Justin - Diana Palmer - E-Book
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Justin E-Book

Diana Palmer

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Beschreibung

Unos texanos altos y guapos... Eran duros y fuertes... y los hombres más guapos y dulces de Texas. Diana Palmer nos presenta a estos cowboys de leyenda que cautivarán tu corazón. JUSTIN— Aquel ranchero estaba resentido por cosas del pasado y había soñado miles de veces con que Shelby le pedía que la ayudara... pero cuando por fin ella lo necesitaba... ¿sería capaz de negarle su ayuda?

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Editado por Harlequin Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 1988 Diana Palmer

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Justin, n.º 1392 - agosto 2014

Título original: Justin

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2003

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-4629-6

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Sumário

Portadilla

Créditos

Sumário

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Publicidad

Capítulo 1

La mañana había amanecido calurosa, pero aquello no había parecido desanimar a los postores. El subastador, de pie en el elegante porche de la enorme mansión blanca, dirigía la sesión en un tono monocorde, pero de vez en cuando tenía que echar mano de su pañuelo para secarse el sudor del rostro y la nuca.

Justin Ballenger observaba la subasta con los ojos negros entornados. No tenía intención de comprar, no aquel día, pero sí tenía un interés personal en la subasta. Era el hogar de los Jacobs lo que se estaba subastando, con absolutamente todo lo que había en él. Debería sentir cierta satisfacción al ver cómo se desperdigaban las posesiones de Bass Jacobs, pero, extrañamente, no era así. De hecho lo hacía sentirse bastante incómodo, era como ver a un grupo de buitres despedazando a una víctima indefensa hasta los huesos.

Buscó con la mirada entre la muchedumbre, tratando de ver a Shelby Jacobs, pero no parecía haber acudido. Tal vez ella y su hermano Tyler estarían dentro de la mansión, ayudando a la gente de la casa de subastas a clasificar los muebles y las antigüedades para su venta.

Alguien se acercó a él por la izquierda, y al girar la cabeza se encontró con su cuñada, Abby Ballenger.

—No esperaba verte aquí —le dijo ella sonriéndole.

Calhoun y él iban a haber sido sus hermanastros, pero un accidente de coche dos días antes de la boda, acabó con la vida del padre de ellos y la madre de ella. Abby no tenía más familia, así que se convirtieron en sus tutores legales y la joven se fue a vivir con ellos a su rancho de Texas. Solo hacía seis semanas que Calhoun y ella se habían casado.

—Nunca me pierdo una subasta —contestó él, volviendo la cabeza hacia el subastador—. Por cierto, no he visto a los Jacobs —añadió en un tono despreocupado.

—Tyler está en Arizona —contestó Abby. La divirtió verlo girar la cabeza sorprendido ante la noticia—. No quería irse sin pelear por su patrimonio, pero parece ser que se produjo algún tipo de emergencia en el rancho en el que está trabajando.

—¿Ha dejado sola a Shelby? —exclamó Justin. Pareció que las palabras habían escapado involuntariamente de sus labios.

—Me temo que sí —asintió su cuñada reprimiendo a duras penas una sonrisa maliciosa—. Está en el apartamento que le ha alquilado su jefe, Barry Holman, justo encima del bufete en el que trabaja...

Las facciones de Justin se pusieron rígidas, y dejó suspendido en el aire el cigarrillo que estaba fumando.

—¿Holman tiene el valor de llamarlo apartamento? ¡Por amor de Dios!, ¡si no es más que un almacén cochambroso!

—Bueno, le ha dado permiso a Shelby para arreglarlo un poco —repuso Abby—. No tiene otra opción, Justin. Están vendiendo la casa y no puede permitirse otra cosa con lo que gana. Es una tragedia. Tyler y ella pensaban que podrían al menos retener su hogar, pero las deudas de su padre eran demasiado cuantiosas.

Justin farfulló algo por lo bajo con la vista fija en la mansión frente a ellos. Aquella casa simbolizaba todo lo que había odiado de la familia Jacobs en los últimos seis años, desde que Shelby había roto su compromiso y lo había traicionado.

—¿No estás contento? —lo picó Abby suavemente—. Después de todo odias a Shelby. Debería complacerte verla humillada públicamente.

Pero él no respondió a sus pullas, sino que se dio la vuelta bruscamente y se dirigió a grandes zancadas al lugar donde tenía aparcado su Thunderbird negro. Abby sonrió. Durante todos esos años, Justin había evitado todo contacto con los Jacobs, hasta el punto de que no quería ni oír mencionarlo, pero en los últimos meses la lucha que se libraba en su interior estaba empezando a exteriorizarse.

Abby estaba segura de que todavía sentía algo por Shelby, y que ella también sentía aún algo por él; y feliz como se sentía en su matrimonio, quería que el resto del mundo fuera igualmente feliz, así que pensaba que quizá empujando un poco a Justin en la dirección adecuada lograra hacer felices a dos personas muy desdichadas.

Justin no se había enterado de la venta de la heredad de los Jacobs hasta aquella misma mañana, cuando Calhoun lo había mencionado en la oficina de la nave de engorde de ganado que ambos dirigían. Le dijo que había salido en los periódicos, pero Justin había estado fuera de la ciudad.

No le sorprendía en absoluto que Shelby quisiera mantenerse al margen de la subasta. Había nacido en aquella casa, y había vivido allí toda su vida. De hecho, su abuelo había sido el fundador de la pequeña ciudad en que vivían y le había dado su nombre: Jacobsville. Eran una familia adinerada, y los andrajosos hermanos Ballenger del destartalado rancho a unos kilómetros de la mansión, no eran la clase de amigos que la señora Jacobs quería para sus hijos, Tyler y Shelby. Sin embargo, al morir esta, el trato hacia ellos por parte del señor Jacobs se volvió repentinamente más amistoso, sobre todo desde que establecieran su negocio de la nave de engorde, y cuando el viejo se enteró de que Shelby pretendía casarse con él, le aseguró que no podía estar más contento.

Pero después ocurrió algo... Una noche Bass Jacobs y el joven Tom Wheelor habían ido a verlo. Bass Jacobs parecía muy disgustado, y le dijo a Justin sin preámbulos que Shelby estaba enamorada de Wheelor, y no solo eso, sino también que habían estado acostándose, que su compromiso con ella no había sido más que una farsa. Le aseguró que estaba avergonzado de ella, y que el compromiso había sido una estratagema de Shelby para cazar al indeciso Wheeler. Por tanto, habiendo servido a sus propósitos, Shelby ya no lo necesitaba. Con tristeza, Bass Jacobs le devolvió el anillo de compromiso, mientras Tom Wheelor murmuraba sonrojado sus disculpas. Bass incluso había derramado unas lágrimas, y tal vez fuera la vergüenza lo que hizo que le prometiera a Justin respaldo financiero para su negocio. Solo había una condición: que no le dijera nunca a Shelby quién le había proporcionado el dinero. Y acto seguido, se marcharon.

Justin, incapaz de creer a Shelby capaz de algo así sin tener pruebas, corrió a telefonearla justo cuando su padre arrancaba el coche para salir de su propiedad. Sin embargo, ella no negó nada de lo que le habían dicho, sino que, por el contrario, se lo confirmó todo, incluso la parte acerca de haberse acostado con Wheelor. Le dijo que solo había querido poner celoso a Tom, para que le propusiera matrimonio de una vez. Añadió también que esperaba que no estuviera muy enfadado con ella, pero claro, tenía que comprender que ella siempre había tenido todo lo que había querido, y por desgracia él no era lo suficientemente rico como para satisfacer todos sus caprichos, mientras que Tom...

Justin la creyó. Además, al recordar cómo la vez que había tratado de hacerle el amor ella lo había rechazado, hizo que su confesión sonara aún más cierta. Después de aquello, había agarrado una borrachera de campeonato, y en los seis años siguientes no había vuelto a mirar a otra mujer. Y no porque no hubieran surgido posibilidades, habían surgido varias, pero todas las había desdeñado. No era un hombre guapo: sus facciones morenas eran demasiado hoscas, irregulares, y casi nunca se lo veía esbozar una sonrisa. Sin embargo, había logrado riqueza y poder, y aquello atraía a las mujeres. Pero se sentía demasiado resentido como para aceptar esa clase de atención. Shelby lo había herido como nadie antes lo había hecho, y durante años lo único que lo mantuvo vivo fueron las ansias de venganza.

Sin embargo, cuando el momento había llegado, cuando al fin la veía humillada como Abby había apuntado, no sentía la menor satisfacción. Solo podía pensar en que debía estar destrozada, sin familia ni amigos que la reconfortaran.

Ese lugar que su cuñada había llamado «apartamento» no era más que un pequeño almacén, y no le hacía gracia pensar que tuviera que depender de ese modo de Holman. Conocía la reputación del tipo, y sabía que le gustaban las mujeres bonitas. Y Shelby lo era, era preciosa: largo cabello negro, figura delicada, y brillantes ojos de un verde intenso. Ya no era una adolescente, había cumplido los veintisiete, pero no parecía mucho mayor que cuando se comprometieron. Tal vez fuera porque la rodeaba una especie de halo de inocencia y pureza que... Justin cerró los ojos, apretó los dientes y sacudió la cabeza. Falso, era todo falso, únicamente apariencias.

Se detuvo frente a la puerta del «apartamento» y levantó el puño para golpear con los nudillos, pero le pareció escuchar un ruido ahogado dentro. No parecían risas... ¿Llanto? Apretó la mandíbula y dio un par de golpes secos en la puerta. Los sollozos pararon al instante, y se oyó un chirrido, como de una silla arrastrándose, y después pasos, que parecían hacerse eco de los rápidos y fuertes latidos de su corazón.

La puerta se abrió y apareció Shelby, con unos vaqueros descoloridos y una camisa de cuadros azul. Tenía el largo cabello desordenado, y los ojos enrojecidos.

—¿Has venido a burlarte de mi desgracia, Justin? —le espetó con amargura.

—No me produce ningún placer verte hundida —contestó él alzando la barbilla y entornando los ojos—. Abby me dijo que estabas sola.

Shelby suspiró, bajando la vista a las botas polvorientas de él.

—Llevo sola mucho tiempo, he aprendido a vivir con ello —contestó cambiando el peso de un pie a otro incómoda—. ¿Hay mucha gente en la subasta?

—El jardín delantero está a rebosar —respondió él. Se quitó el sombrero y se pasó una mano por el espeso y oscuro cabello.

Shelby alzó la mirada hacia él, y sus ojos se detuvieron sin poder evitarlo en las duras líneas del rostro de Justin, y en los labios esculpidos que había besado con tanta pasión seis años atrás. Había estado perdidamente enamorada de él, pero la noche en que se habían comprometido, su ardor la había asustado. Lo había apartado, y aun así el recuerdo de las deliciosas sensaciones que había experimentado hasta ese momento, hasta antes de que el miedo se hiciera tangible, quedó grabado a fuego en su mente. Había deseado ir más lejos de donde habían llegado, pero tenía sus razones para temer aquella intimidad final más que cualquier otra mujer. Sin embargo, Justin nada sabía de aquello, y le había dado demasiada vergüenza explicárselo.

Se hizo a un lado para que pasara.

—Si mi compañía no es demasiado desagradable, tal vez te apetezca un poco de té helado.

Justin dudó, pero fue solo un momento.

—Te lo agradecería —murmuró entrando y cerrando despacio tras de sí—. Aquí hace un calor infernal.

La siguió, pero se paró en seco al contemplar la clase de lugar en el que estaba teniendo que vivir. Se puso rígido y estuvo a punto de maldecir en voz alta.

Solo había dos habitaciones, en el mal llamado apartamento, y estaban vacías a excepción de un viejo sofá, una silla, una mesita de café y un pequeño televisor. Había también un armario empotrado, donde debía tener guardada la ropa, y en la cocina solo había un modesto refrigerador, y una hornilla. La sola idea de imaginarla viviendo allí, cuando estaba acostumbrada a sirvientes, a batas de seda, a servicios de plata y muebles antiguos...

—Dios... —murmuró.

Al escuchar el tono de lástima en su voz la espalda de Shelby se tensó, pero no se dio la vuelta.

—No necesito tu compasión —le dijo con aspereza—. No es culpa mía ni de Tyler que hayamos perdido la heredad, sino de nuestro padre. Además, puedo abrirme camino en el mundo por mí misma.

—Sí, pero no tendría que ser de este modo, maldita sea —masculló Justin arrojando furioso el sombrero sobre la mesita. Le quitó de las manos la jarra de té helado, depositándola también con violencia en la mesa y la agarró por las muñecas—. No puedo hacerme a un lado y mirar cómo tratas de sobrevivir en esta ratonera. ¡Barry Holman y su maldita caridad!

Shelby se había quedado como en estado de shock, no tanto por lo que le estaba diciendo, sino por lo alterado que se había puesto de repente.

—No es una ratonera —balbució.

—Comparándolo con el estilo de vida al que estás acostumbrada sí lo es —repuso él. Dejó escapar un suspiro exasperado—. Puedes quedarte conmigo hasta que puedas permitirte algo digno.

—¿Con... contigo? —repitió ella poniéndose roja como una amapola—, ¿en tu casa... sola contigo?

—En mi casa —recalcó él alzando la barbilla—, «no» en mi cama. No tendrás que pagarme un alquiler, y tengo presente que no te gusta que te toque.

A Shelby le dolió la hiriente mordacidad de sus palabras, pero no podía mirarlo a los ojos ni negar aquella última afirmación sin embarazo para ambos. De todos modos, ya no importaba, hacía demasiado tiempo de aquello. Así que, en vez de buscar su mirada, se quedó mirando su blanca camisa, y la espesa masa de vello que se adivinaba a través de la tela. Una vez había tocado esa parte de su cuerpo, la noche en que se prometieron. Justin se había desabrochado botón tras botón, dándole acceso, permitiendo que lo acariciara como quisiera. Y luego había empezado a besarla como si no fuera a haber un mañana, y Shelby no puedo evitar asustarse cuando él trató de ir más lejos.

Hasta aquella noche, Justin jamás había intentado tocarla de un modo íntimo, y se habían limitado a intercambiar breves besos inocentes. Al principio esa actitud la había dejado un poco perpleja, y había despertado su curiosidad, porque estaba segura de que Justin tenía mucha experiencia en ese terreno. Claro que, se había dicho, tal vez el problema radicaba en la diferencia de estatus entre ambos. Por aquella época, Justin apenas sí podía clasificarse dentro de la clase media, mientras que su familia era rica. Eso a ella no le había importado, pero podía imaginar que a Justin quizá si lo intimidase un poco, y lo que era peor, esa sensación de inferioridad seguramente se habría tornado en odio cuando, ante la insistencia de su padre, se vio forzada a romper el compromiso.

Sin embargo, se ocupó de ajustarle las cuentas a su padre. Su padre quería haberla casado con Tom Wheelor, un hombre frío al que solo le interesaba la fusión de sus propiedades, pero Justin se había interpuesto, y por eso urdieron la mentira de que ella nunca lo había amado, y que lo había utilizado para atraer a Tom. Ella había rechazado repetidamente a Wheelor, y nunca había dejado que le pusiera un dedo encima. Le dijo a su padre que nunca se casaría con su amigo, y aun así el viejo no capituló hasta su muerte. Solo entonces, tras años de haber sido testigo de lo desesperadamente que ella amaba a Justin, de lo desgraciada que la había hecho, le rogó su perdón. Lo único que no le dijo era que la culpabilidad lo había llevado a impulsar el negocio de Justin.

Shelby buscó los oscuros ojos de Justin, perdida en los recuerdos. Había sido muy duro seguir adelante sin él. Los sueños de vivir una vida a su lado, sintiéndose amada, dando a luz a sus hijos... habían muerto hacía ya tiempo. Y, aun así, el tacto de sus grandes manos en sus muñecas estaba haciendo que la temperatura de su cuerpo aumentara, que el deseo dormido se despertara cosquilleante en su interior. Si su padre no hubiera interferido... No, también era culpa de ella, había sido incapaz de explicar sus temores al hombre al que amaba, de pedirle que tuviera cuidado, que fuera despacio... Pero ya era demasiado tarde.

—Sé que ya no me quieres, Justin —le dijo suavemente—. Y comprendo el porqué, pero, en cualquier caso, no tienes por qué sentirte responsable de mí. Estaré bien, puedo cuidar de mí misma.

Justin inspiró despacio, tratando de controlarse, pues la sedosa textura de su piel lo estaba volviendo loco. Sin darse cuenta, comenzó a acariciarle las muñecas con movimientos circulares.

—Lo sé —respondió—, pero este no es lugar para ti.

—No puedo pagar otra cosa —dijo ella—, pero Barry Holman me ha prometido que dentro de dos meses me subirán el sueldo, y tal vez entonces alquilé la habitación que tomó Abby en casa de la señora Simpson.

—No tienes que esperar —repuso él con aspereza—. Yo te prestaré el dinero.

—Eso no estaría bien. La gente murmuraría —musitó Shelby bajando la vista.

—No tiene por qué enterarse nadie. Quedaría entre tú y yo.

Shelby se mordió el labio, buscando en su interior la fuerza necesaria para negarse, pero resultaba difícil cuando, aunque nunca lo admitiría delante de Justin, detestaba tener que vivir allí, tan cerca de Barry Holman, que era un buen jefe, pero también un donjuán.

En ese momento llamaron a la puerta. Justin la soltó de mala gana y la observó mientras ella iba a abrir. Era Barry Holman, con una expresión esperanzada en el rostro.

—Hola, Shelby —la saludó en un tono amistoso—, pensé que tal vez necesitarías ayuda para la mudanza que tengas que.. —se quedó callado al ver a Justin detrás de ella.

—Ya ves que no —contestó este con una fría sonrisa—. De hecho, va a alquilar una habitación en la casa de huéspedes de la señora Simpson y yo he venido para ayudarla a cargar algunas cosas, aunque sé que aprecia mucho tu «generosidad» al dejarle este... «apartamento» —añadió mirando en derredor con disgusto.

Barry Holman tragó saliva. Conocía a Justin desde hacía mucho tiempo, y estaba convencido de que lo que se rumoreaba era cierto: no quería a Shelby para él, pero tampoco dejaba que otros hombres se acercaran a ella.

—Bien —dijo, aún sonriendo—, pues entonces vuelvo abajo, al bufete. Tengo que hacer unas cuantas llamadas. Me alegra haberte visto, Justin. Hasta el lunes por la mañana, Shelby.

—Gracias de todos modos, señor Holman —le dijo ella apoyando la mentira de Justin, pues no podía ya, ni quería, contradecirle—. No querría que pensara que soy una desagradecida, pero es que la señora Simpson me ofrece pensión completa, y es un lugar muy tranquilo. No estoy acostumbrada a la vida de ciudad, y como la señora Simpson tenía libre una habitación...

—Tranquila, Shelby, no tienes por qué darme explicaciones —sonrió Barry—. Hasta luego.

Justin lo miró furibundo mientras salía, y después se giró hacia Shelby.

—He dicho que te prestaré el dinero para el alquiler y lo haré —le dijo con voz firme—. Si supone demasiado para tu orgullo, puedes pagarme cuando mejor te convenga.

No era orgullo lo que hacía dudar a Shelby, sino la sensación de que sería muy poco considerado aprovecharse de él. Sabía que Justin no la dejaría permanecer allí, porque a pesar del rencor era un hombre cariñoso, que seguía preocupándose por ella. Tenía un corazón demasiado grande como para darle la espalda, a pesar de lo que pensaba que ella le había hecho. Las lágrimas afloraron a sus ojos verdes al recordar lo que su padre la había obligado a decirle, y cómo lo había herido.

—Lo siento tanto... —sollozó de pronto mordiéndose el labio inferior y dándose la vuelta.

Aquellas palabras, y la emoción que subyacía en ellas, sorprendieron a Justin. ¿Acaso sería posible que, a esas alturas, ella sintiera remordimientos? ¿O quizá estaba fingiendo para conseguir su compasión? Ya no podía fiarse de ella.

Shelby recobró la compostura, y sirvió el té frío en dos vasos con hielo.

—Si de verdad no te molesta hacerme ese préstamo lo aceptaré —le dijo tendiéndole un vaso sin mirarlo a los ojos—. No es ningún secreto que este sitio no me gusta demasiado, y siempre será mejor vivir acompañada, aunque sea en una casa de huéspedes. No me gusta estar sola.

—Tampoco a mí me gusta, Shelby, pero es algo a lo que acabas por acostumbrarte —murmuró él. Sorbió un poco del té sin apartar la mirada del rostro de ella—. ¿Y cómo llevas lo de tener que trabajar para poder vivir?

—Me gusta —respondió ella con una sonrisa, ignorando la burla. Alzó los ojos hacia los de él—. Pero antes también hacía cosas, ¿sabes?, cuando teníamos dinero. Estaba en varios grupos de voluntariado y asociaciones de beneficencia. Sin embargo, a un bufete acude gente con auténticos problemas, y al poder ayudarlos me siento mejor, y me hace olvidar los míos.

Justin frunció el entrecejo.

—¿No me crees, verdad? —inquirió ella adivinando lo que estaba pensando—. Tú siempre me viste como a un miembro más de la clase alta, una mujer atractiva con dinero y una selecta educación... Pero eso no era más que la fachada. En realidad nunca llegaste a conocerme de verdad.

—Pero te deseaba —replicó él con una mirada desafiante—. Tú jamás me deseaste a mí.

—¡Lo que pasó es que tú quisiste acelerar las cosas! —exclamó ella a la defensiva, sonrojándose al recordar aquella noche.

—¿Acelerarlas? Hasta esa noche ni siquiera te había besado de un modo íntimo, ¡por amor de Dios! —los ojos de Justin relampaguearon de furia al pensar en cómo lo había rechazado—. Hasta esa noche te había tenido en un pedestal, adorándote como a una diosa, ¡y tú mientras estabas acostándote con ese chico millonario!

—Nunca me acosté con Tom Wheelor.

—No es eso lo que me dijiste —le recordó Justin con una sonrisa fría—. De hecho juraste que sí lo habías hecho.

Shelby cerró los ojos, presa del amargo remordimiento.

—Es cierto, lo dije —asintió cansada—. Casi lo había olvidado —añadió dándose la vuelta.

—Agua pasada no mueve molino —dijo Justin sin apartar los ojos del rostro tenso de Shelby—. No, ya no importa. Vamos, te llevaré a la casa de la señora Simpson a ver si puede alquilarte la habitación.

Shelby sabía que él no daría su brazo a torcer lo más mínimo. No había olvidado, y seguía despreciándola. Mientras tomaba su bolso, y lo seguía hasta la puerta, sintió como si alguien le hubiera colocado un enorme peso sobre los hombros.

Capítulo 2

Cuando detuvo el vehículo a unos metros de la casa de huéspedes, Justin metió un fajo de billetes en el bolso de Shelby. Ella quiso protestar, pero Justin siguió fumando su cigarrillo y la ignoró por completo.

—Ya te dije antes que lo del dinero quedaría entre nosotros —murmuró mientras apagaba el motor. Apoyó el codo en la ventanilla abierta y se giró para mirarla—. Hablaba en serio, pero si como te dije prefieres considerarlo como un préstamo, eso es cosa tuya.

—Te prometo que te lo devolveré... algún día —contestó ella con aire miserable, mordiéndose el labio. Con lo poco que ganaba apenas si le alcanzaría para pagar el alquiler y comprarse la ropa que necesitara.

—Me da igual.

—Pues a mí no —repuso ella algo sulfurada. Dejó escapar un enorme suspiro—. Oh, Justin, ¿qué voy a hacer? —gimió—. Por primera vez en mi vida me encuentro sola. Ty se ha marchado a Arizona, y no tengo más familia que él... —de pronto se dio cuenta de que estaba evidenciando su debilidad, y bajó la vista avergonzada—. Disculpa, no me hagas caso, ya me haré a ello. No debí haber dicho eso. Solo sé quejarme...