La tentación vive al lado - Maureen Child - E-Book

La tentación vive al lado E-Book

Maureen Child

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Beschreibung

"Dame solo una noche" Divorciada y con un hijo pequeño, Nicole Baxter no necesitaba a ningún hombre en su vida. Pero cuando el multimillonario Griffin King se mudó a la casa vecina, Nicole acarició la posibilidad de tener una aventura con él. Griffin no solo era guapo y varonil, sino que también era de los que no se comprometían, lo que lo convertía en el amante ideal... siempre y cuando ella no se enamorara. Griffin King saltaba de una mujer a otra y nunca dudaba a la hora de abandonarlas. Sin embargo, cuanto más tiempo pasaba con su hermosa y sensual vecina, más deseaba estar con ella. La única mujer a la que no debería acercarse...

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2013 Maureen Child. Todos los derechos reservados.

LA TENTACIÓN VIVE AL LADO, N.º 1931 - Agosto 2013

Título original: The King Next Door

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2013

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. con permiso de Harlequin persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-3483-5

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo Uno

–¿Habrá una forma femenina para la palabra voyeur?

Cómodamente recostado en el jacuzzi del jardín, Griffin King tomó un sorbo de cerveza y observó cómo la vecina entraba en el garaje y volvía a salir con varios sacos de abono.

Nunca había visto a una mujer tan concentrada en su trabajo. La mayoría de las mujeres que él conocía no hacían otra cosa que tenderse en una camilla para recibir masajes. Pero Nicole Baxter era diferente.

La había conocido un año antes, cuando su primo Rafe se casó con Katie Charles, la Reina de la Cocina y vecina de Nicole. Griffin sonrió. Katie seguía llevando adelante su negocio de repostería y, bendita fuera, le había dejado unas cuantas docenas de galletas a Griffin mientras se alojaba con ellos.

A pesar de todas las veces que había estado en casa de Rafe, apenas había hablado con Nicole. Lo único que sabía de ella era que estaba divorciada, que era madre soltera y que nunca dejaba de trabajar. Tal era su tesón que Griffin se cansaba solo de mirarla.

Y sin embargo, no podía dejar de mirarla..

Tal vez fuera la fascinación por lo prohibido, la mujer que nunca podría ser suya. O quizá se sintiera atraído por toda ella.

Sacudió la cabeza y se quitó las gafas de sol para dejarlas en el borde de madera de secuoya. El sol brillaba con fuerza, pero el jacuzzi quedaba a la sombra de un gran olmo que se erguía entre la casa de Nicole y la casa donde Griffin vivía actualmente.

Rafe y Katie estaban de viaje en Europa y Griffin se había ofrecido para cuidar la casa. Griffin había puesto en venta su apartamento de la playa y no soportaba la continua visita de curiosos que no tenían intención de comprar. De esa manera, hospedándose en casa de Rafe, podía respirar tranquilo y al mismo tiempo vigilar la vivienda de su primo.

Una solución ventajosa para todos. Si no fuera por Nicole. La siguió con la mirada mientras ella atravesaba el jardín. Tenía el pelo rubio y no muy largo, a la altura de los hombros, lo llevaba recogido tras las orejas. Vestía una camiseta rosa sin mangas y unos vaqueros cortos y deshilachados que dejaban a la vista unos muslos morenos y bien formados. Sus curvas eran todo un regalo para la vista.

Y saber que ella también lo miraba bastaría para invitarla al jacuzzi... si no lo impidiera una razón de peso.

–¡Mamá!

Connor, el niño de tres años con grandes ojos azules y pelo rubio. Griffin no tenía nada contra los niños. La familia King se había tomado muy en serio el mandato bíblico de «creced y multiplicaos», y Griffin tenía más sobrinos y primos pequeños de los que podía contar. El problema era intimar con las madres solteras. Por mucho que admirase el valor de una mujer independiente capaz de llevar adelante su trabajo y cuidar ella sola de un hijo, Griffin no quería nada serio. Y cuando había niños por medio, siempre surgían complicaciones.

Lo había aprendido años atrás y su regla era inquebrantable: nada de mujeres con hijos.

–¿Qué pasa, Connor? –la voz de Nicole flotó en el aire de junio. Por muy ocupada que estuviera, Griffin jamás había detectado el menor tono de impaciencia en su voz.

–Quiero cavar –gritó el pequeño, y blandió una palita de plástico como un vikingo con una espada.

Griffin sonrió al pensar en la cantidad de agujeros que él y sus hermanos habían cavado en los parterres de su madre. Y cuántas horas de castigo habían pagado por las rosas y margaritas muertas.

–Enseguida, cariño –le dijo Nicole, y le echó un rápido vistazo a Griffin sobre la valla.

Él le respondió alzando la cerveza. Ella frunció el ceño y se volvió rápidamente hacia su hijo.

–Deja que mamá vaya a buscar las macetas al garaje, ¿de acuerdo’

–¿Necesitas ayuda? –le ofreció Griffin.

Ella volvió a mirarlo con expresión recelosa.

–No quiero interrumpir tu baño.

Griffin sonrió. Por el tono en que se lo había dicho parecía estar celebrando una orgía.

–Siempre puedo volver a meterme.

–Eso parece –murmuró ella–. No es necesario, Griffin. Puedo arreglármelas sola.

–Muy bien. Si cambias de idea, avísame. Estaré aquí.

–Donde estás todos los días.

–¿Cómo? –le preguntó, aunque la había oído muy bien.

–Nada –respondió ella, y se dirigió hacia el garaje con su hijo pisándole los talones.

Griffin le dio otro trago a la cerveza. Sabía lo que Nicole pensaba de él y le molestaba que lo viera como a un vago, pues aquellas eran las primeras vacaciones que se tomaba en cinco años.

La empresa de seguridad que dirigían él y su hermano gemelo, Garrett, era la más importante del sector a nivel mundial, lo que significaba que los hermanos King siempre estaban ocupados. O al menos así había sido hasta que Garrett se casó con la princesa Alexis de Cadria y se quedó a cargo de las operaciones europeas, mientras que Griffin siguió ocupándose del negocio estadounidense.

Pero hasta el más adicto al trabajo necesitaba tomarse un respiro de vez en cuando, y Griffin había decidido tomarse el suyo mientras una agencia inmobiliaria se dedicaba a enseñar su apartamento de la playa.

Aún no sabía dónde se instalaría. Quería quedarse en algún lugar cerca de la costa, tal vez en una vivienda como la de Rafe y Katie. Lo único que sabía con seguridad era que su apartamento le resultaba demasiado frío e impersonal. Lo había decorado con muy buen gusto una mujer con la que Griffin estuvo saliendo en una ocasión, pero nunca llegó a sentirlo como un verdadero hogar. Y era el momento de acometer un importante cambio en su vida, animado por el matrimonio de Garrett. Él no tenía ninguna prisa por casarse ni nada por el estilo, pero sí buscarse una casa nueva. Tomarse unas vacaciones...

Por desgracia, esas vacaciones no estaban resultando todo lo idílicas que deberían ser. Apenas llevaba unos días relajándose en casa de Rafe y Katie y ya estaba impaciente por hacer algo. Llamaba a la oficina tan a menudo, solo para comprobar cómo iba todo, que su secretaria había amenazado con marcharse si no dejaba de incordiar.

Griffin confiaba en sus empleados, pero la inactividad empezaba a sacarlo de sus casillas. No estaba hecho para quedarse sentado sin hacer nada. No sabía cómo relajarse y disfrutar del tiempo libre. Garrett le había apostado quinientos dólares a que sus vacaciones no durarían ni diez días y que en breve estaría de vuelta en la oficina. Griffin no estaba dispuesto a perder una apuesta, y para ello tendría que pasarse tres semanas sin dar golpe, por mucho que le costase.

¿Qué demonios hacía la gente cuando no trabajaba?

Él sabía muy bien lo que le gustaría hacer, pensó mientras recorría con la mirada las curvas de Nicole. Pero no era solo el hijo de su vecina lo que refrenaba sus impulsos. Katie, la mujer de Rafe, le había dejado muy claro un año antes que Nicole era intocable. En su fiesta de compromiso les había advertido a Griffin y a todos sus primos que su mejor amiga había sufrido mucho por culpa de su exmarido y que no iba a tolerar que un King le hiciera daño.

En el mundo había millones de mujeres disponibles, por lo que a ninguno de los King le supuso un gran problema olvidarse de Nicole Baxter. Lo malo era que Griffin tenía demasiado tiempo libre y sus pensamientos volaban una y otra vez hacia su guapa vecina.

Tampoco le ayudaba el hecho de que, mientras él la observaba, ella lo estuviera observando a él. Y encima con una expresión de descarado interés en el rostro. Griffin no era ningún idiota y sabía cuando una mujer sentía atracción por él, y en cualquier otra circunstancia no habría dudado en aprovecharse de la situación.

Así al menos tendría algo que hacer...

Pero aquella mujer no parecía estar quieta ni un segundo. Cuando la vio regresar del garaje con una enorme bandeja de plantas, Griffin frunció el ceño. Estaba seguro de que no aceptaría su ayuda, pero no podía quedarse de brazos cruzados mientras ella se tambaleaba bajo la pesada bandeja. Dejó la cerveza, salió del jacuzzi y cruzó la puerta que separaba los dos jardines.

–Dame eso –le dijo, y le quitó la bandeja sin esperar respuesta.

–No necesito tu ayuda. Puedo arreglármelas sola.

–Sí, lo sé. Eres mujer. No necesitas a un hombre. Vamos a fingir que ya hemos tenido esta discusión y que has ganado tú. ¿Dónde quieres que deje esto?

Miró a su alrededor hasta localizar las bolsas de abono y echó a andar hacia ellas. La hierba era cálida y suave bajo sus pies descalzos y el agua le chorreaba del bañador. El sol le calentaba la espalda, pero la gélida mirada de Nicole lo traspasaba como dagas de hielo. Dejó la bandeja en el suelo y se volvió. Nicole seguía donde la había dejado, al otro lado del jardín, agarrando a Connor de la mano. El pequeño sonreía a Griffin.

–No ha sido tan horrible, ¿verdad? –dijo Griffin.

–¿Qué?

–Aceptar la ayuda.

–No... Supongo que tengo que darte las gracias, aunque no te he pedido ni necesitaba tu ayuda.

–No hay de qué –repuso, y volvió riendo hacia la valla, el jacuzzi y su cerveza. Nicole le había dejado muy claro que no era bienvenido en su jardín.

Casi había llegado a la puerta cuando su voz lo detuvo.

–Griffin, espera.

Él la miró por encima del hombro.

–Tienes razón –admitió ella–. Necesitaba la ayuda... y la agradezco sinceramente.

–Vaya, parece que alguien se había levantado con el pie izquierdo –repuso él, sonriente.

Ella se rio, y Griffin se vio envuelto por el delicioso sonido de su risa suave y cantarina.

–No, nada de eso... pero podemos firmar una tregua.

–Perfecto –apoyó un brazo en la puerta y miró brevemente a Connor, quien corría hacia su pala de plástico–. ¿Y te importaría decirme por qué nos hace falta una tregua?

Un soplo de brisa agitó los mechones de Nicole, quien se los apartó de los ojos y se los sujetó tras las orejas.

–Tal vez «tregua» no sea la palabra adecuada –miró brevemente a Connor por encima del hombro–. Supongo que Katie te habrá pedido que me ayudes mientras ella y Rafe están fuera y...

–No.

–¿En serio? –preguntó ella, no muy convencida.

Griffin la miró fijamente. Sus cabellos agitados por la brisa. La nariz roja por el sol. Sus ojos tan azules como la bóveda celeste sobre sus cabezas. Una fuerte sensación le atenazó las entrañas. Deseaba a aquella mujer.

–De acuerdo, lo admito. Katie me pidió que le echara un ojo a todo el vecindario... lo cual te incluye a ti. Pero, para ser precisos, nos advirtió a todos que te dejáramos en paz.

–¿A todos?

–A los primos King.

–No me lo creo –una mezcla de asombro e indignación ardió en sus ojos.

–Créetelo. Después de casarse con Rafe nos dejó muy claro que eras intocable.

–Genial... –murmuró ella en voz baja.

Griffin levantó las manos.

–Eh, no fui yo. Solo digo que... no tienes nada de qué preocuparte. No estoy dispuesto a quedarme sin galletas por intentar algo con la amiga de Katie.

Aunque, para ser sincero consigo mismo, a Griffin no le habría importado quedarse sin galletas con tal de probar a Nicole... Si no hubiera sido madre.

Nicole tampoco quería quedarse sin las galletas de Katie. Las mejores de toda California y seguramente del mundo.

Desde que su mejor amiga se casara con Rafe King, había habido un continuo trasiego de hombres ricos, guapísimos y solteros en la casa de al lado. Y todos ellos habían tratado a Nicole como a una hermana pequeña.

Nicole había comenzado a creer que había perdido todo su atractivo femenino. No buscaba una relación seria, eso ya lo había probado con su ex-marido y el resultado no podría haber sido peor, pero no le importaría un poco de coqueteo de vez en cuando. Que ningún King se fijara en ella resultaba, cuanto menos, desconcertante.

Pero al fin sabía el motivo.

Entendía los motivos de Katie. Su amiga solo intentaba protegerla, pero Nicole era una mujer adulta que tenía un hijo, una casa y un negocio. Podía cuidar perfectamente de sí misma.

–No tenía que hacer eso.

–¿El qué, preocuparse por una amiga? No me parece tan extraño, sobre todo después de la forma en que la trató Cordell.

Nicole lo recordaba muy bien. Katie había abjurado de todos los King después de su amarga experiencia con uno de ellos. Para poder conquistarla, Rafe tuvo que ocultar su apellido hasta que estuvieron comprometidos.

Por mucho que le molestara la intromisión de su mejor amiga, Nicole no podía enfadarse con Katie por tener buenas intenciones.

Todos los King eran una tentación irresistible para cualquier mujer, pero Griffin estaba en un nivel superior. Había algo en él, su sonrisa, tal vez, o quizá su actitud natural y despreocupada, que le hacía sentir cosas que no sentía desde hacía mucho, muchísimo tiempo.

Nicole se había pasado los últimos días observándolo discretamente. Era difícil no fijarse en él, puesto que se pasaba casi todo el día medio desnudo en aquel maldito jacuzzi. La imagen de sus negros cabellos, sus ojos azules y la piel mojada de sus marcados abdominales pedían a gritos que...

–¿Sufres amnesia o algo así? –le preguntó Griffin.

–¿Eh? ¿Que? –perfecto, Nicole. Pillada in fraganti mientras te lo comes con los ojos–. No, no, estoy bien. Ocupada, nada más.

–Sí, ya me he dado cuenta –se pasó una mano por el pecho y Nicole siguió el movimiento con los ojos.

Maldición. Era como si estuviese hipnotizada por la testosterona.

–¿Nunca te sientas a descansar en la sombra? –le preguntó él mientras se estiraba perezosamente. Los músculos del pecho se tensaron y las bermudas descendieron ligeramente.

Nicole tragó saliva y cerró los ojos un instante.

–No tengo tiempo.

Tener su propio negocio le permitía dedicar las tardes a las labores domésticas. Pero las tareas se acumulaban y con frecuencia le ocupaban los fines de semana. Y además estaba Connor. Miró a su precioso hijo y sonrió. Lo más importante de todo era asegurarse de que el pequeño se sintiera protegido y amado.

No, no tenía tiempo para descansar en un jacuzzi, como Griffin King.

–Connor está cavando –observó él.

Ella ni siquiera miró a su hijo.

–Pues claro. Es un niño y le gusta jugar con su pala.

–Eres una buena madre.

Sorprendida, miró a Griffin a los ojos.

–Gracias. Procuro serlo.

–Se nota.

Sus miradas se mantuvieron durante unos largos y chispeantes segundos, hasta que Nicole giró la cabeza.

–Será mejor que vuelva al trabajo.

–A plantar macetas.

–Sí, pero antes tengo que cambiar la luz de la cocina... ¿Te importa echarle un ojo a Connor mientras voy al garaje a por la escalera?

–¿La escalera?

–Para cambiar la luz del techo.

Él asintió.

–Tú vigila a Connor. Yo iré a por la escalera.

–No es necesario, yo puedo... –empezó a protestar ella, pero él ya se alejaba hacia el garaje.

–Ya hemos tenido esta conversación, ¿recuerdas? No hay problema.

–No hay problema –repitió ella en voz baja.

Apreciaba la ayuda, pero estaba acostumbrada a valerse por sí misma. Sabía desatascar los desagües y apretar las juntas de las cañerías, sacaba ella misma la basura y mataba las arañas.

No necesitaba la ayuda de un hombre.

Pero una vocecita en su cabeza le susurraba lo contrario.

–Está bien –se dijo a sí misma, viendo como Griffin llevaba la vieja escalera de madera sobre el hombro. Sus bermudas parecían haber descendido un centímetro más– me echará una mano y luego se irá a casa.

Y ella podría seguir mirándolo desde una distancia segura.

–¿Dónde está la bombilla nueva?

–En la encimera.

Él volvió a dedicarle una rápida sonrisa.

–La cambio en un santiamén.

No, no le resultaría tan fácil. La cocina, al igual que resto de la casa que había heredado de su abuela, era vieja y anticuada. El tubo fluorescente medía un metro de largo y era casi imposible sacarlo de las pletinas a menos que se supiera cómo moverlo. Tendría que ayudar a Griffin.

Miró a su hijo, que estaba cavando con su pala como los piratas de su libro favorito, seguramente en busca de un tesoro enterrado. Desde la ventana podría vigilarlo sin problemas, por lo que entró en la cocina detrás de Griffin. Él ya había colocado la escalera de mano bajo el tubo fundido, pero le lanzó a Nicole una mirada de reproche cuando subió al primer peldaño y toda la escalera se tambaleó.

–¿Cómo puedes subirte a esta cosa? ¿Quieres romperte la cabeza o qué?

–Resiste bien –replicó ella. La escalera de su abuelo era tan vieja como la casa, pero muy segura–. Si te parece inestable es porque pesas más que yo.

–Si tú lo dices... –murmuró él, y subió otros dos peldaños de la vacilante escalera–. Enseguida quito el tubo.

–No es fácil –dijo ella–. Tienes que girarlo hacia la izquierda dos veces, luego a la derecha y luego otra vez a la izquierda.

–Es un tubo fluorescente, no la combinación de una caja fuerte.

–Eso es lo que tú te crees –repuso Nicole, intentando no fijarse en los abdominales que quedaban a la altura de sus ojos. Estar tan cerca de Griffin King la afectaba peligrosamente.

Pero tenía que recordar que Griffin, como el resto de los King, era un maestro de la seducción y no podía bajar la guardia con él. Aun así, se imaginó bajándole las bermudas hasta...

–Ya lo tengo –el gruñido de Griffin la sacó de sus fantasías.

–Ten cuidado. Recuerda que primero tienes que moverlo hacia la izquierda.

–Ya-casi-está –tiró del tubo y lo sostuvo en una mano con gesto triunfal–. ¡Listo!

Un torpedo rubio salió corriendo por la puerta trasera. Connor se movía tan rápido que no vio la escalera hasta chocar con ella.

Nicole soltó la escalera para agarrar a su hijo. La escalera se tambaleó hacia la derecha.

Griffin perdió el equilibrio y se agarró con la mano libre al soporte del tubo fluorescente. Lo arrancó del techo. Los ojos casi se le salieron de las órbitas.

Nicole ahogó un grito. Connor chilló. La escalera se inclinó aún más. Griffin se bajó de un salto antes de caer, con el soporte destrozado en la mano.

Tres pequeñas explosiones. Nicole miró hacia arriba y vio las primeras llamas.

–¡Dios mío!

–¡Todo el mundo fuera! –gritó Griffin. Soltó el tubo y agarró a Nicole y a Connor para ponerlos a salvo.

Capítulo Dos

Los bomberos fueron muy amables.