La estructura psicológica del fascismo - Georges Bataille - E-Book

La estructura psicológica del fascismo E-Book

Georges Bataille

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En este breve ensayo de 1933, Georges Bataille propuso elementos fructíferos para pensar el nazismo y el poder soviético. Su análisis permite reflexionar hoy sobre los distintos tipos de autoritarismo y el ascenso de la derecha en la coyuntura actual. Una lectura indispensable para comprender el presente.  "El fascismo es la fuerza que rompe el curso regular de las cosas, la homogeneidad apacible, pero fastidiosa e impotente para mantenerse por sí misma."

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Seitenzahl: 74

Veröffentlichungsjahr: 2025

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GEORGES BATAILLE

LA ESTRUCTURA PSICOLÓGICA DEL FASCISMO

En este breve ensayo de 1933, Georges Bataille propuso elementos fructíferos para pensar el nazismo y el poder soviético. Su análisis permite reflexionar hoy sobre los distintos tipos de autoritarismo y el ascenso de la derecha en la coyuntura actual. Una lectura indispensable para comprender el presente.

“El fascismo es la fuerza que rompe el curso regular de las cosas, la homogeneidad apacible, pero fastidiosa e impotente para mantenerse por sí misma.”

Índice

CubiertaPortadaSobre este libroFascismo, formas imperativas y fuerzas homogéneas del Estado, por Margarita MartínezI. La parte homogénea de la sociedadII. El EstadoIII. Disociaciones, críticas de la homogeneidad social y del EstadoIV. La existencia social heterogéneaV. El dualismo fundamental del mundo heterogéneoVI. La forma imperativa de la existencia homogénea: la soberaníaVII. La concentración tendencialVIII. Los ejércitos y los jefes del EjércitoIX. El poder religiosoX. El fascismo como forma soberana de la heterogeneidadXI. El Estado fascistaXII. Las condiciones fundamentales del fascismoCréditos

Traducción de

MARGARITA MARTÍNEZ

Fascismo, formas imperativas y fuerzas homogéneas del Estado

NO SE PODRÍA comprender “La estructura psicológica del fascismo”, escrito en 1933, sin inscribirlo en el mundo cultural europeo de entreguerras. Tampoco sin pensar la vida de su joven autor, Georges Bataille, por entonces de 36 años, empleado de la Biblioteca Nacional de Francia, exseminarista, pornógrafo y ensayista en ciernes, que había atravesado las napas politizadas francesas de los últimos años de la década de 1920 llevándose como trofeo la enemistad de André Breton y del mundo comunista afecto a Stalin. Sus primeros textos databan de 1926 y habían sido publicados en una revista de arte, Aréthuse; de ahí en más, su actividad no había menguado. En 1929 era secretario general de la revista Documents y, dos años después, entraba en contacto con el Círculo Comunista Democrático, cuyo director, Boris Souvarine, ruso residente en Francia, era uno de los personajes más prestigiosos de la París intelectual y politizada de entonces. Hacia 1931, Souvarine ya se había alejado del Partido Comunista (PC) ruso, donde gravitaba de manera indudable, para autodeclararse comunista independiente y posicionarse contra Stalin; ya había creado el Círculo Comunista Democrático para hacer de la lectura política un proceso escindido de la línea oficial e incorporar la crítica al estalinismo; ya había relanzado el Bulletin Communiste, ahora independiente del PC, antes de fundar, ese mismo año, una revista potente, La Critique Sociale.

Mientras tanto, el recorrido vital de Bataille daba pruebas de un orden laberíntico que se construía en torno a ciertas preocupaciones secretas, a ciertos intereses tempranos que luego, al final de su vida, pretendía exponer en una historia de la economía (simbólica), o, más bien, en una “historia de la civilización” que conectara los procesos políticos y sociales a través de la relación entre el hombre y lo sagrado. Así, la trayectoria de Souvarine y su Círculo y la de Bataille, también cercano al comunismo y también disidente por su interpretación del estalinismo, intersectaron en tres textos poderosos que entregó en 1933 a La Critique Sociale: “La noción de gasto”, “El problema del Estado” y “La estructura psicológica del fascismo”. Simone Weil dejó testimonio del efecto de esos textos en la revista y de su enfrentamiento con Bataille, quien estaba en las antípodas de su propia mirada sobre el proceso soviético: “La revolución, para él, es el triunfo de lo irracional, para mí de lo racional; para él una catástrofe, para mí una acción metódica en que se deben limitar esforzadamente los estragos; para él la liberación de los instintos, para mí una modalidad superior”.1

Weil no fue la única en ponerse en guardia ante estas ideas relativas al fondo libidinal de todo poder. Souvarine deslindó inmediatamente a la revista del primero de esos textos, “La noción de gasto”. ¿Qué planteaba Bataille en este artículo que es el directo antecedente de “La estructura psicológica del fascismo”? Que es un error pretender que la vida humana y social se orienta según el concepto de “utilidad”; que más bien hay que atender a los enormes gastos de recursos y energía que no tienen una finalidad ulterior, sino que son “para sí”: el juego, las artes, la actividad sexual desviada de la reproducción, los ritos, la producción y circulación de objetos suntuarios, el culto a la muerte, el amor fascinado que no teme el precio de la pérdida absoluta, las revoluciones sangrientas. Que el hombre, en definitiva, no es un ser de la acumulación sino un ser para la pérdida. Y que esa pérdida se produce de modo más o menos involuntario para obtener gloria, rango y poder. En suma, invirtiendo las posiciones clásicas del análisis económico y social, Bataille estipulaba que quien poseía poder no era quien acumulaba bienes o riquezas, sino quien tenía la potestad de perderlo todo a voluntad. Eran ideas extrañas que, en términos políticos, descartaban el planteo de una revolución como un proceso lineal y razonado que habría de llevar a una realidad más justa. Simplemente, en los procesos de fascinación y pérdida colectivos, en los procesos de erección de todo poder —y la revolución era uno de ellos—, la justicia, la racionalidad y el bien no existían.

Pero en la Francia de la década de 1930, entre los grupos de izquierda, una conminación tácita tendía a orientar cualquier esfuerzo intelectual hacia la militancia dura. En cambio, leer en filigrana lo que planteaba Bataille en términos políticos exigía trasladar la discusión a las arenas de los procesos simbólicos y retrotraerse a un punto de vista que no podía comenzar con el capitalismo o la Modernidad. Implicaba considerar el poder como lo sagrado. Y cuando publicó meses después “La estructura psicológica del fascismo”, Bataille logró, en palabras de Michel Surya, su biógrafo, ser “el primero y el único en Francia que intenta elucidar el fascismo por medio de una conceptualización predominantemente psicoanalítica”.2 Es decir, Bataille introdujo el fascismo dentro de una noción que había elucubrado en la década de 1920 cuando abominaba de la apropiación que hacían André Breton y el surrealismo del marqués de Sade. Esta es la noción de lo “heterogéneo”, un concepto “negativo y aleatorio”, como señala Surya, que Bataille definía como la ciencia de lo “completamente otro”, e incluía aspectos negados en la cultura como la actividad sexual, la defecación y la micción, el culto a la muerte, las deidades, la miseria, lo que provoca repugnancia, la atracción por lo lúbrico, pero también por los líderes fálicos y autoritarios. Dicho de otra manera, lo heterogéneo envolvía aquellas actividades que se enmascaraban con un silencio general, pero que eran nodales para la vida y la cultura, y que se vinculaban con la pérdida o el gasto. Mientras que lo homogéneo era toda actividad productiva que perpetuara el orden social, lo heterogéneo abarcaba elementos superestructurales negados y fascinantes, es decir, todo aquello contra el orden establecido, contra lo previsible y contra la perpetuación de lo existente. En este punto, observaba Bataille, el fascismo, a diferencia del socialismo, estructurado sobre la separación de clases, era capaz de reunir a todas las clases, y no solo a ellas sino también al fondo libidinal que contenía lo heterogéneo y rozaba lo sagrado.

Por esta razón, dentro de una historia de larga data, el fascismo, lejos de ser visto solo como autoritarismo de derecha dentro del esquema del Estado moderno, tenía que ser visto dentro de esquemas más amplios como la actualización de una antigua alianza entre las fuerzas heterogéneas (violentas) de la soberanía —entendida esta como la capacidad de ser dueño de sí— y las fuerzas homogéneas del Estado —que, precisamente, impedían y negaban el usufructo de esas fuerzas para usarlas en su nombre—. Así, el fascismo, como dirá en este ensayo,

 

pertenece al conjunto de las formas superiores [a las formas que históricamente la sociedad considera superiores]. Apela a los sentimientos tradicionalmente definidos como elevados y nobles, y tiende a constituir la autoridad como un principio incondicional, situado por encima de todo juicio utilitario.

 

¿Significaba eso enaltecer al fascismo o plantearlo como valor positivo? En absoluto: significaba colocarlo como uno de los más rutilantes procesos de pérdida catastróficos que eran hijos de la represión de los instintos que había hecho la Modernidad.

Pensar la autoridad, incluso la autoridad dentro de los procesos revolucionarios, en su necesaria alianza con lo militar (y Bataille lo hará al sopesar a la URSS