La Santidad de Dios - R. C. Sproul - E-Book

La Santidad de Dios E-Book

R. C. Sproul

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¿Cómo te afecta a ti la santidad de Dios? "Cada cristiano que se ocupa en serio de su crecimiento espiritual necesita leer este libro. Fue sumamente provechoso para mí". -Jerry Bridges "Quizás sea muy temprano para calificar el libro La Santidad de Dios por R. C. Sproul como una de las obras clásicas teológicas de nuestros tiempos, pero si todavía no ha alcanzado este reconocimiento, lo logrará muy pronto". -James Montgomery Boice

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Segunda Edición

Publicado por:Publicaciones Faro de GraciaP.O. Box 1043Graham, NC 27253www.farodegracia.org

Co-edición con:Ligonier Ministries421 Ligonier CourtSanford, FL 32771Tel. 1-800-435-4343www.ligonier.org

ISBN 978-1-629463-22-3

© Copyright, 1985, 1998 por R.C. Sproul. Todos los derechos reservados. Orginalmente publicado en el inglés bajo el título, The Holiness of God. Translated into Spanish by permission of Tyndale House Publishers.

Traducido al español por Víctor García

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, procesada en algún sistema que la pueda reproducir, o transmitida en alguna forma o por algún medio –electrónico, mecánico, fotocopia, cinta magnetofónica u otro– excepto para breves citas en reseñas, sin el permiso previo de los editores.

© Las citas bíblicas son tomadas de la Versión Reina-Valera © 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina. © renovada 1988, Sociedades Bíblicas Unidas. Utilizado con permiso.

Contenido

RECONOCIMIENTOS

1. La Copa Sagrada

2. Santo, Santo, Santo

3. El Misterio Temible

4. El Trauma de la Santidad

5. La Locura de Lutero

6. La Justicia Santa

7. Paz y Guerra con un Dios Santo

8. Sed Santos Porque Yo Soy Santo

9. Dios en las Manos de Pecadores Airados

10. Mirando Más Allá de las Sombras

11. Lugares Santos y Ocasiones Santas

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RECONOCIMIENTOS

Muchas gracias a Wendell Hawley por su calurosa y gentil motivación para este proyecto. Si el libro tiene alguna claridad, el crédito es para mi esposa, Vesta, quien es mi más implacable y amorosa editora.

Para Kaki y Ryan y su generación,que vivan durante una nueva reformación.

Deuteronomio 4:29 Mas si desde allí buscares a Jehová tu Dios, lo hallarás, si lo buscares de todo tu corazón y de toda tu alma.

1 Crónicas 16:10-11Gloriaos en su santo nombre; Alégrese el corazón de los que buscan Jehová. Buscad a Jehová y su poder; Buscad su rostro continuamente.

Salmo 9:10En ti confiarán los que conocen tu nombre, Por cuanto tú, oh Jehová, no desamparaste a los que te buscaron.

Salmo 27:8Mi corazón ha dicho de ti: Buscad mi rostro. Tu rostro buscaré, oh Jehová;

Isaías 55:6-7Buscad a Jehová mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano. Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar.

Amos 5:4 Pero así dice Jehová a la casa de Israel: Buscadme, y viviréis;

Sentí el impulso de irme del cuarto. Una profunda e innegable orden turbó mi sueño, pues algo santo me llamaba. El único sonido era el tic-tac rítmico del reloj sobre mi escritorio. Parecía vago e irreal, como si estuviese sumergido bajo profundas aguas. Comenzaba a dormirme, en el momento cuando la línea entre la conciencia y la inconsciencia se diluye. Estaba suspendido en ese estado aferrado al umbral, aun percibiendo en la quietud de su cerebro los sonidos del mundo exterior, ese momento inmediatamente antes de sucumbir a la noche. Dormido, pero no completamente; despierto, pero no alerta; aún vulnerable al llamado interno que me dijo, “Levántate y sal de este cuarto.”

El llamado se hizo más fuerte, más urgente, imposible de ignorar. Un estallido de lucidez hizo que me incorporara y pusiera mis pies en el suelo. El sueño se desapareció en un instante y mi cuerpo se puso en acción. En segundos me vestí y salí del dormitorio de la universidad. Un vistazo al reloj registró el tiempo en mi mente. Faltaban diez minutos para la media noche.

El aire nocturno era frío, convirtiendo la nieve de la mañana en un colchón con sábana quebradiza. Sentí el crujido bajo mis pies al caminar hacia el centro del plantel. La luna proyectaba una sombra fantasmagórica sobre los edificios de la universidad cuyos canales de desagüe estaban adornados con gigantes puntas congeladas – gotas de agua detenidas en el espacio que formaban cuchillos sólidos de hielo simulando colmillos. Ningún arquitecto humano podría haber diseñado esas gárgolas de la naturaleza.

Los engranajes del reloj de la vieja torre principal se movieron y sus agujas se colocaron verticalmente. Escuché el pesado sonido de la maquinaria una fracción de segundo antes del repique de las campanas. Cuatro tonos musicales señalaron la hora exacta. Después llegaron los doce golpes parejos y sonoros. Yo los conté en mi mente como siempre lo hacía, revisando la posibilidad de un error en el número que nunca fallaba. Sonaron exactamente doce golpes desde la torre como el martillo de un juez severo golpeando sobre metal.

La capilla se hallaba bajo la sombra de la vieja torre principal. Su puerta era de cedro pesado con un arco gótico. La abrí y llegué al vestíbulo, la puerta se cerró detrás de mí con un sonido que hizo vibrar las paredes de piedra de la nave.

El eco me estremeció. Era un contraste extraño con los ruidos de los servicios diarios en la capilla donde el abrir y cerrar de las puertas era apagado por los sonidos de los estudiantes desplazándose hacia sus lugares asignados. En el vacío de la media noche el sonido de la puerta era amplificado.

Esperé un momento en el vestíbulo, dándole a mis ojos unos segundos para adaptarse a la obscuridad. El débil brillo de la luna penetraba por los silenciosos vitrales. Yo podía ver la línea de las bancas y el pasillo central que guiaba hacia las gradas de la plataforma. Sentí una majestuosa sensación de espacio, acentuada por los alargados arcos del techo los cuales parecían elevar mi alma en una sensación de altura que evocaba la emoción de una mano gigante extendiéndose para levantarme.

Me moví lenta y deliberadamente hacia las gradas de la plataforma. El sonido de mis pies sobre el piso de piedra evocaba las imágenes temibles de soldados alemanes marchando con sus botas a lo largo de calles empedradas. Cada paso resonaba mientras llegaba a la plataforma alfombrada.

Allí me tiré sobre mis rodillas. Había llegado a mi destino. Estaba listo para reunirme con Quien había turbado mi descanso con su llamado.

Me encontraba en posición de oración, pero no tenía nada que decir. Me arrodillé allí silenciosamente, permitiendo que la sensación de la presencia de un Dios santo me llenara. El latido de mi corazón indicaba algo, golpeando mi pecho. Sentí un frío intenso en la base de mi espina que subió hasta mi cuello. El terror me invadió. Luché contra el impulso de escapar de esa sobrecogedora presencia que se apoderó de mí.

El terror pasó, y pronto siguió otra ola, pero diferente. Esta inundó mi alma con una paz inexplicable que trajo un reposo instantáneo a mi turbado espíritu. Me sentí tranquilo. Quería permanecer allí. Sin decir ni hacer nada. Simplemente deleitarme en la presencia de Dios.

Ese momento transformó mi vida. Algo profundo se estableció en mi espíritu para siempre. Desde ese momento no podía haber regreso; no podía ser borrada esa indeleble impresión de su poder. Yo estaba solo con Dios. Un Dios santo, un Dios asombroso. Un Dios que podía llenarme con terror en un segundo y con paz en el próximo. Supe en ese momento que había realizado el fin de mi búsqueda santa. Dentro de mí nació una nueva hambre que nunca podría ser satisfecha en este mundo. Me propuse aprender más, seguir a este Dios que vivía en las catedrales góticas obscuras y que invadió mi dormitorio para levantarme de mi complaciente sueño.

¿Qué hace a un estudiante universitario buscar la presencia de Dios a estas horas de la noche? Algo sucedió esa tarde en una de las clases que me llevó a esa capilla. Yo era un recién convertido cuya conversión había sido repentina y dramática, para mí una réplica del camino de Damasco. Mi vida había sido cambiada radicalmente, yo estaba lleno de celo por la dulzura de Cristo. Me consumía una nueva pasión. Estudiar las Escrituras, aprender cómo orar, conquistar los vicios que asaltaban mi carácter y crecer en gracia. Yo quería desesperadamente hacer mi vida valiosa para Cristo. Mi alma cantaba, “Señor, quiero ser cristiano.”

Pero algo estaba ausente en mi nueva vida cristiana. Mi celo era abundante, pero estaba marcado por superficialidad, una clase de simplicidad que estaba haciendo de mí una persona uni-dimensional. En cierto modo yo era un unitario, un unitario de la segunda persona de la Trinidad. Yo sabía quién era Jesús, pero Dios el Padre estaba envuelto en el misterio. El era un enigma escondido para mi mente y un extraño para mi alma. Un velo obscuro cubría su rostro.

Mi clase de Filosofía cambió todo eso.

Era un curso que no me interesaba. Estaba ansioso de terminarlo, y dejar detrás de mí ese curso obligatorio. Yo había escogido especializarme en la Biblia, y pensaba que las abstractas especulaciones de la clase de Filosofía eran un desperdicio de tiempo. Escuchar a los filósofos discutir acerca de la razón y de la duda me parecía vacío. No encontraba alimento para mi alma. Nada que encendiera mi imaginación, sólo difíciles y aburridos problemas intelectuales que me dejaban frío, hasta que llegó esa tarde de invierno.

La lección de ese día fue sobre un filósofo cristiano cuyo nombre era Aurelio Agustín. En el transcurso de la historia, él había sido canonizado por la iglesia Católica-Romana. Todos se referían a él como San Agustín. El profesor habló sobre las opiniones de Agustín sobre la creación del mundo.

Yo estaba familiarizado con el relato bíblico de la creación. Yo sabía que el Antiguo Testamento abre con las palabras, “En el principio Dios creó los cielos y la tierra.” Pero yo nunca había pensado profundamente acerca del acto original de la creación. Agustín sondeó dentro de este glorioso misterio y se preguntó, “¿Cómo fue hecho?”

“En el principio…”

Sonaba como el comienzo de un cuento de niños: “Había una vez.” El problema es que en el principio no había tiempo como nosotros entendemos ser “había una vez.” Nosotros pensamos de los comienzos como el punto inicial de algo en el medio de un período de la historia. La Cenicienta tuvo una madre y una abuela. Su historia, que comenzó “una vez” no comenzó en el comienzo absoluto. Antes de la Cenicienta, hubo reyes, reinas, rocas, árboles, caballos, liebres y lirios.

¿Qué había antes del principio de Génesis 1? La gente que Dios creó no tenía padres o abuelos. Ellos no tenían libros de historia que leer porque no había habido historia. Antes de la creación no había reyes o reinas o rocas o árboles. No había nada; nada, excepto Dios.

Fue aquí donde mi clase de Filosofía hizo que me diera un enorme dolor de cabeza. Antes de que el mundo comenzara, no había nada. Pero, ¿Qué realmente es “nada”? ¿Ha tratado usted de pensar acerca de nada? ¿Dónde se encuentra eso? Obviamente en ningún lugar. ¿Por qué? Porque es nada, y la nada no existe. No puede existir, porque si existiera entonces sería algo y no nada. ¿Le está comenzando a doler la cabeza como a mí? Piense acerca de ello por un segundo. Yo no puedo decirle a usted que piense en “ello” porque la nada no es “ello.” Lo único que puedo decir es que “la nada no existe.”

Entonces, ¿cómo podemos pensar sobre nada? No podemos. Es simplemente imposible. Si tratamos de pensar en nada siempre terminaremos pensando en algo. Tan pronto como trato de pensar sobre nada, comienzo a imaginarme un montón de aire vacío. Pero el aire es algo. Tiene peso y sustancia. Yo sé eso por lo que sucede si un clavo pincha la llanta de mi carro.

Jonathan Edwards dijo una vez que la nada es lo que las rocas sueñan cuando duermen. Pero eso no ayuda mucho. Mi hijo me ofreció una mejor definición de nada. Cuando él estaba en la escuela intermedia yo le preguntaba al venir de la escuela, ¿Qué hiciste hoy, hijo? Su respuesta siempre era la misma: “Nada.” Así que la mejor explicación que yo puedo dar de “nada” es lo que mi hijo solía hacer en la escuela intermedia.

Nuestro entendimiento de la creatividad involucra el moldear y dar forma a la pintura, la arcilla, las notas sobre un papel o a alguna otra substancia. Nunca hemos experimentado que haya un pintor que pinte sin pintura o un escritor que escriba sin palabras, o un compositor que componga sin notas. Los artistas tienen que comenzar con algo. Lo que los artistas hacen es moldear, dar forma o redistribuir otros materiales, pero ellos nunca trabajan con nada.

San Agustín enseñó que Dios creó el mundo de la nada. La creación fue algo así como un mago sacando un conejo de un sombrero. Excepto que Dios no tenía un conejo, ni tenía un sombrero.

Mi vecino es un hábil fabricante de gabinetes. Una de sus especialidades es construir gabinetes para magos profesionales. El me dio un recorrido por su taller y me mostró cómo se hacen las cajas y los gabinetes para magos. El truco es el uso astuto de espejos. Cuando el mago sale a escena y muestra una caja o un sombrero vacío, lo que usted ve es sólo la mitad de la caja o el sombrero. Por ejemplo, si usted toma el sombrero “vacío” luego le fija un espejo a medio sombrero, el espejo refleja el lado vacío del sombrero y proyecta una imagen exacta. La ilusión crea el efecto visual de ver vacíos ambos lados del sombrero. Pero usted sólo está viendo la mitad del sombrero. La otra mitad tiene suficiente espacio para esconder palomas blancas o conejitos gordos. No hay mucha magia en esto, ¿verdad?

Dios no creó el mundo con espejos. Para hacerlo habría necesitado que la mitad del mundo comenzara con un espejo gigante que escondiera la otra mitad. La creación involucra traer a la existencia todo lo que es, incluyendo los espejos. Dios creó el mundo de la nada. Hubo un tiempo en que hubo nada. Pero repentinamente, por el mandato de Dios, hubo un universo.

De nuevo preguntamos, ¿cómo lo hizo? El único indicio que la Biblia nos da es que Dios llamó al universo a la existencia. Agustín llamó a ese acto “el imperativo divino” o “el fíat divino.” Sabemos que un imperativo es un mandato. Así es un fíat. Cuando Agustín habló de un fíat, no estaba pensando en un carro italiano. El diccionario define fíat como un mandato o un acto de la voluntad que crea algo. En este momento yo estoy escribiendo sobre una computadora fabricada por la IBM. Es una máquina asombrosa bastante complicada. Está diseñada para responder a ciertos comandos. Si cometo un error al mecanografiar, no tengo que tener un borrador. Simplemente oprimo una tecla y la computadora lo corrige. La computadora trabaja por fíat, pero el poder de mi fíat es limitado. Los únicos fíat que trabajan son los que ya están programados en la computadora. Me encantaría poder decirle a la computadora, “Por favor escríbeme todo este libro, mientras me voy a jugar golf.” Mi máquina no puede hacer eso. Le puedo gritar a la pantalla con el más fuerte imperativo: “¡Escribe ese libro!” Pero la máquina es muy obstinada para obedecer.

Los fíats de Dios no están limitados así. El puede crear por la pura fuerza de su divino mandato. Puede traer algo de la nada y vida de la muerte. Puede hacer estas cosas por el sonido de su voz.

El primer sonido que se escuchó en el universo fue la voz de Dios ordenando “¡Sea!” En realidad, es inapropiado decir que este fue el primer sonido “en” el universo porque hasta que el sonido fue hecho no había universo. Dios le habló al vacío. Podríamos decir que esto era una especie de proclamación primigenia dirigida hacia el obscuro vacío.

El mandamiento de Dios creó sus propias moléculas para transportar las ondas sonoras de la voz de Dios lejos en el espacio. Pero las ondas sonoras se tardarían mucho. El sonido de este mandato imperativo excedió la velocidad de la luz. Tan pronto como las palabras salieron de la boca del Creador, las cosas comenzaron a suceder. Cuando su voz resonó las estrellas aparecieron emanando una luz indescriptible entonada con el sonido de los ángeles. La fuerza de la energía divina se esparció en el cielo como un caleidoscopio de colores brotando de la paleta de un poderoso artista. Los cometas cruzaron el cielo con brillantes colas como los fuegos artificiales que celebran la independencia. El acto de la creación fue el primer evento en la historia. Fue también el más asombroso. El Supremo Arquitecto observó su complejo bosquejo y pronunció sus mandatos para que los límites del mundo se establecieran. Cuando El habló, los mares fueron encerrados en sus límites, y las nubes se llenaron con rocío.

El amarró las Pléyades y ciñó el cinturón del Orión. Luego habló de nuevo y la tierra comenzó a llenarse de orquídeas floreciendo en su plenitud. Las flores brotaron como la primavera en Mississippi. Los tonos lavanda de los ciruelos danzaban con los brillos de las azaleas y la flor de olivo.

Dios habló una vez más y las aguas se llenaron de seres vivientes. El caracol se ocultó bajo la sombra de la mantarraya, mientras que el pez espada rompió la superficie del agua para pasearse sobre las olas con su cola. De nuevo El habló y el rugido del león y el balido de las ovejas se escuchó. Los animales de cuatro patas, las arañas de ocho y los insectos alados aparecieron.

Y Dios dijo, “Esto es bueno.”

Entonces Dios se inclinó hacia la tierra y cuidadosamente le dio forma a una pieza de barro. La levantó delicadamente hacia sus labios y sopló sobre ella. El barro comenzó a moverse. Comenzó a pensar, comenzó a sentir, comenzó a adorar. Estaba vivo y estampado con la imagen de su Creador.

Consideren la resurrección de Lázaro de entre los muertos. ¿Cómo lo hizo Jesús? El no entró a la tumba donde yacía el cadáver putrefacto de Lázaro; no tuvo que administrar resucitación boca a boca. El se paró frente a la tumba, a la distancia, y gritó en alta voz, “¡Lázaro, ven fuera!” La sangre comenzó a fluir en las venas de Lázaro y sus ondas cerebrales a pulsar. En una explosión de vida, Lázaro abandonó su tumba y caminó hacia afuera. Este es el fíat creador. El poder del imperativo divino.

Algunos teóricos modernos creen que el mundo fue creado por la nada. Note la diferencia entre decir que el mundo fue creado de la nada y decir que fue creado por la nada. Según esta opinión moderna, el conejo sale del sombrero sin conejo, sin sombrero y sin mago. Esta opinión moderna es más milagrosa que el punto de vista bíblico pues sugiere que la nada creó algo. Y más aún, sostiene que la nada lo creó todo – ¡Ciertamente una hazaña!

Seguramente en esta era científica no puede haber gente seria reclamando que el universo fue creado por la nada. ¿O acaso la hay? Pues, sí, y en grandes números. Por supuesto, ellos no suelen decirlo de la manera que yo lo digo y probablemente se irritarán conmigo por expresar sus puntos de vista de esta forma. Sin duda protestarán de que yo ofrezco una caricatura distorsionada de su sofisticada posición. Muy bien, ellos no dicen que el universo fue creado por la nada; ellos dicen que el universo fue creado por la casualidad.

Pero la casualidad no es algo objetivo. No tiene peso, medida, ni poder. Es meramente una palabra que usamos para describir posibilidades matemáticas. No puede hacer nada y no lo hace porque es nada. Decir que el universo fue creado por la casualidad es decir que vino de la nada.

Esto es una locura intelectual. ¿Cuáles son las probabilidades de que el universo fuese creado por casualidad?

San Agustín entendió que el mundo no podía ser creado por la casualidad. El sabía que se requería algo o alguien con poder – el mismísimo poder de la creación – para que el trabajo fuese hecho. El sabía que algo no podía venir de la nada. Entendió que en algún lugar, de alguna manera, algo o alguien tenía que tener el poder de ser por sí mismo. De lo contrario, hoy no existiría nada.

La Biblia dice, “En el principio Dios.” El Dios que nosotros adoramos siempre ha estado allí. Sólo El puede crear seres porque sólo El tiene el poder de ser. El no es “nada.” El no es casualidad. El es puro Ser. El es aquel que tiene el poder de ser todo por sí mismo. El es el único eterno. El único que tiene poder sobre la muerte. Sólo El puede ordenar que los mundos existan por su fíat, por el poder de su mandato. Tal poder es abrumador y asombroso. Es merecedor de respeto y de humilde adoración.

Las palabras de Agustín – que Dios creó el mundo de la nada por el puro poder de su voz – fueron las que me condujeron hacia la capilla aquella medianoche.

Yo sé lo que significa ser convertido. Sé lo que es ser nacido de nuevo. También entiendo que una persona nace de nuevo sólo una vez. Cuando el Espíritu Santo activa en nuestras almas la nueva vida en Cristo, El no detiene su obra. El continúa trabajando en nosotros para cambiarnos.

Mi experiencia en el salón de clases reflexionando sobre la creación del mundo, fue como nacer de nuevo una segunda vez. Fue como convertirme no meramente a Dios el Hijo, sino al Dios el Padre. Repentinamente sentí pasión por conocer a Dios el Padre. Quería conocerlo a El en su majestad, en su poder y en su majestuosa santidad.

Mi “conversión” a Dios el Padre no sucedió sin sus respectivas dificultades. Aunque fui profundamente impresionado por la noción de un Dios que creó un universo entero de la nada, me sentía confundido por el hecho de que vivimos en un mundo lleno de lamentos, un mundo plagado de maldad. Mi próxima pregunta fue ¿Cómo pudo un Dios bueno y santo crear un mundo que ahora se encuentra en este caos? Mientras estudiaba el Antiguo Testamento también me perturbaban las historias sobre Dios ordenando la muerte de mujeres y niños, de Dios matando instantáneamente a Uza por tocar el arca, y algunos otros relatos que parecían revelar un lado brutal del carácter de Dios.

El concepto, la idea central que yo seguía encontrando en la Escritura, era que Dios es santo. Esa palabra me era extraña. No estaba seguro de su significado. Yo hice de esta idea un asunto de diligente y persistente investigación. Aún hoy estoy absorto con el tema de la santidad de Dios. Estoy convencido de que es una de las ideas más importantes con las cuales un cristiano debe lidiar. Es básica para nuestro entendimiento de Dios y del cristianismo.

La idea de la santidad es tan central a la enseñanza bíblica que se dice de Dios que “Santo es su nombre” (Lucas 1:49). Su nombre es santo porque El es santo. El no siempre es tratado con reverencia santa. Su nombre es pisoteado con la suciedad de este mundo. Se usa como una palabra para maldecir y una plataforma para la obscenidad. El poco respeto que este mundo tiene por Dios, es vívidamente evidenciado por la manera en que el mundo usa su nombre. No hay honra, no hay reverencia ni hay asombro delante de El.

Si yo le preguntara a un grupo de cristianos cuál es la principal prioridad de su iglesia, sé que tendría una amplia variedad de respuestas. Algunos me dirían evangelismo, otros acción social y otros nutrición espiritual. Pero aún estoy esperando a alguien hablar de cuáles fueron las prioridades de Jesús.

¿Cuál es la primera petición del “Padre Nuestro”? Jesús dijo, “Vosotros pues oraréis así: ‘Padre nuestro que estás en los cielos…’” (Mateo 6:9). La primera línea de la oración no es una petición. Es una forma personal de acercamiento. La oración continúa: “Santificado sea tu nombre, venga tu reino” (Mateo. 6:9-10). Con frecuencia confundimos las palabras “Santificado sea tu nombre” con la parte del acercamiento como si las palabras fuesen “Santificado es tu nombre.” Si ése fuera el caso, las palabras serían meramente una designación de alabanza a Dios. Pero no es así como Jesús lo dijo. El lo expresó como la primera petición. Nosotros deberíamos de orar que el nombre de Dios sea santificado. Que Dios sea considerado santo.

Hay una especie de secuencia dentro de la oración. El reino de Dios nunca vendrá donde su nombre no sea considerado santo. Su voluntad no se hace en la tierra como en el cielo, si aquí su nombre es profanado. En el cielo el nombre de Dios es santo. Es pronunciado por los ángeles con un susurro sagrado. El cielo es un lugar donde la reverencia por Dios es total. Es necio buscar el reino donde Dios no es reverenciado.

La manera en que entendemos la persona y el carácter de Dios el Padre afecta cada aspecto de nuestras vidas. Afecta más de lo que nosotros normalmente llamamos el aspecto “religioso” de nuestras vidas. Si Dios es el Creador del universo entero, entonces El es el Señor de todo el universo. Ninguna parte del mundo se escapa de su señorío. Esto significa que ninguna parte de mi vida debe estar fuera de su señorío. Su carácter santo tiene algo que decir acerca de la economía, la política, los deportes, el romance – todo en lo cual estamos involucrados. No podemos escaparnos de Dios. No hay lugar que nos pueda esconder de El. El no sólo penetra cada aspecto de nuestras vidas, pero penetra en su majestuosa santidad. Por eso tenemos que buscar entender qué es la santidad. No nos atrevamos a evadir este tema. No puede haber adoración y crecimiento espiritual ni verdadera obediencia sin ello. Esto define nuestra meta como cristianos. Dios ha declarado, “Sed santos porque yo soy santo” (Levítico 11:44).

Para alcanzar esa meta, tenemos que entender qué es la santidad.

Aplicando la Santidad de Diosa Nuestras Vidas

Mientras usted reflexiona sobre lo que ha aprendido y descubierto sobre la santidad de Dios, responda estas preguntas. Use una libreta para registrar sus respuestas a la santidad de Dios o discútalas con un amigo.

1.Cuando usted piensa en Dios como santo, ¿qué viene a su mente?

2.Describa alguna ocasión en la que usted haya sido sobrecogido por la santidad de Dios.

3.¿Le atrae la santidad de Dios?

4.¿Qué significa para usted ser santo durante la próxima semana?

Isaías 6:6-8

1 En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo. 2 Por encima de él había serafines; cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban. 3 Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria. 4 Y los quiciales de las puertas se estremecieron con la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo. 5 Entonces dije: ¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos.6 Y voló hacia mí uno de los serafines, teniendo en su mano un carbón encendido, tomado del altar con unas tenazas; 7 y tocando con él sobre mi boca, dijo: He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu pecado. 8 Después oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a mí.

El profeta del antiguo testamento era un hombre solitario. Era un individualista señalado por Dios para una penosa tarea, como una especie de fiscal designado por el Supremo Juez del cielo y tierra, un vocero para demandar a aquellos que habían pecado en su contra.

El profeta no era filósofo que escribía para promover discusiones, ni era un libretista que componía dramas para entretener a la gente. El era mensajero, un heraldo del rey del cielo. Con sus anuncios venían las palabras “Así dice el Señor”

La historia de los profetas se lee como un libro de mártires y suena como un reporte de las víctimas de la Tercera División en la Segunda Guerra Mundial. El promedio de su vida era como el de un teniente del ejército en combate.

Cuando se dice de Jesús que fue “despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebrantos” (Isaías 53.3), se le hace partícipe de una gran cantidad de hombres a quienes Dios destinó para tal sufrimiento. El azote al profeta era la soledad; a menudo su casa era una cueva y usualmente el desierto era su lugar de reunión con Dios. Algunas veces, su vestuario era la desnudez y su corbata un cayado. Sus canciones eran compuestas con lágrimas.

De esa clase de hombre era Isaías ben-Amoz.

En la lista de los héroes del Antiguo Testamento, Isaías sobresale en un destacamento estelar. El fue profeta de profetas, un líder de líderes, un “profeta mayor” por el gran tamaño del libro que lleva su nombre.

Como profeta, era inusual. La mayoría de los profetas eran de origen humilde: campesinos, pastores, labradores, mas Isaías era de la nobleza. El era un reconocido hombre de estado que tenía acceso a la corte real de sus días. Se relacionaba con príncipes y reyes. Dios lo usó a él para hablarle a varios monarcas de Judá, incluyendo a Uzías, Jotán, Acaz y Ezequías.

Lo que destacaba al profeta de Israel de todos los otros hombres eran los sagrados auspicios de su llamado. Su llamado no fue de hombres. El no podía solicitar este trabajo, tuvo que ser seleccionado – escogido directa e inmediatamente por Dios. Y el llamado fue soberano; no se podía ser rechazar (Jeremías trató de rechazar este llamado, pero se le recordó inmediatamente que él había sido consagrado para esto desde el vientre de su madre. Luego, cuando buscó renunciar, Dios rehusó aceptar su renuncia). El trabajo de profeta era de por vida; no se podía renunciar o jubilar.

El registro del llamado de Isaías quizás sea el más dramático de todos los registrados en el Antiguo Testamento. Se nos dice que sucedió en el año en que el rey Uzías murió.

El rey Uzías murió en el siglo ocho AC. Su reinado fue muy importante en la historia judía y fue uno de los mejores reyes que gobernó Judá. No fue un David, pero tampoco fue señalado por la corrupción que caracterizó a los reyes del norte, tales como Acab. Uzías ascendió al trono cuando tenía dieciséis años y reinó en Jerusalén por cincuenta y dos años. ¡Fíjense, cincuenta y dos años! En los pasados cincuenta y dos años, Estados Unidos ha presenciado la administración de Truman, Eisenhower, Kennedy, Johnson, Nixon, Ford, Carter, Reagan, Bush padre, Clinton y Bush hijo. Pero mucha gente en Jerusalén vivió su vida entera bajo el reinado del rey Uzías.

La Biblia nos dice que Uzías comenzó su reino piadosamente haciendo “lo que era recto ante los ojos de Jehová” (2 Crónicas. 26:4). El buscó a Dios y fue bendecido. Venció a los filisteos y a otras naciones en batalla, edificó torres en Jerusalén y fortaleció sus murallas, abrió grandes pozos en el desierto y estimuló un gran crecimiento en la agricultura nacional. También restauró el poder militar de Judá hasta un nivel casi tan alto como en los días de David. La mayoría de su vida Uzías fue conocido como un rey grande y amado.

Sin embargo, la historia de Uzías terminó tristemente. Sus últimos días fueron como los de los trágicos héroes de Shakespeare. Su carrera se deterioró por el pecado del orgullo después de haber adquirido gran riqueza y poder. El se sintió Dios; entró al templo con insolencia y arrogancia, reclamando para sí los derechos que Dios había dado solamente a los sacerdotes. Cuando ellos trataron de detenerlo en su acto sacrílego, Uzías se enfureció. Mientras les gritaba furiosamente, apareció lepra en su frente. La Biblia dice de él: “Y habitó leproso en una casa apartada… excluido de la casa de Jehová” (2 Crónicas 26:21). Cuando Uzías murió, a pesar de la vergüenza de sus últimos años, la nación lo lloró. Aparentemente Isaías fue al templo buscando consolación en este tiempo de angustia personal y nacional. Pero él encontró más de lo que esperaba porque: “En el año en que murió el rey Uzías, vi yo al Señor sentado en un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo” (Isaías 6:1).

El rey había muerto. Pero cuando Isaías entró al templo vio a otro rey, el Rey Supremo, el que se sienta eternamente en el trono de Judá, él vio al Señor.

En el hebreo hay dos palabras distintas que se traducen Señor. Una es “Adonai”, que significa “el Soberano.” Este no es el nombre de Dios sino un título, el título supremo dado a Dios en el Antiguo Testamento. La otra palabra es “Jehová”, el nombre sagrado de Dios, con el cual El se reveló a Moisés en la salsa ardiendo. Este es su nombre inefable, el nombre santo que los israelitas se guardaban de profanar. Normalmente ocurre sólo en forma de sus cuatro consonantes – YHWH. Por lo tanto se le conoce como el sagrado tetragrama, las cuatro letras inefables.

Vemos este contraste en las palabras usadas en el Salmo 8:1, “¡Oh Jehová, Señor nuestro, cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra!” Lo que el judío estaba diciendo era, “¡Oh Jehová, nuestro Adonai, cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra.” O se podría decir así, “¡Oh Jehová nuestro Soberano, cuán glorioso…” En el Salmo 110 leemos, “Jehová dijo a mi Señor: siéntate a mi diestra” (Salmo 110:1). Aquí el salmista está diciendo, “Dios le dijo a mi Soberano: ‘Siéntate a mi mano derecha.’”

Jehová es el nombre de Dios; Adonai es su título. Cuando hablamos de algún presidente mencionamos su nombre y su título. “Presidente” es el título más alto en nuestros países; de igual forma, “Soberano” era el más alto en Israel. El título “Adonai” estaba reservado para Dios. Este fue el título que se le dio a Dios en el Nuevo Testamento. Cuando Cristo es llamado Señor en el nuevo testamento, se le confiere el equivalente Adonai del antiguo testamento. Jesús es llamado el Rey de reyes y Señor de señores, un título reservado sólo para Dios el Padre, el Supremo Soberano de cielo y tierra.

Estos diferentes usos de las palabras “Jehová” y “Adonai” indican el cuidado con que la gente se refería a la naturaleza santa de Dios. En cierta forma, es igual con mi uso de letra mayúscula para referirme a Dios. Puesto que Dios es inefablemente santo, yo no soy capaz de referirme a El como “él,” aunque quizás a algunos de mis lectores les irrite lo que perciben como un uso anticuado de las letras mayúsculas. Para mí es un gesto de respeto y de asombro hacia un Dios santo.

Cuando Isaías vino al templo, había una crisis de soberanía en la nación. Uzías había muerto pero los ojos de Isaías fueron abiertos para ver al verdadero Rey de la nación. El vio a Dios sentado sobre el trono como el soberano.

Las Escrituras nos advierten que ninguna persona puede ver el rostro de Dios y vivir. Recordemos la petición de Moisés cuando ascendió al monte santo de Dios. El había sido testigo de asombrosos milagros, había escuchado la voz de Dios hablándole desde la zarza ardiendo, había visto el río Nilo convertido en sangre, había probado el maná del cielo y había visto la nube y la columna de fuego. También había visto los carros del Faraón inundados por las olas del mar Rojo. Pero todavía no estaba satisfecho; quería ver más. El anhelaba la excelsitud espiritual. El pidió al Señor en ese momento, “Déjame ver tu rostro, muéstrame tu gloria.” Pero se le negó la petición:

Y le respondió: Yo haré pasar todo mi bien delante de tu rostro, y proclamaré el nombre de Jehová delante de ti; y tendré misericordia del que tendré misericordia, y seré clemente para con el que seré clemente. Dijo más: No podrás ver mi rostro; porque no me verá hombre, y vivirá. Y dijo aún Jehová: He aquí un lugar junto a mí, y tú estarás sobre la peña; y cuando pase mi gloria, yo te pondré en una hendidura de la peña, y te cubriré con mi mano hasta que haya pasado. Después apartaré mi mano, y verás mis espaldas; mas no se verá mi rostro. (Éxodo 33:19-23)

Luego, Dios le permitió a Moisés que viera su espalda, pero no su rostro. Cuando Moisés regresó del monte, su rostro resplandecía. La gente se aterrorizó y se alejaron de él con horror. El rostro de Moisés era demasiado para poder mirarlo. Así que Moisés se puso un velo sobre su rostro para que la gente pudiera acercársele. Esta experiencia de terror se manifestó en el rostro de un hombre que estuvo tan cerca de Dios que ahora reflejaba Su gloria, y sólo el reflejo de la gloria de la espalda de Dios, no de la de su rostro. Si la gente temía ver la gloria que se reflejaba de la espalda de Dios, ¿cómo podría mirarse directamente su santo rostro?

Pero la meta final del cristiano es poder ver lo que se le negó a Moisés, queremos mirarlo cara a cara, queremos solazarnos en la gloria radiante de su rostro. Todo judío lo esperaba, basado en la amada bendición de Israel:

“Jehová te bendiga y te guarde; Jehová haga resplandecer su rostro sobre ti y tenga de ti misericordia; Jehová alce sobre ti su rostro y ponga en ti paz.” (Números 6:24-26)