El clan de las serpientes - Steffany Kennels - E-Book

El clan de las serpientes E-Book

Steffany Kennels

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Beschreibung

Traicionada por su propia familia, Ayshane Ivanova, heredera legítima de la Yakuza japonesa en España e hija de Eduard Ivanov, capo de la organización criminal rusa más peligrosa del país, se verá obligada a pedir ayudar a quienes se han erigido como sus peores enemigos: un trío de élite de la policía liderado por el inspector jefe, Erick Román. Sola y oculta entre las sombras de un mundo que hasta los demonios más oscuros prefieren evitar, Ayshane sabe que no acabará con la organización que la vio nacer si no cautiva a aquellos cuyo honor parece inquebrantable. Todo el mundo tiene un precio y, arrastrados por Ayshane, Erick y sus agentes se verán envueltos en un infierno sin ser conscientes de que no solo están poniendo en riesgo sus vidas, sino también la integridad de sus corazones. Dicen que para los hermanos Ivanov la muerte no es más que un juego de niños. ¿Te atreves a jugar?

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El clan de las serpientes

Los personajes, eventos y sucesos que aparecen en esta obra son ficticios, cualquier semejanza con personas vivas o desaparecidas es pura coincidencia.

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación, u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art.270 y siguientes del código penal).

Diríjase a CEDRO (Centro Español De Derechos Reprográficos). Si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. Puede contactar con CEDRO a través de la web www.conlicencia.com o por teléfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47.

© de la fotografía de la autora: Archivo de la autora

© Steffany Kennels 2023

© Entre Libros Editorial LxL 2023

www.editoriallxl.com

04240, Almería (España)

Primera edición: enero 2023

Composición: Entre Libros Editorial

ISBN: 978-84-18748-80-6

EL

CLAN

DE LAS SERPIENTES

SERIE MAMBA NEGRA

vol.1

Steffany Kennels

Fuiste mi luz en mis momentos más oscuros y, de nuevo, debo aprender a caminar sola. Pero cuando miro al cielo sonrío porque, a pesar de la distancia, seguiremos recorriendo el camino juntas.

ÍNDICE

Introducción

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Continuará...

Agradecimientos

Nota de la autora

Biografía de la autora

Tu opinión nos importa

Introducción

Olía a humedad, a putrefacción, a carne muerta en pleno proceso de descomposición, a dolor, a sufrimiento, a lágrimas derramadas, a llantos desconsolados... Pero lo aguantó y esperó tumbada y en silencio en el interior del nicho situado frente al gran panteón de la familia Ivanov.

Por el diminuto agujerito que había hecho en el mármol el día anterior, verificó que todo el mundo se había marchado. Tal y como ella suponía, el último en salir fue Adrik Ivanov. También conocido como la Cobra Real, el primogénito Ivanov, el joven heredero de una de las mayores bratvas1 rusas asentadas en España y recién catalogada como la más cruel y despiadada después de la Yakuza japonesa.

A sus veinte años, la Cobra Real ya contaba con los apoyos y el poder suficiente como para desbancar a su padre, Eduard Ivanov, conocido como la Anaconda Ivanov, pero fue a los veintitrés cuando decidió que había llegado la hora de poner al viejo a criar malvas.

—Pedazo de cabrón —siseó cuando el último de los gorilas de Adrik salió junto a él.

Se acomodó en el interior del nicho. Ya no quedaba nadie cerca del panteón, aun así, esperaría a que la noche cayese sobre el cementerio. Ella no se habría convertido en quien era si no fuese por su característica sangre fría a la hora de tomar decisiones, por su paciencia, por esa sutileza que embaucaba, hipnotizaba y arrastraba a sus enemigos hasta las puertas del purgatorio más cruel y doloroso.

Especializada en acechar a su presa, rápida, letal, un fantasma entre los vivos de la que solo podías sentir su veneno antes de morir. La Mamba Negra, así la conocían. Solo podías darte cuenta de su presencia cuando ya era demasiado tarde. Cuando ya te había clavado los colmillos, cuando su ponzoña corría por tu sangre.

Con movimientos lentos, logró situar el brazo que tenía en paralelo pegado a su cuerpo frente a ella. Encendió la pequeña linterna que llevaba en la mano y haciendo hueco miró su reloj Bvlgari de oro blanco, cortesía del hombre al que acababan de darle sepultura en aquel panteón. Las nueve menos cuarto de la noche. Solo podía esperar un par de horas más, quizá tres, pero eso era apurar demasiado. No tenía intención de jugarse todo el plan a la ruleta rusa. Tenía que dejar un tiempo prudencial, con un margen de maniobra suficiente como para poder actuar en caso de que algo saliera mal.

Suspiró y se acomodó de nuevo en el estrecho agujero.

Tic, tac, tic, tac, ha comenzado tu cuenta atrás.

Tic, tac, tic, tac, esta noche morirás.

Tic, tac, tic, tac, no te escondas, no escaparás.

Tic, tac, tic, tac, te encontré, aquí estás.

Capítulo 1

Tumbada en una hamaca bajo el sol, bocabajo, con los ojos cerrados, Ayshane, Ash, como la llamaban en su círculo más cercano, disfrutaba de la playa de arena blanca en Mil Palmeras.

Se trasladaba allí solo cuando necesitaba desaparecer. Por lo general, era un lugar tranquilo. Una urbanización explotada durante los meses estivales que, el resto del año, se convertía en un agradable paréntesis de paz. La temperatura era tan estable que podía disfrutarse de la playa en pleno mes de noviembre, y el microclima, más propio de las Islas Canarias que de la costa mediterránea.

Bip, bip.

Estiró el brazo y rebuscó a tientas el móvil en su pequeña bolsa de playa. Lo encontró bajo el aceite, el pareo y el libro que se había llevado.

—Hora de trabajar. —Suspiró tras leer el mensaje y se incorporó en la hamaca.

Se desperezó como un gato, se puso el pareo y se acercó a la zona de la orilla marcada con boyas amarillas, señal que les indicaba a los nulos bañistas que había en esa época que aquel espacio estaba habilitado para el acceso a pequeñas embarcaciones.

Se colocó la bolsa de playa como si fuera una mochila y esperó a que la moto que venía a buscarla se acercara todo lo que pudiera. Para salvar la corta distancia que la separaba del joven, se adentró en las templadas aguas del Mediterráneo hasta que el agua cubrió la mitad de sus torneados muslos. El pareo flotaba mecido por las olas como una medusa a la deriva y, para que no se enredase con las hélices, se lo recogió. El piloto le ofreció un salvavidas y se lo colocó.

—Gracias.

Se abrochó con avidez y, agarrándose al hombro del muchacho, se subió a la Yamaha, entrelazó los brazos alrededor de la cintura del joven y dejó que la llevase al barco que los esperaba en alta mar, lejos de mirones; allí desde donde los grandes navíos parecían simples gotas de barro resecas en una ventana.

Subió la escalerilla del yate. Una vez arriba, le entregó el chaleco salvavidas, el pareo mojado y la bolsa de playa a Sergei, el mayordomo que, a su vez, hacía las veces de patrón de aquella lujosa embarcación.

—El señor Ivanov la espera en su despacho.

Tras una leve reverencia, el hombre se marchó con sus pertenencias y la dejó sola en la cubierta. Ayshane se dio media vuelta y comprobó que la escalerilla seguía bajada para que el piloto de la moto pudiese subir, así que se dirigió a su camarote para darse una ducha rápida. Cuando entró, vio su bolsa de playa colocada a la perfección sobre el suelo, al lado de la cama Queen que había en el centro.

—¿Por dónde narices ha venido...?

Cerró la puerta tras de sí, mirando hacia todos lados, como si esperase que Sergei saliera del vestidor o del cuarto de baño.

Aquel hombre era tan rápido como eficiente. Se encogió de hombros, lanzó las chanclas con los pies por la habitación como una niña pequeña, una licencia que solo podía concederse cuando estaba sola, y se dirigió hacia el baño de su camarote.

Aquel yate era toda una maravilla de la náutica y la ostentación. Los suelos eran de madera de roble tratado. El camarote de invitados —el suyo—, tenía al menos treinta metros cuadrados y un armario vestidor casi tan grande como el baño con el que comunicaba. El suelo estaba fabricado con algún material parecido al mármol, pero del mismo color que la madera de la habitación. La bañera, inmensa y con capacidad para dos personas, contaba con una ducha independiente.

Abrió el grifo de esta última. Mientras el agua se calentaba, se recogió la larga melena negra en un moño despeinado, se desnudó y se metió bajo el chorro de agua caliente.

Diez minutos después, descalza, vestida con unos pantalones cortos color rojo cereza y una camiseta de tirantes blanca, se dirigió al despacho que había bajo cubierta, al otro lado del pasillo donde estaba su camarote.

Toc, toc, toc.

—Adelante —se escuchó al otro lado de la puerta.

—¿Estaba esperándome? —Asomó la cabeza antes de cruzar el umbral.

—Pasa y siéntate —le respondió sin levantar la vista al frente.

Entró cerrando la puerta tras de sí, atravesó el despacho y se sentó en una de las sillas que había frente a la mesa de madera donde el señor Ivanov revisaba unos documentos. Cuando terminó, la miró.

Ivanov sonrió con esa característica mueca entre el afecto y el atractivo de los hombres de su estirpe. Medía casi un metro noventa y tenía el porte de un caballero conquistador, unas facciones en absoluto envejecidas por la edad, el pelo plateado peinado hacia atrás y los ojos color pardo. A pesar de sus cincuenta y ocho años, Eduard Ivanov seguía siendo un auténtico galán cuya presencia no pasaba desapercibida ni para los hombres, que veían en él no solo un competidor masculino sino uno de los tiburones más peligrosos del océano, ni para las mujeres, capaces de hacer cualquier barbaridad con tal de convertirse en la nueva señora Ivanov. Un título ya descartado para el corazón de aquel hombre conocedor de su atractivo.

—¿Te apetece tomar algo?

Se levantó y rodeó la mesa del despacho en dirección al mueble bar que había al lado del ojo de buey de aquel camarote sin esperar una respuesta.

—Agua, por favor.

—En los últimos seis meses, has pasado por aquí ya unas cuatro veces —le dijo mientras se servía un par de dedos de The Macallan.2

—¿Hay algúnproblema con eso?

Eduard se dio la vuelta con el vaso de whisky en una mano y una botella de agua Bling H₂O en la otra.

—En absoluto. —Se acercó a ella y le tendió el agua—. Siempre es un placer tenerte cerca. —Le recogió con dulzura un mechón de pelo rebelde que se le había salido de su moño despeinado—. Es solo que me preocupa. —Siguió su camino hasta la gran silla de cuero marrón tras la mesa y se acomodó en ella.

—Ya sabe cómo funciona esto. —Se encogió de hombros para quitarle importancia al asunto—. Cuanto más cerca estás del objetivo... —Dio un sorbo a la botella de agua.

Eduard movió con la mano el vaso de whisky y bebió sin dejar de mirarla, pensativo. El líquido ambarino lamió el cristal dejando pequeñas lágrimas en las partes más altas del vaso.

—Es hora de buscar nuevos agentes.

—¿Cómo? —Tosió. Casi se atraganta. Se limpió con el dorso de la mano los labios—. ¿A qué se refiere con buscar nuevos agentes? —Enarcó una ceja, contrariada.

—A que me parece contraproducente que lleves tú sola el peso de toda la operación. —Dio un sorbo a su whisky, se reclinó en el asiento y colocó los talones encima de la mesa.

—Nunca había sido un problema hasta ahora —replicó arrellanándose en el sofá—. Soy la mejor. —Lo desafió con la mirada—. Fui entrenada por la mejor y trabajo más cómoda sola.

—Eso... no es del todo cierto. —Empezó a mover de nuevo la copa en su mano—. Las circunstancias te han hecho trabajar en solitario, pero no siempre ha sido así. Fuiste entrenada para matar, pero también para liderar un gran ejército.

Pensó con detenimiento en sus palabras. Hasta hacía cinco años controlaba un comando de más de trescientos hombres y mujeres. Tenía muy buena relación con todos ellos, a pesar de su mano dura, y aunque en realidad nunca había necesitado ayuda para salir de ninguna situación complicada, se sentía bien sabiendo que contaba con un buen respaldo.

—No podemos confiar en nadie más.

En realidad, no quería trabajar con nadie más. Aquella era su guerra, y ninguna otra persona tenía derecho a formar parte de ella.

—Ayshane... Mi apreciado y querido malysh.3—Suspiró, se incorporó en la silla y apoyó los codos sobre la mesa—. Bebé. —Tendió una mano y esperó a que ella le ofreciera la suya—. Me recuerdas tanto a tu madre... —Le acarició con un pulgar el dorso de la mano—. Tan dura, tan fría... Pero ambos sabemos que eso es solo una fachada. —Sonrió esperanzado y con la mirada perdida en algún lugar muy lejos de allí.

—Otets...4—dejó escapar como un suspiro entre sus labios.

Sabía que su padre ya había tomado una decisión y que nada de lo que dijera lo haría cambiar de opinión. Siempre que recurría al recuerdo de su madre significaba que las cosas se harían a su forma.

Acostumbrado a mandar, parecía no haberse dado cuenta todavía de que aquello era una sociedad de dos, que solo se tenían el uno al otro. Pero esa vez no iba a salirse con la suya. Estaba decidida a hacer las cosas a su manera. Había perdido a su madre y también había estado a punto de perderlo a él cuando, cinco años atrás, tuvo que simular su muerte como única posibilidad para que su padre, su otets, la Anaconda Ivanov, como sus enemigos lo conocían, siguiese con vida.

No quería volver a pasar por lo mismo. Demasiado doloroso, demasiado real, demasiados recuerdos espinosos, demasiadas heridas sin cicatrizar.

—Lo siento, pero esta vez no me encuentro en disposición de complacerle. —Se levantó con intención de marcharse—. Mi guerra, mis normas —le dijo en dirección a la puerta.

—Nuestra guerra, Ayshane, nuestra guerra.

Ayshane se detuvo frente a la puerta. Su padre tenía razón. En ocasiones olvidaba que aquella también era su guerra. Ella había perdido a una madre, pero él había perdido a la única mujer que lo había marcado hasta el punto de no ser capaz de rehacer su vida.

—¿En quiénestápensando? —Dejó caer la cabeza hacia atrás y suspiró sin darse la vuelta.

Ya había vuelto a hacerlo. De nuevo, se había salido con la suya.

—En un equipo de élite. Alguien a tu altura, que no necesite demasiado entrenamiento, algo... que solo tengas que pulir.

Ayshane volvió sobre sus talones poniendo los ojos en blanco y exhalando con teatralidad. Se sentó en la silla y empezó a morderse el interior del labio arrugando la boca.

—En esta carpeta tienes todos los datos de los tres agentes. —Empujó sobre la mesa hacia ella una carpeta amarilla.

Ayshane frunció el ceño y la abrió. De manera casi automática, los ojos se le fueron a la fotografía tamaño carné que había en la esquina derecha del papel. Sin pararse a leer ningún dato, la cerró y la tiró de mala gana sobre la mesa.

—No pienso trabajar con pitufos, y mucho menos con estos.

—Ayshane...

—No, otets. —Se acomodó en el respaldo y se cruzó de piernas y brazos—. La policía española es tanto o más corrupta que la rusa. No pienso poner nuestras vidas en manos de una mafia con placa, antes prefiero ponerla en manos de Taiyo.

Eduard se removió incómodo en su silla de cuero marrón al escuchar el nombre de su segundo suegro.

—No digas estupideces —gruñó entre dientes—. Acabaríamos todos muertos.

—Es posible. —Se encogió de hombros—. Pero por lo menos sabríamos cuándo, cómo, por qué y por quién —argumentó asumiendo un desenlace macabro.

No le daba miedo morir; era algo natural, todo el mundo debía pasar por ello. Puestos a elegir, prefería decidir cómo y cuándo que agonizar en una cama presa de una enfermedad o del paso de los años.

Eduard suspiró. Se apoyó sobre la mesa y metió la cabeza entre las manos. Se frotó varias veces la cara, colocó las manos a ambos lados de la sien y miró a su hija a través de sus pestañas.

—Esto no es una negociación, malysh. —Antes de que pudiese replicar, prosiguió—: Solo los árboles con las raíces más profundas son capaces de aguantar los huracanes sin ser arrancados de cuajo.

Ayshane entrecerró los ojos y se mordisqueó el interior del labio antes de contestar. Era posible que su padre tuviese razón. Adrik tenía contactos en todos lados, y parte de la policía operaba para él a cambio de un generoso sobresueldo.

—¿Por quéestos? —Volvió a coger la carpeta, la abrió y pasó la yema de sus dedos por la foto del agente.

—Me consta que no se venden.

—¿Estáseguro? —le preguntó con mirada inquisitiva.

—Completamente —añadió apuntándola un segundo con los dos dedos índices entrelazados—. Román, el inspector jefe al cargo, trabajó durante muchos años en el operativo que intentó encarcelarme.

Ayshane recordaba ese operativo a la perfección. Por aquel entonces, su padre era el cabecilla principal de la bratva Ivanov. Y tanto su madre como ella misma, sus lugartenientes, se encargaban de la seguridad de Eduard.

Cuando ejecutaron el operativo contra la que había sido su familia, Ayshane llevaba dos años vigilando al agente Erick Román a petición de su madre. Aquel asedio fue posible gracias a los informadores que tenían en el cuerpo. Pero, pese al estrecho seguimiento al que sometió al inspector Erick y a sus agentes, estuvieron muy cerca de atraparlos. Demasiado. Tanto que aquello se llevó por delante a su madre y la convirtió en la única lugarteniente de su padre. Con el tiempo, descubrieron que los agentes habían sido utilizados por Víctor, uno de los comisarios a sueldo de Adrik, su hermanastro.

Adrik quería el control de la bratva, pero, sobre todo, la quería a ella como jefe de seguridad, como lugarteniente y, en su mente retorcida y enferma, como su amante.

Ayshane se prometió entonces acabar con la vida de todos los que habían orquestado la muerte de su madre, y sí, también la de quienes los habían obligado a simular la de su padre y a utilizar de manera precipitada el compuesto de la resurrección. Investigó a los agentes que habían intervenido, pero su arduo trabajo solo la llevó a descubrir que habían intentado cargarle el muerto al grupo liderado por el inspector jefe Erick Román.

Podía ser que ella fuese una asesina, pero tras cada muerte había siempre un motivo; bueno o malo, asumible o no, era un motivo, al fin y al cabo. No podía ir en contra de los agentes que habían sido utilizados como cabezas de turco por los secuaces de su hermanastro.

Durante los meses que duró su investigación, destapó la auténtica realidad: Adrik los había vendido, los había traicionado con el fin de eliminar a su propio padre y hacerse con el control de todo. Y lo más importante, Adrik le había disparado a su madre. Por la espalda. El simple hecho de intentar matarla ya era una traición imperdonable, pero acabar con ella de esa manera... Se merecía un castigo cruel.

Que Ayshane fuese una Ivanov no la volvía menos Yakuza. Si algo le había enseñado su madre era castigar a alguien de manera que jamás lo olvidase, pero no dejaría que Adrik viviese lo suficiente como para recordarlo.

—Debí acabar con él cuando tuve oportunidad —siseó apretando los puños, presa de sus recuerdos.

—Por aquel entonces, Adrik ya contaba con suficientes apoyos. Por eso necesitas un equipo. Yo puedo facilitarte los medios, pero tú sola no podrás acabar con él. Es la serpiente que se alimenta de las serpientes.

En eso no podía llevarle la contraria. Adrik era conocido como la Cobra Real. Cruel, despiadado y capaz de hacer que sus homólogos le temiesen con tan solo escuchar su nombre.

La bratva Ivanov nunca había sido tan temida como estaba siéndolo bajo el yugo de su hermanastro. Al igual que el animal con el que se le identificaba, Adrik había acabado con el resto de las mafias que habían llegado a España con la intención de hacer de esta su particular patio de recreo. Él era el único dueño y señor de aquel territorio. Nadie osaba desafiarlo, nadie intentaba hacer negocios en territorio Ivanov.

Solo había una organización más fuerte, temida incluso por la Cobra Real: la Yakuza japonesa. Pero nunca contarían con el respaldo de su abuelo Taiyo, no cuando su madre había sido asesinada por su hijastro. Eso solo serviría para romper los finos lazos que aliaban a ambas mafias, y Adrik no era estúpido. No le convenía tener a la Yakuza husmeando en su terreno, pero tampoco sabía que su abuelo estaba al tanto de todo y se mantenía al margen gracias al acuerdo al que había llegado con su padre. Si Taiyo llegaba a la conclusión de que no eran capaces de hacerse de nuevo con el control y vengar la muerte de la hija predilecta del cabecilla del clan más cruel y sangriento, los matarían. A todos. Sin distinción. Eduard, Adrik, Elenka... Todos acabarían muertos.

La única manera de no acabar en una reunión familiar en el panteón Ivanov era que ella y su padre se hicieran cargo del asunto. Mantener al margen a la Yakuza por el momento y, si acaso, entregarles a Adrik, o lo que quedase de él, en una bandeja de plata, tal y como habían acordado. Eso sí podría salvarles la vida o, por lo menos, negociar una muerte digna.

—Estos agentes... —Le echó un vistazo por encima al resto de hojas—. ¿Cómo sabe que aceptarán? Durante su legado no quisieron trabajar para usted. ¿Por qué cree que cambiarían de opinión ahora? —«Eso si no lo han hecho ya», pensó.

—Ese, malysh, no es mi trabajo. —Enarcó una ceja con socarronería.

Ayshane sonrió con sarcasmo. Cerró la carpeta y la colocó sobre su regazo.

—Está bien. Me haré cargo. Conseguiré a sus queridos agentes.

Había llegado el momento de negociar. Su padre la estudiaba sin decir una sola palabra. No era una mujer fácil de conocer. Su trabajo consistía en pasar desapercibida, pero él era Eduard Ivanov, el antiguo capo de la bratva Ivanov: un hombre inteligente, astuto, un sabueso y su padre, al que nunca sería capaz de engañar. El único capaz de adelantarse a todos sus movimientos.

—¿Y bien? —Se acomodó en su silla de cuero marrón.

—Usted tendrá a sus agentes...

—Nuestros agentes —la corrigió.

—Llámelo X. —Hizo un gesto con la mano restándole importancia—. Pero, entonces, yo quiero a mis Víboras.

Su padre la miró impasible mientras cavilaba la propuesta que acababa de hacerle. Estaba segura de que podía escuchar cómo los engranajes de su mente se movían sin cesar valorando los pros y los contras de su petición.

—Están con Adrik —dijo al fin—. Y hasta donde sé, ahora trabajan bajo las órdenes del Zar.

—Son mercenarios, estarán del lado de quien mejor les pague.

—Hombres de confianza, leales hasta la médula, como debe ser. Precisamente, lo que necesitamos.

Siempre era un peligro trabajar con hombres y mujeres cuya lealtad se mostraba ante un maletín lleno de fardos de dinero, pero era un riesgo que ambos debían asumir. Conocían a la perfección el negocio. No todo el mundo era leal como ella, no todos le restaban importancia a los lujos, a las comodidades, al dinero fácil.

—Es posible que no sean leales a Adrik, o que incluso no le fueran leales a usted.

—¿Y quéte hace pensar que contigo sí, malysh?

—Les enseñé todo lo que saben. —Se encogió de hombros—. Puede que sea más joven que muchos de ellos, pero me respetan. —Se levantó y se dirigió a la puerta—. Eso ya es bastante más de lo que sus hijos le han demostrado a usted.

Para muchos de aquellos hombres, Ayshane era como su madre, sobre todo para los más noveles. Una madre a la que el temor les hacía respetar y a la que no osarían decepcionar.

Salió del despacho sin esperar ningún tipo de respuesta, con la carpeta en la mano y en dirección a su camarote. No estaba dispuesta a negociar aquella parte del acuerdo. Necesitaba a sus Víboras, en concreto, a uno de ellos.

A medio camino se encontró con Sergei, el mayordomo y patrón del lujoso yate, que caminaba hacia ella por el pasillo.

—Perdone.

—¿Sí, señorita?

—¿Seríatan amable de traerme un sándwich vegetal y una Coca-Cola al camarote, por favor?

—Enseguida, señorita. —Tras una reverencia, prosiguió su camino.

Ayshane esperó no encontrarse el sándwich antes de llegar al camarote. Aquel hombre tenía la habilidad de hacer todo lo que se le pedía con una velocidad demoledora. Abrió la puerta, miró a su alrededor y sonrió. Parecía que esta vez ella había llegado antes que el patrón.

Se tumbó sobre la cama con los expedientes que Eduard le había entregado. Abrió la carpeta y allí estaba la foto del maldito inspector jefe con el que tendría que trabajar. Aún no sabía cómo iba a convencerlos, pero lo haría. En parte, su padre tenía razón. Su intención no era crear una organización paralela a la de Adrik, pero, si querían acabar con él, tendrían que actuar como él, infiltrarse donde su hermanastro se había infiltrado y tentar a los mismos a quienes él —de eso estaba segura— habría intentado embaucar.

—Está bien, comencemos. —Resopló.

Nombre: Erick Román de Blas.

Sexo: varón.

Altura: 185 cm.

Edad: 29 años.

Estado civil: soltero. Sin relación conocida.

Inclinación sexual: mujeres.

Ideología: apolítico.

Religión: ateo.

Nacionalidad: española.

Datos de interés: se desconoce la existencia de familiares cercanos. Padres fallecidos en un accidente de tráfico. Hijo único. Ingresó en el ejército con dieciocho años. Ingresó en el cuerpo a los veinte años. Destaca en el cuerpo a cuerpo, excelente tirador, francotirador de nivel alto. Dominio fluido del inglés, el ruso, el japonés y el chino. Primer nivel de informática. Diestro. Instructor de tiro en sus ratos libres. Inspector jefe de la Brigada de Operaciones Especiales.

—Vaya, vaya... así que tenemos un Supercop5. —Sonrió de medio lado mirando la fotografía.

«Lo que no dice el informe es que másque un poli parece un modelo. Moreno, ojos verdes vidrio roto, piel aceitunada, escultural cuerpo cincelado en el gimnasio...». Ladeóla cabeza y acaricióla foto al recordar que, durante los siete años en los que no lo había perdido de vista, había descubierto que era un hombre inteligente y muy observador.

«Un fantoche, mujeriego de tres al cuarto y caradura...».Arrugó el informe con la mano al recordar cómo coqueteaba con una jovencita no mucho mayor que ella. Ocurrió hacía menos de una semana, la última vez que lo observó en la distancia mientras se suponía que trabajaba de incógnito junto con su inseparable compañero, Jason, en uno de los clubs de carretera de Adrik.

Ayshane negó con la cabeza queriendo deshacerse de aquellos pensamientos.

«Céntrate».

Alisó el papel con los dedos y siguió leyendo el resto.

Nombre: AliceSánchez Valiente.

Sexo: mujer.

Altura: 170 cm.

Edad: 27 años.

Estado civil: soltera. Sin relación conocida.

Inclinación sexual: hombres.

Ideología: apolítica.

Religión: cristiana no practicante.

Nacionalidad: española.

Datos de interés: madre camarera, padre consultor financiero, ambos vivos y residentes en Puebla de Sanabria. Hija única. Ingresó en el cuerpo a los dieciocho años. Lenta en el cuerpo a cuerpo, con inclinación a centrar la mayor parte de sus golpes en la zona superior. Buena tiradora, zurda. Tiene por costumbre dejar despejado el flanco izquierdo, aunque suele cubrirlo de manerarápida cuando se da cuenta. Dominio del inglés, el chino y el japonés. Matriculada en ruso desde hace tres meses. Hacker de alto nivel. Oficial de la Brigada de Operaciones Especiales.

—Bien, así que aquí tenemos al cerebrito —dijo para sí, mirando la foto de una mujer morena, con el cabello rizado y los ojos azul cielo—. Mmm..., es mona. Siguiente.

Nombre: Jason Booth Pérez.

Sexo: varón.

Altura; 190 cm.

Edad: 31 años.

Estado civil: soltero. Sin relación conocida.

Inclinación sexual: mujeres.

Ideología: apolítica.

Religión: ateo.

Nacionalidad: doble, española y estadounidense.

Datos de interés: es el mayor de dos hermanos. Padre estadounidense fallecido en combate. Madre española, abogada, viva, residente en Las Vegas, estado de Nevada. Hermana fallecida, según los informes oficiales, de sobredosis; según información clasificada: envenenada y torturada por célula terrorista para obtener información sobre su hermano. Tres años como soldado del ejército de los Estados Unidos en la unidad del Destacamento Operacional de Fuerzas Especiales del Comando Delta. Ingresó en el cuerpo con veinticinco años. Especializado en el combate cuerpo a cuerpo. Excelente francotirador. Zurdo. Dominio del inglés, el español, el alemán y el ruso. Inspector de la Brigada de Operaciones Especiales. Estudios de Medicina con aplicación en campo, cursado en el ejército de los Estados Unidos.

—Ups, inspector Román, parece que has sido relegado de supercop a un simple supermodelo. Jason, queda usted asignado como el supercop del trío. —Sonrió con infantil malicia.

Trío que se convertiría en cuarteto y, con suerte, en un pequeño ejército con el que hacer frente a Adrik. Lo único que hacía falta encontrar era su talón de Aquiles, eso por lo que cambiarían de bando, o por lo menos un motivo suficiente por el que aceptarían una alianza con aquellos contra quienes siempre habían luchado.

—¡Bingo!

Como un resorte se levantó de la cama. Fue al escritorio que había al otro lado del camarote, frente a la entrada del vestidor, bajo el ojo de buey. Abrió el portátil y comenzó a hackear los servidores de la policía. En un par de minutos había conseguido e imprimido la información que necesitaba.

—Lo tengo. —Sonrió—. Ya sois míos.

Capítulo 2

Sobre la pizarra blanca magnética habían colocado las fotos de la organización Ivanov. Frente a ellas, Erick pensaba en todo el tiempo que él y su equipo llevaban dedicado a la operación Fantasma. En comparación con la operación Cabeza de Familia, era mucho. Cinco años, cinco malditos y largos años en los que, cada vez que se acercaban a la que suponían que era la lugarteniente de Adrik, esta desaparecía del mapa.

Alargó la mano y despegó la foto de Ayshane Ivanova, situada bajo la de su hermanastro, Adrik Ivanov. Estatura media, mirada de gata, dos tazas de chocolate fundido con virutas de caramelo por ojos, melena lisa, tan larga y negra que parecía que absorbía todos los colores a su alrededor. Llamaba la atención de manera exagerada por su ascendencia nipona. Aquella mirada intensa, rasgada, distante y manipuladora, unida a la organización a la que pertenecía, avisaba de que se encontraban no solo frente a la hija de un Ivanov, sino frente a la nieta del cabecilla del clan Yakuza.

Los agentes habían estudiado la relación Ivanov-Yakuza, pero como por el momento los japoneses no se habían inmiscuido en la muerte de Saya, primogénita de Taiyo, líder del clan japonés y madre de Ayshane Ivanova, no habían profundizado demasiado en aquella inusual alianza.

—Aquí hay algo que huele a podrido —dijo para sí volviendo a pegar la fotografía de la joven Ivanova en la pizarra magnética, bajo la de Adrik.

Justo en ese momento, Jason llegó con la cena. El inspector Booth, la oficial Sánchez y él habían hecho una apuesta: quien perdiese tenía que ir a por la cena y pagarla. Era un juego que algunos compañeros de la brigada consideraban estúpido e infantil, pero a ellos tres les encantaba. Hacían un singular y buen equipo. Los siete años que llevaban trabajando juntos los había unido mucho.

Por suerte para Erick, esta vez Jason tardó poco. El piso franco en el que se habían asentado aquel mes era una nave ubicada en el polígono industrial de Mejorada del Campo. Quedaba lejos de la población y, a su vez, cerca de todos los servicios que pudieran necesitar.

La mayor parte de la actividad del polígono era por la mañana, cuando se encontraban fuera realizando investigaciones, recabando datos para el operativo o en cualquier otra gestión, por lo que solo estaban en la nave durante la tarde o por la noche.

De todos los pisos francos de los que disponía la unidad, ese era el que más le gustaba a Erick. Desde fuera podría parecer una destartalada nave abandonada con el cartel de Se vende en la entrada, pero no contaba con puntos ciegos, y por dentro había sido reformada con una zona de operaciones lo suficientemente amplia como para albergar a diez compañeros; una zona que, a su vez, hacía las veces de salón de paso o de distribuidor. Además, habían habilitado dependencias individuales para cada uno de ellos: una sala de primeros auxilios y de curas limpia, nueva y reluciente, un comedor equipado por cortesía de todos los policías que iban ocupando la nave para sus diferentes operativos, aunque ellos tres no lo utilizaban, ya que preferían comer en la sala de operaciones, y una sala de ordenadores que, según Alice, su hacker, era el paraíso para agentes como ella, más cómodos entre pantallas que en el trabajo de campo.

—Hoy me apetecía comida basura. —Jason dejó las bolsas del Burger King encima de la mesa de la sala de operaciones.

Erick rebuscó entre ellas con desesperación famélica. Había estado toda la mañana de vigilancia en un almacén propiedad de Adrik y no había comido nada en todo el día.

—¿Doble Cheese Bacon para mí? —preguntó retirando el papel de la hamburguesa antes de que Jason le contestara:

—Sí. Big King para mí, y de pollo para el cerebrito. —Terminó de sacar el resto de la comida y la colocó en la mesa—. Iré a buscar a Alice, ¿está en su agujero?

—Ajá. —Asintió y tragó—. No se ha movido de ahí en toda la tarde. —Se limpió un poco de tomate y mostaza que se le había quedado en la comisura del labio.

—¿Tienes hambre? —Jason sonrió divertido, arqueando ambas cejas.

Erick le dio otro bocado a su hamburguesa, lo miró y sonrió de manera bobalicona con la boca llena, como el niño que alza la vista al sentirse observado devorando el plato preferido de su madre.

—Iré a buscarla antes de que te comas también nuestra cena.

Jason fue a la sala de ordenadores, el pequeño agujero de Alice, como ellos lo llamaban. Al cabo de cinco minutos aparecieron los dos. Erick ya se había terminado su Cheese Bacon y se encontraba centrado, mirando la pizarra magnética con las patatas en la mano.

—Eres un maleducado —replicó Alice—. Podías habernos esperado.

Erick miró hacia atrás por encima de su hombro y se encogió en un gesto de disculpa. Volvió la vista a la pizarra mientras se comía ensimismado las patatas.

—¿Se puede saber quées lo que estásmirando? —le preguntó Jason, que se acercó a él con su hamburguesa en la mano.

—Hay algo que no me cuadra —rumió y se metió una patata en la boca con la vista fija en la pizarra.

—Y vuelta la burra al trigo... —Alice abrió su hamburguesa y le echó kétchup y mostaza—. Hemos revisado la relación entre todos los miembros Ivanov un millar de veces, no hay nada que no sepamos ya sobre ellos, Erick.

—Entonces, ¿por qué se nos escapa cada vez que la tenemos? —Mordisqueó la punta de una patata con la vista fija en la foto de Ayshane Ivanova—. Es imposible que la lugarteniente de Adrik desaparezca del mapa y lo deje desprotegido. ¿Dónde demonios se esconde? —Se metió la patata en la boca.

—Ese cabrón nunca está desprotegido —farfulló Jason.

Hizo una bola con el papel de la hamburguesa y lo encestó en la papelera que había al otro lado de la mesa. Alzó el puño hasta medio cuerpo e hizo un gesto de victoria celebrando que lo había metido de un solo tiro, se giró y miró a Alice con una sonrisa orgullosa.

—Engreído... —Alice se rio.

—No, pero, aun así... —Erick cogió la Coca-Cola y le dio un trago—. No es habitual entre las organizaciones criminales que los responsables de la seguridad de los cabecillas desaparezcan.

—Mmm... —Alice tragó el bocado—. En eso tienes razón. Pero tampoco es que sea una organización que se ajuste a los cánones habituales. Por lo general, este tipo de redes suelen tener como mínimo de dos a seis lugartenientes, y en este clan siempre ha habido solo uno.

Permanecieron unos minutos en silencio mirando la estructura organizativa que habían recreado con las fotografías de los miembros que tenían fichados. Alice se levantó con su hamburguesa de pollo en la mano y fue hacia la pizarra, cogió la fotografía de un militante que se hallaba una escala por debajo de Ayshane y la colocó a la altura de la lugarteniente de Adrik.

—Dima Takahasi. Creo que es él quien se encarga de todo en ausencia del fantasma. —Mordió la hamburguesa, masticó y tragó—. Según lo que he investigado, es la mano derecha de Ayshane. Me apostaría unas porras con chocolate para desayunar a que este es quien se encarga de la seguridad de Adrik cuando Ivanova no está.

Erick miró a Alice sonriendo de medio lado.

—No creo que una mujer como ella deje en manos de un segundo la protección de Adrik. —Jason señaló la foto del muchacho con la pajita de su bebida antes de meterla en el vaso—. No después de lo ocurrido en la operación Cabeza de Familia. —Se apoyó con el trasero en la mesa de operaciones situada frente a la gran pizarra—. Me parece que mañana te toca madrugar, cerebrito. —Sonrió.

—Eso aún está por ver. —Le devolvió la sonrisa con inocente malicia.

Los tres habían sido miembros de la operación Cabeza de Familia con la que intentaron atrapar a Eduard Ivanov. Aquel operativo se puso en marcha dos años antes de la operación Fantasma, su misión actual, y finalizó con la muerte de Saya y la desaparición de Eduard hasta que, seis meses después, los avisaron de que su cadáver se encontraba en un tanatorio que los agentes habían investigado hasta la saciedad. Estaban seguros de que aquel lugar tenía relación con la familia Ivanov, pero, hasta ese momento, nadie había podido demostrar que fuera otra de sus tapaderas.

—Perdió a su madre tras aquel operativo, si mal no recuerdo —dijo Alice.

—Sí, y seguimos sin saber quién fue capaz de matar a la Anaconda Ivanov —añadió Erick pensativo.

—Es simple. —Jason se acercó a la pizarra y apoyó la pajita de su Fanta sobre la foto de Adrik—. La Cobra Real se comió a la temida Anaconda. Estoy seguro de que Ayshane y Adrik estaban confabulados para eliminar al viejo.

—No, no lo creo. —Erick negó con la cabeza—. Yo estaba muy cerca cuando Adrik le disparó a Saya. Ayshane no lo vio, pero en cuanto se dio cuenta de que su madre estaba en el suelo, se movió como una serpiente. —Hizo un movimiento en zigzag con la mano—. Cubrió su cuerpo como una leona hasta que Eduard consiguió separarla de él. Y no le fue fácil. Creo..., creo que Ayshane quería a sus padres.

—No fue a su funeral —replicó Alice, que había estado en el funeral de Eduard Ivanov infiltrada y escondida como parte de los operarios del cementerio.

—O tal vez no la vimos —le respondió Erick, mirándola de soslayo.

—Pusimos cámaras por todo el cementerio. Había agentes en todas las salidas y entradas y hombres uniformados durante el entierro. No es realmente un fantasma, Erick —le dijo refiriéndose al nombre con el que habían bautizado al operativo en honor a la escurridiza lugarteniente Ivanov.

De pronto escucharon la sirena de la sala de ordenadores de Alice. Los agentes lo dejaron todo sin recoger y acudieron sin demora. Alice se sentó y desprotegió una de las pantallas. Pinchó en la alerta que le marcaba el cuadro de diálogo inferior donde las cámaras de vigilancia, colocadas en varios puntos estratégicos de los lugares más frecuentados por los integrantes de la organización Ivanov, les mostraban en directo las imágenes de la zona.

—Parece que nuestro fantasma ha decidido regresar del más allá. —Tecleó con avidez para acercar el zoom de la cámara y captar una imagen más nítida.

—¿Puedes corroborar que es ella? —Erick se acercó a la pantalla y apoyó ambas manos sobre la mesa, al lado de su compañera.

—Afirmativo —le confirmó Alice—. Acaba de entrar en ese pub irlandés. Por los dos maletines que lleva, podemos suponer que va a reunirse con alguien.

—Jason, ¿te apetece ir a tomar unas cervezas? —Erick se incorporó con la vista fija en la imagen de la lugarteniente y la mirada envuelta en la sedosa adrenalina de la caza.

Ayshane llegó al Irish Corner y comprobó la hora en la puerta del local: las nueve y media. Llegaba puntual a su cita, como siempre. Entró atravesando el pub y se sentó en la última mesa, en penumbra, al lado de la puerta que daba a las escaleras de servicio. Un camarero se acercó. Le pidió algo de beber y esperó.

El local estaba lleno de parejas y grupos de personas que iban allí a cenar. El ambiente era agradable, la comida, buena, y la música, actual. Una mampara de madera y cristal separaba de manera parcial las mesas de la barra, que estaba llena.

El Irish Corner era un lugar que le gustaba frecuentar a los suyos, pero con un barrido visual, Ayshane comprobó que no había nadie que pudiera reconocerla. Se colocó las mangas de la americana negra que llevaba sobre una holgada camiseta beis con cuello de barco, troquelado con finas filigranas que combinaban a la perfección con sus pantalones de pitillo negros, y aguardó acomodándose en su asiento. Cuando el camarero le trajo la Coca-cola que había pedido, le pagó con un billete de veinte euros que guardaba en el bolsillo interior de su chaqueta.

—¿Te han seguido? —le preguntó.

Sin alzar la vista, guardó la vuelta en el mismo bolsillo al notar la presencia de un hombre frente a ella, al otro lado de la mesa.

Erick y Jason llegaron al local a eso de las diez y cuarto de la noche. Alice acababa de confirmarles por teléfono que la lugarteniente no había salido del pub. Antes de entrar, comprobaron que sus armas se encontraban aseguradas en su correspondiente funda sobaquera, se abrocharon las chaquetas hasta medio pecho y se dirigieron sin titubeos a la zona de la barra donde estaba la diana de los dardos. Desde ahí tenían una perspectiva perfecta de todo el local.

Jason se acomodó con aire desinhibido en la barra y alzó un par de dedos para llamar la atención del camarero que estaba al otro lado.

—Dos tercios, por favor. Uno sin alcohol —pidió cuando el joven barman se acercó.

Erick se sentó en un taburete mientras comprobaba con disimulo profesional las caras de todos los clientes del local.

—Joder, no la veo. —Dio un trago al tercio que el camarero les sirvió sin dejar de buscar entre la clientela.

—¿El cerebrito tiene todas las salidas y entradas vigiladas?

—Sí. —Siguió buscando. En ese momento, su teléfono sonó—. Dime, Alice.

—Tenemos un problema. Las cámaras han detectado a un miembro Ivanov que se supone que debería estar en Rusia. Entrará por la puerta del local ahora mismo. Alto, fuerte, chaqueta y pantalones de cuero negro, rapado y...

—¿Sabemos de quiénse trata? —Erick hizo un gesto a Jason señalando a la puerta.

—Sí.

Escuchó el sonido de las teclas del ordenador mientras Alice hacía una búsqueda rápida en las bases de datos.

—Un tal Zar —le respondió al fin—. El lugarteniente de Elenka.

—Recibido. —Colgó el teléfono y miró hacia la puerta.

Un hombre corpulento, rapado, con tatuajes en todo el cuello y en la cabeza entró en el local. Algunos clientes se quedaron mirándolo. Era obvio que no se trataba de un habitual del pub. Sin prestarles atención, se dirigió hacia el fondo. Erick lo siguió con la vista.

—¡Allí! —Le dio un leve codazo a Jason en cuanto vio a la muchacha.

En el mismo momento en el que el Zar entró por la puerta, Ayshane se levantó y fue hacia las escaleras de servicio del local que tenían salida directa a la calle, las bajó de dos en dos y abrió la puerta de emergencia empujando con el hombro. El Zar la empujó también justo en el instante en el que iba a cerrarse. Sin darle apenas tiempo a cubrirse, disparó, pero, por suerte para ella, la salida daba a un callejón oscuro y no acertó, lo que le dio tiempo para ocultarse tras unos cubos de basura.

—No tengo tiempo de jugar —dijo el ruso en su idioma natal. Mientras se acercaba con pasos cautelosos, apuntaba con su G17 hacia donde se encontraba escondida.

Ayshane no respondió. Se mantuvo quieta, escuchando, pendiente de cada paso, de la respiración de aquel hombre, esperando a que se acercara a ella, acechándolo. Cuando estuvo casi a su altura, saltó sobre él y esquivó un segundo disparo que impactó en los cubos. Con un rápido movimiento lo placó. Al ruso se le cayó el arma al suelo, pero del tobillo sacó un machete. Ayshane se levantó, dio una voltereta hacia atrás y se preparó para ser atacada.

—Zar. —Le hizo una reverencia con la cabeza a su contrincante y colocó las manos en posición de defensa cubriendo parte de su cara.

—Mamba —le respondió el corpulento hombre crujiéndose el cuello.

Un sinfín de golpes, puñetazos y llaves se produjeron tras los saludos. Ayshane consiguió esquivarlos casi todos hasta que una bala atravesó la clavícula del Zar. Aunque fue insuficiente para matarlo, el hombre cayó al suelo y se golpeó con fuerza la cabeza contra el asfalto. Ayshane se dio la vuelta y vio a los inspectores Román y Booth apuntándolos con sus armas.

—Gracias —siseó arrastrando la ese—, pero no era necesario, lo tenía todo bajo control. —Sonrió ladinamente sin perder de vista al Zar por el rabillo del ojo.

El actual lugarteniente de su hermanastro y alto mando de los que un día fueron sus Víboras no estaba muerto, tan solo aturdido. Se levantaría en cuanto tuviese oportunidad. Ella haría lo mismo si, como él, tuviese un objetivo tan claro como lo parecía ella.

—Levante las manos y colóquelas en un lugar donde pueda verlas.

Sin dejar de apuntarla, Erick se acercaba a ella con pasos cortos, mientras Jason lo cubría por la espalda. Ayshane se dispuso a levantar los brazos con las manos abiertas a ambos lados del cuerpo, pero vio un movimiento rápido del Zar, desenfundó la M&P9 que llevaba sujeta a las lumbares con un fino cinturón por debajo de la camiseta y le disparó entre ceja y ceja. Tarde, demasiado tarde.

—Mierda —gruñó entre dientes llevándose la mano a la cadera.

Dejó caer su arma al suelo y se apoyó en la pared. «El muy cabrón ha debido pillarme alguna vena», pensó al ver la cantidad de sangre que brotaba como un río descontrolado a punto de desbordarse.

Erick se guardó el arma a la espalda, miró a Jason por encima de su hombro y se acercó a ella con cautela mientras su compañero lo cubría.

—¿Tiene algúnotra arma?

—Puedo matarte de diez formas diferentes solo con mis manos —gruñó taponándose la herida. Resopló. Era demasiada sangre para un agujero tan pequeño; en pocos segundos ya había un charco considerable alrededor de sus botines negros—. No necesito un arma para eso. —Alzó la vista hacia el agente.

Miró a Erick como un animal herido y peligroso que aún guarda un último aliento para plantarle cara a su cazador.

—Será mejor que llame a una ambulancia. —Sacó el móvil del bolsillo trasero de su pantalón.

—Con eso solo conseguirás que nos maten antes de haber llegado a urgencias —siseó entre dientes con la mandíbula apretada mientras se erguía.

Trató de mantener el equilibrio sobre la pared, pero la pierna herida le falló y se tambaleó ligeramente hacia un lado. Al doblarse, un dolor seco le laceró el costado y le cortó la respiración. Ahogó un grito.

—¡Joder! —Apretó los dientes y se llevó la mano que tenía libre a las costillas por debajo de la americana.

Erick sacó el arma de nuevo y la apuntó con el teléfono aún en la mano. Sin prestar la menor atención a los agentes, Ayshane comenzó a palparse los huesos. «Una, dos, tres», contó acariciándose las costillas.

—¡Pon las manos donde pueda verlas! —le ordenó el agente.

Ayshane lo miró por debajo de sus tupidas pestañas. Estaba empezando a ver borroso, le costaba enfocar a los agentes y controlar la respiración.

—Tengo una maldita bala alojada en la cadera y una costilla tocada, así que, a menos que tengas intención de utilizar esa arma para acabar conmigo, te recomiendo que la bajes. —Volvió a incorporarse con un gruñido bajo.

«Esta pienso cobrármela a base de bien, padre». Que el Zar apareciese era una posibilidad con la que había contado, pero ser alcanzada por él en un mano a mano era algo que nunca se habría imaginado y que cambiaba por completo sus planes. Que los precipitaba.

Con cautela, Erick fue bajando el arma. Miró a la joven de arriba abajo. Los vaqueros negros de pitillo impedían distinguir el reguero de sangre y el agujero de bala, pero el charco que había a sus pies alertaba de que había perdido mucha.

—Vuestro jefe os ha vendido. —Ayshane cogió aire y lo expulsó con lentitud intentando controlar la respiración y, por consiguiente, el dolor—. Os vendió hace ya muchos años —les dijo entre dientes, aguantando el ardor que sentía alrededor del agujero de bala—. Trabaja para Adrik. —De nuevo, ahogó un gruñido bajo.

La dichosa herida dolía, quemaba, escocía. Era consciente de que estaba a punto de perder el conocimiento. No era así como lo había planeado, pero debía asegurarse de que los agentes la mantuviesen lejos de los hospitales o el plan se iría a pique antes de empezar y le pondría a cada uno de ellos una diana en la espalda.

—Tengo pruebas, pero a menos que me llevéis a vuestra nave —echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. Comenzaba a costarle esfuerzo coger aire para respirar— y permitas que tu amigo el Doc me corte la hemorragia, nunca sabréis la verdad. —Los miró y trató de enfocarlos, pero solo veía ya un par de borrones—. Eso si no queréis ser cómplices de otro asesinato.

—¿Otro asesinato? —le preguntó Erick confuso—. ¿Qué otro asesinato?

Ayshane había empezado a empalidecer y a balancearse como si en cualquier momento fuese a caer redonda al suelo.

—Erick, va a perder el conocimiento —lo alertó Jason sin dejar de apuntarla al percatarse de su estado.

—Saya... —susurró Ayshane antes de comenzar a desvanecerse.

—¡Mierda! ¡Jason!

Erick la alcanzó antes de que se golpeara la cabeza contra el suelo. Jason guardó su arma, se acercó y le tomó el pulso en el cuello.

—Es constante, aunque ha perdido mucha sangre.

—¿Llegaríamos a la nave? —Cargó sobre sus brazos el cuerpo de la joven.

Jason miró a Erick y a la lugarteniente un segundo antes de contestar:

—¿Crees que dice la verdad? —le preguntó absorto en la exótica belleza que yacía abandonada a su merced en brazos de su compañero.

—No..., pero... —Erick miró a su amigo antes de volver a fijar la vista en ella.

—Iré a por el coche.

Jason corrió hacia la salida del callejón y fue en dirección al vehículo. A lo lejos se escucharon las sirenas. Eran los coches patrulla que se acercaban a la escena, alertados por los vecinos y los trabajadores del local que se habían asustado por los disparos. Con la lugarteniente en sus brazos, caminó hasta la acera para esperar a que llegase su compañero. Algunos mirones se asomaban a las puertas y ventanas mientras los empleados del pub les pedían a los clientes con amabilidad que volvieran a entrar en el local.

Por suerte, su amigo llegó antes que los coches patrulla. Con sumo cuidado, colocaron a la lugarteniente en el asiento de atrás. Erick se quitó la chaqueta de polipiel negra y la colocó bajo la cabeza de la joven.

—Ve tirando. Yo iré en cuanto pueda.

Jason alzó la vista con preocupación hacia su compañero durante un segundo. Arrancó y se marchó en dirección a la nave. Erick se quedó mirando cómo el coche se alejaba calle abajo, doblaba la esquina y se cruzaba con la policía que se acercaban hacia el punto donde él se encontraba. Guardó el arma en la funda sobaquera y preparó la identificación, que llevaba en el bolsillo de los vaqueros. Volvió la vista hacia donde el coche y Jason se habían marchado junto con su inconsciente error. Durante todos sus años de servicio, jamás se había saltado los procedimientos, siempre había hecho lo correcto: asaltar, atrapar y entregar.

—Todos tenemos alguna mancha en nuestro expediente —repitió para sí las palabras con las que su comisario lo había recibido el día que se incorporó a la Brigada de Operaciones Especiales.

Todos los agentes que él conocía habían cometido alguna vez un error que les había costado una operación, la vida de un ser querido, la expulsión del cuerpo, un accidente... Todos, menos él.

—Buenas noches. —Les enseñó la identificación a los dos agentes que bajaron del coche—. Inspector jefe Erick Román. Síganme, por favor.

Capítulo 3

Erick ayudó a recoger todas las pruebas que pudo en el callejón, requisó extraoficialmente el arma de la lugarteniente y respondió las preguntas de los compañeros que habían sido enviados a la escena del crimen. Se quedó hasta que los de Científica le dijeron que ahí ya no había nada que hacer. Intercambió con ellos los teléfonos y les indicó que avisaran a sus compañeros de brigada para que procesaran las pruebas y los informaran de las posibles novedades.

Cuando llegó a la nave a las tres de la mañana en un taxi, entró y conectó el sistema de seguridad. Alice salió a recibirlo con cara de pocos amigos a la sala de operaciones que hacía de estancia principal y distribuidora de aquel piso franco.

—¡¿Te has vuelto loco?! —gritó—. ¡Dime por qué narices la sala de primeros auxilios parece un maldito quirófano! —Le dio golpecitos con el dedo índice en el pecho en cuanto llegó a su altura—. ¡¿Por qué he tenido que salir al Hospital del Henares en mitad de la noche para requisar el instrumental que Jason necesita?! —Los golpecitos del pecho fueron intensificándose hasta el punto de hacer retroceder a Erick—. ¡Y nada más y nada menos que para salvar la vida de la mujer que lleva volviéndonos locos durante todo el maldito operativo! ¡¿En qué demonios estabas pensando?!

—Alice... —Erick le agarró la mano acusadora.

—¡No, Erick! —Con un brusco movimiento logró soltar la mano que le había agarrado—. Espero que tengas una muy buena explicación para que no coja el teléfono y llame al comisario Víctor, ahora mismo —le recriminó volviendo a apuntarlo con el dedo índice.

—No puedo darte esa explicación —le respondió—. Aún no. —Le acarició la mejilla y la besó en la frente—. Confía en mí, por favor —le susurró suplicante sobre su coronilla.

Alice era como la hermana pequeña que nunca había tenido, una mujer analítica, inteligente y racional. La compañera perfecta: guapa, dulce, sin un ápice de arrogancia y con la humildad que muchos de sus compañeros de brigada habían perdido el día en que les entregaron la placa.

Alice lo miró. No dijo nada. Dio media vuelta sobre sus talones y fue en dirección a la cocina.

—Alice... —Suspiró.

La agente se quedó clavada en la puerta de la cocina, pero no se dio la vuelta.

—Prepararé café. —Fue a dar un paso al frente, pero dejó el pie en el aire un segundo antes de volverlo a bajar—. Todo esto —se giró y señaló a la sala de primeros auxilios— es una mierda, Erick. Espero que sepas lo que estás haciendo.

Alice tenía motivos suficientes para estar enfadada. Los tres se encontraban en serios problemas, y la situación podía complicarse aún más si la lugarteniente perdía la vida en manos de Jason por su inusual y estúpida decisión. Erick se acercó a la pizarra magnética, cogió la foto de la lugarteniente y la miró.

—Ni se te ocurra morirte. —Arrugó la foto en un puño—. No me compliques más la vida —dijo para sí entre dientes.

Tiró la foto de Ayshane sobre la mesa en la que hacía unas horas habían estado cenando y se dirigió a la sala de primeros auxilios. Sin hacer ruido, entró. Desde la puerta contemplócómo Jason, concentrado, cosíael agujero de la bala que la lugarteniente habíatenido alojada en la cadera. Cuando terminó, se levantósin mirarlo y se quitó los guantes de látex. Los tiró a una pequeña papelera metálica que había acercado con anterioridad hasta la camilla que cumplía la función de mesa de operaciones. Con el antebrazo ensangrentado se quitó el sudor de la frente. Fue entonces cuando lo enfocó.

—He recogido algunas muestras de tejido para confirmar que es ella y he guardado la bala para que la cotejen en balística.

—Pero sabemos que es ella.

No se habían equivocado de objetivo. La mujer que yacía inconsciente sobre la mesa de metal era Ayshane Ivanova, hija de Eduard Ivanov y Saya Yamaguchi-Gumi, nieta de Taiyo y hermanastra de Adrik Ivanov y Elenka Ivanova. Ella misma había reconocido su relación con Adrik en el callejón. Las cámaras de seguridad del distrito de Ciudad Lineal que habían sido colocadas cerca del pub la reconocían como la menor del clan Ivanov asentado en España. Tenían varias fotografías de ella y era igual a todas las imágenes con las que contaban, salvo por el hecho de que aquellas fotografías no le hacían justicia. La menor del Clan de las Serpientes era de una delicada belleza exótica, de líneas suaves, con un ligero toque japonés que advertía peligro por todos sus poros. Y muy joven.

—Alice tiene un cabreo de aúpa.

—Alice es un cerebrito. —Suspiró Jason—. En cuanto se sale de sus esquemas, de los procedimientos y de todo lo que controla, se pone nerviosa. —Se dio la vuelta y se dirigió al lavamanos que había instalado en la sala—. No se lo tengas en cuenta.

—No quiero meteros en un lío por una corazonada. —Se acercó al cuerpo de la joven.

—Un poco tarde para eso, ¿no crees? —Empezó a frotarse con jabón las manos hasta los codos.

Erick, preocupado, se volvió para mirar a su amigo. Jason se secaba con una toalla verde que había sacado del armario que había sobre el lavamanos. Sonreía como si para él lo ocurrido no fuera más que una chiquillada sin importancia.

—Cuando formaba parte del comando Delta —le dijo mientras apoyaba el trasero sobre el lavamanos— y disfrutaba de uno de los últimos descansos que tuvimos en el operativo de vigilancia de la célula terrorista que teníamos asignada —tiró la toalla a un cesto de ropa sucia que había al otro lado—, me llegó una carta de mi madre en la que me advertía de que mi hermana no frecuentaba últimamente buenas compañías. Yo estaba a punto de volver a Estados Unidos, así que pensé que lo mejor era esperar a llegar a casa para solucionar el problema, aunque esa pequeña vocecilla que todos los agentes llevamos dentro me decía que debía solucionarlo en ese momento, que era importante, que no debía esperar.

—¿Quéhiciste?