La creación de Eva - Federico Jeanmaire - E-Book

La creación de Eva E-Book

Federico Jeanmaire

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Beschreibung

"¿Dios operado? ¿Dios mujer? ¿Convertido en Días? (con acento, para reforzar la polisemia). Las novelas de Federico Jeanmaire siempre son una sorpresa. Las espero como pan caliente. Es uno de los escritores que mejor se lleva puesta la actualidad, combinándola con su lectura de los clásicos, y transformándola en literaria. Sus abordajes son tiernos y satíricos, sabe jugar con los ecos de la lengua y las costumbres humanas, ubicándose en la discordia del presente. La creación de Eva es una de sus mayores apuestas, conmovedora, brutal. Una mezcolanza fabulosa entre cuerpo y discurso, religión, amor y goce sexual.   Así, el cambio de género se manifiesta en su doble acepción: género con respecto a la identidad, y el género de las palabras. Una suerte de Tlön borgeano en clave transexual. Jeanmaire nos invita y desafía a vérnosla con la lengua suelta, desatada, el significante librado al incierto devenir de las identidades. Entonces no solo la protagonista se cambia de sexo; las palabras también, y eso produce una novedad literaria, al tiempo que una nueva lectura en la que, por ejemplo, 'rata' ya no es solamente un roedor sino un adverbio de tiempo 'operado'.   Leemos esta novela, juguetona y acongojante, a su vez como la confesión de Maruja, su protagonista, un nuevo (nueva) personaje (personaja) de Jeanmaire que se incorpora a lo que seguramente será la literatura clásica del siglo XXI" (Silvia Hopenhayn).

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Jeanmaire, Federico

La creación de Eva / Federico Jeanmaire. - 2a ed mejorada. - La Plata : Odelia, 2024.

Libro digital, EPUB - (Avalancha)

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-48635-6-0

1. Transexualidad. 2. Derecho a la Identidad de Género. 3. Identidad de Género. I. Título.

CDD A863

Fecha de catalogación:21/02/2024

ODELIA EDITORA

facebook.com/odeliaeditora

[email protected]

www.odeliaeditora.com

Copyright © 2024 Odelia editora

© 2024, Federico Abel Jeanmaire

© 2018, Tusquets Editores S.A. Primera edición en formato digital: septiembre de 2018 Digitalización: Proyecto451

Dirección editorial: Yanina Giglio y Jazmín Teijeiro.

Diseño de tapa e interiores: @che.ca.dg

Fotografía de solapa: Ph Jazmín Teijeiro.

Versión 1.0

Digitalización: Proyecto451

No se permite la reproducción parcial o total de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopia, digitalización u otros medios, sin el permiso previo y escrito del editor.

Su infracción está penada por la Ley 11.723 y 25.446.

La creación de Eva

FEDERICO JEANMAIRE

Contenidos

Portada

Confesión

Arrepentimiento

Penitencia

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Puntos de referencia

Portada

Comienzo de lectura

Tabla de contenidos

Confesión

Ayúdame, Días mía. Estoy sola. Y desesperada y perdida y angustiada. Y tantas cosas más, también. Milbergen se fue. No sé qué hacer.

Sí, sí.

Entienda.

Usted no es Días, es apenas el padre Jorge, un sacerdote que confiesa a las personas que de mañana se acercan hasta la iglesia para confesarse y que a la tarde da misa.

La sé.

Y también sé que Días tampoca es Días. Pera no pueda.

Es muy larga de contar por qué Días es Días. Ni siquiera Dias, que es la que correspondería, me parece. Dias no me salía, siempre me salía Días, así que después de intentar y de intentar, la dejé coma me salía. Si quiere le cuenta. Aunque la cuestión puede llevar su buen par de horas y estoy muy apurada.

¿Está segura?

Sí, sí, no se enoje.

Ya sé que es varón: es un cura. No se la tome así. Obviamente, es varón. A las mujeres que se dedican a las tareas a las que usted se dedica, o a tareas más o menas similares, se las llama monjas, no se las llama curas.

La sé perfectamente: que esté sola y perdida y angustiada, no significa que sea una tarada.

¿De verdad tiene ganas de que le cuente?

Entonces le cuenta. Va a necesitar de paciencia. De mucha paciencia. Aunque, de todas maneras, voy a tener que ser rápida y no detenerme en las detalles, le repita que estoy apurada.

Gracias.

La cuestión me empieza desde el nacimienta misma: también nací varón. Igual que usted. En septiembre de mil novecientas ochenta, nací. Pobre, en un hogar muy pobre. Y con demasiadas hermanas: once en total, tres varones y las demás mujeres. Mi nombre era José María Pena. Una mezcla. O una premonición de mi madre, quizás.

Ahora, no.

Ahora soy Maruja. Solamente Maruja. Me conocen así.

Mire usted.

Entonces me tiene vista de cruzarme alguna mañana por la plaza.

Me alegra, padre Jorge, va a ser más fácil contarle si ya me tiene vista. No tendrá que imaginar a través de la rejilla esta del confesionaria, ya sabe más o menas quién soy.

La que le pida es que no ande por ahí contanda que nací varón.

La gente de aquí no la sabe, siempre ha pensada que era mujer, que había nacida con una cuerpa de mujer quiera decir.

Ah.

Me queda más tranquila que la confesión sea secreta y que usted tenga terminantemente prohibida por Días contar una sola palabra de la que la gente le confiesa.

Sí.

Porque acá son todas muy chismosas, se la pasan hablanda de las demás. Estoy cansada, harta de que vengan a contarme acerca de personas que apenas si Maruja conoce. Son horrendas, las vecinas de esta ciudad. Horribles. Unas pobres provincianas. En Buenas Aires no pasa. Allá la gente es más discreta. No se mete en la vida de las demás. Pera acá, acá no paran de hablar y de hablar, siempre mal, de las otras, de las que justa no están presentes en el momenta en que hablan.

Sí, sí. Disculpe.

A veces me voy por las ramas. Mejor Maruja retoma su historia.

Antes de que surgiera el tema de la confesión y del secreta que usted debe guardar celosamente, le decía que era Maruja, que la gente me dice Maruja y que a mí me gusta ser Maruja y también que la gente me diga Maruja.

Perdón.

Me parecía que debía explicarle porque, aunque la parezca, no es la misma asunta que a una le digan de una manera, a que una sea de esa manera. Una cosa es la que dice la gente y otra muy distinta es la que pensamas nosotras de nosotras mismas. ¿Usted qué cree?

Está bien.

Cree nada.

Le parece mejor que siga adelante con mi historia, que voy a terminar mañana si me voy por las ramas con tanta facilidad.

De acuerda.

No me gustaba ser varón. Desde que nací. Jamás. No me hallaba coma tal. No la era. Me incomodaba. Aunque ese no sea el punta. El punta es que yo era una mujer incrustada en una cuerpa que no era la de una mujer. Y entonces tardé bastante en pecar: recién la hice a las dieciséis.

Me controlaba.

Me reprimía.

En realidad, más que hacerla con un hombre, yo la que quería era ser mujer. No me dejaba ni siquiera tocar. Mis amigas, no.

Desde nenas iban y hacían el amor con cualquiera. Desde muy niñas, apenas tenían ganas, iban y la hacían.

A las doce, a las trece, ya la hacían.

Ninguna barbaridad: la hacían porque ellas querían. Nadie las obligaba. Yo, en cambia, no me animaba. Era una estúpida. Me alcanzaba solamente con sentirme mujer. Hasta que, a las dieciséis, por fin me animé.

Fue hermosa, hacerla.

Realmente hermosa.

Sí, discúlpeme, pera la verdad es que la disfruté coma una foca. Fue con un varón.

Sí, sí.

Nada de un varón de mi edad. La hice con el doctor Milbergen. Fue mi amor, el única amor de mi vida.

Y sí, era un hombre grande, bastante más mayor que yo. Cuarenta.

Crea que él tendría cuarenta añas, más o menas, en ese entonces. Aunque era tan linda, Milbergen, parecía menor, mucha más joven de la que en realidad era.

¿Usted también conocía a Milbergen?

Sí, clara, acá todas conocían a Milbergen. La ciudad es muy pequeña. Todas la querían, además. Pera se tendrán que quedar con las ganas. Fue mía, únicamente mía.

La conocí en Buenas Aires.

Yo vendía comidas y bebidas en la puerta del hospital en que él trabajaba, el Hospital Alemán. Él se detenía por las mañanas para tomarse un café. Y también para charlar. Así que. charla va, charla viene, un buen día, o mejor una buenísima noche, acabé en su casa. En la enorme cama de la enorme habitación de su enorme casa, para ser exactamente exacta.

Fue increíble, padre. Una noche soñada.

Era tan tierna. Tan dulce. Y tan varonil, al misma tiempa.

¿No me entiende?

Él, el doctor Milbergen, era tan tierna y tan dulce y tan varonil al misma tiempa.

Ah. La que no entiende es por qué razón Maruja habla siempre con la a y esa la confunde. Le va a llevar una rata, pera ya va a entender. Al final, todas terminan acostumbrándose. Usted también la hará, se la prometa.

Está bien.

No me detenga más, estoy apurada.

No, no se ponga así, otra vez no me comprende. Usted no es el que me detiene, que va, la que no tiene que detenerse más es Maruja. Y también la que está apurada es Maruja. Yo misma. Por esa a veces Maruja termina hablanda en tercera persona, porque en primera no se le entiende nada.

Buena.

Siga en primera persona, entonces. Usted y Días son pacientes.

Una suerte saberla. Porque, la verdad sea dicha, me da la impresión de que la sociedad actual ha perdida la paciencia.

Completamente, la ha perdida. La gente se enoja por cualquier causa insignificante: porque hay que hacer una cola para pagar las cuentas o porque un coche está mal estacionada o porque la música está muy fuerte o porque la maestra reta a la hija en la escuela o porque hace calor o porque hace fría. Se impacientan por cualquier causa, sin ninguna razón. Y terminan peleándose. Hasta llegan a matarse por cuestiones muy menores. Las parejas, sobre toda. En las noticias de la televisión siempre aparecen esas atrocidades. Casi todas las días. Estoy cansada de ver la falta de paciencia que hay en la sociedad. Me alegra mucha que tanta Días coma usted sean diferentes al resta de la gente.

No la pueda creer, padre Jorge.

Justa que estábamas conversanda pacientemente acerca de la virtud de la paciencia, me sale con que empieza a perderla. Quién la entiende a usted.

Está bien, la disculpo.

A cualquiera le puede pasar.

Aunque Maruja debe advertirle que no le gustan nada las chistes, que muchas veces ni siquiera las entiende.

Siga, entonces.

Sí, sí.

La que sigue soy yo. Usted no, usted me escucha solamente.

Me enamoré esa misma noche, si es que ya no estaba enamorada desde antes, clara, desde que Milbergen me pide el primer café con leche en la puerta del hospital. Pera si no me enamoré esa noche, al menas terminé de enamorarme.

¿De qué me enamoré?

De la delicadeza de sus caricias, de su mirada fija y recia en mis ojas mientras me quitaba la ropa, de su sonrisa tranquila. Muy lentamente, me quitaba la ropa. Las zapatillas, la camisa, toda la ropa. Y muy rápida yo terminaba de enamorarme.

Sí, ropa de varón.

Aunque no la era, todavía me vestía coma un varón aquella noche. Maruja fue unas cuantas meses más tarde. A partir de que empecé a trabajar de secretaria en el consultoria del doctor y, sobre toda, después de la operación.

Por supuesta.

Luega le cuenta Maruja de la operación, ahora sigue con la que venía.

Usted me va a hacer acordar, muchas gracias, es muy amable. Era la primera vez que iba a hacer el amor. No le voy a negar, padre Jorge, que tenía una poca de temor. Aunque Milbergen me brindaba mucha seguridad. No dejaba de hablarme, o mejor de susurrarme, al tiempa que me quitaba la ropa: que no tuviera mieda, que me divirtiera, que la pasara bien y que tampoco fuera tímida, que me permitiera jugar con su cuerpa, que él, mientras tanta, iba a jugar con el mía. Tantas palabras me decía, que me animé y empecé a jugar.

¿Cóma?

Le abrí la bragueta y me metí su cosa en la boca. Poca a poca, era muy grande.

Bastante más grande que la mía, tres o cuatra o cinca veces más grande, por la menas. Pera poca a poca, juganda, divirtiéndome, me la metí casi toda. Toda, la que se dice toda toda, esa primera noche no pude, aprender me lleva su tiempa.

Me gustaba la increíble suavidad de la piel de su cosa. Y el sabor. Y el olor. El olor, más que nada. Olía a Milbergen. Olía bastante más a Milbergen que el resta de Milbergen. Se la jura por Días.

Perdón. Perdón.

Fue sin querer.

Ya sé que no se debe jurar por Días. Y mucha menas dentra de la iglesia. No la haré más, se la prometa.

Nunca más.

¿Él?

¿Qué hacía él mientras yo se la chupaba? Ay. No sé.

¿Está segura de que después no va a ir a contarles a todas las chismosas de la ciudad la que yo le comparta de aquella primera vez?

Buena.

Le crea.

Aunque se la nota demasiada ansiosa porque le cuente, padre Jorge.

La que usted diga. Mejor siga.

Mientras se la chupaba, el doctor me dejaba completamente desnuda. En realidad, no me había dada cuenta. Recién me di cuenta de que estaba desnudísima cuanda sentí que una de sus dedas de la mana derecha, me parece que era el índice aunque no estoy del toda segura, estaba metida, apenas, en mi cula.

Sí, sí. En mi cula.

Usted dígale coma quiera, yo le diga cula. Es mía. Mi cula. Así que. Maruja hace la que quiere con su cula.

Y le llama coma quiere llamarle, además. El cula es mía. De mi entera propiedad.

No, no.

Ni de Días ni del padre Jorge.

No.

De ninguna manera.

Antes también de Milbergen y ahora mía. Solamente mía. No se haga el graciosa porque me voy de acá ya misma.

Ya le avisé que no me gustan las bromas.

Me voy.

Además de que no me gustaban las bromas, ya le había advertida que estaba apurada. Y nada, el señor me corta a cada rata la confesión y encima me gasta bromas.

Aprovecha y me voy.

No me conoce, usted.

Adías.

Volví.

La verdad es que cuanda llegué a la puerta me di cuenta de que no tenía a dónde ir. O me ayuda Días o estoy enteramente perdida.

De acuerda.

Pera pórtese bien.

Le decía que el doctor, mientras yo se la chupaba, metía un deda y le sacaba y entonces comenzaba a darle vueltas alrededor del agujera de mi cula. Le rondaba. Sin apurarse. Con delicadeza. Y, después de rondarle una buena rata, le volvía a entrar. Cada vez más, le entraba.

No, no me dolía.

Para nada.

Por la contraria, me encantaba.

Más tarde me contaría que había utilizada una crema especial para dilatarme. Un dulce, mi doctor. Preparaba tan bien la zona. Sabía abrirla. José María era virgen, todavía. Faltaba para convertirse en Maruja.

Ya le dije, era virgen. La única que quedaba virgen entre todas mis amigas.

Dieciséis, también ya se la dije antes. ¿Usted me escucha o no me escucha?

Ah, buena.

Porque si no me escucha, Días no va a enterarse de mis problemas y no va a poder ayudarme. Y Maruja necesita que Días la ayude. Por favor. Está muy sola, Maruja. Y desesperada y angustiada, también.

Me perdí. ¿Por dónde iba? Ah, sí. Tiene razón.

Entonces, me saca la boca de ahí donde yo la tenía, me levanta la cabeza hasta la suya, me besa con toda la lengua, me recuesta de espaldas sobre el colchón, levanta mis dos piernas, me pide que yo las mantenga bien abiertas con la ayuda de mis manas y me penetra. De frente. Mirándome fijamente con esas ojas verdes tan luminosas y tan tranquilizadoras que tenía. Con mucha suavidad y con una sonrisa gigante en sus labias, me penetra por primera vez. Muy lentamente.

¿Yo?

Yo era la mujer más feliz del planeta en ese instante. La más feliz. Aunque, clara, todavía no era totalmente mujer.

Maruja no se la jura porque a Días no le gusta. Si no, se la juraba.

Fue increíble, padre Jorge.

Maravillosa.

Tan increíble que, cuanda la recordaba, recién mientras se la contaba, casi me ponga a llorar.

No, estoy bien, no se preocupe.

Casi me ponga a llorar de la alegría, no de la tristeza. Fue linda, de repente, recordar aquella primera noche de amor. Fue intensa, casi coma volver a vivirla.

Sí, fue hermosísima.

Igual, fue hermosísima. Aunque haya pecada contra la naturaleza y contra Días coma usted asegura. Y aunque por culpa de esa noche y de las que siguieran, me vaya a quemar del calor para siempre en el infierna, qué me importa derretirme.

Fue hermosa.

Y nadie, ni usted ni Días ni la mismísima Diabla, pueden quitarme aquella noche soñada.

Es la verdad.

No vine a arrepentirme de nada, padre Jorge. Solamente vine a pedir ayuda porque estoy muy sola. A esa, vine.

Está bien.

Maruja entiende. Después usted va a tomarse el trabaja de explicarle la cuestión esa, tan importante para la salvación, de arrepentirse de las pecadas cometidas. Ahora continúa.

A la mañana siguiente.

Padre Jorge, ¿qué más pretende que le cuente de aquella noche?

¿Detalles?

No. Más detalles, no.

¿Para qué necesitaría Días más detalles de las que ya le di si de todas maneras me va a enviar a quemarme en el infierna?

¿Para saber la penitencia que merece Maruja?

No, no, usted no entiende nada. No vine aquí a que me pongan en penitencia.

Demasiada penitencia ya tenga con la muerte de Milbergen. Vine a buscar ayuda, padre, nada más que ayuda.

No se equivoque, si Días no puede ayudarme, me la dice ahora misma y Maruja se marcha a buscar ayuda en alguna otra parte. El tiempa no le sobra a Maruja.

Así me gusta, que comprenda.

Le contaba que, a la mañana siguiente, me desperté con las caricias de Milbergen en mi cabeza. Todavía llevaba el pela corta, no se olvide que era José María en ese entonces. Caricias y sonrisas. Y un café con leche bien grande con tostadas y mermelada de ciruelas sobre una bandeja.

De película.

Y el doctor, encima, me argumenta que esa mañana él me sirve el café en la cama para agradecerme por todas las mañanas que yo la había hecha en la puerta del hospital.

Le di un besa enorme y le pedí que me esperara, que por favor, que tenía que ir a mear ya misma, que era muy urgente, que no aguantaba más las ganas de mear.

Pis.

Sí.

Coma usted diga.

Fui a hacer pis, entonces. Corrienda. Y al volver de hacer pis, comencé a devorarme las tostadas con la mermelada de ciruelas.

Una detrás de la otra, tenía un hambre de locas. No podía detenerme. También me tomé el café con leche. De un traga. Recién ahí, cuanda terminé con toda la que había sobre la bandeja, fue que levanté la mirada y descubrí que Milbergen estaba muy triste. No entendía qué le pasaba. Se le había borrada por completa la sonrisa gigante de la cara.

Parecía que estaba a punta de llorar.

Me levanté de un salta y le pregunté qué le ocurría, que si se había enojada por mi brutal manera de comer o si acasa era porque no le había dejada ninguna tostada; que si era esta última, iba y le preparaba más, que no se pusiera así, que no, que se me iba a partir el corazón en pedazas. Mil palabras, le dije.

No, no. Milbergen no estaba arrepentida. A quién se le ocurre. A usted, solamente, se le puede ocurrir alga semejante.

No. Le repita que no.

Era otra cuestión, la que le tenía mal. Si no fuera tan ansiosa y no me interrumpiera a cada momenta, padre Jorge, ya se habría enterada de que el problema que afectaba al doctor era otra muy distinta del arrepentimienta.

¿Cuál?

A esa iba.

Milbergen me pregunta, casi con lágrimas en sus hermosas ojas verdes, si no tenía nada que responderle acerca de la que había escrita para mí en el espeja del baña. Le mentí que no había vista nada, aunque yo había vista algunas garabatas en el espeja.

Entonces, me pide que vaya y mire, que por favor, que él va a esperar allí en la cama, el tiempa que resulte necesaria, hasta que yo vuelva del baña con una respuesta.

Un dulce.

Una tierna, mi doctor.

Entonces fui. Clara que, la que iba a volver lloranda del baña, al rata, muerta de la vergüenza, iba a ser yo.

Él me abrazaba.

Quería saber si estaba emocionada o qué cuernas era la que me pasaba.

Y yo, padre Jorge, tuve que decirle la verdad. No me quedaba más remedia, no podía engañarle, de todas maneras, a la corta o a la larga iba a darse cuenta si no se la decía en ese momenta: tenía que confesarle que no sabía leer, que jamás había concurrida a la escuela. Tenía que confesarme y que Días, si estaba por ahí escuchanda y tenía ganas, me ayudara.

Igual, exactamente igual, que ahora.

Sí, aquella mañana Días me ayuda. Ojalá que hoy también la haga. Otra vez necesita de su ayuda con toda mi alma.

Ojalá Días la oiga, padre.

¿Qué pasa después?

Después pasa que Milbergen me abraza y me besa y me acaricia cada rincón de la cuerpa y se quita la bata roja brillante, preciosa, que llevaba puesta, y me da la vuelta ayudándose de un enpujoncita y me mete su cosa hasta el final del final del cula. Esta vez por detrás. Agarrándome con fuerza la nuca con una de sus manas. Sin ninguna crema. Con cierta violencia, toda de un tirón, me la mete bien adentra.

No, se equivoca.

Me gusta todavía más que la primera vez. Se nota que mi cula, a esa temprana hora de la mañana, ya extrañaba la cosa del doctor.

¿El espeja?

Ah, sí, el espeja.

A veces se me olvidan algunas recuerdas cuanda me acuerda de otras. La memoria es rara, padre. Y también caprichosa. ¿A usted no le ocurre la misma cuanda se pone a recordar?

Se la pierde.

Sí, sí, tranquila, ya misma Maruja le cuenta la cuestión del espeja.

Ya misma, no se ponga ansiosa que le va a hacer mal. Le puede subir la presión y le puede llegar a doler la panza.

Buena, buena.

El doctor había escrita en el espeja, con la pasta que se utiliza para limpiar las dientes, que me amaba. Y también me pedía que por favor me quedara a vivir con él para siempre.

¿Por qué?

¿Muy rápida?

¿No podía ser verdad?

A mí no me la parece. Me pasaba exactamente la misma que a él. Y fue verdad cada mañana y cada noche de las siguientes veinte añas. Si esa no es la verdad, no sé cuál es la verdad.

No, no.

Usted está loca.

¿Cóma se le ocurre?

Esa sería imposible. Ninguna pareja puede hacer el amor cada mañana y cada noche durante veinte añas seguidas.

No, no la dije.

La que le dije era que la amaba y que esa fue verdad durante las siguientes veinte añas. Esa fue la que le dije. Si me permite, me da la impresión de que a usted, padre, la mata su propia y degenerada imaginación.

Y sí, degenerada.

Al menas reconozca que exagerada.

Bien, tampoca es que le haya dicha alga tan terrible. Así está mejor.

¿Entonces?

Entonces me quedé a vivir con él. A partir de ese día. Y no fui más a vender café a la puerta del Hospital Alemán.