Flor de deseo - Diana Palmer - E-Book
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Flor de deseo E-Book

Diana Palmer

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Beschreibung

Ella era fruta prohibida... Cole Everett vio cómo Heather Shaw dejaba de ser una niña para convertirse en una hermosa joven con un cuerpo que lo volvía loco y un corazón vulnerable que temía romper. Quería ayudarla a dejar atrás su inocencia y enseñarle a saborear los frutos del conocimiento y del deseo. Desgraciadamente, Heather era la única mujer que Cole necesitaba, pero también la única que jamás podría poseer...

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 1982 Diana Palmer

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Flor de deseo, n.º 2056 - diciembre 2015

Título original: Heather’s Song

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com.

I.S.B.N.: 978-84-687-7301-8

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

LA esbelta rubia ocupaba el centro del escenario, iluminada por un potente foco. Su largo cabello rubio platino relucía y, mientras cantaba, tenía los hermosos ojos azules medio cerrados. Su voz, tan clara e intensa como el tañido una campana a última hora de la tarde, mantenía hechizados a los espectadores.

Heather Shaw solo tenía veinte años, pero poseía la presencia escénica de una artista mucho más experimentada. Aquel era su primer gran concierto, aunque no su primera actuación en público. Aquella noche era la culminación de dos años de trabajo, el momento que había estado ansiando desde que se separó de Cole.

Las últimas notas de su canción se vieron acompañadas por un potente y entusiasta aplauso. A pesar de ello, Heather se sintió poseía por un extraño vacío. Estaba allí, de pie, muy hermosa con su vestido de encaje negro, preguntándose si de verdad aquello sería el éxito.

Cuando se marchó del rancho, Cole le había advertido que el éxito no era el resplandeciente tesoro que ella imaginaba.

—No será suficiente —le había advertido él con su voz fría y controlada—. Echarás de menos Big Spur.

Mientras se desmaquillaba y se ponía su ropa de calle, Heather suspiró. Era ya más de medianoche y lo único que deseaba era meterse en la cama. Cole tenía razón. Echaba mucho de menos Big Spur.

Se montó en su deportivo con una triste sonrisa. Tal vez sería mejor si abandonara su sueño y regresara al rancho. La lluvia envolvía el coche y hacía que los cristales se empañaran. Se echó a temblar, sin saber si era por el frío o por la repentina oleada de nostalgia que se acababa de apoderar de ella.

Un semáforo la obligó a detenerse. Mientras observaba el asfalto empapado y vacío a través del parabrisas, se preguntó qué le diría Cole si pudiera ser testigo de la soledad que tenía reflejada en los ojos en aquellos momentos.

El semáforo cambió. Pisó el acelerador. De repente, tenía mucha prisa por regresar a su casa y refugiarse en su cálido apartamento. Avanzó a toda velocidad por la estrecha calle. No se dio cuenta del coche que se dirigía hacia ella en sentido contrario hasta que dobló una esquina. Entonces, ya fue demasiado tarde. Contuvo la respiración y dio un volantazo. Los neumáticos chirriaron sobre el asfalto. Después, vinieron el quejido del metal aplastándose y el escalofriante sonido de los cristales rotos.

Cuando Heather se despertó, todo estaba oscuro. Se sintió muy sola y asustada. Su esbelto cuerpo se movió ansiosamente entre las sábanas de algodón de la estrecha cama de hospital. Quería gritar, pero no podía. Se llevó los dedos a la garganta con frustración y las lágrimas le inundaron los ojos. Deseó fervientemente que Cole estuviera a su lado.

Miró hacia la ventana y frunció el ceño. Seguramente él habría acudido a su lado en cuanto se hubiera enterado del accidente. A pesar de sus desacuerdos, el hermanastro al que ella adoraba jamás la dejaría sola en un momento como aquel. Cole podía ser muy duro, pero jamás cruel.

Se echó a temblar. La calefacción estaba encendida, pero hacía mucho frío en la habitación. Hubiera dado cualquier cosa por uno de los edredones que Emma, su madrastra, solía hacer en las largas y frías noches de invierno.

La puerta se abrió y una sonriente enfermera entró con una bandeja.

—Hora de cenar —dijo con voz agradable.

Heather trató de responder, pero le pasó lo mismo que la noche anterior, cuando la sacaron del amasijo de hierros en el que se había convertido su deportivo. No logró emitir sonido alguno a excepción de un ronco quejido. El miedo se reflejó en su delicado rostro.

La enfermera la miró y leyó la expresión de su rostro.

—No es permanente —le aseguró—. Es consecuencia del shock por el accidente. Volverás a hablar, cielo.

Heather quería recordarle que ella era una cantante profesional. Que acababa de conseguir su primer éxito. ¿Por qué tenía que ocurrirle algo así en aquellos momentos?

Sintió náuseas y cerró los ojos. Ojalá no hubiera estado lloviendo. Ojalá hubiera escuchado a Cole y se hubiera comprado un coche más grande... Los ojos se le llenaron de lágrimas. Miró hacia la mesilla de noche e indicó con gestos la frustración que le producía no tener nada para escribir.

—Te traeré un cuaderno —le prometió la enfermera—. Vuelvo enseguida.

La enfermera terminó de colocarle la bandeja sobre la mesa auxiliar y se marchó. Heather la observó y se sintió perdida y muy sola.

Gil Austin no había ido a verla aún. Era periodista, y su mejor amigo en Houston. Se había otorgado el papel de su protector y se había ocupado de ella casi con el mismo celo y sentimiento de protección que Cole. Los dos hombres tenían incluso la misma edad. Sin embargo, el parecido terminaba allí. Gil tenía el cabello claro y ojos verdes y siempre estaba sonriendo. Cole tenía el cabello oscuro, ojos grises y su rostro tenía una apariencia pétrea, dura. Su vida era el enorme rancho que el padre de Heather y él habían construido juntos. Big Spur era su mundo y Cole jamás se cansaba de él. Ninguna mujer había conseguido distraerlo lo suficiente como para conseguir que él se comprometiera. A Cole no le gustaban las ataduras de ningún tipo.

—¡Por fin! —exclamó una voz aliviada desde la puerta.

Gil Austin entró en la habitación y cerró la puerta. Entonces, se acercó a la cama con gesto de preocupación.

—Johnson me envió a Miami para ocuparme de una historia. Si no hubiera estado fuera de la ciudad, me habría enterado del accidente mucho antes. Lo siento, tesoro...

Ella trató de hablar, pero el esfuerzo fue inútil. Se limitó a asentir. Gil le agarró la mano y se la apretó con fuerza.

—¿Estás herida de gravedad?

Ella volvió a negar con la cabeza y se señaló la garganta mientras trataba de sonreír. En ese momento, la enfermera regresó con un cuaderno y un bolígrafo. Se los entregó a Heather y sonrió a Gil.

—¿Es usted su hermanastro?

Gil negó con la cabeza y frunció el ceño.

—¿No se lo han notificado aún?

—Por supuesto que sí —respondió la enfermera—. La señorita llevaba el nombre y el número en su bolso. El médico de urgencia lo llamó. Eso fue... muy temprano esta mañana —añadió tras mirar a Heather.

Gil también la miró. Ella estaba muy ocupada escribiendo en el cuaderno.

—Se está tomando su tiempo, ¿no? —comentó Gil.

La enfermera asintió.

—Si has terminado ya con la cena, me llevaré la bandeja. Llámame si necesitas algo —añadió con una sonrisa.

Heather le devolvió la sonrisa y le entregó a Gil una nota en la que le explicaba cómo había ocurrido el accidente y le pedía que se asegurara de que se lo habían notificado a Cole.

Si lo supiera, ya estaría aquí, había escrito.

Gil frunció el ceño. Sabía bien lo mucho que ella adoraba a Cole Everett, pero también sabía que Cole no aprobaba que su hermanastra hubiera empezado una carrera en el mundo de la canción. No estaba seguro de que Everett no estuviera tratando de enseñarle una dolorosa lección a Heather con su ausencia. El ranchero tenía reputación de ser un hombre difícil y temperamental. Gil no lo conocía personalmente, pero lo que había oído sobre él le hacía echarse a temblar. Everett era multimillonario y tenía un cierto poder en la política texana. Un hombre con esa clase de riqueza e influencia sería arrogante por naturaleza, pero lo de Everett era caso aparte.

—Iré a comprobarlo, ¿quieres? —dijo Gil forzando una sonrisa que no sentía.

Heather parecía tan indefensa que ansiaba protegerla. A pesar de las semanas que llevaban saliendo, ella no permitía que se le acercara. Se preguntó si, para ella, alguien había podido alguna vez compararse con Everett. La admiración que Heather sentía hacia él era casi sobrenatural.

Cuando fue a preguntar, se le informó que, efectivamente, el señor Everett había sido avisado sobre el estado de su hermanastra. La enfermera jefe no sabía por qué aún no había acudido, pero prometió que alguien volvería a llamarle una segunda vez.

Gil permaneció con Heather hasta que terminó el horario de visitas. Cuando le dijo que tenía que marcharse, ella se aferró a él. Gil le prometió que regresaría a la mañana siguiente muy temprano y ella contuvo las lágrimas hasta que él cerró la puerta a sus espaldas.

Estar sola le aterraba. No podía dejar de pensar en su incapacidad para comunicarse. Le habían dicho que volvería a hablar, que aquello era tan solo algo temporal. El médico le había explicado que se trataba de una parálisis de la laringe producida por el estrés y la histeria. Cuando se recuperara del shock del accidente, volvería a hablar. ¿Y a cantar también? Se mordió el labio inferior. Si por lo menos Cole estuviera allí, no tendría tanto miedo...

El sonido de una voz fría y airada la sacó de sus pensamientos. Parpadeó y se incorporó en la cama y miró fijamente la puerta, desde la que parecía traspasar la voz.

—¡No quiero excusas! —gritaba—. ¡Quiero saber por qué no me notificaron lo ocurrido!

¡Era Cole! Miró esperanzada hacia la puerta. Se escuchó una voz que murmuraba algo para aplacarle. Entonces, la puerta se abrió y su hermanastro entró en la habitación.

Su rostro era duro y muy bronceado. Los ojos plateados relucían bajo el ceño fruncido. Alto, moreno, descaradamente masculino, se erguía sobre la pequeña enfermera que lo miraba desde la puerta. Los ojos de Heather se llenaron de lágrimas al verlo. De repente, todas las discusiones que había habido entre ellos se esfumaron. Heather extendió los brazos como si fuera una niña buscando consuelo.

Cole la miró durante unos instantes. Entonces, arrojó su sombrero sobre una silla y se inclinó sobre ella para abrazarla, estrechándola contra su fuerte torso mientras se sentaba junto a ella sobre la cama.

Heather se echó a llorar, y le mojó la camisa marrón con las lágrimas.

—No lo sabía —murmuró él—. Habría venido hace horas si alguien se hubiera molestado en notificármelo.

—Señor Everett, se le llamó —protestó la enfermera—. Se lo digo sinceramente. El médico le llamó mientras yo estaba en la sala. Le oí dejar el mensaje.

Cole la miró con desaprobación.

—Nadie habló conmigo —afirmó.

La enfermera tragó saliva.

—Por supuesto, eso es posible. Sentimos mucho lo ocurrido —susurró antes de marcharse y cerrar la puerta.

Cole centró su atención en Heather.

—¿Ha sido grave? —le preguntó suavemente.

Ella negó con la cabeza y trató de sonreír. Lo adoraba. Cole era la persona más importante para ella. A pesar de sus constantes peleas, de rebelarse contra su arrogancia, lo adoraba obsesivamente y no lo ocultaba. Había sido así desde el principio, cuando tenía trece años y Emma y Cole fueron a vivir a Big Spur.

Cole la miró y se fijó en el hematoma que ella tenía en la clavícula. Extendió la mano y lo tocó suavemente, haciendo que ella se encogiera.

—Estás magullada —le dijo—. Ya te advertí sobre ese cochecito...

Heather se mordió el labio. Deseaba tan desesperadamente poder hablar, discutir. Cole por su parte, la miró con rostro impasible aunque, durante un instante, algo brilló en su mirada.

—¿Han mandado a alguien a por tu ropa? —le preguntó.

No ha habido tiempo, escribió ella.

—Yo te traeré tus cosas —dijo él.

Se puso de pie. La mirada de Heather se prendió en el atractivo traje de estilo texano que vestía. No pudo evitar fijarse en el modo en el que enfatizaba sus anchos hombros y su estrecha cintura ni la manera en la que el pantalón ceñía sus poderosos muslos como si fuera una segunda piel. Había algo tan sensual en él, el modo en el que se movía...

Heather aplastó aquel turbador pensamiento.

¿A casa?, preguntó ella sin pronunciar sonido alguno, tan solo con el movimiento de los labios

Cole levantó las cejas.

—¿Tu apartamento o el rancho? —preguntó.

Heather tomó el cuaderno y empezó a escribir. Odió su propia debilidad.

Al rancho.

—No estarás tan mal —prometió él—. A Emma le vendrá bien la compañía. Yo he estado fuera mucho tiempo.

Con el ganado y en invierno, escribió ella en el cuaderno.

Una rara sonrisa se dibujó en el rostro de Cole. Heather se preguntó si él utilizaría aquella sonrisa con otras mujeres. Resultaba devastadora.

Se rebulló en la cama, tratando de aliviar el dolor que parecía afectarle de repente a todo el cuerpo. Él extendió la mano y le tocó la venda que cubría una de las muchas abrasiones que tenía en el brazo.

—¿Te duele, nena? —le preguntó él.

Era el único hombre que la llamaba así. No era una palabra que le gustara a ella demasiado, pero Cole hacía que sonara especial.

Negó con la cabeza y extendió la mano para acariciar los dedos de él con los suyos. Aquel gesto pareció molestarle. Retiró la mano como si Heather le hubiera quemado y se levantó de la cama mientras se metía las dos manos en los bolsillos y se ponía a pasear por la pequeña habitación de hotel.

Heather se sintió rechazada. Cole se estaba comportando de un modo muy distante. Era como si no quisiera estar en la misma habitación con ella.

De repente, respiró profundamente, como con impaciencia, y regresó a su lado.

—¿Cómo puedo hablar contigo así? —gruñó.

Ella le indicó el cuaderno y el bolígrafo.

—Lo sé, pero no es lo mismo. ¿Cuánto tiempo falta para que puedas volver a hablar?

Heather se encogió de hombros.

—Iré a hablar con el médico —dijo, sin esperar a que ella pudiera explicarse, como de costumbre.

Tenía una actitud tan arrogante que ella le sonrió, dejando que todo el cariño que sentía por él se le reflejara en los ojos.

Pero Cole acalló aquella mirada con la frialdad habitual.

—No me mires así —le espetó.

Heather se quedó confusa y herida. Entonces, observó que él se daba la vuelta y agarraba su sombrero.

—Regresaré por la mañana —le dijo él sin mirarla—. Te traeré un vestido.

Ella lo miró asombrada. Algo muy malo debía de pasarle a Cole para que la tratara tan fríamente. Se preguntó de qué se trataría.

Regresó a la mañana siguiente, después de que Heather se hubiera duchado y hubiera desayunado, con una pequeña bolsa de viaje que contenía un vestido y algunos objetos de aseo.

—Te puedes marchar mañana —le dijo secamente mientras se sentaba en la butaca que había junto a la cama—. Le he dicho al doctor que se hará cargo de tu tratamiento el médico de la familia.

Heather ocultó una sonrisa tras la mano. Se imaginó a Cole dándole órdenes al menudo médico que se ocupaba de su caso.

—Tengo que volar a Nueva Orleans hoy —añadió él—, pero trataré de regresar antes de que te duermas esta noche.

Él la hizo sentirse como si fuera un bebé que necesitara un osito de peluche y un biberón antes de dormir. Le dedicó una mirada de desprecio.

—¿Quieres arañarme, gatita?

Ella asintió airadamente.

Los ojos grises de Cole recorrieron la sábana que cubría el menudo cuerpo de Heather.

—No podrías conmigo.

Ella golpeó la cama con el puño cerrado mientras que Cole soltaba una carcajada. Entonces, se levantó y Heather se percató de lo imponente que estaba con el traje gris que llevaba. Cole se rebuscó en un bolsillo para sacarse un cigarrillo, que se colocó inmediatamente entre los esculpidos labios.

—Es una costumbre —dijo—. En realidad, ni siquiera me gusta el sabor —añadió. Se quitó el cigarrillo de los labios y se inclinó sobre ella para darle un beso en la mejilla—. No le des problemas al médico mientras yo no esté.

Eso es lo que haces tú, no yo, escribió ella en el cuaderno.

—Mocosa —le dijo él en tono jocoso—. Te veo esta noche.

Heather le dedicó una radiante sonrisa, pero no trató de tocarle la mano como había hecho el día anterior. Resultaba cada vez más evidente que él no quería que le tocara.

Gil fue a visitarla más tarde y se admiró al verla con el vestido de gasa azul claro que Cole le había llevado.

—Estás para comerte —susurró él en tono sugerente.

La comida del hospital te dará indigestión, escribió ella con una sonrisa.

—Sí, supongo que sí, pero yo no soy un paciente. ¿De dónde has sacado ese vestido?

Es del hospital, mintió ella sobre el papel.

—Pues menudo hospital tan elegante. Ningún paciente masculino querría que les dieran el alta a las pacientes si todas van vestidas así. ¿Y dónde está tu hermanastro? —le preguntó mientras se sentaba en la butaca—. Me han dicho que vino aquí anoche hecho una fiera —añadió con una sonrisa—. He oído que al menos dos enfermeras están siendo tratadas por estrés.

Estaba muy enfadado.

—Se debería haber comido al que tenía que haberle llamado y no a las pobres enfermeras.

Heather suspiró. Las enfermeras estaban aquí.

—Ah, claro. Y el que olvidó darle el mensaje no estaba. Ojalá supiera el nombre de ese tipo. Le enviaría flores por anticipado.

Heather sonrió. Gil era tan divertido... Hacía que desaparecieran todas las sombras. Mientras estaba a su lado, se le olvidaban sus temores y podía relajarse.

Estaba contándole historias de sus primeros años como reportero cuando la puerta se abrió. Cole entró en la habitación y se quedó atónito al ver a Gil Austin sentado cómodamente sobre la cama de Heather. Se quedó inmóvil en la puerta, aunque su actitud denotaba peligro. A ella no le gustó el modo en el que miró a Gil.

—Supongo que eres el hermanastro —bromeó Gil mientras se levantaba para saludar al recién llegado.

A Cole el comentario no le hizo ninguna gracia. Miró al Gil y tensó por completo el cuerpo.

Gil se aclaró la garganta, desconcertado por aquella actitud.

—Me llamo Gil Austin. Me ocupo de la sección de Ocio del News Herald... y Heather es mi chica —añadió mirando posesivamente a la joven.

Los ojos de Cole parecieron estar a punto de explotar. Tensó aún más la mandíbula.

—Un periodista —dijo, haciendo que la palabra sonara como un insulto. Entonces, lo miró con desprecio y se giró hacia Heather—. Vendré a por ti a primera hora de la mañana —le informó secamente—. ¿Hay algo que quieras de tu apartamento? Estarás en el rancho unas cuantas semanas.

Mi abrigo, escribió Heather.

Sonrió al ver el gesto de Cole. Era muy supersticiosa con el abrigo de armiño que Cole le había regalado por su decimoctavo cumpleaños. Jamás viajaba sin él.

—Te lo traeré —prometió él—. ¿Algo más?

Mi bolso. El viejo, el que está en el armario.

Cole frunció el ceño.

En él guardo papeles muy importantes. Y mi dinero.

—No necesitas dinero para regresar a casa.

Ella suspiró con irritación. Deseó poder hablar... Quería decirle que no necesitaba que él le diera dinero, pero Cole pareció interpretar el sentimiento que se le reflejaba en los ojos y levantó la cabeza con gesto arrogante.

—¿Puedo hacer algo? —preguntó Gil. Parecía sentirse al margen.

—Nos las podemos arreglar —replicó Cole casi sin mirarlo a la cara.

—Me gustaría ir a visitar a Heather mientras se esté recuperando —insistió Gil.

Cole se volvió para contestarle y prácticamente le atravesó con la mirada.

—Lo último que va a necesitar ahora serán visitas —le dijo él secamente.

Heather lo miró atónita. Cole siempre se había mostrado muy posesivo, pero en aquellos momentos se estaba comportando como si fuera su dueño. ¿Por qué no podía tener visitas?

—Heather necesita paz y tranquilidad para superar el trauma del accidente. Se recuperará mucho más rápidamente con su familia —añadió Cole—, y voy a llevármelos a todos a Nassau durante una semana más o menos. Ya te llamará cuando esté recuperada.

Gil dudó. Heather nunca había visto que él se quedara sin palabras.

—Descansa, nena —le dijo Cole mientras le daba un beso sobre el cabello—. Vendré pronto, así que no te quedes levantada hasta muy tarde con tu novio —añadió con cierta ironía—. Buenas noches, Austin —añadió.

Gil se aclaró la garganta.

—Tienes razón. Parece muy cansada. Buenas noches, cariño —susurró, resistiéndose a la necesidad de darle un beso antes de marcharse. Everett tenía un aspecto muy peligroso—. Me alegro de haberte conocido, Cole —comentó. Entonces, miró de nuevo a Heather—. Estaremos en contacto.

—Sobre mi cadáver —murmuró Cole cuando Gil se hubo marchado.

¿Por qué no te cae bien?, escribió ella inmediatamente.

—Es demasiado mayor para ti —replicó Cole.

A mí me gusta, respondió ella sobre el papel.

Cole no se dignó en responderla.

—Emma te está preparando tus platos favoritos —comentó él—. Echó a la señora Jones de la cocina para empezar a prepararlo todo. ¡Cómo son las madres!

Heather sonrió. A pesar de que Emma solo era su madrastra, era tan querida para Heather como si existiera vínculo de sangre entre ellas. Suspiró y cerró los ojos. Tal vez sí que necesitaba estar sola un rato. Tal vez le sentaría bien alejarse de todos los que le pudieran recordar a su profesión y la vida tan poco satisfactoria que se había labrado para sí en Houston.

Abrió los ojos de repente y vio que Cole la estaba observando. Bajó la mirada inmediatamente y se preguntó por qué el pulso se le había acelerado de aquel modo.

—Buenas noches, nena —dijo él secamente. Se marchó antes de que ella pudiera poner su pulso bajo control.

Capítulo 2

EL vuelo a Branntville les llevó muy poco tiempo. Mientras aterrizaban, Heather observó el baldío paisaje con nostalgia de la primavera. Sonrió al recordar las flores y los árboles cubiertos de hojas de cien tonalidades diferentes. Cole apartó la mirada de los controles el tiempo suficiente para analizar la expresión del rostro de su acompañante.

—¿Y estabas dispuesta a renunciar a todo esto para cantar en un club? —le preguntó—. ¿Sigues pensando que mereció la pena cambiar este aire limpio por una sala repleta de gente?

Heather meneó la cabeza con impaciencia y lo miró con desaprobación.

Cole sonrió.

—Está bien, girasol —comentó con una sonrisa. Acababa de utilizar el apodo con el que él solía llamarla en la infancia—. Lo he captado.

Heather apartó la mirada. Cole tenía un oscuro encanto que debía de ser devastador cuando quería algo de una mujer. Observó las masculinas manos sobre los controles del Cessna. Tenían los dedos largos y eran morenas y fuertes. Su boca también era fuerte, con una sensualidad que Heather tan solo había empezado a notar. Aquel pensamiento le hizo fruncir el ceño. ¿Sería un amante cariñoso? Se sonrojó al recordar una noche del año anterior, cuando lo vio besando a Tessa en su fiesta de cumpleaños. La boca resultaba dura. No había ni un centímetro de espacio entre su cuerpo y el de Tessa... La imagen había resultado bastante turbadora para Heather, aunque en aquel momento no comprendió por qué. Ese recuerdo la llevó a la conclusión de que Cole no sería cariñoso. Era un hombre de extremos y sentía que sus pasiones serían fuertes. No se satisfaría con los breves e inocentes besos que le daba a Gil Austin.

Se regañó mentalmente. Sus propios pensamientos la estaban escandalizando. Se puso a mirar por la ventana y observó las vallas blancas que marcaban los límites de Big Spur.