El día que encendimos la luz - Juan Pablo Carnevale - E-Book

El día que encendimos la luz E-Book

Juan Pablo Carnevale

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Beschreibung

El día que encendimos la luz de Juan Pablo Carnevale es un libro que viene a echar luz sobre historias profundas y cotidianas de personajes a los que "el fracaso pone en carrera, el amor hace avanzar o retroceder casilleros", como en un juego, inmersos en un mundo donde "todo puede fallar" y el pasado sí importa, y mucho. Cada poema y cada cuento traen un mensaje existencial, un latido humano intransferible que pide ser palabra contada y compartida.  "Escasean la fatiga y el hastío cuando subo a ese colectivo lleno de incertidumbre y recuerdos que se resisten a todo olvido. El asiento habitual me espera vacío para cobijarme con mi mochila repleta de esperanza".

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El día que encendimos la luz

Juan Pablo Carnevale

Legales

El día que encendimos la luz

© de los textos: Juan Pablo Carnevale, 2022

© de esta edición: Editorial Tequisté, 2022

Corrección: M. Fernanda Karageorgiu

Diseño gráfico y editorial: Alejandro Arrojo

Arte de tapa: “Paraguas” ©2022 tequisté.

Ilustración de interior: “Ataduras” ©2022 tequisté.

Las imágenes de tapa e interior fueron realizadas con software de IA (inteligencia artificial) del laboratorio independiente de investigación Midjourney.

Ingeniero de prompt: Alejandro Arrojo

1ª edición: diciembre de 2022

Producción editorial: Tequisté

[email protected]

www.tequiste.com

ISBN: 978-987-8958-14-9

Se ha hecho el depósito que marca la ley 11.723

No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su tratamiento informático, ni su distribución o transmisión de forma alguna, ya sea electrónica, mecánica, digital, por fotocopia u otros medios, sin el permiso previo por escrito de su autor o el titular de los derechos.

LIBRO DE EDICIÓN ARGENTINA

Carnevale, Juan Pablo

El día que encendimos la luz / Juan Pablo Carnevale. - 1a ed. - Pilar : Tequisté. TXT, 2022.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-8958-14-9

1. Cuentos. 2. Poesía. I. Título.

CDD A860

Dedicatoria

A mis hijos:

Laura, Giuliana, Luca y Giovanni

Enamorarse es crear una religión

cuyo Dios es falible.

Jorge Luis Borges

Cheek to cheek

El silencio es mi voz,

es mi sombra, mi llave…

Alejandra Pizarnik

El agua caliente corría por su cuerpo como un bálsamo. Entre la música que llegaba desde el living y las gotas que le golpeaban la piel, el ambiente de relax era ideal. El vaso de whisky Etiqueta Negra al borde del lavatorio lo aguardaba, como todas las tardecitas de sábado en que se preparaba para salir con ella. El ritual era religioso, y Julia lo esperaba sentada en el mullido sillón de dos cuerpos color pastel frente al enorme ventanal con vista al río. Era su lugar favorito y solía pasar horas y horas mirando cada movimiento perezoso de las olas y la cantidad exacta de veleros que navegaban hasta bien entradas las primeras sombras de la noche. Luego de diez minutos cerró la ducha, anudó la toalla a su cintura y se afeitó frente al espejo. No tenía ya rastro de una pequeña alergia en el cuello que lo había tenido a mal traer en la semana ni mucho menos el de un corte sobre una de sus muñecas que no recordaba bien cómo se le había producido. Y, como de costumbre, hasta que la raya exacta del costado de su cabello no quedó prolijamente peinada, no salió del baño. Caminó por el pasillo que conducía a su habitación mientras Louis Armstrong endulzaba el ambiente con su voz, y Julia aguardaba, entretenida, contemplando la inmensidad en silencio.

Se vistió con ansiedad porque la velada que le esperaba era, realmente, excitante. Hacía meses que no iba al teatro y “Sueño de una noche de verano” era un gran plan previo a la cena romántica en el Club del Lago. Antes de dejar la habitación, se paró delante del espejo rectangular que tenía en el vestidor. Chequeó que su smoking negro, su moño al tono y sus gemelos de plata estuvieran debidamente en su lugar. Tomó un pañuelo descartable y secó el sudor molesto de su frente. “Ya estoy, mi amor”, le dijo en voz alta, mientras colocaba unas gotas de Armani en su cuello y muñecas. Luego, ajustó el Rolex y estuvo listo.

Caminó hacia el living y se sirvió otro trago. Tenía un rato todavía. Julia permanecía ensimismada y no contestó el convite. El sol se desinflaba en el horizonte, y alguna que otra estrella perdida se asomaba tímidamente. Se sentó a su lado.

Se había enamorado de ella a primera vista. Ni bien la vio, había quedado impactado y lo que más lo seducía era la forma en que la fémina manejaba los silencios. “Silencios sabios”, como a él le gustaba llamarlos. Hacía unos meses que este amor había salido del closet. Fue cuando Eduardo empezó a sentir que tenía ojos solo para ella. Pasaban los días juntos y la convivencia era armoniosa. De repente, miró el reloj y apuró el último sorbo. La tomó entre sus brazos y la llevó a bailar al centro de la habitación, mientras la penumbra de la tarde los invadía. “Cheek to Cheek” en la voz del glorioso Satchmo era el tema musical de la pareja. El primero que habían bailado el día que Julia llegó a su vida. Sus cuerpos pegados dibujaban espirales en el aire y, entre giros y giros, el deseo crecía lentamente. Él la besó en el cuello y le declaró la guerra con sus manos hasta que el timbre abortó la misión. Amenazados y desnudos, entre la evidencia y la oscuridad del departamento, la colocó sobre sus piernas y se sentaron frente a la puerta. Eduardo estiró su brazo y sacó cuidadosamente la púa del disco. Solo las bocinas y el ulular lejano de alguna ambulancia irrumpían en el espesor de la noche.

“No temas, mi amor”, le susurró temblorosamente al oído y la abrazó hasta sentir que la rompía. Dejó de taparle la boca temiendo algún grito y tanteó debajo del almohadón. Pudo sentir como una gota de sudor helado corría por su espalda, y el desierto se apoderaba de su boca.

Tres timbrazos más, el sonido de las llaves y un perfume de fantasías pasadas les rodeaban la manzana.

Una voz de otra vida y el disparo final.

El día que encendimos la luz

El fracaso nos había puesto en carrera nuevamente. Así fue.

Regresamos a las pistas de segundo o tercer hervor. Como en el Juego de la Oca, el amor nos hacía avanzar o retroceder casilleros, aunque, a veces, un paso atrás sirvió para tomar impulso como sentenciaba la sabiduría popular. Pero “puede fallar” decía un afamado mentalista mediático de los años ochenta. Lo cierto era que veníamos de recientes sinsabores y habíamos decidido desafiar la larga distancia y la incertidumbre mientras matábamos el aburrimiento vía chat. Sí, con Graciela nos conocimos entre largas noches virtuales de soledad y un sinfín de ruidos internos, zozobras y temores de no saber convivir solos. Sin espacio para los duelos ni para echarle Pervinox a las heridas, compartimos durante un mes exacto el derrotero de nuestras historias pasadas, nuestros gustos y alguna que otra fantasía sexual no experimentada en el umbral de los cuarenta. Nunca nos propusimos encender las cámaras para ver nuestros rostros con costuras y apostamos tácitamente a la cita a ciegas. Solo conocimos nuestras voces por teléfono como una instancia previa al encuentro tan esperado.