La teoría de lo perfecto - Sophie Gonzales - E-Book

La teoría de lo perfecto E-Book

Sophie Gonzales

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"Darcy es especialista en relaciones... ... a excepción de las propias. Cuando Brougham la atrapa recolectando las cartas del mítico casillero 89, en el que Darcy opera su negocio secreto de consejos románticos, surge el chantaje: o ella lo ayuda a recuperar a su exnovia o la delatará. Y Darcy no puede permitir que su identidad se haga pública, porque muchas cosas saldrían a la luz y habría muchas chances de que Brooke, su mejor amiga y crush-secreto-que-ama-a-alguienmás, ya no vuelva a hablarle. Así que... si todo lo que tiene que hacer es ayudar a un chico grosero y engreído (e irritantemente atractivo) a conquistar a una chica que ya se enamoró de él alguna vez... ¿Qué podría salir mal?"

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Darcy es especialista en relaciones…… a excepción de las propias

Cuando Brougham la atrapa recolectando las cartas del mítico casillero 89, en el que Darcy opera su negocio secreto de consejos románticos, surge el chantaje: o ella lo ayuda a recuperar a su exnovia o la delatará.

Y Darcy no puede permitir que su identidad se haga pública, porque muchas cosas saldrían a la luz y habría muchas chances de que Brooke, su mejor amiga y crush-secreto-que-ama-a-alguien-más, ya no vuelva a hablarle.

Así que… si todo lo que tiene que hacer es ayudar a un chico grosero y engreído (e irritantemente atractivo) a conquistar a una chica que ya se enamoró de él una vez…

¿Qué podría salir mal?

Si te gustó este libro, no puedes perderte…

Serendipity, Marissa Meyer

El último verano, Anna K. Franco

The Lucky Ones, Clara Cortés y Paula Peralta

Escribe ficción queer contemporánea y juvenil, con personajes memorables de ingenio mordaz y gran corazón. Varios de sus libros serán publicados muy pronto por VR YA.

Si no está escribiendo, le gusta patinar sobre hielo, actuar en teatro musical y practicar con el piano.

Actualmente vive en Melbourne, Australia, en donde trabaja como psicóloga.

¡Visítala!

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Para mamá y papá, quienes me mostraron la belleza de las palabras cuando tan solo era un bebé y sostuvieron mi mano mientras me enamoraba de cuentos

Uno

Todos en la escuela conocen el casillero ochenta y nueve: el que está abajo a la derecha, al final del pasillo, cerca de los laboratorios de ciencia. Hace años que no se le asigna a nadie; en realidad, deberían habérselo entregado a alguno de los cientos de estudiantes de la escuela para que lo llene de libros, papeles y recipientes plásticos infestados de moho.

En cambio, parece haber un entendimiento tácito de que el casillero ochenta y nueve cumple un propósito superior. De qué otra manera se explicaría el hecho de que cada año, cuando recibimos nuestros horarios y las combinaciones de nuestros casilleros, el número ochenta y ocho y el noventa tienen nuevos ocupantes, pero el ochenta y nueve permanece vacío.

Bueno, puede que “vacío” no sea la palabra indicada. Porque, aunque no tenga dueño, la mayoría de los días el casillero ochenta y nueve alberga varios sobres cuyo contenido es casi idéntico: diez dólares, comúnmente en forma de billete, a veces con monedas que el remitente logró reunir; una carta, a veces hecha en computadora, otras escrita a mano, a veces adornada con la mancha delatora de una lágrima; y al final de la carta, un correo electrónico.

Es un misterio cómo los sobres ingresan en el casillero, ya que es poco común encontrar a alguien deslizando su carta por las ranuras de metal. Es un misterio todavía más grande cómo recolectan los sobres; nadie ha sido visto abriendo el casillero.

Nadie concuerda en cómo funciona el sistema. ¿Es un profesor sin pasatiempos? ¿Un exestudiante que no puede soltar el pasado? ¿Un conserje de gran corazón que necesita un pequeño ingreso extra?

Lo único que es aceptado universalmente al respecto es que, si tienes problemas sentimentales y deslizas una carta a través de las ranuras del casillero ochenta y nueve, recibirás un correo electrónico anónimo dentro de la semana siguiente con un consejo. Y si eres lo suficientemente sabio como para seguir el consejo, tus problemas se resolverán o recibirás tu dinero de vuelta.

Raramente tengo que devolverle el dinero a la gente.

En mi defensa, en los pocos casos en los que mi consejo no funcionó, la carta omitía información importante. Como el mes pasado, cuando Penny Moore me escribió sobre cómo Rick Smith terminó su relación con un comentario en Instagram y convenientemente olvidó comentar que había coordinado sus ausencias con el hermano mayor de Rick para poder escabullirse juntos. De haber sabido eso, nunca le hubiera aconsejado a Penny que enfrentara a Rick en el almuerzo al día siguiente. Eso fue culpa suya. Debo admitir que fue algo satisfactorio ver a Rick realizar una lectura dramática de los mensajes de texto que Penny había intercambiado con su hermano delante de todo el comedor, pero hubiera preferido un final feliz. Hago esto para ayudar a la gente y para saber que genero un impacto positivo en el mundo; pero también (y quizás todavía más en este caso) me dolió dejar diez dólares en el casillero de Penny porque ella había sido demasiado orgullosa para admitir que estaba equivocada. El problema es que no podía defenderme a mí ni a mis consejos si Penny les decía a todos que no le había dado un reembolso.

Porque nadie sabe quién soy.

No hablo literalmente. Muchas personas saben quién soy. Darcy Phillips. Cuarto año. La chica con cabello rubio hasta los hombros y el espacio entre los dientes frontales. La mejor amiga de Brooke Nguyen y parte del Club Queer de la escuela. La hija de la señorita Morgan, la profesora de Ciencias.

Pero lo que no saben es que también soy la chica que se queda después de clases con su mamá en la escuela mientras termina su trabajo en el laboratorio mucho tiempo después de que todos se han marchado. La chica que camina hacia el final del pasillo, ingresa la combinación en el casillero ochenta y nueve, que ya sabe de memoria hace años –desde esa noche en que la lista de combinaciones fue dejada sin supervisión en la oficina administrativa– y recolecta las cartas y los billetes en forma de pago. La chica que pasa sus noches leyendo las historias de extraños con ojos imparciales antes de enviar instrucciones cuidadosamente detalladas a través de una cuenta de correo falsa que creó hace dos años.

No lo saben porque nadie en la escuela lo sabe. Solo yo sé mi secreto.

O, por lo menos así era. Hasta este preciso momento.

Tenía el presentimiento de que todo estaba por cambiar. Porque, aunque hacia veinte segundos había revisado que no hubiera rezagados en los pasillos o personal escolar, como siempre, estaba mil trescientos por ciento segura de haber oído a alguien aclararse la garganta en algún lugar de mis alrededores justo detrás de mí. Maldita sea.

Justo mientras tenía el brazo completamente hundido en el casillero ochenta y nueve.

Rayos.

Incluso mientras me volteaba, era optimista y esperaba lo mejor. Parte del motivo por el que había pasado desapercibida por tanto tiempo era por la ubicación del casillero, justo al final de un pasillo sin salida con forma de L.

Hubo algunas situaciones riesgosas en el pasado, pero el sonido de las puertas pesadas al cerrarse siempre me había dado aviso suficiente para esconder la evidencia. La única manera de que alguien pudiera sorprenderme sería si se escabullera por la salida de emergencia que da a la piscina y nadie la usa a estas horas del día.

Considerando la apariencia del chico parado detrás de mí, había cometido un error de cálculo fatal. Aparentemente, alguien sí usaba la piscina a esta hora.

Bueno, mierda.

Lo conocía. O, por lo menos, sabía quién era. Su nombre era Alexander Brougham, aunque estaba bastante segura de que todos lo llamaban por su apellido. Era estudiante de último año y buen amigo de Finn Park y, según dicen, uno de los estudiantes más sexis de St. Deodetus.

De cerca, era claro que esos rumores eran categóricamente falsos.

La nariz de Brougham lucía como si se la hubiera fracturado en el pasado y sus ojos azul marino estaban casi tan abiertos como su boca; era una expresión interesante porque sus ojos eran un poco saltones. No tanto como los peces sino más como un “mis párpados están haciendo su mejor esfuerzo para tragarse a mis globos oculares por completo”. Y, como ya mencioné, estaba tan húmedo que su camiseta se pegaba a su pecho mojado y se tornaba translúcida.

–¿Por qué estás empapado? –pregunté.

Crucé mis brazos detrás de mi espalda para esconder las cartas y apoyarme contra el casillero ochenta y nueve para que se cerrara.

–Luces como si te hubieras caído en la piscina.

Probablemente, esta era una de las pocas situaciones en las que un adolescente empapado de pies a cabeza en el medio de un pasillo después de clases no fuera el elefante en la habitación.

Me miraba como si hubiera hecho el comentario más tonto del mundo. Lo que parecía injusto, considerando que no era yo quien estaba deambulando por los pasillos del colegio completamente empapada.

–No me caí, estuve nadando un rato.

–¿Vestido?

Intenté acomodar las cartas en la parte trasera de mi falda sin mover mis manos, pero resultó ser una tarea más complicada de lo que imaginaba.

Brougham estudió sus jeans. Utilicé la breve distracción para meter a la fuerza las cartas dentro de mi falda. En retrospectiva, mi reacción nunca sería suficiente para convencerlo de que no acababa de verme recolectando el contenido del casillero ochenta y nueve, pero hasta que tuviera una mejor excusa, negar todo era mi única opción.

–No estoy tan mojado –dijo.

Resulta que hoy era la primera vez que escuchaba hablar a Alexander Brougham, porque hasta este momento no tenía idea de que tenía acento británico. Ahora comprendía por qué le resultaba atractivo a tantas personas: Oriella, mi youtuber preferida, una vez hizo un video sobre este tema. Los sentidos de la gente con buen gusto para conseguir pareja, históricamente se desconcertaban ante la presencia de un acento. Sin detenerse en cuáles acentos son considerados sexi en algunas culturas y por qué, en general, los acentos eran la manera de la naturaleza de decir “procrea con esa persona, su código genético debe ser diferente”. Aparentemente, pocas cosas parecen excitar a una persona tan rápido como el conocimiento subconsciente de que, de seguro, no están coqueteando con un familiar consanguíneo.

Por suerte, Brougham rompió el silencio cuando no respondí.

–No tuve tiempo de secarme como corresponde. Estaba terminando cuando te oí aquí. Supuse que tal vez descubriría a la persona que administra el casillero ochenta y nueve si me escabullía por la salida de emergencia. Y lo hice.

Lucía triunfante. Como si acabara de ganar un concurso del que yo ni sabía que estaba participando.

Esa expresión fue la más odiosa que vi en mi vida hasta este momento.

Forcé una risa nerviosa.

–No lo abrí. Estaba dejando una carta.

–Acabo de verte cerrar el casillero.

–No lo cerré. Solo lo golpeé un poco cuando estaba deslizando la… eh, la carta.

Genial, Darcy, qué gentil de tu parte hacerle creer al pobre estudiante británico que está loco.

–Sí que lo hiciste. Además, sacaste una pila de cartas de adentro.

Okey, ya estaba lo suficientemente comprometida como para esconder las cartas entre mis prendas y mantendría mi acto hasta el final, ¿verdad? Extendí mis manos con las palmas hacia arriba.

–No tengo ninguna carta.

El chico lució un poco desconcertado.

–¿En dónde…? Pero te vi.

Encogí los hombros y esbocé una expresión de inocencia.

–Tú… ¿Las escondiste en tu falda?

Su tono no era acusador per se, sino más un “asombro levemente condescendiente”, como cuando un padre cuestiona con gentileza a su hijo cuando le pregunta por qué pensó que la comida del perro sería un buen snack. Solo hizo que quisiera continuar el acto con más intensidad.

Sacudí la cabeza y me reí un poco demasiado fuerte.

–No.

El calor de mis mejillas me dijo que mi rostro me estaba traicionando.

–Voltéate.

Me incliné contra los casilleros, sentí el rugido de los papeles y me crucé de brazos. La esquina de los sobres se hundió de manera incómoda contra mi cadera.

–No quiero.

Me miró.

Lo miré.

Sí. No creyó mis excusas ni por un segundo.

Si mi cerebro funcionara correctamente, hubiera dicho algo para despistarlo, pero desafortunadamente eligió ese preciso momento para declararse en huelga.

–Eres la persona que administra esto –dijo Brougham con tanta seguridad que supe que no tenía sentido seguir protestando–. Y realmente necesito tu ayuda.

No sabía con seguridad qué sucedería si alguna vez me descubrían. Más que nada porque prefería no preocuparme mucho por ello. Pero si me obligaran a adivinar qué haría la persona que me descubriera diría “contárselo al director del colegio” o “contarles a todos en la escuela” o “acusarme de arruinar su vida con malos consejos”.

Pero ¿esto? No era tan amenazador. Tal vez todo estaría bien. Tragué saliva con la esperanza de acercar el nudo en mi garganta un poco más a mi corazón desenfrenado.

–¿Ayuda con qué?

–Quiero recuperar a mi exnovia.

Hizo una pausa pensativa.

–Ah, por cierto, mi nombre es Brougham.

Brougham. Pronunciado “bro-am”, no “brum”. Era un nombre fácil de recordar porque todos los pronunciaban mal y eso me fastidió desde la primera vez que lo oí.

–Lo sé –dije débilmente.

–¿Cuál es tu tarifa por hora? –preguntó.

Despegó su camiseta de su pecho para airearla. Se estampó con fuerza contra su piel tan pronto la soltó. ¿Lo ven? Totalmente empapado.

Despegué mis ojos de sus prendas y procesé su pregunta.

–¿Perdón?

–Quiero contratarte.

Ahí estaba de vuelta el tono de “dinero a cambio de favores”.

–¿Contratarme como…?

–Como consejera de relaciones.

Echó un vistazo a nuestro alrededor y luego habló en un susurro.

–Mi novia terminó conmigo el mes pasado y necesito recuperarla, pero no sé ni cómo empezar. Esto no puede solucionarse con un correo.

Este chico era un poco dramático, ¿no?

–Emm, escucha, lo lamento, a decir verdad, no tengo tiempo de ser la consejera de nadie. Solo hago esto antes de irme a dormir como un pasatiempo.

–¿Con qué estás tan ocupada? –preguntó con tranquilidad.

–Mmm, ¿tarea? ¿Amigos? ¿Netflix?

Se cruzó se brazos.

–Te pagaré veinte dólares por hora.

–Amigo, dije que…

–Veinticinco por hora más un bono de cincuenta dólares si recupero a Winona.

Un momento.

Entonces, ¿este chico me estaba diciendo seriamente que me daría cincuenta dólares libre de impuestos si pasaba dos horas dándole consejos para recuperar a una chica que ya se había enamorado de él una vez? La tarea estaba dentro de mis habilidades. Lo que significaba que el bono de cincuenta dólares estaba prácticamente garantizado.

Puede que nunca pueda ganar dinero de manera tan fácil.

Mientras lo consideraba, siguió hablando.

–Sé que quieres mantener tu identidad anónima.

Regresé a la realidad de un golpe y entrecerré los ojos.

–¿Qué quieres decir con eso?

Encogió los hombros, era la representación de la inocencia.

–Te escabulles después de clases cuando los pasillos están vacíos y nadie sabe que eres tú quien responde. Hay un motivo por el que no quieres que la gente lo sepa. No es necesario ser Sherlock Holmes.

Y allí estaba. Lo sabía. Sabía que mi instinto gritaba “peligro” por un buen motivo. No me estaba pidiendo un favor, me estaba diciendo lo que quería de mí y deslizaba casualmente por qué sería mala idea negarme. Si parpadeas, te pierdes el chantaje.

Mantuve mi voz tan tranquila como pude, pero no ayudó mucho la dosis de veneno que se filtró en mis palabras.

–Déjame adivinar, quieres ayudarme a que todo siga igual. A eso te refieres, ¿no?

–Bueno, sí. Exactamente.

Apretó su labio superior y ensanchó los ojos. Mis propios labios se curvaron mientras lo estudiaba, todo vestigio de buena voluntad que sentía hacia él se desvaneció de un momento a otro.

–Cielos. Qué considerado de tu parte.

Brougham, inmutable, esperó a que siguiera hablando. Cuando no lo hice, agitó una mano en el aire.

–Entonces… ¿Qué piensas?

Pensaba muchas cosas, pero no era sabio decirle en voz alta ninguna de ellas a alguien que estaba amenazándome. ¿Cuáles eran mis opciones? No podía decirle a mamá que alguien me estaba chantajeando. Ella no tenía idea de que yo era la responsable del casillero ochenta y nueve. Y realmente no quería que nadie descubriera que era yo. Quiero decir, la cantidad de información personal que conocía de tantas personas… Hasta mis amigos más cercanos no sabían lo que hacía. Sin el anonimato, mi negocio de consejos sentimentales sería un fracaso. Y era lo único real que había logrado construir. Lo único que, de hecho, le hacía un bien al mundo.

Y… rayos, estaba todo el asunto con Brooke del año pasado. Si se llegara enterar de eso, me odiaría.

No podía enterarse.

Mi mandíbula se tensó.

–Cincuenta de adelanto, cincuenta si funciona.

–¿Estrechamos las manos?

–No terminé. Accederé a un máximo de cinco horas por ahora, si me quieres más tiempo, será mi decisión continuar.

–¿Eso es todo? –preguntó.

–No. Si le dices una palabra de esto a alguien, les diré a todos que tus habilidades de conquista son tan malas que necesitaste una entrenadora personal.

Era un pequeño extra, y para nada tan creativo como los insultos que se me habían ocurrido unos momentos atrás, pero no quería provocarlo demasiado. Algo tan imperceptible brilló en su rostro por tan solo un instante que casi no lo noto. Era difícil detectarlo. ¿Sus cejas se elevaron un poquito?

–Bueno, eso era innecesario, pero queda registrado.

–¿Lo era?

Simplemente me crucé de brazos.

Nos quedamos parados en silencio por un momento mientras mis palabras resonaban en mi cabeza –sonaron más agresivas de lo que pretendía, no que eso estuviera fuera de lugar–, luego sacudió la cabeza y comenzó a girar en su lugar.

–¿Sabes qué? Olvídalo. Solo pensé que estarías dispuesta a hacer un trato.

–Espera, espera, espera.

Avancé hacia él con las manos arriba para detenerlo.

–Lo lamento, estoy dispuesta a un trato.

–¿Estás segura?

Ay, por el amor de Dios, ¿quería que suplicara? Parecía injusto que esperara que aceptara los términos de su chantaje sin mostrar nada de resistencia o sarcasmo, pero estaba dispuesta a hacerlo. Haría lo que fuera que quisiera. Solo necesitaba contener esta situación. Asentí con firmeza y tomó su teléfono.

–Bueno. Tengo práctica de natación todos los días antes de clases y los lunes, miércoles y viernes entrenamos después de clases. Dame tu número para que podamos coordinar sin que sea necesario que te persiga por el colegio, ¿sí?

–Olvidaste “por favor”. –Rayos, no debería haber dicho eso, pero no pude contenerme. Tomé el teléfono de sus manos y marqué mi número–. Aquí tienes.

–Excelente. Por cierto, ¿cómo te llamas?

No pude ni siquiera contener mi risa.

–¿Sabes? La gente suele averiguar el nombre de la otra persona antes de hacer un “trato”. ¿En Inglaterra es distinto?

–Soy de Australia, no de Inglaterra.

–Ese acento no es australiano.

–Como australiano, puedo asegurarte que lo es. Es solo que no estás acostumbrada al mío.

–¿Hay más de uno?

–Hay más de un acento en Estados Unidos, ¿no? ¿Nombre?

Ay, por el amor de…

–Darcy Phillips.

–Te enviaré un mensaje mañana, Darcy. Que tengas una linda tarde.

Por la manera en que me estudió con los labios fruncidos y el mentón inclinado hacia arriba mientras sus ojos subían y bajaban, había disfrutado nuestra primera conversación tanto como yo. Me quedé rígida por el disgusto cuando lo comprendí. ¿Qué derecho tenía él de pensar mal de mí cuando él fue el motivo de que el intercambio se tornara tan tenso?

Deslizó su teléfono en su bolsillo húmedo, no le importaba un desperfecto eléctrico, y giró sobre sus talones para marcharse. Lo miré por un momento, luego aproveché mi oportunidad para quitar las cartas del lugar extremadamente incómodo en el que estaban y guardarlas en mi mochila. Mamá apareció por una esquina unos segundos después.

–Allí estás. ¿Lista para irte? –preguntó mientras daba la vuelta y regresaba al pasillo, el eco de sus tacones resonaba en el espacio vacío.

Como si alguna vez no estuviera lista para volver. Para cuando mamá terminaba de guardar sus cosas, responder los correos electrónicos y corregir un último trabajo, siempre era la última estudiante en abandonar esta área de la escuela; todos los demás estaban en el otro extremo y socializando cerca de la sala de arte o de la pista de atletismo.

Bueno, con la excepción de Alexander Brougham aparentemente.

–¿Sabías que algunos estudiantes se quedan hasta esta hora para usar la piscina? –le pregunté a mamá mientras me apresuraba para alcanzarla.

–Bueno, el equipo de la escuela está fuera de temporada, así que me atrevería a decir que no debería estar muy concurrida, pero sé que está abierta a los estudiantes que reciben autorización de Vijay hasta que la recepción cierra. Darc, ¿podrías enviarle un mensaje a Ainsley y pedirle que saque la salsa del congelador?

Cuando mamá habla de “Vijay” se refiere al entrenador Senguttuvan. Una de las cosas más extrañas de que uno de tus padres trabaje en la escuela es conocer a todos los profesores por su nombre de pila y su apellido. Tenía que asegurarme de no confundirme durante la clase o cuando hablaba con mis amigos. A algunos de ellos, los conocía prácticamente desde que había nacido. Puede que parezca sencillo, pero que John viniera a cenar a casa todos los meses, que estuviera en las fiestas de cumpleaños de mis padres y que fuera el anfitrión de la fiesta de año nuevo todos los años, hacía que tener que llamarlo de repente señor Hanson en clase de Matemáticas fuera como caminar por un campo minado por mi reputación.

Le envié un mensaje de texto a mi hermana con las instrucciones de mamá mientras me subía al asiento del acompañante. Vi que tenía un mensaje sin leer de Brooke y sonreí:

No quiero hacer este ensayo.

Por favor no dejes que haga este ensayo.

Como siempre, recibir un mensaje de Brooke me hacía sentir que las leyes de la gravedad se suspendían para detener mi corazón por un instante.

Obviamente estaba pensando en mí en vez de hacer su tarea. ¿Con cuánta frecuencia su mente se desviaba hacia mí cuando soñaba despierta? ¿Se dirigía hacia alguien más o yo era especial?

Era tan difícil saber cuánta esperanza albergar.

Envié una respuesta rápida:

¡Tú puedes! Creo en ti.

Te enviaré mis notas esta noche si te sirve.

Mamá tarareaba para sí misma mientras salía del estacionamiento, suficientemente lento como para evitar impactar a cualquier tortuga que saliera al encuentro.

–¿Qué tal tu día?

–Bastante normal –mentí. Sería mejor no compartir todo el “hoy me contrataron y chantajearon”–. Tuve una discusión en Sociología con el señor Reisling sobre los derechos de las mujeres, pero el señor Reisling es un imbécil.

–Sí, es un imbécil.

Mamá soltó una risita y luego lanzó una mirada punzante en mi dirección.

–¡No le digas a nadie que dije eso!

–Lo dejaré fuera de la agenda de la reunión de mañana.

Mamá me echó un vistazo de reojo y su rostro redondo esbozó una cálida sonrisa. Comencé a devolver el gesto y luego recordé a Brougham, el chantaje y me desanimé. Mamá estaba demasiado concentrada en los coches, perdida en sus propios pensamientos. Una de las cosas buenas de tener un padre siempre distraído era no tener que evitar preguntas inquisitivas.

Solo esperaba que Brougham mantuviera el secreto. El problema era, por supuesto, que no tenía idea de qué tipo de persona era. Maravilloso. Un chico que no había conocido antes, de quien no sabía nada, tenía el poder de arruinar mi negocio por completo, sin mencionar mis amistades. Eso no me provocaba ni un poquito de ansiedad.

Necesitaba hablar con Ainsley.

Dos

Hola, casillero 89

Mi novia me ha estado volviendo loco, maldición. ¡No sabe lo que significa la palabra “espacio”! Si OSO no enviarle un mensaje un día, hace estallar mi teléfono. Mamá me dijo que no la debo recompensar por ser una psicópata, así que me aseguro de no responder hasta el día siguiente para que sepa que bombardearme no hará que quiera que le escriba. Y cuando sí respondo, sus respuestas son monosilábicas y con un tono pasivo agresivo enfadado. ¿Qué demonios? ¿Ahora tengo que sentirme condenadamente culpable porque no revisé mi teléfono en Biología? No quiero terminar con ella porque, de hecho, es genial cuando no actúa como una psicópata. Juro que soy un buen novio, pero no puedo enviarle mensajes constantemente solo para evitar que no se desespere.

[email protected]

Casillero 89 <[email protected]> 3:06 p.m. (hace 0 minutos)

Para: Dtb02

¡Hola, DTB!

Te recomiendo que investigues sobre los distintos tipos de apego. No puedo decirlo con seguridad, pero parece que el apego de tu novia es del tipo ansioso. (Hay cuatro estilos principales, en pocas palabras: uno es el apego seguro, la gente aprende de bebé que el amor es confiable y predecible. Otro es el evitativo, que se presenta cuando las personas aprenden de niños que no pueden depender de otros y cuando crecen tienen dificultades para relacionarse con los demás. Luego está el apego ansioso, que se manifiesta cuando una persona aprende que el amor solo se le otorga en algunas circunstancias y que puede serle arrebatado sin advertencia. Cuando crecen, temen ser abandonados constantemente. Y por último, el apego desorganizado, en este caso, la persona tiene miedo de ser abandonada y tiene problemas para confiar en los demás. ¡Es confuso!). Para resumir, tu novia siempre estará sensible ante lo que sienta como abandono y entrará en pánico cuando eso suceda; a eso lo llamamos “activar”. No es una psicópata (para que sepas, no es un término aceptable); siente un miedo primitivo de estar sola y en peligro. Pero, de todos modos, comprendo que te sientas agobiado cuando tu novia activa.

Te recomiendo que establezcas límites, pero que también hagas algunas cosas para asegurarle que todavía te gusta. Puede que lo necesite más que otras personas. Hazle saber que crees que es increíble, pero que quieres encontrar una solución para asegurarte de que no entre en pánico si no le envías un mensaje. Lleguen a un acuerdo que los deje felices a los dos, ¡tu necesidad de tener algo de espacio es válida! Tal vez prefieras enviarle un mensaje antes de clase todos los días, aunque sea para decir “buen día, que te vaya bien hoy”. O tal vez te parece más razonable responder rápidamente en el baño un “lo lamento, estoy en clase, esta noche te enviaré un mensaje cuando llegue a casa así podemos hablar como corresponde, no puedo esperar”. O si ese día no tienes ganas de hablar, puedes enviarle un mensaje que diga “no estoy teniendo un buen día, no tiene nada que ver contigo, te quiero, ¿podemos hablar mañana?”. La clave es que debe ser algo que ambos crean que pueda funcionar.

Tendrán que ceder en algunos puntos, pero te sorprendería cuán sencillo es evitar que una persona con apego ansioso caiga en un espiral si no dejas que el silencio haga que su cabeza imagine lo peor. Solo quieren saber que hay un motivo por tu distancia y que no es que “ya no la quieres”.

¡Buena suerte!

Casillero 89

En casa, Ainsley no solo había puesto a descongelar la salsa, sino que también tenía un pan cocinándose en el horno y toda la casa se había impregnado con el delicioso aroma a levadura de una panadería de campo. El sonido del agua me hizo saber que el lavavajillas estaba a medio ciclo y el suelo de linóleo brillaba como su hubiera sido recién trapeado. Aunque mi casa solía estar limpia, casi siempre tenía demasiadas cosas como para lucir impecable y la cocina no era la excepción. Cada superficie estaba cubierta con objetos decorativos; desde suculentas en recipientes de terracota, hasta cajas repletas de utensilios para cocinar y distintos estantes con tazas. Las paredes estaban cubiertas con sartenes y ollas, y varios cuchillos colgaban de exhibidores de madera. El refrigerador estaba adornado con imanes que celebraban grandes momentos de nuestra vida, desde viajes a Disney, vacaciones en Hawái, cuando terminé el kinder y una foto de mamá y Ainsley en la puerta del juzgado el día que mi hermana cambió legalmente su nombre.

Desde que asiste a la universidad local, Ainsley ha empezado a preocuparse por “ganarse su lugar” en la casa, como si mamá no la hubiera inundado con motivos para que se quedara a estudiar en la universidad local en lugar de irse a Los Ángeles. Al parecer, mamá no estaba lista para tener el nido totalmente vacío fin de semana por medio cuando yo iba a visitar a papá. No es que me esté quejando; Ainsley no solo cocina mucho mejor que mamá, sino que también es una de mis mejores amigas. Y esa era una de las armas que mamá tenía en su arsenal de “convencer a Ainsley para que se quede en casa”.

Dejé caer mi mochila en la mesa de la cocina y me deslicé en uno de los asientos mientras intentaba captar la mirada de mi hermana. Como siempre, vestía una de sus creaciones modificadas a mano, un suéter con mangas tres cuartos y con volados a lo largo del brazo que parecían alas.

–¿Planeas hacer pan de ajo, cariño? –preguntó mamá mientras abría el refrigerador para tomar un poco de agua.

Ainsley le echó un vistazo a la máquina para hacer pan.

–De hecho, es una buena idea.

Aclaré mi garganta.

–Ainsley, dijiste que modificarías uno de tus vestidos para mí.

Es necesario aclarar que nunca había dicho eso. Mi hermana era buena para muchas cosas, pero compartir sus prendas y su maquillaje no era una de ellas. Pero funcionó. Finalmente me echó un vistazo sorprendida y aproveché la oportunidad para ensanchar mis ojos y enviarle un mensaje.

–Por supuesto –mintió.

Acomodó un mechón de su largo cabello castaño detrás de su oreja. Su signo delator. Por suerte, mamá no estaba prestando mucha atención.

–Tengo un par de minutos ahora si quieres verlo.

–Sip, sip, vamos.

No visitaba la habitación de mi hermana con tanta frecuencia como ella visitaba la mía y tenía un buen motivo para ello. Mientras que mi habitación estaba relativamente organizada, con decoraciones en lugares apropiados, la cama hecha y las prendas en el armario, el espacio de Ainsley era un caos organizado. Sus paredes pintadas con rayas verdes y rosas apenas eran visibles por los posters, cuadros y las fotografías que había colgado precariamente (la única decoración que había sido colocada con algo de intención era una fotografía del Club Queer que había sido tomada su último año de la escuela). Su cama de dos plazas no estaba hecha –tampoco podrías notarlo por la cantidad de prendas que había sobre ella– y al pie de la cama, tenía un baúl repleto de telas, botones y retazos que creía que utilizaría algún día; su contenido caía en cascadas hacia la alfombra de felpa color crema.

Tan pronto entré en la habitación, mi sentido del olfato fue atacado por el denso aroma de caramelo y vainilla de la vela favorita de Ainsley, que siempre encendía cuando planeaba un nuevo video de YouTube. Decía que la ayudaba a concentrarse, pero mis musas no se presentaban ante una migraña causada por olores, así que no podía ponerme en su lugar.

Ainsley cerró la puerta y me lancé sobre la pila de prendas en su cama e hice arcadas tan dramáticamente como pude.

–¿Qué sucede? –preguntó.

Abrió apenas una ventana para que ingresara oxígeno.

Me arrastré hacia el aire fresco e inhalé profundamente.

–Me descubrieron, Ains.

No preguntó “haciendo qué”. No era necesario. Era mi única confidente en el mundo que sabía sobre mi negocio del casillero, sabía muy bien qué hacía después de la escuela todos los días.

Se desplomó en el borde de la cama.

–¿Quién?

–El amigo de Finn Park, Alexander Brougham.

–¿Él? –Esbozó una sonrisa traviesa–. Es un bombón. ¡Se parece a Bill Skarsgård!

Elegí ignorar el hecho de que comparó a Brougham con el payaso de una película de terror como un cumplido.

–¿Porque tiene ojos saltones? No es mi estilo.

–¿Porque es un chico o porque no es Brooke?

–Porque no es mi tipo. ¿Por qué sería porque es un chico?

–No sé, sueles mostrar más interés por las chicas.

Okey, solo porque de casualidad me gustaron algunas chicas en sucesión no significa que no pueda gustarme un chico. Pero no tenía la energía para tener esa discusión, así que regresé al asunto que nos importaba.

–Como sea, se escabulló a mis espaldas. Dijo que quería descifrar quién estaba detrás del casillero para poder pagarme para que sea su consejera de relaciones.

–¿Pagarte?

Los ojos de Ainsley se iluminaron. Seguramente mientras visiones de labiales que adquiriría con mi repentina caída bailaban en su mente.

–Bueno, sí. Pagarme y chantajearme. Básicamente dijo que le diría a todos quién soy si no accedía a ayudarlo.

–¿Qué? ¡Ese bastardo!

–¿Verdad? –Lancé mis manos al aire antes de llevarlas a mi pecho–. Y apuesto que lo haría.

–Bueno, seamos realistas, si se lo contara solo a Finn, todos en el pueblo lo sabrían mañana.

Aunque Finn Park era estudiante de último año y un año más joven que ella, Ainsley lo conocía–y, por extensión, a su grupo de amigos– muy bien. Había sido parte del Club Queer desde que Ainsley lo fundó en su cuarto año, el mismo año en que comenzó su transición.

–Entonces, ¿qué harás? –me preguntó.

–Le dije que me encontraría con él después de clases mañana.

–¿Al menos la paga es buena?

Le dije cuánto era y lució impresionada.

–¡Eso es mejor de lo que me pagan en Crepe Shoppe!

–Considérate afortunada, tu jefe no te está extorsionando.

Fuimos interrumpidas por la vibración de mi teléfono en mi bolsillo. Era un mensaje de Brooke.

Tengo muchas muestras para probar.

¿Puedo visitarte antes de la cena?

Todo en mi interior se volteó y revolvió como si hubiera derribado un frasco repleto de grillos.

–¿Qué quiere Brooke? –preguntó Ainsley con sencillez.

–¿Cómo sabías que era ella? –Subí la mirada mientras escribía la respuesta. Solo alzó una ceja.

–Porque solo Brooke hace que te pongas…

Terminó la oración con una sonrisa melosa y exagerada y la acompañó desviando los ojos e inclinando ligeramente la cabeza.

La miré estupefacta.

–Hermosa. Si luzco de esa manera cerca de ella, no puedo imaginar por qué no se enamoró de mí todavía.

–Mi trabajo es decirte la cruda verdad –replicó–. Lo tomo con mucha seriedad.

–Eres buena. Muy comprometida.

–Gracias.

–Tiene algunas muestras para nosotras. ¿Filmarás antes de cenar?

–Nop, pensaba hacerlo después. Cuenta conmigo.

Aunque Crepe Shoppe pagaba las cuentas de Ainsley, durante el último año dedicó todo su tiempo libre a construir su canal de YouTube en el que modificaba prendas de tiendas de segunda mano. De hecho, sus videos son increíbles. Tuvo que lidiar con la misma presión que yo de encajar en una escuela de gente pudiente, pero multiplicada por tener que trabajar con el nuevo guardarropa limitado que mamá y papá pudieron pagar en su momento, muchas cosas no estaban diseñadas pensando en sus proporciones.

Ainsley se adaptó desarrollando habilidades de costura. Y, en el proceso, descubrió que era naturalmente creativa. Podía mirar la pieza más horrible de una tienda de segunda mano y, cuando todos los demás veíamos algo que no usaríamos ni en un millón de años, ella veía potencial. Rescataba prendas y le hacía pinzas en la cintura, añadía piezas de tela y sumaba o eliminaba mangas, luego cubría la prenda con cristales o retazos de encaje y la transformaba por completo. Resulta que su proceso creativo combinado con sus comentarios autocríticos era contenido de calidad.

Le respondí a Brooke. Quería decirle que por supuesto podía venir a casa, de hecho, cuanto antes mejor. También podía mudarse conmigo, casarse y ser la madre de mis hijos, pero mis largas horas de estudio de relaciones humanas me enseñó que mi obsesión no era atractiva. Así que opté por un simple “seguro, cenaré en un par de horas”. Misma intención, menos intensidad.

Mientras Ainsley regresaba a la cocina, me quité el uniforme, saqué las cartas de hoy de mi mochila y comencé a organizarlas. Tenía un buen sistema después de hacer esto unas dos veces por semana durante dos años. Los billetes y las monedas iban a una bolsa hermética que luego depositaría en mi cuenta bancaria (supuse que la manera más sencilla de ser descubierta sería ser vista muchas veces con muchos billetes de baja denominación). Luego, leí rápidamente todas las cartas y las ordené en dos pilas. Una para las que podía responder casi al instante, y otra con las cartas que requerían que pensara un poco más. Me enorgullecía decir que la segunda pila casi siempre era la más pequeña y que, a veces, ni siquiera era necesaria. A esas alturas, había muy pocas situaciones que me resultaran complejas.

A veces me preocupaba que todo este proceso fuera demasiado demandante durante mi último año. Pero, ey, muchos estudiantes tenían empleos de medio tiempo. ¿Por qué esto sería diferente? Además de la respuesta obvia: disfrutaba hacerlo. Mucho más de lo que la mayoría disfrutaba sus empleos con salario mínimo en supermercados o recolectando platos sucios de clientes ingratos.

Para cuando Ainsley ingresó en mi habitación para procrastinar sus propias responsabilidades, había terminado con la pila uno –la única pila de hoy– y pasé a investigar en YouTube. Durante los últimos años, había elaborado una lista de canales de quienes creía que eran los mejores expertos en relaciones de YouTube. Y me aseguraba de nunca perderme sus videos. Era martes, eso significaba que había un nuevo video de Coach Pris Plumber. El video de hoy era una reseña de la última investigación de la biología del cerebro enamorado, que me resultó mucho más interesante que mi tarea de Biología. Coach Pris era una de mis preferidas, solo la superaba Oriella.

Dios, ¿cómo describir el enigma de Oriella? Una influencer veinteañera que prácticamente fundó el espacio de YouTube dedicado a consejos sentimentales y subía videos día por medio. ¿Pueden imaginar tantas ideas? Increíble. Sin importar cuántos videos había publicado, cuántas veces creías que ya había hablado de todo lo que se podía hablar, bum: hacía explotar tu cabeza con un video sobre cómo utilizar fotografías artísticas de comida en tus historias de Instagram hace que tu ex te extrañe. Esa mujer era impresionante.

También fue la pionera de una de mis herramientas para dar consejos preferidas llamada de manera poca original “análisis de carácter”. Oriella decía que todos los problemas podían ser clasificados y que para encontrar la categoría correcta, tenías que hacer un diagnóstico. Siguiendo sus instrucciones, aprendí a hacer una lista de todos los aspectos relevantes de la persona en cuestión –en mi caso, el escritor de la carta– y una vez que todo estaba en papel, el asunto casi siempre se clarificaba.

Ainsley se posicionó detrás de mí y miró el video en silencio por unos dos o tres segundos, luego se dejó caer con fuerza en el borde de mi cama. Esa era mi señal para detener lo que estaba haciendo y prestarle atención.

Miré sobre mi hombro y la vi extendida como una estrella de mar sobre mi cama, su cabello castaño lacio formaba un abanico sobre la manta.

–¿Alguna buena hoy? –preguntó cuando la miré a los ojos.

–Bastante estándar –respondí mientras pausaba a Pris–. ¿Por qué los chicos llaman “psicópatas” a sus novias? Es una epidemia.

–Si hay algo que los chicos aman es tener una excusa para evitar su responsabilidad en causar el tipo de comportamiento que no les gusta –dijo Ainsley–. Estás dando una buena pelea.

–Supongo que alguien tiene que hacerlo.

–Paga las cuentas. Por cierto, Brooke acaba de aparcar su coche.

Cerré mi ordenador con un golpe y me puse de pie de un salto para perfumarme. Ainsley sacudió la cabeza.

–Nunca te vi moverte tan rápido.

–Cállate.

Llegamos a la sala de estar cuando mamá abría la puerta y saludaba a Brooke, lo que significaba que tenía al menos quince segundos para prepararme mientras se abrazaban y mamá le preguntaba cómo estaba cada miembro de su familia.

Me lancé sobre el sofá, tiré algunos almohadones decorativos al suelo y me acomodé de una manera que, con un poco de suerte, luciría como si hubiera estado descansando aquí por horas, sin preocuparme por la llegada de Brooke.

–¿Cómo está mi cabello? –le susurré a Ainsley.

Me estudió con ojo crítico, luego estiró sus manos para agitar mis ondas. Aprobó con un asentimiento, se acomodó a mi lado y tomó su teléfono justo a tiempo para completar la imagen relajada cuando Brooke apareció.

Sentí una presión en el pecho. Tragué mi corazón, que se había acomodado en algún lugar detrás de mis amígdalas.

Brooke entró en la sala de estar, sus pies descalzos no hicieron ruido sobre la alfombra. Secretamente celebré que no se hubiera quitado el uniforme.

Nuestro uniforme consistía en un blazer azul marino con el logo de la escuela en el pecho y una camisa blanca; ambas prendas debían comprarse en la tienda del colegio. Más allá de eso, si bien había un código de vestimenta, teníamos un poco de laxitud para interpretarlo. La parte inferior tenía que ser de color beige o caqui y podíamos elegir entre falda y pantalón, pero podíamos comprarlo en dónde quisiéramos. Los chicos tenían que usar corbata, pero el color y el estilo era su decisión; la única restricción era el uso de estampados explícitos o provocativos. Esa regla se añadió cuando estaba en segundo año, después de que Finn consiguiera una corbata con hojas de marihuana.

Entonces, llegamos a un acuerdo que evitó que los estudiantes se revelaran. Era lo suficientemente homogéneo para mantener a la mayoría de los padres y docentes felices, pero había concesiones para que los estudiantes no nos sintiéramos atrapados como en una estricta escuela pupila británica en donde la individualidad estaba prohibida.

Ahora, puede que parezca que me estaba quejando del uniforme, pero dejemos claro que no era así. ¿Cómo podía quejarme cuando Brooke lucía así? Su falda exhibía sus piernas delgadas y muslos oscuros, su colgante dorado descansaba sobre los botones de su camisa y su cabello lacio y oscuro caía sobre los hombros de su blazer, Brooke era una revelación. Estaba bastante segura de que la imagen del uniforme de las chicas de St. Deodetus haría que estallaran mariposas en mi estómago hasta el día que muriera. Todo por cómo lucía en Brooke Amanda Nguyen.

–Hola –dijo Brooke.

Se dejó caer sobre sus rodillas en el centro de la habitación. Dio vuelta su bolsa sobre la alfombra y docenas de bolsitas y tubitos rebotaron en el suelo.

Una de las mayores ventajas de ser amiga de Brooke –además de, ya saben, tenerla cerca para irradiar luz y felicidad en mi vida todos los días– era su trabajo como vendedora de cosméticos en el centro comercial.

Sin dudas, era el mejor empleo que cualquier adolescente podría desear, sin contar mi trabajo, que es discutiblemente más genial. Brooke pasaba sus tardes hablando con clientes de maquillaje, dando recomendaciones y probando nuevos productos. Y lo mejor de todo era que tenía un descuento de empleada y podía llevarse a casa todas las muestras que quisiera. Lo que significaba que yo heredaba grandes cantidades de maquillaje gratis.

Con un chillido de felicidad, Ainsley salió disparada del sofá para tomar una bolsita antes de que tuviera la oportunidad de procesar la selección.

–Ah, sí, sí, sí, deseaba probar esto –celebró.

–Bueno, supongo que es tuyo –dije pretendiendo estar triste–. Hola, Brooke.

Me miró a los ojos y sonrió.

–Hola, traje regalos.

De alguna manera, por suerte, logré contenerme y no decir algo cursi como que su presencia en mi casa era el verdadero regalo. En cambio, solo mantuve contacto visual por un tiempo prudente –que desafortunadamente no fue suficiente para compartir un momento especial– y mantuve mi tono casual, pero sin sonar desinteresada.

–¿Cómo vienes con el ensayo?

Brooke arrugó la nariz.

–Hice la estructura. Estaba esperando tus notas.

–Todavía tienes hasta la próxima semana. Hay mucho tiempo.

–Lo sé, lo sé, pero tardo una eternidad en hacerlo. No escribo tan rápido como tú.

–Entonces, ¿por qué estás aquí? –pregunté en tono de broma.

–Porque eres mucho más divertida que trabajar en mi ensayo.

Sacudí la cabeza, pretendiendo estar decepcionada, pero la expresión de felicidad en mi rostro probablemente me delató. Por un segundo compartimos lo que pareció un intercambio de miradas significativo. Seguro, puede que solo haya sido cariño platónico, pero también podría haber sido una pista. Sacrificaría una buena calificación para poder pasar una hora más contigo.

O tal vez estaba interpretando lo que deseaba. ¿Por qué era tan difícil responder las preguntas de mis relaciones en comparación con las de todos los demás?

Mientras Brooke y Ainsley hablaban con entusiasmo del producto que Ainsley había elegido, un exfoliante químico, por lo que pude escuchar, gateé hasta la pila de cosméticos y encontré un mini labial líquido con el tono más perfecto de rosa-durazno que había visto.

–Ay, Darc, ese luciría perfecto en ti –dijo Brooke y eso fue todo. Necesitaba ese labial más de lo que necesité algo en mi vida.

Pero mientras lo probaba en mi muñeca, noté que Ainsley hacía ojos de cachorrito con mi visión periférica. Subí la mirada.

–¿Qué?

–Ese es el labial que iba a comprar este fin de semana.

Llevé el labial a mi pecho en pose defensiva.

–¡Tienes el exfoliante!

–Hay como cien cosas aquí, tengo permitido más de una.

–¡Ni siquiera eres rubia! ¡No es tu color!

Ainsley lucía ofendida.

–Emm, ¿disculpa? Te aviso que sé que puedo brillar en ese color. Y tus labios son perfectos desnudos, los míos necesitan toda la ayuda que puedan conseguir.

–Puedes tomarlo prestado cuando quieras.

–No, tú sufres de herpes en los labios. Si yo me lo quedo, puedes tomarlo prestado si usas un aplicador, ¿qué te parece?

–O yo podría usar el aplicador todo el tiempo y tú podrías tomarlo prestado.

–No confío en ti. Te descuidarás y lo infestarás con tu herpes.

Lancé mis manos al aire y miré a Brooke en búsqueda de apoyo.

–Guau. Guau. ¿Oyes estas calumnias?

Brooke me miró conteniendo la risa y toda mi ferocidad abandonó mi cuerpo. Se sentó erguida y extendió las manos.

–Okey, tranquilas, esto no tiene que terminar con sangre derramada. ¿Qué les parece un piedra, papel o tijera?

Ainsley me miró.

La miré.

Encogió los hombros.

Rayos, sabía que cedería. Lo sabía y no tenía ni una pizca de vergüenza en aprovecharse de ese hecho y solo por ella, solo por ella. Ganar, sabiendo que Ainsley lo quería tanto, ahora se sentiría mal.

–¿Custodia compartida? –ofrecí. Adiós, hermoso labial.

–Oh, Darc –protestó Brooke.

Sabía tan bien como yo que si desaparecía en la habitación de Ainsley, probablemente nunca lo volvería a ver. Pero tenía que marcar los términos, sino, luciría como si fuera sencillo pasar por encima de mí. Y lo era cuando se trataba de Ainsley, pero ese no era el punto.

Ainsley alzó una mano para silenciar a mi amiga.

–Tendré custodia plena y tú tienes derechos de visita ilimitados.

–¿Y si te vas de viaje un fin de semana? ¿O si lo necesito un fin de semana con papá?

Si bien Ainsley a veces me acompañaba a casa de papá, yo era la única obligada por el juzgado de familia a visitarlo con tanta regularidad. Desde que Ainsley había cumplido dieciocho, dependía de ella cuándo ir a verlo. Y como era estudiante universitaria, empacar una maleta y cruzar el pueblo era demasiada molestia para Ains.

Vaciló.

–Se definirá caso por caso. Si alguna de nosotras tiene un evento especial ese fin de semana, podrá llevárselo consigo.

Giramos hacia Brooke al mismo tiempo. Unió sus dedos y nos miró con el ceño fruncido. Me alegraba que se tomara el trabajo de mediadora en serio. Habló después de unos segundos:

–Supongo que lo permitiré con la condición de que Darcy pueda elegir dos cosas más ahora y serán automáticamente suyas. ¿Es un trato?

–De acuerdo –dije.

–No te contengas, Darc –advirtió Brooke.

Apoyé mis manos en mi regazo.

–No lo haré.

–Ah, pero no el Eve Lom –dijo Ainsley.

Alzó una mano, pero Brooke le lanzó una mirada amenazadora y Ainsley hizo puchero.

–Está bien, es un trato. Sin condiciones.

Estaba sumamente tentada a elegir el limpiador Eve Lom solo para contradecirla. Pero me conformé con una crema humectante con color que era más de mi tono que el de Ainsley de todos modos y con una muestra de perfume mientras ignoraba la mirada de reojo de Brooke.

¿Qué podía decir? Algo de tenerla cerca me hacía querer difundir amor.

Era bueno que estuviera cerca tan seguido.

Y me partiría un rayo antes de dejar que Alexander Brougham arruinara eso.

Tres

Autoanálisis:

Darcy Phillips

Sé que soy bisexual desde que tenía doce años y un personaje femenino de un programa de televisión para niños me gustó tanto que mi estómago se revolvía cada vez que la chica aparecía en la pantalla y solía quedarme dormida pensando en ella.

A pesar de ello, nunca besé a una chica. A solucionar.

Una vez besé a un chico en el estacionamiento de un centro comercial. Metió y sacó su lengua de mi boca sin una advertencia como si fuera un agujero al que debía explorar con un martillo neumático.

A pesar de ello, definitivamente también me gustan los chicos.

Casi segura de que estoy enamorada de Brooke Nguyen.

Creo que el amor puede ser sencillo… para otras personas.

El Club Queer –o Club Q, como lo llamaban las personas que no tenían tiempo para decir dos palabras– se reunía todos los jueves a la hora del almuerzo en el salón F-47. Hoy, Brooke y yo fuimos las primeras en llegar y comenzamos a acomodar las sillas en un semicírculo. Ya conocíamos la rutina.

El señor Elliot llegó un minuto después de que acomodáramos todo; lucía exhausto como siempre y tenía un sándwich de centeno a medio comer en la mano.

–Gracias, señoritas –dijo y hundió su mano libre en su morral–. Me demoró un fan entusiasmado. Le dije que no tenía tiempo para firmar un autógrafo, pero no dejaba de decir que era su “profesor” preferido y que tenía que “firmar su autorización” para “tener acceso a la sala de música”. Las exigencias de la fama, ¿no?

El señor Elliot era uno de los profesores más jóvenes de la escuela. Todo en él gritaba “accesible”; desde sus ojos resplandecientes, sus hoyuelos profundos y sus facciones suaves y redondeadas. Su piel era morena, caminaba con los pies levemente torcidos y su rostro regordete hacía que le pidieran su identificación en bares con la misma frecuencia que los alumnos de último año. Además, sin ser dramática, hubiera matado por él.

Uno a uno, llegaron los demás miembros del club. Finn, quien había contado que era gay hace años, avanzó en línea recta hacia nosotras. Hoy, tenía una corbata de un tono amarillo impactante. De cerca, vi que estaba cubierta de filas de patitos de hule. Aparentemente, seguía testeando los límites de la definición de “apropiado”. En contraste con su prolijidad general, su cabello negro bien peinado, sus zapatos negros pulidos y sus gafas rectangulares de alta calidad, su elección de corbata resaltaba todavía más. Amaría y odiaría ver qué sucedería si alguna vez les permitían a los chicos usar medias estampadas. Finn Park se convertiría en sinónimo de anarquía.

Luego entró Raina, la única otra miembro abiertamente bisexual. Escaneó con la mirada a quienes estábamos sentados con una expresión de decepción y se acomodó en la cabeza del semicírculo. Raina era la líder del consejo estudiantil, había competido con Brooke el semestre pasado (nuestra escuela permite que los estudiantes de los dos