El revés del abanico - Fabiana Galcerán - E-Book

El revés del abanico E-Book

Fabiana Galcerán

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Beschreibung

Como en un abanico, el mago muestra una cara al público, mientras que la otra permanece oculta en las sombras   En el tumultuoso año de 1920, Amanda se ve obligada a escapar de Londres, llevando consigo un misterio que pesa sobre su conciencia. Su huida la conduce a un encuentro fortuito con Andranik Novak, un mago escapista de renombre internacional cuya misteriosa y cautivante personalidad la fascina desde el primer instante. Sin embargo, su destino se complica aún más cuando, a bordo del majestuoso barco Aquitania, conoce a Jacob Astor, el propietario del legendario Waldorf Astoria en Nueva York. Tras un inicio calamitoso, Amanda logra rehacer su vida en Nueva York al convertirse en la asistente de Andranik Novak en el fascinante mundo del ilusionismo. En medio de funciones deslumbrantes y cenas elegantes en el Waldorf Astoria, se gesta un triángulo amoroso que teje una trama de pasión y misterio. Pero el corazón de esta historia va más allá del romance. La obsesión de Andranik por el espiritismo, la inesperada amistad entre la frágil Belle, esposa del mago, y Amanda, así como el oscuro secreto de su propio pasado, amenazan con poner en peligro todo lo que ha construido en su nueva vida neoyorquina. - Una protagonista valiente pero vulnerable, ingenua y decidida a combatir sus propias debilidades para convertirlas en pequeñas victorias sobre sus miedos internos. - El contexto histórico de principios del siglo XX ofrece un rico tapiz de cambios sociales y tecnológicos que crean un entorno auténtico. - Una rica narrativa y profundidad emocional. El entorno y los personajes son vívidos y complejos, mostrando sus debilidades y deseos más profundos. - Las mejores novelas románticas de autores de habla hispana. - En HQÑ puedes disfrutar de autoras consagradas y descubrir nuevos talentos. - Contemporánea, histórica, policiaca, fantasía, romance… ¡Elige tu historia favorita! - ¿Dispuesta a vivir y sentir con cada una de estas historias? ¡HQÑ es tu colección!

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2024 Fabiana Galcerán

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

El revés del abanico, n.º 403 - diciembre 2024

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, HQÑ y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imágenes de cubierta utilizadas con permiso de Shutterstock.

 

I.S.B.N.: 9788410740037

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prefacio

Cita

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

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Prefacio

 

 

 

 

 

Esta historia está inspirada en Harry Houdini.

No es en absoluto una biografía.

Solo he tomado ciertos trucos y algunas de sus obsesiones.

 

 

 

 

 

 

Mi mente es la llave que me libera.

Harry Houdini

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Escapar,solo eso. Habrá tiempo para la desesperación, la culpa o el llanto más adelante. Por ahora, solo escapar.

A medida que corría entre la multitud, los olores, los colores y el vaho del tren se volvieron familiares, como si estuviera experimentando un extraño déjà vu. Me sentía mareada, hasta el punto en que tuve que apoyarme en una columna para recuperar el aliento. Sentía que la gente me miraba, que sabían lo que había hecho, me juzgaban, y tuve que hacer uso de todo mi autocontrol para mantener la calma.

A lo largo de mi corta vida, he escuchado que la verdad tiene múltiples facetas, pero ninguna de ellas justifica ni cambia la mía. En lo más profundo de la naturaleza humana existe el instinto de preservación, el mismo instinto que se apoderó de mí la noche anterior, sin que pudiera controlar o modificar las consecuencias de mis acciones.

Sin mirar atrás, bajé el ala de mi sombrero y pedí indicaciones al guarda. Entré en el compartimento, que ya estaba ocupado, y después de acomodar mi bolso, me senté frente a un desconocido que ocultaba su rostro tras un periódico. Con un esfuerzo titánico, logré contener las lágrimas y la crispación de las manos, aunque mi labio inferior temblaba como si estuviera tiritando. Apreté las muelas con fuerza. Rogué para que el hombre siguiera ocultando su rostro tras el periódico hasta el final del viaje.

El tren que unía King’s Cross con Edimburgo estaba repleto y ante la urgencia de mi viaje no había podido conseguir un compartimento para mí sola.

Disimular. Interpretar un papel. Una mujer deseosa de comenzar unas vacaciones, una visita a la familia. Falta poco, solo un poco más.

Después de un buen rato, el hombre se incorporó y colocó una valija pequeña en el portaequipajes sobre su asiento. Sus movimientos eran elásticos y tenía un cuerpo que se veía atlético y trabajado. Llevaba el cabello un poco largo y desprolijo y una barba oscura y bien cuidada. Fue entonces cuando me di cuenta de que conocía ese rostro, lo había visto en la tapa de toda revista, periódico y publicación. Era Andranik Novak, el famoso escapista.

Hasta ese momento no sabía mucho sobre él, solo lo que había leído: que había nacido en Dubrovnik, Dalmacia, una de las ciudades más antiguas de Europa, que su familia se había trasladado a Estados Unidos cuando era muy pequeño y que hacía delirar a los espectadores. Me saludó con un breve «buenas tardes», enterré la cabeza en una revista que había agarrado a la pasada de un puesto en medio de mi huida.

—¿Zorros y sabuesos? —Una voz en tono de pregunta me distrajo de la página que miraba sin ver.

—¿Qué? —pregunté, y mi propia voz sonó como la de una desconocida, demasiado aguda, aflautada, a punto de quebrarse.

—Su revista, Zorros y sabuesos, nunca hubiera imaginado que una dama se interesara tanto por la caza. Creo que se debe contar con un espíritu un tanto inmisericorde. —Lo miré con los ojos agrandados por la sorpresa—. Es una experiencia sin retorno.

No lo pude soportar. Sin una palabra, me levanté y salí a las apuradas camino al baño. Mi estómago no se pudo contener, solo expulsé bilis, no había ingerido nada desde la noche anterior. Me lavé la cara y di rienda suelta al llanto. Me tapé la boca con una toalla para aquietar los sollozos. Las imágenes de lo que había hecho se sucedían de forma constante en mi mente.

«Basta. Basta, por Dios», me ordené a mí misma, pero una vez abierta la compuerta se me hacía difícil cerrarla.

Media hora después, cuando finalmente logré recomponerme, respiré profundo y esperé un rato hasta que mi rostro volvió a su tono natural. Sabía que tenía que seguir actuando. Solo un poco más. Me arreglé el peinado frente al espejo y salí.

—Disculpe —murmuré al entrar, y sin dar ningún otro tipo de explicación me senté con la vista fija en la ventana. Me obligué a no volver a mirarlo, aunque podía sentir los ojos que me observaban, hasta que una rápida sacudida de la cadena de su reloj llamó mi atención.

Con un movimiento distraído y más rápido de lo que cualquier ojo humano pudiese percibir, hacía aparecer y desaparecer el reloj en una acción automática y desinteresada, similar a cuando cualquiera de nosotros juega con una pluma fuente o un abanico. Me seguía mirando directamente, sin ningún intento de disimulo.

—Ah, la magia tiene esa particularidad, seduce a las voluntades más férreas.

Supe que no tenía más remedio que seguirle la conversación. Le brindé una sonrisa cansada y me presenté. Él tomó mi mano, inclinó la cabeza y se la llevó a los labios sin besarla. Mencioné la rapidez con que hacía desaparecer el reloj. Sonrió y, de forma cortés, me preguntó el motivo de mi viaje. Solo le dije que estaba de paso por Londres y que iba a visitar a unos parientes que vivían en Old Town.

Suspiró y dijo que se sentía muy cansado, era la última etapa de su gira mundial, que había abarcado toda Europa. Le dije que no había tenido la suerte de poder ver ninguno de sus espectáculos, pero que sabía sobre sus increíbles trucos, sobre todo me había impresionado mucho uno en el cual usaba un baúl de madera con molduras de metal y un vidrio al frente lleno de agua. Con los pies en un cepo, era llevado en alto y luego metido de cabeza en el baúl. Él rio y confesó que requería más concentración saltar a un río encadenado y esposado, como haría muy pronto. Explicó que su hermano lo ayudaba y que había tomado el tren anterior junto a su equipaje, ya que habían tenido un problema con uno de sus colaboradores.

—En este medio los empleados son muy inconstantes. La rivalidad es alta, y es desalentador cuando a uno lo defraudan cambiando información por dinero. —Cruzó una pierna encima de la otra dejando a la vista las botas de excelente cuero.

—Supongo que debe de ser difícil encontrar personas fieles, serán tentados todo el tiempo por sus competidores para revelar sus trucos.

—Así es, es por eso que hasta que encuentre alguien confiable, que me organice todas mis cosas, mi hermano deberá ayudarme, aunque está deseoso de volver con su familia.

—No entiendo la tesitura de alguna gente que a toda costa quiere descubrir el truco. Los trucos son solo eso, trucos, es el mago el que les otorga la magia, ¿o no? —repliqué mientras me abanicaba.

Tomó el abanico de mi mano y dijo:

—La magia es como este abanico, el mago muestra una de las caras y la otra siempre permanece oculta.

Y con un movimiento lento y circular convirtió mi abanico color azul en otro rojo, con caracteres chinos.

Reímos juntos y me entregó el abanico oriental, luego sacó de la manga el mío.

—Le devuelvo entonces el suyo —dije—. Puede querer utilizarlo para otro truco.

—Concédame el honor de aceptarlo como muestra de agradecimiento por haber hecho magia.

Lo miré intrigada.

—Ha convertido un aburrido viaje en una entretenida tarde.

Le sonreí y luego nos quedamos en silencio mientras el paisaje transcurría en una sucesión inagotable de árboles borrosos. Ese hombre había logrado distraerme de mis aflicciones. Allí, en ese tren en movimiento, nada podía pasarme. Me obligué a relajarme un poco, así que me acomodé contra el respaldo mullido. Me sentía extenuada y el suave movimiento y el sonido constante de la locomotora me fueron arrullando hasta que me quedé dormida. No fue un sueño reparador ni tranquilo; en él veía a Charles lanzándose sobre mí, sentía las manos sobre mi garganta, la lucha de mis pulmones por rescatar algo de aire. No sé cuánto tiempo pasó, pero cuando desperté sentí el tacto suave del paño de piel de camello de una capa que me abrigaba, la mirada del escapista firme sobre mí, las cejas un poco fruncidas sobre el puente de la nariz.

—Se quedó dormida, pensé que podría tener frío —dijo con voz suave.

Me incorporé de golpe, avergonzada. Manoteé el abrigo y se lo devolví.

—Se la veía inquieta, como si tuviese una pesadilla. No sabía si despertarla.

—Gracias —murmuré—. Estoy bien.

Nos quedamos en un silencio que sentí incómodo. El paisaje tras la ventana transcurría monótono, cada vez más gris.

—Qué notable vivir entre magia, debe de haber pocos secretos en el universo para usted —comenté al rato, en un tono jocoso que tal vez sonó un poco forzado.

—No se engañe, lo que a la mayor parte de la gente le maravilla, para mí es simplemente mi trabajo, mi forma de subsistencia —respondió con tono cansado, como si hubiese recordado algo desagradable.

—¿Es por eso que sus pruebas son cada vez más difíciles? ¿Busca enardecer al público o necesita sentir nuevas emociones? —Me incliné hacia él—. Disculpe mi sinceridad, pero usted coquetea con la muerte, señor. Quisiera saber la verdadera razón.

—No me tome en serio, quizás usted haya privilegiado el valor de mis afirmaciones. Hoy tengo un mal día —contestó contradiciendo lo dicho con una sonrisa.

En ese momento entró al compartimento un empleado del tren para ofrecernos un refrigerio. El resto del viaje permanecimos en silencio, Novak siguió contemplando el paisaje con gesto grave. Al fin llegamos a nuestro destino y nos despedimos amigablemente.

—Espero disfrutar de otra refrescante conversación la próxima vez que nos encontremos.

—Así lo espero —contesté, con la esperanza de que nuestros caminos volvieran a cruzarse alguna vez.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

La casa de mis tías en las afueras de Edimburgo era un típico cottage de doce habitaciones que se mantenía incólume a pesar de los muros descascarados y las tejas ralas, gracias a los esfuerzos de tía Bertha y, supongo, a su marcada arrogancia.

Tuve la suerte de encontrar un cochero que, por un precio que asaltó mi ajustada economía, aceptó llevarme a Dean Village, la aldea donde la altiva casa de piedra se erguía sobre una elevación del terreno que hacía que el resto debiera levantar la cabeza para verla.

Antes de acercarme, verifiqué que nadie estuviera esperándome en las sombras. Reuní la poca energía que me quedaba, me acerqué y respiré profundo antes de tomar la aldaba y golpear el noble roble.

Actuar, representar un papel. Fingir, conquistar mi libertad.

Maximilian, el viejo mayordomo, evitó todo gesto de sorpresa al verme a esas horas de la noche, pálida y un poco desprolija. Me saludó como si nos hubiéramos visto el día anterior.

Condición esencial para ser un buen mayordomo: fingir. Ser un maestro del disimulo. Recibió mi abrigo, sombrero y guantes, y me condujo inexpresivo hasta la estancia en donde las tías acostumbraban a pasar el rato luego de la cena.

La sala revestida en boiserie, con los cómodos sillones acolchados de fina pana verde oscura y la ancestral biblioteca, me pareció más pequeña de lo que recordaba. En la chimenea crepitaban unos leños.

—Por un demonio —escuché decir a tía Bertha cuando fui anunciada, antes de que tía Fanny le dirigiera una mirada de advertencia.

—Querida, qué sorpresa, no te esperábamos hasta mañana —mintió tía Fanny para salvar las apariencias—. Gracias, Maximilian, puede retirarse ya, buenas noches.

El mayordomo hizo una torpe reverencia y se retiró.

—¿Qué es lo que te ha pasado? ¿Por qué te presentas a esta hora sin tu marido y sin chaperona? —increpó Bertha al instante.

—¿Esa es la bienvenida de parte de mis tías favoritas? —Hice uso de la vieja broma, ya que ellas eran las únicas que tenía.

—Ven para acá y dame un beso. —Tía Fanny me ofreció su mejilla. Dejó el vaso de bourbon en la mesa.

Besé su pómulo acolchado y sentí el mismo perfume a talco de magnolias que usaba desde mi niñez. Cerré los ojos por un momento y deseé que el tiempo retrocediera, volver a ser la pequeña que se había criado entre esas paredes.

Me volví hacia Bertha, me miró con gesto adusto, pero me ofreció la mano para que fuera a saludarla. Le di un pequeño beso que se sintió incómodo, tanto para la una como para la otra, y me senté cerca del fuego frente a ellas.

—¿Y bien? —terció Bertha—. ¿Qué ha pasado para que te presentes de esta manera, en medio de la noche? ¡Por Dios! ¿Qué pensará el servicio?

—Solo está Maximilian, Bertha —defendió tía Fanny.

—Gracias a Dios por eso. Estoy esperando, Amanda.

Compuse la mejor cara de inocencia, pero estaba agotada, lo único que ansiaba en ese momento era arrastrarme hasta una cama y cerrar los ojos, poner una barrera que me amparara de la realidad y me protegiera de toda incertidumbre.

—Charles está con muchos proyectos. —Mis manos comenzaron a temblar y las afirmé en el regazo—. El más importante es… Bueno, es muy complicado de explicar, pero son negocios inmobiliarios en América.

—¡En América! Jamás me hubiese imaginado que Charles tuviera la visión de embarcarse en un proyecto tan lejos de su patria. —Fanny se sirvió otra copa.

—Es por eso que he venido —seguí—. Quisiera que, de ser posible, me dieran el dinero que me dejó mi madre.

Un silencio llenó la habitación.

—Pero ¿para qué quieres tú ese dinero, niña? —preguntó tía Fanny extrañada.

—Porque es un viaje largo y no quisiera sentirme desamparada si las cosas llegaran a salir mal.

—Pero si tu marido es millonario, ¿qué podría salir mal? —razonó Bertha.

No supe qué contestar. Tía Fanny salió en mi auxilio.

—Está bien que la niña quiera sentir un respaldo. Después de todo, ese dinero es suyo y tal vez quiera invertirlo ella misma, ¿o no?

—¿Invertirlo ella misma? —terció tía Bertha—. ¡Pero qué pavadas dices, hermana! ¡La vejez te hace delirar! ¿Y cuándo pretenden viajar?

—En cuanto sea posible… Charles está deseoso de embarcar cuanto antes, pero yo quería verlas, saludarlas y contarles mis planes antes de irme.

—Y has hecho muy bien, muy bien —contestó tía Fanny—. Pero si no te molesta, quisiera que siguiéramos esta conversación durante el desayuno, ya me siento muy cansada y… ¡mis huesos, mis huesos!

Fanny se levantó con trabajo y la ayudé a llegar a la puerta. Me despedí con un beso y me acarició la mejilla.

—Ahora que estamos solas, puedes contarme la verdad y ahorrarme tiempo. Soy vieja, estoy cansada y no quiero seguir escuchando mentiras —espetó tía Bertha casi sin respirar.

Miré sus ojos, semejantes a los de un ave, inquisitivos, de miradas cortas y rápidas. Nunca me había mostrado un gran cariño. Decidí exhibir parte de la verdad.

—Lo he dejado.

—¿Has dejado qué?

—A él, a mi marido.

—¿Qué? De todo lo que me había imaginado, esto es lo peor. No puedo ni siquiera figurarme lo que este escándalo podrá hacer a la familia. Seremos desterrados de cualquier buen círculo. Nadie de la sociedad querrá tener nada que ver con nosotros. ¡Oh, Dios!, agradezco no haber tenido hijos para que no tuvieran que enfrentarse a este descalabro.

—¡Oh, por Dios, tía! —interrumpí con indignación—. ¿Puedes dejar de pensar en los demás y ponerte en mi lugar? Ese hombre de tan alta cuna, ese hombre que tú misma elegiste, no ha dejado de golpearme desde la primera noche —argumenté, la voz ahogada.

Empecé a juguetear con el camafeo que me pendía del cuello, y me sentí miserable. Me subí la manga del vestido.

—Ese hombre al que tanto admiras no es más que un monstruo que goza lastimando a los demás.

Le mostré el cardenal que había pasado del negro al morado y ella alejó la vista como si la marca la ofendiera.

—Hay cosas que pasan entre marido y mujer que no deben ventilarse, Amanda. Los hombres son… criaturas diferentes a nosotras. Una buena esposa…

—¿Una buena esposa debe dejarse lastimar?

—Lo dices de esa manera y parece…

—¡No hay otra manera de decirlo!

Ella resopló con indignación, tomó la copa que había dejado sobre la mesita a su lado, le dio dos sorbos y la volvió a dejar mientras murmuraba con rabia:

—¿Qué te hace pensar que eres mejor que las demás? ¿Por qué diantres no puedes comportarte como todas? ¡Escuchaste bien, como todas! ¿O te piensas que mi matrimonio fue un lecho de rosas?

Entonces me di cuenta. Me quedé sin palabras. Tía Bertha nunca hablaba de su matrimonio, había quedado viuda muy joven y no se había vuelto a casar.

—Lo siento, yo no sabía…

—Cállate, Amanda, no pasó nada… nada grave —trató de quitarle importancia al asunto y recompuso su modo de hablar pausado, impersonal—. Tu tío era un hombre temperamental y había que hacer el esfuerzo de comprenderlo. A veces una mujer tiene que tener el nervio para apoyar a su marido, entender sus preocupaciones, negocios, política… En fin, cosas que una esposa no imagina ni entiende. Qué mejor que una mujer abnegada que lo acompañe en sus momentos oscuros, esa es la manera en que se construye un matrimonio. —Suspiró y pareció renunciar a las explicaciones—. En fin, ¿qué es lo que quieres? —preguntó con resignación y supe que la batalla había sido ganada.

—Quiero el dinero que mi madre me dejó. Quiero comenzar una nueva vida lejos, y la mejor manera es poner un océano entre nosotros.

Me arrodillé a su lado y le tomé las manos que descansaban sobre su falda, necesitaba una muestra de cariño que no llegó. En cambio, me miró con una mezcla de espanto y sorpresa.

—¡Sola! ¿Y qué piensas hacer allá?

—Estamos en 1920. La mujer hace cosas que antes no hacía, estudia, trabaja…

—¡Que trabajan! —repitió con espanto.

—No tengo otra opción. El dinero de mi madre me ayudará a montar algún negocio. Además, es América, las cosas allá son diferentes.

—Y si Charles viene a buscarte, ¿qué pretendes que haga, que mienta?

—No vendrá —contesté con seguridad.

Ella quedó en silencio. Yo nunca le había pedido nada, pareció sopesar las opciones y al fin dijo:

—Está bien, te daré el dinero. ¿Dónde está tu equipaje?

—Solo traje este bolso conmigo.