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Lily recordaba el día que conoció a Ronan Guerin y la química que se produjo entre ellos. Recordaba el día de su boda y la inolvidable noche de pasión. Pero también recordaba que, a la mañana siguiente, Ronan la dejó diciéndole que se había casado sólo para vengarse del hermano de ella. Lily se quedó destrozada, sobre todo cuando descubrió la razón de la venganza: su hermano le debía un montón de dinero. Al cabo de un tiempo, Ronan volvió, buscando a su hermano y decidió quedarse en el hogar conyugal. ¿Habría alguna posibilidad para la reconciliación?
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Seitenzahl: 225
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 1998 Kate Walker
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Esposos por un día, n.º 1025 - abril 2021
Título original: Wife for a Day
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1375-586-1
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Si te ha gustado este libro…
RONAN Guerin miró la soñolienta cara de la mujer en la cama. Estuvo a punto de cambiar de parecer.
Sólo a punto.
Tenía un aspecto tan pacífico, tan inocente. Estaba tan guapa. Era imposible olvidarse de la noche que acababa de pasar, la incandescente pasión compartida con ella. Estuvo a punto de arrepentirse de la decisión que había tomado.
Pero se acordó de Rosalie, tan guapa y también tan inocente, y se le endureció el corazón. Firme en su decisión, estiró la mano y le tocó el hombro.
–Lily… –la llamó, en voz baja.
No le respondió. Estaba dormida, cansada por la noche que habían pasado juntos, en la que ninguno de los dos había podido pegar ojo. Decidido a no ablandarse por su aspecto tan inocente, la volvió a mover, observándola cambiar de postura y quejarse, todavía medio dormida.
–Buenos días.
Oyó aquellas palabras en la distancia, sin saber de dónde procedían. Sólo cuando se movió por la cama y sintió las sábanas sobre su cuerpo desnudo, se dio cuenta de dónde estaba. Abrió los ojos y se encontró con la mirada del hombre que estaba sentado al borde de la cama, con su mano apoyada en su hombro.
–¿Ronan?
¡Claro que era Ronan! ¿Cómo era posible que se hubiera olvidado de su nombre? ¿Cómo podía haberse olvidado del hombre al que le había entregado su corazón? El hombre que el día anterior le había puesto un anillo de oro en su dedo y le había jurado amor y fidelidad para el resto de sus días.
Se estiró y se dio la vuelta, para mirarlo.
–Buenos días, esposo mío.
Dirigió su sonrisa, con un tono deliberado de sensualidad, directamente a sus ojos color azul con tonos grisáceos, inclinando la cabeza de forma provocativa, mientras se apartaba los mechones de pelo rubio de su cara en forma de corazón.
Para su sorpresa, ni con esa sonrisa, ni ese gesto, logró una respuesta por su parte. Ronan se mostró muy distante, remoto y frío, a años luz de la actitud ardiente y apasionada de la noche anterior.
Se sonrojó, al recordar ciertas escenas. Se pasó la lengua por el labio, para saborear los besos que le había dado la noche anterior.
–Marido mío –murmuró otra vez, saboreando el sonido de la palabra.
Le dolía todavía el cuerpo un poco. Pero le daba lo mismo, porque el placer que había experimentado la noche anterior había sido tan nuevo para ella, tan intenso, que no sabía cómo su cerebro no se había roto en pedazos.
Un placer que deseaba sentir otra vez.
Ella creía que Ronan deseaba lo mismo. De hecho, cuando se había quedado dormida, pensó que se iba a despertar en sus brazos, que él la saludaría con besos, excitando su cuerpo, de la misma forma que lo había hecho la noche anterior.
Por eso era tan desconcertante encontrárselo sentado al borde de la cama, mirándola de forma fría e indiferente y completamente vestido.
–¿Qué hora es? –le preguntó, con cierta preocupación, recordando el viaje en avión que tenían que hacer ese mismo día.
–Las nueve.
–¡Qué temprano! ¿Qué estás haciendo levantado?
Hizo un gesto de desagrado con la boca, cuando se fijó en la ropa que llevaba puesta. No era la ropa más adecuada para alguien que se iba a ir de viaje a una isla tropical, que era el sitio al que él le había prometido que iban a ir de luna de miel. Llevaba un traje de seda, color gris, camisa blanca y corbata de corte clásico.
–¡Si el avión no sale hasta las tres! –protestó ella–. Queda mucho tiempo.
Lily estiró la mano y le acarició la suya, una mano ancha y fuerte, con los dedos grandes, que contrastaba con la blancura de las sábanas de la cama.
–Ven a la cama, anda –le murmuró, con tono seductor.
Ronan movió en sentido negativo la cabeza. Su mirada se posó en la alianza que llevaba en su dedo.
–¿No?
La incredulidad afiló su voz, dando un tono de incertidumbre a esa única sílaba. ¿Era aquél el mismo hombre que había sido tan exigente e insaciable la noche anterior? ¿Era el mismo Ronan que no había parado en toda la noche, hasta no caer agotados, sin dejarla un segundo, ni siquiera respirar?
–¿Qué te pasa, cariño? –le preguntó, casi susurrando–. ¿Es que ya no me quieres?
Aquella pregunta provocó una reacción, pero no la que ella esperaba.
Ronan levantó la cabeza y la miró a los ojos. Sus ojos de color azul, como el mar, se clavaron en los ojos perplejos de Lily. Había algo en aquella mirada que la hizo temblar.
–¿No te quiero? –repitió él, dando un énfasis a las palabras, como si salieran de una garganta irritada.
Para enfatizar aún más las palabras, las acompañó con una mirada tan sensual, tan carnal, que casi fue una caricia en sí misma. Pero justo en el momento en que Lily se iba a dejar llevar por la calidez de su sensualidad, se dio cuenta de la forma en que la estaba mirando, con un brillo en sus ojos que fue como si le echaran un jarro de agua fría en la cara, haciendo saltar todas sus defensas, antes de que él dijera otra palabra.
–Tu sola presencia me excita –le dijo–. Y tú lo sabes. Sólo tengo que mirarte para darme cuenta de que te quiero tanto que podría morirme si no te tengo. Esa es la penitencia que tengo que soportar.
–¡Penitencia!
La incomodidad se estaba convirtiendo en verdadero malestar. Sentía todos sus nervios en tensión, como agujas que se le clavaban en la piel, como cuando la sangre vuelve a un brazo dormido, pero multiplicado por cien.
–¡No te entiendo!
No pudo ocultar el temblor de voz, mientras se incorporaba en la cama.
–¿Qué te pasa?
–Te quiero, Lily –insistió Ronan, sin prestar atención a lo que le había preguntado. Lo decía de forma tan fría, que Lily se apartó, como si esas mismas palabras se hubieran convertido en hielo y hubieran caído sobre su sensible piel–. Pero no quiero estar más a tu lado. Ha sido la mejor experiencia de mi vida, pero se ha acabado. He esperado a que te despertaras para decirte adiós.
–¿Adiós?
¡Aquello no podía ser verdad! No había oído bien. O a lo mejor la estaba tomando el pelo. Era imposible que Ronan fuera tan cruel.
–Esto no tiene ninguna gracia, Ronan.
–¿Gracia?
El tono que utilizó fue muy elocuente. No fue necesario mayor aclaración. Pero al parecer todavía quería que ella supiera lo que estaba sucediendo, que supiera lo que era dolor.
–Esto no es ninguna broma, cariño. Nunca en mi vida he dicho algo más en serio. Nuestro matrimonio se ha terminado. Me voy y no pienso volver nunca más. Cuando tú quieras, rellenamos los papeles del divorcio.
–Pero…
–Y ahora, si me perdonas… –la forma tan educada de dirigirse a ella, contrastaba con la implacable decisión de no hacerle concesión alguna–. Tengo que irme, porque he de salir de viaje.
Se fue hacia la puerta. Lily no pudo hacer otra cosa que mirarlo, incapaz de abrir la boca. Su cerebro empezó a recordar los acontecimientos del día anterior, el día de la boda, tratando de entender cómo la felicidad que había sentido se podía haber transformado en aquel horror en tan sólo unas horas.
¿Cómo era posible que el sueño de su vida se hubiera convertido tan de repente en una pesadilla?
¿Cómo era posible que no hubiera sospechado nada? ¿Cómo era posible que hubiera sentido por ella lo que había demostrado sentir y hubiera cambiado tan de repente? Y nunca parecía haber estado fingiendo. En todo momento, ella había pensado que sus sentimientos eran sinceros.
¡Aquello no podía ser verdad! Tenía que estar soñando. Estaba atrapada en una pesadilla, de la que tenía que despertar.
Se pellizcó la mano, el brazo, rezando para que el dolor la sacara del trance y la devolviera al mundo real. Pero no ocurrió nada. Porque estaba despierta y bien despierta.
El día anterior, había creído que era la mujer más feliz de la tierra. Había pensado que había encontrado el amor de su vida.
El día anterior todo había sido perfecto. De hecho, la única pega que recordaba fue la discusión tan tonta que habían tenido por el corte de pelo de Ronan…
–¿Preparada para iniciar el camino más largo de tu vida?
George Halliday sonrió a Lily mientras hablaba, ajustándose con una mano el nudo de su corbata. Su rostro ya reflejaba el color de los primeros rayos del sol del mes de abril.
–¿A qué te refieres con eso del camino más largo, tío George?
Lily sonrió al hombre que en realidad no era su tío, pero que había conseguido esa denominación tras largos años de amistad. George era el propietario de la tienda que había al lado de su puesto de flores en el mercado. Fue la persona que más la ayudó, cuando se trasladó a la tienda que alquiló. Era la única relación familiar que había tenido durante años. Cuando decidió casarse, fue al único al que pudo recurrir para que la acompañara al altar.
–Yo pensé que ese era el camino que se hacía hasta la horca.
–Puede. Pero ese es un camino que tiene un final inmediato. Sin embargo este es diferente. En este tienes mucho tiempo para pensar. A cada paso te preguntas si lo que has hecho está bien o está mal. Me quiere… no me quiere…
–¡Tío George! Sé que me quiere. Y yo le quiero más que a nadie en este mundo.
–Si estás segura de ello… Aunque en mi opinión, es una boda un poco precipitada.
–No estoy embarazada, si es eso lo que quieres decir. Y todavía no nos hemos acostado. Ronan y yo hemos preferido esperar.
–Pues es un tipo raro, ese hombre –declaró George, con la franqueza típica de la gente de Yorkshire–. Pero por lo menos explica el porqué te quiere llevar cuanto antes al altar. Si yo contara con treinta años menos y tuviera a mi lado a una chica tan guapa como tú, no creo que pudiera esperar mucho tiempo. Cada día que pasara, me parecería una eternidad.
–¡Tío George!
–No te hagas la remilgada conmigo. Sé que tienes veintiséis años, y eres ya mayor como para saber a lo que me refiero. Ese Ronan de tus sueños tendría que estar muerto de cintura para abajo, si no se da cuenta del tesoro que se está llevando.
–Creo que tienes que estar tranquilo en ese aspecto –le aseguró Lily, sonrojándose al recordar escenas íntimas entre Ronan y ella.
Aunque él había accedido a esperar hasta la noche de bodas, no por ello había dejado de dar muestras de sus deseos y a punto había estado de romper su promesa en más de una ocasión. Pero sólo habían transcurrido dos meses desde el día en que se conocieron, y para Lily era más que suficiente.
Las primeras notas de la famosa «Marcha Nupcial» la hicieron volver al presente, volviendo su mirada hacia la entrada de la iglesia. Con manos temblorosas, se alisó un poco el vestido blanco de seda. A continuación sonrió a su acompañante.
–Ha llegado el momento.
–¿No te arrepientes?
–En absoluto. Tenías razón, tío George. Ronan es un hombre muy raro y por eso es por lo que me caso con él.
El interior de la iglesia estaba tan bonita como ella se la había imaginado, cuando había elegido el diseño floral, con rosas en las cristaleras, lilas y enredadera decorando cada uno de los bancos. En el altar, dos inmensos ramos de lilas, iguales que las flores de su ramo, en el que sus elegantes pétalos cremosos y estambres dorados parecían las velas que normalmente se ven en cualquier iglesia.
Pero en aquella, no había ninguna. Lily se lo había pedido así al sacerdote y él no había puesto reparos. La luz que iluminaba el altar, procedía de las ventanas que había justo detrás.
A continuación, Lily miró al hombre que estaba en el altar, la altura de su cuerpo resaltaba, por el corte perfecto de su traje. Nada más verlo, se olvidó de todo lo demás. Era Ronan, su novio, que pronto se iba a convertir en su marido.
Tenía los pies apoyados en el suelo embaldosado, sus piernas, potentes y seguras, sin la menor traza de nerviosismo. No como ella que era un manojo de nervios. El sol que entraba por uno de los ventanales, iluminaba su cabeza, dando un brillo cobrizo a algunos mechones de su sedosa y oscura cabellera.
En ese momento fue cuando se dio cuenta de que había cambiado de aspecto.
¡Su pelo! ¡Se había cortado el pelo! Lily tuvo que morderse el labio, para reprimir la decepción que sintió en ese instante. A ella le encantaba tocarle los rizos, y deseaba hacerlo en la intimidad de la noche de bodas. Con el pelo cortado parecía más mayor, resaltaba el lado dinámico de su naturaleza, con la que se había ganado la reputación de un hombre de negocios despiadado, pero que ella rara vez había visto.
Pero no podía decir nada porque en aquellos momentos, el sacerdote había iniciado la ceremonia y Ronan, a su lado, la estaba mirando. Su mente se quedó en blanco en el momento en que él le agarró la mano.
En ese momento, la iglesia y los que habían acudido se convirtieron en una amalgama multicolor. Para ella sólo existía Ronan y ella y las promesas de amor y fidelidad que se declararon el uno al otro.
Y durante todo el tiempo, en lo más hondo de aquella mirada azul profunda, ardía la prueba de un deseo tan fuerte, tan ardiente que evocaba respuestas y sensaciones en su cuerpo que eran inadecuadas para la solemnidad del sitio donde se encontraban.
Pero cuando acabó el servicio, ya en la celebración, del hotel al que fueron, Lily no pudo resistir más y le recriminó:
–¿Por qué te has cortado el pelo?
–Yo también te deseo toda la felicidad del mundo, mi amor –le respondió, en tono irónico.
Al oír aquella respuesta, Lily prefirió no discutir con él y le dijo:
–Te quiero, marido mío.
¿Sería verdad que Ronan era ya su marido? Después de todos los días y noches que había pasado contando las horas que le quedaban para que llegara aquel momento, parecía imposible que sus sueños se hubieran convertido en realidad.
–Estoy tan feliz de ser tu esposa.
–¿De verdad? ¿Eres feliz de verdad?
–Por supuesto que sí –le respondió–. ¿Por qué me lo preguntas?
–Sólo quería estar seguro.
–¡Seguro!
Le extrañó aquella necesidad de reafirmación en Ronan, pero fue algo que la llenó de alegría y excitación. Pensar que un hombre como Ronan se pudiera sentir inseguro, la entraban ganas de echarse a llorar.
–¿Cómo no iba a estar segura, Ronan? Me he casado con el hombre que quiero, delante de toda mi familia y mis amigos. Todos los que conozco están aquí…
–Excepto Davey.
–Excepto Davey –accedió Lily con solemnidad.
En aquella ocasión, estuvieron a punto de salirle las lágrimas por algo diferente. Hubiera sido perfecto si su hermano hubiera acudido.
–Ojalá hubiera podido localizarlo.
–Y yo –dijo Ronan, con tanto sentimiento que Lily lo miró sorprendida.
–No pensé que te afectara tanto.
–Bueno, digamos que hubiera preferido conocer a tu hermano mucho antes.
Apartó la mirada de ella y miró hacia la sala, pero Lily tuvo la impresión de que no estaba mirando a ningún invitado en concreto, que reían y hablaban en pequeños grupos. Suspiró y la miró con una expresión distinta. Y cuando habló, ella tuvo la sensación de que estaba intentando apartarse de lo que le preocupaba de verdad.
–Aunque la verdad, ninguno de los dos estamos muy sobrados de familia.
–Lo sé… –suspiró.
Fue un suspiro de pena, al acordarse de sus padres, muertos en un trágico accidente cuando ella tenía diecisiete años. Davey tenía seis años menos. Les hubiera encantado haber estado allí, verlos felices. Seguro que hubieran visto con buenos ojos al hombre tan guapo y cariñoso que había elegido como marido.
Por desgracia, Ronan también estaba solo. Cuando ella le preguntó a quién iba a invitar a la boda, su respuesta había sido bastante escueta.
–No tengo familia. Te daré una lista de amigos.
La lista había sido bastante extensa, como para compensar la falta de familia. Y no sólo eso, sino que algunos crearon bastante revuelo en aquel pequeño pueblo del norte, que iba a ser recordado tiempo después de que acabaran las celebraciones. Como era un hombre bastante adinerado, Ronan tenía contacto tanto con ricos, como con hombres muy famosos, y muchos habían acudido a la boda.
Lily frunció el ceño, al recordar el momento en que conoció a uno de los amigos de Ronan. Era el padrino, Connor Fitzpatrick, una persona que mostró una actitud bastante fría, cuando se lo presentaron. Hannah, la madrina, que era amiga de Lily, parecía haber congeniado bastante bien con él. Los dos estaban bailando juntos en la sala.
–¿Por qué esa mirada tan triste? –le preguntó Ronan.
–Estaba pensando que parece que no le gusto mucho a Connor.
–Qué más da lo que él piense –murmuró–. Aunque para serte sincero, yo creo que pone en duda más mi sinceridad y motivos para casarme. Porque yo siempre me he mostrado muy reacio al respecto. Has de reconocer que todo esto ha sido demasiado repentino. Pero es que desde que te he conocido no he sido capaz de pensar en otra cosa.
Cuando le dijo aquellas palabras, la hicieron sentirse segura, recordó Lily con tristeza, volviendo otra vez al presente, en el que todavía no había podido apartar la mirada de la puerta por la que Ronan acababa de desaparecer. Pero en esos momentos, carecían de significado, más cuando le acababa de decir que se marchaba y nunca más iba a volver.
El sonido de una puerta en el piso de abajo la sobresaltó. ¿Qué estaba haciendo sentada allí, dejándolo marchar? ¡Ronan era su marido! ¿Lo iba a dejar marcharse, sin oponer resistencia?
Echó para atrás las mantas y se puso la bata de color verde menta que había dejado en una silla, al lado de la cama y se fue corriendo hacia las escaleras.
La puerta del portal estaba abierta dejando entrar la luz del sol y el canto de los pájaros. Aquel ruido alegre le traspasó el corazón, agudizando aún más la amargura que sentía en su corazón.
–¡Ronan!
Estaba fuera, al lado de su coche, metiendo la bolsa de viaje en el maletero. Al verlo, le dio un vuelco el corazón, porque se dio cuenta de que lo que le había dicho iba en serio.
–¡Espera, Ronan!
No le hizo caso. Se volvió de espaldas, sin decir una sola palabra.
–¡Por favor, no te vayas! –le suplicó–. ¡Ronan, no me hagas esto! ¡No te lo permitiré!
Ronan levantó la mano y cerró el maletero del coche. El sonido que hizo al cerrarse, retumbó en la cabeza de Lily, haciéndola recordar puertas de acero cerrándose en sus narices, o el sonido del reloj dando la hora que ella más temía.
Después se dio la vuelta. Al ver su cara, todos los demás pensamientos desaparecieron de su cabeza, dejando una sensación de temor frío y hueco.
¡Aquel no era Ronan! ¡Aquel no era el hombre que ella quería con todo su corazón, el hombre a quien se había entregado en cuerpo y alma la noche anterior!
Era como si estuviera mirando a un extraño, un alien, alguien que se hubiera apoderado del cuerpo de Ronan, apoderándose de su alma y dejando tan sólo su cuerpo. Un extraño con el mismo pelo, la misma atracción, el mismo porte.
Pero no tenía los mismos ojos, no los de su Ronan. Eran unos ojos fríos como el acero, letales, inaccesibles como si fueran planchas de metal.
–No puedes… –empezó a decir, pero sin mucha convicción.
La mirada de Ronan la hizo sentirse como si estuviera en el día más frío del invierno.
–Puedo hacer lo que quiera –le espetó–. Intenta detenerme, si te atreves.
LILY hizo lo único que se le ocurrió.
Sin pensar en que sólo llevaba puesta la bata de color verde, sin darse cuenta siquiera de que iba descalza, corrió hacia el coche y agarró a Ronan de la manga de la chaqueta.
–¡No te dejaré marcharte sin que me des una explicación!
–Yo no te tengo que dar ninguna explicación –replicó él, colocándose su chaqueta, antes de abrir la puerta del coche–. Si alguien tiene que explicar aquí algo, ese alguien eres tú.
–¿Yo? No entiendo…
Viendo que estaba a punto de entrar en el coche, lo agarró por la cintura.
Tan pronto sus manos tocaron le hebilla de metal de su cinturón, se dio cuenta del error que había cometido. Palpó la superficie lisa de su estómago, sus pechos pegados contra su espalda.
Lo había abrazado de esa misma manera la noche anterior. Pero en esa ocasión él se había mostrado más cálido y accesible.
–¡Me voy, Lily! –le dijo con dureza–. ¡Nada de lo que hagas, podrá detenerme!
Aquello iba a ser más difícil de lo que él había pensado. Sólo tenía que tocarlo, para que todas las células de su cuerpo reaccionaran, haciéndole sentir un placer intenso, tan intenso que casi se acercaba al dolor.
Cuando tomó aquella decisión, Ronan había pensado que iba a ser más fácil. No sabía que la deseara tanto. Pero tuvo que luchar contra aquel deseo, porque de no hacerlo, acabaría con él.
Le costó un gran esfuerzo quitársela de encima, porque lo que quería era estrecharla entre sus brazos y besarla hasta perder la cabeza.
Lily se sintió desesperada, al ver que se metía en el coche y arrancaba. Sólo había pasado unas horas en sus brazos, pero nada más tocarlo, su cuerpo cobraba vida. Todos y cada uno de los nervios se despertaban, clamando por un placer que sólo sus caricias podían calmar.
Como un instrumento musical, respondiendo a la acción del músico que lo tocaba, sólo tenía que sentir sus dedos, para que su cuerpo empezara a emitir la melodía que él deseara tocar.
Pero si no actuaba y rápido, lo iba a perder y nunca más lo iba a volver a ver. Estaba segura de que hablaba en serio. El problema era que no sabía la razón.
El pánico le aclaró un poco los pensamientos. Una idea, que podía ser una locura, le impulsó a la acción. Sin darse tiempo siquiera para pensar, se dio la vuelta, y se subió al capó del Mercedes.
–¡Lily! –le gritó–. ¡Bájate!
–¡Bájame tú!
Aceleró el motor del coche y por unos segundos temió que se pusiera en movimiento y la tirara. Incluso se imaginó lo doloroso que podía ser caerse del coche en marcha. De pronto, Ronan soltó el pie del acelerador. Lily se sintió más tranquila.
–Lily –le advirtió él, saliendo del coche.
Se puso a su lado, con los brazos en las caderas, dirigiéndole una mirada llena de ira. Lily lo miró de forma desafiante.
–¡No me lo estás poniendo nada fácil! –le dijo, con los dientes apretados.
–¡Es que no quiero ponértelo fácil! Mi intención es la contraria, porque…
–¿Tan desesperada estás que quieres que me quede, cuando sabes que es lo que menos me apetece en estos momentos, que no soporto tu presencia?
–Pero anoche…
–Anoche, fue anoche. Fue un error, una aberración mental y algo que no quiero que ocurra nunca más.
–¡Pues para mí no fue así!
–Has de saber que no sólo las mujeres saben fingir –le respondió Ronan.
–¡Eso es mentira! ¡No hubo nada falso en lo que pasó anoche y tú lo sabes!
No podía admitir que fueran falsos todos sus recuerdos sobre la noche de bodas. La noche que ella había creído era el comienzo de la experiencia más maravillosa de su existencia. La noche que, mucho se temía, se iba a convertir en la única experiencia que iba a tener de su vida de casada.
Ni siquiera sabía en qué casa iban a vivir. Ronan le había prometido que iba a ser una sorpresa. Cuando se fueron de la fiesta y se metieron en el coche, ella había pensado que se dirigían al aeropuerto, a tomar el avión que les iba a llevar de luna de miel a un destino que él había preferido guardar en secreto.
Pero, mientras se estaban despidiendo de los invitados, le dijo que había habido un cambio de planes.
–El avión no sale hasta mañana por la tarde.
–¡Mañana!
De forma automática, Lily volvió su cabeza en dirección al hotel del que se acababan de marchar, pensando en que tan sólo media hora antes, Hannah y ella, entre risas, habían estado tratando de averiguar dónde habría pensado Ronan llevarla.
–No te preocupes ahora de eso –le dijo, sonriendo de forma un tanto enigmática–. Todo está bajo control. Déjalo en mis manos y relájate.
Recordando aquel momento, aquellas palabras, Lily sintió escalofríos, a pesar de que hacía calor. La forma en que Ronan le había hablado, la hizo sentir náuseas.