Las maniobras del Vaticano - Antonio Gramsci - E-Book

Las maniobras del Vaticano E-Book

Antonio Gramsci

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En esta nueva edición de sus notas, quisimos abocarnos a mostrar una faceta no tan difundida de Antonio Gramsci: sus reflexiones alrededor del fenómeno religioso como fenómeno de masas y la vinculación entre el Estado italiano y el Vaticano en particular, y entre Estado e Iglesia como institución en general. Creemos que es justo conocer otros escritos, un lado diferente de su tan vasta producción. Para comprender bien la posición de la Iglesia en la sociedad moderna, es necesario comprender que ella está dispuesta a luchar sólo para defender su particular libertad corporativa (de la Iglesia como Iglesia, organización eclesiástica), es decir, los privilegios que proclama ligados a la propia esencia divina; para esta defensa la Iglesia no excluye ningún medio, ni la insurrección armada ni el atentado individual, ni el llamado a la invasión extranjera. Una reflexión que se lee con frecuencia es esa de que el cristianismo se ha difundido en el mundo sin necesidad del auxilio de las armas. No me parece justo. Se podrá afirmar eso hasta el momento en que el cristianismo no fue religión de Estado (o sea, hasta Constantino); pero desde el momen que se transforma en el modo externo de pensar de un grupo dominante, su muerte y su difusión no pueden distinguirse de la historia general y, por lo tanto, de las guerras; toda guerra ha sido también guerra de religión, siempre.

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La acción Católica

La Acción Católica, nacida específicamente des­pués de 1848, era muy distinta de la actual, reor­ganizada por Pío XI1. La posición original de la Acción Católica después de 1848 (y en parte también en el período de incubación que va de 1789 a 1848, cuando surge y se desarrolla el hecho y el con­cepto de nación y de patria, convertido en elemento ordenador —intelectualmente y moralmente— de las grandes masas populares, en victoriosa concurrencia con la Iglesia y la religión católica), puede caracterizarse extendiendo a la religión católica la obser­vación que un historiador francés ha hecho a propó­sito de la monarquía “legitimista” y de Luis XVIII: parece que Luis XVIII no lograba convencerse de que en Francia, después de 1815, la monarquía debía tener un partido político específico para sostenerse. Todos los razonamientos expuestos por los histo­riadores católicos (y las afirmaciones apodícticas de los pontífices en las encíclicas) para explicar el na­cimiento de la Acción Católica y para relacionar esa nueva formación con movimientos y actividades “siempre vigentes” desde Cristo en adelante, son de una extrema falacia. Después de 1848, en toda Europa (en Italia la crisis asume la forma especí­fica y directa del anticlericalismo y aun de la lucha militar contra la iglesia) la crisis histórico-político-intelectual es superada con la neta victoria del libe­ralismo (entendido como concepción del mundo más que como particular corriente política) sobre la con­cepción cosmopolita y “papalina” del catolicismo. Antes de 1848 se formaban partidos más o menos efímeros e insurreccionaban a las personalidades con­tra el catolicismo. Después de 1848 el catolicismo y la Iglesia “deben” tener un propio partido para defenderse; y para arredrarse lo menos posible; no pueden ya hablar (por lo menos oficialmente, porque la Iglesia no confesará jamás la irrevocabilidad de tal estado de cosas) como si supiesen que son la pre­misa necesaria y universal de todo modo de pensar y de obrar. Hoy muchos no logran ni siquiera conven­cerse de que así pudo ser una vez. Para dar una idea de este hecho, se puede ofrecer este ejemplo: hoy na­die puede pensar seriamente en fundar una asociación contra el suicidio (es posible que en alguna parte exista cierta sociedad del género, pero se trata de otra cosa) porque no existe ninguna corriente de opinión que desee persuadir a los hombres (y lo lo­gre siquiera parcialmente) de la necesidad de suici­darse en masa (si bien han existido individuos yaun pequeños grupos que sostuvieron esas formas de nihilismo radical, parece que en España): la “vida” es la premisa indispensable de toda manifes­tación de vida, evidentemente.

El catolicismo ha tenido una función, y de ella quedan abundantes rastros en el lenguaje y en los modos de pensar, especialmente de los campesinos: cristiano y hombre son sinónimos, como también lo son cristiano y “hombre civilizado” (“—¡No soy cris­tiano! —Y entonces qué eres, ¿una bestia?”). Los confinados dicen aún: “cristianos y confinados” (en Ustica2, primer asombro cuando recién llegado el pequeño vapor se oía decir a los confinados: “Son todos cristianos, no son más que cristianos, no hay ni siquiera un cristiano”). Los presos, en cambio, dicen comúnmente: “burgueses y detenidos” o, burlonamente, “soldados y burgueses”, si bien los meri­dionales dicen también “cristianos y detenidos”. Se­ría muy interesante estudiar toda la serie de pasajeshistórico-semánticos por los que, en francés, de “cristiano” se ha obtenidocrétin(en italianocretino)y ademásgrédin;el fenómeno debe ser parecido a aquel por el cualvillanodeuomo di campagnater­minó significandoscreanzatoy ademásgaglioffoymascalzone,o sea que el nombrecristianoempleado por los campesinos (se cree que por los campesinos de algunas regiones alpinas) para señalarse a sí mis­mos comohombres,se ha separado, en algunos casos de pronunciación local, del significado religioso y ha tenido la misma suerte demanant3.Tal vez también el rusokrestianin,“campesino”, tiene el mismo origen, mientras “cristiano” en sentido religioso, for­ma más culta, manteniendo la aspiración delΨgrie­go, en sentido despreciativo se decíamujik). A esta concepción hay que agregar tal vez el hecho de que en algunos países, donde los hebreos no son conoci­dos, se los cree o se los creía con cola y orejas de cerdo o con otro atributo animalesco.

El examen histórico-crítico del movimiento de Ac­ción Católica puede dar motivo, analíticamente, a diversas series de investigaciones y de estudios. Los congresos nacionales. Cómo los prepara la prensa central y local. El material oficial preparatorio: re­laciones oficiales y de oposición.

La Acción Católica fue siempre un organismo complejo, aun antes de la constitución de la Con­federación blanca del trabajo4y del Partido Popu­lar5. La Confederación del trabajo era considerada orgánicamente una parte constitutiva de la Acción Católica; el Partido Popular, en cambio, no; pero lo era de hecho. Más que por otras razones, la consti­tución del Partido Popular fue aconsejada por aque­llo que en la posguerra se consideraba una inevitable avanzada democrática, a la que era necesario dar un órgano y un freno, sin arriesgar la estructura auto­ritaria de la Acción Católica, cuya dirección oficial ejercían personalmente el Papa y los obispos; sin el Partido Popular y las innovaciones con sentido de­mocrático introducidas en la Confederación sindical, el impulso popular habría convulsionado toda la es­tructura de la Acción Católica, poniendo en cues­tión la autoridad absoluta de las jerarquías eclesiásticas. La misma complicación se verificaba y se verifica aún en el campo internacional; si bien el Papa representa un centro internacional por exce­lencia, de hecho existen algunas oficinas que fun­cionan para coordinar y dirigir el movimiento polí­tico y sindical católico en todos los países, como la Oficina de Malines6que ha compilado el “Código Social”, y la Oficina de Friburgo para la acción sindi­cal (conviene verificar la funcionalidad de esas ofi­cinas luego de los cambios producidos en los países germanos, más que en Italia, sobre el campo de la organización política y sindical católica)7.

Desarrollo de los congresos. Temas puestos en el orden del día y temas omitidos para evitar conflic­tos radicales. El orden del día debería resultar de los problemas concretos que llamaron la atención en el espacio comprendido entre un congreso y otro y de las perspectivas futuras, más que de los puntos doctrinarios en torno a los cuales se forman las co­rrientes generales de opinión y se agrupan las frac­ciones. ¿Sobre qué base y con qué criterios son elegidas o renovadas las direcciones? ¿Sobre la base de una tendencia doctrinaria genérica, dando a la nueva dirección una confianza genérica, o bien después de que el congreso ha fijado una concreta y precisa direc­ción de actividad? La democracia interna de un movimiento (es decir, el mayor o menor grado de democracia interna, o sea la participación de los ele­mentos de base en la decisión y fijación de la línea de actividad) se puede medir y juzgar también, y tal vez especialmente, en esa proporción.

Otro elemento importante es la composición so­cial de los congresos, del grupo de los oradores y de la dirección electa, en relación a la composición so­cial del movimiento en su conjunto.

Relación entre las generaciones adultas y las juve­niles. ¿Los congresos se ocupan directamente del movimiento juvenil, que debería ser la mayor fuente de alistamiento y la mejor escuela para el movimien­to, o dejan a los jóvenes librados a sí mismos?

¿Que influencia tienen (o tenían) en los congresos las organizaciones subordinadas y subsidiarias (o que así deberían ser), el grupo parlamentario, los orga­nizadores sindicales, etc.? ¿A los diputados y a los jefes sindicales les conceden en los congresos una po­sición especial, oficialmente y orgánicamente o acaso sólo de hecho?

Más que en las discusiones de los congresos es ne­cesario fijar el desarrollo que han tenido en el tiempo y en el espacio los problemas concretos más impor­tantes: la cuestión sindical, la relación entre el centro político y los sindicatos, la cuestión agraria, las cues­tiones de organización interna en todas las diversas interferencias. Cada cuestión presenta dos aspectos: cómo fue tratada teórica y técnicamente y cómo fue afrontada prácticamente.

Otra cuestión es la de la prensa, en sus diversos aspectos: cotidiana, periódica, opúsculos, libros; cen­tralización y autonomía de la prensa, etc. La frac­ción parlamentaria: tratándose de toda determinada actividad parlamentaria, hay que tener presentes al­gunos criterios de búsqueda y de juicio. Cuando el diputado de un movimiento popular habla en el Parlamento (y un senador en el Senado) se pue­den hacer tres o cuatro versiones de su discurso: 1) la versión oficial de los “Actos parlamentarios”, que habitualmente es revisada y corregida y muchas veces endulzadapost festum; 2) la versión de los diarios oficiales del movimiento al que el diputado pertenece oficialmente: ésta queda combinada entre el diputado y el corresponsal parlamentario, de modo de no herir cierta susceptibilidad o de la mayoría oficial del partido o de los lectores locales, y de no crear obstáculos prematuros a determinadas combi­naciones en curso o en proyecto; 3) la versión de los diarios de los otros partidos o de los llamados órganos de la opinión pública (diarios de gran difusión), que está hecha por el diputado de acuerdo con los respectivos corresponsales parlamentarios, de modo de favorecer determinadas combinaciones en curso: esos diarios pueden variar de un período a otro según los cambios producidos en las respectivas di­recciones políticas o en los gobiernos. El mismo cri­terio puede ser extendido al campo sindical, a pro­pósito de la interpretación que se quiere dar a determinados eventos o aun a la dirección general de la dada organización sindical. Por ejemplo: laStampa,elResto del Carlino,elTempo(de Naldi)8han ser­vido, en ciertos años, de cajas de resonancia y de instrumentos de combinaciones políticas tanto a los católicos como a los socialistas. Un discurso parla­mentario (o una huelga, o la declaración de un jefe sindical) socialista o popular, era presentado bajo cierta luz, por esos diarios, para su público, mien­tras era presentado bajo otra luz por los órganos ca­tólicos o socialistas. Los diarios populares y socialis­tas callaban además a su público ciertas afirmacio­nes de diputados que tendían a hacer posible una combinación parlamentaría-gubernativa de las dos tendencias, etc. Es indispensable también tener en cuenta las entrevistas otorgadas por los diputados a otros diarios y los artículos publicados en otros diarios. La homogeneidad doctrinaria y política de un partido puede ser también probada con este criterio: qué direcciones favorecen los socios de ese partido con su colaboración en los diarios de otras tendencias o llamados de opinión pública: a veces los disen­timientos internos se manifiestan sólo así, los disi­dentes escriben, en otros diarios, artículos firmados o no firmados, otorgan entrevistas, sugieren motivos polémicos, se hacen provocar para estar “constreñi­dos” a responder, no desmienten opiniones que les atribuyen, etc.

La Acción Católica y los terciarios franciscanos9

¿Puede hacerse alguna comparación entre la Acción Católica e instituciones como los terciarios francis­canos? Creo que no, aun cuando esté bien señalar primero no sólo a los terciarios, sino también al fe­nómeno más general de la aparición en el desarrollo histórico de la Iglesia de las órdenes religiosas, para definir mejor los caracteres y los límites de la propia Acción Católica. La creación de los terciarios es un hecho muy interesante de origen y tendencia democrático-popular, que ilumina mejor el carácter del franciscanismo como retorno tendiente a los mo­dos de vida y de creencia del cristianismo primitivo: comunidad de fieles, no sólo de clero como poco a poco llegó a transformarse. Por lo tanto, sería útil estudiar bien la suerte de esa iniciativa, que no fue muy grande, porque el franciscanismo no derivó a toda la religión, como era el deseo de Francisco, sino que se redujo a una de las tantas órdenes religiosas exis­tentes10.

La Acción Católica señala el principio de una nue­va época en la historia de la religión católica: cuan­do su concepción totalitaria (en doble sentido: que era la total concepción del mundo de una sociedad en su totalidad) se hace parcial (también en doble sentido) y necesita un partido propio. Las diversas órdenes religiosas representan la reacción de la Igle­sia (comunidad de fieles y comunidad del clero), desde arriba y desde abajo, contra las parciales dis­gregaciones de la concepción del mundo (herejías, cismas, etc., y también degeneración de las jerar­quías); la Acción Católica representa la reacción contra la apostasía imponente de masas enteras, es decir, contra la superación masiva de la concepción religiosa del mundo. No es ya la Iglesia la que fija el campo y los medios de la lucha; debe aceptar, en cambio, el terreno impuesto por los adversarios o por la indiferencia y servirse de armas tomadas en préstamo del arsenal de sus adversarios (la organi­zación política de masa). La Iglesia, por lo tanto, está a la defensiva, ha perdido la autonomía de los movimientos y de las iniciativas, no es ya una fuerza ideológica mundial, sino sólo una fuerza subalterna.

Sobre la pobreza, el catolicismo y la jerarquía ecle­siástica.

En un pequeño libro sobreObreros y patrones(memoria premiada en 1906 por la Academia de Ciencias Morales y Políticas de París) se comenta la respuesta dada por un obrero católico francés a quien le objetó que, según las palabras de Cristo extraídas de un Evangelio, deben existir siempre ricos y pobres: “Pues bien, dejaremos por lo menos dos pobres, para que Jesús no tenga la culpa”. La res­puesta es epigramática, pero digna de la objeción.

Desde que la cuestión asumió una importancia histórica para la Iglesia, o sea, desde que la Iglesia hadebido resolver el problema de encauzar la llama­da “apostasía” de las masas, creando un sindicalismocatólico (obrero, porque a los empresarios no se les impuso nunca dar un carácter confesional a sus organizaciones sindicales), las opiniones más difun­didas sobre la cuestión de la “pobreza”, que resultan de las encíclicas y de otros documentos autorizados, pueden resumirse en estos puntos: 1) la propiedad privada, especialmente la inmobiliaria, es un “dere­cho natural”, que no se puede violar ni siquiera con fuertes impuestos (de este principio han derivado los programas políticos de las tendencias demócrata-cristianas para la distribución de las tierras con in­demnización a los campesinos pobres, y sus doctrinas financieras); 2) los pobres deben contentarse con su suerte, pues la desigualdad de clases y la distri­bución de las riquezas son disposiciones de Dios y se­ría impío tratar de eliminarlas; 3) la limosna es un deber cristiano e implica la existencia de la pobreza; 4) la cuestión social es, sobre todo, moral y religiosa, no económica, y debe ser resuelta con la caridad cristiana y con los dictámenes de la moralidad y el juicio de la religión. (Confrontar con el “Código Social” de Malines, en las sucesivas elaboraciones).

Los “retiros obreros”. Confrontar laCivilità cattolicadel 20 de julio de 1929: “Cómo el pueblo vuel­ve a Dios. La obra de los retiros obreros”.

Los “retiros” o “ejercicios espirituales cerrados” fueron fundados por San Ignacio de Loyola11(cuya obra más difundida son los “Ejercicios espirituales”, editados por Giovanni Papinien 1929); son una derivación los “retiros obreros” iniciados en 1882 en el norte de Francia. La Obra de los “retiros obre­ros” inició su actividad en Italia en 1907, con el primer “retiro” para obreros realizado en Chieri12. En 1929 apareció el volumen:Cómo el pueblo vuelve a Dios, 1909-1929. La Obra de los retiros y las Leyes de Perseverancia en Roma durante 20 años de vida.Según el libro, de 1909 a 1929, la Obra pudo reunir en las Leyes de Perseverancia de Roma y del Lacio, más de 20.000 obreros, muchos de ellos recién convertidos. En los años 28-29 se obtiene en el Lacio y en las provincias vecinas un éxito superior al de Roma en los precedentes dieciocho años. Se han practicado hasta la fecha 115 “retiros” cerra­dos, con la participación de cerca de 2.200 obreros en Roma. “En cada retiro —escribe laCivilità Catto­lica— hay siempre un núcleo de buenos obreros que sirve de estímulo y de ejemplo. Los obreros se reúnen de varias maneras entre gente del pueblo o fría o indiferente y también hostil; algunos llegan por cu­riosidad, algunos condescendiendo a la invitación de los amigos y, no es nada raro, por la comodidad de tres días de reposo y de buena atención gratuita”.

En el artículo se revelan otras particularidades so­bre la actividad en el Lacio: la Liga de Perseverancia deRoma tiene 8.000 inscriptos con 34 centros —en el Lacio existen 25 secciones de la Liga con 12.000 inscriptos (comunión mensual, en tanto la Iglesia se conforma con una comunión anual). La Obra está dirigida por los jesuitas. Las ligas de Perseverancia tienden a mantener los resultados obtenidos en los retiros y a ampliarlos en la masa. Crean una activa “opinión pública” en favor de la práctica religiosa, invirtiendo la situa­ción precedente, en la que la opinión pública era negativa, o por lo menos pasiva, o ascética e in­diferente.

Prehistoria de la Acción Católica.

Sobre la prehis­toria de la Acción Católica, confrontar en laCivilità Cattolicadel 2 de agosto de 1930 el artículo “Cesare d’Azeglio y los albores de la prensa católica en Ita­lia”. Por “prensa católica” se entiende “prensa de los católicos militantes” entre el laicismo, fuera de la “prensa” católica en sentido estricto, o sea, como ex­presión de la organización eclesiástica.

En elCorriere d’Italiadel 8 de julio de 1926 apa­reció una carta de Felipe Crispolti13que resulta muy interesante, pues Crispolti “hacía observar que quien quisiese buscar losprimeros impulsosde ese movimiento productor, aun en Italia, de largas filas de ‘católicos militantes’, es decir, de lainnovaciónque en nuestro campo produce toda otra, debería partir de aquellas sociedades piamontesas, llamadas ‘Amis­tades’, fundadas y animadas por el abate Pío Brunone Lanteri”14. Por lo tanto, Crispolti reconoce que la Acción Católica es unainnovación,no ya co­mo siempre dicen las encíclicas papales, una actividad existente desde los Apóstoles en adelante. Es una actividad estrechamente ligada, como reacción, al iluminismo francés, al liberalismo, etc., y a la actividad de los Estados modernos para separarse de la Iglesia, es decir, a la reforma intelectual y moral laicista más radical (para las clases dirigentes) de la Reforma protestante; actividad católica que se configura es­pecialmente después de 1848, o sea, con el fin de la Restauración y de la Santa Alianza.

El movimiento por la prensa católica, del que habla laCivilità cattolica,ligado al nombre de Cesare d’Azeglio, es interesante también por la actitud de Manzoni al respecto: se puede decir que Manzoni comprendió el carácter reaccionario de la iniciativa de d’Azeglio y rehusó elegantemente la colabora­ción, eludiendo la expectativa de d’Azeglio con el envío de la famosa carta sobre el “Romanticismo”15, que —escribe laCivilità cattolica