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Después de la muerte de su madrastra, el ejecutivo Jake Braddock se enteró de que podría tener que compartir la custodia de su hermanastra, de cinco años, con una bella bailarina… que no era precisamente lo que él entendía por una madre ideal. Chloe Haskell apenas empezaba a acostumbrarse a ser la mamá de la pequeña Brianna cuando empezaron los problemas con el rígido Jake, que parecía empeñado en pelearse con ella por todo. Pero la hermosa Chloe no tardó en ganarse la simpatía del texano… y algo más que él no estaba dispuesto a admitir…
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Seitenzahl: 221
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2007 Judy Duarte
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
El camino de la felicidad, n.º 1725- septiembre 2018
Título original: The Cowboy’s Lullaby
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-9188-617-4
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Si te ha gustado este libro…
JAKE Braddock, con una terrible resaca de mañana de lunes, estaba preparando café cuando lo llamaron para decirle que su madrastra, Desiree, había fallecido.
—¿Cómo que ha fallecido? —preguntó a la persona que llamaba del hospital. Desiree ni siquiera había cumplido los cuarenta años—. ¿Qué ha ocurrido?
—Oficialmente, la causa de la muerte fue neumonía. Pero originada por un cáncer.
¿Cáncer?
Jake se sentó en un taburete de bar, negro y metálico, que había junto al teléfono y se pasó la mano por el pelo. Maldijo el golpeteo que sentía en la cabeza, que se había intensificado.
—No sabía que estaba enferma —farfulló. Bueno, no sabía que lo estaba tanto.
Hacía una semana, cuando había vuelto de San Diego la última vez, Jake había visto que tenía ojeras oscuras y profundas y estaba pálida. Le había sugerido que fuera al médico y ella le había contestado que no se preocupara, que ya estaba en tratamiento.
Había sospechado que estaba enferma, pero no que tuviera algo terminal.
—Eh, yo… —intentó explicarse—. Ella y yo… no estábamos muy unidos.
«Por lo visto no», pareció indicar el silencio que siguió.
—Empecemos de nuevo —se aclaró la garganta y deseó poder aclararse la cabeza—. Sabía que estaba enferma, pero no mencionó que tenía cáncer.
Ni que estaba muriéndose.
—Lamento su pérdida —dijo la mujer—. La señora Braddock lo organizó todo, así que no tiene que hacer nada. Sólo sigo el protocolo del hospital informando al pariente más cercano.
—Entonces, supongo que soy yo.
—Y Chloe Haskell, en San Diego.
—¿Quién diablos es Chloe Haskell? —Jake se tensó.
—No lo sé, señor. La señora Braddock los incluyó a los dos como sus parientes.
—¿Y qué me dice de su hija? —preguntó.
—¿Sería la señorita Haskell?
—No —bueno, podría serlo. Suponía que Desiree podía tener otra hija. Mayor, quizá. Adulta, como él. En realidad no conocía bien a su madrastra, aparte de saber que había sido bailarina de topless antes de casarse con su padre.
En cualquier caso, tendría que decirle a Brianna, su hermanastra de casi cinco años, que su mamá había muerto. Pero antes tendría que encontrarla. Desiree había estado yendo y volviendo de San Diego los últimos dos meses, pero la semana anterior había regresado a Dallas sin la niña.
Y eso era extraño.
Jake podía tener problemas con Desiree respecto a muchas cosas, pero había comprobado que era una madre entregada. Al menos, eso había pensado hasta que dejó a Brianna en San Diego. Le había preguntado a Desiree por qué.
—Brianna está con una amiga muy querida. Está feliz y muy bien cuidada.
Jake no sabía nada de las amistades de su madrastra, pero sospechaba que todas trabajaban en el club de alterne de San Diego que Desiree había dirigido, así que tenía razones para sentirse intranquilo.
Tal vez Brianna estuviera con Chloe, quienquiera que fuese.
—No hay nadie más en mi lista de contactos —dijo la mujer—. Sólo usted y la señorita Haskell, a quien ya he llamado.
El hospital se lo había notificado a otra persona antes que a él. Maldijo, aunque no sabía si lo hizo por lo que acababa de oír o por el martilleo que sentía en la cabeza y la bilis que le quemaba el estómago.
—Lo siento —dijo la mujer—. ¿Quiere que llame a un asistente social que lo ayude a superar esto?
—No. Es sólo un… —iba a decir que era un shock, pero se calló.
Desiree era su madrastra y vivía… bueno, solía vivir, a una hora de distancia de él. Su muerte y el que hubiera tenido cáncer desde sólo Dios sabía cuándo, no debería haber sido tal shock. No si ello lo hubiera tenido informado.
Por supuesto, cuando su padre, de sesenta años, la conoció en un crucero, Jake y sus deseos dejaron de tener importancia. La crisis de los sesenta de su padre sí que había sido todo un portento.
Gerald Braddock siempre había sido conservador en sus actos, pero se había enamorado hasta la médula de una ex bailarina de striptease, que tenía veintiocho años y podría haber sido su hija. Y se había casado con ella a la velocidad del rayo.
Era cierto que su padre había parecido más feliz que nunca en su vida durante los últimos seis años, pero eso debía de ser por Brianna, la hija que había tenido con su nueva esposa.
Jake, hijo único, siempre había deseado un hermano o hermana, pero no había contado con cumplir su deseo a los veintiocho años. Pero Brianna era un cielo y hacía lo que quería con su hermano mayor.
No la veía tanto como habría deseado por distintos motivos. Por un lado, sus negocios lo mantenían muy ocupado. Por otro, intentaba evitar a Desiree en la medida de lo posible.
Desiree había planteado el tema un par de veces, sugiriéndole que intentaran ser amigos, pero incluso cuando Jake superó el shock del segundo matrimonio de su padre, se sintió incapaz de aceptar a su madrastra como parte de la familia.
—Lamento su pérdida —repitió la mujer.
—Ya. Gracias.
Cuando ella colgó, Jake siguió agarrando el auricular como si así pudiera recuperar algún control sobre todo lo que se le había escapado de las manos: primero el matrimonio de su padre, luego su muerte.
Y ahora, eso.
A Jake nunca le había gustado Desiree. Lo cierto era que nunca le había dado una oportunidad, a pesar de que su padre se lo había pedido muchas veces. Pero no podía; creía que ella se había casado con su padre por dinero.
Su sospecha se confirmó cuando ella corrió a un abogado para modificar el fideicomiso el día después del funeral de Gerald Braddock.
Por parte de Jake, no era cuestión de avaricia. Había tenido éxito y era propietario del cincuenta y uno por ciento de las acciones de la empresa Braddock Enterprises, en Dallas, que supervisaba varios negocios de explotación petrolera. Aunque no le gustaba jactarse, el valor de las acciones casi se había duplicado desde que él había tomado el mando.
No era el dinero lo que buscaba. Simplemente no le gustaba la idea de que a su padre lo hubiera engañado una mujer que no encajaba en su esfera social. Una mujer que lo había convencido para que pasara más tiempo en el rancho y menos en la ciudad, donde tenía una casa espaciosa y lujosa, cerca de la oficina.
Por supuesto, Desiree no tenía clase para encajar en la alta sociedad, así que no era extraño que su padre hubiera gravitado hacia el rancho y empezado a jugar a los vaqueros, aunque era sexagenario.
«También jugaba a ser papá», le recordó una vocecita interna. «Y mejor que la primera vez».
Jake pensó de nuevo en Brianna, la huérfana que iba a necesitar que él se hiciera cargo de ella y jugara a ser papá. Pero no sabía dónde encontrarla.
Podría contratar a un detective, pero tal vez consiguiera una respuesta inmediata llamando al abogado de Desiree. Sacó la guía telefónica y buscó el teléfono de Brian Willoughby. Una recepcionista contestó la llamada y le dijo que esperara. Segundos después, el abogado se puso al aparato.
—Hola, señor Braddock. Esperaba su llamada.
Por lo visto, todo el mundo menos él sabía lo del cáncer de Desiree. Y el lamentable y triste asunto lo ponía de mal humor. Se había sentido mucho mejor cuando sólo tenía que preocuparse de su resaca.
—He lamentado oír que Desiree había fallecido.
—¿Cómo se ha enterado de su muerte tan rápido? —el martilleo en la cabeza de Jake se intensificó.
—La señorita Haskell llamó hace unos minutos.
Jake sintió el deseo de lanzar el teléfono al otro lado de la habitación. ¿Quién diablos era esa mujer?
—Por fortuna —dijo Willoughby—, Desiree fue muy cuidadosa organizando todos los temas legales.
—Eso no me sorprende en absoluto —Jake imaginaba que había estado deseando poner las manos en el dinero y en la empresa desde que conoció a Gerald Braddock en el crucero.
Maldijo para sí. Aún no soportaba la idea de ellos dos juntos.
—Desiree era una mujer muy valiente —dijo Willoughby—. Y fuerte. Llegué a admirarla mucho.
—Bueno, veo que parece saber más que yo de lo que está ocurriendo; por favor, dígame dónde puedo encontrar a mi hermana.
—Está en San Diego con la señorita Haskell. Y por lo que sé está todo lo bien que se puede esperar.
—Si tiene la amabilidad de darme una dirección, hoy mismo volaré a recogerla.
—Eso no será necesario.
—¿Qué quiere decir? —preguntó Jake, irritado.
—Desiree ha dado la custodia temporal de Brianna a la señorita Haskell, al menos hasta que se lea el testamento. Sin embargo, hay una serie de estipulaciones que me gustaría comentar con los dos respecto a la custodia compartida. Por desgracia, no estoy disponible hasta el viernes por la mañana. A la señorita Haskell le viene bien. Espero que también encaje en su horario. Si no, tendremos que posponer la reunión hasta la semana que viene.
—Preferiría no retrasar esto más de lo necesario —Jake ya estaba buscando el móvil para llamar a su abogado. Era ridículo. Intentaría impugnar el testamento con un ejército legal, si hacía falta.
Que Desiree hubiera esperado que personas que vivían en estados distintos compartieran la custodia de una niña que estaba a punto de empezar el colegio sugería que al final había perdido capacidades mentales. Reuniría a un equipo de abogados que utilizarían eso para poner fin al problema a toda velocidad.
Para Jake no era un problema compartirlo todo con Brianna, pero no compartiría el control con nadie más, y menos una amiga de su madrastra.
—¿Tiene el teléfono o la dirección de esa mujer?
—¿Se refiere a la señorita Haskell?
—Sí —Jake agarró un bolígrafo y apuntó: 146 Tahiti Circle, Bayside, California—. Creía que estaba en San Diego.
—Por lo que creo, es un suburbio.
También apuntó el teléfono que le dio Willoughby, aunque no tenía intención de llamarla.
Iba a volar a California lo antes posible. Brianna había perdido a su padre el año anterior y a su madre ese día. Necesitaba estar con su familia, con alguien que la quisiera.
Y esa persona era su hermano mayor, Jake.
Chloe Haskell no había ido al parque en casi diez años y deseó haberlo hecho antes.
Había algo liberador en columpiarse como una niña otra vez, permitiendo que la brisa de verano le alborotara el pelo. Suponía que alguna gente criticaría a una mujer adulta por disfrutar así, pero a Chloe le daba igual. Lo hacía por Brianna, y por la mujer que debería haber estado columpiándose con ella.
—Vamos hasta el Cielo —dijo Brianna.
Chloe pensó que ojalá pudieran hacerlo. Desiree había sido una madre y una amiga maravillosa. Brianna debía de echarla mucho de menos.
Chloe también. Desiree y ella habían sido más hermanas que amigas, aunque no se veían con tanta frecuencia como deberían.
En retrospectiva, Chloe deseó haberse tomado tiempo para ir a visitarla a Dallas pero, en su defensa, había estado muy ocupada, primero en la universidad, después iniciando su propio negocio. Se habían mantenido en contacto mediante largas llamadas telefónicas y correos electrónicos.
Habían hablado de todo en los últimos seis años. Cuando Chloe decidió alquilar una vieja tienda en el centro de Bayside y montar un estudio de danza, había llamado a Desiree para pedirle consejo. Y Desiree había compartido con ella las alegrías de su vida de casada con el maravilloso hombre al que adoraba.
También le había confiado sus problemas como madrastra del hijo de su marido, un «chico» que había jurado no aceptarla nunca.
Cuando Desiree recibió la bendición de su hija, Chloe se había alegrado mucho y le enviaba regalos con regularidad: vestiditos, libros y algún que otro juguete.
Había sido difícil no envidiar la buena fortuna de Desiree…, hasta que su suerte cambió para mal. Primero su marido sufrió un infarto masivo y murió; después, hacía dos meses, había ido con Brianna a California, para lo que Chloe y la niña creían era una visita especial, unas vacaciones.
Pero la reunión había sido amarga.
—Tengo que pedirte un favor —le había dicho Desiree, mientras Brianna jugaba en el parque interior de la hamburguesería donde estaban comiendo.
—Lo que sea. Ya lo sabes.
—Necesito que cuides de Brianna por mí.
—Por supuesto —había aceptado Chloe—. Me encanta hacer de niñera.
—Me temo que será algo más permanente que eso.
Chloe había sentido un escalofrío e intuido lo que Desiree iba a explicarle. Su amiga rompió una servilleta de papel y la miró con ojos húmedos.
—El cáncer se ha reproducido.
Cuando Chloe estaba en el instituto, a Desiree le habían diagnosticado un cáncer de pulmón. Gracias al tratamiento médico el cáncer entró en remisión, y el padre de Chloe, que primero había sido su jefe y después su socio, le había regalado un crucero a Alaska; allí había conocido a Gerald Braddock.
—Y es terminal —había añadido Desiree.
—Hay que buscar una segunda opinión —objetó Chloe, cuando las implicaciones del diagnóstico la golpearon con la fuerza de un martillo.
—He visto a tres especialistas distintos, con la esperanza de otro diagnóstico y más opciones. Todos están de acuerdo. No se puede hacer nada.
Chloe había tenido que esforzarse para no hundirse en el torbellino emocional que quería engullirla. Brianna estaba jugando a unos metros de ellas.
—Es terrible —había dicho Desiree—. De veras que sí. He esperado años para tener una hija y ahora voy a abandonarla. Y no la veré crecer. Pero si hay alguien en el mundo que amará y cuidará a Brianna como yo lo habría hecho, ésa eres tú.
—Yo… —Chloe se había quedado muda. Desiree sólo tenía treinta y cuatro años, diez más que ella—. Por supuesto que me ocuparé de Brianna. La querré como si fuera mía. Pero quizá se pueda hacer algo, algo experimental. Un nuevo tratamiento. Puede que uno de los médicos de San Diego…
—Me temo que no se puede hacer nada.
Y había tenido razón. En menos de cuatro semanas, Desiree había muerto. La voz de Brianna devolvió a Chloe al presente.
—Es una lástima que no podamos ir al Cielo —dijo Brianna—. Mamá adora el chocolate. Y papá también. Podríamos llevarles algunos de los pasteles de chocolate que hemos hecho.
—Por lo que he oído, en el Cielo los postres no se acaban nunca. Pero tienes razón, hemos hecho demasiados. Quizá podríamos compartirlos con alguien.
Dadas las circunstancias, Brianna parecía estar tomándose bastante bien la muerte de su madre. Claro que Desiree llevaba preparándola un mes. Y las dos habían compartido una llorosa y emotiva despedida hacía más de una semana.
A Desiree debía de haberle costado sacrificar sus últimos días con ella. Pero no había querido que Brianna la recordara en un hospital, conectada a tubos y cables. Así que había dejado a la niña con Chloe y había vuelto a casa a morir.
Había un psicólogo infantil en Dallas al que Desiree había estado llevando a Brianna, y Chloe pensaba seguir con las citas. La niña parecía estar bien, pero no quería que tuviera problemas más adelante.
—Cuéntame otra vez cómo conociste a mi mami —pidió Brianna.
Chloe había sabido que era mejor no decir toda la verdad, y menos a una niña. Así que había alargado y suavizado la historia.
—Mi padre tenía… un sitio de baile —dijo Chloe—. Y tu mami vino buscando trabajo. Yo era una niña, como tú, y pensé que era la bailarina más guapa que había visto nunca.
No tenía por qué decirle que su padre tenía un club de alterne y striptease. Ni que Desiree había llegado con un ojo morado y el labio partido.
—Y después —dijo Brianna, repitiendo la historia que ya había oído varias veces—, cuando tu padre necesitó que alguien te cuidara, fue la mejor niñera de todo el mundo entero.
—Sí que lo fue.
Ron Haskell, el padre de Chloe, era jugador y había ganado el negocio en una partida de póquer. Cuando Chloe no era mucho mayor que Brianna había pasado mucho tiempo en el club, y las camareras y bailarinas solían cuidar de ella. Desiree, que adoraba a los niños, hacía de niñera, encantada, siempre que Ron se lo pedía. En poco tiempo, Chloe y ella habían desarrollado un fuerte vínculo.
Desiree había tenido una infancia terrible, sin ningún apoyo familiar, y había aprendido a utilizar los recursos que tenía: su belleza, su cuerpo y su habilidad para entender a los clientes y modificar sus bailes para satisfacer sus fantasías. Por desgracia, había tardado años en desarrollar esa habilidad con sus amantes y comprender que era como un imán que sólo atraía a perdedores.
Sólo anhelaba amor y una familia, sin embargo, ese sueño había estado fuera de su alcance durante años. Pero había tenido éxito en otros sentidos.
Ron no era un hombre de negocios, pero Desiree tenía un don natural. Gracias a sus consejos y sus dotes directivas, muy pronto el club empezó a dar beneficios. Después animó a Ron para que invirtiera en otras propiedades, siempre con éxito, y le impidió que lo perdiera todo en el juego; Ron había muerto siendo un hombre rico.
—Y porque mi mami era tan guapa y tan lista —Brianna recitó su versión de la historia—, y buena bailarina, estas haciendo un libro sobre ella.
—No es exactamente un libro. Es más como un diario de recuerdos que podrás leer cuando seas más mayor —Chloe lo había titulado Lecciones de Desiree, y la estaba ayudando a enfrentarse a la pérdida de su mejor amiga.
—Y yo también podré escribir en él —le recordó Brianna—. En cuanto vaya al colegio y aprenda.
—Correcto, Brisita.
Siguieron columpiándose en silencio durante un rato. El aire alborotaba el pelo largo y rizado de Chloe, pero le daba igual. Miró a Brianna de reojo y la niña le sonrió.
—Te columpias muy bien. Igual que mi mamá.
—Tu mamá fue muy buena profesora.
Brianna asintió, miró el parque y dio un gritito.
—¡Oh! Tengo que bajar. ¿Puedes ayudarme?
—Claro —Chloe se bajó de un salto y cayó de pie sobre la arena. Fue al columpio de Brianna y lo paró—. ¿Qué quieres hacer ahora? No querrás volver a casa todavía, ¿verdad?
—No. Quiero jugar con Jenny y Penny. Por fin se han bajado del balancín y han ido al tobogán. Yo quiero ir también —en cuanto sus pies tocaron el suelo, la niña rubia, parecida a su madre, corrió a reunirse con sus dos nuevas amiguitas.
Chloe había echado de menos no tener amigas de su edad cuando era niña, y le gustaba ver a Brianna socializar. De hecho, era muy agradable tener a Brianna con ella.
Tenían, y seguirían teniendo, momentos de lágrimas y tristeza, pero Chloe estaba empeñada en hacer cuanto estuviera en su mano para que Brianna creciera feliz y querida.
Aun así, a veces Chloe temía haber aceptado un hueso demasiado duro de roer. No su nuevo papel de madre, eso le gustaba. Pero tenía reservas sobre lo de pasar seis semanas en Texas, tal y como le había pedido Desiree, enfrentándose a los temas legales y a los problemas que sin duda se plantearían cuando conociera al hermanastro de Brianna.
Y el día se acercaba.
El viernes por la mañana conocería a Jake Braddock en la oficina de Brian Willoughby, en Dallas.
Hacía muchos años, Desiree le había enseñado a Chloe que siempre debía mostrar lo mejor de sí misma, sobre todo ante la adversidad. Y eso implicaba vestirse bien, maquillarse con cuidado y llevar la cabeza muy alta. Ese consejo aparecía en Lecciones de Desiree y era el nº 1: «Cuida siempre tu imagen».
Chloe pensaba hacer exactamente eso el viernes. Entraría en la reunión decidida a ganar por la mano.
Gracias a Dios, tenía unos días para prepararse mentalmente para la confrontación. Había prometido cumplir los deseos de Desiree e insistiría en que Jake hiciera lo mismo.
Vio algo brillante en el suelo y se agachó a recogerlo. Era una moneda de veinticinco centavos. Su padre siempre había dicho que encontrar dinero era señal de buena suerte, así que esa tarde compraría un billete de lotería.
—¡Jake! —gritó Brianna desde lo alto del tobogán.
Chloe se dio la vuelta y la vio deslizarse hacia abajo y correr hacia un hombre alto y bien vestido.
No conocía a Jake Braddock, pero le habían dicho que tenía el aire de un JR joven. Y ese hombre moreno, con su ropa cara, tenía un aura que irradiaba dinero y poder.
Frotó la moneda contra sus pantalones cortos negros y se la guardó en el bolsillo. Había creído que tendría unos días antes de la confrontación, pero su tiempo se había acabado.
Deseó que no hubiera pasado lo mismo con su suerte.
AL oír la voz de Brianna, Jake aceleró el paso.
—¡Eh, muñeca! Te he echado de menos.
Ella corrió hacia él y perdió una chancla en la arena. Siguió corriendo sin ella. Cuando lo alcanzó, él la alzó en sus brazos y captó su aroma a champú. Al menos la señorita Haskell la había mantenido limpia.
—Pensaba que no te vería hasta dentro de muchos días —dijo Brianna, abrazándolo con fuerza.
—Bueno, no quería que esperaras —la besó en la mejilla.
—¿Sabes qué? Mami fue al Cielo a ver a papi.
—Sí, lo sé —susurró él contra su cabello, se le quebró la voz de dolor al pensar en su pérdida—. Y he venido a llevarte a casa conmigo.
—¿Vas a llevarte a Chloe también? —preguntó la niña—. Me ha dicho que voy a vivir con ella.
Eso no ocurriría mientras Jake viviera. Había contratado a un equipo de abogados que se asegurarían de que eso no ocurriera.
—Hola —dijo una sensual voz femenina.
Jake se volvió y vio a una pelirroja, alta y bonita, que le recordó a Julia Roberts en Pretty Woman.
Las pecas que salpicaban su nariz le daban un atractivo infantil. Pero cuando miró la parte de arriba de su bikini amarillo y los pantalones cortos negros, comprendió que no había nada infantil en su cuerpo.
Maldijo para sí. Inconscientemente, clavó los ojos en unas piernas largas que podrían rodear a un hombre y hacer que su cerebro desapareciera del todo.
Doble maldición.
—¿Señor Braddock? —dijo ella, recordándole que era su turno.
—Sí —carraspeó. Debía de ser la señorita Haskell. Chloe. La «querida» amiga de Desiree. Para ser un hombre que se enorgullecía de mantener siempre el control, le estaba costando encontrar las palabras.
—He oído hablar de usted —dijo ella.
Él esperó que siguiera con una frase cortés, estilo: «Es un placer conocerlo por fin». Pero como no dijo nada, se preguntó qué habría oído de él.
En su intento de distanciarse de su madrastra, no había tenido en cuenta lo que Desiree podía pensar de él y qué podría confiarles a sus amigas.
Aunque suponía que no importaba demasiado.
Chloe cambió el peso de una pierna a otra y se puso una mano en la cadera. Él intentó leer su lenguaje corporal, pero se perdió en el brillo travieso de sus ojos verdes, el indicio de hoyuelos y la carnosidad de sus labios.
—Dado que tenemos una reunión en Dallas el viernes, me sorprende un poco verlo en California.
—Lo comprendo, pero quería ver a mi hermana. Creo que es mejor que su familia esté a su lado ahora.
—Chloe también es mi familia —dijo Brianna—. Mamá me lo dijo. Son como hermanas.
—¿Ah, sí? —respondió Jake, preparándose para la confrontación que estaba por llegar.
Sin embargo, cuando miró a Brianna y vio su sonrisa, comprendió que ése no era el momento ni el lugar adecuado. Tal vez sería mejor ir despacio. Ser agradable hasta que pudiera llevarse a Brianna a casa, y luego dejar que sus abogados iniciaran la batalla.
—¿Podrías dejarme en el suelo? —Brianna le dio un golpecito en el hombro—. He perdido mi zapato.
Él la soltó y ella fue, medio saltando, a recoger la chancla rosa. Jake volvió a dedicar toda su atención a Chloe, aunque su presencia había sido casi abrumadora desde que entró en escena.
—Tengo la custodia temporal de Brianna —dijo ella—, hasta la reunión de Dallas.
—De acuerdo. Pero tendrás que perdonarme por sentirme preocupado por ella. Todo esto ha sido un shock para mí.
Chloe cruzó los brazos bajo los pechos. Jake, al ver cómo se alzaban, se preguntó si no tenía algo con lo que taparse.
Toqueteó el cuello de su camisa y se ajustó el nudo de la corbata. Según el parte meteorológico, no debía hacer tanto calor en Bayside como en Dallas, pero parecía que él hubiera llevado el calor y la humedad con él.
—Brianna está todo lo bien que se puede esperar —dijo Chloe—. Desiree se esforzó en prepararla.
—¿Cómo se puede preparar a una niña de cinco años para algo como la muerte?
—Debe de ser difícil para cualquiera, supongo —dijo, con voz suave y teñida de algo que podía ser dolor, o compasión. Pero Jake no sabía si era sincera o no.
—Estoy seguro de que entiendes por qué he querido venir a verla. Y por qué quiero llevarla a casa.
—Está en casa.