Noticia de última hora - Su único amante - Nancy Warren - E-Book

Noticia de última hora - Su único amante E-Book

Nancy Warren

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Beschreibung

Ómnibus Deseo 526 Noticia de última hora Nancy Warren Tess Elliot se moría de ganas de demostrar que era una buena periodista. Solo necesitaba una historia jugosa. Pero cuando la encontró resultó que había otro periodista detrás de ella, ni más ni menos que Mike Grundel, el chico malo de la ciudad. Tess estaba dispuesta a hacer cualquier cosa con tal de que no le arrebataran la noticia... incluyendo enamorarse del sexy reportero. Su único amante Nancy Warren Después de que la despidieran del trabajo por haber intimado con un compañero, Jane Stafford decidió que ya era suficiente. Para mantener a los hombres a raya, se puso un anillo de casada con la esperanza de que la juzgaran por su inteligencia en vez de por su belleza. Pero entonces conoció a su nuevo jefe y ya no estuvo segura de que su plan fuera tan bueno. Spencer Tate era un plan mucho mejor… y de repente estuvo más que dispuesta a quitarse el anillo ¡y la ropa!

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 526 - octubre 2023

 

© 2003 Nancy Warren

Noticia de última hora

Título original: Hot off the Press

 

© 2003 Nancy Warren

Su único amante

Título original: Fringe Benefits

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2003 y 2004

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1180-512-4

Índice

 

Créditos

Noticia de última hora

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Su único amante

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Capítulo Diecisiete

Capítulo Dieciocho

Capítulo Diecinueve

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

Fragmento de «Notas de Cine», Tess Elliot, The Pasqualie Standard, 10 de febrero:

 

 

Este fin de semana se estrenaron dos nuevas películas: Una boda campestre y Boneblaster III. Una boda campestre es una película cálida, inteligente y con una impresionante puesta en escena, basada en la novela del siglo XIX. Les recomiendo este sensible retrato de una mujer atrapada entre las restricciones de un sistema de clases y los deseos de su corazón.

Si prefieren ver forzudos persiguiendo a jóvenes bonitas y tontas, todo silicona, mientras saltan por los aires un montón de cosas, entonces les encantará Boneblaster III.

 

 

Fragmento de «Las Películas Favoritas de Mike», por Mike Grundel, The Pasqualie Star, 10 de febrero:

 

 

Fans de Boneblaster, la película que llevamos tanto tiempo esperando llegó a los cines este fin de semana. ¡Boneblaster III es de momento la mejor de la saga! Hans Grosskopf aniquila a los comandos del espacio exterior con una artillería terrorífica, salvando al mundo y acostándose con nenas vestidas de cuero negro. Cuando se planta de pie sobre las humeantes ruinas de sus enemigos y dice: «¡Os lo avisé, escoria!», uno siente que es una de esas frases para los anales de la historia del cine. Le doy un diez a Boneblaster III.

También se ha estrenado este fin de semana Una boda campestre, un auténtico agasajo al tedio. Un grupo de ingleses pretenciosos se pasan tres días casándose. ¡Por favor! ¿Es que allí no han oído hablar de las bodas rápidas de Reno? Una boda somnífera se lleva el Tomate Podrido de esta semana. Hasta la semana que viene: «¡Os lo avisé, escoria!».

 

 

Mike Grundel entró despacio en la sala de cine y percibió un intenso olor a palomitas. Había comido una manzana y una chocolatina a la carrera mientras intentaba establecer con certeza una fuente de información en relación con la historia Cadman.

Delante de él vio a una chica estupenda con unos pantalones muy ceñidos. Intentó olvidarse del hambre que tenía mirando aquel trasero redondeado y aquellas piernas largas. Entonces se sonrió mientras se acercaba más a ella; reconocería aquel cuerpo en cualquier sitio.

Cuando estaba a pocos centímetros de su elegante espalda se deleitó contemplando las tonalidades de su cabello: trigueño, dorado y con un toque de platino; y aspiró el aroma cítrico de su champú. Nunca olía a perfume, con lo cual asumió que no lo usaba. Claro que a él le parecía estupendo; prefería el olor a mujer.

–Eh, nena –dijo–. ¿Vienes aquí a menudo?

Tess Elliot se dio la vuelta, y una expresión divertida asomó a sus ojos gris claro.

–¿No tienes otra entrada más original?

Él se encogió de hombros con actitud despreocupada.

–Normalmente no me hacen falta.

Ella soltó una risotada ahogada.

–Me sorprende que puedas soportar el peso de un orgullo como el tuyo.

–Tú lo mantienes a raya –le dijo con más sinceridad de la que ella podría haber imaginado.

O tal vez hubiera leído en sus palabras más de lo que él había pretendido, puesto que lo miró con los ojos muy abiertos y la chispa de atracción que ambos se empeñaban en ignorar continuamente vibró entre ellos.

–No estaba segura de que fueras a estar aquí esta noche –dijo ella en tono bajo.

–Donde haya un estreno, allí estaré yo –contestó Mike, deseando que no fuera así.

Pasarse de la sección de noticias a la de crítica de cine había sido un duro golpe que se había dejado dar por varias razones. Aun así estaba fastidiado.

Tess lo miró divertida.

–No sé por qué pero me parece que la película de esta noche no te va a gustar. No hay ni tiros ni explosiones.

Cuando se acercó un poco más, la expresión divertida de Tess se volvió de recelo. Así, tan de cerca, Mike pudo contemplar que la perfección de su piel nada tenía que ver con los cosméticos.

–Habrá explosiones de pasión –comentó, y se deleitó al ver que su comentario le había subido los colores.

Siempre que Tess y él estaba juntos, la atracción era muy fuerte. Mike jugaba con ello como jugaría un niño con una cometa, tirando de la cuerda, soltándola otro poco, pero nunca del todo. Él pensaba que eso estropearía el juego. ¿O no?

¿Qué haría la hija del importante y acaudalado Walt Elliot si a un periodista recientemente bajado de categoría, de una familia normal, se le metiera en la cabeza dejarse llevar por sus impulsos y la besara?

Intrigante. Tanto, que Mike fijó la vista en sus labios carnosos. Se preguntó qué haría el padre si encontrara a un tipo que no era de su clase intentando ligarse a su hija. Mike se imaginó sus partes pudendas colgando del espejo retrovisor de uno de los deportivos de Walt y enseguida dejó de soñar despierto.

No. Lo que sentía cuando estaba con Tess era porque pasaban mucho tiempo juntos. En cuanto recuperara su antiguo puesto, se olvidaría de Tess, de sus grandes ojos grises, de esos labios que lo provocaban y de ese cuerpo pecaminoso.

–Siguiente –dijo la dependienta con impaciencia, sacándolo de su ensimismamiento.

Tess pestañeó y se volvió hacia el mostrador, y Mike suspiró sin darse cuenta. Lo que debía hacer era dejar de pensar en Tess Elliot, dejar de soñar con ella. En cuando cazara a Cadman volvería a la arena, y Tess se perdería en la insignificancia.

–Un agua tónica, por favor –dijo Tess con aquella voz clara y aterciopelada.

Agua tónica, debería habérselo imaginado. Nada de palomitas grasientas ni refrescos azucarados para Tess Elliot.

–Mucha gente piensa que una película sin palomitas es como el sexo sin orgasmos –le dijo mientras recibía su bebida.

Ella se volvió y lo miró con las cejas levemente arqueadas, como una princesa a un vasallo.

–Más bien como intentar mantener una conversación inteligente contigo –dijo, y se dio la vuelta camino de la sala.

¿Cómo podía dejar de desearla? Era lista, preciosa, sexy y sus comentarios lo desafiaban constantemente.

–Una gigante de palomitas, con mucha mantequilla –le dijo a la jovencita que atendía–. Y una cola bien grande –añadió en tono lo bastante alto para que Tess pudiera oírlo.

No solo le habían bajado de categoría condenado a escribir crítica de cine, sino que el insulto había sido aún peor cuando se había enterado de que el crítico del periódico rival era una principiante que había conseguido el empleo gracias a las influencias de su papá.

No le hubiera importado tanto si hubiera sido una mujer fea, tal vez con sobrepeso y un bigote poblado. Pero lo que le fastidiaba tremendamente era que la periodista le recordara a Grace Kelly; y una de las cosas que nadie, pero nadie, sabía de Mike Grundel era que sentía verdadera pasión por Grace Kelly.

Él sabía que entre ellos no iba a ocurrir nada, ¿pero qué tenía de malo imaginárselo?, pensó mientras entraba en la sala en penumbra. Avanzó unos metros y la vio sentada en el patio de butacas, junto al pasillo. En la mano tenía un bloc de notas preparado y un bolígrafo.

Estaba tan verde, pensó sonriendo. ¿Quién se llevaba un bloc a una película? En su escritorio tenía un conjunto de publicaciones con todos los nombres y fotografías de la película. ¡Como si fuera a utilizarlos! Incluso tenía un resumen de la trama por si se quedaba dormido.

El asiento que había frente al de Tess, al otro lado del pasillo, estaba vacío, y Mike se dejó caer sobre él. Enseguida se dio cuenta de que Tess se había percatado de su presencia.

Como en muchas ciudades, Pasqualie, en el estado de Washington, tenía dos diarios. El Standard era un periódico de formato grande. Con columnistas de renombre y análisis serios, el Standard se vanagloriaba de ser un diario riguroso. Incluso la crítica de cine de Tess contenía análisis y comentarios seudo intelectuales.

Pero donde él trabajaba, el Star, era un periódico popular, dirigido a las masas. Las historias del Star eran cortas, dramáticas y llenas de juegos de palabras. Así eran las críticas de Mike. En realidad podría haber escrito aquella misma sin molestarse en entrar en la sala, pero tenía orgullo profesional. Además, Tess estaba allí.

Tess seguía allí con el bloc y el bolígrafo en mano. ¿Cómo se llamaba la peli de esa noche? Algo de París, pensaba mientras se imaginaba la trama.

–Un día en París es una deliciosa comedia romántica. La pobre Monique ha perdido el collar de Cartier de su caniche. Afortunadamente, Christian Dior luchará con el malvado Pierre Balmain para hacerse con el collar, ganándose de ese modo el corazón de Monique.

Tess lo miró un momento. Entonces, sin previo aviso, se inclinó hacia él, como si fuera a besarlo. Mike sintió que el corazón se le aceleraba y estuvo a punto de atragantarse con las palomitas.

–Esta peli, Siempre nos queda París, es basura y nada más. Te lo digo. ¿Qué quieren hacer en París? No hay más que extranjeros allí. Ahórrate el dinero para otra cosa.

Sonrió con dulzura, se puso derecha y volvió a fijar la vista en la pantalla en blanco.

 

 

Tess quería que Mike la dejara en paz para poder olvidar tranquilamente aquel vergonzoso enamoramiento. Aunque, sinceramente, lo que más deseaba era que él la montara en su Harley y le hiciera todas esas cosas con las que siempre fantaseaba.

En secreto, Mike Grundel era su hombre ideal. Un muchacho rebelde e inteligente que montaba en moto y estaba sobrado de atractivo y sensualidad. Era tan distinto de la mayoría de los hombres que conocía… En su mundo, los hombres conducían limusinas y la mayoría no tenía cerebro.

Mientras lo observaba disimuladamente, Mike recostó la cabeza en el asiento, seguramente para echar un sueño mientras esperaba a que empezara la película.

Tess se volvió hacia la pantalla. Tal vez Mike Grundel fuera un bombón, y el tipo de periodista intrépido que ella tanto admiraba, pero la insultaba de la peor manera que nadie podría hacerlo. No la tomaba en serio. Coqueteaba y bromeaba con ella, pero quedaba claro que solo la veía como a una niña rica jugando con aquel empleo hasta que encontrara a algún estirado con apellido compuesto con el que casarse.

¿Pero cómo se atrevía a mirarla por encima del hombro? Sabía que Mike estaba sufriendo un revés profesional importante después de que una investigación periodística que había llevado a cabo resultara ser demasiado temeraria. Tras un virulento ataque a Ty Cadman, promotor inmobiliario y filántropo, la única fuente citada de Grundel aseguró haber sido mal interpretada, y el Star, conocido por no ofrecer nunca disculpas, se había visto obligado a justificarse en primera página.

En lugar de despedirlo, a Mike Grundel lo habían bajado de categoría. Al principio, Tess había leído sus críticas de cine con ganas, preguntándose en qué puntos coincidirían y en cuáles discreparían. No le llevó demasiado tiempo darse cuenta de que no coincidían en nada.

La película estaba a punto de empezar, de modo que Tess dejó de pensar en Mike para centrarse en la pantalla. Ni siquiera el cinismo aprendido en la escuela de periodismo o los seis meses que llevaba analizando cada película que llegaba a Pasqualie, habían conseguido estropear la historia de amor de Tess con la gran pantalla.

Tal vez por eso Mike Grundel le había gustado desde un principio. Le recordaba a Rhett Butler, con esos ojos azules llenos de picardía, una sonrisa que podría encantar hasta al más pesimista y un empeño que, en ese caso, le había costado su reputación.

Sin embargo, su descenso de categoría en el periódico le había vuelto más detestable. Mike se deleitaba con sus críticas chovinistas. Y tenía que reconocer que ella había empezado a responder a sus ataques con un sello feminista particular. Se preguntó si buscaba sus críticas nada más tener en sus manos el ejemplar del Standard con la misma emoción que lo hacía ella cuando el Star llegaba a la redacción.

Claro que por nada del mundo reconocería que leía sus artículos.

Siempre nos queda París era una película de las que más le gustaban a ella; con sus actores elegantes, sus vestidos exquisitos y el encanto de una ciudad como París. Pasados unos momentos se olvidó de Mike Grundel y se metió de lleno en una historia de amantes dudosos, identidades falsas y un Rembrandt robado.

Estaba completamente ensimismada con la película, riéndose a ratos, cuando de pronto le llegó una risa vibrante y sonora del otro lado del pasillo. No podía ser. Una rápida mirada a su derecha le confirmó que Mike Grundel, el fan de Boneblaster, estaba disfrutando con una comedia romántica. Entonces Mike notó que Tess lo miraba y empezó a toser para disimular.

Cuando se levantó al término de la película, Mike lo hizo también. Le indicó que pasara delante por el pasillo enmoquetado y se unió a ella cuando llegaron al vestíbulo.

–¿Te ha gustado la película, princesa?

–Sí, me ha gustado. ¿Y a ti?

Él se encogió de hombros.

–Es una película de chicas.

–Seguramente esa tos tan mala que tienes te ha impedido escuchar los mejores diálogos. Deberías ir al médico.

Mike fue a responder, pero no se le ocurrió nada.

–¿Es usted Mike Grundel? –se oyó la voz de una adolescente emocionada a sus espaldas.

Pobre Mike. Le echó una mirada de desconsuelo a Tess, que continuó caminando mientras agitaba la mano con desenfado. Como su foto aparecía al pie de sus artículos, a él lo reconocían mucho más que a ella y, a pesar de sus críticas tremendamente machistas, desde luego gustaba mucho a las mujeres.

Tess intuía que su belleza morena y ese aire de riesgo de Mike Grundel atraían más a las féminas que sus opiniones de neandertal. Y sin duda se reiría de todo eso si no se tuviera a sí misma como una de las víctimas de su despreocupado encanto.

Cuando llegó a su coche dejó de pensar en la película, en los hombres o en el deseo no correspondido. A su BMW rojo le pasaba algo. Enseguida vio que tenía una rueda pinchada; y no solo eso, sino que estaba rodeada de trozos de cristales color ámbar.

Maldijo entre dientes. No le hacía mucha gracia tener que cambiar una rueda en un aparcamiento frío a mediados de febrero, pero si se daba prisa tal vez no se quedaría helada.

Su padre pensaba que una mujer con coche debía conocer algo de mecánica básica, de modo que cuando cumplió dieciséis años y le regalaron su primer coche, él mismo le había enseñado algo de mecánica básica.

Cuando Tess abrió el capó se llevó las manos a la cabeza. No tenía rueda de repuesto. El mecánico le había dicho que necesitaba una rueda nueva cuando se le había pinchado la última, y Tess había estado ahorrando de su deficiente salario para poder adquirir una nueva. Solo que aún estaba ahorrando.

Sacó el móvil y lo miró. ¿A quién iba a llamar a las nueve y media de la noche? ¿A su padre? Le echaría un sermón por no ir preparada y terminaría comprándole una rueda nueva. Seguramente las cuatro. Tess se estremeció. No, a su padre desde luego no.

En el garaje no habría ya nadie a esas horas de la noche. Tendría que tomar un taxi hasta casa y ocuparse del asunto por la mañana.

–Si quiere ir al cine alguna vez acompañado, ya sabe, para darle otra opinión o cualquier cosa, esto… llámeme.

Tess se volvió y vio a la adolescente dándole a Mike un pedazo de papel.

–Yo no…

Pero la muchacha ya se alejaba dando saltos de alegría.

De no haber sido por la frustración de su propio percance, Tess se habría echado a reír al ver la expresión de fastidio de Mike.

–No pierdas ese número. Tiene la edad ideal para ti.

Mike arrugó el papel con expresión ceñuda y lo tiró en una papelera cercana.

–Espero no haberte hecho esperar –dijo en tono confuso.

–No me has hecho esperar.

Apretó un botón de su móvil. Si Mike Grundel quisiera montarse en su moto y largarse, ella continuaría con sus cosas. Pero Mike nunca hacía lo que ella quería.

–¿Llamando al chófer? –dijo mientras miraba el deportivo rojo.

Aunque había sido muy amable por parte de sus padres regalarle un coche tan caro cuando había terminado los estudios, deseaba que no lo hubieran hecho. Se sentía mal sobre todo porque la mayoría de los periodistas que conocía conducían coches más modestos. O, en el caso de Mike, una elegante motocicleta negra. ¿Pero cómo rechazar el regalo? Se habrían sentido tan ofendidos…

–Sí –dijo sin mentir; al fin y al cabo, un taxista era también un chófer–. Y es una llamada privada.

–Hasta la vista.

Tess suspiró aliviada al ver que Mike se daba la vuelta. Estaba a punto de rebasar su coche cuando un tintineo le hizo bajar la vista. Había dado una patada a uno de los trozos de cristal.

Con frustración, Tess lo observó cómo se daba la vuelta y mirar bien su coche.

–Siento tener que ser quien te diga esto, pero parece que has atropellado una botella de cerveza.

–El intrépido reportero descubre otro caso.

–¿Dónde tienes la de repuesto?

–Sé cómo cambiar una rueda, gracias.

–No querrás llenarte las perlas de grasa.

Mike sonrió y Tess pensó inmediatamente en Rhett Butler llevando en brazos a Escarlata escaleras arriba. Se estremeció al sentir una oleada de deseo, a pesar de reprenderse a sí misma por sus estúpidas fantasías románticas.

–Me las puedo arreglar.

–De acuerdo. Me quedaré a mirar. Será más divertido que la película.

La luz de una farola cercana proyectaba un juego de luces y sombras sobre sus facciones bien marcadas y destacaba el suave brillo del cuero negro de su cazadora, confiriéndole un aire amenazador y confiado al mismo tiempo, una extraña combinación que le atacaba los nervios.

–No te vas a marchar, ¿verdad?

Mike sacudió la cabeza.

–No.

–No tengo rueda de respuesto –confesó con exasperación–. Voy a llamar un taxi.

De nuevo esbozó aquella sonrisa de pirata de cabellos largos y actitud despreocupada.

–Cierra el coche. Te llevo.

–No, de verdad, yo…

Pero era inútil continuar oponiéndose, puesto que él ya había echado a andar hacia su motocicleta. Unos minutos después estaba de vuelta a su lado, montado sobre la máquina temblorosa y rugiente.

Tess se estremeció de pánico solo de pensar en aplastarse contra el cuerpo de Mike sobre aquella moto. Se asemejaba demasiado a sus fantasías secretas. Y ella creía a pies juntillas que las fantasías no debían mezclarse con la realidad; era el mejor modo de estropearlas.

Siendo una mujer sensata, que lo era, debería haber rechazado su invitación; pero la mirada desafiante de Mike consiguió que de repente la sensatez se le antojara como algo extremadamente aburrido.

–De acuerdo –dijo en tono renuente, a pesar del escalofrío de emoción que estaba experimentando.

¿Sería tan sensual como se lo había imaginado? Se guardó el móvil y las llaves del coche en el bolso, que se colgó al cuello para no perderlo.

–Ven aquí –le dijo, y Tess vio que tenía un casco negro y brillante en la mano.

Cuando Mike le abrochó la pequeña correa bajo la barbilla, Tess se estremeció al sentir la fuerza de sus manos, la ligera aspereza de las puntas de los dedos. Él, por su parte, apartó las manos demasiado apresuradamente, como si se hubiera quemado.

–Súbete aquí detrás y agárrate bien. Si te estás quieta, todo irá bien.

Se sentó lo más apartada posible de él, colocó los pies en los apoyapiés y se agarró lo más impersonalmente que pudo a ambos lados de su cazadora de cuero.

Al momento el ruido del motor se volvió ensordecedor y salieron del aparcamiento.

Pasados unos momento Tess entendió que era imposible no resbalarse hacia delante. A pesar de sus esfuerzos, terminó pegada a la espalda de Mike. De modo que se encogió de hombros y cedió a la fantasía. En realidad era mucho más cómodo montar así. Mike tenía la espalda musculosa y cálida; además resultaba mucho más agradable por detrás que por delante, con aquella bocaza que tenía.

Mientras percibía la forma y la esencia de su cuerpo, se sorprendió de lo mucho que esas sensaciones la conmovían. Además la máquina rugía entre sus muslos, consiguiendo que se sintiera atrevida y sensual. Las partes más vulnerables de su cuerpo se apretaron contra las nalgas de Mike, y Tess pensó que eran como dos amantes en la intimidad. Disfrutaría del momento. Al fin y al cabo, él no tenía por qué enterarse de que su deseo iba en aumento a medida que la motocicleta adquiría velocidad.

Cuando finalmente recuperó el sentido común, se dio cuenta que la carretera oscura por la que transitaban conducía no a algún refugio erótico donde Mike la llevaría y le haría toda clase de delicias, sino a casa de sus padres.

Tess le tocó el hombro para llamarle la atención.

–¿Adónde vas? –gritó para que la oyera.

–A tu casa –gritó también él.

–No vivo con mis padres.

Él no contestó, y Tess se preguntó si la habría oído. Pero cuando estaba a punto de volver a gritar, el ruido del motor disminuyó y Mike paró en el arcén de grava. Volvió la cabeza y la miró con impaciencia.

–¿Y dónde vives?

Había estado tan ensimismada que no se le había ocurrido siquiera darle su dirección. Y él no se la había pedido, asumiento claramente que vivía con sus padres en una de las casas más elegantes de la ciudad y que todos en Pasqualie conocían.

Tess le dio rápidamente su dirección, y se perdieron en la noche mientras dejaban atrás sus pisoteadas fantasías.

 

 

Mike sintió su suavidad incluso a través de la cazadora de cuero. Sus pechos le presionaban la espalda, firmes pero suaves al mismo tiempo; sus muslos, cálidos y excitantes, rodeaban los suyos. Como iba conduciendo, solo se había permitido a sí mismo imaginársela unos segundos en la misma postura; solo que desnuda, y delante de él.

La oleada de deseo que lo recorrió estuvo a punto de hacerle perder el control de la motocicleta. Con Tess allí agarrada a él, proporcionándole aquella sensación de bienestar, Mike sintió como si aquel fuera su sitio. Por ello sintió un gran alivio cuando detuvo la moto delante de un edificio de apartamentos.

Solo que era imposible que aquel sitio tan lúgubre fuera su casa.

–Gracias por traerme –le dijo, agarrándose a él para no caerse mientras se bajaba de la moto.

–¿Me tomas el pelo? –se volvió un momento a mirar el edificio y después a ella, que tenía las mejillas coloradas del frío de la noche y el cabello revuelto.

–¿Cómo dices?

–Vives aquí.

–¿Qué tiene de malo? –preguntó con curiosidad.

–Es una basura.

Tess se puso tensa.

–Es todo lo que puedo permitirme con mi salario.

Él volteó los ojos, recordándose que Tess era una chica rica que solo estaba corriendo una aventura. Ella no era parte de ese tipo de vida; nunca lo sería.

–Ya.

Tess se quitó el casco con mucho genio. Cuando se volvió hacia él, Mike pensó que le echaría la bronca. Pero ella ladeó la cabeza y dijo:

–¿Te gustaría subir a tomar café?

Capítulo Dos

 

¿Te has dado cuenta alguna vez de que las «películas de chicas» tratan de amor, de mujeres fuertes y de familias? Las «películas de hombres» tratan de guerra, derramamiento de sangre y grandes maquinarias. Piénsalo.

 

 

Mike entrecerró los ojos.

–¿Me estás invitando para que suba a ver tu colección de pintura?

–No. Quiero hablar contigo.

Tess no estaba segura de haber hecho lo correcto, pero sentía que ya era hora de que le explicara que ella era una colega, una adulta, y que le gustaría mucho que él la tratara como tal.

–¿Quieres darme tu chaqueta? –le preguntó tras cerrar la puerta de su apartamento.

–Pensé que estabas enfadada conmigo.

–En realidad lo estoy.

–¿Entonce por qué te muestras tan educada? ¿Quieres gritar? ¡Vamos, grita! Prometo no responderte.

–Yo nunca grito. Dame tu cazadora.

Él se encogió de hombros y le pasó la chaqueta. El cuero suave le recordó el viaje en moto, la excitación de la intimidad aún latía en las partes más sensibles de su cuerpo que habían estado en contacto con el cuerpo de Mike.

Una vez colgado los abrigos en el ropero se volvió para invitarlo a pasar al salón. Pero él ya había pasado. Los modales, recordó, no eran su fuerte.

Bajó los tres escalones del vestíbulo que daban al salón comedor. No era mucho, pero lo había decorado como había podido. Había pintando las paredes de un bonito tono arena para tapar las manchas de la pared, y los muebles los había adquirido en los rastrillos y los había arreglado después para que parecieran nuevos.

Mike Grundel tal vez le pusiera mala cara con el coche, pero tendría que reconocer que de la influencia de su padre no había nada en aquel apartamento. Lo único que se había llevado consigo cuando se había mudado había sido el dormitorio, herencia de su bisabuela. Tal vez fuera un orgullo estúpido, como insistía su madre, pero Tess se había independizado porque le había parecido algo muy importante.

–¿Café? –le ofreció, sintiendo de repente la necesidad de hacer algo con las manos.

–No tomo café por la noche. Una cerveza me vendría mejor.

–Me he quedado sin cerveza. Pero sí que tengo un Chardo… Un poco de vino.

–Un poco de vino será estupendo.

Cuando volvió con dos copas de vino y un plato de queso y galletas saladas, Mike estaba examinando su colección de libros y biografías de las estrellas de cine.

–Por favor siéntate –hizo un gesto hacia el sofá que había cubierto con un tapiz–. Siento el desorden; no esperaba a nadie.

Al quitar de la mesa de centro los periódicos y revistas, la fotografía de Mike pareció sonreírle desde la sección de ocio del Star. Él le siguió la mirada y vio su fotografía.

–¿Qué te ha parecido mi crítica de Boneblaster?

–Me la esperaba más o menos así. Al igual que tu sensato e inteligente comentario sobre Una boda campestre.

Mike se echó a reír.

–Seguro que me has traído aquí para robarme las ideas sobre la peli de esta noche.

Tess se sentó en el sofá y dio un refrescante trago de vino.

–Te he invitado a subir porque quiero hablar de algo.

–Me preguntaba cuándo llegaríamos a la parte en la que te enfadas conmigo –se sentó a su lado, demasiado cerca para su gusto, dio un sorbo de vino y dejó la copa sobre la mesa–. Dispara.

Pero cuando la miró con atención y seriedad, a Tess le costó arrancar. Por un momento aguantó la respiración y sin darse cuenta se quedó mirándole la boca. Era la más sexy que había visto en su vida: ancha, arrogante y con el labio inferior grande y sensual. Notó que tenía una cicatriz muy fina que le partía el labio inferior y se perdía entre la pelusilla del mentón. Se preguntó cómo se la habría hecho y qué sentiría si se la besara.

De repente se le había pasado el enfado, con lo cual deseó fervientemente haberlo dejado en la calle cuando había tenido la oportunidad. No quería pensar en besarlo; ni recordarlo después allí sentado en su sofá, mirándola de aquel modo.

–Yo… esto, creo que deberías tomarme más en serio.

Él se adelantó y le acarició el cabello con suavidad, después la mejilla. Podría ser un gesto de amistad o de seducción. No estuvo segura de cómo lo sentía él. Ella se sintió seducida.

De pronto empezó a resultarle difícil concentrarse en su cara, a solo unos centímetros de la de ella. Se le hizo un nudo en la garganta y notó que le costaba respirar.

–No empezamos con buen pie –dijo en tono ronco mientras continuaba acariciándole el pelo.

–Deberíamos volver a empezar.

–¿Volver a empezar?

–Sí.

Entonces se acercó a ella, y Tess percibió el olor especiado y cálido del aliento de un hombre excitado. Sintió su calor mientras él continuaba acercándose a ella muy despacio.

Tenía oportunidad de sobra para retirarse, pero no lo hizo. El corazón empezó a latirle con frenesí y se pasó la lengua por los labios con anticipación. Durante meses aquella atracción había sido como una constante entre ellos, jamás reconocida abiertamente, aunque jamás ignorada del todo. Tal vez había llegado el momento de ver adónde los conducía. Tess se deleitó con la emoción del beso por venir.

Solo que no llegó.

Mike se puso de pie tan bruscamente que se golpeó la rodilla en el viejo baúl que hacía las veces de mesa de centro, y a punto estuvo de tirar su copa de vino.

En pocos segundos se retiró de ella y se apoyó sobre el escritorio donde estaba el ordenador. Sus ojos la miraban sin expresión alguna, pero por el modo en que se agarraba al borde de la mesa Tess entendió que intentaba controlarse como podía.

–Si tienes algo que decir, dilo –le soltó con impaciencia–. Tengo que escribir un artículo.

–¿Por qué no te gusto?

¿Por qué había dicho eso? Tess se reprendió mentalmente por dejarse llevar por los nervios.

Mike se pasó la mano por la cara e hizo una mueca.

–¿Quién ha dicho que no me gustas?

Se habría quedado boquiabierta de no haber tomado lecciones de comportamiento en un colegio privado.

–Cuando estabas a punto de besarme has pegado un salto hasta el otro lado de la habitación.

Mike suspiró con fastidio.

–¿Sabes cuántos trabajos de periodismo puede conseguir uno en esta parte del país?

Tess frunció el ceño. ¿Pero eso que tenía que ver con lo otro?

–No muchos.

–Efectivamente. Y sin embargo tú, que no tienes experiencia, te quedas con un puesto de lo más jugoso cuando hay muchos periodistas con experiencia vendiendo coches y trabajando en la construcción para poder mantener a sus familias.

–Fui la primera de mi clase de periodismo. Yo…

–Clase de periodismo –dijo con desprecio–. No aprende uno de noticias sentado en un aula. Hay que pegar la nariz al suelo y empezar a olisquear. No reconocerías una noticia ni aunque la tuvieras delante.

Tess se sintió muy indignada.

–No puedo evitar que mi padre sea rico. Pero esta es miprofesión y no permitiré que un cerdo que cree que Boneblaster III es maravillosa me hable con esa condescendencia.

Quería hablarle de las otras ofertas de trabajo, pero eso implicaría explicarle por qué había vuelto a su ciudad natal, y no estaba segura de poder hacerlo.

Era como si tuviera que demostrarle a todo el mundo, sobre todo a sí misma, que podría convertirse en una buena periodista por sí misma. En otra ciudad no habría significado lo mismo; por alguna razón tenía que hacerlo allí, en Pasqualie.

Si pudiera convencer al talentoso aunque arrogante de Mike Grundel de que era una verdadera periodista, entonces tal vez alcanzaría el éxito.

–Esto es discriminación, ¿sabes? –le dijo–. Te has decidido sin darme una oportunidad. Y… –entrecerró los ojos y le miró la yugular– si eres un sabueso de noticias tan bueno, ¿qué haces en la sección de Ocio?

Mike frunció el ceño mientras se sonrojaba.

–Eso es distinto.

–Entiendo cómo te sientes. Quiero que sepas que comprendo lo que te pasó y que no pienso utilizarlo en contra tuya. Soy una persona de miras abiertas.

Mike se quedó pensativo un momento y entonces sonrió.

–De acuerdo, te concedo este round. Pero te aviso, estás en un negocio duro. Si no puedes soportarlo, abandona.

Conseguiría una historia tan de plena actualidad que Mike tendría que correr mucho para hacerse con ella antes.

–Te propongo una apuesta.

–¿Una apuesta? –se puso derecho y se inclinó hacia delante.

–Sí. Te apuesto a que conseguiré una historia de primera página impresa antes que tú.

–Yo siempre juego para ganar, princesa –respondió Mike con los ojos brillantes de emoción.

–Entonces no te importará aceptar mi apuesta. Solo podrá ser una historia de noticias concretas, en primera página. Quienquiera que la consiga primero, gana.

–¿Cuáles son las condiciones?

–Yo… No había pensado en eso.

Mike esbozó una sonrisa astuta.

–Ya sé. El que gane le prepara una cena al otro.

–¿El que gane cocina? No parece justo.

–Esa es la apuesta, cielo. La tomas o la dejas –dijo mientras se dirigía hacia la puerta, como si no le importara nada.

–De acuerdo, acepto –se levantó y vio que Mike ya se estaba poniendo la cazadora–. No te tengo miedo.

Puso la mano en el pomo de la puerta y de pronto se dio la vuelta.

–Tal vez deberías tenérmelo –le dijo mientras la estrechaba entre sus brazos.

La sorpresa y la emoción se apoderaron de ella cuando Mike la besó con pasión.

El pánico y la sorpresa se evaporaron dando paso al deseo, y Tess sintió un repentino derroche de placer al sentirse en brazos de un hombre que sabía lo que quería. Y lo que ella necesitaba.

El suave zumbido se convirtió en un rugido que le latía en los oídos, igualándose al ritmo de su corazón. Tess se rindió a él, recibiendo la carga de emociones mientras él le hundía la lengua en la boca con más exigencia que elegancia.

La habían besado con gentileza muchas veces, pero jamás con aquel deseo tan primitivo al que, sin darse casi cuenta, ella empezó a responder del mismo modo. Primero le acarició los hombros, y después, sin poderlo remediar, le acarició los cabellos con las dos manos y le agarró la cabeza con fuerza.

Sin embargo, una parte de ella no dejaba de insistir en que aquello no era buena idea.

Mike debía de haber concluido algo parecido, puesto que se apartó de ella con mucha más delicadeza de la que había empleado para besarla, dándole unos segundos para calmar el deseo que la dominaba. No resultaba fácil echarse atrás cuando sentía que había ocurrido una especie de cataclismo.

Cuando finalmente se retiró, ella lo miró con la misma sorpresa con la que parecía mirarla él.

–Ay, Dios mío –dijo, llevándose la mano al corazón–. Esto podría complicar mucho las cosas.

Mike no respondió, sino que abrió la puerta y salió al pasillo.

–Cuenta con ello.

Capítulo Tres

 

¿Qué tendrán el francés y el sexo? Pasan tanto tiempo hablando de ello…

 

 

Mike se quedó pensativo con las llaves en la mano. Al pensar en el sexo pensó en Tess. Dejarla allí y marcharse a su casa había sido una de las cosas más duras que había hecho en su vida. Tess había estado caliente, dulce y dispuesta, y él la había deseado con una intensidad que lo había sorprendido. Ninguna mujer lo había afectado de ese modo. Seguramente nunca.

Maldijo entre dientes.

Conocía a las de su tipo. Tess era una mujer romántica, soñadora, que igualaba el sexo al amor, el amor al matrimonio, y el matrimonio a las partidas de golf.

Se estremeció solo de pensarlo. No. Definitivamente Tess Elliot no era su tipo. Era una princesa, tan bella como inalcanzable.

A él le gustaba hacer el amor apasionadamente, y que nadie le echara nada en cara cuando se levantaba y se marchaba. No le gustaban los compromisos.

Aunque desde luego ella tenía personalidad, y sin lugar a dudas era más dura de lo que él había pensado. Un poco de rivalidad amistosa a raíz de la apuesta no vendría mal para poner una muy necesitada distancia entre ellos. Una razón más para no tirarse a su aristocrático cuello. Ella le había planteado un desafío nada despreciable, y él estaba deseando cocinar para ella.

Se sonrió para sus adentros. Era un cocinero excelente, algo que casi nadie sabía. Había aprendido desde pequeño, viéndose en la necesidad de prepararse la comida cuando su padre se iba de juerga. Para entonces su madre se había largado hacía mucho tiempo. Mike a veces se preguntaba si habría sido buena cocinera y si él habría heredado eso de ella. Claro que resultaba difícil de saber, puesto que ella se había marchado mucho antes de él empezara a ir al colegio.

Le prepararía a Tess una rica codorniz o una gallina en pepitoria para que Tess limpiara el plato.

Mike se puso de pie. Lo que tenía que hacer era intentar recuperar su empleo; y tal vez el reto que le había planteado la princesa era lo que necesitaba en ese momento para que eso ocurriera.

Dejó su crítica a medio escribir y fue al despacho de la editora jefe.

–Mel, tienes que darme un respiro de estas críticas de cine. No puedo soportarlas más.

Mel levantó la vista del ordenador y se pasó la mano por el cabello rubio platino.

–Precisamente el hombre que quería ver.

El corazón le dio un vuelco. Sí, Mel le enviaría de nuevo a la sección de Información.

–Échale un vistazo a esos datos –rebuscó entre los papeles de su escritorio y le pasó unas hojas–. Los últimos resultados de la encuesta de los lectores.

Mike tomó las hojas y les echó un vistazo.

–¿Y qué? A la mitad de las personas les gusta lo que escribo y la otra mitad lo odia –dejó las hojas de nuevo sobre el escritorio–. A los hombres les gusta, a las mujeres no.

–A las mujeres no solo no les gusta, cariño. Lo detestan –dijo con alegría.

–No puedes darle gusto a todo el mundo. Dale las críticas de cine a otro y yo volveré a las noticias.

–No lo entiendes, Mikey. Las mujeres leen tus críticas de cine cada semana para recordar que los hombres sois unos cerdos. Los hombres las leen y empiezan a darse golpes en el pecho. Seguramente provocas tantas discusiones en los hogares de Pasqualie como el sexo y el dinero. Eso, cielo, es controversia. Y la controversia vende periódicos.

–Mira, Mel. Sé que metí la pata con la historia de Ty Cadman. Pensé que mi fuente daría la cara cuando me hizo falta.

Apretó los labios y dejó de sonreír.

–Y yo pensé que tenías otras fuentes. Nos dejaste a todos en ridículo –apretó los dientes–. Detesto tener que imprimir disculpas.

–Pero la historia del soborno era cierta.

–No había historia sin que nadie la corroborara, y tú lo sabes.

–De acuerdo, por eso agaché la cabeza y me puse a escribir sobre cine como un niño bueno.

–Y te salvaron. Hoy, en la reunión de la directiva, ha sido la primera vez que Joel no ha preguntado por qué no te habíamos despedido.

Si el director quería que lo despidieran, había estado en un apuro más serio del que había pensado. Se lo debía a Mel, pero seguía siendo el mejor reportero que tenía y estaba echándose a perder con la estúpida sección de películas.

–He pagado el precio. Vamos, necesito un respiro.

Ella se volvió hacia el ordenador.

–No me hagas rogarte.

Ella empezó a teclear a toda prisa.

–De acuerdo, te lo ruego, Mel.

Entonces se volvió hacia él.

–Bueno, ahora que sabemos que todo el mundo lee tus críticas, haz conmigo lo que quieras.

Rebuscó un poco más en su escritorio y sacó unos papeles, a los cuales iban unidas unas entradas.

Mike miró la carta y las entradas y seguidamente miró a Mel horrorizado. Pero ella no sonreía.

–¿Entradas para la ópera?

–Eso es. Esta noche irás al estreno de La Traviata que inaugura el nuevo teatro de la ópera.

–Pero ese es el teatro de Cadman.

–Exactamente. Un teatro construido por el insigne ciudadano Ty Cadman para los habitantes de Pasqualie. Hay tienes una historia, tigre. Ve a por ella.

–Pero nosotros no publicamos este tipo de historias –argumentó débilmente.

–Las hacemos cuando estamos haciendo las paces –dijo en tono áspero.

Mike salió del despacho de Mel antes de cometer alguna estupidez, como por ejemplo abandonar su empleo. Él no era un perdedor, nunca lo había sido. Y, además, tenía un asunto pendiente con Tyrone Cadman. Tal vez lo había publicado demasiado precipitadamente, pero la historia era cierta, se lo decía el corazón.

Mike no iba a marcharse de Pasqualie o del Star hasta que tuviera la historia. Entonces, cuando recuperara su buen nombre, saldría de aquel lodazal en un abrir y cerrar de ojos.

Pero antes tenía que pillar a Cadman.

 

 

El cavernoso vestíbulo de mármol bullía con las conversaciones y la risa contenida de los presentes. Las copas de champán tintineaban entre los grupos de invitados elegantemente vestidos. Tess se estremeció, tal vez por el vestido de noche palabra de honor, y Harrison Peabody le echó el brazo por los hombros.

–¿Quieres que te traiga tu chal?

–No te preocupes.

Pero Harrison ya se había ido a por él. Harrison era uno de sus amigos de toda la vida, y decir que era demasiado servicial era decir poco.

Mientras esperaba a Harrison, Tess se entretuvo escuchando el cuarteto de cuerda y observando las idas y venidas de la crème de la crème de la sociedad de Pasqualie.

Sus padres estaba al otro lado del vestíbulo, en un grupo donde también estaban los padres de Harrison. Tess quería y admiraba a sus padres, pero detestó pensar que ella pudiera estar así algún día. Con cierta resignación retiró una copa de champán de la bandeja de un camarero que pasó a su lado mientras pensaba que tal vez no debería haber vuelto a Pasqualie. Cuando Tess se dio la vuelta se quedó sin aliento.

¿Mike Grundel con esmoquin?

Sus miradas se encontraron y Tess se preguntó si, después del apasionado beso que se habían dado noches atrás, ella misma lo haría aparecer cada vez que necesitaba recordarse que era una chica joven que tenía su propia vida.

Entonces se dirigió despacio hacia ella, con el casco negro en la mano, y Tess respiró aliviada al pensar que era de carne y hueso y no una alucinación. Bajo la formal elegancia del esmoquin, el verdadero Mike se dejaba ver. Se había dejado el pelo suelto, y las puntas rizadas le rozaban las solapas de seda. Sus ojos azules la miraron de arriba abajo, deteniéndose un momento en el escote antes de mirarla a la cara. La expresión de deseo en su mirada le confirmó que efectivamente el beso había conseguido que algo cambiara entre ellos

–Vaya –exclamó Mike–. Estás preciosa.

Si empezaba a mostrarse agradable con ella, Mike Grundel podría resultar peligroso.

–Gracias. Tú tampoco estás mal.

Con su elegancia de pantera y su belleza morena, resultaba exótico y excitante.

–Así que tú también has venido a cubrir el estreno –dijo–. Tal vez puedas ayudarme con el francés.

–La Traviata es en italiano –respondió Tess automáticamente–. Pero no voy a cubrir el estreno de la ópera. Ya tenemos nuestro artículo preparado. Estoy aquí por razones sociales.

Él volteó los ojos.

–¿Eres una de las benefactoras?

–Esto…, bueno, mi amigo lo es.

En ese momento su amigo reapareció cruzando el vestíbulo, en la mano llevaba el chal de seda que hacía juego con el vestido. Y con él estaba Ty Cadman. Como el resto de los habitantes de la ciudad, Tess sabía que Mike había intentado hundir a Cadman y que había fallado. Sus alegaciones sobre una puja injusta y pagos secretos para la construcción de su propio edificio habían resultado una lectura fascinante. Y aún más interesante había resultado la disculpa que había publicado el Star después de que una de las fuentes de información citadas, un competidor contrariado, insistiera en que había sido citado incorrectamente. Según su padre, solo esa disculpa y la destitución de Mike habían salvado al Star de un proceso judicial.

Pero Tess conocía al señor Cadman de toda la vida, y no pensaba que hubiera sido su generosidad de espíritu o su educación lo que le habían convencido para no llevar a juicio al Star. En un principio, Cadman había intentado que despidieran a Mike, pero el Star, a su modo, había apoyado a su mejor reportero, bajándolo de categoría en lugar despedirlo.

Mike se puso tenso al ver a Cadman, y a Tess se le encogió el estómago. De haber sido él, se habría escabullido para evitar una confrontación.

Pero Mike no era de lo que se arredraba. Avanzó hacia delante, Tess no supo si para fastidiar al señor Cadman o inconscientemente para protegerla. Pero su proximidad le produjo desde luego un efecto muy claro. Estaba tan cerca que sintió el calor de su cuerpo, el aroma de su piel.

Harrison y el señor Cadman se acercaron charlando tranquilamente. Cuando el último vio a Mike, una mueca de fastidio asomó a su cara larga y estrecha. Se hizo un silencio incómodo. Harrison Peabody disimuló afanándose en ponerle a Tess el chal por los hombros.

Ty Cadman se detuvo a unos pasos de Mike, y la animosidad pareció restallar como el relámpago.

–¿Ha visto alguna buena película últimamente? –le dijo Cadman en tono de burla.

–He oído que Saul Feldman consiguió un chollo de trabajo en su oficina de Seattle –contestó Mike.

Saul Feldman era la fuente que después se había retractado y cambiado su historia.

–No crea todos los rumores que oye. Podrían meterlo en un lío –entonces se volvió y sonrió a Tess de manera paternal y amistosa–. Estás preciosa esta noche, Tess. Te estás convirtiendo en una belleza, como tu madre.

–Gracias, señor Cadman. El teatro de la ópera es precioso. Tengo entendido que hizo traer el mármol de Italia –dijo en tono demasiado efusivo.

–Sí, es mármol de Carrara. Me gusta siempre tener lo mejor. Bueno, que disfrutes de la representación –y dicho eso se volvió para ir a charlar con otro grupo de asistentes.

Cuando Tess presentó a Mike y a Harrison, la mirada de sorna en los ojos de Mike le dio a entender que Harrison le parecía el acompañante perfecto para ella. Aunque Tess habría querido decirle que no era su cita.

–Es un edificio precioso, la verdad –comentó Harrison con jovialidad, visiblemente aliviado de que la desagradable confrontación hubiera pasado.

–Sí, ¿verdad? –comentó Tess.

Harrison bebió otro poco de champán con gesto nervioso antes de continuar.

–Me pregunto si irá a utilizar al mismo equipo de construcción para su refugio en el campo.

–¿Refugio en el campo? –murmuró en tono cortés.

No tenía ni idea de a qué se refería Harrison. Ty Cadman era la persona más urbana que conocía; le encantaban las fiestas, la vida nocturna, el teatro, los restaurantes. Desde luego no le parecía muy amante de la vida campestre.

–Ha comprado mucho terreno junto al Río Pasqualie. Esta loco por tener un lugar privado.

¿El Río Pasqualie? Tess había hecho senderismo por esa zona; era un paraíso para los amantes del aire libre, para los ornitólogos, y para los que gustaban de meterse en el río hasta los muslos y pescar con caña. También estaba lleno de mosquitos en verano, y en invierno era húmedo y cenagoso. ¿Por qué un hombre que odiaba el campo se compraría un refugio allí?

Tess percibió un cosquilleo en la punta de la nariz; siempre le pasaba cuando tenía delante alguna historia. Tal vez no tuviera mucha experiencia en noticias de información, pero gracias a su instinto había sido la primera de su promoción.

Miró a Mike, que en ese momento estaba mirando al otro lado del vestíbulo, donde el señor Cadman charlaba con sus padres y con los de Harrison. Presumiblemente Mike no habría oído a Harrison, o, de haberlo oído, no conocía lo suficiente al señor Cadman para que ese comportamiento le pareciera extraño.