LA RENDICIÓN MÁS OSCURA - Gena Showalter - E-Book
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LA RENDICIÓN MÁS OSCURA E-Book

Gena Showalter

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Beschreibung

Strider estaba poseído por el demonio de la Derrota y, si perdía un solo desafío, sufría un dolor inimaginable. Para él, nada podía interponerse en el camino a la victoria. Hasta que Kaia, una encantadora Arpía, lo tentó y lo condujo al límite de la rendición. Entre su gente, Kaia tenía el apodo de "La Decepción", y debía ganar el oro en los Juegos de las Arpías, o morir. No podía distraerse con Strider, porque él tenía sus propios planes. El Inmortal quería robar el primer premio, un artefacto fabricado por los dioses, antes de que pudiera llevárselo el ganador. Sin embargo, a medida que avanzaba la competición, a los dos empezó a importarles únicamente un premio, y era un amor que nunca hubieran creído posible…

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Gena Showalter. Todos los derechos reservados.

LA RENDICIÓN MÁS OSCURA, Nº 14 - julio 2012

Título original: The Darkest Surrender

Publicada originalmente por HQN.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Internacional y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-0671-9

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Solo de la maravillosa mente creativa de Gena Showalter podía haber surgido una novela tan sorprendente como La rendición más oscura.

Un romance paranormal donde los acontecimientos se suceden vertiginosamente, y los escenarios cambian tan deprisa, que apenas dan respiro a nuestros protagonistas: un guerrero inmortal, que alberga en su mente a un demonio, y una arpía bella, fuerte y divertida.

Mientras ambos corren toda clase de aventuras y peligros, nuestra desinhibida arpía tratará de conquistar a este Señor del Inframundo incapaz de aceptar una derrota.

Estamos seguros de que esta historia cargada de emoción y humor mantendrá en vilo al lector desde la primera hasta la última página, por lo que no queremos dejar pasar la oportunidad de recomendarlo tanto a los fans de Gena Showalter como a todas aquellas personas que disfruten del género.

Los editores

A Donna Glass, una Bianka Skyhawk de la vida real. Tu apoyo y tu entusiasmo por mis Señores del Inframundo me emociona más de lo que puedo explicar. ¡Gracias, gracias, mil gracias! (¿He mencionado que estoy agradecida?). Y, de parte de todos los guerreros que están viviendo en este momento en la fortaleza de Budapest: sois bienvenidos, volved cuando queráis. Gideon añade: «¡Espero que no lo hagáis!». Y Lysander dice que hay una nube con tu nombre al lado de la suya.

Prólogo

Hace mil quinientos años…

o hace un millón de años

(depende de a quién le preguntes)

Por primera vez, los bicentenarios Juegos de las Arpías terminaron con más participantes muertas que vivas, y todas las supervivientes sabían que la culpable era Kaia Skyhawk, de catorce años.

El día comenzó inocentemente. Bajo el sol brillante de la mañana, Kaia caminaba por el campamento tomada de la mano con su hermana melliza, Bianka. Había tiendas por todas partes, y hogueras para defenderse del frío matinal. El aire olía a galletas y a miel, y a ella se le estaba haciendo la boca agua.

Las Arpías soportaban una maldición de los dioses, una maldición que las condenaba a no poder comer nada que no robaran o ganaran. Si comían alguna otra cosa, se ponían enfermas. Así pues, el desayuno de Kaia había sido escaso: un poco de torta de arroz y media botella de agua. Había sustraído ambas cosas de las alforjas de un humano.

Tal vez debiera apropiarse de alguna galleta de un clan rival, pensó. Sin embargo, negó con la cabeza. No, tendría que quedarse con algo de hambre. Su pueblo no tenía demasiadas reglas, pero las que tenía, las respetaba al pie de la letra. Y esas reglas eran no quedarse jamás dormido en un lugar en que los humanos pudieran encontrarlos, no revelar jamás una debilidad a nadie, y, la más importante, no robar jamás comida a los de su propia raza, aunque los odiaras.

–¿Kaia? –dijo su hermana en un tono de curiosidad.

–¿Sí?

–¿Soy la chica más guapa que hay aquí?

–Por supuesto.

Kaia no tuvo que mirar a su alrededor para confirmarlo. Bianka era la chica más guapa del mundo entero. Sin embargo, algunas veces lo olvidaba y había que recordárselo.

Mientras que Kaia tenía una horrible melena pelirroja y unos ojos color grises muy corrientes, Bianka tenía el pelo negro y espeso y los ojos brillantes, de color ámbar. Era la viva imagen de su madre, Tabitha la Cruel.

–Gracias –agradeció Bianka, sonriendo de satisfacción–. Yo creo que tú eres la más fuerte.

Kaia nunca se cansaba de escuchar las alabanzas de su hermana. Cuanto más poderosa era una Arpía, más respeto se ganaba. De todo el mundo. Y Kaia anhelaba el respeto por encima de todo.

–Más fuerte, incluso, que…

Observó a las Arpías que había por la zona en busca de alguien con quien compararse. Las que tenían edad suficiente para participar en aquellas pruebas tradicionales de poder y astucia estaban preparándose afanosamente para el último evento, El Enfrentamiento Inmortal Definitivo.

Por fin, Kaia divisó a una contrincante con la que podía compararse.

–¿Soy incluso más fuerte que ella? –preguntó, señalando a una mujer imponente y musculosa, que tenía los brazos llenos de cicatrices.

Las heridas que le habían causado aquellas marcas debían de haber sido muy graves, puesto que su raza era inmortal, y las Arpías se curaban rápidamente de sus lesiones; casi nunca les quedaban señales de alguna derrota.

–Sin duda –respondió Bianka lealmente–. Estoy segura de que echaría a correr si tú te le acercaras para desafiarla.

–Tienes razón.

¿Quién no huiría de ella? Kaia se entrenaba con más tesón que nadie, y había llegado a vencer a su instructor en dos ocasiones.

Tal vez algún día su madre se enorgulleciera de ella. Unas noches antes, Tabitha le había dado una palmadita en el hombro y le había dicho que casi había mejorado en el lanzamiento de dagas. Casi. Nunca había oído una alabanza más dulce de los labios de Tabitha.

–Vamos –dijo Bianka, tirando de ella–. Si no nos apresuramos, no tendremos tiempo de lavarnos en el río, y quiero tener muy buen aspecto cuando nuestro clan destroce la competición. Una vez más.

Solo con pensar en los premios que iba a acaparar su madre, Kaia se ahuecaba de orgullo. Los Juegos de las Arpías habían comenzado a celebrarse miles de años antes. Eran una forma de que los clanes pudieran despachar sus enfrentamientos sin causar más guerras y de que pudieran mostrar su superioridad. Los ancianos de cada una de las veinte tribus se reunían y decidían cuáles serían las competiciones y los premios.

En aquella ocasión, cada ganador de las cuatro batallas ganaba cien piezas de oro. Los Skyhawk ya habían ganado doscientas piezas. Los Eagleshield, cien.

Al pasar al lado de un grupo de Arpías, las dos hermanas llamaron su atención, y Kaia se aseguró de acariciarse el medallón que llevaba al cuello. Su madre se lo había regalado unos meses antes, como símbolo de fuerza, y la joya era un tesoro para ella.

Casi todo el mundo que cruzó la mirada con ella la saludó con deferencia, aunque pertenecieran a clanes rivales. Aquellas que no lo hicieron… Ninguna Arpía se atrevería a atacar a otra en terreno neutral, así que Kaia no se preocupó por un posible conflicto. En realidad, no se preocuparía de cualquier modo. Era tan valiente como fuerte.

Al borde del campamento, en un bosquecillo, notó algo extraño, y se detuvo.

–¿Qué hacen aquí? –preguntó, señalando a un grupo de hombres que llevaban el pecho desnudo. Algunos se movían con libertad, pero otros estaban atados a postes, e incluso había uno encadenado. Que ella supiera, los hombres nunca tenían permitido ver los juegos.

Bianka se detuvo.

–Son consortes. Y esclavos.

–Eso ya lo sé, pero, ¿qué están haciendo?

–Están haciendo las tareas, tonta.

Kaia frunció el ceño. Su madre siempre había señalado la importancia de cuidar de uno mismo en primer lugar, y después de la familia, y de los demás, nada.

–¿Qué tareas?

Bianka se encogió de hombros.

–Están lavando ropa, lavando pies, recogiendo armas. Ya sabes, tareas serviciales que nosotras no hacemos porque somos demasiado importantes.

¿Acaso si alguien tenía un consorte o un esclavo no tenía que lavarse más la ropa?

–Quiero uno –dijo Kaia, y sus pequeñas alitas temblaron a su espalda.

Como todas las Arpías, llevaba un top que le cubría el pecho pero que estaba abierto por la parte de atrás, para poder acomodar las alas, que eran la fuente de su fuerza superior.

–Ya sabes lo que siempre dice mamá.

–Oh, sí. Con una palabra amable te ganarás una sonrisa, pero, ¿para qué quiere alguien en su sano juicio una sonrisa?

–No, eso no.

–¿Qué, entonces?

–Si no tomas los tesoros y los hombres que deseas, nunca tendrás los tesoros ni los hombres que deseas.

–Ah –dijo, Bianka, y miró a los hombres con los ojos muy abiertos–. ¿Y a cuál quieres?

Kaia los observó. Todos llevaban un taparrabos, y tenían el cuerpo manchado de tierra y de sudor, pero ninguno tenía cortes ni heridas, como ella, y eso indicaba que no se habían medido con otro en el campo de batalla.

No, no era cierto, pensó. El que estaba encadenado tenía marcas de batalla, y la mirada de sus ojos oscuros era desafiante. Era un guerrero.

–A él –dijo Kaia, señalándolo con la barbilla–. ¿Quién es su propietaria?

Bianka lo miró y se echó a temblar.

–Juliette la Erradicadora.

Juliette Eagleshield, una aliada de su clan. Una Arpía cruel y bella a quien había adiestrado la propia Tabitha Skyhawk.

Conquistar al hombre a quien ni siquiera la Erradicadora había podido domesticar sería…

–Mejor.

–No me parece buena idea, Kye. Nos han advertido que no hablemos con ninguno de los hombres.

–A mí no.

–Claro que sí. Tú estabas a mi lado cuando mamá nos lo dijo. Debías de estar soñando despierta otra vez.

Kaia se negó a desechar la idea que había concebido.

–Pues hay una nueva regla: si una hija no oye la advertencia de su madre, no tiene por qué seguirla.

Bianka no se dejó convencer.

–Es peligroso.

–A nosotras nos encanta el peligro.

–Y también nos encanta respirar. Creo que él preferiría cortarnos en pedazos antes que lavarnos los pies. Por no mencionar lo que nos hará Juliette si conseguimos domesticar al hombre.

–Juliette no es tan fuerte como yo. Si lo fuera no habría tenido que encadenarlo.

Bianka lo pensó por un momento, y después asintió.

–Es verdad.

–Le explicaré el castigo que recibirá si me desobedece, y te prometo que no me desobedecerá.

–Pero, ¿cómo te vas a escabullir con él? ¿Y dónde lo vas a esconder?

Buena pregunta. Sin embargo, ¿por qué tenía que escabullirse? ¿Y por qué iba a tener que esconderlo? Si lo hacía, nadie se iba a enterar de lo que había conseguido. Nadie escribiría historias de admiración sobre su fuerza y su osadía.

Y ella deseaba aquellas historias más que al esclavo. Necesitaba aquellas historias. Como Bianka y ella eran mellizas, los demás les tomaban el pelo constantemente diciéndoles que compartían lo que debía ser para una sola. Belleza, fuerza, cualquier cosa. Todo. Como si cada una tuviera la mitad de lo que debía tener.

«¡Yo soy suficiente por mí misma, demonios! Y lo demostraré ».

Se apropiaría del hombre allí mismo, delante de todo el mundo.

Kaia se volvió hacia su hermana. Bianka tenía cara de preocupación, pero eso no impidió que Kaia le dijera:

–No permitas que nadie pase de este punto. Solo tardaré un momento.

–Pero…

–Por favor. Hazlo por mí, por favor.

Su hermana suspiró.

–Oh, está bien.

–¡Gracias!

Kaia le dio un beso y se alejó antes de que Bianka cambiara de opinión. Tomó una de sus dagas. Los hombres fingieron que no la veían pasar, y nadie protestó ni lo más mínimo. Bien. Ya la temían.

Cuando llegó ante el objeto de su deseo, adoptó una pose que había visto adoptar a su madre mil veces. La cadera ladeada y el puño apoyado en ella, con la daga apuntando hacia afuera.

El hombre estaba sentado en un leño, con los codos apoyados en las rodillas despellejadas. Tenía la cabeza ligeramente inclinada, y el pelo negro le caía por la frente.

–Tú –le dijo en la lengua humana–. Mírame.

Él alzó la vista hacia ella, por entre los rizos enredados. Kaia pensó que era guapo. Tenía los rasgos marcados; una nariz afilada, los pómulos altos y los labios finos, aunque rojos. Su mentón era fuerte.

Kaia se dio cuenta de que solo llevaba las muñecas encadenadas, y de que no estaba atado a ningún poste. O Juliette no tenía ni idea de sujetar a un cautivo, o el hombre era más débil de lo que ella había pensado.

Se sintió decepcionada, pero no iba a cambiar de opinión.

–Eres mío –le dijo ella atrevidamente–. Si tu anterior propietaria intenta luchar conmigo por ti, la venceré.

–¿De veras? –preguntó él. Tenía una voz grave y ronca, como un trueno lejano. Ella tuvo que contener un escalofrío–.

¿Y cómo te llamas tú, niña?

Ella apretó los dientes y olvidó su aprensión. ¡No era ninguna niña?

–Me llamo Kaia la… Kaia la Fuerte.

Los títulos eran importantes para las Arpías. Los ancianos de las tribus los elegían, y aunque todavía no habían seleccionado ninguno para ella, Kaia estaba segura de que a su madre le parecería bien.

–¿Y qué es lo que tienes pensado hacer conmigo, Kaia la Fuerte?

–Voy a obligarte a que satisfagas mis necesidades, por supuesto.

Él arqueó una ceja.

–¿Como por ejemplo?

–Hacer mis tareas. Todas mis tareas. Y si no obedeces, te castigaré con mi daga.

Entonces le mostró la daga en cuestión. La hoja del arma resplandeció bajo la luz del sol.

–Y soy muy cruel, ¿sabes? He matado a humanos. Los he matado tanto que incluso les dolía después de morir.

Él no se inmutó.

–¿Cuándo empiezo?

–Ahora.

–Muy bien.

Ella esperaba una discusión, una sarta de protestas, pero él se limitó a levantarse del tronco. Vaya, era alto… muy, muy alto.

Kaia no se sintió intimidada. En los entrenamientos había luchado contra gente mucho más alta que aquel hombre, y les había ganado. Bueno, tal vez solo un poco más altos. No, en realidad, eran todos más bajos. No estaba segura de que pudiera haber alguien más alto que él. No era de extrañar que Juliette se lo hubiera quedado.

Kaia sonrió. Su primer saqueo en solitario, a plena luz del día, y se había llevado el mejor premio. Había elegido bien. Su madre no podría encontrarle ni una sola pega a aquel hombre, e incluso podía que lo quisiera para sí misma. Tal vez después de terminar con él, se lo regalara a Tabitha.

Tabitha le sonreiría, le daría las gracias y le diría que era una hija maravillosa. Por fin. A Kaia se le aceleró el corazón.

–No te quedes ahí parado –le dijo, y lo empujó–. Muévete.

Él se tambaleó hacia delante, pero rápidamente recuperó el equilibrio. Caminó con la cabeza alta, pero justo antes de llegar al borde del claro en el que se encontraban los hombres, se detuvo bruscamente.

–Sigue –le ordenó ella.

–No puedo. Este claro ha sido rodeado con sangre de Arpía, y las cadenas me impiden salir de él sin sufrir un dolor insoportable.

Ella lo miró con los ojos entrecerrados.

–No soy tonta. No te voy a quitar las cadenas.

–No es necesario que lo hagas. Solo tienes que añadir tu sangre al círculo, y después manchar con una gota las cadenas, y podrás guiarme sin problemas.

Ah, sí. Ella ya había oído hablar de las cadenas de sangre. Atrapaban a quien las llevaba dentro de un círculo, por muy pequeño o grande que fuera, y aquella restricción solo podía anularse con la sangre de otra Arpía.

–Buena idea.

Miró hacia el campamento. Nadie se había fijado en ella, pero Bianka estaba moviéndose con algo de nerviosismo, mirando a su hermana y a los demás, a los demás y a su hermana, con una expresión suplicante.

Kaia se cortó la palma de la mano con la daga y dejó caer unas gotas de sangre al suelo. Después pasó la herida por la cadena que había entre las muñecas del hombre. Después, corrió hacia él y lo empujó de nuevo.

Él pasó el círculo tambaleándose. Después se detuvo, agitó la cabeza, estiró la espalda y giró los hombros. Kaia volvió a empujarlo, pero en aquella ocasión no consiguió moverlo. Entonces, él se dio la vuelta y sonrió. Antes de que ella pudiera darse cuenta de lo que estaba pasando, él la agarró por el cuello y la levantó del suelo.

Kaia abrió desorbitadamente los ojos mientras él le apretaba el cuello para asfixiarla. Tenía una fuerza que ningún humano podría poseer.

Pese a la falta de aire y al mareo, y al ardor que sentía en la garganta, Kaia se dio cuenta de la verdad: aquel hombre no era humano.

Irradiaba odio, y sus ojos giraban de una manera hipnótica.

–Arpía estúpida. Tal vez no pueda romper estas cadenas, pero el círculo era lo único que me impedía asolar este campamento. Y ahora, todas vais a morir por haberme insultado.

«¿Morir? ¡No! Tienes una daga, ¡úsala!».

Kaia intentó apuñalarlo, pero él le dio un manotazo en la mano y soltó una carcajada cruel. A su espalda, oyó un grito de Bianka. Oyó los pasos de su hermana, que se acercaba corriendo. «¡No! ¡No te acerques!», quiso gritar. Después, sus pensamientos se fragmentaron, porque el hombre siguió ahogándola con más y más fuerza.

Al final, Kaia perdió el conocimiento y se sumió en un oscuro vacío.

No, no un vacío. Había gritos… muchos gritos… gruñidos, rugidos, jadeos. Se oía el metal cortando carne, se oían chasquidos de huesos y la rasgadura de las alas de sus compañeras. Aquella sinfonía de pesadilla duró horas, tal vez días. Después se hizo el silencio.

–Kaia –dijo alguien, al tiempo que unas manos encallecidas la tomaban de los brazos y la agitaban–. Despierta.

Ella conocía aquella voz… Luchó por recobrar el sentido, y abrió los ojos con dificultad. Pasaron unos instantes antes de que se le aclarara la mente. Entonces vio a su madre, que tenía la cara manchada de sangre, y una expresión de ira.

–Mira lo que has hecho, hija –le dijo con dureza.

Aunque Kaia no quería obedecer, se incorporó y se sentó. Al hacerlo sintió una descarga de dolor en el cuello y en el resto del cuerpo. Observó el campamento, y entonces sintió también el sabor de la bilis en la boca. Había Arpías y… otras cosas por todas partes, entre ríos de sangre. Las armas estaban abandonadas en el suelo. Las tiendas estaban hechas jirones y algunos pedazos de lona blanca colgaban de las ramas de los árboles, meciéndose al viento.

–¿Bianka? –jadeó Kaia.

–Tu hermana está viva. Por poco.

Kaia se puso en pie, temblando, y miró a su madre a los ojos.

–Mamá, yo…

–¡Silencio! Tenías la orden de no entrar en esta zona, y la desobedeciste. Y has intentado robar el consorte de otra mujer sin pedirme permiso.

–Sí –dijo Kaia, con los ojos llenos de lágrimas–. Es cierto.

–¿Ves la destrucción que hay detrás de mí?

–Sí –repitió ella suavemente.

–Tú eres la responsable de este día trágico.

–Lo siento –dijo Kaia, agachando la cabeza hasta que la barbilla tocó con su pecho–. Lo siento muchísimo.

–Guárdate las lamentaciones. No sirven para deshacer la angustia que has causado.

Oh, Dios. En el tono de voz de su madre había odio.

–Has avergonzado a nuestro clan –prosiguió Tabitha, y le arrancó el medallón del cuello–. No te mereces llevar esto. Una guerrera de verdad salva a sus hermanas, no las pone en peligro. Y de este modo, con esta acción tan egoísta, te has ganado el título. De ahora en adelante serás conocida como Kaia la Decepción.

Tabitha se dio la vuelta y se alejó. Sus botas chapotearon en la sangre, y aquel sonido inundó los oídos de Kaia.

Cayó de rodillas y comenzó a sollozar como una niña por primera vez en su vida.

Capítulo 1

–Lo deseo.

–¿Cuándo he oído yo eso antes? Ah, sí. El día del Trágico Incidente. Me obligaste a prometer que no volvería a hablar de eso, ni bajo amenaza de muerte. Y no voy a hablar de eso, así que tranquila. Solo pensaba que te habías vuelto más cuidadosa con tus afectos desde entonces.

Kaia Skyhawk miró a su hermana, Bianka la Celestial, como la había bautizado recientemente. Un nombre que su preciosa hermana merecía. La chica se había emparejado con un ángel. Con un ángel de verdad. Claro que Bianka también había bautizado a Kaia: Calienta camas del Inframundo, por haberse acostado con Paris, el más promiscuo del mundo.

Aquel título no le molestaba tanto como el verdadero. Las Arpías tenían una memoria muy larga, y cada vez que ella se cruzaba con alguien de su raza, oía los comentarios: «Mira, la Decepción».

Bueno, de cualquier modo, Bianka estaba tan maravillosa como siempre, con su melena negra y sedosa cayéndole por la espalda y sus brillantes ojos de color ámbar. En aquel momento estaba revisando un perchero lleno de vestidos de firma con una mezcla de decisión y preocupación.

–Eso ocurrió hace un millón de años –dijo Kaia–. Y Strider es el único hombre al que he deseado. Al que he deseado de verdad desde entonces –añadió, antes de que Bianka pudiera hacer algún comentario sobre los muchos que había tenido durante su vida.

–¿Y qué pasa con Kane, el Guardián del Desastre? Creía que habías tenido algo con él. Algo como una conmoción sensual.

–No. Fue algo completamente pasajero.

Un resoplido.

–Vamos, inténtalo de nuevo.

–No lo sé. Tal vez su demonio sintió que yo era un alma gemela e intentó avivar las llamas de un romance. Eso no significa que Kane y yo estemos destinados el uno al otro. No me siento atraída por él.

–Muy bien. Kane está descartado. Tal vez necesites buscarte un novio en otra parte, como por ejemplo, el cielo. Puedo emparejarte con un ángel –le dijo Bianka. Descolgó un vestido azul bordado con lentejuelas y pequeños volantes en el bajo–. ¿Te gusta este?

Kaia ignoró el vestido y continuó:

–Nada de emparejamientos. Deseo a Strider.

–No te conviene.

–¿Por qué no? Para empezar, no le pertenece a ninguna Arpía. Para continuar no es un psicópata. Y para terminar, es mi… consorte. Lo sé.

Ya lo había dicho. Por fin. Había pronunciado las palabras en voz alta, para que pudiera oírlas otra persona, aparte de sí misma.

Era muy difícil encontrar un consorte, y por eso se les daba mucho valor. En realidad, eran necesarios. Las Arpías eran volátiles por naturaleza, peligrosas y, cuando se enfadaban, se volvían mortales para todos. Los consortes las calmaban. Los consortes las aplacaban.

Ojalá fuera posible elegirlos de un catálogo y acabar con los problemas. Sin embargo, era el instinto el que elegía, y el cuerpo seguía al instinto. No sería tan malo si a cada Arpía no le correspondiera solo un consorte de por vida. Solo uno. Si lo perdía, sufriría eternamente. O se quitaría la vida directamente.

Kaia estaba avergonzada por el hecho de que Juliette hubiera tenido que estar sin su consorte durante tantos años, sin saber si seguía vivo o había muerto, odiándolo por lo que había hecho pero necesitándolo de todos modos. Juliette odiaba a Kaia y había prometido que iba a vengarse. Sí, todo aquello avergonzaba a Kaia, y no podía decir nada para defenderse.

Había desobedecido a su madre, y había liberado a un hombre. Había desencadenado su furia sobre toda su comunidad.

Todos los años, Kaia enviaba una cesta de fruta a Juliette con una tarjeta en la que le pedía perdón por lo que había ocurrido con su consorte, y todos los años, Juliette se la devolvía llena de corazones de manzana podridos, pieles de plátano ennegrecidas y una fotografía de sí misma haciéndole un gesto letal y con la frase: Muere, zorra, muere, escrito en con sangre en algún lado.

Si Juliette no la había atacado ya era solo por respeto a Tabitha, que seguía siendo alguien muy importante entre los aliados y los enemigos.

«No pienses en el pasado. Te meterás en una espiral».

Mejor, pensaría en su consorte. Strider, un bárbaro ligero de cascos y un poco tonto. Era un guerrero inmortal que, hacía mucho tiempo, había robado la caja de Pandora y la había abierto para «enseñarles a aquellos imbéciles de dioses una lección por atreverse a elegir a una mujer para custodiar una reliquia estúpida». A causa de esta falta de sentido común, sus amigos y él, los Señores del Inframundo, habían sido maldecidos, y tenían que llevar dentro para siempre los demonios a quienes habían liberado al abrir aquella caja.

Strider era el guardián del demonio de la Derrota. No podía perder un solo desafío, porque sentía un dolor inmenso. Por eso siempre estaba empeñado en ganarlo todo, aunque fuera una estupidez. Aquel empeño lo convertía en un estú- pido y un egoísta. Sin embargo, no había un hombre más guapo que él, ni más fiero.

Ni ningún hombre que tuviera menos interés en ella.

¿Había mencionado ya que era un tonto?

–¿Y bien? –preguntó Bianka, sacudiendo un vestido delante de la cara de Kaia para llamar su atención–. Por favor, opina. Y que sea para hoy.

–Pues… no me gusta. Es demasiado raro.

Bianka se limitó a encogerse de hombros.

–Pues yo creo que me sentará muy bien.

–Como quieras. Adelante. Cómprate el vestido, y yo te compraré cien gatos para que te hagan compañía mientras tú te pasas el resto de la eternidad intentando averiguar por qué se estropeó tu relación con el ángel, sin darte cuenta de que vuestros problemas comenzaron esta misma noche.

–¿Pero es que no sabes que yo prefiero los perros? Bueno, como tú digas.

Bianka frunció los labios y dejó el vestido en el perchero. Después continuó con su búsqueda del vestido perfecto, un vestido que llevar mientras le daba una mala noticia a su consorte, Lysander.

Pobre Bianka. Se había emparejado con un ángel, y tenía que vivir en el Cielo, donde él vivía y trabajaba. En opinión de Kaia, aquello debía de ser muy aburrido.

–¿Kaia? –preguntó Bianka–. Vamos, concéntrate. Necesito ayuda desesperadamente.

–Sí, sí –respondió Kaia distraídamente.

Sin embargo, siguió pensando en que un hombre tan aburrido necesitaba un mote igualmente tedioso… Algo como el Papa Lysander I. Eso. Era un guerrero de elite con alas de oro y, sí, un asesino de demonios extraordinario, y, sí, también era muy sexy, pero además, se creía moralmente superior. Kaia se estremeció de desagrado. Aquel ángel estaba acabando con la faceta divertida de su deliciosa hermana.

Lysander odiaba que robaran en las tiendas, y por ese motivo, habían tenido que salir de Budapest, volver a Alaska y entrar con sigilo, a medianoche, en un centro comercial, en vez de llevarse lo que querían a plena luz del día. Como de costumbre. Demasiados ojos curiosos.

Para ser sincera, Kaia estaba avergonzada por haber hecho esa concesión, y lamentaba que no hubiera nada de emoción en aquello, pero quería a su hermana, y estaba en deuda con ella. Nunca podría olvidar la imagen de Bianka retorciéndose de dolor en un charco de sangre, con los ojos vidriosos, gimiendo de angustia, el día del Trágico Incidente.

Bianka suspiró.

–Está bien. Vamos a tratar de tus problemas para poder concentrarnos en mí. Dime por qué has elegido a Strider como compañero de tu corazón. Sé que te mueres por elogiar sus virtudes.

–¿Me estás tomando el pelo? ¿Acabas de decir «compañero de tu corazón»?

Bianka se echó a reír.

–Sí, y he estado a punto de vomitar. Influencia de Lysander, ¿sabes? Pero, bueno, Strider es una buena pieza. Y todo un desafío. Je, je, ¿lo pillas? Un desafío… no puede perder ninguno… pero los va buscando por ahí…

Kaia puso los ojos en blanco.

–Creo que últimamente te relacionas demasiado con los ángeles. Tu intelecto ha decaído.

–¿Qué? Eso ha sido gracioso. Y además, los ángeles no están tan mal.

–Lo que tú digas, mi amor.

–Lo único que digo es que Strider va a ser difícil de manejar. Además, ya le has dicho lo que sentías por él y te rechazó. Se sentirá molesto si insistes en ello, y un guerrero poseído por un demonio que se enfada es un desastre global en potencia.

–Ya lo sé.

Si se hubiera dado cuenta antes de lo importante que él era para ella, no se habría acostado con su amigo Paris, el guardián de la Promiscuidad. Entonces, Strider no la habría rechazado.

Tal vez.

O tal vez sí. Porque para su consternación, parecía que él deseaba a otra mujer; a Haidee, una belleza que le pertenecía a su amigo Amun, el guardián de los Secretos.

Por lo menos, Haidee estaba fuera de su alcance, y Kaia no tenía que preocuparse de que Strider intentara hacer algo con ella. Por el honor entre demonios, y todo eso.

Sin embargo, con solo pensar en que él mirara a otra mujer, a Kaia se le prolongaban las uñas y los colmillos, y la sangre le hervía por las venas. Todas las células de su cuerpo gritaban «¡Mío!». Mataría a cualquiera que se le insinuara, y a cualquiera a quien él se insinuara. No podría evitarlo. Su lado oscuro dominaría la situación y la empujaría a defender lo que era suyo.

–En serio, tiene suerte de seguir vivo, y no solo porque yo quiera hacerle pedazos y dárselos a los animales del zoológico –continuó Bianka–. Un hombre que no reconozca tu valía merece una buena tortura.

–Ya lo sé.

Y no porque ella pensara que fuera especial, aunque lo era, claro, sino porque nadie podía rechazar a una Arpía sin pagarlo bien caro.

En realidad, la mayoría de las Arpías habrían tomado a Strider incluso sin su consentimiento. Tal vez ella fuera tonta por dejar que él la rechazara. Sin embargo, quería que él estuviera dispuesto. Lo necesitaba. Obligarlo, pasar por encima de él, habría sido vencerlo, y eso habría sido hacerle daño.

Kaia no era capaz de hacerle daño a Strider, ni siquiera para proteger su propia cordura.

–De todos modos, eres demasiado buena para él –dijo Bianka, tan leal como siempre.

–Ya lo sé –respondió Kaia, aunque en aquella ocasión estaba mintiendo. Ella solo era una desgracia para su clan, y Strider se merecía a alguien mejor.

Su hermana suspiró.

–Pero de todos modos, lo deseas.

–Sí.

–Bueno, ¿y qué vas a hacer para conseguirlo?

–Nada. Ya lo he perseguido una vez, y no voy a hacerlo de nuevo.

–Puede que si…

–No. Hace unas semanas lo desafié a que matara a más Cazadores que yo.

Los Cazadores eran los enemigos que querían destruir a los demonios, y todo lo que tuviera que ver con ellos. Eran unos fanáticos a quienes les encantaba perseguir a los inocentes que osaran interponerse en su camino. Los humanos que iban a vérselas con sus garras si volvían a acercarse a Strider.

Bueno, eso si se atrevían a acercarse a él con un arma en la mano. Tal vez les permitiera que se arrastraran a sus pies para pedir perdón por todos los problemas que habían causado durante siglos. Torturar a los Señores, hacer volar edificios por los aires, decapitar al guardián de la Desconfianza… Todo aquello era un poco más que irritante.

Hablando del asesinato de Desconfianza, la propia Haidee había ayudado a llevarlo a cabo. Sí, esa Haidee. El objeto de deseo de Strider.

Kaia no lo entendía. Si Strider podía desear a Haidee pese a sus crímenes, ¿por qué no podía desearla a ella?

–Yo quería ayudarlo a matar a los hombres que lo perseguían. Quería que viera lo hábil que soy –añadió–. Quería que admirara mis habilidades. Pero, ¿lo hizo? Noooo. Se enfadó. Despotricó por todo el dolor que yo iba a causarle. Así que le dejé ganar. ¡Le dejé ganar! Ya sabes que yo nunca hago eso. ¿Y cómo me dio las gracias? Diciéndome que me perdiera –dijo, y sintió de nuevo toda la humillación que le causaba todo aquello–. Bueno, vamos a cambiar de tema –añadió. Era mejor hacerlo antes de que le diera un ataque de rabia y destrozara todo el centro comercial–. ¿Qué es exactamente lo que estás buscando? –le preguntó a su hermana, y comenzó a mirar los vestidos ella también.

–Quisiera ser provocativa, pero también sofisticada –dijo Bianka, que aceptó el cambio de tema sin comentario alguno.

–Bien pensado –respondió Kaia–. ¿Es que crees que arreglándote vas a tenerlo más fácil?

–Dios, eso espero. Voy a permitir que Lysander me arranque el vestido, me haga el amor apasionadamente y después, cuando todavía esté intentando recuperar el aliento, darle la noticia y salir corriendo.

–Pero, ¿qué es lo que tienes que decirle a Lysander, exactamente?

Bianka se encogió de hombros.

–Exactamente… no lo sé.

–Inténtalo. Imagínate que yo soy tu consorte, y confiesa.

–Está bien –respondió su hermana. Irguió la espalda y miró a Kaia con nerviosismo–. Bueno, allá va –dijo. Después hizo una pausa. Después tragó saliva–: Cariño… yo… eh… tengo que decirte una cosa.

–¿Y qué es? –preguntó Kaia, con la voz más grave que pudo–. Dímelo rápidamente porque tengo que espolvorear mi polvo mágico y mover mi varita mágica cuando…

–¡Él no utiliza polvos mágicos! ¡Es un asesino, demonios! Y en cuanto a su varita mágica… –Bianka sonrió–. Es muy grande. Seguro que es mucho más grande que la de Strider.

Kaia siguió mirándola sin pestañear.

Su hermana inhaló una bocanada de aire profundamente, y la exhaló despacio.

–De acuerdo. Continúo. Querido, por primera vez desde hace muchos siglos, mi familia ha recibido la invitación para participar en los Juegos de las Arpías. ¿Y por qué desde hace muchos siglos?, me preguntará él. Bueno, es una larga historia. Verás, mi hermana cometió una estupidez…

–Seguro que vas a exagerar con respecto a eso –dijo Kaia, sin dejar de poner la voz grave con la que estaba imitando a Lysander–. Tu hermana es la mujer más fuerte e inteligente a la que he conocido. Vamos, ahora dime algo importante.

–Bueno –prosiguió Bianka suavemente–. No estoy segura de por qué no hemos sido invitadas, pero hace unos días nos llegó una tarjeta con membrete que exigía nuestra presencia. No podemos negarnos a acudir, porque eso sería una gran vergüenza para el clan. Nos tildarían de cobardes, y como bien sabes, yo no soy ninguna cobarde. Así que… me marcho dentro de una semana, y estaré fuera durante cuatro. Ah, y cada una de las cuatro pruebas que se celebran conllevan derramamiento de sangre, posibles mutilaciones y tortura. Nos vemos…

Para terminar, Bianka hizo un gracioso saludo con la mano, se quedó inmóvil y esperó la respuesta de su hermana.

Kaia asintió.

–Me gusta. Es firme e informativo. No le quedará más remedio que dejarte ir sin armar lío.

–¿De verdad lo crees?

–¡Pues claro que no! Se va a poner como una fiera. Tú ya conoces a tu consorte, ¿no? Es extremadamente protector. Bueno, ¿qué te parece este vestido? –le preguntó, mostrándole una prenda que tenía cadenitas plateadas muy finas para unir ambos lados.

–Me parece precioso. Es perfecto. Y también me parece que tú eres tonta.

Kaia sonrió.

–Pero me quieres de todos modos.

–Como tú misma has dicho, se me ha debilitado el intelecto –respondió Bianka, y se mordió el labio–. Bueno, esto es lo que creo que va a ocurrir después de la confesión: En primer lugar, él intentará detenerme.

–Eso es cierto.

–Después, cuando se dé cuenta de que no puede, se empeñará en ir conmigo.

–Cierto también. ¿Y eso te parece bien? –le preguntó Kaia.

Todo el mundo iba a reírse de Bianka por haberse unido a un bienhechor. Incluso su madre. Sobre todo, su madre. Tabitha odiaba a los ángeles, porque siempre había pensado que el padre de su hermanastra pequeña era un ángel, y le echaba la culpa a aquel hombre de la supuesta debilidad de Gwen.

–Sí –dijo Bianka con una sonrisa–. Me parece muy bien. No me gusta estar sin él, y estoy dispuesta a matar a cualquiera que hable mal de él, así que eso le añadirá emoción al tiempo que pasemos allí.

–Y además, cribará la competición, porque yo te ayudaré con las matanzas –dijo Bianka. Ojalá ella pudiera llevar a Strider.

En realidad, no, pensó después. Prefería que no fuera con ella. Kaia tenía el rechazo de todos los clanes de las Arpías, y se moriría de mortificación si Strider viera que todas las demás le daban la espalda, o si oía el sobrenombre despreciativo que le había puesto su madre.

Un soldado como Strider valoraba mucho la fuerza. Ella lo sabía porque era un soldado como Strider.

Por supuesto, su siguiente pensamiento fue que Haidee también era fuerte. Aunque era una humana, la chica se las había arreglado para vencer a la muerte una y otra vez, y siempre había vuelto para luchar contra los Señores. Hasta que se había enamorado de Amun.

«Si no quisiera tanto a Amun, enviaría a esa chica otra vez a la tumba, ¡definitivamente!». Nadie captaba la atención de Strider sin sufrir por ello.

–¿Me estás escuchando, o has vuelto a ensimismarte? –le preguntó Bianka con exasperación.

Ella agitó la cabeza.

–Sí, te estoy escuchando. Estabas hablando de algo… muy importante.

–¡Oh, estabas escuchando!–dijo su hermana, poniéndose la mano sobre el corazón–. Bueno, de todos modos. Gracias por ofrecerte a ayudarme a castigar a cualquiera que insulte a Lysander. Eres mi guerrera favorita del mundo, Kye.

–Y tú la mía, Bee.

Las cosas le irían bien a Bianka. Lysander la apoyaría pasara lo que pasara. Las Arpías iban a ver lo intratable que podía llegar a ser el ángel y se echarían para atrás. Kaia, sin embargo… No, a ella no iban a salirle bien las cosas.

–Nuestra querida madre va a estar allí –dijo Bianka–. Y va a odiar a Lysander, ¿verdad?

–Seguro que sí. Pero debes pensar que ella siempre ha tenido un gusto deplorable en cuanto a los hombres. Mira nuestro padre, por ejemplo. Un cambiador de forma de Phoenix, o sea, un miembro de la peor raza del mundo inmortal. Siempre están saqueando y quemándolo todo. Hay que ser una loca para emparejarse con uno de esos individuos. ¿Y eso qué significa? Que nuestra madre es una verdadera loca. A mí me preocuparía que le cayera bien Lysander.

¿Y qué pensaría Tabitha de Strider?

Bianka se rió suavemente.

–Tienes razón.

–¿Y sabes otra cosa? A mí no me importa lo que piense –añadió Kaia. Sin embargo, aunque aquellas eran unas palabras valientes, por dentro se sentía como si fuera una niña pequeña que deseaba desesperadamente la aprobación de su madre–. Aunque quizá… tal vez entierre el hacha de guerra conmigo.

Bianka le dio unos golpecitos en el hombro.

–No me gusta decirte esto, hermanita, pero ella solo va a enterrar el hacha si te lo puede clavar en la espalda.

–Sí, es verdad –reconoció Kaia con consternación. Y a ella no debería importarle eso, no debería, pero, ¿por qué sus hermanas eran las únicas que la consideraban lo suficientemente buena?

Su madre la había repudiado por un error que había cometido cuando era niña. Por un error, Strider se negaba a en- tablar una relación con ella, como si le hubiera engañado, o algo así. Y no era cierto. Los dos llevaban muchos años solteros, y ni siquiera habían salido juntos, ni una sola vez. No se habían besado. No habían hablado de verdad. Y en cuanto a la noche que había pasado con Paris… Ella no sabía, entonces, que algún día desearía sexualmente a Strider.

Él era quien debería haber notado su atractivo desde el principio, y quien debería haber intentado seducirla. Así pues, pensándolo bien, la culpa era suya. O tal vez, de su demonio. Derrota todavía tenía que darse cuenta de que perderla a ella sería mucho peor que perder un desafío. De lo contrario, Strider iba a sufrir sin ella.

Kaia quería que él sufriera por no estar con ella.

El demonio estaba unido a Strider y era esencial para que él pudiera sobrevivir, así que… Quizá ella tuviera que hacer algo para ganarse el aprecio del demonio. Si acaso decidía hacer algún otro movimiento para conquistar a Strider. Cosa que no iba a hacer. Tal y como le había dicho a su hermana, él había perdido su oportunidad. Además, si volviera a insistirle, parecería que estaba desesperada. Lo cual era cierto.

Por los dioses, aquello era deprimente. ¡Y exasperante! Siempre había que aplastar cualquier oposición, pero, ¿cómo iba a luchar contra el mismo hombre a quien quería proteger?

–¿En qué estás pensando ahora? –le preguntó Bianka–. Tienes los ojos casi negros, así que tu Arpía está a punto de tomar el control de la situación y…

–¡Eh! ¡Eh, vosotras! ¿Qué estáis haciendo ahí? –gritó alguien.

Kaia respiró profundamente y miró hacia atrás. Magnífico. Acababa de llegar la seguridad del centro comercial.

–Estoy bien, de verdad. ¿Nos vemos en casa? –le preguntó a Bianka, mientras le lanzaba a las manos el vestido que habían elegido.

–Sí –afirmó Bianka, mientras se lo guardaba dentro de la camiseta–. Te quiero.

–Yo también te quiero.

Echaron a correr en direcciones opuestas.

–¡Alto o disparo!

La cabellera roja de Kaia brillaba en la oscuridad, y aquel fue el motivo por el que el guardia debió de elegirla a ella. No disparó, el muy mentiroso, sino que se puso a perseguirla después de haber pedido ayuda por radio.

La mayoría de las luces estaban apagadas, y en el resto del centro comercial había muy poca iluminación. Aunque eso no tenía importancia, porque las Arpías tenían un sentido de la vista muy superior al de los humanos. Ella atravesó de manera experta las sombras, y corrió hacia la salida. Por desgracia, el humano conocía la zona mejor que ella, y se las arregló para no perderla.

Era hora de llevar las cosas más allá.

Aleteó con fuerza… Se preparó… pero justo antes de que pudiera salir volando, el guardia hizo algo impensable: le dio una descarga con su pistola eléctrica. Después de todo, no era un mentiroso. Kaia cayó de bruces, y al instante, el oxígeno se convirtió en algo parecido a un rayo en sus pulmones. Estaba a pocos centímetros de la puerta, pero los espasmos de sus músculos le impidieron escaquearse.

Podría haber usado una de las muchas armas que llevaba escondidas en la ropa, por ejemplo, una daga, para terminar con aquella molestia. Para terminar con el humano. Sin embargo, aquella era su ciudad natal, y no le gustaba matar a sus habitantes. O, más bien, no le gustaba matar a más de uno al día, y ya había llegado a su límite.

Además, ¿para qué iba a matar al guardia cuando, en realidad, ella no quería escapar? Sabía que aquello le proporcionaba algo que anhelaba en secreto: un motivo para llamar a Strider.

Después de todo, alguien tendría que pagar su fianza para sacarla del calabozo.

Capítulo 2

Strider estaba esperando en el vestíbulo del Departamento de Policía de Anchorage junto a su amigo Paris. Ya habían pagado la fianza de Kaia y estaban esperando a que la dejaran en libertad. «Vamos, Pelirroja. Date prisa». En aquel momento, varios policías lo estaban mirando de reojo, y a Paris también.

Iban armados, sí. Strider no entraría sin varios cuchillos ocultos entre la ropa ni siquiera a una iglesia, y mucho menos a un edificio lleno de armas y custodiado por humanos que sabían usarlas. Pero, hasta el momento, nadie había hecho ningún comentario. Tampoco podían ver su arsenal, que iba oculto bajo la chaqueta, la camiseta y los pantalones vaqueros.

–¿Podrías explicarme otra vez por qué hemos tenido que venir nosotros a hacer esto? –preguntó Paris.

Su amigo, el guardián de la Promiscuidad, medía más de dos metros y tenía un cuerpo atlético. Era un tipo muy grande. Medía diez centímetros más que Strider, pero no era tan poderoso como él.

Teniendo en cuenta las muchas veces que se habían peleado, la comparación no era solo una opinión, sino un hecho.

–Le debía un favor –dijo, con cuidado de no revelar ninguna emoción.

Como por ejemplo, el hecho de que preferiría estar encerrado en el calabozo de su enemigo, sufriendo torturas diarias, que allí. Como por ejemplo, que no quería volver a ver a Kaia. Como por ejemplo, que no quería que Paris volviera a ver a Kaia. Nunca.

–Y ella me pidió que se lo devolviera –explicó.

–¿Qué favor?

–No es asunto tuyo –respondió con aspereza. A él no le gustaba pensar en ello, ni hablar de ello. Era demasiado vergonzoso.

–Bueno, pues yo no le debo ninguno –replicó Paris.

Estaba mirando a Strider con sus ojos azules y profundos, y muy brillantes. Irradiaba tensión. Por desgracia, eso no disminuía su belleza. Tenía una cabellera de todos los tonos castaños posibles, que todas las mujeres desearían tener, y una cara que todas las mujeres querían mirar.

Seguramente, Kaia había acariciado aquel pelo. Y seguramente, había cubierto aquella cara de besos.

Strider apretó la mandíbula.

–Tú te has acostado con ella. ¿Es que necesitas que te lo recuerde?

–No, no lo necesito. Pero, pensándolo bien, es ella la que está en deuda conmigo. Y ahora tú también, porque has interrumpido mi búsqueda pidiéndome que te ayudara.

Aquellas palabras resultaban amargas. Sienna, la mujer a la que Paris deseaba por encima de todas las demás, estaba atrapada en el cielo, convertida en esclava del rey de los dioses, y poseída por el demonio de la Ira. Paris esperaba encontrarla, salvarla y castigar a todos quienes le hubieran hecho daño.

Strider permaneció en silencio. Paris había encontrado a su pareja definitiva, tal y como repetía sin cesar, pero de todos modos se había acostado con Kaia. En opinión de Strider, alguien que había encontrado a su amor no debería ir por ahí acostándose con otras. Sí, era cierto que Paris no podía evitarlo. A causa de su demonio, tenía que acostarse con una persona distinta cada día o se debilitaba… y moría.

Una parte mezquina de Strider casi deseaba que su amigo hubiera elegido debilitarse a acariciar a la Arpía.

Claro que eso también hacía que se sintiera culpable. Kaia no era de él, y nunca podría serlo. Era demasiado competitiva, demasiado fuerte y demasiado astuta como para causarle algo que no fuera tristeza. Sí, comprendía lo irónico de la situación: él era así con todo el mundo. Sin embargo, sentía atracción hacia ella, y al ser tan posesivo, no soportaba pensar que se acostara con ningún otro.

Y más teniendo en cuenta que él tenía que ser el mejor en todo lo que hiciera. A causa de su demonio, tenía que ganar, incluso en la cama. Y como Paris tenía más experiencia que nadie a quien él conociera, no había manera de que pudiera competir con su amigo en aquel campo.

Tal vez hubiera podido ignorar sus otros motivos para rechazar las miradas insinuantes de Kaia, pero no podía pasar aquello por alto. Ni siquiera una vez. Porque una vez que un hombre había mordido la fruta prohibida, volvería por más. No podría evitarlo, porque habría perdido la cordura. Así que él continuaría volviendo a ella, y cada vez que la tocara, cada vez que la saboreara, después experimentaría la agonía en su forma más pura.

Ciertamente, él era muy bueno en la cama, pero cuando no estaba seguro de que pudiera ganar una batalla, no la libraba. No había nada que mereciera tanto la pena como para soportar el tormento físico y mental que le causaba una derrota, y Arpía seguramente era mucho mejor que él en aquel sentido.

Por otra parte, el placer que le producía una victoria… No había nada igual, ni siquiera el sexo. Strider era adicto a aquellas sensaciones, igual que Paris era adicto a la ambrosía, la droga de los inmortales.

–Bueno, de todos modos –dijo Paris, sacándolo de su ensimismamiento–, ¿cuál fue el favor que te hizo Kaia? Debió de ser algo muy importante, teniendo en cuenta que has estado dispuesto a trabajar para mí durante una buena temporada con tal de conseguir mi ayuda.

–Ya te he dicho que no es asunto tuyo.

–Sí, pero pensaba que si insistía, ibas a contármelo.

–Pues no. Soy un poco más obcecado que el resto. Y, a propósito, yo no he aceptado trabajar para ti durante una buena temporada. A cambio de tu ayuda, he accedido a acompañarte a Titania a buscar a Sienna.

Titania. Un nombre absurdo. Sin embargo, Cronus, el dios de los reyes, le había cambiado el nombre al Olimpo para molestar a los Griegos, que habían reinado antes que él, pero que en aquellos momentos estaban encarcelados.

–Amigo, te has sometido a mí por completo. También has accedido a secuestrar a ese idiota de William y a llevarlo con nosotros –replicó Paris.

–Sí, es cierto.

Y eso le molestaba. William era un inmortal adicto al sexo que quería acostarse con Kaia. Por desgracia, Willy era el único que podía ver a Sienna, porque Sienna estaba muerta, y él tenía el poder de ver a los muertos.

Además, también era ventajoso el hecho de que William pudiera trasladarse de un lado a otro en un instante. Fuera cual fuera el motivo, todos los poderes que los dioses le habían arrebatado en el pasado estaban volviendo a él.

De cualquier modo, Strider y sus cohortes habían descubierto recientemente que la palabra «muerto» no significaba «ausente para siempre». Ni para los humanos, ni para los inmortales, por supuesto. Se podía capturar a las almas, manipularlas… abusar de ellas. De Sienna estaban abusando, y Paris estaba desesperado por salvarla.

–Tú has accedido a ayudarme sabiendo que tendrías que encontrar a Sienna, por mucho que tardemos. Si no cumples tu palabra, sufrirás. Mucho.

Por lo que respectaba a Strider, cuanto más tardaran, mejor. Cuanta más distancia hubiera entre Kaia y él, mejor. Tenía que olvidarla.

Ya lo había hecho antes; el único problema era que ahora la conocía mejor, y su atracción por ella era más fuerte.

–Has estado durante semanas en los cielos y no has conseguido nada –dijo–. Me necesitabas.

–Sí, pero tú no me necesitabas a mí para una cosa tan sencilla como esta.

En realidad, sí necesitaba a Paris. Necesitaba ver a Paris y a Kaia juntos, y recordarse por qué debía dejar de pensar en la Arpía. Además, necesitaba salir de Budapest, donde estaba su hogar, y poner distancia de por medio con Amun y su nueva novia, Haidee. Strider había intentado seducirla, pero ella no se lo había permitido. Por otra parte, él la había insultado a cada paso que daban y la había amenazado con decapitarla, pero tenía buenas razones para hacerlo. En el pasado, Haidee era una Cazadora y había matado a su mejor amigo, Baden, el guardián de la Desconfianza.

Y, sin embargo, él todavía la deseaba. Y cada vez que la veía, recordaba su fracaso, su derrota. El dolor consiguiente. Con todo, no había tenido problemas para resistir la tentación. Había mantenido la boca, las manos y su apéndice favorito quietos sin dificultad.

Por el contrario, Kaia era otra cosa. Con solo pensar en ella, ya tenía la boca hecha agua, notaba un cosquilleo en las manos y su apéndice favorito estaba poniéndose en pie.

Oh, sí. Tenía que alejarse todo lo posible de aquella situación.

–Strider, ¿estás aquí conmigo, o no?

Él pestañeó. Paris. La comisaría. Humanos con armas. Estar así de distraído era una estupidez. Culpó a Kaia por su falta de concentración, y ese era otro motivo para alejarse de ella.

–No quiero hablar de eso –dijo.

Paris abrió la boca para responder, pero la cerró al oír el sonido de unos tacones que se acercaban por el pasillo. Entonces vieron a Kaia, con su melena rojiza por la espalda, los ojos grises muy brillantes y aquel cuerpo espléndido balanceándose con un ritmo seductor.

–No te metas en más problemas, ¿entendido? –le dijo el oficial que la acompañaba, con un afecto evidente. Strider quiso matarlo por coquetear con ella de aquel modo tan descarado–. Te queremos, pero no queremos volver a verte por aquí.

«Cálmate. Tú no estás saliendo con ella, ni vas a hacerlo. Ni vas a besarla. El flirteo de ese policía no es cosa tuya».

–Como si fuera a dejar que me pillaran por cuarta vez –dijo ella con una sonrisa encantadora.

Strider notó una presión en el pecho al verla. Nadie debería tener unos labios tan rojos y tan carnosos, ni unos dientes tan perfectos y tan blancos. Además, llevaba unas botas de piel de serpiente de color rosa, una minifalda vaquera y una camiseta blanca de tirantes, que se transparentaba lo suficiente como para advertir que su sujetador también era blanco, y de encaje.

Milagro de los milagros, ese día llevaba sujetador.

Se detuvo al verlo, y la sonrisa se le borró de los labios. Él no estaba seguro de qué reacción esperaba, pero sí sabía que no era la reticencia.

Ella miró a Paris, y volvió a sonreír. Strider volvió a notar la opresión en el pecho.

–Eh, forastero. ¿Qué estás haciendo aquí?

–No estoy seguro –dijo Paris, frunciendo el ceño–. Aunque no es que no esté contento de verte, ¿sabes?

–Sí, lo mismo digo. Y gracias por venir a buscarme. Os lo agradezco.

–Cuando sea necesario. Aunque espero que no vuelva a ser necesario en un futuro cercano.

Ella se echó a reír.

–No puedo prometértelo.

Después miró a Strider, y su risa cesó, como había desaparecido su sonrisa.

–Bueno. Tú –dijo, como si hubiera visto una bacteria comedora de carne en el interior de su zapato.

«La antipatía no es un desafío», le dijo a su demonio, al notar que Derrota se espabilaba.

No hubo respuesta. Lo cierto era que Derrota se sentía intimidado por Kaia, y no quería llamar su atención.

Y en realidad, Derrota solo se dignaba a hablar con Strider cuando algo estimulaba su espíritu competitivo. Por supuesto, Strider prefería que permaneciera al fondo de su mente, como una presencia silenciosa que podía ignorar con facilidad.

–Esperaba que enviaras a alguien, no que vinieras en persona –dijo Kaia.

–¿Después del mensaje que me dejaste? –replicó él con un resoplido–. Ni hablar.

–¿Estás gimoteando? Porque oigo un gimoteo de colegial en tu tono de voz.

«Ella no me divierte».

–Yo nunca gimoteo.

Había escuchado el mensaje mil veces, y se lo sabía de memoria. «Strider, hola, soy Kaia, ya sabes, la chica que te salvó la vida hace unas pocas semanas. La misma chica a la que tú pisoteaste después. Bueno, pues es hora de que me devuelvas el favor. ¿Por qué no te levantas de la cama y vienes a pagar mi fianza para sacarme del calabozo antes de que yo decida escaparme y probar mis tacones de aguja en tu cara?».

La animosidad estaba muy bien, y él esperaba que ella siguiera tratándolo así, pese a que había tenido que mover cielo y tierra para llegar hasta allí. El cielo, telefoneando a Paris y convenciéndolo de que lo dejara todo, le pidiera a Lysander que lo llevara a casa y lo acompañara. La tierra, telefoneando a Lucien y convenciéndolo para que los llevara en un segundo desde Budapest a Alaska. Ninguna de las dos cosas había sido fácil.

Y sí, ahora Strider también le debía un favor al guardián de la Muerte. Cada vez debía más favores, y todo por aquella mujer impresionante que tenía enfrente, que además, quería ver su cabeza en una pica.

–Habría sido agradable que me dieras la dirección. Torin tuvo que buscar en… –Strider se calló rápidamente, antes de admitir públicamente que Torin, el guardián de la Enfermedad, era capaz de entrar en cualquier base de datos conocida por el hombre. Era mejor mantener en secreto una habilidad como aquella–. Tuvo que buscarte, y nos costó un poco encontrarte.

–¿Y?

–¿Y? ¿Eso es todo lo que tienes que decir sobre tu horrible comportamiento? Podías haber llamado a Bianka. Estaba aquí en Anchorage, contigo. En vez de eso, me has hecho perder el tiempo a mí con esta tontería.

–¿Y?

Demonios, ¿tanto le costaba mostrar un poco de gratitud? Él podía haberse quedado en casa y haber dejado que ella se pudriera en el calabozo. En vez de eso, Kaia solo había tenido que pestañear y él lo había dejado todo para ir a buscarla. Era una mujer exasperante.

Él se había portado mal con ella, sí, y al contrario que Haidee, Kaia no se lo merecía. «Aunque no vas a pensar en eso», se dijo. Y, sin embargo, los recuerdos lo asaltaron.

Había un grupo de Cazadores que llevaba días siguiéndolo, pero él estaba demasiado concentrado compadeciéndose a sí mismo por haber perdido a Haidee y no se había dado cuenta. Kaia le había salvado el pescuezo cuando los Cazadores le habían tendido una emboscada. Y, por los dioses, era muy sexy cuando luchaba.

Él no había visto aquella lucha en particular, pero había visto varias peleas anteriores, e incluso había entrenado con ella. Se imaginaba muy bien cuál era la danza letal de Kaia aquella noche.

Después había habido otra batalla, porque lo había desafiado a matar más Cazadores que ella. Él se había enfadado mucho por dos motivos: Kaia podía matar más Cazadores, sin duda, y él tenía otras cosas que hacer. Como por ejemplo, irse de vacaciones por primera vez en muchos siglos. Sin embargo, en cuanto se había pronunciado el desafío, su demonio había aceptado, y Strider había tenido que dejar todo lo demás para no sufrir una derrota.

Y para su absoluta sorpresa, ella le había dejado ganar. Al ser una Arpía, podía acabar con un ejército entero en cuestión de segundos, sin derramar una gota de sudor, pero en vez de dar el golpe final, ella había apilado a sus contrincantes derrotados, que todavía respiraban, y se los había entregado a él. Después se había marchado.

Y Strider no había vuelto a tener noticias suyas hasta que había recibido aquel mensaje.

Sí. Tenía que disculparse.

–No es por señalar lo torpe que eres, ni nada por el estilo –le dijo Kaia–, pero una vez yo tuve que sacar a Bianka de la cárcel doce veces en el mismo día. Y no me quejé ni una sola vez.

«Nada de dejarse divertir», se recordó él.

–¿Te he dicho alguna vez lo mucho que odio que la gente exagere?

–¡Es verdad! –respondió ella, dando una patada en el suelo–. No me quejé ni una sola vez.

«No me divierte. No me voy a reír».

–No me refería a eso –dijo.

–Ah, bueno –respondió ella, y su indignación se desvaneció–. Yo nunca exagero. Nunca jamás.

Él tuvo que contener una carcajada.

–Ahora mismo estás exagerando.

–¡Y tú sigues gimoteando, niñato!

Dios, se ponía preciosa cuando se enfadaba. Le brillaban los ojos como el oro, y sus mejillas se teñían de un color rosa raro, exótico. Y aquella gloriosa cabellera rojiza se le elevaba de la cabeza, como si hubiera metido el dedo en un enchufe. La energía crepitaba a su alrededor.

–Vaya –dijo Paris, mirando a su alrededor–. Esto es muy divertido.

–¿Te he dicho alguna vez que odio el sarcasmo? –le preguntó Strider.

Kaia tomó aire sin apartar la mirada de él.

–Mira, aparte de tus gimoteos, no voy a devolverte el dinero, y no voy a aparecer en la vista –dijo, y alzó la barbilla–. Te fastidias.

Adiós a la diversión, y adiós a la disculpa. Derrota había empezado a canturrear, se estaba despabilando y preparando para una pelea, aunque ella lo intimidara. Strider apretó la mandíbula, pero no dijo nada. Se dio la vuelta y salió del edificio antes de que las cosas se pusieran feas, y obligó a Kaia y a Paris a que lo siguieran. Juntos. Tal vez le hicieran un favor y se tomaran de la mano.

Los oyó caminando detrás de él, charlando. Se sacó las gafas de sol del bolsillo de la chaqueta y se las puso. Pese a que el sol brillaba con fuerza, hacía frío. Bajó las escaleras y se dio la vuelta.

No se habían tomado de la mano, pero entre ellos saltaban chispas de «nos hemos visto desnudos». Tenían las cabezas juntas y estaban hablando en voz baja, con un tono íntimo. Seguramente, estaban recordando los diez mil orgasmos que habían compartido.

Aquello era exactamente lo que él quería y necesitaba: un recordatorio.

Un recordatorio de que, una vez, Paris le había quitado la ropa a Kaia, y la había tendido en su cama; le había separado las rodillas y había visto su cuerpo celestial, y lo había saboreado y lamido mientras escuchaba sus apasionados gemidos de rendición femenina, y entonces, cuando ya no podía soportar más el deseo, se había hundido en aquel sexo tan estrecho y tan exquisito que ya nunca volvería a ser el mismo.

Kaia había abrazado a aquel guerrero. Había gritado su nombre. Lo había arañado y mordido, y le había pedido más.