El Pueblo del Hielo 16 - La mandrágora - Margit Sandemo - E-Book

El Pueblo del Hielo 16 - La mandrágora E-Book

Margit Sandemo

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Beschreibung

Por primera vez en español. La serie La Leyenda del Pueblo del Hielo ya ha cautivado a 40 millones de lectores en todo el mundo. Tres miembros del Pueblo del Hielo — el joven racionalista Dan más Ingrid Lind y Ulvhedin, de propiedades sobrenaturales— emprenden el largo viaje hacia el olvidado Valle del Pueblo del Hielo. Mientras que Dan se propone una meta científica, ellas dos pretenden hacerse con la poderosa y mágica raíz que esperan encontrar allí: la mandrágora, también conocida como «la flor de la horca» porque se decía que crecía a los pies de los ahorcados. El Pueblo del Hielo es una conmovedora leyenda de amor y poderes sobrenaturales, un relato de la lucha esencial entre el bien y el mal.

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La mandrágora

La leyenda del Pueblo del hielo 16 – La mandrágora

Título original: Galgdockan

© 1984 Margit Sandemo. Reservados todos los derechos.

© 2022 Jentas A/S. Reservados todos los derechos.

Traducción Daniela Rocío Taboada,

© Traducción, Jentas A/S. Reservados todos los derechos.

ePub: Jentas A/S

ISBN 978-87-428-1027-9

Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin la autorización escrita de los titulares de los derechos de la propiedad intelectual.

Agradecimientos

La leyenda del Pueblo del hielo está dedicada con amor y gratitud al recuerdo de mi querido esposo fallecido Asbjorn Sandemo, quien convirtió mi vida en un cuento de hadas.

Margit Sandemo

Reseñas del Pueblo del hielo

Margit Sandemo es simplemente maravillosa.

— The Guardian

Una historia llena de personajes convincentes, bien planteada en la línea temporal, y reveladora: hará que los lectores abran los ojos de par en par y que probablemente sientan cierto cosquilleo en la ingle... Es una novela gráfica sin imágenes; no puedo esperar a leer que sucederá a continuación.

— The Times

Una mezcla de mito y leyenda entrelazada con eventos históricos: esta creación imaginativa atrapa al lector desde la primera página hasta la última.

— Historical Novels Review

Aclamada por las masas, la prolífera Margit Sandemo ha escrito más de 172 novelas hasta la fecha y es la autora más leída de Escandinavia...

— Scanorama magazine

La leyenda del Pueblo del hielo

Mucho tiempo atrás, hace cientos de años, Tengel el Maligno, despiadado y codicioso, vagó por el desierto para vender su alma al diablo y así conseguir todo lo que deseara. Con él comenzaba la leyenda del Pueblo del hielo.

Lo invocó con una poción mágica que había preparado en un caldero. Tengel lo consiguió; obtuvo riquezas y poder ilimitado, pero a cambio de maldecir a su propia familia: un descendiente de cada generación serviría al diablo realizando hazañas infames en su nombre. Tendrían ojos de gato amarillos ¬—la marca de la maldición— y poderes mágicos. Y un día nacería alguien que poseyera las mayores habilidades sobrenaturales de las que el mundo había visto. La maldición recaería sobre la estirpe hasta que encontraran el lugar donde Tengel el Maligno enterró el caldero con el que preparó el brebaje que convocó al Príncipe de las Tinieblas.

Eso cuenta la leyenda. Nadie sabe si es verdad, pero en el siglo XVI, nació un niño maldito entre el Pueblo del hielo. Intentó transformar el mal en bondad; por eso lo llamaron Tengel el Bueno. Esta leyenda trata sobre su familia. De hecho, sobre las mujeres de su familia; las mujeres que tuvieron en sus manos el destino del Pueblo del hielo.

Capítulo uno

Estaba sentada en la cima de la torre rectangular que sobresalía del techo de Graastensholm, con su mirada luminosa clavada en las nubes de tormenta. Cada vez que un rayo atravesaba el cielo, su rostro se encendía de euforia, prácticamente de éxtasis, y sus ojos resplandecían con el color amarillo del azufre ardiente a modo de respuesta.

Oyó a sus padres gritando:

—¡Ingrid! Ingrid, ¿dónde estás?

No tenía ganas de contestar. Ahora, ellos eran insignificantes. Aquel era su momento. Su mundo.

Una energía latente estaba despertando dentro de la chica. «Yo soy una de ellas», pensó con orgullo, porque aquellos del Pueblo del hielo afectados por la maldición siempre poseían una fuerte autoconsciencia muy característica. «Siempre lo supe, pero hasta ahora nunca había sido tan importante para mí. He estado muy ocupada pensando en otros asuntos».

Alv Lind del Pueblo del hielo, hijo de Niklas e Irmelin, había contraído matrimonio con una chica de la aldea. Se llamaba Berit y era, como la mayoría de las mujeres, trabajadora, robusta y romántica.Estaba muy orgullosa de que el dueño de Graastensholm y Lindealléen hubiera querido que ella fuera su esposa. Porque ahora Alv era un terrateniente importante, aunque aún era joven. De hecho, se suponía que también heredaría Elistrand, pero había llegado un heredero completamente inesperado y había tomado el mando de la propiedad. De todos modos, Alv se sentía aliviado de que así fuera. Hubiera sido demasiado administrar tres granjas.

Antes de contraer matrimonio con Berit, necesitó tener una conversación seria con ella. Claro, todos en el pueblo conocían la maldición del Pueblo del hielo, que afectaría al menos a un nacido en cada generación y que podría costarle la vida a la madre durante el parto. Y el caso de Alv era particularmente grave porque él era el último de su generación en casarse. Cristiana había tenido un hijo al que llamó Vendel y no había nada malo en el chico. Ulvhedin y Elisa tenían un varón, Jon, un tesorito, y habían recibido una carta de Suecia con la noticia de que Tengel, el Joven ahora tenía un hijo sano llamado Dan. No planeaban tener más hijos.

Así que solo quedaban Alv y su futura descendencia.

¿Berit se atrevería a arriesgarse? Corrían el gran riesgo de tener un bebé maldito, en cuyo caso ella también correría el peligro de morir en el parto.

Pero Berit amaba al joven Alv y a sus facciones de cervatillo. Enfrentó el peligro sin dudarlo.

Todo salió bien. Berit parió una niña, Ingrid, una pelirroja de ardiente cabello rojo, brillantes ojos amarillos y un rostro encantador. Es más, Ingrid no poseía los hombros deformes que podrían haberle quitado la vida a su madre. La pequeña era maravillosa, excepto por el hecho de que la maldición la marcaba en gran medida. El único indicio que delataba la presencia de la maldición en su apariencia era el color de sus ojos. Eran del amarillo azufre más intenso que se había visto. ¡Y también tenía mucho temperamento! ¡Vaya si era difícil! Era un troll, una diablilla, prácticamente imposible de criar. Los problemas que Tengel y Silje habían tenido con Sol no eran nada en comparación con los problemas a los que se enfrentaban los padres de Ingrid. Además, Ingrid era tan inteligente que incluso los hombres más cultos estaban a la defensiva antes de entablar una conversación con la brillante niña. Y ella no respetaba a nadie, ni siquiera al sacerdote. Quizás a él menos que nadie. Ingrid evitaba la iglesia como la peste, lo cual incomodaba enormemente a Alv y Berit. Sabían que a los más marcados por la maldición les resultaba especialmente complicado ser capaces de tan siquiera cruzar la puerta de una iglesia.

Resultó que su primo lejano, Jon Paladín del Pueblo del hielo en Elistrand, también tenía una mente brillante, así que le permitían estudiar con el sacerdote. Pero Ingrid era mucho más inteligente que Jon, por lo que Alv intentó conseguir un permiso para que ella también estudiara con el sacerdote. Pero ¡eso jamás sucedería! Tanto el sacerdote como Ingrid rechazaron la idea. El hombre se negó porque no podía imaginar tener a una chica como alumna; ¡era inconcebible! Un pajarito le había contado las correrías de Ingrid y él no quería correr el riesgo de que la mocosa insolente lo humillara... Además, le resultaba difícil aceptar la aversión de la niña por la iglesia. Él había pensado muchas veces cómo disciplinarla un poco: quizás azotándola en público. El único problema era que ella tenía linaje aristocrático. El sacerdote al menos sabía que nadie jamás le pondría la mano encima a un miembro del Pueblo del hielo.

En cuanto a Ingrid, ella se negaba a estudiar con el sacerdote porque no quería vincularse en absoluto con él y ni siquiera diez caballos hubieran podido arrastrarla hasta su clase. En cambio, decidieron que Jon la visitara después de la lección diaria para contarle a Ingrid lo que había aprendido. Fue un buen acuerdo... durante algunos años. Pero luego, de pronto no hubo nada más que el sacerdote pudiera enseñarle a Ingrid. Al final, Ingrid miraba los libros de estudio con recelo y enfado y, con un simple movimiento de la mano, los lanzó todos al suelo.

—¡Cuántas tonterías! —dijo apretando los dientes—. ¡Puede llevárselos y usarlos para limpiarse en el baño!

—¡Ingrid! —replicó con firmeza Alv. Pero no podía castigarla. Nadie jamás le levantaba la mano a Ingrid, al igual que nunca lo habían hecho con Sol cuando vivía. Si lo intentaban, Ingrid se vengaría cuando menos lo esperaran. Berit lo había intentado una vez y al día siguiente se encontró con que uno de sus más finos encajes apareció roto por la mitad. Castigaron de nuevo a Ingrid. La respuesta de la niña fue permanecer de pie en un rincón durante la cena, susurrando unas palabras extrañas... Y, de pronto, en los cereales de Berit se aparecieron unos asquerosos gusanos ante sus aterrados ojos. Después de ese día, nunca más le puso una mano encima a su hija.

—¡Le dimos el nombre noruego más común de todos con la esperanza de que influenciara su carácter! —suspiró Alv—. ¡Cielos!

Recibieron una carta de Suecia que decía que el joven Dan Lind del Pueblo del hielo era tan inteligente que le habían otorgado permiso para estudiar con el profesor sueco Olof Rudbeck, el Joven, quien era lingüista y botánico; Dan también había estado en contacto con otros grandiosos científicos suecos como Urban Hjärne y Emanuel Swedenborg.

Mientras tanto, la infancia de Ingrid fue una época llena de preocupación y desconcierto para sus padres, porque la amaban infinitamente y solo querían lo mejor para ella. Y, seguro que, ella les devolvía su amor... con abrazos intensos repentinos o escabulléndose en su cama por la noche para evitar a todas las criaturas viles de su habitación. Ingrid les decía a Alv y Berit que no les temía a esos monstruos, pero que hacían tanto ruido que no podía dormir. Muchas veces, Alv había regresado junto a Ingrid al cuarto de la niña para ahuyentar a los fantasmas. Pero, claro, nunca habían encontrado ninguno. Solo estaba la luz de la luna que proyectaba un rectángulo azul plateado en el suelo.

Ulvhedin fue un gran consuelo para todos durante esos años. Él sabía lo que significaba crecer con el diablo dentro de uno por lo que pudo apoyar y aconsejar a la pequeña. Ulvhedin e Ingrid se volvieron grandes amigos. Por eso Ingrid iba a Elistrand a menudo para pedirle consejo a Ulvhedin, quien le llevaba veinticuatro años. Ella explicaba que no quería ser desagradable o mala, pero que a veces todo el mal del mundo merodeaba en su interior. Y cuando aquello sucedía, era bueno para ella que Ulvhedin le garantizara que era posible combatir al mal con el tiempo.

A los mayores les recordaba mucho a Sol, por lo que Alv tuvo que ir hasta Lindealléen para hacer comparaciones con los retratos que estaban allí. No había rastros del rostro felino de Sol en Ingrid. Ingrid tenía enormes ojos ámbar y pestañas de color castaño oscuro, una nariz pequeña y una boca amplia con dientes excepcionalmente bonitos. Había heredado de su padre, Alv, la característica sutil que la hacía parecer un cervatillo y curvaba las comisuras de su boca hacia arriba. Había un rastro de rebeldía en los salvajes ojos de Ingrid y en sus labios, pero en conjunto, su rostro era más clásico que el de Sol. Ambas eran muy hermosas.

Lo que más temía Alv era la similitud interna de ambas. El parecido era alarmante.

Detrás de la locura alegre de Sol, la bruja había sido profundamente infeliz. Oh, Alv deseaba con todo su corazón que su única hija, Ingrid, no sufriera el mismo destino que Sol. Pero el peligro existía.

Lo que más les aterraba eran todas las historias en las que Sol mataba sin escrúpulos a cualquiera que se interpusiera en el camino del Pueblo del hielo. Alv y Berit ponían toda su energía en criar a la pequeña. Intentaban enseñarle a Ingrid la diferencia entre el bien y el mal, entre lo propio y lo ajeno; intentaban que comprendiera que los demás también tenían sentimientos al igual que ella. Si trataba a alguien de manera injusta, esa persona estaría tan molesta como lo estaría ella si le hubiera sucedido lo mismo. Los dos padres basaban la crianza de Ingrid en el mandamiento bíblico «¡No le hagas a otros lo que no quieres que te hagan a ti!» y esperaban que ella obtuviera la suficiente empatía para identificarse con los sentimientos de otros.

Al principio, fue difícil determinar si habían tenido éxito o no. Ingrid hacía las cosas más horrorosas. Como liberar a todos los caballos en el campo para darles una vida mejor, o anunciarle a una de las damas más distinguidas del área que su madre Berit no estaba en casa cuando visitaba porque Ingrid sabía que su madre no soportaba a dicha mujer. Así que era un poco vergonzoso cuando Berit aparecía en el pasillo.

Pero con el tiempo, los padres de Ingrid comprendieron que el extraño comportamiento de su hija era debido tan solo por el amor. Ella rebosaba de amor hacia todos los animales y humanos que le importaban. Lo que ellos llamaban «travesuras» era una expresión de tristeza y decepción, una suerte de defensa. Si abofeteaban a Ingrid por hacer algo, ella quería vengarse porque no podía concebir que aquellos a quienes ella amaba con tanto fervor fueran capaces de golpearla o castigarla.

Y precisamente por ese motivo, Ingrid no comprendía por qué había invocado a aquellos repugantes gusanos en los cerales de su madre. ¿Quizás porque quería darle a su progenitora una cucharada de su propia medicina? O tal vez estaba tan herida que quería llamar la atención, pero lo había hecho de un modo extraño. Haber roto el encaje de su madre era una expresión de su insolencia infantil, pero también de los feroces celos que sentía hacia aquel tejido que consumía tanto tiempo de su madre. Esa y muchas otras acciones similares demostraban que no comprendía a qué se referían sus padres cuando decían que siempre había un contexto y sentimientos humanos conectados con lo material. A Ingrid la había invadido la necesidad incontrolable de destruir a su rival, que en aquella ocasión era ese encaje bordado. Las consecuencias extremas de sus acciones, la angustia y amargura de su madre porque aquella pieza confeccionada a mano de modo meticuloso se había arruinado no era algo que Ingrid hubiera considerado.

Cada vez que su temperamento de troll se salía de control, Ingrid solía coger un caballo del granero y cabalgar por los campos como si estuviera bajo una nube de tormenta. Luego las personas decían: «Parece que la damita de Graastensholm ha salido a tranquilizarse otra vez ».

Otras veces, Ingrid era increíblemente dulce, y eso enorgullecía mucho a sus padres: siempre que ocurría decían que ahora seguro que ella había superado la necesidad de usar brujería.

Hasta el próximo incidente.

Ingrid era un calco de Sol, pero nadie lo notaba porque no habían conocido a Sol. Villemo, que también se parecía mucho a Sol e Ingrid, había sido más afortunada. No estaba maldita, pero había sido una elegida. Le habían concedido el don del pensamiento lógico. El modo de pensar de Sol e Ingrid era con frecuencia muy irracional.

Los sirvientes de Graastensholm aprendieron rápido a mantener una relación amistosa con Ingrid. Y ella respondía a esa amistad con devoción dócil y dulce, así que su crianza a fin de cuentas fue más o menos armoniosa. (Por supuesto hubo algunos incidentes menores que no vale la pena mencionar, como la vez que el nuevo peón se aventuró a darle una palmada en el trasero a la joven. Un segundo después, el chico terminó en el lodazal cubierto de fango. Nunca comprendió cómo aterrizó allí, aunque se lo preguntó durante el resto de su vida. Por cierto, dos días después lo echaron de Graastensholm).

Pero también era un problema que la gran inteligencia de Ingrid se desperdiciara. En Elistrand, a Jon le encantaba estudiar con ella, pero no era capaz de seguir el ritmo de progreso de la joven. Ella leía e inspeccionaba todos los libros y mapas de Graastensholm de punta a punta. Lo mismo sucedía en Elistrand. La única persona instruida del pueblo, el sacerdote, la evitaba porque decía que ella hacía demasiadas preguntas estúpidas. Es decir, el sacerdote no siempre sabía cómo responderle, pero ¡no quería admitirlo!

Cuando Ingrid cumplió diecisiete años, estaba impaciente e insatisfecha con su educación. ¿Todos los demás también eran estúpidos? ¿Acaso no existía nadie que pudiera responder todas sus dudas? Su insatisfacción la enfurecía y la volvía temperamental y su desarrollo no iba en la dirección correcta. Comenzó a experimentar con hechicería por su propia cuenta para canalizar su gran capacidad intelectual.

Y luego Alv dio un paso drástico y mencionó el antiguo tesoro del Pueblo del hielo. Sin embargo, lo hizo con gran incertidumbre porque sabía que encendería una chispa en el corazón de aquellos malditos cuando lo escucharan.

—Desde la muerte de mi padre, Niklas, el tesoro ha estado enterrado y oculto —le dijo a Ingrid con tono muy serio—. De hecho, fue Ulvhedin quien debía tenerlo después de Niklas, pero Ulvhedin tuvo la fortaleza suficiente para decir que no. Él sabía la enorme tentación que presentaban esos recursos mágicos para los malditos y quería continuar con su vida calma y pacífica junto a Elisa y su familia.

Alv vio horrorizado como los ojos de su hija comenzaban a resplandecer como pequeñas llamas codiciosas.

—¿Dónde está ahora el tesoro?

—No te lo diré. Pero según las reglas del linaje, tú deberías heredarlo. Hasta ahora, si se ha decidido que un individuo maldito no es digno de tener el tesoro en sus manos, él o ella han perdido el derecho a poseerlo.

—Pero ¡lo quiero! ¡Lo quiero! —gritó Ingrid, aterrorizada—. Prometo ser buena. Te demostraré que soy digna de poseer el tesoro.

Y así fue como sucedió. Durante un año entero, Ingrid fue un angelito a quien todos amaban profundamente. Nunca siquiera mencionó su deseo de tener más clases. Su comportamiento era ejemplar.

***

Mientras tanto, Dan Lind del Pueblo del hielo lo pasaba mucho mejor en Suecia. Él también poseía un cerebro excepcional, pero tenía permitido usarlo. Tenía dieciocho años y podía debatir con facilidad con los mejores científicos de Suecia. Era centrado y racional, astuto y claro, aunque no comprendía demasiado el mundo emocional. Sus padres habían seleccionado una chica para él y él lo había aceptado. Aceptaría a cualquiera mientras fuera una mujer dulce, educada, doméstica y de temperamento tranquilo.

Resultó que Olof Rudbeck, el Joven, le pidió a Dan que realizara un análisis de la flora montañosa, porque el gran hombre tenía tantos proyectos más que no tenía tiempo para ocuparse de ese. En un impulso repentino, Dan preguntó si debía analizar la flora noruega al igual que la sueca, porque él tenía sus raíces en Noruega y quería visitar a sus parientes lejanos. Olof Rudbeck accedió, así que le entregaron al joven Dan una lista extensa de plantas que debía recoger. También lo alentaron a encontrar nuevas especies. Sus planes de matrimonio quedaron en espera. Dan dejó a sus padres, Tengel, el Joven, y Sigrid, y a sus abuelos, Villemo y Dominic.

Era el año 1715, y todavía ningún miembro de la familia conocía el destino de Vendel Grip. Él había desaparecido en Rusia muchos años atrás y nadie esperaba verlo de nuevo, pero en ese mismo instante, Vendel estaba en la tierra de los Yurak-Samoyedos en la región más fría de Siberia, donde libraba una batalla mental con la temperamental chamana, Tun-sij.

Dan Lind del Pueblo del hielo se tomó su tiempo para llegar a Noruega. Aprovechó la oportunidad para visitar a otros investigadores en el camino así que pasó un largo tiempo antes de que llegara a Graastensholm. Recordó con diversión la despedida que tuvo con su indómita abuela, Villemo. Ella ya no era joven y él le había pedido con picardía que permaneciera viva hasta su regreso. Ella solo había reído y respondido que ella y Dominic tenían intenciones de hacerse muy viejos juntos. Y cuando consideraran que ya no eran útiles en esa vida, morirían al mismo tiempo. Eso era lo que habían decidido. Porque si uno moría, el otro sería incapaz de seguir adelante. Un vínculo tan profundo como el de sus abuelos era algo que Dan también esperaba experimentar algún día. Pero por ahora, estaba concentrado exclusivamente en el mundo de la ciencia.

Le llevó todo un invierno atravesar Suecia. Había muchas personas que querían hablar con él y a su vez él quería conversar con la mayor cantidad posible de las grandes figuras del pensamiento que conocía. Tomó un desvío por Skara para visitar a su amigo, Emanuel Swedenborg, o Swedberg, como lo llamaban aún en ese entonces. El padre de Emanuel era Jesper Swedberg, Obispo de Skara, un hombre muy piadoso y estricto. Emanuel era más liberal y tenía ideas sobre el mundo espiritual que a Dan le interesaban. Afirmaba ser capaz de entablar largas conversaciones con ángeles y espíritus y, gracias a ello, interpretaba la Biblia de un modo que no todo el mundo aprobaba. Estudiaba matemática, astronomía y medicina porque era un hombre muy inteligente; por desgracia, también tenía muchos colegas celosos que hablaban sobre él a sus espaldas y lo criticaban.

—Estoy escribiéndole una carta a uno de mis mejores amigos —le confió con amargura al joven Dan—. ¿Puedo leerte algo de lo que he escrito?

—Por supuesto —respondió Dan. Emanuel comenzó a leer.

—Sin embargo, el hombre libre e independiente con reputación famosa en el exterior permanece aquí en la oscuridad, donde además de la negrura, también está helado; donde las Furias, los envidiosos y Plutón viven y otorgan todas las medallas y premios distinguidos.

Dan debía admitir que el destino de Emanuel era injusto. Sin embargo, Emanuel ganaría notoriedad con el tiempo, aunque ocurriría en el futuro lejano.

A Emanuel le interesaba mucho la expedición de Dan a las montañas noruegas para recolectar plantas, por lo que entablaban largas conversaciones sobre ello, dado que ambos eran hombres de ciencia. Pero, al final, Dan tuvo que marcharse.

Cuando por fin llegó a Graastensholm después de tanto tiempo, había cumplido diecinueve años y ya era de nuevo verano.

***

Justo ese día, Ingrid estaba en lo alto de la torre disfrutando de los centelleantes relámpagos de la tormenta. Ella tenía dieciocho años y ya había tenido su primer pretendiente. Esto no era algo que le interesara demasiado, pero agradecía que los hombres la quisieran y, a cambio, ella los atraía con su amor global. Aunque no tenía intenciones de contraer matrimonio con ninguno de ellos. Excepto con uno. Era el hijo menor de una granja al sur de la comarca de Graastensholm. Ingrid había dejado abierta la posibilidad. Dijo que lo pensaría, asísus padres se quedaron con esa esperanza. Era un buen chico; querían ver a Ingrid felizmente casada y, dado que ella se había comportado tan bien el último tiempo, sentían que no habría problema con dejarla al cuidado de un hombre.

Pero luego, apareció Dan...

Llegó galopando al patio, apresurado para evitar la tormenta y la amenaza de una tromba. De pronto, vio una extraña figura en la torre. Ella vestía un atuendo blanco que contrastaba con el nublado cielo azul grisáceo. Veía con claridad que ella extendía los brazos hacia el cielo.

«Está demente», pensó Dan. «¡Es una locura que cualquiera esté afuera con la que va a caer!»

Al mismo tiempo, no pudo evitar su admiración por aquel acto imprudente de coraje. Rápido, le entregó las riendas a un sirviente que se aproximó corriendo, tomó su equipaje pesado y entró a toda velocidad. Alv y Berit le dieron una cálida bienvenida.

—¡Es maravilloso verte de nuevo, Dan! Tu padre, Tengel, nos escribió diciendo que estabas en camino, pero ya ha pasado mucho tiempo desde que recibimos su carta.

—Sí, tardé mucho en llegar aquí,

—¡Cuánto has crecido! No eras más que un niño la última vez que te vimos. Pero te hemos reconocido al momento. Eres igual que tu abuelo Dominic.

No dijeron lo que pensaban realmente: que Dan se había convertido en un hombre muy atractivo, robusto, alto y fuerte. Quizás su rostro era demasiado particular para considerarlo atractivo, pero era muy masculino, tenía tez oscura y una apariencia de seriedad estricta.

—Vaya, Ingrid también tenía que estar aquí para recibirte —comentó Berit—. Verás, estamos preocupados. Ha desaparecido. Nos tememos que la tormenta la haya asustado y que haya huido para esconderse en alguna parte.

—Tu hija está en la cima de la torre, venerando a los dioses del trueno —respondió Dan con ironía—. Parece disfrutarlo mucho.

—Sí, deberíamos haberlo supuesto —murmuró Alv y subió rápido la escalera.

Regresó malhumorado, sujetando a su hija Ingrid del brazo. Los ojos de la chica brillaban repletos de entusiasmo y alegría.

«Dios mío», pensó Dan. «¡Se la ve fantástica! Qué fascinante».

—Hola, Dan —dijo Ingrid con una sonrisa bastante descarada—. Papá dijo que habías llegado. Veo que has traído la tormenta.

—Bueno, por ahora no es una tormenta, sino más bien una lluvia torrencial —respondió él, con otra sonrisa—. Supongo que no es tan fácil asustarte si puedes estar en lo alto de la torre con este clima.

Un trueno hizo temblar prácticamente la casa entera.

—Solo intentaba comprender qué son los truenos —explicó ella cuando el ruido había cesado—. No creo en esas tonterías que dicen que es el castigo de Dios por todos los pecados cometidos por los habitantes de la comarca.

El entusiasmo de Dan aumentó.

—De hecho, he aprendido mucho sobre los truenos....

—¿Sí? ¿Por ejemplo?

Continuaron conversando con entusiasmo mientras entraban a la sala de estar. Las explicaciones científicas de Dan quizás no eran completamente precisas —la humanidad aún no había dado una respuesta clara a qué era la electricidad—, pero eran más lógicas que la superstición tradicional que reinaba en la zona. Sus palabras cautivaban a Ingrid y él no tenía problema en seguir el hilo de pensamiento de la chica. Los ojos de Dan se llenaron de lágrimas por mera alegría al tener la oportunidad de compartir con alguien más sus ideas respecto a esos temas. Alv y Berit intercambiaron una mirada mientras los seguían, conversando tras ellos. Por fin, Ingrid había encontrado a su par.

—Es una pena que vivan tan lejos uno del otro —comentó Alv.

—Sí, es una gran pena que ... —Berit dejó de hablar y su esposo concluyó la oración.

—...¿que ambos sean parte del Pueblo del hielo? Y que sus cuatro abuelos del lado paterno de ambos también lo fueran. Los dos tienen demasiada concentración de la misma sangre.

—Sí; además Ingrid está técnicamente comprometida con otro.

—He oído que lo mismo pasa con Dan. Él se casará pronto al regresar a casa. De todos modos, nunca hubiera funcionado. Pero piensa en los hijos que hubieran tenido si todo hubiera sido más normal. Al menos es agradable que Ingrid tenga un amigo con quien hablar. Los demás somos demasiado ineptos para seguirle el ritmo.

Los dos jóvenes genios del Pueblo del hielo no los escucharon. Estaban completamente absortos en su propia conversación. Fue una grata sorpresa para Dan descubrir toda la inteligencia que había detrás de la belleza de Ingrid.

¿E Ingrid? Ella brillaba como el sol.

***

Esa noche, la familia entera partió hacia Elistrand junto a su invitado.

Después de la cena, que organizaron muy rápido, todos tomaron asiento junto al fuego y conversaron. Aún llovía, lo cual significaba que aún hacía suficiente frío para encender la chimenea a pesar de que estuvieran a principios del verano.

—¿Me dais permiso para acompañar a Dan a su expedición en la montaña? —preguntó Ingrid.

—¿Acaso has enloquecido, hija? —exclamó su madre, Berit—. Qué bonita escena, ¿no? ¿Qué crees que pensaría tu futuro esposo de una chica que viaja por ahí estudiando plantas?

Dan inclinó el torso hacia adelante y miró a Ingrid, cuyos ojos reflejaban el resplandor amarillo proveniente del fuego.

—Verás, Ingrid, también tengo otro plan. Por esa razón quería ir a las montañas noruegas. Es un plan muy peligroso...

—Por favor, cuéntanos más —dijo Tristan, sentado junto a su esposa Marina, quien era mucho más joven que él. Eran una pareja extraña, pero parecían felices, cada uno bajo sus propios términos.

Dan se entusiasmó. Aunque no había visto a esas personas desde la infancia, estar con ellos lo hacía sentir en casa. Ellos y él compartían la misma sangre.

—Resulta que he estudiado los libros de mi abuelo Mikael sobre el Pueblo del hielo. Y hay algo que me impactó...

En ese momento, todos ya estaban interesados.

Tristan, quien era el mayor de los presentes, dijo:

—Debes tener presente que esas historias están incompletas. Apenas mencionan la primera etapa en el Valle del Pueblo del hielo.

—Lo sé. —Dan asintió—. Pero tengo intenciones de seguir un cabo suelto que nadie parece haber notado antes.

—¿Cuál? —preguntó el joven Jon, el hijo de Elisa y Ulvhedin. Él y Bronja parecían inseparables. Estaban sentados tan cerca el uno del otro que hubiera sido imposible introducir la hoja de un cuchillo entre ellos.

—¿Ninguno ha pensado en lo que ha ocurrido desde entonces? Me refiero a qué ha sucedido con Tengel, el Maligno.

Los ojos de Ulvhedin brillaban en la penumbra. Su rostro terrible se volvió aún más grotesco bajo el resplandor del fuego, y que ahora tuviera barba no lo hacía parecer menos demoníaco. Despacio, él dijo:

—¿Te refieres a qué pasó después de que Tengel, el Maligno, invocara al Príncipe de las Tinieblas?

—Bueno, de eso sabemos mucho. Pero no mencionan su muerte en ninguna parte. ¿Dónde está su tumba?

Hubo silencio.

—Bueno —dijo Jon—, asumo que está en el cementerio del Valle del Pueblo del hielo.

—En el cementerio. —Tristan resopló—. ¡ Tengel, el Maligno, no está ahí! Y tampoco está donde enterraron el caldero.

—Eso no lo sabemos con certeza —dijo Ingrid con lógica incansable—. Porque ese lugar continúa siendo un misterio para todos nosotros.

—Así es. —Dan asintió—. Al menos hasta que Kolgrim, y probablemente Sol antes que él, se toparon con aquel lugar. Creedme, nadie de la época de Tengel, el Maligno, sabía cuál era. Así que ¿dónde está enterrado?

—Quizás fue al lugar donde enterró el caldero para morir allí —sugirió Ulvhedin. Dan estaba de acuerdo.

—También he considerado esa posibilidad. Así que tengo intenciones de descubrirlo y averiguar si eso es lo que pasó.

—¡Estás loco! —exclamó Alv—. ¡No debes hacerlo! ¡Te expondrías a un peligro mortal! Sobre todo, porque no eres uno de los malditos.

—No estoy del todo convencido de eso. Al contrario, creo que me proporcionaría cierto grado de protección porque solo los malditos son capaces de ver a Tengel, el Maligno. Pero, claro, podría llevarme a Ingrid y a Ulvhedin conmigo.

—¡Sí! —gritó Ingrid.

—Olvídalo —intercedió Alv.

Tristan se estremeció.

—¿Por qué quieres encontrar su tumba, Dan?

El joven científico adoptó una expresión seria.

—Porque deseo con desesperación asegurarme de que él, de hecho, tiene una tumba.

—¡No debes hablar así! —exclamó Elisa con un grito ahogado.

Dan la miró. Los grandes ojos infantiles de Elisa eran negros y estaban colmados de puro horror.

—Creo que tiene una tumba, Elisa, pero solo quiero estar absolutamente seguro de que así sea. Y quiero rezar sobre tu tumba.

Varios de los presentes en la sala respiraron hondo. Dan había mencionado un tema que todos solían evitar. Todos sabían que había al menos dos entre ellos que no aceptaban la Iglesia Católica.

—No creí que fueras religioso, Dan —comentó Ingrid, cortante, con un rastro de decepción en la voz.

Una sonrisa veloz apareció en el rostro de Dan.

—Como científico, debo confesar que a veces me hago muchas preguntas blasfemas. Y la abuela Villemo no fue la persona correcta para criarme en ese aspecto. Pero mi madre, Sigrid, posee una fe profunda y cálida que me ha influenciado. Diría que soy agnóstico. No creo ni niego nada hasta que no esté probado.

Ingrid, a quien le encantaba debatir, inclinó el torso hacia adelante y respondió con entusiasmo:

—Entonces lo que quieres decir es que al menos intentarás pronunciar la palabra de Dios ante Tengel, el Maligno.

—Bueno, sin duda no hará daño.

—No estoy tan seguro de eso —dijo Tristan con escepticismo—. Ten presente que estás lidiando con poderes seculares. Tengel, el Maligno, tiene acceso a una fuerza inmensa; si es que es cierto que hizo un pacto con el Diablo.

—Vaya —dijo Berit—. Me parece que ahora sois vosotros los que habláis de cosas puramente imaginarias como si fueran reales.

Tristan la miró con seriedad.

—¡Son reales, Berit! He visto criaturas del mundo mitológico cobrar vida. Ulvhedin también sabe que es real. Él fue quien invocó a los hombres de la Ciénaga en Dinamarca. Después de esa experiencia, creo de corazón en todos los mitos sobre Tengel, el Maligno.

Ingrid se puso de pie con entusiasmo.

—¡Ya sé lo que haremos! ¡Dan, Ulvhedin y yo llevaremos el tesoro mágico del Pueblo del hielo, y anularemos la maldición de una vez por todas!

Todos en la sala comenzaron a exclamar «¡Basta! ¡Suficiente!». Rechazaron con tanta firmeza la sugerencia de Ingrid que la chica se hundió de nuevo en su asiento, decaída.

Solo desde un rincón alguien demostró interés en su sugerencia. Los ojos de Ulvhedin brillaban colmados de consideración y una sonrisa jugaba con las comisuras de su boca, lo cual hizo que Ingrid se estremeciera un poco.

—Ya vale con eso —dijo Alv—. Todos deseamos librarnos de nuestra maldición heredada, pero ¡en ninguna circunstancia mi única hija desenterrará ese caldero! Ya hemos perdido demasiadas vidas jóvenes en el linaje.

Los demás callaron. Pensaron en Vendel Grip, quien había desaparecido en la vasta Rusia. No sabían que, en ese mismo instante, Vendel estaba en Arkhangelsk, sufriendo en un calabozo. Pero antes ya se han relatado sus experiencias en otras páginas,y aún pasarían algunos años antes de que el clan volviera a tener noticias suyas.

Lo único que sabían era que su madre, Cristiana, estaba sola en Escania, llorando por el destino desconocido de su hijo. Su abuela Lene compartía la angustia.

Era probable que Tristan hubiera sido el más afectado por la desaparición de Vendel. Lene era su hermana y Cristiana su sobrina.

La conversación cambió a temas más cotidianos, pero dos miembros del grupo no participaban de la charla. Dos cerebros habían comenzado a hacer sus propios planes.

Capítulo dos

Para placer de Ingrid, el joven Dan permaneció en Graastensholm unos días. Los dos estaban juntos todo el tiempo e Ingrid absorbía todo el conocimiento y la información que pudiera, como una planta sedienta absorbe agua. Ya nadie podía llevar la cuenta de cuántas veces le había suplicado a su padre que le diera permiso para viajar con Dan a las montañas; una pregunta que había recibido un «no» como respuesta la misma cantidad de veces que la había hecho.

La última tarde de Dan, Ingrid estaba muy taciturna. Sus padres interpretaron su silencio como una expresión de su alma sufrida e incomprendida, y empatizaban con su anhelo. Pero no cederían. Decían que el viaje de Dan era demasiado peligroso para que Ingrid, salvaje e imprudente como era, lo acompañara. Era cierto que Dan en cierto modo había prometido que no intentaría hallar la tumba de Tengel, el Maligno; sin embargo, les explicó con hipocresía que tenía intenciones de viajar en esa dirección en caso de que hallara alguna planta interesante.