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La patria grande (subtitulado "cantos marciales - odas cívicas - poemas rústicos") es, de los libros de Fernández Shaw, el que lo muestra más tajantemente españolista. De hecho, lo que hace aquí es recoger las páginas de sus obras anteriores consagradas al amor por España: a su gente, a sus paisajes, a sus glorias literarias, a su pasado histórico o a lo que el autor entendía como su destino. Como él mismo advierte en el prólogo, estas piezas fueron impulsadas por sentimientos diversos. Justamente por esta variedad que se esconde detrás de un fervor homogéneo, La patria grande atestigua la agitación espiritual de ciertos intelectuales ibéricos en la primera década del siglo XX.-
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Seitenzahl: 78
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Carlos Fernández Shaw
CANTOS MARCIALES — ODAS CÍVICAS POEMAS RÚSTICOS
PRÓLOGO DEL EXCMO. SR. D. TEODORO LLORENTE
Saga
La patria grande
Copyright © 1911, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726686531
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
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Lector: si al abrir este libro se fija tu distraída atención en alguna de sus composiciones, y la lectura te impresiona, y crees hallar en lo que dice el poeta algo de lo que tú mismo sientes, ¡bendito seas! Yo quisiera, por maravilloso poder, conocer tu impresión, quisiera conocer la de todos aquellos á cuyas manos llegue este breve volumen, y si á todos les produjese el mismo efecto, si todos ellos imaginaran que algo de lo que llevaban en el alma era lo mismo que en sus páginas leían, lo mismo que hay en el fondo de esta poesía de La Patria Grande, entonces, pensando en mi difunto y buen amigo, aquel gran patricio que se llamó D. Francisco Silvela, á él me dirigiría, aunque no pudiera oirme, y le diría gozoso: «¡Loado sea Dios!; el pueblo á quien no le encontrabas el pulso, ya lo tiene: ya excita sus palpitaciones el fuego de su propia vida, de su razón de ser: España se siente España.»
Y si no fuera así... Si no fuera así, por desgracia; si los lectores (que no lo creo) permaneciesen indiferentes, apáticos y fríos al calor que inspiró tan bellos versos; si los estimasen como hermosa obra literaria, pero no como plausible obra patriótica, no por eso dejaría de ser digno de igual aplauso quien los ha escrito.
Pero no; la poesía, siendo creación individual, personal de su autor, tiene casi siempre algo del sentimiento colectivo, del espíritu de la época y del país en que florece. Genio poético vigoroso y fecundo era el de Quintana, y también el de D. Juan Nicasio Gallego; pero en sus versos Al alzamiento de las provincias españolas contra los franceses y El Dos de Mayo, hay algo más que su individual sentimiento y su individual fantasía; hay algo superior al numen del poeta; hay lo que pudiéramos llamar el alma española. Esta representación es la más alta gloria que puede alcanzar el vate, y es, á la vez, la mejor ejecutoria de nobleza, la mejor prueba de vitalidad del país que se la da.
Y esto es lo que ha faltado á España en sus últimos desastres. No hubo poesía en aquella catástrofe. Claro es que hubo de faltarnos la Musa de la Victoria y del Júbilo. Pero ¿no hay otras Musas? La del Dolor, la de la Firmeza, la de la Esperanza, debieron inspirar entonces á nuestros poetas; pero su voz consoladora no se oyó por ninguna parte, ni se deseaba oir. Parecía inoportuno el recuerdo de nuestras glorias: los que presumían de más sensatos y previsores, hablaban de cerrar bajo siete llaves el sepulcro del Cid. Después de aquel anonadamiento del espíritu nacional, comenzó á surgir una literatura, pero no de raíz española, una poesía exótica, artificiosa, muy pulida y á veces gallarda, pero que no responde á nuestras tradiciones y á nuestros propio espíritu, flores de estufa con aroma de artificial perfumería.
En ese ambiente nacieron, y causaron grata sorpresa, los versos de Fernández Shaw. La Poesía de la Sierra fué como una revelación. Aquel poeta cansado, abatido, anémico, que salía de Madrid, enfermo, para buscar en la Sierra de Guadarrama aire puro para sus pulmones, impresiones frescas y sanas de la Naturaleza para su espíritu doliente, parecía la figura simbólica de la Poesía, necesitada de igual regeneración. Aquel libro y otros posteriores, de diferente asunto, pero en los que dominaba siempre, entre novedades de forma, un retorno á los sentimientos y al carácter de la raza, á la poesía del natal terruño, al españolismo, por decirlo en una palabra, conducían naturalmente á lo que hoy nos da el poeta verdaderamente español, á la glorificación de la Patria, á lo que parecía desmayar y hoy resurge, como hoguera medio apagada, sobre la cual sopla un hálito de vida.
Esta obra patriótica, ¿es exclusiva del autor? Mucho le debemos; pero yo creo, quiero creer, que ha influído en ella un cambio que se va operando en el público sentir. Me parece que hoy somos más españoles que lo éramos diez años ha, y que el libro de Fernández Shaw es una prueba de ello.
***
No ha de ser apologético el prólogo que estoy escribiendo. Eso, ni lo quiere el autor, ni lo estimo necesario. Á un escritor novel está bien que lo presente al público un prologuista de campanillas. Pero, ni yo tengo autoridad para estas presentaciones, ni á Carlos Fernández Shaw, tan conocido, tan admirado ya de todos los amantes de la poesía, ha de llevarlo nadie de la mano. Lo que yo puedo hacer es señalar el significado de su nuevo libro, la orientación que en él toma su noble numen, y sus relaciones con el espíritu general. Porque ese es mi intento, entre todas sus bellas poesías, me ha llamado la atención, no porque sea la más hermosa, aunque lo es mucho, sino porque revela cómo entiende de poesía este escritor tan amante de ella, la composición que titula El buen poeta. El buen poeta, para Fernández Shaw, es Gabriel Galán. Aquel inspirado y glorioso salmantino, que repentinamente surgió de la obscuridad, en quien toda España admiró el estro propio de nuestra querida patria, de sus honradas tradiciones, guardadas en el fondo de una aldea, en la vida campesina, sencilla y noble, natural y piadosa; aquel regenerador de nuestra poesía decadente, malogrado para ella, por desgracia, es el tipo que señala como ejemplar y modelo el autor de La Patria Grande en unos versos, que adquieren el carácter de una «Arte poética».
Aquella poesía tan sana, tan creyente, tan española, la opone á la que un espíritu de rebeldía quiere imponer á nuestra perturbada edad. Oidle:
Lejos de aquí, muy lejos, por ventura
— bajo cielos brumosos, taciturnos;
en densos aires, corrompidos, pobres, —
los vates cantan del pensar vitando;
los vates yerran del sentir morboso;
maldicientes, y falsos, y blasfemos.
Los pálidos juglares. Los cantores
del vicio corruptor. Los que en ajada,
doliente meretriz hallan su Musa.
Los que inspiran sus trovas en el vino
del burdel y la tasca. Los que excitan
los instintos ajenos, torpemente,
con su impura neurosis, contagiosa.
Los que matan en flor el vivo anhelo
del afán de vivir, el hondo encanto
de los afectos grandes, la esperanza,
— ¡supremo bien!; — ¡ios torpes enemigos
de la Fe, del Amor, de cuanto puede
purificar y ennoblecer la Vida!
Nuestro poeta quiere verse libre de esa malsana inspiración, y así se lo pide al Cielo:
Pueda, al menos ¡oh Dios!, desde el retiro
donde mi mal sujétame, servirte
con el débil aliento que me resta.
Si no la espada, válgame la lira.
Valerosos resuenen sus acentos,
y en trance tal para la Patria vibre
sus versos mi canción. ¡Tal como lanza
rayos la tempestad! Ellos traduzcan
mi vehemente sentir. Ellos proclamen
la excelsitud de Dios. Ellos prediquen
el amor á la Patria. Digan ellos
mis raigadas, mis íntimas ideas;
con toda la efusión de mis amores,
con todo el arrebato de mis iras;
con cláusulas de fuego, rutilantes
como chispas del Sol.
Sé, complaciente,
mi Musa, tú, destello venturoso
de la Divina Lumbre, siempre clara;
tú, cantor, castellano, de Castilla;
de voz tan pura, de virtud tan neta;
tú, modelo del noble ciudadano;
tú, cristiano, por Dios; tú, ¡buen poeta!
***
De este ideal de la poesía, tan noble y casi sagrado, brillaban destellos y resplandores en todos los anteriores libros de Fernández Shaw: hay más en los versos que ahora publica, y se concentran en uno de los sentimientos más dignos de ser cantados y enaltecidos: en el sentimiento de la Patria. De la Patria celebra, en primer lugar, las glorias, y entre esas glorias, las del valor y el heroísmo. El gran día de Lepanto resume para el poeta las hazañas de España, en los días de su apogeo, y canta aquella victoria con la misma épica grandeza con que la cantó Herrera; Los Sitios de Zaragoza nos muestran el mismo alarde de la España moderna, en empeño más duro, y estas sangrientas jornadas las pinta en gallardos romances, en los que vibra la fibra popular; y poniendo al lado de la gloria militar otras glorias tan grandes como ella, evoca la figura sin igual de Cervantes en la magnífica oda (¿por qué ha de desecharse este nombre?) que comienza con los siguientes rotundos versos, dignos de Quintana y de Lista:
¡Oh príncipe de príncipes! ¡Oh ingenio
que entre ingenios altísimos descuellas,
como entre grande multitud de cumbres
la más alta y gentil! ¡Oh predilecto
de las Musas y orgullo de los hombres!
¡Oh primer español, más que ninguno
por su propia grandeza soberano!
¡Cervantes, inmortal!