EMMETT - Diana Palmer - E-Book
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Diana Palmer

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Beschreibung

Eran duros y fuertes... y los hombres más guapos y dulces de Texas. Diana Palmer nos presenta a estos cowboys de leyenda que cautivarán tu corazón. Emmett Deverell detestaba a Melody Cartman porque había ayudado a su ex esposa a fugarse con su amante. Sin embargo, tras sufrir un accidente en un rodeo, no tuvo más remedio que recurrir a ella para que cuidara de sus tres hijos. A Melody tampoco le entusiasmaba la idea: los niños eran de la piel del diablo, y el mayor, Guy, la odiba porque la culpaba del abandono de su madre. Para completar el cuadro, las cosas se complicaron aún más cuando Emmett salió del hospital y empezó a sentirse atraído por ella...

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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 1993 Diana Palmer. Todos los derechos reservados.

EMMETT, Nº 1451 - septiembre 2012

Título original: Emmett

Publicada originalmente por Silhouette Books

Publicada en español en 2004

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-0835-5

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo 1

Melody Cartman nunca había sentido el peso de la responsabilidad como ese día. Era casi la una de la tarde, y su jefe, Logan Deverell, que acababa de casarse, se iba con su esposa, Kit, de viaje de luna de miel, dejándola al frente de la oficina.

Mientras Logan hacía unas últimas llamadas en su despacho antes de salir para el aeropuerto, Kit conversaba con la joven en el área de recepción.

—Vamos, mujer, anima esa cara —le dijo—. Sólo será una semana y, entretanto, Tom Walker administrará las cuentas de Logan.

—¿Y le ha dicho eso al señor Walker? —inquirió Melody, contrayendo el rostro. Era un hombre con muy mal genio, y le fastidiaba que no lo avisarán con anticipación de las cosas.

—Palabra de honor —le dijo Kit levantando una mano—. Yo estaba delante cuando Logan lo telefoneó.

—En ese caso supongo que puedo respirar tranquila —murmuró Melody—. Cuando lo conocí me pareció muy agradable... hasta ese día que le llevé unos informes y lo encontré bramándole a un tipo malencarado. No pronunció una sola palabra malsonante, pero daba verdadero miedo —dijo esbozando una sonrisa que casi la hizo parecer guapa.

Kit se quedó observándola un instante pensativa. Melody era bastante alta y tenía un aspecto algo rústico. Su rostro, redondeado y salpicado de pequeñas pecas, estaba enmarcado por largos mechones de un tono castaño claro y mechas rubias, y sus ojos pardos lo miraban todo con un aire amable. No tenía mala figura, se dijo Kit, y si se tomara un poco más de tiempo en arreglarse podría resultar atractiva, pero Melody casi siempre vestía amplios jerséis y pantalones de colores que le irían mucho mejor a una persona morena.

—A pesar de esa ferocidad que a veces demuestra, Tom es un buen tipo —le aseguró—. De hecho, ese incidente al que te refieres... bueno, aquel hombre era un cliente que llevaba tiempo acosando sexualmente a su secretaria. Por eso estaba gritándole. Desde entonces no ha vuelto a molestarla.

—Caramba —musitó Melody sorprendida—. ¿De veras?

Kit asintió con la cabeza.

—Sólo saca el mal genio cuando es necesario. En realidad es un hombre bastante callado y solitario. No tiene más familia que una hermana y un sobrino, y dicen que jamás se le ha visto con una mujer.

—No me extraña.

—¡Mel! —la reprendió Kit, frunciendo los labios—. No digas eso del pobre Tom. Si lo conocieras mejor te parecería un buen partido. Es bien parecido, inteligente... y rico, además.

—En esta revista hablan de un psicópata con esa misma descripción —replicó Melody con humor, señalando una revista sobre su mesa, que había comprado en el supermercado.

Kit bajó la vista, y vio en la página por la que estaba abierta unas cuantas fotos bastante morbosas de un asesinato reciente.

—¡Dios!, ¿no me digas que eres de esas que sigues los sucesos? —masculló contrayendo el rostro con asco—. ¡Vaya fotos! ¡Hay que tener estómago...!

—Creía que como detective estarías acostumbrada a esas cosas —respondió Melody enarcando ambas cejas.

Kit apartó la vista de la revista y la miró.

—Los casos que llevo no son de «esa»clase, gracias a Dios.

—Me alegro por ti. Debe ser bastante desagradable tener que investigar asesinatos. Pero no he comprado el periódico por eso, sino por una dieta que viene.

—Tú no necesitas adelgazar, Mel —le dijo Kit—. No estás gorda.

—No, supongo que sólo soy lo que se dice una chica robusta —respondió la joven con un mohín—. Ojalá tuviera una silueta esbelta y delicada.

—Oh, venga ya... No hay nada de malo en tu figura.

—Eso es lo que me dice todo el mundo, pero...

Justo en ese momento se oyeron voces de niños en el vestíbulo, y entraron en la oficina Emmett Deverell, un ranchero de San Antonio, primo de Logan, y sus tres hijos: Guy, de diez años, Polk, de ocho, y Amy de siete. Los chiquillos iban vestidos con disfraces de indios y maquillados con pinturas de guerra. Guy se quedó junto a su padre, mirando a Melody con odio, pero Amy y Polk fueron corriendo a su lado.

—¡Hola Melody, hola Kit! —las saludaron.

—Hola, niños. Me alegra volver a veros —los saludó Melody con una amplia sonrisa—. ¿Y esos disfraces?

—Nos los compró papá para que saliéramos con él en el desfile del rodeo esta mañana —le explicó Amy muy orgullosa—. Queríamos ir también esta tarde, pero, como papá va a participar en varios números, nos ha dicho que no puede estar pendiente de nosotros y que tendremos que quedarnos en el hotel.

—Y esta tarde termina el rodeo —intervino Polk—, así que mañana volvemos a casa. Papá va a ir ahora al aeropuerto a sacar los billetes con Guy, pero Amy y yo no tenemos ganas de ir. Por eso le hemos pedido que nos trajera aquí contigo. ¿Nos dejas quedarnos, Melody?

—Nos portaremos muy bien —le aseguró Amy—. Si nos dejas ver la tele, nos sentaremos y no te molestaremos. ¿Podemos?

Melody miró a los dos niños, considerando la cuestión. Polk se parecía a su padre, aunque no tanto como Guy, muy alto para su edad, rostro delgado, cabello oscuro, y el mismo carácter indómito que Emmett Deverell. Amy, en cambio, recordaba más a su madre, Adell, aunque sus ojos, igual que los de sus hermanos, eran verdes como los de su padre.

Adell había abandonado a su marido hacía un año, fugándose con Randy, el hermano de Melody, y Emmett detestaba a la joven por haberlos encubierto y ayudado. Finalmente el ranchero había aceptado divorciarse de ella, más por despecho que otra cosa, pero no había perdonado a Melody. La joven al principio se había sentido intimidada por él, pero se había prometido a sí misma que no iba a consentir que siguiera atemorizándola.

—Eres la última persona con quien los dejaría, pero llevan toda la mañana imposibles —le dijo el ranchero en un tono gélido.

Melody enarcó una ceja.

—¿Debo suponer que eso es una petición formal para que cuide de ellos? —inquirió con una sonrisa forzada.

Los ojos verdes de Emmett la escrutaron relampagueantes.

—Sí —farfulló finalmente.

—Pues no has dicho la palabra mágica.

Emmett apretó la mandíbula y pareció querer fulminarla con la mirada.

—¿Te sería mucha molestia quedarte con ellos... «por favor»? —masculló.

—En absoluto —respondió ella, satisfecha ante su pequeña victoria—. Amy y Polk pueden quedarse hasta que Guy y tú regreséis.

A Emmett no le gustaba aquella expresión desafiante en sus ojos, ni aquella sonrisilla burlona, pero no tenía más remedio que tragarse su orgullo con tal de que le hiciera el favor.

—Bien, siempre y cuando no los incites a fugarse... —le dijo sarcástico.

No iba a dejar que la hiriera, se dijo Melody, no iba a permitir que la hiciera sentirse culpable, que le remordiera la conciencia. Apartó la vista y de pronto sus ojos se fijaron en la revista sobre su mesa, despertando un recuerdo en su memoria, algo que Kit le había contado acerca de que Emmett se ponía enfermo sólo con que alguien hablara de cosas sangrientas. Tomó la revista, alzó el rostro hacia el ranchero y esbozó una dulce sonrisa.

—¿Has leído esta noticia sobre «el asesino del hacha», Emmett? —le dijo plantando la morbosa foto ante sus arrogantes narices.

Él se puso amarillo.

—¡Maldita seas...! —masculló antes de ponerse la mano en la boca y salir corriendo al cuarto de baño.

Melody, Polk, Amy, y Kit se echaron a reír, pero Guy los miró furibundo y se fue detrás de su padre.

—Era verdad aquello que me dijiste de que tiene un estómago de cristal —le dijo Melody a Kit.

Ciertamente era increíble. Nunca hubiera imaginado que ése pudiera ser el punto débil de aquel hombre que se las daba de duro. Era una de las muchas paradojas que rodeaban al ranchero y que, de no estar enemistados, probablemente la habrían fascinado y la habrían hecho querer conocerlo mejor. Dejó la revista de nuevo sobre la mesa, diciéndose que no sería mala idea guardarla para usarla en defensa propia si a aquel bruto insensible le daba por meterse otra vez con ella.

—Poneos cómodos, niños —le dijo a Amy y a Polk, señalándoles unos asientos junto a un pequeño televisor.

—Ése ha sido un truco sucio, Mel —le dijo Kit riéndose aún.

—Se lo merecía —masculló la joven cuando los niños se hubieron sentado y hubieron encendido el aparato. Dirigió una mirada a la puerta de los servicios, como si estuviese segura de que Emmett estaba allí agazapado, esperando para saltar sobre ella si se atrevía a acercarse—. Ese bestia arrogante...

Kit estaba todavía tratando de contener la risa cuando Logan salió de su despacho.

—¿Quién es un bestia arrogante? —inquirió pasando un brazo cariñosamente por la cintura de su esposa. Entonces reparó en la presencia de los chiquillos frente al televisor—. Vaya, Amy, Polk... ¿cómo es que estáis aquí?

—Papá nos va a dejar con Melody mientras él y Guy van al aeropuerto —dijo el chico.

—Sí, pero Melody ha hecho que se ponga enfermo y ha tenido que irse corriendo al baño —añadió Amy.

—Mel, Mel... ¿Qué es lo que le has hecho a mi pobre primo? —le preguntó Logan divertido.

—Eso de «pobre» es discutible —respondió la joven con una cómica mueca.

—Las mujeres tenemos nuestras armas secretas —le dijo Kit con una sonrisa a su esposo—, sobre todo cuando se trata de gente como tu primo Emmett.

Logan se rió, y tendió un papel a Melody.

—Si hubiera algún problema y necesitaras ponerte en contacto conmigo, llámame a este número, ¿de acuerdo?

La joven asintió con la cabeza mientras lo tomaba.

—Tranquilo, prometo hacerlo sólo si es algo importante. Y no os preocupéis, me las apañaré.

—Bueno —murmuró Kit, mirando su reloj de pulsera—, es hora de irnos. Cuídate, Melody.

—Lo haré. Pasadlo bien.

—Gracias —dijo Logan—. Y no dejes que mi primo se aproveche de ti de esta manera. Eres mi secretaria, no su niñera.

Justo en ese momento salía Emmett del cuarto de baño, seguido de Guy. Tenía un aspecto terrible, con el rostro pálido y sudoroso.

—¿Por qué le has hecho eso a mi padre? —le espetó Guy furioso a la joven.

—Mira quién fue a hablar —replicó ella, cruzándose de brazos—. Kit me contó que vosotros se lo hicisteis una vez.

—Sí, pero nosotros somos de su familia. ¡Y tú no!

—Sí que lo es —intervino Amy contrariada—. Es nuestra tía, ¿a que sí, papá?

Emmett miró a Melody como si fuera a matarla.

—Volveré a las dos a por los niños —le dijo.

—¿A que es nuestra tía, papá? —insistió Amy.

—No es nuestra tía, es nuestra tía política —le respondió el inteligentísimo Polk, subiéndose sus gafas redondas.

—¿Qué es una «tía política», papá? —preguntó la niña, poniéndose de pie y yendo a su lado.

Parecía que Emmett fuera a explotar en cualquier momento.

—Vámonos, Guy —le ordenó a su hijo mayor—. Que tengáis un buen viaje de luna de miel —le dijo a su primo Logan y a Kit—. Todo eso del amor y el matrimonio no es más que un cuento —masculló entre dientes—, pero que os vaya bien de todos modos.

—Es que, como mamá se fue y nos abandonó —intervino Amy de nuevo, con esa ingenua falta de delicadeza que caracteriza a los niños—, papá no quiere volver a casarse, pero podría —añadió—. Hay un montón de noches que sale con mujeres guapas. Huelen muy bien y parece que a ellas les gusta papá, porque se ríen todo el rato y lo miran así, pestañeando mucho —dijo imitándolas. Melody tuvo que taparse la boca para contener la risa—, pero no sé por qué, cuando nos conocen a Guy, a Polk y a mí, no vuelven a venir a casa.

—Tonta —la increpó Guy, ceñudo—, ésas no son mujeres para casarse. Son chicas alegres —puntualizó, repitiendo algo que había oído a unos compañeros mayores del colegio, y empeorando la situación.

Emmett se había puesto rojo como un tomate; Logan y Kit no sabían dónde meterse; y Melody estaba disfrutando al ver la humillación del ranchero.

—¿Qué son «chicas alegres»? —inquirió Amy, mirando a su hermano patidifusa.

—Lo mismo que los «hombres alegres» —intervino Melody, dirigiendo una sonrisa sarcástica a Emmett—, sólo que ellas se saben más chistes.

Amy pareció aún más confusa, y justo cuando iba a abrir la boca para hacer otra pregunta, Kit se adelantó.

—Bueno, hora de irse. Emmett, Logan y yo podemos llevaros a Guy y a ti, ya que vamos al aeropuerto.

—Por supuesto —asintió su marido, tomando del brazo a su furibundo primo—. Vamos, Guy —le dijo al chico—. Hasta la semana que viene, Mel. Si tienes algún problema, ya sabes, llámame. Ah, y si pudieras repasar esos impresos de los que hablamos ayer...

—Lo haré una de estas tardes después de cerrar, no te preocupes —le prometió Melody—. De todos modos no tengo ningún plan especial para después del trabajo esta semana.

—Ya me parecía a mí que no podía haber un hombre con el valor suficiente como para sacarte por ahí —fue el sarcástico comentario de Emmett.

Melody hizo ademán de echar mano de nuevo a la revista sobre su mesa, y Emmett le dirigió una mirada que prometía venganza, antes de apresurarse a salir de la oficina.

Después de que se marcharan, los teléfonos estuvieron sonando un par de horas casi sin parar, pero al cabo las cosas parecieron calmarse, y sólo se produjeron algunas llamadas más, aisladas, además de la visita de algún que otro cliente para interesarse por el estado de sus inversiones.

Los niños se portaron sorprendentemente bien. De hecho, no se levantaron de sus asientos frente al televisor en toda la mañana, excepto para pedirle a Melody monedas para la máquina de refrescos, y a las dos, tal y como había dicho, Emmett estaba de regreso para recogerlos.

—Jo, ¿no podemos quedarnos un poquito más? —protestó Amy—, ¡ahora van a poner «El guerrero galáctico»!

—No, no podemos quedarnos —le dijo su padre—. Ahora vamos a ir al hotel, comeremos, y os quedaréis con la niñera mientras yo...

—¿Otra vez? —se quejó Guy con vehemencia—. Odio a esa vieja bruja. No nos hace falta una niñera, sabemos cuidarnos solos.

—Sí, sabemos cuidarnos solos —lo apoyó Amy—. Dile que no venga, papá.

—¿Y que al volver me encuentre con que habéis inundado el cuarto de baño, como la última vez? —dijo Emmett, enarcando una ceja. Los niños se miraron unos a otros con cara de culpabilidad—. Más os vale portaros bien hoy con la señora Johnson, me cuesta más de veinte dólares la hora. Ya sólo me queda la actuación de esta tarde en el rodeo, y mañana volvemos a casa, así que nada de quedaros viendo la televisión hasta tarde: a las nueve en la cama, ¿entendido?

—¿«A las nueve»? —repitió Polk, como si fuera la mayor injusticia del mundo.

—Sí, Polk, a las nueve. Hay que levantarse temprano para tomar el avión. Cuando vuelva, más vale que estéis acostados.

—¿No crees que deberías dejar ya lo de los rodeos? —le dijo Melody sin mirarlo, mientras archivaba unos papeles—. Tengo entendido que es bastante peligroso, y además, con tres niños pequeños... si te pasara algo...

Emmett la miró irritado.

—Nadie me dice cómo tengo que criar a mis hijos, y participar en un rodeo sólo es peligroso si se es temerario o descuidado, y yo no soy ni una cosa ni otra.

Y era cierto. Melody lo había visto en varias ocasiones, y era increíblemente habilidoso sobre un caballo. La joven era bastante aficionada a los rodeos, pero, por su hostilidad con Emmett, siempre se lo había ocultado.

—Gracias por dejar que nos quedáramos contigo, Melody —le dijo la pequeña Amy.

Melody le dedicó una amplia sonrisa. Era imposible no encariñarse con la chiquilla, tan dulce y afectuosa, a pesar de su espíritu travieso.

Emmett vio aquella sonrisa y sintió como si un extraño cosquilleo lo recorriese de arriba abajo. Nunca hubiera imaginado que una sonrisa pudiera iluminar de ese modo un rostro, otorgándole de pronto una belleza tan radiante. Sin querer, sus ojos se deslizaron por el cuerpo de la joven, deleitándose a su pesar en las formas femeninas y perfectamente proporcionadas de su figura. Adell había sido siempre una espina de pescado, en cambio Melody...

Emmett se abofeteó mentalmente por la dirección que estaban tomando sus pensamientos. Melody no era para él nada más que una traidora, la persona que había encubierto a su ex esposa y su amante en su huida. Su hermano Randall y ella habían irrumpido en su tranquila vida y la habían destrozado. Y no sólo la suya, sino también la de sus hijos. La odiaba por eso, la detestaba.

—Nos vamos —le dijo a los niños ásperamente—. Polk, no me hagas repetirlo —añadió, viendo que su hijo menor seguía sentado absorto frente al televisor.

Polk se levantó con un suspiro de resignación.

—Ya voy, ya voy... —dijo apagando el aparato, y yendo hacia él arrastrando los pies.

—Os espero fuera —farfulló Guy, saliendo por la puerta sin despedirse de Melody.

—Guy te odia —le dijo Amy a la joven, con su brusca franqueza infantil—, pero a mí me caes bien.

—Y tú a mí —le contestó ella, besándola con ternura en la frente.

—Adiós, Melody —se despidió Polk, tendiéndole la mano, tan formal como siempre—. Hasta que nos volvamos a ver.

—Espero que sea muy pronto —respondió ella, estrechándole la mano entre suaves risas—. Em... Que tengáis... buen viaje —le dijo a su padre mientras los acompañaba a la puerta.

Aquella muestra de buena voluntad pilló al ranchero desprevenido, que se sonrojó ligeramente, y sólo acertó a balbucir incómodo:

—Sí, bueno, gracias por cuidar de los niños.

—No tienes por qué dármelas. No me han dado ningún proble... ¡aaay!

Emmett se giró, pero tuvo que bajar la vista para ver qué le había ocurrido a la joven: había caído de bruces al suelo, y la causa era un tomahawk de juguete con el que había tropezado.

—Dios, no me he roto los dientes de milagro —masculló apoyándose en los codos para incorporarse.

El vaquero recogió el tomahawk, la ayudó a levantarse, tomándola de la mano, y miró reprobador a sus dos hijos pequeños.

—¿Cuál de los dos ha dejado esto por ahí tirado?

Amy dio un paso adelante con expresión compungida.

—Es mío —musitó, contrayendo el rostro—. Cuando volvamos a casa puedes atarme a una silla en el sótano con la luz apagada, y dejarme todo el día sin comer —dijo imponiéndose su propia penitencia, con un suspiro de lo más teatral—, pero no pretendía hacerle daño a Melody, te lo aseguro, papá.

Emmett, perplejo, puso los brazos en jarras y miró a la niña con el ceño fruncido.

—¿Cuándo os he encerrado a ninguno en el sótano y os he tenido sin comer?

La niña se quedó pensativa un instante.

—Bueno, nunca, pero ha sido el peor castigo que se me ha ocurrido —murmuró.

Melody, que se había quedado aturdida por el breve contacto de su mano con la de Emmett, no pudo menos que reírse.

—Está bien, Amy, sé que no lo has hecho a propósito —le aseguró. Se volvió hacia su padre—. Estoy perfectamente, no la riñas. Los niños son sólo eso, niños —le dijo, encogiéndose de hombros.

Emmett estaba empezando a sentirse cada vez más incómodo ante esa actitud conciliadora de ella y, en consecuencia, volvió a comportarse como un puercoespín. Ignorándola por completo, se volvió hacia sus hijos y le devolvió el tomahawk a la niña.

—Nos vamos —les dijo en tono imperativo—, y, Amy —añadió sin poner demasiado énfasis, como si no tuviera importancia—, la próxima vez ten más cuidado con dónde pones esa cosa.

Melody lo miró irritada.

—En la nuca de tu padre sería un buen sitio —masculló, cruzándose de brazos.

Emmett le dirigió una mirada furibunda.

— Amy, no has oído eso —le dijo a su hija.

Y salió con los niños, cerrando la puerta tras de sí. Melody volvió a sentarse frente a su escritorio en medio del repentino silencio que se había hecho: ningún teléfono sonando, ni el ruido del televisor, ni niños riéndose... De pronto la oficina y su vida le parecieron más vacías que nunca.

Capítulo 2

Tras salir a almorzar a un pequeño autoservicio cercano y después de una tarde de trabajo más o menos tranquila, como solían ser las tardes de los viernes, Melody cerró la oficina a las seis en punto y se fue al supermercado a comprar algunas cosas.

Al llegar a casa le dio de comer a Alistair, su gato atigrado anaranjado, y se preparó una cena ligera que se tomó sin demasiado apetito, y se acurrucó con su mascota en el sofá a ver una película policíaca que estaban poniendo en la televisión.

Justo cuando estaban a punto de descubrir al autor del crimen, sonó el teléfono. Melody lo miró con fastidio, contrayendo el rostro. Si lo contestaba se perdería el final, y llevaba viendo la dichosa película más de dos horas, por culpa de las repetidas interrupciones publicitarias. Así que lo ignoró. De todos modos, se dijo, las pocas llamadas que recibía eran casi siempre de agentes de venta por teléfono, que le daban la lata para que se hiciera un seguro que no necesitaba, o hacerle pesadísimas encuestas. Al cabo dejó de sonar, pero un rato después empezó de nuevo, y esa vez Melody no se atrevió a ignorarlo de nuevo. Podría tratarse de Kit y Logan, o quizá de su hermano, se dijo preocupada. Levantó el auricular.

—¿Diga? —contestó.

—¿Es usted Melody Cartman? —inquirió una voz de mujer, en un tono profesional.

—Sí, soy yo.

—La llamo del hospital de Saint Andrew. Hace un par de horas ingresó en nuestro pabellón de urgencias un tal Emmett Deverell con una conmoción cerebral. Parece ser que lo tiró un caballo en el rodeo en el que estaba participando. Acaba de recobrar el conocimiento, y nos ha dado su nombre, pidiéndonos que la llamáramos para que vaya a recoger a sus hijos al hotel Mellenger.

Melody no podía dar crédito a lo que oía. Parecía increíble que el hombre que aquella misma tarde se había mostrado tan seguro de sí mismo, tan arrogante, se encontrase en ese momento postrado en una cama de hospital.

—¿En que... hotel ha dicho que están los niños? —balbució con la boca seca.

—El hotel Mellenger. Es la habitación tres cero no-se-qué. El señor Deverell aún está bastante aturdido por la caída, y no le hemos entendido bien el número completo.

—Pero se pondrá bien, ¿verdad? —inquirió Melody, sintiéndose como una estúpida por estar preocupada por un hombre que la detestaba.

—Aún es pronto para saberlo —fue la respuesta de la enfermera—. Está en observación y tiene bastantes dolores. Los médicos están pendientes de su evolución.

—Dígale que no tiene que preocuparse, que me ocuparé de sus hijos —le dijo Melody.

—Bien —respondió la mujer, y colgó antes de que la joven pudiera preguntarle nada más.

Melody se quedó mirando el auricular como en trance. ¿Qué se suponía que iba a hacer ella con tres chiquillos... uno de los cuales la odiaba? ¿Y cuánto tiempo tendría que quedarse con ellos?