En el lugar de su hermano - Perdiendo el corazón - Los pasos del romance - Elizabeth Lane - E-Book

En el lugar de su hermano - Perdiendo el corazón - Los pasos del romance E-Book

Elizabeth Lane

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Beschreibung

En el lugar de su hermano Elizabeth Lane Durante tres años, Angie Montoya había ocultado a su hijo a la familia de su difunto prometido… hasta que el hermano de este, Jordan Cooper, los encontró y exigió que se mudasen al rancho familiar en Santa Fe. Angie hacía renacer en él un deseo que solo ella podía satisfacer, y solo había una condición para que fuese suya: que nunca descubriese la verdad sobre él. Perdiendo el corazón Jennifer Lewis Con negocios que conquistar en Singapur y una herencia centenaria que mantener en Escocia, al inversor James Drummond no le eran extraños los retos. Pero hacer suya a la misteriosa Fiona Lam era un reto muy arriesgado. Cuando le ofreció la luna y las estrellas, Fiona respondió con una proposición inesperada: una apuesta. Los pasos del romance Kat Cantrell Un giro equivocado en una autopista de Texas y el guapísimo director de cine Kristian Demetrious olvidó su primera regla: no involucrarse. La preciosa y divertida VJ Lewis necesitaba que la llevase a Dallas y él estaba más que dispuesto a hacerle ese favor. Sin embargo, su carrera dependía de llegar allí sin haberse dejado llevar por la pasión que VJ encendía en él.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 427 - agosto 2019

 

© 2013 Elizabeth Lane

En el lugar de su hermano

Título original: In His Brother’s Place

 

© 2013 Jennifer Lewis

Perdiendo el corazón

Título original: A Trap So Tender

 

© 2013 Kat Cantrell

Los pasos del romance

Título original: The Things She Says

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2013

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiale s, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1328-367-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

En el lugar de su hermano

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Epílogo

Perdiendo el corazón

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Epílogo

Los pasos del romance

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Santa Fe, Nuevo México

 

–¿Está seguro sobre el chico… y su madre? –Jordan apretó el teléfono con fuerza.

–Es usted quien debe estar seguro, señor Cooper –la voz del investigador privado era tan átona como una grabación–. El paquete va de camino a su rancho por correo urgente, con la partida de nacimiento, historial médico, dirección de la madre y varias fotografías tomadas discretamente. Cuando lo haya visto todo, podrá sacar sus propias conclusiones. Si necesita alguna cosa más…

–No, no necesito nada más. Le enviaré una transferencia con el dinero en cuanto haya visto los documentos.

Jordan cortó la comunicación bruscamente. El paquete llegaría de Alburquerque en una hora y su intuición le decía que ese material iba a convertir su bien ordenado mundo en un caos.

Se acercó a la ventana del estudio, desde la que tenía una panorámica del rancho que llegaba hasta el horizonte. En la distancia, las montañas Sangre de Cristo, con sus ricos colores de otoño, brillaban bajo el sol de noviembre.

Aquella era tierra Cooper, lo había sido durante más de cien años.

Cuando su madre muriese, él lo heredaría todo como único superviviente de la familia. Era el último heredero Cooper… o eso habían pensado hasta hacía una semana. Pero si el informe del detective confirmaba sus sospechas…

Jordan se dio la vuelta, dejando el pensamiento a medias. No era demasiado tarde para dar marcha atrás, se recordó a sí mismo. Cuando llegase el paquete podría quemarlo sin abrirlo siquiera. Pero solo estaría destruyendo unos papeles. Nada podría borrar de su memoria a Angelina Montoya o cambiar lo que le había hecho a su familia.

Jordan miró un grupo de fotos familiares. En la más grande, dos sonrientes jóvenes mostraban a la cámara las truchas que habían pescado. Sus facciones eran tan idénticas que casi nadie podía distinguir a Jordan de su hermano mellizo, Justin.

Cuando se hicieron la fotografía tenían una relación estupenda. Tres años más tarde, Justin se había enamorado de Angie Montoya, camarera en uno de los mejores restaurantes del hotel Plaza, y su decisión de casarse con ella había dividido a la familia.

Convencidos de que Angelina era una buscavidas, Jordan y sus padres habían hecho todo lo posible para separar a la pareja, pero el resultado había sido una brecha entre Justin y él que nunca llegó a curar del todo. Y cuando volvía a casa, después de un fin de semana esquiando, para celebrar el cumpleaños de Angie, la avioneta de Justin se había estrellado en las montañas de Utah.

El dolor había llevado a su padre a la tumba y había convertido a su madre en una mujer amargada.

En cuanto a Angie Montoya… se había esfumado durante cuatro años hasta que, por casualidad, Jordan vio una fotografía en Internet que le hizo llamar al mejor investigador privado del estado de Nuevo México. Y estaba seguro de que el informe del detective confirmaría lo que sospechaba: que Angelina Montoya no solo les había robado a Justin, también les había robado al hijo de su hermano.

 

 

Alburquerque

 

–Estás trabajando mucho en ese dibujo, Lucas –Angie se levantó de la silla frente al ordenador para acercarse a su hijo–. ¿Qué estás haciendo?

El niño le mostró el dibujo: tres figuras delgadas.

–Es nuestra familia. El bajito soy yo y esta del pelo largo eres tú.

–¿Y quién es el de arriba? –anticipando la respuesta, Angie tragó saliva.

–Es papá, que está en el cielo cuidando de nosotros, como tú dijiste.

–Ah, muy bien. ¿Quieres que lo ponga en la puerta de la nevera para recordárnoslo?

–Bueno… –sujetando su obra maestra, el niño corrió a la cocina y Angie tuvo que hacer un esfuerzo para controlar la emoción.

No era fácil vivir con un recordatorio diario de Justin, pero había querido que Lucas no se sintiera huérfano y tenía una fotografía enmarcada en la mesilla del niño y un álbum de fotos en la estantería de su habitación. Los deditos de su hijo habían doblado ya las esquinas de todas las páginas…

La mayoría de las fotos mostraba a Justin y a Angie juntos o a Justin solo. No había fotografías de la familia Cooper. Después de cómo la habían tratado, no quería saber nada de ellos, especialmente de Jordan.

Fue Jordan quien, el día de su cumpleaños, había ido a decirle que Justin había muerto. No había dicho mucho más, pero su actitud dejaba bien claro lo que pensaba. Unas semanas antes, la familia Cooper le había ofrecido cincuenta mil dólares por alejarse de Justin y, si hubiera aceptado, él seguiría vivo.

Angie nunca olvidaría la amargura en esos despreciativos ojos grises.

¿Cómo podían dos hermanos mellizos ser tan diferentes? Justin había sido un hombre cariñoso, encantador, alegre y generoso. Pero cuando pensaba en Jordan solo se le ocurrían adjetivos como: frío, mercenario, esnob.

Y manipulador.

Ella lo había experimentado de primera mano.

El timbre interrumpió sus pensamientos.

–¡Voy yo! –gritó Lucas.

–¡Un momento, pequeñajo! Tú sabes que no debes abrir –Angie lo tomó en brazos para llevarlo a su cuarto.

Pagaba un alquiler razonable por el apartamento de dos dormitorios, pero el vecindario no era el mejor de la ciudad, y cuando sonaba el timbre Angie enviaba a Lucas a su habitación hasta comprobar que no había ningún peligro.

Tal vez el año siguiente, si sus diseños por Internet seguían vendiéndose, tendría dinero suficiente para alquilar una casita con jardín, pero hasta entonces…

El timbre sonó de nuevo.

Dejando a Lucas en el suelo, Angie cerró la puerta del dormitorio. No recibía muchas visitas y no estaba esperando a nadie, de modo que se acercó a la puerta con sigilo.

Jordan se puso tenso al escuchar pasos. Ver a Angie otra vez no sería agradable para ninguno de los dos. Tal vez debería haber enviado a alguien en su lugar, pensó, alguien que comprobase la situación sin hacer que Angie se pusiera en guardia.

Pero no, le esperase lo que le esperase al otro lado de la puerta, tenía que hacerlo personalmente. Tenía que hacer lo que debía por su familia, por la memoria de su hermano… incluso por Angie, si el tiempo había hecho que entrase en razón.

Jordan oyó que corría el cerrojo y contuvo el aliento mientras la puerta se abría… hasta donde daba la cadena de seguridad.

Unos ojos de color café se clavaron en él, unos ojos rodeados por largas pestañas. Jordan casi había olvidado lo preciosos que eran…

–¿Qué quieres, Jordan? –le preguntó ella, con una voz ronca y sexy que recordaba bien.

–Para empezar, me gustaría entrar un momento.

–¿Por qué?

Aparentemente, seguía siendo tan obstinada como antes.

–Para no tener que hablar desde el rellano.

–No creo que tengamos nada que decirnos.

Jordan dejó escapar un largo suspiro.

–Déjame entrar para que podamos hablar como dos personas civilizadas o me pondré a gritar. No pienso irme hasta que hayas escuchado lo que tengo que decirte –Jordan hizo una pausa, recordando que no serviría de nada amenazarla–. ¿Quién sabe? Puede que te interese lo que tengo que decir.

Esperó que ella hiciese algún comentario irónico o mordaz, pero en lugar de eso Angie cerró la puerta y él esperó, en silencio. Unos segundos después, oyó que quitaba la cadena antes de abrir del todo.

Jordan entró y miró alrededor. El salón era alegre y limpio, con las paredes recién pintadas, pero aquel sitio no era más grande que uno de los cajones de su establo. El edificio era viejo, sin alarmas o conserje, y las paredes estaban llenas de pintadas. Si aquello era lo único que Angie podía pagar, debía tener serios problemas económicos.

No había ni rastro de su hijo, pero un libro de cuentos sobre la mesita de café delataba la presencia de un niño en el apartamento. Debía haberlo metido en alguna habitación. Tal vez por eso había tardado tanto en abrir la puerta.

Angie llevaba una sencilla camiseta negra y unos vaqueros gastados que se pegaban a su cuerpo sin ser provocativamente ajustados. Iba descalza y tenía las uñas pintadas de color rosa.

Seguía siendo tan seductoramente bella como hacía cuatro años. Tuvo que hacer un esfuerzo para no recordar ese momento en el coche, el sabor de sus lágrimas, el calor de sus labios, sus sinuosas curvas apretadas contra él…

Había sido un error, uno que no había vuelto a repetirse nunca. Y había hecho todo lo posible por borrarlo de su memoria, pero olvidar a una mujer como Angie no era fácil.

Jordan se aclaró la garganta.

–¿Puedo sentarme?

Ella señaló el sofá, claramente incómoda.

No confiaba en él y era comprensible, pero tenía que hacer que lo escuchase. Tenía que solucionar aquello.

Si podía ayudar al hijo de Justin y a la mujer a la que había amado, entonces tal vez el alma de su hermano lo perdonaría… y quizá algún día Jordan podría perdonarse a sí mismo.

 

 

 

Jordan Cooper no había cambiado nada.

Angie estudió sus fríos ojos grises, su mandíbula cuadrada, el cabello castaño despeinado, con un remolino en la coronilla. Si sonriese se parecería a Justin, pero nunca había visto a Jordan sonreír.

Al verlo, el pulso se le había vuelto tan loco como el de un animal acorralado. Jordan tenía el rostro del hombre al que había amado, pero su corazón era de granito. Si se había molestado en localizarla, no sería para preguntar cómo le iban las cosas.

–¿Cómo me has encontrado? –le preguntó.

–Por Internet. Vi tu nombre en la página que habías creado para una imprenta. Lo vi por pura casualidad, pero después sentí curiosidad y busqué tu página. Había una foto tuya trabajando frente a un ordenador… y no pude dejar de notar que no estabas sola.

A Angie se le encogió el corazón. Una vecina había hecho esa fotografía y, en el último segundo, Lucas se había acercado a la mesa, de modo que su cabecita aparecía en una esquina.

Debería haber cortado la foto por precaución. ¿Por qué no lo había hecho?

Pero esa foto no podía haber hecho que Jordan fuese a buscarla…

–Me has estado investigando, ¿verdad? –le espetó, airada.

Él apretó los labios.

–¿Dónde está el niño, Angie? ¿Dónde está Lucas?

–¡No tienes derecho a preguntar! –exclamó ella, como una tigresa defendiendo a su cachorro–. Lucas es mi hijo. ¡Mi hijo!

–Y el hijo de mi hermano. Tengo una copia de su partida de nacimiento y tú misma pusiste el nombre de Justin como el del padre… suponiendo que sea la verdad.

Algo se rompió dentro de ella.

–Lo hice por Lucas, para que supiese quién era su padre. Pero Justin… él nunca supo que estaba embarazada. Iba a decírselo cuando volviera a casa por mi cumpleaños.

–Entonces no os casasteis en secreto.

–No, claro que no. Y yo no tengo la menor intención de reclamarle nada a tu familia, así que puedes irte y dejarnos en paz.

Angie estudió el rostro de Jordan para ver si sus palabras habían hecho algún impacto, pero su expresión parecía esculpida en frío mármol.

–Podrías habérnoslo contado –dijo él entonces–. Mis padres deberían haber sabido que Justin tenía un hijo.

–¡Tus padres me odian!

–Quiero ver al niño –dijo Jordan entonces.

El corazón de Angie latía como loco. No había recibido ninguna advertencia. No había tenido tiempo para preparar a Lucas.

–No creo que… –empezó a decir.

Pero era demasiado tarde, porque en ese momento oyó que se abría la puerta del dormitorio. Evidentemente, Lucas se había cansado de esperar y había decidido ir a ver por sí mismo quién era la visita.

Angie vio, horrorizada, que el niño entraba en el salón y miraba a Jordan con los ojos como platos.

–¡Papá! –exclamó, corriendo hacia él–. ¡Papá, has vuelto!

Lo último que Jordan hubiera esperado era aquel ser diminuto lanzándose hacia él para abrazarse a sus rodillas. Y, de repente, experimentó una extraña sensación de impotencia.

Dios santo, ¿el niño creía que era Justin?

Jordan levantó la cabeza para mirar a Angie. Estaba pálida y tuvo que hacer un esfuerzo para hablar:

–Tiene muchas fotografías de Justin. Le he dicho que su papá está en el cielo, pero es tan pequeño…

Con mano firme, Jordan apartó al niño para sentarlo sobre la mesa de café.

Si había tenido alguna duda sobre la paternidad de Justin, desaparecieron de inmediato. Lucas tenía la piel morena de su madre, pero aparte de eso era un Cooper: la nariz recta, el hoyito en la barbilla, el remolino de pelo en la coronilla, igual que Justin y él.

Gemelos idénticos, una copia genética el uno del otro. Aquel niño tenía que ser hijo de Justin.

Lucas lo miraba con cara de adoración, pero le temblaba el labio inferior, como si intuyera que pasaba algo. Tal vez se preguntaba por qué su padre no parecía contento de verlo.

Jordan tuvo que contener el deseo de marcharse. Él no entendía a los niños y, si era sincero del todo, no le interesaban demasiado.

–Yo no soy tu padre, Lucas. Soy tu tío Jordan, el hermano de tu padre. Nos parecíamos mucho, eso es todo. ¿Lo entiendes?

Una lágrima rodó por la mejilla del niño y cuando Jordan miró a Angie sin saber qué hacer, ella le devolvió una mirada cargada de dolor.

Desde el día que se conocieron se había preguntado a qué sabrían esos generosos labios. Y lo había descubierto… algo que lamentaría siempre.

–Ven aquí, Lucas –Angie lo apretó contra su pecho, mirando a Jordan por encima de su cabeza–. Aún no me has dicho qué haces aquí –le espetó, con tono glacial.

Jordan dejó escapar un suspiro. ¿Por dónde podía empezar? Había ensayado el discurso en el coche, mientras iba hacia allí, y aunque esas palabras le parecían arrogantes y altivas no se le ocurría nada mejor.

–Tengo una obligación hacia mi hermano. Justin hubiese querido que su hijo tuviera todas las ventajas de su posición y su apellido, un hogar del que sentirse orgulloso, una buena educación, oportunidades en la vida, todo lo que nosotros podemos darle.

–Yo puedo darle cariño, que es lo más importante –replicó Angie–. Y cuando mi negocio empiece a prosperar, también podré ofrecerle todas esas ventajas. Si crees que voy a aceptar tu dinero…

–No estoy hablando de dinero.

En los ojos de Angie vio un brillo de pánico. ¿Pensaba que quería quitarle al niño?

Al notar la angustia de su madre, Lucas hizo un puchero.

–Escúchame –se apresuró a decir Jordan–. Os estoy invitando a vivir en el rancho. Hay mucho sitio en la casa y tendrás la independencia que necesites. En cuanto a Lucas…

–Espera un momento –lo interrumpió ella.

–No he terminado. Escucha lo que tengo que decir y luego dime lo que piensas.

Suspirando, Angie apartó un poco al niño para mirarlo a los ojos.

–Cariño, vuelve a tu habitación a jugar. Si eres bueno, después haremos palomitas y veremos una película juntos.

Cuando Lucas salio del salón, Angie se volvió para mirar a Jordan.

–¿Cómo se te ha ocurrido esa idea? Tu madre apenas me dirigía la palabra cuando Justin vivía. Tenerme en su casa ahora, a pesar de Lucas, sería un desastre para todos.

Jordan negó con la cabeza.

–Hace dos años, tras la muerte de mi padre, mi madre se mudó a una urbanización para personas retiradas y dijo que nunca volvería al rancho. Demasiados recuerdos.

–¿Entonces vives allí solo?

Jordan se preguntó si estaría pensando lo mismo que él.

Los dos solos en el rancho por las noches, mientras Lucas dormía…

Pero aplastó esa idea antes de que tomase forma. Tenía muchas razones para odiar a aquella mujer, pero eso no significaba que no pudiera disfrutar teniéndola en su cama. Aunque eso no iba a ocurrir. Angie lo odiaba por ese beso tanto como él se odiaba a sí mismo.

–En el rancho siempre hay gente. Empleados, peones que van y vienen… y por supuesto tendrías un coche para ti sola.

Ella se miró las manos sin decir nada. En el incómodo silencio, Jordan leyó la pregunta.

–No me verías mucho –añadió–. Paso tres o cuatro días a la semana en la ciudad y viajo a menudo. Incluso en casa apenas tendrías que verme.

Angie se puso colorada y Jordan supo lo que estaba pensando. Demonios, él había pensado lo mismo en cuanto abrió la puerta del apartamento.

–Deja que te aclare una cosa: si quien te preocupa soy yo, te aseguro que jamás haré nada que te haga sentir incómoda. Lo único que quiero es lo mejor para el hijo de mi hermano.

Ella levantó la cabeza.

–Si quieres lo mejor para él, vete y déjanos en paz.

–Maldita sea, Angie, mira el vecindario en el que vives. El niño ni siquiera puede salir a la calle a jugar. Piensa en la vida que podría tener en el rancho: espacios abiertos, animales, gente cariñosa cuidando de él…

–No voy a permitir que digas que no sé cuidar de mi hijo. Este apartamento no está en un barrio lujoso, pero nos va bien y no necesitamos ayuda.

–¿Cómo puedes…?

–Escúchame, Jordan. Mis padres eran emigrantes –empezó a decir Angie–. Trabajaban en el campo de la mañana a la noche para que sus hijos pudiesen tener una vida mejor. No siempre teníamos suficiente para comer, pero nunca aceptaron caridad y yo no pienso hacerlo ahora.

Él tuvo que hacer un esfuerzo para contener su impaciencia. ¿Qué le pasaba a aquella mujer? ¿No entendía que no estaba ofreciéndole caridad sino lo que le correspondía al niño por ser hijo de su hermano? El rancho sería algún día la herencia de Lucas.

–No se trata de caridad. Lucas es el hijo de mi hermano y tiene derecho a…

–Tiene derecho a aprender el valor del trabajo y a ganarse la vida. Yo puedo darle una educación, que es lo más importante –Angie se levantó, temblando–. Así que puedes irte cuando quieras. No necesitamos tu ayuda y no la queremos.

Jordan se levantó también. Le sacaba una cabeza, pero ella lo fulminó con la mirada. Hora de retirarse para pensar en otra solución.

–Muy bien. Como no quieres aceptar mi ayuda, lo único que puedo hacer es marcharme, pero si cambias de opinión…

–No cambiaré de opinión. Adiós, Jordan.

Sin decir una palabra, Jordan salió del apartamento y, de inmediato, oyó que Angie cerraba el cerrojo y ponía la cadena.

Era una orgullosa, pensó. Al rechazar su oferta había cometido un error y no merecía otra oportunidad.

Pero el hijo de Justin sí merecía todas las oportunidades y era su responsabilidad ofrecérselas.

Recordaba la alegría en el rostro de Lucas al verlo, pensando que su padre había vuelto…

Después de ver al niño, Jordan supo que no podía darle la espalda. No podía hacer que Angie aceptase su oferta, pero sí dejarle un número de contacto por si cambiaba de opinión.

Suspirando, sacó una tarjeta de la cartera y anotó su número privado en el dorso antes de meterla bajo la puerta. Angie seguramente la rompería en pedazos, pero tenía que arriesgarse. Había en juego algo más que el orgullo de una mujer, mucho más de lo que Angelina Montoya sabría nunca.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Angie daba vueltas en la cama, incapaz de conciliar el sueño. A través de las baratas persianas de plástico, la luz de una farola creaba sombras en la pared.

En la calle oyó el estruendo de una motocicleta…

La tarjeta de Jordan estaba sobre la mesilla. Debería haberla tirado. No iba a ponerse en contacto con él porque no pensaba aceptar su oferta. Lucas y ella estaban perfectamente. Tenían un techo sobre sus cabezas, comida en la nevera, ropa y dinero para llenar el tanque de gasolina de su Toyota.

Pero no dejaba de darle vueltas a esa visita…

¿Y si su negocio fracasaba? Tendría suerte si encontrase un trabajo con el que poder pagar el alquiler. ¿Y si se ponía enferma? O peor ¿y si Lucas se ponía enfermo?

Ella no tenía seguro médico.

¿Y qué pasaría en los próximos años? ¿Podría pagar su educación, las excursiones, las clases de música? ¿Podría pagarle la universidad?

¿Y qué pensaría Lucas al saber que la familia de su padre era rica y ella lo había criado en la pobreza por no aceptar su ayuda?

Aquel día había recibido una oferta que podría terminar con todas sus preocupaciones, pero el orgullo era solo parte de la razón por la que se había negado a aceptarla. Para darle a su hijo una vida mejor estaría dispuesta a todo… tal vez si la oferta la hubiera hecho la madre de Justin habría aceptado.

¿Entonces por qué no aceptaba la de Jordan?

El recuerdo de la aciaga noche de Año Nuevo se le vino a la cabeza como una película. Una antigua compañera de los mellizos Cooper había organizado una fiesta en su casa y Angie y Justin habían ido juntos. Jordan había llegado un poco después, solo, y para entonces Justin ya había bebido más que suficiente. Su anfitriona, recientemente divorciada, le prestaba demasiada atención, y lo peor de todo era que a él no parecía importarle. Poco después los descubrió en la cocina, abrazados, y decidió que ya había tenido más que suficiente.

Cuando se dirigía a la puerta se encontró con Jordan y, a pesar de su eterna animosidad, le pareció como un faro en medio de una tormenta. Desesperada, le había pedido que la llevase a casa.

Hacía mucho frío esa noche, pero el interior del Mercedes estaba calentito y, mientras se ponía el cinturón de seguridad, Angie se echó a llorar.

Aquella misma mañana, en el cuarto de baño, había mirado con incredulidad el puntito rosa en la prueba de embarazo. Estuvo atónita durante todo el día, preguntándose cuándo y cómo contárselo a Justin y, de repente, lo había pillado besando a otra mujer…

Angie apartó las lágrimas de un manotazo, furiosa, y Jordan sacó unos pañuelos de papel de la guantera. No le había contado nada, pero aparentemente él había sacado sus propias conclusiones.

–Lo siento –se disculpó–. Quiero mucho a mi hermano, pero cuando bebe un par de copas puede ser un auténtico imbécil.

Angie se sonó la nariz con un pañuelo. Había oído decir que el embarazo hacía que las mujeres se volvieran más sensibles y debía ser verdad porque cuando el Mercedes se detuvo en la puerta de su casa se lo había contado todo.

Jordan apagó el motor y se volvió hacia ella.

–¿Estás mejor? –le preguntó preocupado.

Angie levantó la cara, con los labios temblorosos y la máscara de pestañas corrida.

Jordan murmuró algo que podría haber sido una palabrota, no estaba segura. Luego, de repente, la abrazó, y ella lloró sobre su hombro.

Al principio, él se limitó a pasarle una mano por la espalda para consolarla. Angie recordaba el aroma masculino de su piel, el calor del coche, la sensación de estar segura. Sus brazos eran fuertes, su aliento consolador. No había ninguna razón para que le gustase Jordan Cooper, pero esa noche lo necesitaba.

¿Era porque sus hormonas estaban descontroladas?, se preguntó Angie, recordando. ¿Porque Justin le había roto el corazón o porque su estado emocional había despertado un deseo escondido? Nunca lo sabría.

Angie levantó la cabeza, con los labios entreabiertos. Le había parecido natural que la besase, pero no había anticipado el deseo que explotó en ella.

Un gemido ronco de sorpresa escapó de la garganta de Jordan y el beso se volvió apasionado. Suspirando, ella tiró de su cabeza hacia abajo, enredando los dedos en su pelo, abriendo la boca para recibir la invasión de su lengua.

Jordan metió las manos bajo su abrigo y ella dejó escapar un gemido cuando le acarició los pechos. Estaba perdiendo el control, como si estuviera borracha y no pudiese parar. Cuando él pasó un dedo por el bajo del vestido, sus piernas se habían abierto en franca invitación.

Pero eso no podía ser, le dijo una vocecita. Aquel hombre ni siquiera había intentado ser su amigo. Y el oportunista de Jordan no se pararía ante nada para romper el compromiso con su hermano.

De repente, todo tenía sentido: Jordan quería acostarse con ella para contárselo a Justin y celebrar luego su victoria.

Y ella estaba poniéndoselo facilísimo.

–¡No! –exclamó, apartándose para darle una sonora bofetada. Luego salió del coche y Jordan no intentó detenerla.

Al día siguiente, Justin apareció en su casa con un ramo de flores. Pero, incluso después de hacer las paces, Angie decidió esperar un poco antes de hablarle del embarazo.

Y nunca le contó lo que había ocurrido con Jordan.

La siguiente vez que vio a Jordan Cooper fue el día de su cumpleaños, cuando fue a decirle que Justin había muerto en un accidente de avioneta.

Angie se dio la vuelta y golpeó la almohada con el puño. Jordan siempre tenía intenciones ocultas y no había ninguna razón para pensar que no las tuviese en aquel momento.

¿Qué podía querer? Seguramente querría controlar al hijo de su hermano por cuestiones económicas. Pero fueran cuales fueran sus intenciones, sería una tonta si confiara en él.

La cuestión era que no confiaba en Jordan.

Y no estaba segura de confiar en sí misma.

Desde la calle, un estruendo de gritos y carreras interrumpió sus pensamientos. Entonces sonó un disparo, seguido de dos más. Una bala dio en el alféizar de la ventana, otra en el marco…

–Mamá, tengo miedo –Lucas estaba en la puerta de su dormitorio, abrazado a su osito de peluche.

¡Una de las balas podría dar a Lucas!

–¡Tírate al suelo, Lucas! ¡Ahora mismo! –gritó Angie, saltando de la cama. Con el corazón acelerado, se colocó sobre su hijo para protegerlo con su cuerpo mientras otra bala rompía el cristal de la ventana y se clavaba en el colchón.

Había peleas entre pandillas en aquella zona de la ciudad, pero nunca la habían tocado tan de cerca. Y pasó una eternidad hasta que oyó la sirena de un coche de policía.

Lucas había empezado a llorar.

–Acaba de llegar la policía, cariño –susurró Angie–. No te muevas, no va a pasar nada.

Y no iba a pasarle nada, se juró a sí misma. Sacaría a su precioso hijo de aquel barrio y le daría una vida decente, aunque para eso tuviera que hacer un trato con el diablo.

Alargando el brazo, encendió la lámpara y buscó a tientas la tarjeta de Jordan.

 

 

Angie estaba en el balcón, mirando el patio de la casa Cooper. Los últimos rayos del sol daban un color ámbar a las paredes de adobe, que tenían más de cien años, y el tintineo de la fuente de piedra se mezclaba con el canto de los pájaros.

Había olvidado lo encantador que era aquel sitio. Todo era perfecto, desde los techos artesonados a las alfombras indias, la cerámica de la tribu Pueblo o los dos cuadros de Georgia O’Keefe a cada lado de la chimenea.

La noche anterior, cuando llamó a Jordan por teléfono, él había respondido de inmediato, casi como si hubiera estado esperando su llamada, pero su tono era tan brusco que Angie sospechó que no estaba solo.

Dos hombres del rancho habían ido a buscarlos al amanecer. Habían guardado los juguetes de Lucas, el ordenador de Angie y algunos objetos personales en cajas y en menos de una hora se dirigían al rancho.

Marta, el ama de llaves, les había mostrado sus habitaciones en el piso de arriba, en la zona de invitados, donde ya esperaban sus cajas.

La mujer se había mostrado fríamente amable y Angie recordó que había visto crecer a los mellizos y que Justin había sido siempre su favorito.

No iba a ser fácil vivir en una casa en la que todos la veían como el enemigo, pero Lucas parecía contento de estar allí y, por su hijo, haría lo que tuviese que hacer.

No había visto a Jordan, había prometido dejarla en paz, pero una palabra de bienvenida no habría estado de más. En aquel momento, cuando empezaban a aparecer las primeras sombras de la noche, Angie no podía evitar sentirse como una extraña a la que nadie quería allí.

 

 

Jordan se detuvo en la puerta, estudiando a Angie apoyada en la barandilla del balcón. Llevaba un vestido de color turquesa con zapatos planos.

Por un momento, se encontró deseando borrar el pasado y conocerla por primera vez, pero era una fantasía absurda.

Jordan se aclaró la garganta para avisarla de su presencia.

–La cena está en la mesa. ¿Dónde está Lucas?

–Ha tomado cereales y ya está durmiendo –respondió ella–. Ha sido un día muy largo.

–¿Está contento de haber venido al rancho?

Angie sonrió.

–Para él, esto es como Disneylandia. Nunca lo había visto tan emocionado.

–¿Y tú? –le preguntó Jordan.

Cuando Angie se colocó a su lado para bajar al comedor, tuvo que hacer un esfuerzo para no ponerle una mano en la espalda.

–Esto no tiene nada que ver conmigo, es por mi hijo.

–No te he traído aquí para castigarte, Angie. ¿Necesitas algo?

–Tiempo, seguramente. Pero no es tu obligación hacerme feliz. Soy mayorcita y puedo arreglármelas sola.

Le llegaba el aroma de su perfume, una fragancia floral que lo hizo tragar saliva y volver atrás en el tiempo.

Solo había querido consolarla aquella noche de Año Nuevo, pero le había resultado imposible controlar la situación. Cuando rozó su muslo desnudo, el deseo se había apoderado de él y no había pensado en las consecuencias.

Afortunadamente, la bofetada de Angie hizo que recuperase el sentido común, pero ese recuerdo se le había quedado grabado en la memoria. El daño estaba hecho y no había manera de dar marcha atrás.

–No me he disculpado por haberte despertado anoche –empezó a decir ella–. Pero es que Lucas estaba tan asustado…

–Hiciste lo que debías. Además, no me despertaste. Estaba ocupado. Me habría gustado ir esta mañana para ayudarte a guardar las cosas, pero tenía una reunión urgente en la ciudad. Acabo de llegar a casa.

–Una reunión –repitió Angie–. Justin siempre decía que los negocios eran el amor de tu vida y que a veces tenía que sacarte a la fuerza de tu despacho para que pasaras un rato con la familia.

Habían llegado al primer piso. La luz del salón estaba apagada, pero les llegaba la luz del comedor.

–Hay muchas maneras de ocuparse de la familia –dijo él–. Si no fuera por mis negocios, tendríamos que haber vendido parte del rancho para conservarlo. Imagina casas horribles en todas direcciones… –Jordan sonrió–. ¿Tienes hambre?

–Sí, mucha.

La sonrisa era forzada. Estar con Angie reabría viejas heridas, probablemente tanto para ella como para él. ¿Pero durante cuánto tiempo podrían mantener aquella farsa?

La mesa era una reliquia de los tiempos en los que el rancho estaba siempre lleno de invitados. Esa noche, Angie y Jordan se sentaron solos para cenar pollo asado con una ensalada verde. Carlos, el tímido sobrino de Marta, se mostró amable con ella mientras servía la cena. Claro que él no estaba allí cuatro años antes, pensó Angie. Y tal vez no habría conocido a Justin.

Luego miró a su compañero de mesa. Ella nunca había tenido ningún problema para distinguir a Justin y Jordan, pero esa noche, con Jordan haciendo un esfuerzo por mostrarse amable, el parecido era increíble. Salvo por lo incómodo de la situación, podría haber sido Justin quien estaba a su lado, sonriendo y charlando sobre cosas sin importancia.

–Mañana no tengo nada que hacer y he pensado que a Lucas le gustaría ver el rancho… contigo, claro.

¿No había decidido mantener las distancias? Angie tuvo que contener el deseo de recordárselo.

–Qué coincidencia, tampoco yo tengo nada que hacer mañana.

–Podemos ir a caballo y organizar una merienda a la orilla del río. Tenemos una yegua muy dócil para Jordan.

–Suena bien.

El silencio se volvió incómodo y Angie intentó encontrar un nuevo tema de conversación.

–Me sorprende que no te hayas casado.

–Lo estuve, hace tres años. Pero, como ves, no salió bien.

–¿Puedo preguntar qué pasó?

–Lo que era de esperar: ella quería una vida social y yo estaba siempre trabajando. Yo quería una familia, ella quería pasarlo bien y apareció otra persona –Jordan tomó un sorbo de vino–. Aunque no puedo decir que la culpe por lo que pasó. Después de seis meses, los dos decidimos separarnos.

–¿Tú querías una familia? –le preguntó Angie, sorprendida.

–Tras la muerte de Justin pensé que le debía a mis padres intentar que el apellido Cooper no se perdiera, pero no fue buena idea. No tengo paciencia para ser un marido decente, y mucho menos para ser un padre decente.

Angie sintió un escalofrío. ¿Era por eso por lo que había llevado a Lucas allí, para tener un heredero?

Era una carga terrible para un niño tan pequeño. Aunque debería haberlo imaginado. Jordan no estaba pensando en Lucas, estaba buscando una manera conveniente de librarse del deber hacia su familia.

¿Qué significaría eso para ella? ¿Estaría planeando echarla de allí tarde o temprano? ¿Y si decidía marcharse? ¿Y si conocía a alguien y decidida casarse? ¿Pediría Jordan la custodia del hijo de su hermano?

Angie miró su plato, sin apetito.

–Debería subir a la habitación. Puede que Lucas esté despierto y se haya asustado al encontrarse en un sitio que no conoce.

–Iré contigo –se ofreció Jordan.

–No hace falta. Termina la cena –Angie se levantó a toda prisa para dirigirse a la escalera, pero con las prisas golpeó la esquina de una mesa…

Algo cayó al suelo, haciéndose pedazos. Su primer pensamiento fue que debía ser algo carísimo. Que ella supiera, Meredith Cooper nunca había pagado menos de mil dólares por cualquier pieza de cerámica.

Su segundo pensamiento fue que ese algo le había hecho un corte porque sentía un dolor agudo en la rodilla. Cojeando, se acercó a un taburete.

–¿Te has hecho daño? –le preguntó Jordan, emergiendo de la oscuridad.

–Pagaré lo que haya roto –murmuró ella–. Da igual lo que cueste…

–No te preocupes por eso, toda la cerámica de la casa está asegurada. Vamos a ver qué te has hecho.

Jordan encendió una lámpara y, mientras exploraba su rodilla con los dedos, Angie no podía dejar de notar su proximidad, el sonido de su respiración, el aroma de su colonia.

–Tienes un buen hematoma. Será mejor que te pongas una bolsa de hielo… espera un momento, voy a la cocina.

–No te molestes, estoy bien –murmuró ella, con el corazón acelerado. Tenía que alejarse de Jordan.

–No es ninguna molestia, vuelvo enseguida.

Angie esperó hasta que la puerta se cerró tras él, pero luego se levantó y, cojeando, subió la escalera.

Lucas seguía profundamente dormido. Angie sonrió con ternura. Su hijo era tan precioso, tan inocente. Y ella era la única persona que podía protegerlo.

Solo quería lo mejor para él. ¿Estaba más seguro allí, sin pandillas, sin peligros, o estaría mejor lejos del hombre frío y calculador cuyas intenciones aún no conocía?

En silencio, metió la mano en una de las cajas y sacó una fotografía de Justin. Aquel hombre era el padre de Lucas, no el impostor que se escondía bajo el mismo rostro. Tendría que recordar eso y hacer que su hijo lo recordase también.

 

 

A la mañana siguiente, Jordan estaba tomando café cuando un despeinado enanito apareció en la puerta de la cocina. El remolino de su coronilla tieso, la camiseta azul fuera del pantalón y las zapatillas desatadas.

–¿De verdad no eres mi papá? –le preguntó, después de mirarlo en silencio durante unos segundos.

–De verdad no soy tu papá –Jordan intentaba no pensar en la inesperada emoción que experimentaba al mirar al niño–. Soy tu tío Jordan y así es como debes llamarme. ¿Dónde está tu madre?

–Dormida –respondió Lucas, mirando alrededor–. Tengo hambre. ¿Qué hay de desayuno?

Jordan se levantó. Marta no llegaría hasta las ocho y apenas eran las siete, pero no podía dejar a un niño con hambre tanto tiempo.

–¿Qué te apetece?

–Tortitas.

–Muy bien, veremos lo que puedo hacer.

Después de reunir sartenes y utensilios, Jordan se puso a trabajar. Las primeras tortitas se pegaron al fondo de la sartén y acabaron en la basura, para regocijo de Lucas, pero en el siguiente intento tuvo más suerte y pudo poner tres tortitas decentes en el plato del niño.

Pero Lucas miró las tortitas y sacudió la cabeza.

–¿Qué pasa, no te gustan?

–Mi mamá las hace en forma de osito.

¿Dónde demonios estaba su madre? Jordan suspiró.

–¿Y cómo se hace un osito?

–Así –Lucas colocó las tortitas formando una cara con orejas–. Pero la cabeza es más grande… y se pega.

–No me puedo creer que esté haciendo esto –murmuró Jordan mientras volvía a echar masa en la sartén. Pero, con mucho cuidado, logró hacer algo parecido a un osito–. ¿Qué tal? –le preguntó.

–No son tan bonitas como las de mi madre, pero la próxima vez te saldrán mejor.

Sonriendo, Jordan siguió tomando su café mientras Lucas devoraba el desayuno.

Estaba empezando a darse cuenta de cómo el niño, y la madre del niño, iban a afectar a su ordenada vida. Tenerlos allí no sería fácil, pero si así podía pagar la deuda que tenía con su familia…

–¡Lucas Montoya! ¿Dónde te habías metido? –Angie apareció en la puerta de la cocina, en vaqueros, descalza, despeinada y echando humo por las orejas.

A Jordan se le ocurrieron dos cosas al mismo tiempo: la primera, que incluso a esa hora de la mañana Angelina Montoya estaba guapísima. La segunda, que no le había dado a su hijo el apellido Cooper. Pero tarde o temprano, quisiera ella o no, ese asunto tendría que remediarse.

–El tío Jordan me ha hecho tortitas en forma de osito –dijo Lucas, sonriendo de forma irresistible.

–Ah, vaya –murmuró ella, sacudiendo la cabeza–. No tenías que hacerlo, Jordan. Llevo años haciéndole el desayuno a mi hijo y no hay razón para que eso cambie.

Lo miraba como si hubiese intentado secuestrar al niño, pero Jordan entendió el mensaje.

–Yo estaba aquí y Lucas tenía hambre –respondió–. Siéntate y haré tortitas para ti también. ¿Quieres ositos?

–Solo café, yo me haré el desayuno.

–Las tazas están en ese armario –Jordan intentaba mostrarse alegre–. ¿Le has dicho a Lucas que vamos a montar a caballo?

–¡Como los vaqueros! –exclamó el niño.

–Tal vez –dijo Angie–. Primero toma el desayuno, ve a lavarte y haz tu cama. Luego ya veremos.

–¡Seré tan rápido como el rayo, ya lo verás!

Lucas limpió su plato y salió corriendo de la cocina. Riendo, Angie fue tras él.

Jordan la siguió con los ojos. Era una buena madre, cariñosa y protectora, pero firme. Había educado bien a Lucas, pero el niño era un Cooper y Justin hubiera querido que heredase el rancho y el dinero que le correspondía.

Aunque estaba empezando a darse cuenta de lo que había hecho. Aquel no era un arreglo temporal. El hijo de Justin era menor de edad y, por el momento, Angie tenía la custodia, de modo que podría marcharse al día siguiente y llevárselo donde quisiera. Incluso podría casarse y darle el apellido de otro hombre.

Pero él no dejaría que eso pasara.

No podía devolverle la vida a Justin o cambiar los trágicos eventos que él había puesto en marcha sin querer, pero hacer que el hijo de su hermano formase parte de la familia Cooper sería una forma de redención.

Necesitaría un buen abogado para asegurar el sitio de Lucas en la familia y el proceso legal podría durar algún tiempo, especialmente si Angie no quería saber nada de los Cooper. Por el momento, dependía de él que tanto Angie como el niño fuesen felices allí.

 

 

A las nueve habían tomado el camino. La dócil yegua de Angie se movía despacio y Lucas reía, encantado.

El camino, rodeado de pinos piñoneros, bajaba hasta un arroyo rodeado por árboles de yuca. Angie sabía que a lo lejos el camino se estrecharía, terminando en una cascada que caía por la pared de un cañón.

Había estado allí con Justin más de una vez y, después de nadar un rato, habían hecho el amor sobre una manta, disfrutando del sonido de la cascada…

En aquel momento, Jordan iba delante de ella sobre su espléndido palomino, que solía ser el favorito de su hermano.

Sintió que le ardía la cara al recordar la noche anterior, cuando Jordan le había tocado la pierna…

La intensidad de su repuesta la había asustado. Intentaba decirse a sí misma que era por su parecido con Justin, pero esa no era una explicación aceptable. Justin había muerto y tras ese rostro tan querido había una persona completamente diferente.

Aquel día, con unos vaqueros gastados, una camisa de cuadros y un viejo sombrero Stetson, Jordan parecía más relajado que nunca.

Lucas no dejaba de hacer preguntas a las que él respondía con sorprendente paciencia.

–¿Eres un vaquero de verdad, tío Jordan?

–No, yo solo juego a ser vaquero. Pero en el rancho hay vaqueros de verdad. Trabajan aquí, cuidando de las vacas y los caballos.

–¿Yo también puedo ser un vaquero?

–Puedes jugar a serlo, como yo.

–¿Y puedo tener un caballo?

–Lucas –dijo Angie, con tono de advertencia– no debes pedirle tantas cosas a tu tío.

Jordan volvió la cabeza.

–Para tener un caballo propio debes ser lo bastante alto como para montar y cuidar de él. Pero eres lo bastante mayor como para tener un cachorro.

–¡Un cachorro! –exclamó el niño, emocionado.

–Solo si a tu madre le parece bien, por supuesto.

–Hablaremos de ello más tarde –dijo Angie.

Por su hijo, vivirían bajo el mismo techo e incluso se mostraría amable con él, pero no iba a dejarse engañar por esa fachada del tío atento y cariñoso.

Jordan seguía teniendo intenciones ocultas, como siempre.

Llegó la hora del almuerzo. Habían colocado una manta sobre la hierba y, después de comer las empanadas y galletas de piñones que había hecho Marta, Lucas se quedó dormido.

–Parece que vamos a estar aquí un buen rato –Jordan apoyó la espalda en una roca y cruzó los tobillos.

–Sí, me temo que sí.

Su sonrisa, tan parecida a la de Justin, hizo que Angie tragase saliva.

–Sobre ese cachorro… Deberías haberlo comentado antes conmigo, Jordan. Dejar que Lucas se haga ilusiones es injusto para el niño. Y si digo que no, yo seré la mala.

–¿Y por qué ibas a decir que no? El niño necesita jugar y un perro sería bueno para él.

–Tal vez, pero no eres tú quien debe tomar esa decisión –respondió Angie–. Yo soy su madre y yo decidiré cuándo compramos un cachorro.

–Es el hijo de mi hermano. ¿Yo no tengo nada que decir?

–El hijo de tu hermano, es verdad –asintió ella, intentando contener su enfado–. Pero tú solo lo conoces desde hace unos días. ¿Cómo vas a saber lo que es bueno para él? –tuvo que hacer un esfuerzo para controlar las lágrimas.

–Angie, solo he sugerido que podría tener un cachorro.

–Y ahora se ha hecho ilusiones. Deberías haber hablado antes conmigo y yo te habría dicho que esperases un poco.

–¿Por qué esperar? Un cachorro lo ayudaría a acostumbrarse al rancho.

Angie miró a su hijo.

–No parece tener ningún problema para acostumbrarse. ¿Pero y si no nos quedásemos aquí? ¿Tú sabes lo difícil que es alquilar un apartamento cuando tienes un perro? Si tuviéramos que dejarlo aquí, Lucas se llevaría un disgusto tremendo.

–¿Y por qué no ibais a quedaros? –insistió Jordan, irguiéndose.

A Angie se le aceleró el pulso cuando él clavó en ella sus ojos grises.

–No lo sé…

–Te he dicho que esta es tu casa, tuya y de Lucas.

–Puede que te parezca egoísta, pero si encuentro una oportunidad que me lleve a otro sitio, no pienso desperdiciarla. Y no voy a dejar aquí a mi hijo.

–Pero no hay ninguna razón para que busques oportunidades en otro sitio –insistió Jordan–. Nadie ha dicho que tengas que dejar de trabajar. Tendrás tu propio coche y podrás ir a la ciudad cuando quieras. Podrás trabajar, conocer gente… de hecho, he decidido organizar una fiesta este fin de semana.

–¿Y tú? –insistió ella, sin dejarlo hablar–. Tú podrías volver a casarte y tener hijos y entonces seríamos una carga. Tu mujer no nos querría aquí.

–¿Por qué tienes que hacerlo todo tan difícil?

Jordan había levantado la voz sin darse cuenta y Lucas se despertó.

–¿Ya es hora de irse a casa?

–Cuando tú digas, renacuajo.

–¿Puedo ir en tu caballo?

Jordan miró a Angie.

–Eso depende de tu madre.

–Me parece bien –dijo ella, volviéndose para que no viese que estaba enfadada.

De nuevo, si decía que no quedaría como la mala. Parecía hacerlo a propósito.

Jordan subió a Lucas a la silla y se sentó tras él. La sonrisa del niño le iluminaba toda la cara y Angie suspiró. Estaba perdiendo la batalla, pero tenía que proteger a su hijo de aquel manipulador, de aquel hombre que podría romperle el corazón.

 

 

¿Qué había pasado esa mañana? Había intentado ser amable, pero Angie estaba enfadada y, al final, él había respondido del mismo modo. Si Lucas no hubiera despertado habrían terminado peleándose.

Y no tenía nada que ver con el cachorro sino con Justin.

El recuerdo apareció en su mente de nuevo: el puñetazo de Justin, el portazo. Si hubiera sabido lo que iba a pasar después…

Pero no podía cambiar el pasado, solo podía intentar construir un futuro de la mejor manera posible. Por eso necesitaba a Lucas.

Tal vez debería sincerarse con Angie y contarle toda la historia, pero no sería buena idea. Si supiera la verdad sobre la muerte de Justin, y su propio papel en la tragedia, no volvería a dirigirle la palabra. Se llevaría a Lucas y no volvería a verlo.

 

 

Era casi la una de la madrugada cuando Angie bajó a la cocina con una bandeja. Encendió la luz de la campana extractora y enjuagó los platos antes de meterlos en el lavavajillas.

Luego, a oscuras, salió al patio. Un gemido escapó de sus labios mientras se dejaba caer sobre uno de los bancos. No había montado a caballo en mucho tiempo y le dolía todo el cuerpo. Una luna en cuarto menguante brillaba sobre las montañas Sangre de Cristo. La brisa nocturna llevaba ya el frío del otoño…

–Precioso, ¿verdad?

La voz de Jordan hizo que a Angie se acelerase el pulso.

–Sí, es muy bonito.

–He visto luz en la cocina. ¿Necesitas algo?

–No, gracias.

–Te he echado de menos durante la cena. Además, pensaba pedirte disculpas por haber hablado del cachorro sin consultarte.

¿Jordan Cooper disculpándose? El instinto le dijo que se mantuviese alerta.

–Estaba trabajando. Mis clientes dependen de mí para mantener al día sus páginas web.

–Algo me dice que trabajas demasiado –Jordan le puso una mano en el hombro para darle un suave masaje.

Una vocecita le advertía que Jordan Cooper nunca hacía nada sin un propósito y hasta que estuviera segura de cuál era ese propósito no debería aceptar nada de él. Debería apartarse, pero el roce de su mano era tan agradable para sus doloridos músculos…

–¿Te sientes mejor?

Angie tembló cuando tocó el broche del sujetador por encima de la camiseta.

–Sí –murmuró, casi sin voz.

–Imagino que te duele todo después de la excursión. Tenemos un jacuzzi. Si te apetece…

De nuevo, su natural precaución le advertía que dijese que no, pero la idea de meterse en un jacuzzi era tan tentadora.

–No, gracias –dijo, sin embargo.

–Hay un vestidor al lado de la piscina. Mi madre guarda allí bañadores, albornoces y todo lo que un invitado pueda necesitar. Venga, no te quedan excusas. Yo voy a calentar el agua.

Aquello era un error y, mientras buscaba un bañador, Angie lo sabía. Cada minuto que pasaba con Jordan le quitaba otra capa de defensas. Se parecía tanto a Justin y, sin embargo, eran tan diferentes.

Tiró su ropa sobre un banco y, con un albornoz del brazo, salió del vestidor.

Empezaba a hacer frío y una nube de vapor se elevaba del jacuzzi.

Angie dejó el albornoz sobre un taburete y después de meterse en el agua calentita cerró los ojos…

Era como estar en el cielo.

Sonriendo, abrió los ojos y solo entonces se dio cuenta de que no estaba sola. Porque al otro lado del jacuzzi, Jordan le sonreía.

Capítulo Tres

 

 

 

 

 

–No sabía que iba a ser una fiesta –dijo Angie, claramente molesta.

Tal vez pensaba que quería seducirla, pero esa no era la intención de Jordan. Solo esperaba que se relajase, tal vez lo suficiente como para mantener una conversación civilizada que no terminase con ella marchándose a su habitación. Pero verla así, con los rizos enmarcando su cara y esa camiseta mojada pegándose a su piel, le llenaba de todo tipo de ideas la cabeza.

–¿Quieres que haga unos mojitos? –bromeó–. Puedo hacerlos, solo tienes que pedírmelo.

–No, muchas gracias. Este jacuzzi es maravilloso, pero no lo había visto nunca…

–Lo construí para mi madre, para ayudarla con su artritis.

Y su madre no lo había usado nunca, recordó Jordan. Se había marchado del rancho antes de que estuviese terminado.

–¿Qué tal Lucas después del paseo? –le preguntó, para cambiar de tema–. ¿Lo ha pasado bien?

–No habla de otra cosa. De eso y del cachorro –respondió ella, apartándose el pelo de la cara.

Angie no lo sabía, pero sus pezones eran visibles bajo el bañador y Jordan tuvo que apartar la mirada, aunque la erección debía notársele.

Salvo por aquel beso en el coche, Jordan había disimulado siempre lo que sentía.

Pero estaba allí, cálida, sexy. Ya no era la novia de Justin, pero seguía sin estar a su alcance y la ironía lo volvía loco.

Jordan masculló una palabrota. Si intentaba seducir a Angie corría el riesgo de que ella hiciese las maletas, pero en aquel momento era tan apetecible como un helado de tres pisos. Tenía que hacer un esfuerzo sobrehumano para no acercarse a ella y…

¡Maldita fuera!

–Has ganado este asalto, Jordan –dijo ella entonces–. Lucas no me dejará en paz hasta que tenga un cachorro, pero te lo advierto: si vuelves a hacer algo así sin preguntarme antes…

–No te preocupes, he aprendido la lección.

Su mirada traviesa era tan sensual que Jordan tuvo que contener un gemido. Él sabía que no podía hacer nada, pero estaba deseando tocarla y no hacerlo era insoportable.

–No hemos terminado con el masaje –le dijo, con voz ronca.

Angie abrió los labios, pero no dijo nada mientras él se acercaba para seguir dándole un masaje en los hombros. Se había prometido no tocarla de manera inapropiada, pero aquel masaje era solo para relajarla, se dijo a sí mismo.

La oyó contener el aliento cuando hizo presión con los pulgares en la base del cuello. Era pequeña y aparentemente frágil, pero Jordan sabía que Angelina Montoya no era una mujer con la que se pudiera jugar. Y debería recordarlo si iban a compartir casa.

Angie contuvo un gemido mientras le masajeaba el cuello. Lo que había empezado como un casto masaje pronto se convirtió en algo cálido y sensual… Casi había olvidado cómo era el roce de las manos de un hombre.

Sus terminaciones nerviosas parecían despertar a la vida bajo la presión de los dedos de Jordan, que provocaban en ella un deseo inesperado. Estaba perdiendo el control y no podía hacer nada para evitarlo.

Debería decir algo, pensó, hablar sobre cualquier cosa. Pero su mente no parecía obedecerla y Jordan tampoco decía nada. Sus pezones se contrajeron…

¿Cómo sería sentir las manos de Jordan apretándole los pechos? Quería que lo hiciera.

Cuando metió los dedos para masajearle la base de la espalda, el roce le despertó un río de lava entre las piernas.

Jordan subió la mano por la espina dorsal…

Y se detuvo de repente.

–El masaje ha terminado.

–Te hice una promesa y pienso cumplirla, así que vámonos a la cama. Se hace tarde y mañana tengo cosas que hacer.

Con la cara ardiendo, Angie salió y tomó el albornoz.

–¿Tú no vienes?

–En un minuto –respondió él, mirando hacia abajo.

Solo entonces entendió. El aparentemente inocente masaje también lo había afectado a él… y de una forma que un hombre no podía disimular.

Casi corriendo, Angie entró en el vestidor.

¿Cómo podía haber dejado que eso pasara?

 

 

Esa noche, estuvo despierta en la oscuridad durante mucho tiempo, pensando.

Estaba segura de que la había culpado por el accidente de avioneta en el que murió su hermano. Si hubiera aceptado el dinero que le ofrecían y se hubiera marchado, Justin seguiría vivo.

Jordan tenía razones para odiarla.

Lucas, necesitado de una figura paterna, estaba cayendo bajo su hechizo. ¿Estaba hechizándola a ella también?

Su amistoso masaje la había excitado como nunca, dejándola desconcertada, pero Jordan sabía lo que hacía.

¿Cómo podía haber olvidado aquella noche de Año Nuevo en su coche, cuando sus besos la habían hecho desear algo que no debería? Entonces Jordan tenía intenciones ocultas, como las tenía en aquel momento.

Ella solo era una herramienta que usaba para salirse con la suya. Entonces había querido separarla de Justin, en aquel momento quería meterse en la vida de su hijo. Como siempre, quería ganar y estaba haciendo lo posible para conseguirlo.

Ya estaba ganándose el afecto de su hijo, le gustase a ella o no. A Lucas le encantaba el rancho y estaba como loco por tener un cachorro. Si se lo llevase a otro apartamento diminuto sería horrible para él. Tenía que darle a su hijo todas las oportunidades, pero eso no significaba dejar que Jordan Cooper se hiciese cargo de sus vidas.

Había estado a punto de caer en la trampa y la culpa era solo suya.

Su parecido con Justin podría ser la explicación, pero en el fondo Angie sabía que no era así.

Porque esa noche, en el jacuzzi, no había pensado en Justin.

 

 

Jordan detuvo el Mercedes en el camino a las cuatro y media de la tarde y su corazón se detuvo durante una décima de segundo al ver que el viejo Toyota de Angie no estaba frente a la casa. ¿Se habría pasado la noche anterior con el masaje y habría hecho las maletas?

Enseguida suspiró, aliviado, al recordar que había decidido llevar a Lucas a la perrera para que eligiese un cachorro.

Pero tendría que comprarle un coche nuevo, pensó. Los neumáticos de su Toyota eran viejos y sospechaba que el motor estaba a punto de pararse. O algo peor: podría provocar un accidente y él quería que Angie y Lucas estuvieran a salvo.

Pero esperaba que no se pusiera tan cabezota con el coche como con el perro.

Y hablando del perro… Jordan se preparó cuando vio el Toyota acercándose por el camino. De niños, Justin y él tenían un precioso golden retriever llamado Sunny y había esperado encontrar uno similar para Lucas.

Se quedó donde estaba mientras Angie salía del coche y abría la puerta para desabrocharle el cinturón de seguridad a Lucas. El niño bajó de un salto, con una correa roja en la mano.

–¡Mira, tío Jordan! –gritó, tirando de la correa–. ¡Se llama Rudy!

El perro que bajó del coche había pasado la edad de cachorro y no era de una raza determinada. De pelo corto marrón y blanco, con las orejas y la nariz largas, era una mezcla de varias razas y el tamaño de sus patas dejaba claro que aún tenía que crecer.

Jordan contuvo un suspiro.

–¡Ven aquí, Rudy! –lo llamó Lucas, tirando de la correa.

El perro miró alrededor tímidamente y luego se lanzó a las piernas de su nuevo amo. Tenía los ojos más tristes que Jordan había visto nunca.

–Iban a… ponerle una inyección –dijo Angie– y Lucas lo ha salvado. Mira qué cara, Jordan. Si algún animal ha necesitado amor…

Él suspiró. El perro no era una belleza, pero la expresión de Angie era tan encantadora que le hubiera gustado tomarla entre sus brazos y besarla hasta que la tuviese gimiendo.

–¿Qué tal si le damos un baño, Lucas? Puedes llevarlo al garaje mientras yo me cambio de ropa y busco un barreño grande. Y tú también deberías cambiarte de ropa, por cierto.

Cuando Jordan volvió al patio con el barreño la encontró allí, en vaqueros y chanclas. Llenaron el barreño de agua y echaron jabón líquido, que Rudy miraba con muy mala cara.

Jordan intentó tomarlo en brazos para meterlo en el agua, pero el animal se pegó a Lucas como si fuera a matarlo.