El último mogol - William Dalrymple - E-Book

El último mogol E-Book

William Dalrymple

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Beschreibung

Una lóbrega tarde de noviembre de 1862, un rústico féretro recibía sepultura en medio de un escalofriante silencio, sin lamentos ni panegíricos por orden expresa del comisionado británico: «No debe quedar rastro que distinga el lugar donde descansen los restos del último mogol». El cadáver que ocupaba el ataúd era el de Bahadur Shah Zafar II, uno de los monarcas más tolerantes y gentiles de una extraordinaria dinastía que se vio al frente de un violento alzamiento, el motín de la India, condenado de antemano al fracaso. El sangriento sitio de Delhi, el Stalingrado del Raj, será su fin, el ocaso de su dinastía y el fin de una cultura incomparable. Bahadur Shah Zafar II, el último emperador mogol por cuyas venas corría la sangre de Tamerlán y Gengis Khan, fue un místico, un gran poeta y un hábil calígrafo que, aunque privado del poder político real por la Compañía de las Indias Orientales, se rodeó de una brillante corte y presidió uno de los grandes renacimientos culturales de la historia de la India. En 1857, fue la bendición de Zafar a la rebelión de los cipayos de la Compañía la que transformó lo que en principio parecía un simple motín en el levantamiento más grande que el Imperio británico tuviese jamás que sofocar. El último mogol. El ocaso de los emperadores de la India es un retrato de la deslumbrante Delhi que Zafar personificaba, la historia de los últimos días de la gran capital mogola y de su destrucción final en la catástrofe de 1857. William Dalrymple, que ya nos cautivó con La anarquía. La Compañía de las Indias Orientales y el expolio de la India y El retorno de un rey. Desastre británico en Afganistán, ofrece un poderoso relato de estos fatídicos acontecimientos, por vez primera narrados desde la perspectiva india, a partir de más de 20 000 documentos que el autor encontró en los archivos nacionales de India, escritos por habitantes de Delhi que sobrevivieron a la masacre. Una obra extraordinaria que completa la trilogía dedicada a la Compañía de las Indias Orientales con claros ecos contemporáneos, en cuyo corazón laten las vidas e historias de individuos, indios e ingleses, trágicamente arrollados en uno de los episodios más sangrientos de la historia de la India.

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«Un libro tan destacable como sorprendente».

Diana Athill, Guardian Books of the Year

«Narrador por naturaleza, Dalrymple relata la dramática historia de la Delhi mogola antes, durante y después del motín de la India de 1857 con una energía y una pasión tales que es imposible no quedar cautivado».

Sunday Times Books of the Year

«Documentado en su totalidad a partir de un preciso conocimiento de los acontecimientos contemporáneos. Sus palabras finales constituyen una lúgubre advertencia, hasta el punto de que solo podemos desear que El último mogol encuentre la forma de convertirse en el libro de cabecera de los líderes actuales».

Lucy Moore, Daily Mail

«El libro más ambicioso, persuasivo e inusual de Dalrymple. Aquí se recogen las historias de gentes reales que transitaron por esos tumultuosos tiempos: héroes y villanos, santos y libertinos […] El último mogol constituye la obra más triste y bella de Dalrymple hasta la fecha».

Elle

«Un libro exhaustivo, bien documentado y convincente que destaca entre otros títulos académicos. El principal punto fuerte de este libro descansa sobre la amplitud de sus citas de fuentes primarias inéditas. Al desplegar todo este material, Dalrymple demuestra estar en posesión de dos cualidades fundamentales para un historiador: una extraordinaria comprensión del detalle y la habilidad necesaria para tomar perspectiva».

Sara Wheeler, Daily Telegraph

«Un magnífico y polifacético libro que hace palidecer los simplistas esfuerzos de autores anteriores».

David Gilmour, Spectator

«Una crónica cautivadora […] El vivificante espíritu de este libro es Delhi en estado puro».

Economist

«Un aterrador regreso a los hechos que cerraron el reinado de Zafar, el motín de la India de 1857, el “Stalingrado del Raj”. El autor ha dado con un maravilloso tesoro oculto de documentos en los Archivos Nacionales de la India y, gracias a estas ricas fuentes, El último mogol rebosa de vida, color y complejidad, y hará que hasta el más jingoísta de los lectores reflexione sobre los efectos del dominio británico en la India […] Se trata de un libro sobresaliente, caracterizado por una cuidadosa investigación, estilo narrativo e imaginativa simpatía. Dalrymple escribe con ardiente indignación, pero sin perder de vista sus obligaciones hacia el lector. El resultado es uno de los mejores libros de historia del año».

Evening Standard

«Gracias a una comprensión de la India forjada a lo largo de veinte años de familiaridad con Delhi y una infatigable búsqueda de fuentes primarias, Dalrymple ha producido una cuidada y equilibrada narración del mayor desafío armado afrontado por una potencia europea en el siglo XIX, y de la sangrienta venganza que los británicos desencadenaron sobre quienes osaron alzarse contra ellos».

Financial Times

«Dalrymple es un escritor e historiador excepcional, que se ha superado a sí mismo en este último libro. Uno de sus múltiples méritos radica en que se ha apoyado en materiales inéditos de los archivos indios, escritos en urdu y persa, a fin de narrar los hechos desde una perspectiva tanto india como británica. Se trata de un libro tan reivindicativo como notable».

Max Hastings, Sunday Times

«Matizado de forma brillante […] Dalrymple ha escrito aquí una crónica del motín de la India, de los hechos que llevaron hasta el mismo y de sus consecuencias, como no la habíamos visto nunca, contemplada a través del prisma de la vida del último emperador. Describe también con viveza la vida en la capital mogola días antes de que se desencadenara la catástrofe, señala con habilidad cada punto crucial de la historia, algunos de los cuales, en ocasiones, han sido pasados por alto por los historiadores precedentes, y aporta algunas de las más instructivas notas al pie que he leído jamás. Pero, por encima de todo, verbaliza el puro disfrute de investigar sobre una parte de la historia, algo que cualquier auténtico historiador conoce».

Geoffrey Moorhouse, Guardian

«Mucho más que otra reconstrucción del motín de 1857, suntuosamente respaldada en las fuentes y bellamente compuesta, la narración de Dalrymple recorre la caída de la dinastía mogol y homenajea la elegancia en extinción de su cultura en la Delhi de comienzos del siglo XIX».

Boyd Tonkin, Independent

El último mogol

Dalrymple, William

El último mogol / Dalrymple, William [traducción de Victoria Eugenia Gordo del Rey].

Madrid: Desperta Ferro Ediciones, 2022 – 592 p. ; 16 de lám. :il. ; 23,5 cm – (Historia de Asia) – 1.ª ed.

D.L.: M-9481-2022

ISBN: 978-84-123817-2-6

94(540)”18”

323.269.6

EL ÚLTIMO MOGOL

El ocaso de los emperadores de la India 1857

William Dalrymple

Título original:

The last Mughal. The fall of Delhi, 1857

This translation of The last Mughal. The fall of Delhi, 1857

is published by Desperta Ferro Ediciones by arrangement with Bloomsbury Publishing Plc.

Esta traducción de The last Mughal. The fall of Delhi, 1857

la publica Desperta Ferro Ediciones según el acuerdo con Bloomsbury Publishing Plc.

© 2006 by William Dalrymple

ISBN: 978-1-4088-0092-8

© de los mapas e ilustraciones: Olivia Fraser, 2006

© de las imágenes en color: dominio público

© de esta edición:

El último mogol

Desperta Ferro Ediciones SLNE

Paseo del Prado, 12, 1.º derecha. 28014 Madrid

www.despertaferro-ediciones.com

ISBN: 978-84-123817-9-5

D.L.: M-9481-2022

Traducción: Victoria Eugenia Gordo del Rey

Diseño y maquetación: David Sancho Bello

Coordinación editorial: Isabel López-Ayllón Martínez

Primera edición: mayo 2022

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

Todos los derechos reservados © 2022 Desperta Ferro Ediciones. Queda expresamente prohibida la reproducción, adaptación o modificación total y/o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento ya sea físico o digital, sin autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo sanciones establecidas en las leyes.

A mi querida Ibby

Índice

Agradecimientos

Mapas

Dramatis personae

Introducción

1   Un rey de ajedrez

2   Creyentes e infieles

3   Un difícil equilibrio

4   La tormenta se aproxima lentamente

5   La espada del Señor de la Furia

6   Una jornada de desorden y destrucción

7   Una posición precaria

8   Ojo por ojo

9   El cambio de la marea

10   Fuego a discreción

11   La ciudad de los muertos

12   El último de los grandes mogoles

Glosario

Bibliografía

AGRADECIMIENTOS

Este libro habría sido del todo imposible sin la erudición y el trabajo de mi colega Mahmoud Farooqi. Desde hace ahora cuatro años, hemos trabajado juntos en este proyecto, y gran parte de lo más interesante que hay en él –especialmente las excelentes traducciones del a veces casi indescifrable shikastah de los archivos urdu de los Documentos del Motín– es producto de su dedicación, constancia y talento. Le deseo la mejor de las suertes en su nuevo proyecto: publicar la primera edición académica de este archivo extraordinariamente valioso y apenas utilizado. Mahmoud también ha constituido en todo momento una caja de resonancia increíblemente inteligente e imaginativa: uno de los aspectos más agradables de trabajar con él sobre Bahadur Shah Zafar ha sido ir gradualmente reconstruyendo los hechos y dando forma a este libro frente a un kebab de Karim, un plato de biryani de Kapashera o, más a menudo, un simple vaso de caliente y dulce té chai en los Archivos Nacionales.

Quiero agradecer a Bruce Wannell, Yunus Jaffery, Azra Kidway y Arjumand Ara su incalculable ayuda con otras fuentes fundamentales persas y urdu; y por su ayuda en otra infinidad de cosas, al incomparablemente ingenioso Subramaniam Gautam. Margrit Pernau, Rudrangshu Mukherjee y Saul David fueron en todo momento fuente de generosos consejos y ánimos, a medida que me iba embargando el pánico por las dimensiones del material que había asumido.

Al final, la profesora Fran Pritchett de Columbia se ofreció a realizar la revisión más exhaustiva que un manuscrito mío haya recibido nunca. Me llevó casi dos semanas repasar todas sus notas, transcripciones y sugerencias, por lo que casi no puedo ni imaginar la cantidad de su valioso tiempo que ella ha tenido que dedicar a hacerlas. Harbans Mukhia, Michael Fisher, C. M. Naim, Maya Jasanoff, Sam Millar, Sachin Mulji y mis adorables suegros, Simon y Jenny Fraser, fueron también sumamente generosos a la hora de revisar el manuscrito, ofrecer sus comentarios y señalar los errores en cuanto a los hechos o la gramática.

Vicky Bowman removió cielo y tierra para conseguir que yo pudiera entrar en los Archivos de Rangún, mientras que F. S. Aijazuddin realizó una labor similar en Lahore. Aijaz me habló también del magnífico y nunca publicado hasta ahora cuadro al óleo de Zafar que había en el Fuerte Lahore, adonde hubo de trasladarse no una, sino tres veces para fotografiarlo para la cubierta de este libro.

Son muchos los que también han contribuido con su consejo, erudición o amistad, y entre ellos me gustaría citar a los siguientes:

En el Reino Unido: Charles Allen, Chris Bayly, Jonathan Bond, John Falconer, Emma Flatt, Christopher Hampton, Christopher Hibbert, Amin Jaffer, Eleanor O’Keefe, Rosie Llewellyn-Jones, Jerry Losty, Avril Powell, Ralph Russell, Susan Stronge, Veronica Telfer, Pipa Vaughan y Erigid Waddams. También quiero manifestar mi especial agradecimiento a Mehra Dalton, de la maravillosa agencia Greaves Travel, que gestionó todos mis vuelos de Londres a Delhi y viceversa; y a mis hermanos y familiares en Escocia.

En Estados Unidos: Indrani Chatterjee, Niall Ferguson, Glenn Horovitz, Navina Haidar, Ruby Lal, Barbara Metcalf, Elbrun Kimmelman, Tracey Jackson, Salman Rushdie, Sylvia Shorto y Stuart Cary Welch.

En India: Seema Alavi, Pablo Bartholemew, la fallecida Mirza Farid Beg, Rana Behal, Grucharan Das, Sundeep Dougal, John Fritz, Narayani Gupta, Ed Luce, la fallecida Veena Kapoor, A. R. Chalet, Jean-Marie Lafont, Swapna Liddle, Shireen Millar, Gail Minault, Samina Mishra, Harbans Mukhia, Veena Oldenberg, Pradip Krishen, George Michell, Aslam Parvez, Arundhati Roy, Kaushik Roy, Aradhana Seth, Faith Singh, Mala Singh, Manvender Singh y Pavan Varma. Stanley, Stella y Dougal hicieron un magnífico trabajo para reunirnos a todos en la hacienda del Dr. Chopra.

David Godwin luchó con todas sus fuerzas (e ingenio) para conseguir mi fichaje por Bloomsbury y ha sido un amigo increíblemente leal e inteligente todo este tiempo. Mis diferentes editores me han llenado de buenos consejos: Alexandra Pringue, Nigel Newton y Trâm-Anh Doan en Bloomsbury; Sonny Metha y Diana Tejerina en Knopf; Thomas Abraham, Ravi Singh, David Davidar y Hemali Sodhi en Penguin India; Paolo Saninoni en Rizzoli; y Marc Parent en Buchet Chastel. Sobre todo, quiero darle las gracias a Michael Fishwick, que ha sido mi experto editor y generoso amigo durante veinte años en HarperCollins y actualmente, justo dos décadas después de contratarme para In Xanadu, en Bloomsbury.

Escribir un libro supone una fuerte presión incluso para las familias más pacientes, y yo he sido especialmente afortunado con la mía: no solo todos ellos tuvieron que dejar su casa y colegios de Londres para trasladarse a Delhi mientras investigaba para este libro, sino que Sam y Adam también tuvieron que quedarse sin que les leyera sus cuentos antes de dormir hasta que acabé de hacerlo; y mi tierna, bella y dulce esposa Olivia ha sido casi sobrehumanamente sensible y paciente con su marido cuando este se aisló de la vida familiar durante seis meses para penetrar en los rincones más secretos de la corte mogola.

Algo que me ha resultado en especial conmovedor es el interés mostrado en todo el proyecto por mi hija de once años, Ibby. Tras nombrarse a sí misma editora jefe, se reveló como una crítica literaria sorprendentemente dura, sobre todo respecto a la tendencia de su padre a utilizar, como ella dice, «demasiadas palabras». Este libro –algo más corto de lo que de otro modo hubiera sido– está dedicado a ella, con todo mi amor.

DRAMATIS PERSONAE

1 LOS MOGOLES

LA FAMILIA IMPERIAL MOGOLA

El emperador Bahadur Shah Zafar II

1775-1862

El anciano emperador mogol –hijo mayor aunque no favorito del emperador Akbar Shah II– fue calígrafo, sufí, teólogo, mecenas de pintores miniaturistas, diseñador de jardines y un poeta místico de gran valía, aunque en 1850 mantenía muy poco poder real más allá de la poderosa mística asociada a la dinastía mogola y, en muchos sentidos, no era más que una figura decorativa, un «rey de ajedrez». Si bien la irrupción en su palacio de los rudos y desesperados cipayos el 11 de mayo de 1857 le horrorizó en un principio, al final Zafar accedió a dar el visto bueno al Levantamiento, al considerarlo la única manera de salvar a su gran dinastía de la extinción; una decisión que más adelante lamentaría con amargura.

La begum nabab Zinat Mahal

1821-1882

Esposa favorita de Zafar y la única procedente de familia aristocrática: cuando se casaron en 1840, ella tenía diecinueve años y él sesenta y cuatro. Tras derrocar a su rival la begum Taj Mahal del puesto de esposa favorita y alumbrar un hijo, el mirza Jawan Bakht, concentró todos sus esfuerzos en que su hijo –el decimoquinto de los dieciséis hijos de Zafar– fuera declarado heredero. Aunque siempre se consideró a Zafar bajo su completa influencia, durante 1857 los límites de su poder sobre él se pusieron claramente de manifiesto.

La begum Taj Mahal

Bella hija de un humilde músico de la corte, Taj presidió las celebraciones que acompañaron el acceso de Zafar al trono en 1837 como esposa favorita y jefa de su harén. La decadencia de Taj comenzó cuando Zafar se casó con Zinat Mahal, de diecinueve años, en 1840. En 1857 fue encarcelada por un supuesto romance con el sobrino de Zafar, el mirza Kamran, y quedó cruelmente apartada tanto de Zafar como de Zinat Mahal.

El mirza Fakhru, alias mirza Ghulam Fakhruddin

1818-1856

Cuando el hijo mayor de Zafar, el mirza Dara Bakht, murió a causa de unas fiebres en 1849, los británicos dieron por hecho que el heredero al trono de Zafar sería su siguiente hijo, el mirza Fakhru. Este fue un poeta e historiador muy dotado y famoso, pero bajo la influencia de Zinat Mahal, Zafar trató sin éxito de impedir su nombramiento como heredero a favor del hijo de quince años de Zinat, el mirza Jawan Bakht. Fakhru falleció en 1856, probablemente a causa del cólera, aunque los rumores de palacio atribuyeron su muerte a un envenenamiento.

El mirza Mughal

1828-1857

Quinto hijo de Zafar, nacido de una sayyida (descendiente del Profeta) de linaje aristocrático llamada Sharif ul-Mahal Sayyidani, una de las mujeres más influyentes del harén de Zafar. El mirza Mughal alcanzó gran protagonismo en la corte como protegido de Zinat Mahal tras la caída en desgracia del mirza Fakhru en 1852, y fue nombrado qiladar (guardián del fuerte). Tras la muerte del mirza Fakhru en 1856, se convirtió en el mayor de los hijos legítimos vivos de Zafar y puede que fuera entonces cuando entrara en contacto con los descontentos cipayos del ejército de la Compañía. De lo que no cabe duda es de que a partir del 12 de mayo se convirtió en el principal líder rebelde de la familia real y se esforzó al máximo por mantener en funcionamiento la administración de Delhi en medio del caos del Levantamiento y el asedio.

El mirza Khizr Sultan

1834-1857

Noveno hijo de Zafar, hijo ilegítimo de una concubina de palacio. A la edad de treinta y tres años, en 1857, era célebre por su belleza física y mostraba notables dotes como poeta y tirador, si bien después de unirse a los rebeldes no hizo mucho por distinguirse entre el resto y el miedo le hizo desertar de la batalla de Badli-ki-Serai, lo que provocó el pánico entre las tropas rebeldes. Durante el asedio se fraguó una reputación de corrupto y a menudo se le critica en las crónicas por efectuar arrestos y recaudar impuestos de los banqueros de la ciudad sin estar autorizado para ello.

El mirza Abu Bakr

fallecido en 1857

El mirza Abu Bakr fue el hijo mayor del mirza Fakhru y también el mayor de los nietos legítimos vivos de Zafar; fue, además, el peor badmash o rufián de la familia imperial. A los pocos días del estallido del Levantamiento, Abu Bakr comenzó a aparecer en peticiones y quejas ante el emperador, acusado de ir con prostitutas, emborracharse, azotar a sus sirvientes, golpear a los vigilantes y atacar sin más miramientos a cualquier policía que tratara de frenarle. Asumió nominalmente el mando de la caballería rebelde, saqueando Gurgaon y varios barrios de Delhi antes de encabezar la desastrosa expedición a Meerut, la cual terminó con la derrota rebelde en el Puente de Hindan el 30 y 31 de mayo.

El mirza Jawan Bakht

1841-1884

Hijo favorito de Zafar y el único que tuvo de Zinat Mahal. Aunque era el decimoquinto de sus dieciséis hijos varones, Zafar estaba decidido a hacer de él su heredero. Malcriado y egoísta, el mirza Jawan Bakht contaba con pocos partidarios aparte de sus padres y no puso mucho interés en sus estudios. Durante el Levantamiento, su madre le mantuvo apartado de los rebeldes, con la esperanza de que tras la derrota de los cipayos su sucesión al trono quedaría garantizada.

El mirza Ilahi Bakhsh

Suegro del mirza Fakhru, abuelo del mirza Abu Bakr y uno de los líderes de la facción probritánica de palacio, tanto antes como después de 1857. Mantuvo un estrecho contacto con William Hodson durante todo el asedio y desempeñó un papel decisivo a la hora de convencer a Zafar para que se rindiera tras la caída de la ciudad. Durante las semanas siguientes, fue el responsable de identificar a aquellos de sus parientes que habían simpatizado con los rebeldes y, tras haber garantizado su propia seguridad a costa de la mayoría de su familia, incluido su propio nieto, fue conocido como el «Traidor de Delhi».

PERSONAL AL SERVICIO DEL EMPERADOR

El hakim Ahsanullah Khan

Hombre inteligente, astuto y culto, el hakim fue el confidente más cercano a Zafar. Fue nombrado primer ministro a la vez que su médico personal. Antes de 1857, el hakim mantuvo una incómoda relación con Zinat Mahal, pero durante 1857, ambos hicieron causa común, uniéndose contra el ejército rebelde y entablando comunicación con los británicos. Cuando los cipayos rebeldes descubrieron sus cartas, trataron de matarle, pero Zafar le protegió. El hakim continuó presionando a Zafar para que no se comprometiera con la causa rebelde y que se rindiera ante los británicos, pero cuando al final lo hizo, el hakim lo traicionó, al aportar pruebas contra su señor durante el juicio a cambio de su propio perdón.

Mahbub Ali Khan

fallecido en 1857

Jefe eunuco de palacio y conocido matón de Zinat Mahal más allá de los muros de la zenana. Al igual que su señora, se mostró profundamente receloso respecto al Levantamiento y fue uno de los principales miembros de la facción probritánica de palacio tras el estallido de la revuelta. A pesar de que su muerte el 14 de junio de 1857 se produjo tras una larga enfermedad, corrieron abundantes rumores de que había sido consecuencia de un envenenamiento.

El mirza Asadullah Khan o Ghalib

1797-1869

El poeta lírico más importante en urdu y, a partir de 1854, tras la muerte de su rival Zauq, poeta laureado del Delhi mogol. Con una inclinación natural por el misticismo sufí, conscientemente libertino y de temperamento aristocrático, Ghalib ofrece en sus escritos algunos de los testimonios más sutiles y melancólicos de la destrucción del Delhi mogol durante el asedio y la caída de la ciudad en 1857.

Zahir Dehlavi

1835-1911

Asistente de Zafar en la corte mogola, trabajó en el Fuerte desde los trece años. En 1857, con veintidós, ya había sido ascendido al puesto de darogah del Mahi Maraatib, o encargado del estandarte del pez de la dinastía mogola. Alumno de Zauq, fue un cortesano y poeta de gran cultura. Su Dastan i-Ghadr, que hasta ahora nunca se había traducido ni mencionado en ningún relato británico sobre el Levantamiento, constituye la narración más completa y profusamente detallada que ha llegado hasta nosotros del desarrollo del asedio y el Levantamiento desde el punto de vista de Palacio.

EL EJÉRCITO REBELDE

General Bakht Khan

Subadar de artillería antes de 1857, Bakht Khan fue un muy laureado y curtido veterano de las guerras afganas. Alto, fuerte y corpulento, con un ancho y gran bigote y gruesas patillas, Bakht Khan había sido elegido general por las tropas de Bareilly, y llegó a Delhi con una sólida reputación como administrador y como eficaz jefe militar. A su llegada a Delhi, a mitad del asedio, el 2 de julio de 1857, parecía en principio que Bakht Khan y sus tres mil hombres iban a conseguir la rápida victoria de los rebeldes, pero el poco diplomático tratamiento del general hacia otros líderes rebeldes –en especial hacia el mirza Mughal– así como sus creencias religiosas wahabíes pronto le granjearon enemigos. A mediados de agosto, su fracaso a la hora de acabar con las defensas británicas le supuso su destitución como comandante en jefe de los rebeldes.

General Sudhari Singh y general de brigada Hira Singh

Jefes de la brigada Nimach y principales rivales de Bakht Khan. Se negaron a aceptar la autoridad de este último y trabajaron para minar su posición, sobre todo después de que aquel abandonara a las tropas a su destino durante la emboscada de la columna Nicholson en Najafgarh, el 25 de agosto.

General de brigada Gauri Shankar Sukul

Jefe del regimiento Haryana, se convirtió en el espía británico y agente provocador más destacado de los británicos dentro de las filas rebeldes.

Maulvi Sarfaraz Ali

Mentor espiritual de Bakht Khan, el predicador wahabí maulvi pronto fue conocido como el «imán de los muyahidines». Antes del Levantamiento, había pasado muchos años en Delhi y estaba bien relacionado tanto con la corte como con la ciudad. Había sido uno de los primeros clérigos en predicar la yihad contra los británicos en los días anteriores al Levantamiento, y a medida que progresaba el asedio y aumentaba el número de yihadistas, fue creciendo también su influencia como líder rebelde.

OTROS DELHIWALLAHS

Munshi Jiwan Lal

Antes del estallido de la revuelta, Jiwan Lal llevaba mucho tiempo siendo el tremendamente gordo mir munshi (ayudante jefe) de sir Thomas Metcalfe en la Residencia británica. Aunque permaneció confinado en el sótano de su casa gran parte del asedio, Jiwan Lal dirigió una muy eficaz operación de espionaje desde su escondite, enviando cada día a «dos brahmines y dos jats a conseguir noticias de las actividades de los rebeldes de todas partes», las cuales comunicaba puntualmente a William Hodson, el jefe de la inteligencia británica destacado en la Cordillera.

Muftí Sadruddin Khan (Azurda)

fallecido en 1868

El muftí Sadruddin Azurda fue íntimo amigo tanto de Zafar como de Ghalib y desempeñó un papel muy importante como puente entre los británicos y las élites mogolas en los primeros tiempos del dominio británico en Delhi. Durante treinta años, Azurda compaginó sus roles como principal juez musulmán (Sadr Amin) de Delhi, destacada figura literaria de la corte y prestigioso y moderadamente anglófilo profesor de madrasa, pero en 1857, relegado a un segundo plano a consecuencia del fomento de los misioneros por parte de la Compañía, se unió a los rebeldes. Mediador natural, fue el responsable de reconciliar a los yihadistas, la corte y los cipayos durante la crisis de la matanza de las vacas acaecida en la festividad del Id, el 1 de agosto de 1857, evitando de este modo una posible guerra civil dentro de las filas rebeldes.

Muin ud-Din Husein Khan

En el momento de estallar el Levantamiento, Muin ud-Din Husein Khan era el thanadar o jefe de policía de la comisaría de Paharganj, un poco al sudoeste de la ciudad amurallada. Muin ud-Din procedía de una rama menor de la noble familia Loharu; entre sus primos estaban Ghalib y el nabab Zia ud-Din Khan. Tras ayudar a salvar la vida de Theo Metcalfe, se unió a los rebeldes y fue ascendido a kotwal, puesto que ostentaría durante casi todo el Levantamiento, hasta que le sustituyó Sa’id Mubarak Shah. Una vez sofocada la revuelta, ambos ex kotwal sobrevivieron y pudieron dejar un excelente testimonio urdu de la vida en la ciudad durante los meses que duró el asedio.

Sarvar ul-Mulk

Joven noble mogol, tendría alrededor de doce años cuando estalló la revuelta. Durante el conflicto, su tutor afgano se hizo yihadista y su padre tuvo que defender la casa familiar del saqueo de los cipayos. La familia huyó de la ciudad justo después del 14 de septiembre y logró llegar sana y salva a Hyderabad, donde Sarvar ul-Mulk escribiría una excelente descripción del asedio en su autobiografía, Mi vida.

2 LOS BRITÁNICOS

LOS METCALFE

Sir Charles Metcalfe

1785-1846

Primero de los Metcalfe en llegar a Delhi. En su primer periodo –en un principio como ayudante de sir David Ochterlony, desde 1806 y como Residente desde 1811–, Charles Metcalfe siguió las mismas pautas establecidas por su jefe, construyéndose una casa en los jardines mogoles de Shalimar y engendrando tres hijos con una bibi sij, con la que se casó (según la tradición familiar) «por el rito indio». A su regreso a Delhi como Residente en 1826, Metcalfe ya había abandonado a su bibi y empezado a mostrar una actitud muy distinta hacia la India y sus gobernantes mogoles. «He renunciado a mi anterior lealtad a la casa timúrida», anunció a lord Bentinck en una carta fechada en 1832, poco después de haberse marchado de Delhi para tomar posesión del cargo de Miembro del Consejo en Calcuta.

Sir Thomas Metcalfe

1795-1853

Sir Thomas llegó a Delhi en 1813 como ayudante de su hermano mayor sir Charles Metcalfe y permaneció allí toda su vida profesional, convirtiéndose en Residente en 1835. De carácter peculiar y maniático, dedicó gran parte de su vida profesional a negociar un acuerdo de sucesión que permitiera a la Compañía expulsar a la familia real del Fuerte Rojo a la muerte de Zafar. Sentía cierto afecto, si bien poco respeto real por el hombre que había decidido sería el último de la dinastía timúrida. Aunque delante de Zafar siempre se mostraba educado, en privado era menos generoso. «[Zafar] es afable e inteligente –escribió–, pero, por desgracia, también es débil e inseguro, y tiene una impresión equivocada de su propia importancia». Tras haber negociado un acuerdo de sucesión con el mirza Fakhru que implicaba que los mogoles abandonaran el Fuerte Rojo, Metcalfe murió en 1853 a consecuencia de un trastorno digestivo que sus médicos atribuyeron a la acción de un veneno, el cual, en opinión de su familia, le fue administrado por orden de Zinat Mahal.

Sir Theophilus Metcalfe, Theo

1828-1883

En 1857, Theo Metcalfe era un juez de primera instancia al servicio de la Compañía con una personalidad muy distinta a la de su padre. Mientras que el carácter de sir Thomas era reservado y muy particular, Theo era sociable y expansivo y, cuando se lo proponía, extremadamente simpático. Mientras que su padre disfrutaba con la soledad y rechazaba todo lo relacionado con el entretenimiento, Theo era bullicioso y cordial y muy aficionado a las fiestas, la monta, los caballos y los perros. Mientras que su padre era decididamente disciplinado y cumplidor, Theo tenía cierta tendencia a seguir el camino más fácil y a meterse en lo que su padre calificaba de «líos». Cuando estalló el Levantamiento, el 11 de mayo de 1857, Theo fue uno de los pocos oficiales británicos que consiguieron escapar y, tras unirse a la Fuerza de Campo de Delhi, se puso al mando de los preparativos de la sangrienta venganza.

Sir Edward Campbell

1822-1882

Yerno de sir Thomas Metcalfe y encargado del botín durante el asedio de Delhi. Campbell había sido un protegido de sir Charles Napier, el anterior comandante en jefe del ejército británico en la India, con quien sir Thomas Metcalfe había tenido un serio encontronazo. Por otra parte, a pesar de su título, Campbell estaba más o menos sin blanca, todo lo cual condujo a sir Thomas a tratar de impedir en un principio su compromiso con su hija Georgina (conocida en la familia como GG). El regimiento de Campbell, el 60.º Regimiento de Fusileros, fue uno de los primeros en probar los nuevos rifles Enfield; tras el motín de su regimiento, Campbell se unió a la Fuerza de Campo de Delhi en la Cordillera y al final del asedio fue elegido responsable del reparto del botín, esto es, encargado de administrar el botín legalizado de la ciudad capturada, un trabajo para el que su carácter dulce y religioso no resultaba nada adecuado.

LOS BRITÁNICOS EN DELHI

Reverendo Midgeley John Jennings

fallecido en 1857

El padre Jennings había llegado a la India en 1832 y, aunque al principio estuvo destinado en varias ciudades de montaña bastante tranquilas, siempre había soñado con abrir una misión en Delhi y trabajar como misionero de los Paganos. Finalmente accedió al puesto de capellán de la capital mogola en 1852, introduciéndose directamente en primera línea, el Fuerte Rojo, al ser invitado a compartir los alojamientos del capitán Douglas, comandante de la Guardia de Palacio, en la puerta de Lahore. Sus modales empalagosos aunque poco diplomáticos le granjearon escasas amistades, pues era considerado un «fanático» por gran parte de la comunidad británica de Delhi. El pueblo de Delhi le tenía más antipatía aún, sobre todo después de que consiguiera la conversión de dos destacados hindúes de Delhi –el maestro Ramchandra y el Chiman Lal– en 1852. Jennings fue el responsable de que gran parte de los ciudadanos de Delhi llegaran al convencimiento de que la Compañía intentaba convertirlos, por la fuerza si era necesario.

Robert y Harriet Tytler

fallecidos en 1872 y en 1907 respectivamente

Tytler era un veterano del 38.º Regimiento de la Infantería Nativa de Bengala y un oficial de la vieja escuela, un hombre cercano a sus cipayos, preocupado por su bienestar y que hablaba indostaní con total fluidez. Según parece, Tytler fue un hombre amable y sensible, un viudo con dos hijos pequeños, que se casó en segundas nupcias con la fuerte y decidida Harriet. Esta era el doble de joven que él y, al igual que su marido, dominaba a la perfección el indostaní. Ambos Tytler cultivaron sus afanes artísticos (algo bastante inusual en un matrimonio perteneciente al ejército) y destacaron como pioneros en la técnica de la fotografía. Cuando estalló el Levantamiento, ambos huyeron de Delhi a Ambala, donde al final se unieron a la Fuerza de Campo de Delhi. Las memorias de Harriet constituyen una de las mejores fuentes de información sobre la vida en la Cordillera durante el asedio de Delhi y sobre el destino que corrió la ciudad tras su caída.

Edward Vibart

En 1857, Edward Vibart, del 54.º Regimiento de Infantería de Bengala, era un comandante de la Compañía de diecinueve años destinado en Delhi, procedente de una familia india del ejército; su padre había sido oficial de caballería en Cawnpore (hoy Kanpur). Durante el Levantamiento, el padre de Vibart resultó muerto en la masacre de Cawnpore, mientras que su hijo a duras penas consiguió escapar de la ciudad en el momento del estallido, sobreviviendo para poder tomar parte en el asedio y recaptura de la ciudad. Sus memorias, y en especial sus cartas, constituyen uno de los más valiosos testimonios sobre las atrocidades cometidas por los británicos durante la toma de la ciudad y el largo periodo de represalias posterior.

LA FUERZA DE CAMPO DE DELHI

General sir Archdale Wilson

1803-1874

Archdale Wilson, un caballero de sesenta años, de baja estatura, elegante y discreto, era uno de los comandantes de la ciudad de Meerut en el momento del estallido del motín y más tarde encabezó una columna de la guarnición que derrotó al mirza Abu Bakr en el puente de Hindan el 30 y 31 de mayo. Se encontró con la Fuerza de Campo de Delhi en Alipore poco antes de librar la batalla de Badli-ki-Serai el 8 de junio. A partir del 17 de julio, tras la muerte del general Barnard y la dimisión del general Reed, se puso al mando de las fuerzas británicas en el asedio de Delhi. Inmediatamente puso en marcha una estrategia defensiva que en su momento fue muy criticada, pero que sirvió para mantener la capacidad militar británica hasta la llegada de los refuerzos poco antes del asalto del 14 de septiembre. Durante la toma de la ciudad, la confianza de Wilson finalmente cedió y en un momento determinado John Nicholson amenazó con dispararle si ordenaba la retirada.

General de brigada John Nicholson

1821-1857

De Nicholson, un taciturno protestante del Ulster, se decía que había decapitado él mismo a un jefe de una banda de ladrones local y que luego había colocado la cabeza de aquel hombre sobre su mesa de escritorio. Tenía una presencia imponente, medía 1,88 cm de altura, llevaba una larga barba negra, y sus pupilas de color gris oscuro se dilataban en los momentos de alerta como las de un tigre. Por algún motivo que no ha podido esclarecerse, Nicholson inspiró una secta religiosa llamada Nykal Seyn, que al parecer le consideraba la encarnación de Vishnu. Durante el Levantamiento, Nicholson se convirtió en una leyenda entre los británicos de la India. Su mezcla de devoción, seriedad y valentía, unida a su despiadada capacidad para mostrar una brutalidad extrema, eran precisamente las cualidades necesarias para infundir valor a las tropas británicas de la Cordillera, y pocos lograron resistirse a la veneración de este gran psicópata imperialista. El 25 de agosto, al poco tiempo de llegar al lugar del asedio, Nicholson dirigió una marcha forzada para tender una emboscada a una columna de cipayos en Najafgarh. El 14 de septiembre encabezó en persona el asalto de la ciudad, donde resultó herido de muerte aquel mismo día.

William Hodson

1821-1858

Hasta 1857, la mayoría de los colegas de William Hodson lo consideraban una oveja negra. Era hijo de un clérigo, un joven brillante y con estudios universitarios que había ascendido en muy poco tiempo a ayudante de campo del nuevo Cuerpo de Guías. Su caída en desgracia fue, asimismo, rápida. En 1854, Hodson fue relegado del mando tras una investigación que le declaró culpable de malversar fondos del regimiento. Durante el Levantamiento fundó un regimiento de caballería irregular conocido como Hodson’s Horse, y dirigió el sumamente eficiente servicio de inteligencia británico de la Cordillera de Delhi. Bajo su propia autoridad, negoció el rendimiento de Zafar y Zinat Mahal, y el 21 de septiembre les llevó cautivos a Delhi. Al día siguiente volvió para traerse a los príncipes: mirza Mughal, Khizr Sultan y Abu Bakú; luego, una vez separados de sus seguidores y desarmados, les ordenó que se desnudaran y los disparó a quemarropa. Pocos meses más tarde, en marzo de 1858, le matarían a él durante el asedio de Lucknow.

OTROS CARGOS BRITÁNICOS

Lord Canning

1812-1862

Canning era un apuesto y trabajador –si bien algo reservado– político conservador de cuarenta y pocos años, que aceptó el nombramiento como gobernador general de la India solo por la frustración que le produjeron sus constantes fracasos a la hora de conseguir un puesto en el gobierno de Londres. Previamente a su partida, no había mostrado nunca ningún interés por la India, y al poco de llegar allí, en febrero de 1856, tendría que dejar el calor y la humedad de Calcuta al estallar el Levantamiento. Nada de ello le impidió, no obstante, adoptar una actitud confiada y desdeñosa hacia la «farsa de las pretensiones mogolas» y poner en marcha sus planes para derrocar a los mogoles pocas semanas después de su llegada. Una vez aplastado el Levantamiento, trató de contener el afán de venganza de la sangrienta respuesta británica, con desiguales resultados.

Sir John Lawrence

1811-1879

Hermano menor de sir Henry Lawrence, quien en 1857 era comisario jefe en Avadh. Sir John había trabajado antes como segundo de sir Thomas Metcalfe en Delhi. John Lawrence fue escalando puestos con rapidez dentro del servicio civil de la Compañía gracias a su reputación de trabajador esforzado y eficiente, y en 1853 fue nombrado comisario jefe del recién conquistado Punyab. Prohibió a sus oficiales que subieran a las colinas durante la época de calor y fue célebre su rechazo a los «finolis», término que aplicaba a aquellos que, además de su supuesta afición por los pasteles, «mostraban una excesiva elegancia y refinamiento». En 1857 se mostraría como el más capaz de todos los responsables británicos del norte de la India, desarmando a gran número de cipayos amotinados, creando nuevos regimientos irregulares y pacificando muy rápido el Punyab para poder enviar el máximo número de efectivos posible a la Cordillera de Delhi. Tras la caída de la ciudad, trabajó con afán para minimizar la violencia del castigo y salvó personalmente al Delhi mogol de un plan para demoler la ciudad entera.

INTRODUCCIÓN

A las cuatro de una brumosa y cálida tarde invernal de Rangún, en noviembre de 1862, poco después del final del monzón, un cadáver envuelto en su sudario fue escoltado por un reducido grupo de soldados británicos hasta una tumba anónima a espaldas de un recinto carcelario amurallado.

El lugar estaba situado frente a las turbias y oscuras aguas del río Rangoon, un poco más abajo de la gran aguja dorada de la pagoda del Shwedagon. Alrededor del recinto se extendía la recién construida área de acuartelamiento del Puerto –un fondeadero y ciudad de peregrinación tomado, quemado y ocupado por los británicos solo diez años antes. El féretro del prisionero de Estado, como denominaban al finado, iba acompañado por dos de sus hijos y un anciano y barbudo mulá o doctor en leyes. A ninguna mujer le estuvo permitido asistir, y unos guardias armados se encargaron de mantener a distancia a la pequeña multitud del bazar que de alguna manera se había enterado de la muerte del prisionero. A pesar de ello, una o dos personas lograron romper el cordón para tocar el sudario antes de que lo introdujeran en la tumba.

La ceremonia fue breve. Las autoridades británicas se habían asegurado no solo de que la tumba estuviera ya cavada, sino de tener a mano la cantidad suficiente de cal para garantizar la rápida descomposición tanto de la mortaja como del cadáver. Una vez recitado el escueto responso –no se permitieron lamentaciones ni panegíricos– echaron la tierra sobre la cal y replantaron el césped con cuidado para que pasado alrededor de un mes no quedara huella del lugar del enterramiento. Una semana después, el comisario británico, capitán H. N. Davies, escribió a Londres para informar de los hechos, añadiendo:

Visitados tiempo después los prisioneros de Estado restantes –la escoria del reducido harén asiático–, todo se encontró en orden. Ningún miembro de la familia parecía demasiado afectado por la muerte del largamente agonizante anciano. Es evidente que su muerte se debió a la mera decrepitud y a la parálisis en la zona de la garganta. Expiró a las cinco en punto de la mañana del día del funeral. Puede decirse que la muerte del exmonarca no ha producido ningún efecto en la parte mahometana de la población de Rangún, salvo tal vez en unos cuantos fanáticos que esperan y rezan por el triunfo definitivo del islam. Una valla de bambú rodea la tumba a una distancia considerable y para cuando dicha valla se haya desgastado, la hierba habrá cubierto convenientemente la tumba, sin que quede vestigio alguno del lugar en el que descansan los restos mortales del último de los Grandes Mogoles.1

El prisionero de Estado al que Davis se refería era Bahadur Shah II, más conocido por el sobrenombre de Zafar (que significa «victoria»). Zafar había sido el último emperador mogol, descendiente directo de Gengis Khan y Timur, de Akbar, Jahangir y Shah Jahan. Había nacido en 1775, cuando los británicos todavía representaban una potencia bastante modesta en la India y su presencia se limitaba sobre todo a los enclaves costeros, tres de los cuales les servían para mantener una cabeza de puente hacia el interior.

A lo largo de su vida había visto cómo su dinastía se reducía a una insignificancia humillante, mientras los británicos dejaban de ser unos vulnerables comerciantes para convertirse en una potencia militar agresivamente expansionista.

Zafar llegó tarde al trono, al suceder a su padre con más de sesenta años, cuando el declive político de los mogoles era ya imposible de remontar. Pero, a pesar de ello, consiguió rodearse en Delhi de una corte esplendorosa. En el aspecto personal, fue uno de los monarcas más dotados, tolerantes y populares de su dinastía: un hábil calígrafo, un profundo pensador del sufismo, un entendido mecenas de los pintores miniaturistas y un inspirado diseñador de jardines y arquitecto aficionado. Pero, sobre todo, fue un muy destacado poeta místico, que escribió no solo en urdu y persa, sino en braj bhasha y punyabí, cuyo patrocinio propició en parte el que podría considerarse como el renacimiento literario más importante de la historia moderna de la India. Escritor de poesía gazala de gran belleza y mérito, la corte de Zafar sirvió también como escaparate para el talento del mayor poeta lírico de la India, Ghalib, y el de su rival, Zauq, respectivamente, el laureado poeta mogol y el Salieri del Mozart Ghalib.

Mientras que los británicos, poco a poco, iban acaparando más y más poder del emperador mogol, quitaban su nombre de las monedas, se hacían con el absoluto control incluso de la ciudad de Delhi, y elaboraban, por fin, planes para sacar de golpe a los mogoles del Fuerte Rojo, la corte se dedicaba a la obsesiva búsqueda del gazal más ingenioso, o del pareado urdu más perfecto. A medida que el panorama político se iba oscureciendo, la corte continuaba absorta en un último idilio con hermosos jardines, cortesanas y mushairas o recitales poéticos, oraciones sufíes y visitas a pirs, mientras la ambición literaria y religiosa sustituía a la política.2

El documento que más se centra en el Fuerte Rojo durante este periodo es el diario de la corte que llevaba un redactor de noticias para el Residente británico, en la actualidad en los Archivos Nacionales de la India (ANI), que ofrece una descripción detallada de la vida cotidiana de Zafar. El último emperador aparece como un hombre bondadoso de modales impecables, incluso cuando los británicos le trataban con la máxima grosería. Todos los días se frotaba los pies con aceite de oliva para aliviar sus dolores; de vez en cuando se animaba a ir a visitar un jardín, participar en una expedición de caza o celebrar una mushaira. Las noches las pasaba «disfrutando de la luz de la luna», escuchando cánticos o comiendo mangos recién cogidos. Entre tanto, el anciano emperador trataba de poner freno a las infidelidades de sus jóvenes concubinas, una de las cuales se quedó embarazada de uno de los músicos de la corte.3

Entonces, una mañana de mayo de 1857, trescientos cipayosb amotinados y la caballería entraron en Delhi procedentes de Meerut, mataron a todo hombre, mujer o niño cristiano que encontraron en la ciudad y declararon a Zafar su líder y emperador. El nuevo líder no era amigo de los británicos, que le habían despojado de su patrimonio y le habían sometido a humillaciones casi a diario. Sin embargo, tampoco fue un insurgente convencido. Sus dudas eran muchas y su capacidad de elección escasa cuando le declararon líder oficial de una rebelión que desde el primer momento sospechó condenada al fracaso: un ejército caótico y sin oficiales, de soldados campesinos no retribuidos, enfrentado a las fuerzas de la mayor potencia militar del mundo, pese a acabar de perder la gran mayoría de los reclutas indios de su ejército de Bengala.

La gran capital mogola, inmersa en aquel momento en un extraordinario florecimiento cultural, se convirtió de la noche a la mañana en un campo de batalla. Ningún ejército extranjero estaba en situación de intervenir en apoyo de los rebeldes; por otra parte, sus municiones eran limitadas, carecían de dinero y los suministros escaseaban. El caos y la anarquía que se generaron en el entorno rural resultaron mucho más eficaces para el bloqueo de Delhi que los esfuerzos por sitiar la ciudad protagonizados por los británicos desde sus posiciones en la Cordillera. El precio de la comida subió por las nubes y los suministros menguaron muy rápido. Pronto, el pueblo de Delhi y los cipayos se encontraron al borde de la inanición.

El asedio de Delhi fue una especie de Stalingrado del Raj: una lucha a muerte entre dos poderes, ninguno de los cuales podía batirse en retirada. El número de bajas fue incalculable y, en ambos bandos, los combatientes llegaron al límite de su resistencia física y mental. Al final, el 14 de septiembre de 1857, los británicos y su precipitadamente reunido ejército de reclutas sijs y pastunes asaltaron la capital mogola y masacraron a la población. En un solo muhalla,c el de Kucha Chelan, mataron a unos mil cuatrocientos ciudadanos de Delhi. «Las órdenes eran disparar a todo el mundo», anotó Edward Vibart, un oficial británico de diecinueve años.

Fue literalmente un asesinato […] En los últimos tiempos he visto mucha sangre y escenas espantosas, pero rezo por no volver a vivir nunca lo que presencié ayer. A las mujeres se les perdonó la vida, pero sus gritos al ver la carnicería cometida con sus maridos y sus hijos fueron desgarradores. Dios sabe que no siento compasión, pero cuando te traen a un anciano de barba canosa y le disparan ante tus ojos, debes tener un corazón muy duro para poder mirarlo con indiferencia […].4

Los habitantes de la ciudad que sobrevivieron a la matanza fueron llevados al campo para que se las apañaran por sí solos. Delhi quedó hecho un montón de ruinas vacías. Aunque la familia real se rindió sin oponer resistencia, la mayoría de los dieciséis hijos del emperador fueron juzgados y ahorcados, mientras que a otros tres se les disparó a sangre fría después de que hubieran entregado sus armas y ordenarles luego que se quedaran desnudos: «En veinticuatro horas, he liquidado a los principales miembros de la dinastía de Timur el Tártaro –escribía el capitán William Hodson a su hermana al día siguiente–. No soy cruel, pero confieso que he disfrutado con la oportunidad de librar al mundo de estos miserables».5

El propio Zafar fue exhibido ante los visitantes, «como una fiera en una jaula», según un oficial británico.6 Uno de esos visitantes fue el corresponsal del Times, William Howard Russell, a quien se le dijo que el prisionero había sido el cerebro del episodio más grave de resistencia armada del colonialismo occidental. «Era un anciano poco espabilado, con la mirada perdida, soñador, con el labio inferior caído y las encías desdentadas», escribió Russell.

¿De verdad había sido él quien había concebido aquel ambicioso plan de restaurar un gran imperio, quien había fomentado el motín más gigantesco de la historia mundial? De sus labios no salía ni una palabra; permanecía día y noche sentado en silencio, con la mirada fija en el suelo, como ajeno por completo a la situación en la que se hallaba […] Sus ojos tenían la expresión apagada y perdida de las personas muy ancianas […] Algunos le vieron recitar versos escritos por él y escribir poemas en la pared con un palo quemado.7

Russell se mostraba, como es lógico, escéptico respecto a los cargos presentados contra Zafar: «Se le calificaba de ingrato por rebelarse contra sus benefactores», escribió.

Sin duda era un anciano débil y cruel; pero hablar de ingratitud por parte de quien ha visto cómo de forma gradual se le ha ido despojando de todo el patrimonio de sus antepasados hasta quedarse solo con un título vacío, un erario aún más vacío y un palacio lleno de príncipes sin un céntimo en el bolsillo, es del todo absurdo […].8

Sin embargo, al mes siguiente, Zafar fue sometido a juicio en las ruinas de su viejo palacio y condenado a la deportación. Salió de su querida Delhi en un carro de bueyes. Apartado de todo lo que amaba, con el corazón roto, el último de los grandes mogoles murió en el exilio, en Rangún, el viernes 7 de noviembre de 1862, a la edad de ochenta y siete años.

Con su partida, la frágil cultura de la corte que el último mogol tan sinceramente había fomentado y ejemplificado se vino abajo. Como escribió Ghalib: «Todas estas cosas duraron solo lo que duró el reinado del monarca».9 Para cuando Zafar murió, gran parte de su palacio, el Fuerte Rojo, ya había sido derruido, así como grandes áreas del Delhi mogol que él amaba y que había embellecido. Entretanto, la gran mayoría de sus más destacados ciudadanos y cortesanos –poetas y príncipes, mulás y comerciantes, sufíes e intelectuales– habían sido apresados y ahorcados, o bien dispersados y exiliados, muchos de ellos al nuevo gulag de la administración colonial británica de la India, especialmente construido al efecto en las islas Andamán. Aquellos que fueron dispersados quedaron en una situación de pobreza humillante y notoria. Como se lamentaba Ghalib, uno de los pocos supervivientes de la antigua corte, «los descendientes varones del destronado rey –los que sobrevivieron a la espada– reciben una asignación de cinco rupias al mes. Las descendientes del sexo femenino, si son mayores, se han convertido en alcahuetas, y si jóvenes, en prostitutas».10

La ciudad se ha transformado en un desierto […] Dios sabe que Delhi ya no es una ciudad, sino un campamento, un acuartelamiento. Ya no hay un Fuerte, ni ciudad, ni bazares, ni canales […] Había cuatro cosas que mantenían viva Delhi: el Fuerte, las multitudes que acudían a diario a la Jama Masjid, el paseo semanal al puente del Yamuna y la feria anual de los floristas. Si ninguna de ellas ha sobrevivido, ¿cómo iba a sobrevivir Delhi? Sí, [se dice que] en el reino de la India, hubo una vez una ciudad que se llamaba así…

Rompimos la copa y el frasco de vino;

¿qué más nos da ahora

si toda la lluvia que cae del cielo

se torna en vino rosado?11

Aunque Bahadur Shah, el último mogol, constituye la figura central de este libro, no se trata tanto de una biografía de Zafar como de un retrato del Delhi que él personificó, un relato sobre los últimos días de la capital mogola y su destrucción final con la catástrofe de 1857. Se trata de una historia sobre la que llevo investigando y escribiendo cuatro años. Los archivos que contienen las cartas y anotaciones de su corte real escritas por Zafar pueden encontrarse en Londres, Lahore e incluso Rangún. Sin embargo, la mayor parte de este material sigue hallándose en Delhi, la antigua capital de Zafar: una ciudad que lleva persiguiéndome y obsesionándome desde hace dos décadas.

Mi primer contacto con Delhi se produjo cuando yo tenía dieciocho años, la neblinosa e invernal noche del 26 de enero de 1984. El aeropuerto estaba rodeado de hombres envueltos bajo sus mantos y hacía un frío inusual. Yo no sabía nada sobre la India.

Mi niñez había transcurrido en la Escocia rural, junto a las costas del fiordo de Forth, y, de todos mis amigos del colegio, es probable que yo fuera el menos viajado. Mis padres estaban convencidos de que vivían en el lugar más bello que cabía imaginar y rara vez nos llevaban de vacaciones, salvo por la visita anual que hacíamos todas las primaveras a un rincón de las Tierras Altas escocesas todavía más frío y húmedo que nuestro lugar de residencia habitual. Tal vez por esta razón, Delhi ejercía sobre mí un efecto mayor y más irresistible que sobre otros adolescentes más cosmopolitas; es indudable que la ciudad me enganchó desde el primer momento. Pasé algunos meses viajando con mi mochila, y recalé un tiempo en Goa; pero no tardé mucho en regresar a Delhi y conseguir un trabajo en un hogar de la madre Teresa situado en el extremo norte de la ciudad, fuera del Viejo Delhi.

Por las tardes, mientras los enfermos se echaban su siesta, yo me escabullía y salía a explorar. Solía coger un palanquín hasta el centro de la Ciudad Vieja, recorría el laberinto de barrancos y callejas, pasadizos y callejones sin salida, donde me sentía rodeado por sus casas. En concreto, el lugar al que iba una y otra vez era lo que quedaba del palacio de Zafar, el Fuerte Rojo de los grandes mogoles y, a menudo, solía entrar allí con un libro, a pasar tardes enteras, a la sombra de algún fresco pabellón. Enseguida me sentí fascinado por los mogoles que habían vivido allí y empecé a devorar libros sobre ellos. Fue allí donde por primera vez se me ocurrió escribir una historia sobre los mogoles, una idea que se ha ido expandiendo hasta alcanzar la forma de una tetralogía, una historia de los mogoles en cuatro volúmenes, que calculo me llevará otras dos décadas completar.

Sin embargo, por muy a menudo que lo visitara, el Fuerte Rojo siempre me hacía sentirme triste. Cuando los británicos lo conquistaron en 1857, derribaron los lujosos aposentos del harén y edificaron en su lugar una fila de barracones que por su aspecto parecían inspirados en la cárcel londinense de Wormwood Scrubs. Incluso entonces, aquella destrucción se consideró un acto de ignorancia vandálica. El gran historiador sobre arquitectura de la época victoriana, James Fergusson, quien por otra parte no era ningún liberal puntilloso, dejó sin embargo constancia de esta atrocidad en su libro History of Indian and Eastern Architecture: «aquellos que llevaron a cabo semejante barbarie», escribió, ni siquiera pensaron en «hacer un plano de lo que estaban destruyendo, ni en conservar ningún testimonio del palacio más espléndido del mundo […] Los ingenieros creyeron que destruyendo el palacio podían dotarse sin coste alguno de una muralla que rodeara sus barracones, una muralla que ningún soldado borracho podría escalar sin ser descubierto, y bien fuera por este o algún otro motivo económico similar, el palacio fue sacrificado». Y añadió: «El único hecho comparable de la época moderna es la destrucción del palacio de verano de Pekín. Sin embargo, este último fue consecuencia de un acto bélico. El otro en cambio constituyó un acto deliberado de innecesario vandalismo».12

Es evidente que los barracones deberían haber sido derruidos hace años, pero los actuales propietarios del Fuerte, la Oficina de Inspección Arqueológica de la India (Archaeological Survey of India), han continuado con esmero la labor de decadencia iniciada por los británicos: así, han permitido que los pabellones de mármol blanco se decoloren, que se vengan abajo las escayolas del techo, que los canales de agua se agrieten y se cubran de hierba, y que las fuentes estén secas. Solo los barracones parecen ser objeto de un cuidado mantenimiento.

Llevo veinte años dividiendo mi tiempo entre Londres y Delhi, y la capital india sigue siendo mi ciudad favorita. Sobre todo, es la relación de la ciudad con el pasado lo que continúa intrigándome: de todas las grandes ciudades del mundo, solo Roma, Estambul y El Cairo pueden tratar de rivalizar con Delhi respecto al volumen y la densidad de sus restos históricos. Las ruinas de mausoleos semiderruidos, viejas mezquitas o antiguas escuelas, presentes en los lugares más inverosímiles, aparecen de repente en medio de una glorieta o jardín municipal, desviando el curso de las carreteras o taponando las calles de un campo de golf. Nueva Delhi no es nueva en absoluto; más bien se trata de una atribulada necrópolis con una cantidad de ruinas suficiente para mantener ocupado a cualquier historiador durante varias reencarnaciones.

No es que yo sea el único al que esto le impresiona: las ruinas de Delhi son algo que siempre ha asombrado a los visitantes, tal vez más que nunca en el siglo XVIII, cuando la ciudad se mostraba en la cúspide de su decadencia y en su momento más melancólico. En todas direcciones, durante kilómetros y kilómetros, yacen los restos medio derrumbados y llenos de maleza del imperio transindio, los desmoronados vestigios de un periodo durante el cual Delhi fue la ciudad más importante entre Constantinopla y Cantón. Hamanes y jardines palaciegos, salones con miles de columnas, impresionantes mausoleos, mezquitas vacías y abandonados santuarios sufíes, los desechos de las épocas pasadas parecían no tener fin. «El panorama de Delhi, hasta donde alcanza la vista, aparece cubierto de los restos de jardines, pabellones, mezquitas y monumentos funerarios –escribió el teniente William Franklin en 1795–. Los alrededores de esta antaño magnífica y admirada ciudad, ahora no son más que un informe montón de ruinas […]».13

Los primeros funcionarios de la Compañía de las Indias Orientales que se establecieron entre estas ruinas a finales del siglo XVIII eran una serie de personas receptivas y notablemente excéntricas que se sintieron profundamente atraídas por la distinguida cultura cortesana que Delhi aún representaba. Cuando la formidable lady Maria Nugent, esposa del nuevo comandante en jefe británico en la India, visitó Delhi, se quedó horrorizada por lo que vio allí. El Residente británico y sus ayudantes «se habían vuelto indígenas», según escribe en su diario.

Me referiré brevemente ahora a los señores Gardner y Fraser, los cuales siguen perteneciendo a nuestro grupo. Ambos llevan unas patillas enormes, y ninguno come carne de ternera ni de cerdo, pareciendo tan hindúes como cristianos, si no más de lo primero; ambos son ingeniosos e inteligentes, pero excéntricos, y, tras su larga estancia en este país, se han formado unas opiniones y unos prejuicios que los hacen parecer casi indígenas.14

Fraser resultó ser un primo lejano de mi esposa, Olivia. Este es el intrigante y sorprendente periodo que dominaba el libro que escribí sobre Delhi hace quince años, titulado La ciudad de los Djinns, y que más adelante prendería la mecha que me llevó a mi último libro, White Mughals, sobre los numerosos británicos que abrazaron la cultura india al final del siglo XVIII. El último mogol es, por tanto, el tercer libro que escribo inspirado en esta capital. En él subyace el interrogante de por qué la relativamente fácil relación entre indios y británicos, tan evidente durante la época de Fraser, dio paso al odio y el racismo del Raj de la primera mitad siglo XIX. El Levantamiento, parece claro, fue resultado de este cambio, no su causa.

Dos son los motivos concretos que parecen haber puesto fin a esta fácil coexistencia. El primero, el auge del poder británico: en pocos años, los británicos habían derrotado no solo a los franceses, sino también a todos sus rivales indios; de forma bastante similar a lo ocurrido con los americanos tras la caída del Muro de Berlín, el cambio en el equilibrio de poder condujo muy rápido a una actitud de manifiesta arrogancia imperial. El otro fue la influencia del cristianismo evangélico y el profundo cambio de actitud que ello trajo consigo. Las últimas voluntades que dejaron escritas algunos de los empleados de la Compañía demuestran que la práctica del matrimonio o la cohabitación con esposas o bibis indias no había desaparecido en absoluto. Las memorias de algunos ilustres personajes de las Indias británicas en las que se mencionaba a sus esposas indias o a sus hijos angloindios se reeditaron para que las consortes no aparecieran en posteriores ediciones. Los indios ya no eran considerados como herederos de la sublime y antigua sabiduría en la que eminencias como sir William Jones y Warren Hastings habían creído; por el contrario, se les calificaba de «pobres e ignorantes paganos» o incluso «licenciosos infieles», que aguardaban impacientes a ser convertidos.

Este punto es importante. Muchos historiadores utilizan sin rebozo el término «colonialismo» como si tuviera un significado claramente identificable, pese a que cada vez resulta más claro que en este periodo existían múltiples modos y muy distintas fases de colonialismo, así como numerosas y muy diferentes formas de experimentar, aplicar y transgredir el todavía elástico concepto de ser británico. No fueron los británicos en sí, sino unos grupos específicos con una agenda imperial concreta –esto es, los evangélicos y los utilitaristas– los que marcaron el comienzo de la fase más repugnante del colonialismo, un cambio que afectó negativamente tanto a los mogoles blancos como a los grandes mogoles.

Así, a principios de la década de 1850, muchos funcionarios británicos abrigaban planes de abolir por fin la corte mogola e imponer en la India, no solo las leyes y la tecnología británica, sino también el cristianismo. La reacción a este constante aumento de la insensibilidad llegó en 1857 con el Gran Motín. De los 139 000 cipayos del ejército de Bengala –el mayor ejército moderno de Asia– todos menos 7796 se volvieron contra sus jefes británicos.15 En algunas zonas del norte de la India, como Avadh, una gran parte de la población se unió a los cipayos. La barbarie cundió en ambos bandos.