Entre risas y algún que otro llanto - Liu Zhenyun - E-Book

Entre risas y algún que otro llanto E-Book

Liu Zhenyun

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Beschreibung

Liu Zhenyun nos lleva en esta novela de un lado a otro en todos los sentidos: de ciudad en ciudad, de década en década, de generación en generación... y del mundo real al fantástico. La dureza de la vida diaria de la clase obrera y urbana china se ve salpicada de leyendas, fantasmas y rituales que, paradójicamente, no desentonan, sino que parecen tan cotidianos como vender verduras en un mercado o cocinar manitas de cerdo en un restaurante. Salvando las distancias culturales y geográficas, Entre risas y algún que otro llanto nos recuerda a un realismo mágico embrionario, de pequeños chispazos de irrealidad tan reales como la vida misma. De leyendas y advertencias. De muertos que se aparecen para atormentar a los vivos... o para pedirles ayuda.

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ÍNDICE

Prólogo. Los cuadros del tío sexto

PARTEI• Doña Florencia

PARTEII• Cereza

Capítulo I.Aquellos años

Capítulo II. Veinte años después

Capítulo III.Otros veinte años

PARTE III• Clarencio

PARTE IV• Chistes seleccionados y chistes olvidados

PARTE V• Biografía de Doña Florencia

Zhenyun, Liu

Entre risas y algún que otro llanto / Liu Zhenyun ; trad. de Liljana Arsovska. – México : Siglo XXI Editores, 2023

277 p. ; 13.5 x 21 cm – (Colec. La creación literaria)

Título original: Yirisanqiu

ISBN: 978-607-03-1357-8

1. Novela China – Siglo XX 2. Argumentos (Drama, novela, etc.) 3. Leyendas I. Ser. II. t.

LC PL2879.C376 E57

Dewey 895.136 Z636e

diseño de portada e interiores: sehacenlibros.com

© 2023, siglo xxi editores, s.a. de c.v.

isbn 978-607-03-1357-8

isbn-e 978-607-03-1358-5

primera edición en chino, 2021

© Changjiang New Century Culture and Media Ltd. Beijing, China

título original: yirisanqiu

derechos reservados conforme a la ley

Prólogo

LOS CUADROS DEL TÍO SEXTO

Ahora que he terminado esta novela, y haciendo una retrospección, quiero, en primer lugar, aclarar la intención de escribirla: la creé en honor al tío sexto, en honor a sus pinturas.

Puesto que fue el sexto hijo de la familia, de joven le decían “pequeño Liu” o “hermano Liu”. Ya de adulto, los jóvenes nos referíamos a él como “tío sexto”. Solía tocar las cuerdas en la Compañía de Ópera de Henan del condado de Yanjin.

Cuando tenía ocho años, esta compañía hizo audiciones, y estuve entre los estudiantes que hicieron la prueba. Tras cantar algunas estrofas en el escenario, el director me bajó a rastras:

—Qué talento, suenas como un pollo acribillado. ¡Hay que esmerarse para cantar tan mal!

En esos tiempos, mi madre vendía salsa de soya en el supermercado de la calle Este de la cabecera del condado. Después de mi audición, el tío sexto fue a verla.

—Hermana Liu, hice todo lo que pude por mi sobrino en el escenario, ajusté las cuerdas a los tonos más bajos y ni así lo seleccionaron.

—El barro no escala paredes —respondió mi madre.

Además de tocar las cuerdas, el tío sexto también pintaba los escenarios de las obras.

Más tarde, cuando todas las familias compraron un televisor y dejaron de asistir al teatro, la compañía se disolvió. El tío sexto cambió de oficio a albañil en la fábrica de maquinaria estatal del condado. Ésta también cerró, así que cambió a mecánico en la fábrica de hilado de algodón del condado. Con sus nuevos oficios, el tío sexto nunca más volvió a tocar las cuerdas, pero el año en que se volvió mecánico recogió los lienzos del teatro y se puso a pintar en casa. Además, para las Fiestas de Primavera, se dedicaba a escribir coplas alusivas para venderlas en el mercado, con la finalidad de apoyar la economía familiar.

Un año, durante el Festival del Medio Otoño, volví a Yanjin para visitar a mis familiares y me encontré con el tío sexto en la calle. Al recordarle mi antigua intención de cantar en la compañía, éste me dijo:

—Por suerte no pasaste la prueba, o estarías desempleado. —Los dos reímos—. Escuché que ahora escribes novelas.

—Me desvié, tío —le dije y añadí para incluirlo en la conversación—: Escuché que ahora pintas.

—Tu tía me regaña todos los días argumentando que estoy loco. Le digo que los nervios me hacen daño y que debo hacer algo para matar el tiempo e intentar no morir de aburrimiento.

—Por el mismo motivo escribo mis novelas, tío, para nada pretendo ascender al cielo. —Ambos reímos de nuevo.

Más tarde, le di algunos libros míos y, a cambio, me invitó a ver sus cuadros. Con el tiempo, se convirtió en una costumbre: cada año, en el Día de los Muertos, durante la Fiesta de los Botes del Dragón, el Festival del Medio Otoño o la Fiesta de Primavera, regreso a mi tierra natal para visitar a mis familiares y ver, de paso, las pinturas del tío sexto en su casa.

A veces lo veía pintar. El tío sexto retrataba principalmente el condado de Yanjin, pero su Yanjin es muy distinto al real. Éste no se encuentra junto al río Amarillo; sin embargo, en la pintura la ciudad colinda con el agua turbulenta de este río con un ferri en la orilla. Yanjin es una llanura sin montañas, pero en las pinturas del tío sexto la ciudad tiene a sus espaldas enormes montículos, uno detrás de otro, con los picos llenos de nieve que nunca se derrite.

Durante una visita en la Fiesta de los Botes del Dragón, observé en una de sus pinturas a una hermosa joven que se carcajea entre árboles de caqui, cuyos frutos rojos amontonados parecen linternas rojas.

—¿Quién es esta persona y por qué se ríe tanto? —le pregunté a mi tío.

—Es un hada que llegó a Yanjin por error. Ella entra a través de los sueños de la gente para escuchar chistes, lo hace por diversión. Además —aseveró el tío sexto—, ¿quién en Yanjin no ama los chistes?

Contemplé otra imagen en la que un grupo de hombres y mujeres ríen con las bocas abiertas de par en par, tan cerca unos de otros que pareciera que tienen las cabezas casi pegadas entre sí. En otro cuadro, me pareció curioso, hay un grupo de personas con rostro serio y ojos cerrados.

—Entiendo a los sonrientes —le dije—, pues a los de Yanjin nos gustan los chistes, pero ¿por qué aquéllos están serios y tienen los ojos cerrados?

—Fueron aplastados por un chiste hasta morir —y luego aclaró—: A unos les gustan los chistes y a otros no; justo éstos murieron de tanta seriedad.

Otro cuadro: en un restaurante, una persona está acostada debajo de la mesa, rodeada de una gran multitud. Entre las sobras en el mantel, en uno de los platos hay una cabeza de pescado muy sonriente.

—¿Qué le pasó a este hombre en el suelo?

—Mientras comía su pescado, alguien de la mesa de al lado contó un chiste; él se carcajeó, una espina se le atoró y el pobre murió, por la espina o por el chiste, como le quieras decir. Este cuadro se titula Prohibido contar chistes en lugares públicos.

—¡Vaya, qué posmoderno me saliste!

El tío sexto me estrechó la mano y concluyó:

—No entiendo estos términos, sólo me divierto pintando.

—Pintas el mundo, tío —le respondí, pero éste negó con la cabeza.

—¡Las palabras no alcanzan para expresar el significado!

Ese día, la esposa de mi tío sexto estaba en la casa durante mi visita. Cuando era joven, ella también cantaba en la compañía, la hacía de guerrera, valiente y poderosa. Cuando la compañía se disolvió, se dedicó a envolver dulces con papel de azúcar en la fábrica del condado. De repente, la tía interrumpió nuestra conversación:

—Ya que quieres pintar, ¿por qué no pintas algo útil?

—¿Qué es útil? —inquirió el marido.

—Pinta algunas flores rebosantes que atraigan riqueza, pájaros exuberantes postrados en ramas, un ave fénix encarando al sol, algunos guardianes de la casa o, aunque sea, coplas de primavera, que ésas pueden venderse en el mercado. Has gastado mucho dinero en lápices, pinceles, tinta, papel, piedra de entintar y colores.

El tío sexto no respondió, pues no había nada que responder.

En otra de mis visitas anuales, observé en un cuadro nuevo a una mujer sobre el río Amarillo ascender como Chang'e1 hacia la luna.

—¿Quién es esta mujer?

—Un fantasma —se limitó a decir.

—Pero ¿quién es? —insistí.

—Solía cantar en el teatro y éramos cercanos —contó en un susurro. La tía no estaba ese día en casa—. Luego se casó y, finalmente, por un puñado de puerros, se ahorcó. La soñé bailando en el río, ella saltaba y volaba. Oye, ¡no le digas a tu tía!

En otra ocasión, durante un Festival del Medio Otoño, en otro cuadro un hombre con una mujer en el vientre sube a un tren. Señalé a la mujer:

—¿Quién es?

—Otro fantasma.

—¿Por qué se oculta en el estómago de alguien?

—Los muertos se adhieren a otros para buscar a sus seres queridos —explicó el tío sexto.

En una visita durante el Día de los Muertos, me tocó un cuadro del Infierno, lleno de pequeños fantasmas en pleno sufrimiento: a unos les cortan la nariz, a otros les arrancan los ojos, a otros los cortan por la mitad, los machacan, otros más arden entre llamas o se desangran sobre espadas; casi podía escuchar los aullidos de las pobres criaturas. En la misma escena, Yama2 ríe a carcajadas.

—¿Por qué Yama se ríe en medio de una escena tan sangrienta? —pregunté en esa ocasión.

—Antes de morir, un fantasma contó un chiste. Yan Luo le preguntó si era de Yanjin. —Vaya si me reí con su explicación, a lo que mi tío agregó—: ¡A la gente de Yanjin nos encanta reír!

Vi otro cuadro en el que un hada taoísta murmura palabras mientras con una aguja de acero clava figurillas humanas de papel en una tabla. El título del cuadro es Sin odio, sin rencor.

—Ya que no hay odio ni rencor, ¿por qué clava a la gente?

—Es una profesión —respondió, y yo sentí sudor frío recorrer mi espalda.

Mi tío también pintaba personas de su vida cotidiana, como Wu, el Trompudo, quien vendía sopa de cordero en el paso Norte; Zhu, que cocinaba manitas de cerdo en el paso Oeste; el ciego Dong, el adivinador de la calle Este, el barrendero Guo Baochen y a otros más. Su técnica era muy realista. Mientras señalaba el cuadro de Wu, comentó:

—Nadie en el condado hacía mejor caldo de oveja… Lástima que muriera al cumplir los cuarenta. Se puso muy gordo y dejó de sonreír, andaba siempre preocupado por todo. El Trompudo murió aplastado por pensar tanto. —Luego señaló al ciego Dong—: Éste ha estado diciendo tonterías toda su vida. Cuando algo te perturba, acudes al ciego; cuando algo simplemente se tuerce, lo buscas para que lo destuerza. —Pasó al cuadro de Guo Baochen—: Guo toda su vida fue barrendero. El viejo Dong le dijo que en su vida anterior fue primer ministro y que mató a gente a diestra y siniestra. Guo era tonto, pero su hijo se fue a estudiar al Reino Unido, a eso se le llama “destorcer lo torcido”.

El tío sexto dibujó a lápiz un cuadro grande de dos metros cuadrados. En el cuadro estaban todos los compañeros de la compañía de teatro de su juventud, cada uno con su expresión característica. El tío sexto comenzó a señalar a los personajes del cuadro:

—Éste se llamaba Chen Zhangjie. Cuando la compañía se disolvió, su esposa se suicidó bebiendo pesticida; él huyó a Wuhan y trabajó como carbonero en el depósito de locomotoras. Éste es Sun Xiaobao, hacía de payaso en la Ópera de Pekín, y al quedar desempleado se fue a Daqing como perforador en el campo petrolero más grande de China. Este niño de cuatro a cinco años es Clarencio, el hijo de Chen Zhangjie; nadie supo por qué salió de Yanjin y se estableció en Xi'an. —Una mujer en el cuadro le arrebató un susurro—: Ella es la que baila en el río Amarillo.

No estaba enterado de que el tío sexto tuvo a una confidente en ese entonces. Miré de cerca y dije:

—¡Es hermosa!

—No hay que revolver las aguas pasadas. Siete u ocho de éstos ya se fueron, otros ni siquiera aparecen, pues palidecieron en mis recuerdos.

Durante un Festival de Primavera, vi una pintura de un niño corriendo a lo largo del ferrocarril, con una cometa flotando en el cielo y una vaca vieja detrás de él.

—¿Por qué este chico corre en las vías?

—Lo hace en contrasentido del tren, el título del cuadro es Al revés—me explicó.

—¡Qué chico tan descuidado! —exclamé.

—¿Cuántas veces en la vida hemos corrido en contrasentido del tren? —Mi tío tenía razón y asentí.

El tío sexto dibujó también un pergamino de diez metros de largo, como el cuadro Qingming Jie3. Este boceto meticuloso era el mercado pegado al ferri de Yanjin, con la particularidad de que la gente vestía atuendos de la dinastía Song. Están impresas olas altas en el río Amarillo, un flautista bajo los sauces de la orilla, un lanchero y un pescador parado en la proa de la embarcación. Lo que el pescador tiene en la red ni era una carpa del río Amarillo, ni una langosta, ni un huachinango, sino ¡una sirena! Carros, cargadores y pastores de ganado caminan por el puente sobre el río; en la puerta de una tienda debajo de éste hay una placa que dice: “Un día, tres otoños”. Señalé la placa y pregunté:

—Tío, pocas placas dicen eso. Por lo general rezan “Riqueza abundante y prosperidad floreciente” o algo por el estilo.

El tío sexto se echó a reír:

—Ese día el tallador estaba borracho y, al no poder escribir “Riqueza abundante y prosperidad floreciente”, caracteres con demasiados trazos, se limitó a escribir “Un día, tres otoños”, una frase con menos líneas.

El tío sexto también dibujó bellos bocetos de animales, como perros, gatos, zorros y comadrejas, cada uno con mirada fuerte; un mono, apoyado en el sauce cerca del ferri, dormido con las manos en el vientre, con un collar alrededor del cuello y una cadena en su panza atada al sauce en su otro extremo. La cabeza y el cuerpo del mono se aprecian repletamente cubiertas de cicatrices vivas.

—Observa el cuero de sus nalgas y de sus pies, grueso como monedas de cobre. Creo que no es muy joven este mono —le comenté a mi tío.

—Éste es mi autorretrato.

—¿Por qué está lleno de golpes el mono? —cuestioné señalando las cicatrices.

—Ya no tiene edad para el circo y se niega a hacer maromas, lo que no le gusta a su adiestrador, por eso lo castigó.

Cuando volví durante el Festival del Medio Otoño4, escuché que la tía sexta había caído en depresión. Fui a ver las pinturas del tío y supe de inmediato que la situación era distinta. Cuando te deprimes, no hablas; por su parte, la tía, llena de rabia, no dejaba de despotricar contra el tío, pues argumentaba que la insatisfacción de toda su vida tenía que ver con su marido. Con la cabeza gacha y en silencio, el tío sexto señalaba sus cuadros. Pero ¿qué ganas iba yo a tener de apreciar sus pinturas en medio de aquel alboroto? Después de ver unas cuantas, salí con la excusa de que tenía invitados en casa.

Cuando volví el año pasado durante el Festival de Primavera, me enteré de que el tío sexto había fallecido de un infarto de miocardio. Llevaba muerto más de un mes. Cuando fui a su casa, el tío sexto era una imagen en la pared. Hablando con la tía, me enteré de que la mañana funesta, el tío sexto estaba tomando sopa picante caliente, inclinó la cabeza de repente y murió. La tía contó que lo llevó al hospital sin ningún resultado, por lo que informó a familiares y amigos y organizó el funeral. Hablaba tan rápido que parecía cantar o recitar líneas bien aprendidas y muchas veces repetidas. De repente, recordé algo y la interrumpí intempestivamente:

—¿Dónde están sus cuadros, tía?

—Los quemé el día que murió.

—¿Cómo pudiste quemar cuadros tan bonitos? —Me quedé atónito.

—Excepto a él, a nadie le gustaban esos garabatos.

—Tía, a mí me gustaban.

La tía sexta se golpeó las manos y argumentó:

—Ay, me olvide de ti. Si te hubiese recordado, te los hubiera guardado —y añadió—: Ni la gente puede resucitar de entre los muertos, ni el papel reducido a cenizas se puede recuperar, ¡ni modo! Las cenizas de los cuadros del tío sexto seguramente flotan ahora en algún lugar.

Esa noche, soñé con el tío sexto. En el muelle nevado, el tío con bata blanca mortuoria se retorcía como si cantara ópera. Entre copos pesados de nieve, en el cielo se veían todas sus pinturas. En mi sueño, él tomó mi mano y cantó: “¿Qué hacer?, ¿qué hacer? ¡Yo no sé!, ¡yo no sé!”. Me sobresalté y me fue imposible recuperar el sueño.

Un mes después, decidí resucitar las pinturas del tío sexto de las cenizas; como no sé pintar, decidí unir las diferentes imágenes que conocí y escribir una novela. Mejor dicho, como nunca más volveré a ver sus pinturas, decidí escribir esta novela para conmemorar al tío sexto y recordar para siempre el Yanjin de sus lienzos.

Sin embargo, no es fácil verter pinturas en una novela. Las pinturas son fragmentos de vida, casi siempre sin conexión. Por su parte, la novela debe tener personajes e historias coherentes. Además, algunas pinturas del tío eran posmodernistas: las personas y el paisaje deformados, exagerados, resucitan y mueren; en otros cuadros había dioses y fantasmas; y otros eran muy realistas y reflejaban la vida y personas de su cotidianidad. Eran, pues, estilos muy diferentes.

Las pinturas son imágenes que pueden ser creadas por separado, pero en la novela, el estilo y el contenido deben ser uniformes. Después de escribir dos capítulos, consideré rendirme, pero luego pensé que me dedico a las letras porque no sé matar pollos y, además, puedo producir letras que traen alegría, y yo quiero ayudar a mi tío a luchar contra el olvido. No me prometí absoluta veracidad, pero no quise rendirme a la mitad del camino.

En la escritura traté de casar la distorsión y la exageración con el paso abierto entre la vida y la muerte; a los dioses y fantasmas de sus pinturas posmodernistas, con los bocetos de la vida común y ordinaria. En unos capítulos prevalece la realidad y en otros abundan hadas, dioses, fantasmas y, a la vez, trasgresiones entre el aquí y el más allá. Los blogueros sonreirán y creo que el lector no será indiferente.

En cuanto a los protagonistas, seleccioné a algunas personas del retrato grupal de dos metros cuadrados de los personajes de la compañía de ópera y los dejé recorrer la novela. Por supuesto, una de las heroínas es la confidente de tío sexto, pues todos mis personajes fueron cercanos a él. Otra característica de los protagonistas es que todos abandonaron Yanjin, porque creo que aquellos que se fueron de un sitio son los que mejor lo conocen.

Todos los cuadros del tío sexto eran sobre Yanjin, ésta es otra diferencia entre la novela y su obra. Si me he salido un poco de la pintura, por favor, no culpen al tío sexto; la novela necesita espacios para crecer. Además, puesto que sus pinturas desaparecieron y son sólo recuerdos del pasado, mi novela está llena de recuerdos de los recuerdos. Si dibujé un perro en lugar de un tigre, no culpen al pintor. Partes de la novela le son fieles y otras no. Cuando comencé a escribir, no imaginé eso. Al fin y al cabo, el corazón de un niño refleja el cielo y la tierra, y el tío sexto dijo una vez que Yanjin ama reír, y tal vez todo esto es sólo un buen chiste.

Gracias a todos los lectores de esta novela, en mi nombre y en nombre de mi tío sexto.

LIU ZHENYUN

1Chang'e, la diosa de la luna.

2El rey Yan en la mitología china es la deidad de la muerte y rey del inframundo.

3Qingming Jie es un festival tradicional chino conocido también como el día de barrer las tumbas de los ancestros. La fecha se determina conforme el calendario lunar.

4El Festival de Medio Otoño, conocido también como el Festival de la Luna, esunade las fiestas tradicionales chinas del calendario lunar.

ENTRE RISAS Y ALGÚN QUE OTRO LLANTO

PARTEI• DOÑA FLORENCIA

A la tía Florencia le gustaban los chistes. La gente preguntaba:

—Tía, ¿de dónde vienes?

—De la montaña Galán Anhelado —contestaba ella.

—¿A qué te dedicas?

—Busco chistes por el mundo.

—¿Por qué aún hay escarcha en tus cejas?

—La nieve de la montaña nunca se derrite —decía la tía Florencia con una canasta en el brazo llena de caquis rojos como linternas.

La tía Florencia no buscaba chistes durante el día, sino por la noche.

No era originaria de Yanjin. Llegó a la ciudad tiempo atrás para esperar a alguien en el muelle: a Florencio. Esperó más de tres mil años, pero Florencio nunca apareció. Le decía a la gente que ellos dos hicieron una promesa, aunque tal vez Florencio habría cambiado de idea. Cansada de tanta espera, se sentó junto al río y, mientras se lavaba los pies, habló con el agua:

—Oh, agua, agüita, tú sí eres de fiar. —Se instalaba en el muelle todos los días a la misma hora.

—Tía Florencia, no soy la misma agua de ayer, también acabo de llegar hoy —le habló un día el caudal.

—Por suerte, el río que te lleva siempre está aquí y así tengo a dónde ir todos los días —dijo en un suspiro.

—Si el agua es diferente, el río también lo es —insistió el agua.

Florencia le habló a un grupo de gansos que volaban sobre en el cielo:

—Gansos, gansitos, migraron el año pasado y este año regresaron exactamente en la misma fecha.

—Tía, no somos los mismos —le respondió una gran oca—. Los viejos del año pasado hace tiempo que murieron en el sur.

Alrededor de la época del reinado de Huizong, de la dinastía Song, algunas grullas y faisanes dorados llegaron al río, fue cuando Florencia comprendió que su espera se había convertido en una gran broma, y ese día se convirtió en una montaña llamada Galán Anhelado.

Más tarde, el mundo supo que Florencia no era mujer, sino una piedra que con el tiempo se convirtió en una montaña. La piedra tiene el corazón duro, pero ¿quién se iba a imaginar que el corazón de Florencia era blando como la espuma? Justo esa ternura le hizo mucho daño. El tiempo pasó, cruzó la dinastía Song, los decenios se hilaron uno tras otro y así tres mil años de anhelo e insatisfacción convirtieron a Florencia en hada inmortal, eternamente bella y joven. Con miles de años encima, aún se ve como una niña de diecisiete o dieciocho años.

Unos dijeron que Florencia ya no podía esperar y que lloró hasta morir. Después de renacer, no soportaba ver lágrimas, por lo que sólo quería escuchar chistes en los sueños de la gente. Pero no todo el mundo sabe contar chistes.

Florencia llega a tus sueños y te pide un buen chiste. Si le cuentas uno que no la hace reír, ella no se enoja y demanda: “Llévame a tomar un tazón de sopa picante”. ¡¿Quién puede cargar una montaña a sus espaldas?! Te la montas a la espalda y mueres aplastado o, mejor dicho, mueres aplastado por tu mal chiste. Pero si la haces reír, saca de su canasta un caqui rojo y te lo obsequia.

También hay chicos de la calle que cuentan buenos chistes y hacen que a Florencia le dé un ataque de risa. Después de divertirse sin par y comer caqui, lo justo es que ambos se separen y cada quien tome su camino, pero Florencia, de tanto reír, se sonroja, se inclina sobre el chico viéndose mucho más hermosa de lo habitual; en el sueño, el chico se pone más valiente de lo que sería en la realidad y así, estando los dos muy cachondos, ella se le insinúa. Tener relaciones sexuales con una piedra es en sí una broma.

Un día Florencia, feliz y acalorada de tanto reír, accedió a los deseos de un chico. Los dos se desnudaron, y al tocarse, se derritieron en un inmenso e incomparable placer. A la mañana siguiente, la familia encontró el cadáver del chico desnudo en la cama. Al voltearlo, encontraron la cama muy húmeda. Lo llevaron al hospital y supieron que la cama húmeda no tenía que ver con su muerte, pues el chico llanamente murió de un infarto de miocardio. Por supuesto, no todos los infartos de miocardio en Yanjin están relacionados con Florencia, algunos son infartos y ya.

Otro chico hizo reír a Florencia con sus chistes; al verla contenta, le dijo:

—Florencia, siempre le pides a la gente buenos chistes, ¿por qué tú no me cuentas uno?

Como estaba de buen humor, Florencia accedió:

—Desde la dinastía Song, el nombre de mi montaña ha sido Galán Anhelado. Decidí cambiarle el nombre, ya es hora pues…

—¿Cómo se llama ahora tu montaña? —preguntó el hombre.

—Anhelado lo cambié por Olvidado, y ahora mi monte se llama Galán Olvidado.

—Florencia, al decir que olvidaste a alguien, es porque lo recuerdas más que nunca.

—¡Dime si eso no es ridículo! —respondió Florencia y el hombre se echó a reír.

Desde entonces, cada que Florencia le exigía a alguien contar un chiste, le preguntaba si también quería un chiste de vuelta. Todo el mundo sabía que ella iba a contar la historia de cómo cambió “Anhelado” por “Olvidado”, a lo que repetían siempre lo mismo:

—¡No gastes tu aliento, Florencia, te vas a cansar!

También había personas que la hacían reír sin esfuerzo alguno, entonces Florencia les decía:

—¡Talentoso, muy talentoso!

A esos chistosos les regalaba un caqui rojo y le otorgaba a la familia tres años de gracia sin la necesidad de contar chistes. Por supuesto, en tres mil años hubo muy pocos talentos de esos.

Algunos le dijeron:

—Florencia, el mundo es grande. Sal de Yanjin, ve a pasear.

—Es demasiado tarde. El mundo es grande y quiero pasear, pude dejar Yanjin antes de convertirme en una montaña. Ahora, llámese Galán Anhelado o Galán Olvidado, soy un monte que no puede moverse, y por eso permanezco en Yanjin. Lo único que me queda es anhelar u olvidar el mundo fuera de aquí.

Debido al inminente y constante peligro, la mayoría de las personas en Yanjin piensan en chistes y los repiten en silencio antes de acostarse, para evitar accidentes. Ésta es la fuente del humor de la gente de Yanjin. Más de noche que de día. También hay personas petulantes que no alistan sus chistes porque confían en que Yanjin tiene quinientos mil habitantes y que su turno aún está lejos. Florencia a veces visita los sueños de esos descuidados y amanecen muertos. ¡Quién los manda ser así!

A veces también les da un respiro, sobre todo durante las vacaciones de las principales festividades chinas: la Fiesta de los Botes del Dragón, del Medio Otoño, de la Primavera. Entonces la gente de Yanjin no necesita contar chistes. Con cara seria, todos caminan por la calle, y cuando se topan, se miran con frialdad, pero eso no significa descortesía: la frialdad es señal de cariño y la solemnidad, de gozo; así son las cosas por allá.

El invierno pasado regresé a mi ciudad natal para visitar a la familia y Florencia se me apareció en un sueño exigiéndome un chiste. Me puse nervioso, pues no estaba preparado, así que, algo apurado, dije:

—Al salir de Yanjin me di cuenta de que muchos de afuera se creen los chistes, ¿cuenta eso como un chiste?

—¿Por ejemplo? —preguntó Florencia.

—Algunos dicen que hay una luna en el agua y tratan desesperadamente de pescarla... —Florencia me interrumpió en seco.

—¿Acaso no es el viejo chiste del mono pescando la luna? —preguntó y, muy furiosa, añadió—: No me tomes el pelo, engañarme es engañarte a ti mismo.

—El chiste es viejo, pero algunos aún lo creen e intentan pescar la luna —me defendí apresuradamente—. Dime si no son ridículos.

Florencia se rio de repente y yo me salvé gracias a los tontos crédulos de los chistes. Me ofreció escuchar un chiste. Como todos en Yanjin, yo ya conocía su chiste sobre el cambio de “Anhelado” por “Olvidado”, así que le dije:

—No se moleste usted.

Lo único desconcertante fue que no me regaló el conocido caqui rojo de recompensa, pero luego pensé: “Salvé mi pellejo al no tener que cargar la montaña, y con eso basta”. Estaba en esa conclusión cuando sentí sudor frío en todo el cuerpo.

Vi a Florencia en mi sueño asomar,

por poco y sopa picante en la madrugada iba a tomar,

un día, tres otoños, son cortos los días duros,

entre lágrimas y desgarres, el olvido tiende muros.

PARTEII• CEREZA

1

Chen Zhangjie escribió desde Wuhan informando de que se iba a casar de nuevo y le pidió a Li Yansheng que asistiera a la boda. “Queda mucho por charlar”, decía la carta al final.

Diez años atrás, Li Yansheng y Chen Zhangjie actuaban en la compañía de ópera estilo Yu del condado de Yanjin llamada Truenos en el Viento. La mejor obra de la compañía era La leyenda de la serpiente blanca.5 Li Yansheng interpretaba a Xu Xian; Chen Zhangjie era Fahai, y Cereza, la serpiente blanca, también conocida como Doña Blanca.

Chen Zhangjie argumentaba que esta obra se basaba en el ombligo hacia abajo: todo comenzaba y terminaba en la parte inferior del cuerpo.

—Una serpiente se cultivó durante miles de años y finalmente se convirtió en un hada —explicaba Chen Zhangjie a sus colegas—. Todos queremos ir al mundo de las hadas al morir. Fíjense en las estelas de los panteones, todas rezan: “Pronta llegada al mundo de las hadas”. Ella primero se convierte en inmortal en su mundo y luego viene a éste como mujer y busca a un hombre; la muy lista no sólo quiere ser inmortal allá, también aquí. A eso se le llama “le das la mano y quiere todo el brazo”. Al llegar a este mundo supo con quién debía enredarse. Primero, no podía buscar a un pobretón, pues los cargadores del muelle no entienden de amores. Segundo, no quería a un rico con muchas esposas y concubinas en casa. Además, ¿quién se va a fijar en una mujer salvaje parada en el camino? Así fue que se decidió por Xu Xian, un letrado de tez blanca. Para empezar, éste era culto y bien parecido; para ganarse la vida, trabajaba como aprendiz en un negocio de medicina china durante el día y de noche se quemaba las pestañas leyendo debajo de una lámpara solitaria. En esa vida, de repente, una mujer hermosa le cae del cielo, ¿acaso no es poner más leña en una fogata enfurecida? Cualquiera que haya leído un libro sabe de vientos, mareas, flores y lunas. Esta serpiente sí que era astuta; además, Fahai era un monje y no podía revolcarse con mujeres, o sea, era un hombre que no era hombre. De pronto, ve a una serpiente maravillosa. Dime, ¿quién no se pondría celoso? Así que, para regresarla a su forma original, apresa su cuerpo en una pagoda: si yo sufro, tú también, ¡cabrona! Dime si ésta no es la manera de pensar de todo el mundo —remató Chen Zhangjie.

Li Yansheng y Cereza asintieron al razonamiento de Chen Zhangjie y, así, los tres, con esas palabras en la mente, le dieron libertad a hablar a la parte inferior de sus cuerpos en el escenario, con lo que cada escena se volvió conmovedora y cada palabra salía de sus corazones; sus interpretaciones se acercaban a la perfección celestial. De esta manera, una simple obra erótica se convirtió en una magna tragedia más profunda que el mar mismo, llena de dolor y amor entre un hombre y una serpiente blanca. Amores como ése sólo aparecen en los libros y en los escenarios.

—¿Cuántas veces somos testigos de este amor en la vida real? —cuestionaba Chen Zhangjie.

En la obra, Fahai le canta a Xu Xian:

La amas porque cual flor es hermosa

y no sabes que sólo es una serpiente venenosa.

Xu Xian contesta:

No sabía que era una serpiente venenosa cuando me enamoré.

Ahora, sin su amor, un cuchillo me clavaré.

Doña Blanca le canta a Fahai:

Entre tú y yo no hay ni odio ni rencor,

¿por qué no permites que entre esposos florezca el amor...?

Fahai le contesta:

Si te hago daño, no es por venganza personal,

sólo quiero entre los tres mundos una raya clara trazar.

Y luego los tres juntos elevan sus voces:

¿Qué hacer? ¿Qué hacer?

¡Yo no sé! ¡Yo no sé!

La leyenda de la serpiente blanca era la obra maestra de la compañía de ópera estilo Yu del condado de Yanjin llamada Truenos en el Viento, la misma que convirtió a los tres protagonistas en celebridades de todo Yanjin. Pero confundieron la vida con la actuación y los tres, ante los problemas cotidianos, solían decir: “¿Qué hacer? ¿Qué hacer? ¡Yo no sé! ¡Yo no sé!”.

En la obra, Cereza era la esposa de Li Yansheng, es decir, del personaje Xu Xian; pero en la vida real se casó con Fahai, o sea, con Chen Zhangjie.

Cereza, cintura de serpiente, cara de melón, ojos de melocotón. Antes de hablar, le echaba una mirada a su coprotagonista. Pasaban días y meses juntos en el escenario e intimar era lo natural. Li Yansheng también sentía una atracción hacia ella. Al verlos charlar en los vestidores, Chen Zhangjie contaba la trama de la obra, añadía un chiste, ella se limitaba a reír y cortaba así la interacción. Chen Zhangjie supo que ellos dos tenían que casarse. Si aquél pudo armar todo un discurso sobre la obra, ¿acaso no iba a poder engatusar a una mujer?

Más tarde, Li Yansheng se casó con Hu Xiaofeng, quien envolvía dulces con papel de azúcar en la fábrica de dulces del condado. Ésta tenía pecho frondoso, ojos grandes y, además de envolver dulces, le gustaba ir a la ópera y ver a Xu Xian interpretado por Li Yansheng, un apuesto erudito de rostro pálido. Una noche, cuando al término de la actuación Li Yansheng salió por la puerta trasera del teatro con el maquillaje ya removido, Hu Xiaofeng, parada en la puerta, sacó un puñado de dulces de su bolsillo al verlo salir.

—Come: no son dulces comunes.

—¿Qué tienen de especial?

—Mira bien.

Li Yansheng miró más de cerca y vio un puñado de caramelos con un corazón rojo dibujado con bolígrafo en cada envoltura.

—Ésta es la ventaja de envolver dulces.

—Agradezco tu intención, pero mis muelas fueron devoradas por gusanos, así que no puedo comer dulces.

—¿A dónde vas ahora?

—Canté toda la noche, tengo sueño y quiero ir a casa a dormir.

—Cantaste toda la noche, ¿no tienes hambre? Dormir con hambre es malo para el estómago. El viejo Hu de la calle transversal todavía vende sopa picante. Vayamos a comer.

—Mi garganta todavía está caliente, no me atrevo a comer picante.

—El restaurante de sopa de cordero del Trompudo Wu, en el paso Norte, aún está abierto. Vamos por sopa de cordero, ésa no pica las muelas.

Un día sí, un día no, comieron sopa de cordero durante un mes. En cada ocasión, Hu Xiaofeng estrenaba un vestido nuevo.

—Yansheng, no me culparás si hablo claro, ¿verdad? —le dijo una noche mientras comían.

—Claro, tú no eres culpable. —Li Yansheng usó palabras de la obra.

—¿Te gustaría enamorarte de una mujer o de una serpiente?

Li Yansheng levantó entonces la cara llena del vapor de la sopa de cordero:

—Es sólo una obra. Si en la vida real alguien va al paso Oeste de la muralla de la ciudad a buscar una serpiente para enamorarse, ¡vaya que está loco! ¡Claro que quiero enamorarme de una mujer!

Hu Xiaofeng dejó la cuchara:

—Cuando quieras enamorarte, búscame a mí.

—¿Por qué?

—Soy mejor que Doña Blanca.

—¿Por qué?

—Doña Blanca no tiene tetas, yo sí.

Li Yansheng pensó que Cereza era encantadora, pero con los pechos planos. Hu Xiaofeng, en cambio, era llenita, pero de pechos grandes; miró de frente, vio que dos esferas casi desgarraban la camisa y sonrió.

Durante los dos primeros años de matrimonio, por la noche, Hu Xiaofeng le pedía a Li Yansheng pintarse la cara como Xu Xian.

—¿Te gusto yo o te gusta Xu Xian? —le preguntaba el marido.

—Encima de ti me siento como Doña Blanca —decía Hu Xiaofeng torciéndose.

Con el tiempo, vaya que la mujer se convirtió en una serpiente muy retorcida.

Cuando la compañía de ópera se disolvió debido a los televisores, los árboles se cayeron y los monos se dispersaron: cientos de personas de la compañía buscando sustento se encaminaron a diferentes rumbos.

Li Yansheng, Chen Zhangjie y Cereza fueron contratados a la vez en la fábrica de maquinaria estatal del condado de Yanjin. A Hu Zhankui, director de la fábrica, le gustaba la ópera y particularmente La leyenda de la serpiente blanca, por lo que se quedó con los tres protagonistas. Li Yansheng volteaba arena, Chen Zhangjie era trabajador de chapa y Cereza cocinaba bollos al vapor en la cafetería. En los descansos o cuando llegaban invitados de la fábrica, el director les pedía a los tres cantar La leyenda de la serpiente blanca. Al no haber música de acompañamiento, cantaban a capela y, como no podían cantar toda la obra, se limitaban a la parte de “¿Qué hacer? ¿Qué hacer? ¡Yo no sé! ¡Yo no sé!”.

Escuchándolos, el director Hu Zhankui se tocaba la cabeza calva y reía. Más tarde, la fábrica de maquinaria cerró y los tres se despidieron para siempre de Xu Xian, Fahai y Doña Blanca al tomar, por primera vez, rumbos separados. Chen Zhangjie y Cereza entraron a la fábrica de hilado de algodón, en donde él se convirtió en mecánico y Cereza aprendió a manejar los tensores. Li Yansheng fue a la compañía de alimentos no básicos del condado a vender vinagre, salsa de soya y encurtidos en la tienda de la calle Este. Era vecino de mostrador de Bai, quien vendía tofu con pimienta y anís; más tarde, Bai siguió a su esposo y al ejército y fue a Gansu, por lo que le dejó su puesto de tofu con pimienta y anís a Li Yansheng.

Debido a que trabajaban en diferentes lugares, Li Yansheng y Chen Zhangjie no se veían todos los días como antes. Cuando se encontraban en la calle, se detenían y se ponían a charlar o iban al restaurante Mariscal Tianpeng del paso Oeste a comer manitas de cerdo. En el pasado, tanto en la compañía de ópera como en la fábrica de maquinaria, solían acudir al Mariscal Tianpeng, pero una vez que se separaron había que ponerse de acuerdo para coincidir. Entre más tiempo pasaba, con más distancia se frecuentaban; primero se citaban una vez a la semana, luego una vez al mes y más tarde, envueltos en la cotidianidad, entre leña, arroz, aceite y sal, las reuniones escasearon. Cuando tenían ganas de manitas de cerdo, iban al restaurante, las compraban y las llevaban a casa. El día que el hijo de Chen Zhangjie cumplió cien días, las dos familias se reunieron y comieron juntas. Chen Zhangjie y Cereza llamaron a su hijo Hanlin. Li Yansheng conocía el origen del nombre: Doña Blanca parió a un niño de nombre Hanlin, quien luego fue admitido al examen de bachiller para convertirse en funcionario. La pareja quería que ese nombre fuera auspicioso para el chico.

Chen Zhangjie dijo que Cereza le puso el nombre, a lo que Li Yansheng y su esposa Hu Xiaofeng respondieron apresuradamente:

—Buen nombre. Mira la frente de Hanlin, de grande seguramente llegará muy lejos.

Después de ese encuentro, los dos amigos se reunían tan esporádicamente que los chismes sustituyeron los encuentros. Li Yansheng escuchó que el hijo de Chen Zhangjie, Hanlin, cumplió un año; se enteró de que cuando éste aprendió a hablar, siempre decía que veía negro, por lo que su abuela le cambió el nombre a Clarencio; luego escuchó que Clarencio cumplió dos años, que la relación entre Chen Zhangjie y Cereza se había deteriorado y que la pareja peleaba mucho.

De vez en cuando, los amigos se topaban en la calle, pero les era difícil abrir sus corazones y charlar con profundidad. Un día, Li Yansheng se enteró de que Cereza se había ahorcado. Todo empezó con una pelea por un puñado de puerros entre los esposos:

—¡Muérete, ándale, quiero ver si tienes el valor! —gritó Chen Zhangjie antes de salir de casa.

¡Quién se iba a imaginar que Cereza se colgaría! Li Yansheng asistió al funeral para expresar sus condolencias. Una de las costumbres de Yanjin es que los deudos se hinquen ante los invitados, por lo que Chen Zhangjie se arrodilló de inmediato al ver a Li Yansheng. El amigo rápidamente lo ayudó a levantarse.

Chen Zhangjie tomó la mano del amigo y gritó:

—¡Qué difícil es explicar las cosas con pocas palabras!