El cáliz y la espada - Riane Eisler - E-Book

El cáliz y la espada E-Book

Riane Eisler

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Beschreibung

  El cáliz y la espada cuenta una nueva historia de nuestros orígenes culturales. Muestra que el conflicto y la guerra de los sexos no han sido ordenados ni divina ni biológicamente y demuestra que es posible un futuro mejor, firmemente arraigado en los inquietantes dramas de lo que sucedió en nuestro pasado. Eisler presenta un marco conceptual para estudiar los sistemas sociales con especial atención a cómo una sociedad construye roles y relaciones entre lo femenino y lo masculino. Basándose en evidencias arqueológicas, antropológicas e históricas, la autora nos habla de un mundo en que prevalecieron el equilibrio y la comunidad antes que el caos y la destrucción, argumentando que la humanidad, en su origen, no estaba centrada en la lucha y en la competencia, sino más bien en la inclusión y la participación.

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Agradecimientos

En muchos sentidos, este libro es fruto de un esfuerzo cooperativo, que bebe del trabajo y la visión de incontables mujeres y hombres, muchos de los cuales han sido reconocidos en las notas. Asimismo, ha habido muchas otras personas cuyas críticas, sugerencias, ayuda en la edición y preparación del manuscrito y, sobre todo, cuyo apoyo y ánimos a lo largo de los últimos diez años han sido de un valor incalculable.

La contribución de David Loye, a quien este libro está dedicado, ha sido tan enorme que no hay manera adecuada de expresar mi gratitud. No exagero al decir que este libro no hubiera sido posible sin la total y activa colaboración de este hombre extraordinario a lo largo de los años. A menudo, ha dejado en suspenso su importante labor como científico social pionero para ofrecer generosamente su erudición, pensamiento, destrezas editoriales y comprensión, con una dedicación desinteresada y una paciencia que trasciende verdaderamente los límites humanos.

De entre las muchas mujeres que han contribuido generosamente a este libro, me siento particularmente en deuda con mi amiga y colega Annette Ehrlich, que hizo un hueco en su atareada vida de profesora de psicología y consultora de ediciones científicas para leer varias veces el manuscrito, mucho más extenso, en el que acabó convirtiéndose la versión final de El cáliz y la espada. Sus críticas sin reservas desde el punto de vista editorial, además de su apoyo firme a mi ánimo y energías, a veces flaqueantes, fueron de enorme ayuda. Estoy asimismo muy agradecida a Carole Anderson, Fran Hosken, Mara Keller, Rebecca McCann, Isolina Ricci y a la fallecida Wilma Scott Heide. Todas ellas leyeron el manuscrito en su totalidad, o gran parte de él, en etapas diferentes, hicieron sugerencias valiosas y ofrecieron generosamente su apoyo y amor. Tanto El cáliz y la espada como yo le debemos un agradecimiento enorme a Ashley Montagu, que retrasó la finalización de dos de sus libros para repasar esta obra línea por línea y nota por nota. Esta y otras muestras de la fe en mi trabajo de este hombre, que ha dedicado la mayor parte de su larga y extraordinaria vida productiva a la superación humana, han sido de gran ayuda y estímulo para mí.

Sería necesario otro libro para dar las gracias de forma adecuada a todas las personas que han hecho importantes contribuciones a esta obra: mis hijas, Andrea y Loren Eisler; mi agente, Ellen Levine; mi editor, Jan Johnson; así como muchas otras personas en Harper & Row, entre las que se encuentran Clayton Carlson, Tom Dorsaneo, Mike Kehoe, Yvonne Keller, Dorian Gossy y Virginia Rich. Vaya también mi agradecimiento al resto de personas que han cuidado el libro en las últimas fases de producción.

Entre aquellos que, desde la perspectiva de sus diferentes disciplinas, han leído fragmentos de El cáliz y la espada cuando era un trabajo en curso y han realizado importantes contribuciones se encuentran los arqueólogos Marija Gimbutas y Nicolaos Platon; las sociólogas Jessie Bernard y Joan Rockwell; la psiquiatra Jean Baker Miller; las historiadoras de la cultura y el arte Elinor Gadon y Merlin Stone; la comparatista literaria Gloria Orenstein; el biólogo Vilmos Csanyi; los teóricos del caos y los sistemas autoorganizados Ervin Laszlo y Ralph Abraham; el físico Fritjof Capra; los futurólogos Hazel Henderson y Robert Jungk, y la teóloga Carol Christ. Otras personas que leyeron fragmentos del manuscrito o proporcionaron sugerencias importantes, información, ánimo y apoyo son, en orden alfabético: Andra Akers, Lettie Bennett, Anna Binicus, June Brindel, Marie Cantlon, Olga Eleftheriades, Julia Eisler, Maier Greif, Mary Hardy, Helen Helmer, Allie Hixson, Elizabeth Holm, Barbara Honegger, Al Ikof, Ed Jarvis, Abida Khanum, Samson Knoll, Pat Lala, Susan Mehra, Mary y Lloyd Morain, Hilkka Pietila y Cosette Thomson. La lista sigue, pero las limitaciones de espacio hacen imposible mencionarlas a todas. Por esto, y por cualquier desliz de la memoria, me disculpo. Me hubiera gustado agradecer y nombrar a todas aquellas personas cuyos muchos años de investigación y escritura me brindaron tanto el estímulo intelectual como el apoyo emocional.

Deseo dar las gracias en especial a aquellas personas que participaron en el proceso de preparación del manuscrito, que parecía interminable. En particular, a Jeannie Adams, Ryan Bounds, Kedron Bryson, Kathy Campbell, Sylvia Edgren, Elizabeth Dolmat, DiAna, Elizabeth Harrington, Cherie Long, Jeannie McGregor, Mike Rosenberg, Cindy Sprague, Susanne Shavione, Elizabeth Wahbe y Jo Warley.

Introducción

El cáliz y la espada

Este libro abre una puerta. La llave para abrirla fue forjada por muchas personas y muchos libros, y serán necesarios muchos más para explorar por completo el vasto panorama que se extiende tras ella. Aun así, con solo abrir esta puerta una rendija, se revela un nuevo conocimiento fascinante acerca de nuestro pasado, así como una nueva visión de nuestro posible futuro.

Para mí, la búsqueda de esta puerta ha sido la misión de toda una vida. A edad muy temprana, vi que aquello que las personas de culturas diferentes dan por hecho, el cómo son las cosas, difiere de un sitio a otro. También desarrollé muy temprano un interés apasionado por la situación humana. Cuando era muy pequeña, el mundo aparentemente seguro que había conocido se hizo añicos en el momento en que los nazis ocuparon Austria. Vi cómo se llevaban a mi padre a la fuerza. Más tarde, cuando mi madre consiguió milagrosamente que la Gestapo lo soltara, mis padres y yo huimos para salvar la vida. Durante aquel vuelo, primero a Cuba y, finalmente, a los Estados Unidos, experimenté tres culturas diferentes, cada una con sus propias verdades. Comencé también a hacer muchas preguntas, preguntas que para mí no son, ni han sido nunca, abstractas.

¿Por qué cazamos o nos perseguimos? ¿Por qué está nuestro mundo tan lleno de la infame inhumanidad del hombre hacia el hombre, y hacia la mujer? ¿Cómo pueden ser los seres humanos tan despiadados con los de su propia especie? ¿Qué es lo que nos inclina eternamente hacia la crueldad en lugar de hacia la bondad, la guerra en lugar de la paz, la destrucción en lugar de la realización?

De todas las formas de vida de este planeta, solo nosotros podemos plantar y cosechar campos; componer poesía y música; buscar la verdad y la justicia; enseñar a un niño a leer y escribir, incluso reír y llorar. Debido a nuestra habilidad única para imaginar nuevas realidades y llevarlas a cabo mediante tecnologías cada vez más avanzadas, somos, casi literalmente, colaboradores con nuestra propia evolución. Y, con todo, esta maravillosa especie nuestra parece ahora inclinada a poner fin no solo a su propia evolución, sino a la de la mayor parte de la vida en el globo, amenazando a nuestro planeta con la catástrofe ecológica o la aniquilación nuclear.

A medida que pasaba el tiempo, completaba mis estudios profesionales, tenía hijos y enfocaba cada vez más mis investigaciones y escritos hacia el futuro, más se expandían e intensificaban mis intereses. Como muchas otras personas, me convencí de que nos aproximamos rápidamente a un cruce de caminos evolutivo, de que nunca antes había sido tan crucial qué camino elegimos. Pero ¿qué rumbo debemos tomar?

Los socialistas y los comunistas afirman que la raíz de nuestros problemas es el capitalismo, mientras que los capitalistas insisten en que el socialismo y el comunismo nos llevan a la ruina. Algunos sostienen que nuestros problemas se deben al paradigma industrial, que es nuestra cosmovisión científica la culpable. Hay otros que culpan al humanismo, al feminismo, incluso al laicismo, e insisten en un retorno a unos viejos tiempos más manejables, más simples, más religiosos.

Sin embargo, si nos miramos a nosotros mismos —tal como nos fuerza a hacerlo la televisión o el triste ritual diario del periódico durante el desayuno—, vemos cómo naciones capitalistas, socialistas y comunistas están igualmente involucradas en la carrera armamentística y en el resto de irracionalidades que nos amenazan a nosotros y a nuestro medio ambiente. Y, si echamos la mirada al pasado —a las masacres habituales cometidas por hunos, romanos, vikingos y asirios, o a las matanzas de las cruzadas cristianas o la Inquisición—, observamos que había incluso más violencia e injusticia en las sociedades más pequeñas, precientíficas y preindustriales que nos antecedieron.

Puesto que ir hacia atrás no es la respuesta, ¿cómo vamos hacia delante? Se está escribiendo mucho sobre una nueva era, una transformación cultural relevante y sin precedentes.[1] Pero ¿qué significa esto en la práctica? Una transformación, ¿de qué y en qué? En lo que respecta a nuestra vida cotidiana y evolución cultural, ¿qué, exactamente, sería diferente, incluso viable, en el futuro? ¿Es una posibilidad realista pasar de un sistema que conduce a guerras continuas, injusticia social y desequilibrio ecológico a un sistema de paz, justicia social y equilibrio ecológico? Lo que es más importante, ¿qué cambios en la estructura social harían posible semejante transformación?

La búsqueda de respuestas a estas cuestiones me llevó a volver a examinar nuestro pasado, presente y futuro, en los que este libro se fundamenta. El cáliz y la espada da cuenta y razón de parte de este nuevo estudio de la sociedad humana, que difiere de la mayoría de estudios anteriores en que considera la totalidad de la historia humana (incluyendo nuestra prehistoria), así como la totalidad de la humanidad (tanto la mitad femenina como la masculina).

El cáliz y la espada entreteje indicios provenientes del arte, la arqueología, la religión, las ciencias sociales, la historia y muchos otros campos de investigación, con los que crea nuevos patrones que se ajusten con más precisión a la mejor información disponible, con el fin de contar una nueva historia de nuestros orígenes culturales. Muestra que ni los conflictos bélicos ni la guerra de sexos son fruto de un mandato divino o biológico. Asimismo, confirma que un futuro mejor sí es posible y que, de hecho, se haya firmemente arraigado en el drama persistente de aquello que en verdad nos sucedió en el pasado.

Posibilidades humanas: dos alternativas

Todos estamos familiarizados con las leyendas sobre una época anterior, más armoniosa y pacífica. La Biblia nos habla de un jardín donde mujer y hombre vivían en armonía mutua y con la naturaleza (antes de que un dios masculino decretara que la mujer estuviera, en adelante, subordinada al hombre). El Tao Te Ching chino describe un tiempo en el que el yin, o principio femenino, no estaba aún gobernado por el principio masculino, o yang. Un tiempo en el que la sabiduría de la madre todavía se honraba y seguía por encima de todo. El poeta de la Antigua Grecia Hesíodo escribió sobre una raza dorada que cultivaba la tierra con facilidad y en paz antes de que una raza inferior trajera su dios de la guerra. No obstante, a pesar de que haya expertos que coincidan en que estas obras están, en muchos sentidos, basadas en acontecimientos prehistóricos, las referencias a un tiempo en el que las mujeres y los hombres vivían en colaboración se han considerado tradicionalmente meras fantasías.

Cuando la arqueología daba sus primeros pasos, las excavaciones de Heinrich y Sophia Schliemann ayudaron a establecer la existencia real de la Troya de Homero. Hoy en día, nuevas excavaciones arqueológicas, junto con reinterpretaciones de otras anteriores mediante el uso de métodos más científicos, revelan que historias como la expulsión del jardín del Edén también proceden de realidades pasadas: del recuerdo popular de las primeras sociedades agrícolas (o neolíticas) que plantaron los primeros huertos de la tierra. De forma similar, tal y como ya sugirió el arqueólogo griego Spiridon Marinatos hace casi cincuenta años, la leyenda de cómo la gloriosa civilización de la Atlántida se hundió en el mar podría ser un recuerdo confuso de la civilización minoica (que se cree ahora que finalizó cuando Creta y las islas de alrededor sufrieron enormes daños provocados por terremotos y monumentales maremotos).[2]

De la misma forma que, en tiempos de Colón, descubrir que la tierra no es plana hizo posible encontrar un nuevo mundo maravilloso que había estado allí todo el tiempo, estos descubrimientos arqueológicos —que derivan de lo que el arqueólogo británico James Mellaart llama una verdadera revolución arqueológica— muestran el asombroso mundo de nuestro pasado oculto.[3] Revelan asimismo un largo periodo de paz y prosperidad en el que nuestra evolución social, tecnológica y cultural se movía en sentido ascendente: muchos miles de años en los que las tecnologías básicas sobre las que se construye la civilización fueron desarrolladas en sociedades que no eran dominantes, violentas ni jerárquicas.

Sabemos que hubo sociedades antiguas organizadas de manera muy diferente a la nuestra, como confirman las numerosas imágenes de la deidad como mujer en el arte antiguo, los mitos e, incluso, los textos históricos, que no hubieran podido explicarse de otro modo. De hecho, la idea del universo como madre que todo lo da ha sobrevivido, aunque bajo formas diferentes, hasta nuestro tiempo. En China, las deidades femeninas Matsu y Guanyin son todavía muy veneradas como diosas benefactoras y compasivas. De hecho, el antropólogo P. S. Sangren señala que «Guanyin es, sin duda alguna, la más popular de las deidades chinas».[4] Asimismo, el culto a María, la Madre de Dios, está muy extendido; a pesar de que la teología católica la degrada a un estatus no divino, su divinidad se reconoce de forma implícita en el apelativo de Madre de Dios, además de en las oraciones de millones que buscan diariamente su protección compasiva y su consuelo. Asimismo, la historia del nacimiento, muerte y resurrección de Jesús guarda un parecido asombroso con las de los cultos mistéricos más primitivos que giraban alrededor de una madre divina y su hijo o, como en el culto a Deméter y Core, su hija.

Tiene mucho sentido que las representaciones más antiguas del poder divino con forma humana fueran femeninas en lugar de masculinas. Cuando nuestros ancestros comenzaron a hacerse las eternas preguntas (¿de dónde venimos antes de nacer?, ¿dónde vamos después de morir?), debieron de darse cuenta de que la vida surge del cuerpo de una mujer. Les resultaría muy natural imaginar el universo como una madre que todo lo da, de cuyo vientre toda vida emerge y a la que, como los ciclos de la vegetación, regresa tras la muerte para renacer de nuevo. Tiene sentido igualmente que las sociedades con esta imagen de los poderes que gobiernan el universo tuvieran una estructura social muy diferente de la de aquellas sociedades que adoraban a un padre divino que blandía un rayo y/o una espada. Parece asimismo lógico que las mujeres no fueran vistas como subordinadas en sociedades que conceptualizaban los poderes que gobiernan el universo con forma femenina (y que cualidades consideradas femeninas, tales como el cuidado, la compasión y la no violencia, fueran muy valoradas en esas sociedades). Lo que no tiene sentido es llegar a la conclusión de que, en las sociedades en las que los hombres no dominaban a las mujeres, las mujeres dominaban a los hombres.

No obstante, cuando en el siglo XIX empezaron a desenterrarse las primeras pruebas de que existieron sociedades semejantes, se determinó que debían ser matriarcales. Más adelante, cuando las pruebas parecieron no apoyar esta conclusión, se volvió de nuevo costumbre afirmar que la sociedad humana siempre fue —y siempre será— dominada por los hombres. Sin embargo, si nos liberamos de esos modelos de realidad predominantes, es evidente que hay otra alternativa lógica: que puede haber sociedades en las que la diferencia no es necesariamente equivalente a inferioridad o superioridad.

Un resultado de reexaminar la sociedad humana desde una perspectiva de género holística es una nueva teoría de la evolución cultural. Esta teoría, que he bautizado con el nombre de «teoría de la transformación cultural», propone que, por debajo de la gran superficie de la diversidad de las culturas humanas, subyacen dos modelos básicos de sociedad.

El primero, que llamo «modelo de dominación», es el que se denomina popularmente patriarcado o matriarcado (la superioridad de una mitad de la humanidad respecto a la otra). El segundo, en el que las relaciones sociales se basan fundamentalmente en el principio de vinculación en lugar de en el de superioridad, puede describirse mejor como «modelo colaborativo». En este modelo —comenzando por la diferencia más fundamental de nuestra especie, la que se da entre masculino y femenino—, la diversidad no equivale ni a inferioridad ni a superioridad.[5]

La teoría de la transformación cultural propone, además, que el rumbo original de nuestra evolución cultural iba en pos de la colaboración. Sin embargo, tras un periodo de caos y de interrupción cultural casi total, se produjo un cambio social fundamental. La mayor disponibilidad de datos sobre las sociedades occidentales, debido al foco etnocéntrico de sus ciencias sociales, hace posible documentar este cambio con más detalle mediante el análisis de la evolución cultural occidental. Sin embargo, hay también indicios de que este cambio de dirección, desde un modelo colaborativo a otro de dominación, fue más o menos igualado en otras partes del mundo.[6]

El título El cáliz y la espada proviene de este punto crucial y catastrófico de la prehistoria de la civilización occidental en el que la dirección de nuestra evolución cultural dio un giro de 180 grados. En ese momento de bifurcación crucial, se interrumpió la evolución cultural de las sociedades que adoraban a los poderes generadores de vida y de crianza del universo, aún hoy simbolizados por el antiguo cáliz o el grial. Aparecieron entonces en el horizonte prehistórico invasores venidos de las áreas periféricas del planeta que dieron paso a una forma muy diferente de organización social. Como señala la arqueóloga Marija Gimbutas, de la Universidad de California, se trataba de pueblos que adoraban «el poder letal de la espada»,[7] el poder de quitar la vida en lugar de darla, que es el poder definitivo para establecer e imponer la dominación.

La encrucijada evolutiva

Hoy nos encontramos en otra bifurcación que puede ser decisiva. En un momento en el que el poder letal de la espada —amplificado monumentalmente por los megatones de las cabezas nucleares— amenaza con poner punto y final a toda la cultura humana, los nuevos hallazgos sobre historia antigua y moderna presentados en El cáliz y la espada no se limitan a añadir un nuevo capítulo a la historia de nuestro pasado. Lo más relevante de este nuevo conocimiento es lo que nos cuenta acerca de nuestro presente y nuestro posible futuro.

Durante milenios, los hombres han luchado en guerras y la espada ha sido el símbolo masculino. Esto no significa, no obstante, que los hombres no puedan evitar ser violentos o belicosos.[8] A lo largo de la historia registrada, ha habido hombres pacíficos y no violentos. Asimismo, es evidente que había tanto hombres como mujeres en las sociedades prehistóricas donde el poder de dar y criar, simbolizado por el cáliz, era supremo. El problema subyacente no es el del hombre en cuanto a sexo. La raíz del problema yace en un sistema social en el que el poder de la espada se idealiza, en el que se enseña a hombres y mujeres a equiparar la verdadera masculinidad con la violencia y la dominación, y a considerar a los hombres que no se ajustan a este ideal demasiado blandos o afeminados.

Para muchas personas es difícil creer que cualquier otra forma de estructurar las sociedades humanas sea posible (mucho menos, que nuestro futuro pueda depender de nada que tenga que ver con la mujer o la feminidad). Una razón tras esta creencia es que, en las sociedades de dominación masculina, cualquier cosa asociada con las mujeres o la feminidad se percibe automáticamente como secundaria, o cosa de mujeres; asuntos a los que dedicar atención, en todo caso, solo después de que los temas más importantes hayan sido resueltos. Otra razón es que no hemos contado con la información necesaria. A pesar de que es evidente que la humanidad está formada por dos mitades (mujeres y hombres), en la mayoría de los estudios sobre sociedades humanas el protagonista principal, con frecuencia el único actor, ha sido el hombre.

Como resultado de lo que ha sido, casi literalmente, el estudio del hombre, la mayor parte de los científicos sociales han tenido que trabajar con una base de datos tan incompleta y distorsionada que en cualquier otro contexto se hubiera considerado de inmediato claramente defectuosa. Incluso ahora, la información acerca de las mujeres es generalmente relegada al gueto intelectual de los estudios de la mujer. Asimismo, la mayor parte de las investigaciones realizadas por feministas se han centrado en las implicaciones que el estudio de la mujer tiene en las propias mujeres, lo cual es bastante comprensible debido a la importancia inmediata (aunque desatendida durante mucho tiempo) que tiene en la vida de estas.

Este libro es diferente en el sentido de que se centra en las consecuencias que el modo en el que organizamos las relaciones entre las dos mitades de la humanidad tiene para la totalidad de un sistema social. Es evidente que la manera en la que se estructuran esas relaciones tiene implicaciones decisivas en las vidas personales tanto de hombres como de mujeres, en nuestros roles cotidianos y opciones vitales. Sin embargo, hay algo que resulta igual de importante, aunque, por lo general, se siga ignorando, y que una vez articulado parece obvio. Esto es: el modo en el que estructuramos la más fundamental de todas las relaciones humanas (aquella sin la que nuestra especie no podría continuar) tiene un efecto profundo en cada una de nuestras instituciones, en nuestros valores y —como muestran las páginas que siguen— en la dirección de nuestra evolución cultural (en concreto, si esta será pacífica o belicosa).

Si nos detenemos a pensar en ello, hay solo dos formas básicas de estructurar las relaciones entre las mitades femenina y masculina de la humanidad. Todas las sociedades siguen uno de estos dos patrones, con variaciones entre uno u otro: o bien un modelo de dominación (en el que las jerarquías humanas se apoyan principalmente en la fuerza o la amenaza de fuerza), o bien un modelo colaborativo. Además, si reexaminamos la sociedad humana desde la perspectiva que tiene en cuenta tanto a mujeres como a hombres, podemos ver que hay también patrones, o configuraciones de sistemas, que caracterizan las organizaciones sociales de dominación o de colaboración.

Por ejemplo, desde una perspectiva convencional, la Alemania de Hitler, el Irán de Jomeini, el Japón de los samuráis y los aztecas de Mesoamérica son sociedades fundamentalmente diferentes; con razas, orígenes étnicos, desarrollo tecnológico y ubicación geográfica dispares. Sin embargo, desde la nueva perspectiva de la teoría de la transformación cultural, que identifica las características de configuración social propias de las sociedades de dominación masculina rígida, pueden verse puntos en común llamativos. Todas estas sociedades —enormemente divergentes, por otro lado— no son solo de dominación masculina estricta, sino que cuentan además con una estructura social generalmente jerarquizada y autoritaria, además de con un alto grado de violencia social y de conflictividad armada en particular.[9]

En cambio, podemos ver similitudes llamativas entre sociedades —muy diversas, por lo demás— donde hay más igualdad entre sexos. Estas sociedades, que siguen el modelo colaborativo, se caracterizan por su tendencia a ser más pacíficas, además de mucho menos jerarquizadas y autoritarias. Da muestras de ello la evidencia antropológica (por ejemplo, en el caso de los Bambuti y los !Kung) que ofrecen los estudios contemporáneos sobre las tendencias de las sociedades modernas con más igualdad entre sexos (por ejemplo, naciones escandinavas como Suecia) y los datos prehistóricos e históricos que aparecerán explicados en detalle en las páginas que siguen.[10]

Mediante el uso de los modelos de organización social de dominación o colaborativo para analizar tanto nuestro presente como nuestro posible futuro, podemos empezar a trascender las polaridades convencionales entre derecha e izquierda, capitalismo y comunismo, religión y laicismo e, incluso, masculinismo[11] y feminismo. La visión global que emerge indica que todos los movimientos modernos por la justicia social posteriores a la Ilustración, ya sean religiosos o laicos, además de los movimientos feminista, pacifista y ecologista más recientes, forman parte de una pugna subyacente por pasar de un sistema de dominación a otro colaborativo. En nuestra época de tecnologías de una potencia sin precedentes, estos movimientos pueden considerarse, además, parte de la pugna evolutiva de nuestra especie por la supervivencia.

Si observamos todo el periodo de nuestra evolución cultural desde la perspectiva de la teoría de la transformación cultural, vemos que las raíces de nuestra crisis global del presente se remontan al giro fundamental acaecido en la prehistoria, que nos trajo cambios enormes no solo en la estructura social, sino también en la tecnológica. Un giro en el que dejamos de dar importancia a las tecnologías que apoyan y mejoran la vida para volvernos hacia las tecnologías que simboliza la espada, diseñadas para destruir y dominar. Estas han sido las tecnologías en las que se ha puesto el énfasis a lo largo de la mayor parte de la historia registrada. Y es este énfasis, y no la tecnología per se, el que amenaza hoy toda la vida en el planeta.[12]

Habrá, sin duda, personas que mantengan que, puesto que en la prehistoria se pasó de un modelo de sociedad colaborativo a otro de dominación, dicho cambio debió de ser adaptativo. Sin embargo, el argumento de que aquello que ocurre durante la evolución ha de ser por fuerza adaptativo no se sostiene, como la extinción de los dinosaurios evidencia con tanta claridad. En cualquier caso, en términos evolutivos, el periodo de evolución cultural humana es demasiado corto para hacer un juicio de ese tipo. Lo verdaderamente relevante es que, dado nuestro alto nivel actual de desarrollo tecnológico, un modelo de organización social basado en la dominación es fruto de una mala adaptación.

Debido a que este modelo de dominación parece estar alcanzando ahora sus límites lógicos, muchos hombres y mujeres rechazan hoy en día principios de organización social tradicionales, incluyendo los roles sexuales estereotipados. Para muchas otras personas, estos cambios no son más que signos del desmoronamiento del sistema, interrupciones caóticas que deben ser sofocadas a cualquier precio. Sin embargo, debido precisamente a que el mundo que hemos conocido está cambiando tan rápidamente, cada vez hay más personas, en más partes del mundo, capaces de ver que hay otras alternativas.

El cáliz y la espada explora estas alternativas; si bien, y a pesar de que la información que sigue demuestra que un futuro mejor es posible, no comparte en absoluto la idea —que muchos quieren hacernos creer— de que pasaremos inevitablemente por la amenaza nuclear o el holocausto ecológico para llegar a una era nueva y mejor. En última instancia, esa elección dependerá de nosotros.

Caos o transformación

El estudio en el que se basa El cáliz y la espada es lo que los científicos sociales denominan investigación-acción.[13] No se trata de un mero estudio de nuestra evolución cultural en el pasado, el presente y en un futuro hipotético, sino de explorar cómo podemos intervenir en ella de una manera más eficaz. El resto de esta introducción va dirigida principalmente al lector interesado en aprender más sobre este estudio. Otros lectores tal vez deseen ir directos al capítulo 1 para regresar, quizá, a esta sección más tarde.

Hasta ahora, la mayor parte de los estudios sobre evolución cultural se han centrado fundamentalmente en la progresión desde niveles de desarrollo tecnológico y social más simples a otros más complejos.[14] Se ha prestado una atención particular a los cambios tecnológicos más importantes, como la invención de la agricultura, la revolución industrial y, más recientemente, la entrada en la era postindustrial o nuclear y electrónica.[15] Es evidente que este tipo de cambios tiene implicaciones sociales y económicas de enorme importancia, pero solo nos procuran una parte de la historia humana.

La otra parte de la historia está relacionada con un tipo diferente de movimiento: los cambios sociales hacia un modelo de organización social, bien de colaboración, bien de dominación. Como se ha mencionado anteriormente, la tesis central de la teoría de la transformación cultural es que la dirección de la evolución cultural en las sociedades de dominación o de colaboración es muy diferente.

Esta teoría proviene en parte de una distinción muy importante que, por lo general, no se hace: el doble significado del término evolución. En jerga científica, describe la historia biológica y, por extensión, cultural de las especies vivientes. Pero el término es también normativo. De hecho, se usa a menudo como sinónimo de progreso, en el sentido de pasar desde un nivel inferior a otro superior.

En realidad, ni siquiera nuestra evolución tecnológica ha sido un movimiento lineal desde un nivel inferior a otro superior, sino más bien un proceso interrumpido por enormes regresiones como la Edad Oscura griega y la Edad Media.[16] Sí parece haber, no obstante, una pugna subyacente hacia una mayor complejidad tecnológica y social. Del mismo modo, parece haber una pugna humana hacia objetivos más elevados: hacia la verdad, la belleza y la justicia. Sin embargo, como demuestran claramente la brutalidad, la opresión y la guerra que caracterizan la historia registrada, el movimiento hacia estos objetivos rara vez ha sido lineal. De hecho, tal y como documentan los datos que examinaremos, aquí también se ha producido una enorme regresión.

Durante el proceso de recoger los datos para trazar y examinar las dinámicas sociales que he ido estudiando, he aunado hallazgos y teorías de muchos campos de las ciencias sociales y naturales. Dos fuentes han sido particularmente útiles: la nueva erudición feminista, así como los nuevos hallazgos científicos sobre las dinámicas de cambio.

En muy poco tiempo, se ha extendido el interés por volver a examinar el modo en que los sistemas se forman, mantienen y cambian desde muchas áreas diferentes de la ciencia, a través de trabajos como el del ganador del premio nobel Ilya Prigogine e Isabelle Stengers sobre química y sistemas generales, el de Robert Shaw y Marshall Feigenbaum sobre física o el de Humberto Maturana y Francisco Varela sobre biología.[17] Este corpus emergente de teoría y datos se identifica a veces con la nueva física, popularizada gracias a libros como El tao de la física y El punto crucial de Fritjof Capra,[18] que en ocasiones se denomina también «teoría del caos» ya que, por primera vez en la historia de la ciencia, se centra en el cambio repentino y fundamental (el tipo de cambio que nuestro mundo experimenta cada vez más).

Son particularmente interesantes los nuevos trabajos que investigan el cambio evolutivo, realizados por biólogos y paleontólogos como Vilmos Csanyi, Niles Eldredge y Stephen Jay Gould; o los de expertos como Erich Jantsch, Ervin Laszlo y David Loye acerca de las implicaciones de la teoría del caos en la evolución cultural y la ciencia social.[19] Con esto no se pretende sugerir que evolución cultural humana y evolución biológica sean la misma cosa. Sin embargo, a pesar de que hay importantes diferencias entre las ciencias sociales y naturales, y de que el estudio de los sistemas sociales debe evitar el reduccionismo mecanicista, hay también similitudes notables en lo que respecta a los cambios en los sistemas y a su autoorganización.

Todos los sistemas se mantienen gracias al refuerzo mutuo de la interacción de sus partes críticas. En consecuencia, algunos de los aspectos sorprendentes de la teoría de la transformación cultural que se presenta en este libro y de la teoría del caos desarrollada por científicos naturalistas y de sistemas se asemejan en que nos cuentan qué ha pasado —y puede volver a pasar— en los puntos de división o bifurcación, en los cuales se puede producir la rápida transformación de un sistema al completo.[20]

Por ejemplo, Eldredge y Gould proponen que la evolución no prosigue en etapas graduales ascendentes, sino que consiste en largos tramos de equilibrio, o ausencia de cambios importantes, interrumpidos por puntos de división o bifurcación evolutivos en los que surgen nuevas especies en la periferia o los márgenes de un hábitat de especies parentales.[21] Y, a pesar de que hay diferencias obvias entre la ramificación en nuevas especies y el paso de un tipo de sociedad a otra, veremos que hay similitudes sorprendentes entre el modelo de aislamiento periférico de Gould y Eldridge; los conceptos de otros teóricos evolutivos y del caos, y lo que le ha ocurrido —y podría estarle ocurriendo de nuevo— a nuestra evolución cultural.

La contribución de las investigadoras feministas al estudio holístico de la evolución cultural —que incluye toda la historia humana y las dos mitades de la humanidad— es más evidente: proporciona los datos que faltaban, que no se encontraban en las fuentes convencionales. De hecho, la reevaluación de nuestro pasado, presente y futuro presentada en este libro no hubiera sido posible sin el trabajo de investigadoras como Simone de Beauvoir, Jessie Bernard, Ester Boserup, Gita Sen, Mary Daly, Dale Spender, Florence Howe, Nancy Chodorow, Adrienne Rich, Kate Millett, Barbara Gelpi, Alice Schlegel, Annette Kuhn, Charlotte Bunch, Carol Christ, Judith Plaskow, Catharine MacKinnon, Wilma Scott Heide, Jean Baker Miller y Carol Gilligan, entre muchas otras.[22] Desde los tiempos de Aphra Behn en el siglo XVII, e incluso antes (aunque no ha madurado realmente hasta las últimas dos décadas),[23] el corpus emergente de datos y el pensamiento proporcionado por investigadoras feministas está, como la teoría del caos, abriendo nuevas fronteras a la ciencia.

A pesar de encontrarse originalmente en polos opuestos —uno, desde la visión masculina tradicional; el otro, desde una experiencia y cosmovisión femenina, radicalmente diferente—, las teorías del caos y feminista tienen, de hecho, mucho en común. Desde la ciencia más convencional, ambas son percibidas todavía como actividades misteriosas que se encuentran en los márgenes, o incluso más allá, de esfuerzos ya consagrados. Al poner el foco en la transformación, ambos corpus de pensamiento comparten la conciencia, cada vez más profunda, de que el sistema actual se desmorona y es necesario encontrar modos de abrirnos paso hacia un futuro diferente.

Los capítulos que siguen exploran las raíces de ese futuro y los caminos para alcanzarlo. Cuentan una historia que comienza miles de años antes de nuestra historia registrada (o escrita): la historia de cómo el rumbo de colaboración original que seguía la cultura occidental tomó un desvío que la condujo a cinco mil años de dominación sangrienta. Muestran que los crecientes problemas globales a que nos enfrentamos son, en gran medida, las consecuencias lógicas de un modelo de organización social basado en la dominación, sumado a nuestro nivel de desarrollo tecnológico, por lo que no puede resolverse dentro de él. Asimismo, muestran que hay otro camino que, como cocreadores de nuestra propia evolución, todavía podemos escoger. Existe la alternativa de avanzar en lugar de derrumbarnos; y podemos, mediante nuevas maneras de estructurar la política, la economía, la ciencia y la espiritualidad, entrar en la nueva era de un mundo colaborativo.

[1]Véase p. ej. Capra, Fritjof. The Turning Point: Science, Society, and the Rising Culture. Nueva York: Simon & Schuster, 1982 [hay traducción al castellano: El punto crucial: ciencia, sociedad y cultura naciente. Traducción de Graciela de Luis. Buenos Aires: Estaciones, 2008]; Ferguson, Marilyn. The Aquarian Conspiracy: Personal and Social Transformation in the 1980s. Los Ángeles: Tarcher, 1980; Leonard, George. The Transformation: A Guide to the Inevitable Changes in Humankind. Nueva York: Delta, 1972.

[2]El primer artículo que introdujo la teoría de que la civilización minoica había sido destruida por terremotos y maremotos fue «The Volcanic Destruction of Minoan Crete», de Spiridon Marinatos, publicado en Antiquity,vol.13 (1939), pp. 425-439. Desde entonces, parece más probable que estos desastres naturales debilitaran tanto a Creta que permitieran que los jefes aqueos (micénicos) la tomaran, ya que no hay pruebas de que esta toma se llevara a cabo mediante una invasión armada a gran escala.

[3]Mellaart, James. The Neolithic of the Near East. Nueva York: Scribner, 1975.

[4]Sangren, P. Steven. «Female Gender in Chinese Religious Symbols: Kuan Yi, Ma Tsu, and the “Eternal Mother”», en Signs, vol. 9 (otoño de 1983), p. 6. La versión de las citas corresponde a la traductora del presente libro, aunque se incluirá en las notas la referencia de la obra traducida al castellano entre corchetes para su consulta en caso de que la hubiere. Otros comentarios y aclaraciones sobre las notas del original también se incluyen entre corchetes. (N. de la T.)

[5]En conexión con el modelo de dominación, debe hacerse una importante distinción entre las jerarquías de la dominación y de la realización. El término «jerarquía de la dominación» describe jerarquías basadas en la fuerza o en la expresión o amenaza implícita de fuerza, que caracterizan la clasificación humana según rangos propia de las sociedades de dominación masculina. Dichas jerarquías difieren en extremo de los tipos de jerarquía encontrados en progresiones de menor a mayor según la función (como la progresión de células a órganos en los organismos vivos, por ejemplo). Estos tipos de jerarquía pueden ser descritos con el término «jerarquías de la realización», puesto que su función es maximizar el potencial de los organismos. Por el contrario, como demuestran tanto estudios sociológicos como psicológicos, las jerarquías humanas basadas en la fuerza o en la amenaza de fuerza no solo inhiben la creatividad personal, sino que dan como resultado sistemas sociales en los que las cualidades humanas inferiores (las más bajas) son reforzadas, mientras que las aspiraciones humanas superiores (rasgos como la compasión y la empatía, además de la lucha por la verdad y la justicia) son reprimidas sistemáticamente.

[6]Un análisis fascinante de la transformación de la cultura azteca en una sociedad marcada por una rígida dominación masculina y, con ella, por la violencia masculina, se encuentra en Nash, June. «The Aztecs and the Ideology of Male Dominance», en Signs, vol. 4 (invierno de 1978), pp. 349-362. Como se menciona en el texto, algunos de los mitos más antiguos de muchas culturas hacen referencia a un tiempo más pacífico y justo en el que las mujeres tenían un estatus elevado. Por ejemplo, el Tao Te Ching chino, como menciona R. B. Blakney, hace referencia a un tiempo anterior a la imposición de la dominación masculina (véase, por ejemplo: Blakney, R. B. (ed. y trad.). The Way of Life: Tao Te Ching. Nueva York: Mentor, 1955) [hay numerosas traducciones de este clásico al castellano, por ejemplo: Tse, Lao. Tao Te Ching. Traducción de Alfonso Colodrón. Madrid: Edaf, 2018. Asimismo, Joseph Needham habla de la doctrina taoísta de la evolución regresiva (en otras palabras, un retroceso cultural desde un tiempo anterior más civilizado). También menciona que algunas de las afirmaciones más conocidas del periodo taoísta más antiguo, conocido como la Gran Unión o Datong,aparecen en el Huainanzi del siglo II a. e. c. y el posterior Li Chi confuciano (Needham, Joseph. «Time and Knowledge in China and the West», en Fraser, Julius T. (ed.). The Voices of Time. Nueva York: Braziller, 1966).

[7]Gimbutas, Marija. «The First Wave of Eurasian Steppe Pastoralists into Copper Age Europe», en The Journal of Indo-European Studies, vol. 5 (invierno de 1977), p. 281.

[8]Para consultar algunos trabajos sobre cómo el comportamiento humano no está preprogramado genéticamente, sino que es el producto de una compleja interacción entre factores biológicos y sociales/medioambientales, véase, p. ej., Hinde, Robert A. Biological Bases of Human Social Behaviour. Nueva York: McGraw-Hill, 1974 [hay traducción al castellano: Bases biológicas de la conducta social humana. Traducción de Félix Blanco. Ciudad de México: Siglo Veintiuno, 1977]; Hubbard, Ruth y Lowe, Marian (ed.). Genes and Gender II. Nueva York: Gordian Press, 1979; Lambert, Helen. «Biology and Equality: A Perspective on Sex Differences», en Signs, vol. 4 (otoño de 1978), pp. 97-117; Eisler, Riane y Csanyi, Vilmos. «Human Biology and Social Structure» (trabajo en preparación); Tobach, Ethel y Rosoff, Betty (ed.). Genes and Gender I. Nueva York: Gordian Press, 1978; Bleier, Ruth. Science and Gender: a critique of biology and its theories on women. Elmsford, NY: Pergamon Press, 1984; Barfield, Ashton. «Biological Influences on Sex Differences in Behaviour», en Teitelbaum, M. (ed.). Sex Differences: Social and Biological Perspectives. Nueva York: Doubleday Anchor, 1976; Fedigan, Linda Marie. Primate Paradigms: Sex Roles and Social Bonds. Montreal: Eden Press, 1982; Lewontin, Richard C., Rose, Steven y Kamin, Leon. Not in Our Genes. Nueva York: Pantheon, 1984 [hay traducción al castellano: No está en los genes: racismo, genética e ideología. Traducción de Enrique Torner; revisión de Jorge Mancera. Barcelona: Crítica, 2013]. Para consultar un excelente compendio sobre el comportamiento agresivo (y una refutación muy efectiva del resurgimiento actual del darwinismo social del siglo XIX en sociobiología), véase Montagu, Ashley. The Nature of Human Aggression. Nueva York: Oxford University Press, 1976 [hay traducción al castellano: La naturaleza de la agresividad humana. Traducción de Antonio Escohotado. Madrid: Alianza, 1978].

Incluso la cuestión del instinto en los animales no está tan clara como se creía. Por ejemplo, nuevas investigaciones indican que, incluso en las aves, debe tener lugar el aprendizaje o la experiencia para que una capacidad se convierta en habilidad. Véase, p. ej., Gottlieb, Gilbert. Development of Species Identification in Birds: An Inquiry into the Determinants of Prenatal Perception. Chicago: University of Chicago Press, 1971; Lehrman, Daniel. «A Critique of Konrad Lorenz’s Theory of Instinctive Behaviour», en Quarterly Review of Biology, vol. 28 (1953), pp. 337-363; Crook, John (ed.). Social Behaviour in Birds and Mammals. Nueva York: Academic Press, 1970; Klopfer, Peter. On Behaviour: Instinct Is a Cheshire Cat. Philadelphia: Lippincott, 1973.

[9]Estas configuraciones de sistemas se examinarán en detalle en un segundo libro de Riane Eisler y David Loye (Breaking Free, actualmente en preparación) [esta obra, que la autora menciona en varias notas a lo largo del libro, debió de publicarse bajo otro título, ya que no consta como Breaking Free en ninguna bibliografía de los autores]. Véase también Eisler, Riane y Loye, David. «Peace and Feminist Thought: New Directions», en The World Encyclopedia of Peace. Londres: Pergamon Press, 1986; Eisler, Riane. «Violence and Male Dominance: The Ticking Time Bomb», en Humanities in Society, vol. 7 (invierno-primavera de 1984), pp. 3-18; Eisler, Riane y Loye, David. «The “Failure” of Liberalism: A Reassessment of Ideology from a New Femenine-Masculine Perspective», en Political Psychology, vol. 4 (1983), pp. 375-391.

[10]Véase la nota 9. Para obtener más datos de carácter antropológico, véase, p. ej., Turnbull, Colin. The Forest People: A Study of the Pygmies of the Congo. Nueva York: Simon & Schuster, 1961 [hay traducción al castellano: La gente de la selva. Traducción de Bianca Southwood. Santander: Milrazones, 2011]; Draper, Pat. «!Kung Women: Contrasts in Sexual Egalitarianism in Foraging and Sedentary Contexts», en Reiter, Raya (ed.). Toward an Anthropology of Women. Nueva York: Monthely Review Press: 1975. Véase también Leakey, Richard y Lewin, Roger. People of the Lake. Nueva York: Doubleday Anchor, 1978. Téngase en cuenta que, en este libro, se usa el término [en inglés] equalitarian en lugar del más convencional egalitarian con el significado de «igualitario». La razón es que egalitarian se ha usado tradicionalmente para describir únicamente la igualdad entre hombres (tal y como muestran las obras de Locke, Rousseau y otros filósofos del derecho de los hombres, así como la historiografía moderna). Equalitarian describe las relaciones sociales en una sociedad colaborativa, en la que se da el mismo valor a mujeres y hombres (y a lo masculino y lo femenino). Es por este motivo por lo que este uso está cada vez más extendido en el feminismo. [No existe una distinción semejante en castellano, por lo que se han utilizado los términos igualitaria o igualdad en el contexto de la igualdad de derechos entre mujeres y hombres].

[11]Del inglés masculinism. El Oxford English Dictionary define el término como la defensa de los derechos de los hombres y adherencia o promoción de las opiniones, los valores, etc. considerados típicos de los hombres. (N. de la T.)

[12]Véase Eisler, Riane. «The Blade and the Chalice: Technology at the Turning Point», artículo presentado en la asamblea general del World Futures Society, en Washington D. C. en 1984; Eisler, Riane. «Cultural Evolution: Social Shifts and Phase Changes», en Laszlo, Ervin (ed.). The New Evolutionary Paradigm. Boston: New Science Library, 1987; Eisler, Riane. «Women, Men, and the Evolution of Social Structure», en World Futures, vol. 23 (primavera de 1987).

[13]Véase, p. ej., Marrow, Alfred. The Practical Theorist. Nueva York: Basic Books, 1969; Argyris, Chris. Action Science. San Francisco: Jossey-Bass, 1985.

[14]Este enfoque de la evolución cultural se basa en el supuesto, articulado en el siglo XIX por hombres como Auguste Comte y Lewis Henry Morgan, de que la sociedad debe pasar por una serie fija y limitada de etapas en un orden determinado. Para Morgan, estas etapas eran salvajismo, barbarie y civilización, y esta fue la progresión evolutiva adoptada más tarde por Marx y Engels; véase, p. ej., Engels, Friedrich. The Origins of the Family, Private Property, and the State. Nueva York: International Publishers, 1972 [hay varias traducciones al castellano, entre ellas: El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. Traducción del Instituto de Lenguas Extranjeras de Moscú. Madrid: Alianza, 2013]. Herbert Spencer observó una progresión social de grupos pequeños a grandes, y de grupos homogéneos a heterogéneos en The Study of Sociology (Nueva York: Appleton, 1873, p. 471). Véase también Durkheim, Emile. The Division of Labour in Society. Illinois: The Free Press, 1933 [hay traducción al castellano: La división del trabajo social. Traducción de Carlos G. Posada. Madrid: Akal, 1982], una obra influyente que postula una evolución social en dos etapas, que van desde una sociedad pequeña y menos especializada a una mayor y más especializada, con un esquema no muy diferente de las etapas de las sociedades Gemeinschaft (comunidad) y Gesellschaft (sociedad) propuestas anteriormente por el sociólogo alemán Ferdinand Tonnies. Una variación interesante de esta perspectiva se encuentra en las llamadas teorías cíclicas de la evolución social, como la de Pitirim Sorokin sobre las fases ideacional, sensitiva e idealista de la cultura. En estas teorías, cada etapa puede suceder repetidamente, pero cada ciclo sigue invariablemente al anterior en una secuencia dada; en Sorokin, Pitirim. Social and Cultural Dynamics. Boston: Sargent, 1957 [hay traducción al castellano: Dinámica social y cultural. Traducción de Jesús Tobío Fernández. CEPC: Madrid, 1962].

[15]Probablemente, la obra moderna más conocida basada en las etapas tecnológicas de la evolución sea The Third Wave, de Alvin Toffler (Nueva York: Bantam, 1980) [hay traducción al castellano: La tercera ola. Traducción de Adolfo Martín. Barcelona: Plaza & Janés, 1992]. Varios antropólogos tales como Leslie White y William Ogburn basan asimismo sus teorías de la evolución social en etapas tecnológicas, aunque ellos no afirman que todas las sociedades pasen necesariamente por todas ellas (véanse, p. ej., White, Leslie. The Science of Culture. Nueva York: Farrar, Straus, 1949 [hay traducción al castellano: La ciencia de la cultura: un estudio sobre el hombre y la civilización. Traducción de Gerardo Steenks. Barcelona: Paidós, 2000]; Ogburn, William. Social Change with Respect to Culture and Original Nature. Nueva York: Viking, 1950). Para consultar un buen trabajo reciente sobre la evolución tecnológica, véase Banathy, Bela. «Systems Inquiring and the Science of Complexity: Conceptual Bases», en ISI Monograph, vol. 84, nº 2. San Francisco: Far West Laboratory, 1984.

[16]Estas regresiones duraron muchos cientos de años. La Edad Oscura griega se prolongó durante más de trescientos años, desde el 1100 aproximadamente hasta el 800 a. e. c., mientras que la Edad Media europea duró casi todo un milenio.

[17]Véase, p. ej., Prigogine, Ilya y Stengers, Isabelle. Order Out of Chaos. Nueva York: Bantam, 1984; Abraham, Ralph y Shaw, Christopher. Dynamics: The Geometry of Behaviour. California: Aerial Press, 1984; Maturana, Humberto y Varela, Francisco. Autopoiesis and Cognition: The Realization of the Living. Boston: Reidel, 1980 [hay traducción al castellano: De máquinas y seres vivos. Autopoiésis: la organización de los vivos. Buenos Aires: Editorial Universitaria, 2006].

[18]Capra, Fritjof. The Tao of Physics. Boston: Shambhala New Science Library, 1975 [hay traducción al castellano: El tao de la física. Traducción de Alma Alicia Martell Moreno. Málaga: Sirio, 2017]; The Turning Point, op. cit.,(véase nota 1).

[19]Eldredge, Niles y Gould, Stephen J. «Punctuated Equilibria: An Alternative to Phyletic Gradualism», en Schropf, T. J. (ed.). Models of Paleobiology. San Francisco: Freeman, Cooper, 1972; Csanyi, Vilmos. General Theory of Evolution. Budapest: Akademiai Kiado, 1982; Laszlo, Ervin. Evolution: The Grand Synthesis. Boston: New Science Library, 1987 [hay traducción al castellano: Evolución: la gran síntesis. Traducción de Eloy Fuente. Madrid: Espasa-Calpe, 1988]; Jantsch, Erich. The Self-Organizing Universe. Nueva York: Pergamon Press, 1980; Loye, David y Eisler, Riane. «Chaos and Transformation: Implications of Nonequilibrium Theory for Social Science and Society», en Behavioral Science, vol. 32 (1987), pp. 53-65.

[20]Estas correspondencias entre hallazgos de campos diferentes son coherentes con las conclusiones anteriores de los teóricos de sistemas generales; por ejemplo, con von Bertalanffy, Ludwig. General Systems Theory. Nueva York: Braziller, 1968 [hay traducción al castellano: Teoría general de los sistemas. Traducción de Juan Almela. México: Fondo de cultura económica, 1976] y Laszlo, Ervin. Introduction to Systems Philosophy. Nueva York: Gordon & Breach, 1972.

[21]Eldredge, Niles. Time Frames. Nueva York: Simon & Schuster, 1985; así como el mencionado artículo de Eldredge y Gould («Punctuated Equilibria: An Alternative to Phyletic Gradualism», op. cit.).

[22]Véase, p. ej., Bernard, Jessie. The Female World. Nueva York: Free Press, 1981; Boserup, Ester. Woman’s Role in Economic Development. Londres: Allen & Unwin, 1970 [hay traducción al castellano: La mujer y el desarrollo económico. Traducción de María Luisa Serrano. Madrid: Minerva, 1993]; Spender, Dale. Feminist Theorists: Three Centuries of Key Women Thinkers. Nueva York: Pantheon, 1983; Sen, Gita y Grown, Caren. Development, Crisis, and Alternative Visions: Third World Women’s Perspectives. Nueva Delhi: Dawn, 1985 [hay traducción al castellano: Desarrollo, crisis y enfoques alternativos: perspectivas de la mujer en el tercer mundo. Traducción de Tomás Segovia. Ciudad de México: Colegio de México, 1988]; Daly, Mary. Gyn/Ecology: The Metaethics of Radical Feminism. Boston: Beacon Press, 1978; Gilligan, Carol. In a Different Voice. Cambridge: Harvard University Press, 1982; MacKinnon, Catherine. «Feminism, Marxism, Method, and the State: An Agenda for Theory», en Signs, vol. 7, pp. 517-544; Heide, Wilma Scott. Feminism for the Health of It. Buffalo: Margaretdaughters Press, 1985; Miller, Jean Baker. Toward a New Psychology of Women. Boston: Beacon, 1976 [hay traducción al castellano: Hacia una nueva psicología de la mujer. Traducción de Luis Botella García del Cid. Barcelona: Altaya, 1995]; Christ, Carol y Plaskow, Judith. Womanspirit Rising: A Feminist Reader in Religion. San Francisco: Harper & Row, 1979; Spretnak, Charlene (ed.). The Politics of Women’s Spirituality. Nueva York: Doubleday Anchor, 1982. Durante el proceso de escribir este libro, he intentado reconocer la labor de muchas investigadoras feministas notables. Sin embargo, la lista es tan extensa que no ha sido posible mencionarlas a todas.

[23]Spender, Dale. Feminist Theorists, op. cit. (ver nota 22). El feminismo como fenómeno moderno data del siglo XVIII. Sin embargo, hay ejemplos mucho anteriores de investigadoras que se cuestionaban el conocimiento convencional de su tiempo; por ejemplo, Christine de Pisan, que en algunos de los veintiocho libros que escribió entre 1390 y 1429 (como en Le Livre de la Cité des Dames [hay traducción al castellano: La ciudad de las damas. Traducción de Marie-José Lemarchand. Madrid: Siruela, 1995]) cuestiona la misoginia de los investigadores del momento.

01

Viaje al mundo perdido:

los albores de la

civilización

Conservada en una cueva santuario durante más de veinte mil años, una figura femenina nos habla de las mentes de nuestros primitivos ancestros occidentales. Es pequeña y está esculpida en piedra: se trata de una de las llamadas estatuillas de venus halladas a lo largo y ancho de la Europa prehistórica.

Estas estatuillas, exhumadas en excavaciones que cubren un área geográfica extensa (desde los Balcanes, en el este de Europa, al lago Baikal en Siberia; y al oeste en Willendorf, cerca de Viena, y la Grotte du Pape en Francia), han sido descritas por algunos expertos como expresiones del erotismo masculino: es decir, el equivalente primitivo de la contemporánea revista Playboy. Para otros investigadores, se trata simplemente de algo usado en ritos de fertilidad primitivos y, probablemente, obscenos.

Pero, ¿cuál es el significado real de estas esculturas antiguas? ¿Pueden despacharse como «productos de la obstinada imaginación masculina»?[24] ¿Es el término venus apropiado para describir estas estatuillas de caderas anchas, a veces embarazadas, muy estilizadas y a menudo sin rostro? ¿O nos cuentan estas esculturas prehistóricas algo importante sobre nosotros mismos, sobre cómo mujeres y hombres venerábamos antaño los poderes dadores de vida del universo?

El Paleolítico

Las estatuillas femeninas de los pueblos del Paleolítico son, junto con las pinturas rupestres, los santuarios en cuevas y los sitios funerarios, importantes registros psíquicos. Dan testimonio del sobrecogimiento que sentían nuestros antepasados ante el misterio de la vida y el misterio de la muerte. Indican que, muy temprano en la historia humana, la voluntad de vivir encontró expresión y reafirmación en una serie de rituales y mitos que parecen haber estado asociados con la creencia, aún extendida, de que los muertos pueden volver a la vida a través del renacimiento.

«En una gran caverna santuario como Les Trois Frères, Niaux, Font de Gaume o Lascaux, las ceremonias debían implicar un intento organizado por parte de la comunidad […] de controlar las fuerzas y procesos de la naturaleza mediante medios sobrenaturales dirigidos al bien común. La tradición sagrada —ya fuera en relación con los suministros de comida, los misterios del nacimiento y la reproducción o la muerte— creció y funcionaba, parece ser, como respuesta a la voluntad de vivir aquí y en el más allá», escribe el historiador de la religión E. O. James.[25]

Esta tradición sagrada, entre cuyos componentes esenciales está la asociación de los poderes que gobiernan la vida y la muerte con la mujer, encontró su expresión en el arte extraordinario del Paleolítico.

Dicha asociación de lo femenino con el poder de dar vida puede verse en los enterramientos paleolíticos. Por ejemplo, en el abrigo de roca conocido como Cro-Magnon en Les Eyzies, Francia, los primeros restos de esqueletos pertenecientes a nuestros ancestros del Paleolítico superior fueron hallados en 1868 cubiertos y rodeados de conchas de cauri cuidadosamente colocadas. Estas conchas, que tienen la forma que James describe discretamente como «el portal a través del que un bebé entra en el mundo», parecen haber estado asociadas con algún tipo de culto primitivo a una deidad femenina. El cauri era, en opinión de James, un agente dador de vida, al igual que el ocre rojo que, en tradiciones posteriores, aún era el sustituto de la sangre dadora de vida o menstrual de la mujer.[26]

Parece que se ponía el mayor de los énfasis en la asociación de la mujer con el hecho de generar y sustentar vida. No obstante, la muerte —o, más concretamente, la resurrección— habría sido también un tema religioso central. Tanto la colocación ritualizada de las conchas de cauri, con forma de vagina, alrededor y encima de los muertos, como la práctica de cubrir estas conchas y/o los muertos con pigmento ocre rojo —simbolizando el poder vitalizador de la sangre— parecen haber formado parte de ritos funerarios destinados a traer de vuelta al fallecido a través del renacimiento. Más concretamente, señala James, «apuntan a rituales mortuorios de la naturaleza de los ritos para dar vida que se relacionan estrechamente con las estatuillas femeninas y otros símbolos del culto a la Diosa».[27]

Además de la evidencia arqueológica de los ritos funerarios del Paleolítico, hay también pruebas de ritos que parecen haber sido diseñados para estimular la fecundidad de aquellos animales salvajes y plantas que proporcionaban el sustento de nuestros antepasados. Por ejemplo, en la galería de la inaccesible cueva de Tuc d’Audoubert, en Ariège, sobre el suave suelo arcilloso bajo las pinturas rupestres de dos bisontes (una hembra seguida por un macho), se encuentran las impresiones de pies humanos que algunos investigadores creen que provienen de danzas rituales. Algo parecido puede verse en el abrigo de roca de Cogul, en Cataluña, donde encontramos la escena de unas mujeres, posiblemente sacerdotisas, que bailan alrededor de una figura masculina más pequeña y desnuda, durante lo que parece ser una ceremonia religiosa.

Todos estos santuarios en cuevas, estatuillas, enterramientos y ritos parecen haber estado relacionados con la creencia de que la misma fuente de la que surge la vida humana es también la fuente de toda la vida vegetal y animal: la gran Diosa Madre o Dadora de Todas las Cosas que aún encontramos en periodos posteriores de la civilización occidental. Sugieren asimismo que nuestros primitivos ancestros reconocían que tanto nosotros como nuestro entorno natural son partes conectadas integralmente con el gran misterio de la vida y la muerte, y que, por lo tanto, toda la naturaleza debe ser tratada con respeto. Esta conciencia —enfatizada más tarde en las estatuillas de diosas rodeadas por símbolos de la naturaleza tales como animales, agua o árboles; o representadas con una parte humana y otra animal— fue sin duda central en nuestra herencia psíquica perdida. Como lo fue también el evidente sobrecogimiento y asombro ante el gran milagro de nuestra condición humana: el milagro del nacimiento encarnado en el cuerpo de la mujer. A juzgar por estos antiguos registros de la psique, este era un tema central en el sistema de creencias del Occidente prehistórico.

Sin embargo, lo que hemos desarrollado hasta ahora aún difiere del punto de vista de muchos expertos. Tampoco es el punto de vista que se sigue enseñando en la mayoría de los cursos introductorios sobre los orígenes de la civilización. Esto se debe, como sucede con los textos más populares sobre la materia, a que todavía prevalecen las ideas preconcebidas de expertos anteriores que consideraban el arte paleolítico en términos del estereotipo convencional de hombre primitivo: el cazador sediento de sangre y belicoso; de hecho, muy diferente al de la mayoría de las sociedades primitivas recolectoras y cazadoras descubiertas en tiempos modernos.[28] Estas interpretaciones de los materiales, muy fragmentarios, disponibles de la época paleolítica sirvieron de base para construir las teorías androcéntricas sobre la organización social en la protohistoria y prehistoria. Aun cuando se realizaron nuevos descubrimientos, los investigadores también los interpretaron, por lo general, de manera que lograran encajar en el molde de las viejas teorías.

Una de las asunciones de estos investigadores era —y aún lo es en gran medida— que solo el hombre prehistórico fue responsable del arte paleolítico. Esta idea tampoco se asentaba sobre ninguna prueba fáctica. Más bien, era el resultado de las ideas preconcebidas de los expertos, las cuales contradicen descubrimientos como el de que entre sus contemporáneos prehistóricos veddas de Sri Lanka (Ceilán), por ejemplo, fueran de hecho las mujeres, y no los hombres, las que realizaban las pinturas sobre roca.[29]

Una idea elemental de estos preconceptos era, tal y como lo expresa John Pfeiffer en The Emergence of Man, que «la caza dominaba la atención e imaginación del hombre prehistórico» y que, «si se parecía en algo al hombre moderno, usaría rituales en muchas ocasiones para ayudar a avivar y aumentar su poder».[30] Al mantener este sesgo, se ha interpretado que las pinturas rupestres del Paleolítico estaban relacionadas con la caza aun cuando mostraban a mujeres bailando. De forma similar, como se ha señalado anteriormente, las pruebas de una forma de culto antropomórfico, centrado en lo femenino —como los hallazgos de representaciones de mujeres de caderas anchas y embarazadas—, tuvieron que ser ignoradas o clasificadas como meros objetos sexuales masculinos: obesas venus eróticas o imágenes bárbaras de la belleza.[31]