación. Todo lo demás son formas de segregación y exclusión.

El mundo afronta un tiempo de gran incertidumbre. La crisis climática, fruto de los desequilibrios sistémicos ocasionados por la superación de la gran mayoría de los límites planetarios (Rockström et al, 2009; Richardson et al, 2023), las consecuencias de la pandemia de COVID-19, la precariedad, las nuevas formas de control, sumado a crecientes migraciones forzadas por efecto de la guerra, la desertificación, las tensiones geopolíticas, la pobreza, la violencia sexual y racial, incluso el genocidio más aterrador, han transformado radicalmente nuestras sociedades. Se suceden fenómenos meteorológicos extremos, que provocan largos periodos de sequía, de inundaciones, el agotamiento de los caladeros, la acidificación de los océanos, la tala indiscriminada de árboles, la crisis energética, a la que se suman crisis sanitarias y, como hemos señalado, las guerras que no cesan en muchas regiones del mundo como Irán, Ucrania, Palestina, Yemen, Burkina Faso, Myanmar u otras.

En estas circunstancias resulta muy difícil analizar y comprender la realidad, como igual de difícil resulta cualquier tentativa de reconocimiento del ser humano prescindiendo de su diversidad. Por el contrario, vivimos en un sistema excluyente cuyos (contra)valores fundamentales son la intolerancia, el individualismo, la competitividad, la insolidaridad, el egoísmo y el odio. Un contexto que resulta ser caldo de cultivo para el avance de aquellas ideologías totalitarias, de carácter reaccionario e, incluso, con reminiscencias fascistas, basadas en el odio al diferente como clave de bóveda de sus discursos y políticas públicas.

No obstante, como ha señalado Preciado (2022), la condición planetaria epistémico-política contemporánea también se caracteriza por “la resistencia de una gran parte de los cuerpos vivos del planeta a ser subalternados dentro de un régimen de conocimiento y poder petrosexorracial; la resistencia del planeta vivo a ser reificado como mercancía capitalista” (p. 22). Así que no es nuestra intención resultar catastrofistas, a pesar de las numerosas crisis a las que nos enfrentamos en el ámbito mundial. Una crisis que también afecta a la educación. Una crisis que, desde nuestro punto de vista, resulta equiparable a la crisis climática, a la crisis política o a la crisis migratoria que sufrimos en la actualidad. No existe ingenuidad en educación, sino ideología. En este sentido, existen alternativas educativas susceptibles de propiciar transformaciones profundas que nos permitan hablar de una educación verdaderamente emancipadora.

La educación como práctica de la libertad, diría Freire (1987), al entender la pedagogía como praxis por la justicia social. Una educación democrática como experiencia que nos permita construir un mundo mejor. Una democracia real como herramienta para convivir en paz y no para aniquilar al otro u otra. Una democracia de todas y para todos y no para una minoría privilegiada. La democracia debe ser una manera de convivir en la equidad y en la responsabilidad, junto a la libertad de poder pensar críticamente. Por eso, en la escuela pública, el alumnado debe aprender a pensar y aprender a convivir juntas. No hay democracia sin el carácter público y equitativo de la escuela. Tampoco puede haber democracia sin respeto a la diversidad. En este sentido, la lucha contra la desigualdad y el compromiso de construir una educación sin exclusiones es uno de los pilares de una verdadera democracia radical.

Por estos motivos, la consolidación de una sociedad democrática no radica en ofrecer “programas” para determinados colectivos y/o personas que se resisten a someterse a los numerosos dispositivos del paradigma necropolítico del capitalismo neoliberal (Agamben, 2011; Mbembe, 2011), sino en establecer políticas orientadas a erradicar la exclusión. Esto no será posible hasta que la diferencia sea considerada un mecanismo de construcción de nuestra autonomía y de nuestras libertades y no una excusa para profundizar en las desigualdades políticas, económicas, culturales y sociales (Barton, 2008). Este es nuestro compromiso político al escribir el libro. Más aun, nuestra obligación como docentes comprometidos (activistas sociales) es poner de manifiesto que frente a este mundo deshumanizado necesitamos un cambio cultural y educativo que nos permita formar una ciudadanía culta, dialogante, solidaria, cooperativa, democrática y justa. La sociedad exige una educación laica y ecofeminista, una pedagogía crítica y emancipadora, basada en los Derechos Humanos (1948) y en la Convención de los Derechos de la Infancia (1989), que nos devuelva lo que de humano ha perdido la humanidad si queremos construir una sociedad sin exclusiones. Consideramos los Derechos Humanos como proyectos de vida emancipatorios que deben ser vividos para satisfacer, dignamente, las necesidades presentes y futuras ¿Por qué necesitamos sufrir tanto para instalar en la mente del profesorado lo que nos parece evidente?

Necesitamos una educación crítica e inclusiva si aspiramos a construir una sociedad sin exclusiones. Una postura que exige la transformación de la escuela. En otras palabras, esto significa cambiar todo lo que deba ser cambiado para hacer efectivo el derecho a la educación de todas y todos sin excepción. Todo se puede cambiar para lograr una escuela pública que esté a la altura del sueño pedagógico freireano de la concientización crítica. En el sentido de que “la educación verdadera es praxis, reflexión y acción del hombre sobre el mundo para transformarlo” (Freire, 1987, p. 7). Necesitamos una profunda reflexión sobre el papel de la educación pública en nuestras sociedades. Una educación que permita, por una parte, concientizar sobre los desafíos de la crisis climática y, por otra, incidir ante la crisis económica, social y democrática. Necesitamos construir un proyecto educativo que transgreda los valores de la educación tradicional (Hooks, 2021) para incorporar los valores ecosocialistas y ecofeministas (Riechmann, 2015; Herrero, 2015) como fundamentos de una nueva educación.

El desarrollo tecnocientífico ha transformado el mundo sin hacerlo más democrático, por eso sospechamos de aquellas propuestas que confían en el desarrollo tecnológico y científico la solución a los problemas educativos. La tecnología siempre será un medio, nunca un fin en sí misma. La educación democrática debe promover el uso responsable y ético de las nuevas tecnologías garantizando una educación que prepare para comprender críticamente la información. Necesitamos vivir bien, en equilibrio con la naturaleza, y no vivir mejor, explotando a la naturaleza y a las personas (Farah y Vasapollo, 2011). Consideramos este vivir bien como una oportunidad para construir otro mundo posible sustentado en la convivencia del ser humano en armonía con la naturaleza. Este buen vivir tiene que ver con la construcción de una vida en plenitud. Los seres humanos somos constitutivamente eco-dependientes e interdependientes (Herrero, 2021). Por tanto, la solución a nuestras situaciones problemáticas no reside en la técnica, sino en la ética de la práctica educativa. La escuela pública necesita de una ética del cuidado y una política de la diferencia (Angulo, 2022; Gilligan, 2013; Young, 2000). De ahí que sea necesario construir un currículum escolar eminentemente democrático, conectado con la vida y los desafíos a los que nos enfrentamos como especie. Un currículum para una escuela que no rehúya de la controversia, la crítica y el diálogo compartido. Un currículum que nos permita construir un proyecto común de bienestar y de vida buena (Redon, 2024), sin desigualdades, sin pobreza y sin crisis climática.

La educación crítica e inclusiva es vital para contrarrestar el retroceso en derechos provocado por el avance reaccionario y neoliberal que irracionalmente nos conduce a la barbarie. La “especial educación” que necesita el ser humano en estos momentos pasa por el reconocimiento de cada ser humano en su diversidad. Una educación que reconozca, proteja y valore las diferencias humanas, desarrollando la convivencia democrática en la diversidad. ¿Cómo podemos construir una escuela de todas y todos, pero con todas y con todos?

Desde luego, no basta con la buena voluntad del profesorado. La voluntad es importante, pero suele ser insuficiente. ¡Por supuesto que estamos necesitados de buenas dosis de sensibilidad y esperanza!, pero también de una formación inicial sólida y una formación continua relevante. Además, resulta imprescindible que este enfoque se contemple en la planificación del centro educativo con la participación de quienes integran la comunidad educativa: estudiantes, familias, personal docente y de administración. También debe ir en consonancia la organización de infraestructuras y recursos. La coordinación con el resto de los agentes sociales de la comunidad es otro de los elementos a potenciar, desde una apuesta por promover redes educativas comunitarias comprometidas con la transformación de la realidad más cercana. Somos conscientes que esto que describimos puede resultar utópico y ser tachado de idealista, pero como escribió el poeta, jamás renunciaremos ni al más viejo de nuestros sueños.2

Nuestra propuesta está llena de optimismo, ilusión y amor. Es necesario, por tanto, construir una visión utópica de la realidad, como aspiración y deseo de un mundo mejor, en contra del utilitarismo neoliberal, porque “sólo quienes sean capaces de encarnar la utopía serán aptos para el combate decisivo, el de recuperar cuanto de humanidad hayamos perdido” (Sábato, 1999, p. 188). Utopía en el sentido que está por construir. La retórica ha de dar paso a la acción. Este compromiso con la acción supone construir esa utopía. No como un horizonte por conquistar, sino como un principio de acción inmediato. Esta es la tesis principal de este libro, subvertir el consenso sobre lo que popularmente se denomina “educación inclusiva” para posibilitar una acción reflexiva y crítica para transformar la escuela pública en una escuela sin exclusiones.

Con este deseo, presentamos este ensayo titulado Educación crítica e inclusión. El valor de la diferencia en una escuela pública sin exclusiones. En primer lugar, describimos qué entendemos por el derecho de todas las personas a una educación equitativa y de calidad. Subrayando, por tanto, el valor de la diferencia en el contexto educativo. En segundo lugar, proponemos la necesidad de construir otra escuela pública, exponiendo las barreras que lo están impidiendo. En tercer lugar, ofrecemos otra manera de concebir la escuela pública como un lugar donde nadie se sienta excluido, subrayando los principios de acción necesarios y ofreciendo una propuesta para una nueva escuela pública. Y cerramos el círculo, en cuarto lugar, advirtiendo que la construcción de una sociedad inclusiva pasa necesariamente por una educación sin exclusiones. Es decir, una sociedad más libre, más solidaria, más justa, más democrática… más humana, que nos ayude a proyectar un mundo mejor. ¿Quién no desea un mundo mejor?