3,49 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 3,49 €
Iba a amarla capítulo tras capítulo... Nada le gustaría más a Shari Wilson que vivir una noche de pasión con su vecino de abajo, Luke Lawson. Fue entonces cuando descubrió por accidente que Luke estaba leyendo un libro para aprender a satisfacer a las mujeres y se dio cuenta de que sería difícil tener una noche de desenfreno con ese hombre. Hasta que él le pidió que le diera algunas lecciones sobre sexo y Shari decidió convertirlo en el mejor amante del mundo... Luke no supo dónde esconderse cuando su vecina descubrió su primer libro, Sexo para imbéciles. Estaba seguro de ser un maestro en el dormitorio, pero, a juzgar por la expresión de pena de Shari, ella no pensaba lo mismo. No podía desperdiciar la oportunidad de pedirle que le enseñara todo lo que hubiera que saber sobre sexo...
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 244
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2003 Nancy Warren
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
El mejor amante, n.º 34 - junio 2018
Título original: By the Book
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com
I.S.B.N.: 978-84-9188-706-5
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
1
2
3
4
5
6
7
8
9
10
11
12
13
14
15
16
17
18
19
20
Si te ha gustado este libro…
Shari Wilson quería besar al cartero disléxico asignado a su dirección, un apartamento en un edificio de ladrillo visto en Capitol Hill, Seattle. Otra vez había vuelto a mezclarle el correo.
Metido entre sus propias cartas dirigidas a S. Wilson, Apartamento 325, había un abultado sobre marrón dirigido a L. Lawson, Apartamento 235. Dispondría de otra excusa para ver a Luke Lawson, de profesión macizo. Pegó el sobre a su pecho, tan embobada como una colegiala.
No, en realidad era una maestra embobada. Su vecino de abajo la hacía temblar. Era una mezcla de sonrisa encantadora, cuerpo alto y musculado y un brillo en los somnolientos ojos verdes que insinuaban diabluras entre las sábanas.
Ya llevaban meses intercambiando correo confundido. En todas las cartas equivocadas que había recibido de él, notó que ninguna iba dirigida a otra persona en el apartamento, y nunca había visto rastro alguno de mujer al bajar a llevarle las cartas, de modo que era lógico deducir que estaba soltero.
Y excitado.
Igual que ella estaba soltera.
Y excitada.
Y excitándose cada vez más al pensar en L. Lawson un piso más abajo.
El destino, en forma de fornido cartero, los había unido de forma repetida y el hormigueo de la atracción había sido inmediato y, así creía ella, mutuo.
Entonces, ¿por qué, aparte de la seducción por contacto visual durante su intercambio de correo y leves conversaciones, no había dado ni un paso para llegar a conocerla mejor?
Se mordió el labio al dejar atrás el ascensor y emplear las escaleras para subir a su planta. Quizá era tímido, o no estaba seguro de los sentimientos o el estado civil de ella.
Tal vez era hora de tomar las riendas y hacerle conocer tanto sus sentimientos como su soltería.
El mejor modo de darle el mensaje era invitándolo a salir. Nada demasiado íntimo, una película o una cena en un chino o en una pizzería. Una simple reunión que les daría la oportunidad de llegar a conocerse mejor.
Se presentaría con su correo y comentaría, como quien no quiere la cosa: «Iba a ir a comer algo. Si no tienes nada que hacer, ¿por qué no me acompañas?».
Sí. Esa era la manera… relajada, sin presión. Si la rechazaba, sabría el terreno que pisaba y podría desterrar las fantasías adolescentes que habían comenzado a invadir su mente. Entró en su apartamento con un bufido. No había nada adolescente en sus fantasías. De hecho, las consideraría prohibidas para menores de dieciocho años.
Dejó el bolso sobre la mesa del comedor y recogió el sobre de Luke. Respiró hondo y decidió lanzarse. Iba a responder a los mensajes eróticos que sus ojos le habían estado enviando. Lo invitaría a salir.
Esa noche.
Un vistazo en el espejo del cuarto de baño le recordó que enseñar Lengua a un puñado de estudiantes de instituto no era pasar un día en el balneario. No podía ir a ninguna parte sin darse una ducha rápida. Mientras se enjabonaba bajo un cálido chorro de agua, decidió que también podía afeitarse las piernas.
Después de secarse, se cepilló los dientes, se arregló el pelo, se aplicó maquillaje y salió al dormitorio. Cuando iba a recoger los vaqueros, cambió de parecer. Estaba harta de los vaqueros.
Sacó del armario una falda bonita y seductora y añadió un top ceñido en su color favorito, púrpura. Se puso unos pendientes divertidos y estuvo lista. Cuando hurgaba en el fondo del armario en busca de unas sandalias, se contuvo. No quería dar la impresión de que acababa de vestirse para Luke.
Decidió ponerse unos mocasines. Al sacarlos, notó que tenía una mancha en la falda.
Regresó al cuarto de baño. Dejó el sobre marrón, abrió el grifo y alargó la mano hacia la pastilla de jabón. Necesitaba una nueva y estaba en alguna parte debajo del lavabo. Sobre manos y rodillas, buscó entre las diversas cajas que guardaba en el mueble. La encontró justo en el fondo. También sacó una toallita limpia y se incorporó.
Se quedó consternada.
El grifo volvía a gotear. El agua chorreaba desde su base y había llegado hasta el sobre de Luke, apoyado en la encimera, empapando el papel marrón. Lo levantó y con cuidado tanteó el extremo mojado. No creyó que el agua hubiera tenido tiempo de llegar a lo que hubiera en el interior. Parecía un libro.
Era mejor dejarlo en manos de Luke antes de que la humedad penetrara. Decidió postergar la limpieza de la falda para más adelante y raspó la mancha con una uña.
Recogió las llaves, el bolso negro de piel y el sobre, salió del apartamento y bajó las escaleras hasta presentarse ante la puerta de Luke.
Respiró hondo, repasó la invitación informal para ir a cenar y llamó.
Silencio.
No se le había pasado por la cabeza que no estuviera en casa. Siempre estaba. Por las conversaciones mantenidas con él, sabía que era periodista… incluso había visto su firma en el diario local. Nada más tener ese pensamiento, oyó el cerrojo de la puerta y luego esta se abrió.
Y Luke Lawson proyectó su hechizo erótico sobre ella. No cabía duda de que se trataba del hombre más sexy que jamás había visto. Sin importar las veces que se encontraran, ese atractivo directo la aturdía. Y como siempre, el corazón se le desbocó y bombeó sangre a todas las zonas erógenas de su cuerpo.
El maravilloso crepitar de la atracción bailó y borboteó por su sangre mientras lo miraba. No era solo el endemoniado brillo en sus ojos verdes, que insinuaba intimidades que nunca habían compartido, pero que podrían fácilmente compartir. Tampoco se trataba del hoyuelo en el mentón, ni del revuelto pelo castaño, que le recordaba perezosas mañanas de domingo en la cama, ni de los hombros anchos y el pecho musculoso. Llegó a la conclusión de que era el modo en que todos los elementos de su aspecto se combinaban.
La boca exhibió una sonrisa de bienvenida al verla con el sobre que extendía.
—¿Lo ha vuelto a repetir?
No sonaba irritado por la confusión. Parecía tan encantado como se sentía ella.
Intentó contener la propia sonrisa mientras le entregaba el sobre.
—Sí. Ha vuelto a hacerlo.
La recorrió con la mirada y Shari sintió que la electricidad se incrementaba.
—Se te ve espléndida —comentó—. ¿Vas a algún sitio especial?
El cerebro de ella volvió a activarse. Había bajado para invitarlo a salir.
—No, nada especial. De hecho, me preguntaba…
No avanzó más. La interrumpió un sonido húmedo, seguido de un ruido seco. Bajó la vista para observar el extremo mojado del sobre romperse y un libro grande de tapa blanda caer al suelo en lo que pareció cámara lenta.
El libro, de carátula llamativa, aterrizó con la portada hacia arriba. El título, negro contra un fondo rojo, exhibía unos caracteres tan grandes que podría haberlo leído a una manzana de distancia.
Sexo para inexpertos absolutos: una guía elemental.
No pudo evitar contemplar lo que transmitía su título brillante desde el suelo. Se ruborizó. No podía ser. Si Luke encargaba un libro así… bueno, eso significaría… No. No podía ser.
A pesar de que se concentró mucho en el título para ver si cambiaba, las palabras no sufrieron alteración alguna; Sexo para inexpertos absolutos: una guía elemental, se clavó como una radiografía en la parte de atrás de sus párpados.
Qué decepción. No supo si se sentía más abochornada por Luke, porque necesitara semejante manual, o por ella misma, por haber descubierto su humillante secreto. Lo único que sabía era que su cara estaba tan colorada como la tapa del libro.
Después de uno de esos incómodos momentos que parecen estirarse una eternidad, se arriesgó a alzar la vista para ver a Luke juguetear con los restos del sobre marrón, con una tonalidad de rojo más apagada cubriéndole las mejillas.
—Lo siento —soltó ella—. Ha sido mi culpa. El… sobre se mojó. Pretendía advertírtelo. Estaba… mmm… lavando algo en el lavabo y… bueno, mi grifo pierde agua… —cielos, ella misma sonaba como una tonta absoluta. Apretó los labios para evitar divagar.
—Supongo que no… —Luke carraspeó—. Supongo que no me creerás si te dijera que el libro es para un amigo.
—Iba dirigido a ti —le recordó, sintiéndose peor por segundos.
—Sí —suspiró.
Los segundos de incomodidad entre ambos aumentaban. La decepción era como un peso de plomo en el estómago de ella. No es que hubiera planeado acostarse con él, apenas lo conocía. Pero, bueno, la posibilidad siempre había vibrado entre ellos.
Al menos es lo que ella había pensado. En ese momento tenía la impresión de que había dejado que sus propias fantasías lo convirtieran en el regalo de Dios a las mujeres. Algo que evidentemente no era. No es que le importara. Seguía siendo un hombre muy agradable.
Lo que sucedía era que al saber que necesitaba una guía le quitaba toda la diversión a las cosas. El descubrimiento no era devastador. Solo muy, muy decepcionante.
Con cada segundo que pasaba, la necesidad de escapar se incrementaba.
—En todo caso —se obligó a sonreír—, debería irme. Tengo una, eh… —movió las manos en busca de una despedida elegante— cosa.
La mirada que él le lanzó le recordó que acababa de decirle que no tenía nada especial para esa noche. De hecho, había estado a punto de invitarlo a salir. El cerebro embotado no era capaz de pensar en una salida airosa.
—Bueno, será mejor que me vaya.
—Claro. Gracias por… —carraspeó otra vez— traerme el sobre.
—No ha sido nada —indicó por encima del hombro, huyendo.
Luke observó a su sexy y agitada vecina de arriba correr hacia las escaleras, y se preguntó cómo habría podido terminar la velada si el sobre no se hubiera roto en ese momento tan inapropiado.
Movió la cabeza ante los caprichos del destino y del servicio postal, cerró la puerta y observó el libro. La tapa era un poco más llamativa de lo que a él le habría gustado, pero desde luego captaba la atención.
Pasó el dedo por el título. Sexo para inexpertos absolutos: una guía elemental, por Lance Flagstaff. Se dio suavemente en la frente con el voluminoso libro.
—Lance, amigo, tu sentido de la oportunidad apesta.
Miró el borde húmedo e irregular del sobre. Si hubiera aguantado unos minutos más… le recordó una de las secciones del capítulo ocho, y movió la cabeza. «Eyaculación precoz».
Maldijo para sus adentros. Con su último artículo para revistas masculinas ya en el correo, y sin ninguna entrega inmediata en el futuro inmediato, le habría encantado una noche de fiesta. Y no se le ocurría pasarla con nadie mejor que su vecina de arriba. Shari Wilson, apartamento 325, la recompensa que se había prometido cuando hubiera terminado los trabajos más apremiantes.
Gimió, frustrado. Sabía que una noche con Shari no iba a tener lugar pronto. Lance se había encargado de eso.
Había sitios a los que podía ir esa noche, pero de pronto ya no tenía ganas de ir a ninguna parte. Fue a la cocina, sacó una cerveza de la nevera y regresó al salón, donde se acomodó en el sillón para hojear su nuevo libro.
—capítulo uno. Primeras impresiones —bufó al pensar en la cara de Shari al leer el título del libro. Le había causado una impresión que recordaría siempre. Por desgracia, no era la impresión que él había esperado.
Desde luego, no quería ser considerado un hombre que necesitaba una guía sexual para llevarse a una chica a la cama.
Se preguntó por qué no le había contado la verdad.
«Yo escribí el maldito libro». Las palabras se habían formado en su mente, pero jamás consiguieron salir por su boca.
Debería sentirse orgulloso de su primer libro. No era la novela que siempre había planeado escribir, pero se trataba de un libro de verdad, con páginas y una tapa. Desde luego, había sentido el impulso de confesarle que él era Lance Flagstaff. Podría haber bromeado con ella sobre lo mucho que se había divertido al inventarse ese seudónimo y, con un poco de suerte, podría haber visto cómo la decepción se evaporaba de los ojos de ella.
La cerveza le refrescó la garganta, pero no la frustración. Era tímido para revelarle a alguien su pequeño secreto. Y a pesar de que había escrito la guía, no estaba muy seguro de que un libro pudiera enseñarle a alguien cómo hacer el amor.
Imaginaba que, como la mayoría de los hombres, había aprendido a hacerle el amor a las mujeres mediante el método de prueba y error, averiguando de sus parejas qué les gustaba, mostrándose abierto acerca de sus propias preferencias.
Siempre había dado la impresión de funcionar bien. Por norma general, todas las mujeres con las que se acostaba volvían en busca de más.
Desde su punto de vista, la educación sexual no era una cuestión de lectura. Tenía que ver con salir y hacerlo. Luke consideraba que había aprendido algo de cada mujer con la que había estado. Y había descubierto que el sexo era siempre único, porque la combinación de cuerpos, gustos y experiencia siempre era nueva. ¿Cómo explicar todo eso en doscientas páginas?
¿Cómo explicar que no había nada más sensual o sexualmente excitante que pedirle a una mujer que le mostrara cómo le gustaba ser tocada o acariciada, y luego ofrecerle el máximo placer? Y cuando una mujer se mostraba igual de abierta en pedirle que compartiera sus propias preferencias, estaba encantado de explicárselo. Así era como funcionaba el sexo desde su experiencia, y ningún libro podía sustituir el intercambio sincero de dos amantes.
Jugó con el cuello de la botella contra los dientes. ¿Era un hipócrita? Llevaba años escribiendo columnas en revistas masculinas y femeninas sobre el tema del sexo. Lo único que tenía que decirle una mujer era: «¿Quieres desnudarte?», para que eso funcionara con la mayoría de los hombres. Había asistido a varios seminarios y programas, algunos superficiales y otros terriblemente científicos, había leído innumerables libros en nombre de la investigación, y entrevistado a suficientes hombres y mujeres sexualmente activos como para llenar un condado entero. Y a través de todo el proceso, había ganado fama de ser un experto en temas sexuales.
Entonces llegó la oferta del libro. Con franqueza, se había sentido halagado. Además, la empresa había parecido divertida. Era un buen proyecto con un buen anticipo económico, de modo que lo había escrito, preguntándose en secreto si estaba ayudando a deforestar el planeta por nada.
¿Podía un libro enseñar a ser un gran amante?
La pregunta lo había acosado durante el proceso de investigación y escritura, y aún lo irritaba. Era una pena no poder averiguar si el programa que había perfilado en el libro funcionaba.
A punto de arrojarlo sobre la mesilla que había junto al sofá, volvió a ver el rostro bonito de Shari ruborizarse al leer el título y asimilar su implicación.
¡Un momento!
Se irguió y abrió mucho los ojos.
«Aguarda un momento, Lance». Quizá había un modo de probar la teoría.
En su colosal arrogancia, jamás había explorado la posibilidad de que una mujer pudiera llegar a creer que de verdad él necesitaba una libro sobre técnicas sexuales, ni ayudarlo a descubrir cómo disfrutar de un sexo estupendo.
Pero esa noche, su ego herido había descubierto que resultaba posible. Shari Wilson había huido casi a la carrera precisamente porque creía que él, Luke Lawson, había encargado un libro que le enseñaría a ser un buen amante.
Al superar el insulto a su ego masculino, comenzó a tentarlo una posibilidad fascinante.
La atracción mutua vibraba en el aire cada vez que se veían, ya fuera para intercambiar correo o para charlar cuando se cruzaban en el vestíbulo. Había estado pensando en ella más de lo que debería, pero cada vez que la veía, se sentía atrapado en su sonrisa plena, en el cabello castaño que colgaba en bucles sexys más allá de los hombros, en el cuerpo letal y en el espíritu divertido que percibía en ella.
De hecho, había escrito los últimos capítulos de su libro imaginando a Shari en cada gloriosa postura que su ansiosa imaginación podía inventar. Había experimentado una intimidad tan grande al describir el intenso placer que siente un hombre al penetrar en una mujer que está lista y preparada para él, que había parecido inevitable que Shari y él no tardaran en ser amantes.
Esa noche había aparecido ante su puerta como una fantasía que cobrara vida. El calor sexual que generaban con apenas un simple contacto visual, había hecho que pensara que estallaría en llamas si ella simplemente lo tocaba. Después de meses de absoluta devoción al trabajo, había querido empezar a seducir a su vecina. Y el modo en que ella le había devuelto el calor en su mirada, casi lo había convencido de que la seducción no sería muy larga.
Hasta que el libro cayó al suelo.
De acuerdo con la reacción de Shari, esta había creído que necesitaba la guía. Lo que despertaba algunas posibilidades interesantes. ¿Estaría abierta a ayudarlo a descubrir a su casanova interior?
Siempre le habían gustado los desafíos, pero un desafío con falda, una falda corta que revelaba unas piernas bonitas, era su preferido.
¿Qué haría falta para convencerla de que lo ayudara a probar su libro?
Se puso de pie y comenzó a caminar por el salón.
Las cosas habían empezado a estancarse en su vida amorosa durante el último año. Nada demasiado específico, solo que a veces regresar solo a casa por la noche resultaba mucho más divertido que ir acompañado por una mujer. La compañía era mejor.
Era como si de un momento a otro fuera a empezar a tomar Viagra, pero el viejo camarada ya no exigía tanta acción como antes. A veces, incluso en los clubes más de moda, con las mujeres más encendidas, se había sentido inquieto.
Hasta aburrido.
Las mujeres a las que encaraba casi siempre decían que sí. ¿Dónde estaba el desafío? Y comenzaba a darse cuenta de que había empezado a disfrutar más de la persecución que de la presa. De hecho, más.
Conseguir que una mujer se metiera en la cama con él cuando lo consideraba un completo perdedor, representaría un desafío como nunca había tenido. Y no cualquier mujer, sino Shari Wilson, con sus ojos inteligentes y luminosos, su figura esbelta y su nueva idea de que era un inepto sexual.
Rio entre dientes. Si lograba convencerla de que siguieran el manual paso a paso, podría comprobar de primera mano si el libro funcionaba.
Si permanecía con él durante todo el libro, mientras no hacían otra cosa que lo que recomendaba el manual, y al final aún quería acostarse con él, entonces sí podría considerarse el Hemingway de cómo progresar sexualmente.
Pero lograr que Shari aceptara participar del plan no iba a resultar fácil.
De hecho, estaba más próximo a lo imposible… una de las ideas más descabelladas que jamás había tenido. Razón por la que le gustaba tanto.
Bajó la vista y se dirigió a sus partes íntimas, que en realidad no habían visto mucha acción últimamente.
—¿Qué os parece, os apuntáis al desafío?
La respuesta fue evidente; el cuerpo se le puso en posición de firme ante la sola idea de seducir a Shari.
Solo le hacía falta elaborar un plan de ataque.
—Nunca me he sentido más avergonzada —le comentó Shari a su amiga Therese Martin mientras cenaban en su restaurante chino favorito.
Aunque enseñaban en el mismo instituto, se reservaban las conversaciones personales para las noches que salían juntas. La sala de los profesores carecía de intimidad y era un semillero de habladurías.
Therese logró dejar de reír el tiempo suficiente para jadear:
—Sexo para inexpertos absolutos. Has elegido a otro ganador.
—Lo sé —no podía reprocharle a su amiga la carcajada. Si le hubiera pasado a otra persona, Shari también lo habría considerado gracioso—. Y parecía tan normal. Quiero decir, es muy atractivo e irradia un aire sexy. No lo entiendo. ¿Por qué un chico así iba a necesitar un libro sobre cómo hacer el amor?
Therese se sirvió más comida de una bandeja.
—Es fácil. Cuanto más atractivo es el chico, menos ha tenido que molestarse en aprender cosas acerca de las mujeres.
La imagen de Luke, que prácticamente irradiaba atractivo sexual, apareció en su mente.
—¿De qué estás hablando?
—¿Nunca has salido con un tipo muy atractivo que solo habla de sí mismo? —Shari asintió—. Luego, se mete en la cama y sigue siendo todo sobre él. En una ocasión le dije a un chico: «¿Sabes?, tengo un clítoris», y me preguntó si era contagioso.
—Te lo acabas de inventar —comentó después de atragantarse con la cerveza.
Su amiga enarcó una ceja y puso expresión de que sabía de qué hablaba.
—Te lo repito, los muy atractivos son los peores —masticó con mirada reflexiva—. Pero conseguí un chico que estaba en la fila equivocada cuando repartieron los genes de vikingo… quizá no es tan alto, es un poco flaco. Tiene que esforzarse más para lograrlo con las mujeres. Nadie va a meterse en la cama con él basándose en su aspecto, ¿de acuerdo?
—Odio pensar que las mujeres son tan superficiales, pero en teoría supongo que tienes razón.
—Entonces, ¿qué hace? Si quiere practicar el sexo con mujeres, debe compensar sus deficiencias mostrándose más atractivo para ellas en otros sentidos. Quizá lo consigue interesándose por lo que sienten en vez de hablar siempre de sí mismo. Quizá se le ocurre cómo mantener una conversación en la que no aparezcan los deportes, su coche maravilloso, su trabajo o lo que sea que le infle el ego.
»Ahora bien, ese chico, cuando consiga llevarse a una mujer a la cama, va a querer hacerla feliz. Va a preguntarle qué le gusta. Va a aprender cómo satisfacerla. Y va a convertirse en un experto. Porque… —le guiñó un ojo— las mujeres hablan».
Pero algo en la teoría de Therese no encajaba.
—Vamos, te he visto con muchos chicos atractivos.
—Sí. Me entusiasman los tipos macizos como a la que más —suspiró—. Pero cuando nos metemos en la cama, tengo que dedicar una hora a darle lecciones.
Shari rio, sin estar todavía muy segura de que su amiga bromeara. Pensó en algunas de las conquistas de Therese.
—¿Y qué me dices de aquel esquiador, Todd? Parecía muy entregado.
—Todd era fantástico. En el apartado del aspecto. En la cama, prácticamente tuve que diseñarle un mapa para que no se perdiera.
—¿No eres un poco dura?
Therese se encogió de hombros.
—Puede que haya hombres de aspecto fabuloso y que sean amantes fabulosos. No digo que no pueda suceder, solo sugiero que algunos tienen una verdadera ventaja cuando se apagan las luces. Piensa en ello. ¿A quién preferirías tener? ¿A un chico que con solo mirarlo te haga babear? ¿O a uno que sepa hacerle cosas a tu cuerpo, que lo convierta en un instrumento musical? Un virtuoso del orgasmo.
Shari masticó un poco de arroz mientras pensaba en las posibilidades.
—Sería agradable tener a ambos.
—Sí. Lo sé. Cariño, es el chico que todas buscamos. Pero no existe. Es un sueño. Tu Tonto Sexual es un ejemplo perfecto.
—Que encargara ese libro demuestra que al menos lo intenta. Quiero decir, alguien debió de comunicarle que no aprobaba en el dormitorio y trata de remediarlo. Es un buen signo, ¿no?
—Es estupendo. Me interesaría comprobar hasta dónde llega. Probablemente lea todas las cosas de chicos y se salte las páginas dedicadas a las mujeres.
—¿Quién te convirtió en una cínica?
Era una pregunta retórica, de modo que la sorprendió que Therese suspirara apesadumbrada y, tras una larga pausa, respondiera.
—Un chico llamado Brad.
—Jamás oí hablar de él —lo cual era raro. Creía que lo compartían todo.
—El trasero se me está quedando dormido. Paguemos y te lo contaré de camino al cine. He de bajar toda esta comida.
Una vez en la cálida noche primaveral, Therese guardó un silencio poco habitual. Shari esperó, sabiendo que recibiría la historia en cuanto su amiga se sintiera preparada para contársela.
—En mi última universidad, del otro lado de la ciudad, empecé a salir con el profesor de Educación Física. No era atractivo, medía igual que yo descalza; y era más bajo cuando me ponía tacones. Pero tenía algo. No puedo explicártelo. Me escuchaba, como si lo que tuviera que decir fuera fascinante. Como si yo fuera fascinante. Me prestaba atención, sin hablar de sí mismo en todo momento. Además, era gracioso, algo que siempre me ha gustado en un hombre.
—De modo que encontraste la felicidad con un hombre bajo y gracioso que te prestaba atención.
—¿He mencionado que empezaba a quedarse calvo?
—No.
—Pues así era. Pero nos hicimos amigos, y una cosa condujo a la otra. Lo siguiente que supe fue que estaba en su cama. Juro que encendí la luz una hora después para asegurarme de que me encontraba con el mismo hombre. Quiero decir, se mostró… increíble.
—De acuerdo, debo empezar a buscar hombres bajos, graciosos y con calva incipiente. No me ha de costar mucho encontrar a uno.
—No es una broma, Shari. Brad hacía cosas que… —echó la cabeza hacia atrás y el pelo negro y largo osciló a su espalda—. ¡Vaya! Te aseguro que ese hombre tendría que haber participado en las Olimpiadas de la lengua.
—¿Y qué le pasó?
La sonrisa feliz se desvaneció.
—Me dejó por una antigua Miss Minnesota. Rubia, sueca, la querrías matar.
—Pero tú eres preciosa.
—Gracias, pero ella lo era más. El canalla. Me hizo mirar más allá de la superficie para descubrir al hombre que había dentro, y me deja por un bombón.
—De manera que no he de buscar a un hombre calvo, bajo y gracioso con un sorprendente control de la lengua.
—Ah, sal con quien te apetezca. Pero cómprate un vibrador, y así siempre tendrás un amor del que podrás fiarte.
Bostezando y pensando que se iría temprano a la cama, al llegar a casa Shari aún pensaba en la teoría de Therese acerca de los hombres. Comprobó el buzón e hizo una mueca. Dos cartas para su vecino de abajo. De pronto el cartero disléxico no resultó tan encantador.
Por desgracia, su edificio tenía buzones de seguridad, de modo que no podía introducir las cartas en el buzón apropiado. Podía dejarlas en la mesa del vestíbulo, pero no parecía correcto. Luke no había hecho nada malo, solo los había abochornado un poco a ambos.
Recogió todo el correo. Quizá pudiera deslizarle las cartas por debajo de la puerta con sigilo.
Pero al llegar a su planta, un poco jadeante después de haber subido los dos tramos de escalera a la carrera, vio una figura familiar junto a su puerta.
Comenzó a ruborizarse y quiso abofetearse por ser tan tonta. Sí, leía un libro de autoayuda. Perfecto para él.
Vio que se volvía al oírla, y a pesar del conocimiento que acababa de adquirir, sintió que las rodillas se le aflojaban. Los ojos, la sonrisa, el hoyuelo… ¿Podría la lengua ganadora de la medalla de oro competir con todo eso?
—Hola —saludó Luke.
No parecía abochornado, de modo que Shari decidió que ella tampoco lo estaría.
—Hola —se detuvo ante su apartamento y buscó entre las cartas que sostenía en la mano para entregarle dos.
—Gracias. Estas son para ti —ella las aceptó—. Mmm, lamento lo de la última vez —añadió.
Tenía que sacar el tema. No le extrañó que fuera un patán en la cama, si su pericia social servía como pauta. Se preguntó cuál era la respuesta adecuada: «¿Espero que lo soluciones? ¿Dime si necesitas ayuda con los deberes?».
Aún no se había recobrado del descubrimiento de que su hombre ideal era un ignorante en el departamento sexual. De pronto se preguntó si tendría algún tipo de… problema físico.
Centró la vista en su entrepierna. Antes de poder contenerse, emitió un jadeo silencioso y volvió a alzar la cabeza, cerciorándose de que ahí no parecía radicar su problema. Un bulto respetable anidaba en la entrepierna de sus vaqueros.
Captó un brillo en sus ojos que habría jurado era pura diversión. ¿Acaso la situación le parecía graciosa?