Poesía de la sierra - Carlos Fernández Shaw - E-Book

Poesía de la sierra E-Book

Carlos Fernández Shaw

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Beschreibung

Poesía de la sierra es considerado por buena parte de la crítica el poemario más maduro de Fernández Shaw. La naturaleza es la protagonista. El lugar del sosiego y del refugio. También será el de la morada final, pero para eso falta. Ahora es el lugar de los amores transcurridos, donde cada año la vida completa su vuelta en las flores y en el resto del paisaje. El sitio para las vistas de la Nochebuena (siempre tan cara al autor) o de la gente que madruga en el pueblo. Muchas cosas se pueden sentir y decir desde una cañada. Una voz orgánica que desprende sus gajos según los distintos momentos del día en una Sierra que podría ser la de Guadarrama.-

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Carlos Fernández Shaw

Poesía de la sierra

Segunda edición, corregida y aumentada.

Saga

Poesía de la sierra

 

Copyright © 1908, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726686463

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

A LA MEMORIA.

DE UNA SANTA MUJER,

ESPEJO DE VIRTUDES,

FUENTE DE AMOR,

MADRE DE MI CUERPO MORTAL,

MADRE DE MI ALMA.

Serranas he cantado. Son hijas de la Sierra.

Sus campos y sus pueblos, mis penas en sus valles,

mis penas en sus montes, hiciéronme sentir.

Por cumbres y laderas, vagando, divagando...

mis versos escribí.

 

Y así nació mi libro, sincero cuanto pobre.

Dictáronlo, de acuerdo, la Sierra y el Dolor.

Lectores, si los halla; lectores indulgentes:

con él, en vuestras manos, más bien que mis estrofas

tendréis mi corazón.

sierra de guadarrama.

 

Junio-Septiembre, 1907.

INVOCACIÓN

Cañada hermosa, cañada

del puerto de la Fuenfría,

¡qué alegre estás, inundada

por la luz del mediodía!

¡Cuán lozana reverberas

ante mis ojos cansados!

Verdes lucen tus laderas,

verdes relucen tus prados,

de amarillas

florecillas — salpicados.

Risueño, primaveral,

sus rayos derrocha el sol;

un sol rumboso y jovial,

clásicamente español.

Apretados, rumorosos,

con el rumor de los mares,

trepan hasta el horizonte,

subiendo de monte en monte,

los verdinegros pinares.

Pasa el aire, tibio y lento,

regalando

con su aliento

los olores — campesinos

de las flores — y los pinos,

y va el arroyo cantando

por la sombrosa hondonada...

¡Qué alegre estás, inundada

por la luz del mediodía,

cañada hermosa, cañada

del puerto de la Fuenfría!

––––––––––

Pasada la juventud,

víctima del mal que tengo

como castigo, a ti vengo

buscando paz y salud;

paz, de la que siempre fu

más que amigo, adorador,

y salud, mi bien mayor

y el primero que perdí.

Propicias vuelvan a mí

bajo el influjo sereno

del airecillo serrano,

que es tan sano...

por lo mismo que es tan bueno.

Que recobre yo en tu seno

juicio para discurrir,

calma para proceder,

¡y fuerzas para sufrir!

¡¡y alientos para querer!!

¡¡Vuélveme la fe pasada,

devuélveme la alegría,

cañada hermosa, cañada

del puerto de la Fuenfría!!

––––––––––

Mas si es fuerza que sucumba,

si me destina la suerte

calma tan sólo en la tumba,

por todo alivio la muerte,

cese pronto mi ansiedad;

cese, por fin, la inquietud

de la terca enfermedad

que en su misma lentitud

pone su mayor maldad;

duélete de mi dolor,

y acabe ya mi agonía;

mándame un aire traidor

que apague la vida mía,

y en la hondura más umbría

de tu más negra hondonada,

¡¡sepúltame bien, cañada

del puerto de la Fuenfría!!

LAS CUMBRES

¿Son las altas cabezas — de los recios titanes

que después de su lucha — por el fuego celeste

sobre el haz de la tierra — se quedaron dormidos?

Son las altas y hermosas, — las altísimas cumbres,

que se elevan al cielo — virginales y blancas,

afirmándose en hombros — de magníficos montes;

con sus picos envueltos — en jirones de bruma,

con sus agrias laderas — salpicadas de pinos,

con sus tajos enormes — rebosantes de nieve.

Son las altas y hermosas, — las altísimas cumbres,

profanadas apenas —por los pasos del hombre.

En sus hondas cavernas — regias águilas viven.

Por su atmósfera límpida — regias águilas cruzan.

Al posarse, fijando — sus fortísimas garras

en peñascos inmobles; — destacando su bulto

sobre el fondo del cielo; — con las alas abiertas,

a volar preparadas; — encendidos los ojos,

y nerviosas y erguidas — las cabezas menudas,

de revuelto plumaje; — ¡poderosas y libres! —

escapadas parecen — de imperiales escudos.

Es de ver si las nubes — a los montes se enredan,

y sus flancos asaltan. — Va con ellas el rayo

que las cruza de pronto — con zigzag de serpiente,

y en su seno revienta, — de su seno se escapa,

como en tromba, la lluvia — por el viento batida,

mientras crujen los aires, — al sentir de improviso

que desgarra sus ondas, — a zarpazos, el trueno.

Y entretanto que asaltan — a los montes las nubes,

y descarga la horrible, — pavorosa tormenta,

sobre truenos y rayos, — vendavales y lluvia,

se levantan las cumbres — arrogantes y hermosas,

y sus picos emergen — del siniestro nublado

como claros islotes — sobre un mar de tinieblas.

¡Se levantan las frentes — de los recios titanes

a una bóveda pura, — despejada y tranquila,

donde el sol resplandece — como escudo de llamas,

o refulge la luna — como rosa de nieve;

donde brillan y brillan, — titilantes y azules,

las estrellas, las flores — del jardín de los cielos!...

Adoremos las cumbres. — En silencio y altivas,

orgullosas parecen: — desdeñando a los valles

y olvidando a los hombres. — Pero no; de sus anchas

y robustas vertientes — brota el agua, que es fuerza,

movimiento y frescura; — que da vida a los campos

y salud a los hombres, — y desciende a raudales,

¡sobre el césped corriendo! — ¡rebrincando en las rocas!

¡los arroyos formando — y acreciendo los ríos!

¡avivando los gérmenes, — fecundando la Tierra!

Son así, como cumbres, — los altivos talentos

de los hombres preclaros, — que en amargas vigilias

y tras tercos afanes — para el hombre descubren

la verdad de la Ciencia; — los que luchan

y luchan por que cedan y entreguen, — el Enigma su arcano,

su secreto la Esfinge; — los que rasgan las sombras

en que envuelve y esconde — sus misterios la Vida.

Respetemos la suya. — Solitarios y tristes,

orgullosos parecen: — apartados del mundo,

y alejados del hombre. — Pero no; son los faros

que señalan sus rumbos — a las naves que luchan

con el mar y la noche; — las estrellas que guían

por el largo desierto. — Para el hombre trabajan,

para el hombre que sufre; — para el hombre, su hermano.

Solitarias y tristes,— orgullosas y altivas;

generosas al cabo, — con la tierra y el hombre,

¡respetemos las cimas, — adoremos las cumbres!

BUCÓLICA

El sol, ya sin corona, declina tras el monte.

Está como incendiado... Deslumbra el horizonte...

Empieza a desprenderse la sombra sosegada...

Ya sube desde el río; ya invade la cañada.

Por las ondas del aire, hace poco tranquilas,

suena, con claras notas, un repique de esquilas,

y un rebaño aparece, confuso y blanquecino,

dominando un repecho del angosto camino.

Es uno de esos típicos, numerosos rebaños,

que la tórrida Mancha dejan todos los años

cuando el calor de Junio, como temible azote,

requema las llanuras que ilustró Don Quijote,

para buscar la fresca temperatura sana

que en verano les brinda la tierra segoviana.

Viene el largo rebaño, de polvo muy cubierto,

con andar fatigoso, en demanda del puerto.

Para dejarle paso, me encaramo en la cerca

de unos prados vecinos. El rebaño se acerca.

Un buen pastor lo guía, seguido por sus perros,

y van detrás, sonando sus enormes cencerros,

unos carneros mansos, que marchan muy unidos,

de lanas muy espesas y cuernos retorcidos.

Siguen muchas ovejas, a miles, apretadas,

como si fueran todas por el miedo llevadas;

cabras negras y rubias, como noches y días,

y entre cabras y ovejas, rebrincando, las crías.

A lomos de sus recios caballos andadores

llevan el atavío los morenos pastores,

que a su grey acompañan, con perenne cuidado,

y que a la postre cierran la marcha del ganado

con otro blanco golpe de carneros lucidos,

—las testas bien armadas de cuernos retorcidos,

los cuerpos tan guardados, con lanas tan espesas, —

y cuatro grandes perros, feroces en sus presas.

En un serón de un potro va un chivo fatigado.

Ni un momento se aparta la madre de su lado.

Mirándole se alegra, mirándole camina.

El chivillo se asoma, y la madre se empina,

y así como los pájaros se besan con los picos,

juntan ellos, gozosos, los trémulos hocicos.

Si alguna oveja escapa por la verde ladera,

un pastor la detiene con pedrada certera,

y repite su historia la oveja desmandada

con quien ejerce oficios de razón la pedrada.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

El rebaño se aleja. La noche se avecina.

En las sombras que crecen, el rebaño camina.

Mientras se va apagando la tarde melancólica,

se va desvaneciendo la aparición bucólica.

Voy, sin sentir, dejando el mundo y su rüido

en un lejano término de un sosegado olvido.

Paréceme que aquieta sus zozobras el alma

en la paz inefable de esta infinita calma...

Desde un pueblo cercano llegan las vibraciones,

graves y prolongadas, del toque de oraciones.

El aire es apacible. Sopla apenas, muy blando.

Ya muy lejos, muy lejos, un pastor va cantando.

En este misterioso morir de un bello día,

el campo da su aroma más puro: su poesía.

Bajo su influjo mágico, parece la cañada

más hermosa que nunca, ¡de sí misma encantada!

Por el sereno ambiente de este cuadro de idilio,

dijérase que pasa la sombra de Virgilio...

CONFESIÓN

Una insensata vehemencia

para sentir me ha perdido.

La lucha por la existencia

me ha rendido.

Vivo presa de un terror,

¡que no es el miedo a morir!

Lo que me causa pavor

es vivir.

Apenas mi sombra soy,

con martirio tanto y tanto,

y así muriéndome voy,

muriéndome voy... ¡de espanto!

Esta es la triste verdad

de mi suerte.

Los que sabéis mi ansiedad,

¡tenedme, por Dios, piedad

en mi vida y en mi muerte!

LA NOCHE DE LAS HOGUERAS

I

La noche ha llegado, purísima y clara.

Apuestos galanes y mozas apuestas,

que siempre con filtros de amor hechizara

la clásica noche, ¡tomad a sus fiestas!

La noche famosa volvió de San Juan.

San Juan a los hombres sonríe.

De ver sus leyendas triunfantes se engríe.

¡Galanes y mozas, cantad y bailad!

Los cielos se visten con luces de plata.

Es astro en la tierra la roja fogata.

La noche es de ensueños.

¡Galanes y mozas, soñad!

La fiesta es de amores.

¡¡Doncellas y mozos, amad!!

Redonda, la luna, preside el encanto

del mundo que goza, del hombre que marcha

detrás de un ensueño, feliz entretanto...

¡Piendida parece, del cielo en el manto,

magnífica rosa de luz y de escarcha!

Su luz misteriosa, que es pura delicia,

se aduerme en el llano, recubre la sierra,

se extiende impalpable... Como una caricia

que viene del Cielo, recorre la Tierra.