Líderes de la manada - Jesper Juul - E-Book

Líderes de la manada E-Book

Jesper Juul

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Beschreibung

Hay un hecho que no deja lugar a dudas ni debates: para poder hallar su camino en el laberinto de la vida, los niños necesitan la guía de los adultos. No hay mayor suerte para un niño que tener unos padres que ejerzan con ternura su papel de líderes de la manada, que tomen decisiones claras, que impongan aquellas que resultan fastidiosas y den un sentido real a la idea de autoridad. Desde la premisa de que "el liderazgo crea confianza", el experto terapeuta familiar Jesper Juul anima a madres y padres a poner en práctica un nuevo estilo de liderazgo que nos permitirá crecer a todos: al niño, al adolescente y, no menos importante, a los propios padres. ¿Cómo podemos ejercer nuestro liderazgo? La respuesta es sencilla y complicada a la vez. Se trata de conocer a nuestros hijos, de conocer sus límites, de tratarlos con respeto y de mostrarnos ante ellos, en la medida de lo posible, tal y como realmente somos.

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Jesper Juul

Líderes de la manada

Cómo guiar a la familia con ternura

Traducción de María Luisa Vera Soriano

Herder

Título original:Leitwölfe sein

Traducción: María Luisa Vea Soriano

Diseño de portada: Gabriel Nunes

Edición digital: Pablo Barrio

© 2016, Verlagsgruppe Beltz, Weinheim y Basilea

© 2017, Herder Editorial, S.L., Barcelona

1ª edición digital, 2017

ISBN: 978-84-254-3850-9

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com).

Herder

www.herdereditorial.com

Índice

Introducción

1. Los niños necesitan adultos que asuman el liderazgo

Redefinir la autoridad personal

Asumir la responsabilidad personal

La autoestima, un elixir de vida

El aprendizaje mutuo

2. Puede confiar en su hijo

Todos los niños quieren cooperar

Cuidado y empatía

Los padres preguntan a Jesper Juul

3. El líder de la manada y el niño interior

¿Quién soy?

Los padres preguntan a Jesper Juul

4. Líderes femeninas y líderes masculinos

Una ojeada al pasado

Los padres preguntan a Jesper Juul

5. Ser mujer y madre

Vencer el miedo al egoísmo

Amor sin autodestrucción

Acerca de la integridad personal y el derecho a decir no

Qué ocurre realmente con las chicas buenas

Madres e hijas

6. ¿Dónde están los hombres y los padres?

Unidos y fuertes

Los padres preguntan a Jesper Juul

7. ¿Realmente queremos tener hijos fuertes y sanos?

La brecha entre lo que dictan las normas y lo correcto

Educar es relacionarse

Haz algo nuevo a partir de lo viejo

8. ¿Qué tiene que ver el poder con el liderazgo?

La paradoja del poder y cómo pueden manejarlo los padres

9. ¡El futuro de su hijo es ahora!

¿Qué desea usted como padre o madre?

¿Qué pueden hacer ustedes?

¿Qué hacen los políticos?

Sea usted mismo y un nuevo mundo aparecerá ante usted

10. Valores que ayudan a liderar

Los valores en la familia y en la pareja

La dignidad común: tener en cuenta y tomar en serio a los demás

La integridad: límites personales, necesidades y valores

La determinación de ser auténticos: sin ella no puede haber relaciones amorosas logradas

Responsabilidad con la comunidad y con uno mismo

11. El éxito a través de la adaptación: nuestra ilusión colectiva

¿Qué es un niño fuerte?

Decir sí a uno mismo

Los padres preguntan a Jesper Juul

12. Trampas para líderes de la manada

El estilo neorromántico: la armonía por encima de todo

«Padres

curling

»: vía libre para pequeños príncipes y princesas

La vía de la mínima resistencia

Control absoluto

¡Mi hijo es mi proyecto!

13. Liderazgo

light

: la adolescencia y el hijo adulto

Después de la niñez

Libros y

DVD

de Jesper Juul

Libros

Selección de

DVD

Bibliografía aparecida en el libro

Familylab: el taller de familias

Notas

Información adicional

Navegación estructural

Cubierta

Portada

Créditos

Índice

Comenzar a leer

Libros y

DVD

de Jesper Juul

Notas

Introducción

Nuestro mundo está cambiando con más rapidez que nunca. Todos intentamos desesperadamente seguir el ritmo y encontrar para nosotros y para nuestros hijos diferentes modos de adaptarnos a los cambios. La buena noticia es que muchas veces lo logramos. Los teléfonos inteligentes, las tabletas, las aplicaciones para móviles y demás aparatos electrónicos que circulan actualmente entre nosotros, así como su influencia en la vida de cada individuo y de la familia en general, son claros ejemplos de ello. Atrás ha quedado la actitud crítica, preocupada y defensiva que predominaba hasta hace diez años ante la gran cantidad de innovaciones tecnológicas. Hemos llegado a un punto en el que se anima a los escolares a apuntarse a días o semanas sin electrónica, y en el que las familias idean medios y maneras interesantes y provechosas de limitar el tiempo que cada uno puede pasar con la mirada clavada en su pantalla. Hay muchos que vuelven a descubrir el valor de las interacciones personales y, cuando los padres se atreven a establecer nuevas normas, los hijos las siguen gustosos.

Desde hace más de una generación la sociedad en su conjunto, así como la mayoría de sus miembros a nivel individual, intenta procesar el hecho de que hoy en día cada uno de nosotros –independientemente de su edad– es notablemente más fuerte, competente e independiente de lo que antes parecía posible. Mi generación puso en marcha cambios importantes en el campo del cuidado de los mayores, pero hoy las guarderías y las escuelas se sienten obligadas a cambiar el rumbo de sus modelos de pensamiento y actuación, y también el matrimonio y otros tipos de relaciones amorosas entre adultos exigen un enfoque diferente.

La búsqueda de un equilibrio saludable entre nuestro deseo de cooperación y adaptación, por un lado, y la necesidad de integridad y límites personales, por otro, despierta hoy más interés que nunca. ¿Nos hemos vuelto demasiado individualistas y egocéntricos o todavía nos permitimos procesos de socialización que impliquen también preocupaciones y decepciones? Esta búsqueda es un gran desafío vital, y muchos niños a los que sus padres mimaron y convirtieron en el centro absoluto de su mundo están buscando ahora –ya como personas adultas– formas de contribuir al bienestar de los demás. Tanto ellos como todos nosotros sabemos que actualmente la mayoría de los niños sigue necesitando apoyo y estímulo para poder desplegar todo su potencial.

Educadores, pedagogos y otros profesionales como yo discutimos acerca de muchos temas, pero todos estamos de acuerdo sobre un hecho que no deja lugar a dudas ni debates: los niños necesitan la guía de los adultos. Lo sabemos porque los niños que crecen sin ella no están bien, ya vivan solos, en compañía de otros niños o con padres que no quieren o no pueden servirles de guía. Una madre me escribió una vez contándome que su hija de dos años no quería ir a la guardería por las mañanas. Una vez que llegaba allí, todo iba estupendamente, pero a la hora de salir se negaba a subir al coche. Un día la madre encontró tres o cuatro golosinas en el coche y le dijo: «Si subes, te daré los ositos de gominola». En el momento en que la madre me escribió la carta, su hija le exigía al menos 200 gramos de gominolas para acceder a subir al coche, y la madre preguntaba: «¿Qué hago yo ahora?». Todos sabemos que en pocos meses las golosinas habrán dejado de funcionar. ¿Cómo podemos ejercer nuestro liderazgo en un caso así? Bien mirado, la respuesta es sencilla y complicada a la vez. Se trata de conocer a nuestros hijos, de conocer sus límites, de tratarlos con respeto y de mostrarnos ante ellos, en la medida de lo posible, tal y como realmente somos. Ese es el tema de este libro.

Para poder hallar su camino en el laberinto de la vida, los niños necesitan que sus padres actúen como líderes de la manada. Necesitan padres que de vez en cuando –no se puede decir con qué frecuencia exactamente– envíen señales claras. Hoy en día vemos muchas familias en las que los padres tienen tanto miedo de lastimar u ofender a sus hijos que estos últimos se convierten en los jefes de la manada, mientras que los padres vagan desorientados por el bosque. Mi generación todavía pensaba que el asunto era muy sencillo. Creíamos que, con hacer exactamente lo contrario de lo que hicieron nuestros padres, ya estaba todo solucionado. Pero no era así, y los hombres y las mujeres que se convierten hoy en día en padres y madres también saben muy poco de cómo convivir en familia de manera que todos conserven sus derechos. Cada miembro puede traer consigo un sistema de valores muy arraigados, procedentes de su familia o del entorno, de su país o de su cultura, pero no existe un repertorio común de valores alemanes, bávaros o daneses. Naturalmente, esto hace la vida más complicada. Hay que decidir entre tener una vida familiar en la que haya un conflicto tras otro, generando una gran demanda de soluciones a la que no es posible dar respuesta, o pararse a pensar y reflexionar. Es necesario hablar con los demás y preguntarse: ¿Cuáles quiero que sean las bases de mi familia?, ¿sobre qué fundamentos deseo que se construya nuestro hogar?, ¿qué cosas tienen para mí suficiente valor como para querer transmitírselas a mis hijos, pues pienso que dentro de 20 o 50 años les seguirán siendo útiles? Son preguntas fáciles de formular, pero difíciles de responder. Al igual que todas las crisis, esta conlleva dolor, pero también alberga un potencial de crecimiento y transformación.

La familia es la estructura fundamental de cualquier sociedad. Independientemente de la diversidad de constelaciones familiares y de la gran cantidad de separaciones, se trata de relaciones que se construyen sobre la base del amor. En Europa podemos observar cómo se está pasando paulatinamente de lo que yo llamo «familia-nosotros» a la «familia-yo». Hoy en día, cada miembro de la familia puede acceder a las infinitas oportunidades que ofrece el mundo global y, con ello, tiene la posibilidad de hacer elecciones trascendentales para toda la vida. La calidad de estas elecciones depende en gran parte de la autoestima y de los valores fundamentales que, a lo largo del desarrollo, puede que sean sustituidos por otros o que permanezcan estables. Existen gran cantidad de factores –de tipo económico, social, psicológico y demográfico– que impulsan este proceso de transformación.

Entre tanto, en algunos países comienzan a verse signos de que las personas buscan nuevas formas de reajustar la familia y el yo para poder involucrarse de un modo nuevo en la familia amplia, en la comunidad, en grupos de personas migradas o en otros colectivos sociales. Las circunstancias económicas conducen a que tengamos que ocuparnos más a fondo del cuidado de las personas mayores, y todos estos esfuerzos nos obligan a mirar más allá de conceptos como los de donante y receptor. Se trata de optar por nuevos caminos que incluyan en nuestras formas de pensar y en nuestros comportamientos, valores y principios como la dignidad humana, los límites personales, la autenticidad y la empatía.

En uno de los textos de este libro (véase capítulo 7) se plantea la pregunta de si estamos luchando realmente por fomentar la fuerza y la salud de nuestros hijos. Y lo mismo puede decirse sobre los adultos. La agenda política europea exige que seamos productivos, competentes e individualistas, lo cual, como sabemos, es sumamente perjudicial para los niños y para los adultos. Si no queremos adaptarnos automáticamente a estas normas sociales, necesitamos valores claros y precisos. Cuando se alteran los fundamentos de una sociedad, los viejos conceptos deben ser sometidos a revisión y, en su caso, ser redefinidos: la autoridad personal, la responsabilidad individual (capítulo 1), la paradoja del poder (capítulo 8). ¿Cómo decidimos cuáles son las máximas que determinarán nuestra vida? ¿De quién son las ideas que nos sirven de guía en nuestra vida? Dicho de manera informal: ¿Quién decide aquí?

Desde que con la evolución del movimiento antiautoritario y la lucha por la igualdad de derechos de la mujeres durante los años setenta comenzó a disolverse la tradicional familia nuclear occidental, la idea de los padres como líderes pasa por una especie de crisis de identidad. Antes la cosa estaba clara: el patriarca mandaba sobre la familia, el jefe dirigía la empresa y el profesor decidía lo que se hacía en la escuela. Sin duda alguna, era imprescindible rebelarse contra el estilo de dirección autoritario de los jefes de Estado, los gobiernos, los burócratas, los profesores, los padres y demás autoridades. Esta rebeldía tuvo múltiples efectos positivos, tanto sobre la sociedad como sobre el individuo, pero, sobre todo, se consiguió que se mirara con lupa y se pusiera en tela de juicio la lógica interna de la idea de poder. Cuando este movimiento de naturaleza política siguió evolucionando a través de las reflexiones de personas cuyas funciones no tenían solo un carácter político, sino que estaban marcadas también por aspectos psicológicos y existenciales –por ejemplo, maestros y padres que eran responsables del buen desarrollo de niños y jóvenes–, surgieron muchas preguntas al respecto y se generó una gran incertidumbre. Durante las décadas de los ochenta y los noventa se hizo patente que la alternativa política a la autocracia –la democracia– constituía un compendio constructivo de valores, pero que esto no bastaba para dotar a las personas que estaban en el poder de pautas, valores y modos de actuar nuevos y mejores.

Lo que ocurrió después fue que tanto el debate público como las reflexiones individuales de los adultos se vieron atrapados en una terminología divergente: lo «autoritario» se hallaba en un extremo, mientras que en el otro se encontraba la colaboración justa o «libre». Lo «democrático» se encontraba en algún lugar entre los dos extremos. Pero, en cualquier caso, se hizo evidente que ninguno de los dos conceptos abarcaba las necesidades básicas de proximidad y desarrollo individual y colectivo de niños y adultos. Esto significaba que era necesario pensar de forma transversal para poder formular una verdadera alternativa. Había que adoptar otra perspectiva y construir un nuevo paradigma.

Durante los últimos 30 años –gracias a millones de padres y educadores que han dedicado su vida y su trabajo a la tarea de averiguar cómo niños y adultos pueden convivir y colaborar mejor entre ellos– se han ido esclareciendo los valores y el núcleo de este nuevo modelo. El feedback de los niños –tanto sus testimonios como su forma de actuar– ha sido una aportación esencial. Paralelamente, contamos con nuevos descubrimientos, especialmente en el campo de la neurociencia, la terapia familiar y la psicología del desarrollo, que ofrecen datos y enfoques de un valor incalculable. Personalmente, tuve el privilegio de formar parte de esta transformación tanto desde mi profesión como desde mi papel de padre y abuelo. Y, aunque el proceso no ha hecho más que empezar, es mi intención presentar en este libro algunos de estos descubrimientos y líneas directrices con el deseo de que puedan servir de inspiración a los lectores que son padres, así como también a otras personas que –independientemente de su grado de experiencia– se ocupan de la labor como guías de personas adultas.

Uno de los asuntos centrales, tal y como ya se ha dicho, es la cuestión de los derechos de las mujeres, sumamente presente desde los años sesenta, y que todavía no está resuelta. He participado en muchos cambios tanto a nivel profesional como privado, siempre en calidad de pareja de alguna mujer, y desde hace muchos años me piden que escriba un libro sobre madres. Pero siempre he rehusado hacerlo, simplemente porque no soy ni mujer ni madre y, por lo tanto, mis conocimientos al respecto son, en el mejor de los casos, de segunda mano. Por otro lado, he trabajado tantos años como terapeuta, asesor y educador con madres, colegas, profesoras y otras muchas mujeres, que esto me ha permitido desarrollar ampliamente mis conocimientos y mi comprensión de los puntos de vista femeninos, de manera que he decidido que tal vez sea correcto escribir sobre ello. Me gustaría que esto se entendiera como una contribución solidaria realizada desde la perspectiva de un hombre. Mi inspiración inmediata fue una portada de la revista Time (21 de mayo de 2012) en la que aparece una madre dando el pecho a su hijo de seis años, y todo el alboroto que durante mucho tiempo ha causado esta imagen. Pero mi verdadera motivación es la manera tan reduccionista con la que a menudo se presenta a las madres en los medios de comunicación, así como el haber comprobado que las mujeres y las madres necesitan todos los apoyos externos que puedan tener para llevar una vida plena y ser tanto buenas compañeras como buenas madres.

El desplazamiento de los roles sexuales y la lucha de ambos sexos por una nueva definición acorde con los tiempos que aliente y satisfaga a todos los miembros de la familia están estrechamente relacionadas con la cuestión central del libro: el liderazgo de los padres. Se necesitan respuestas nuevas para viejas preguntas, respuestas que no son sencillas de encontrar para ninguna de las personas implicadas y que entrañan, además, procesos dolorosos. Si es usted una mujer, espero que pueda sentir la consideración y el aprecio que hay detrás de lo que quizá le parezcan afirmaciones duras o críticas. Y, si es usted un hombre, le animo a que reflexione seriamente acerca de su papel y observe de qué manera influye usted como hijo, amante, pareja y padre. Pues, si bien algunos elementos que forman parte del fenómeno que impide a mujeres y madres el despliegue de todo su potencial humano e interpersonal pueden explicarse fácilmente por el contexto social y político, estos fenómenos afectan también a los hombres, aunque por motivos distintos, tema del que me ocuparé en los capítulos 4 y 6.

Dicho de manera sencilla, un nuevo paradigma implica una nueva perspectiva. En vez de mirar las cosas desde el mismo viejo ángulo de siempre, elegimos un nuevo punto de vista y, al hacerlo, vemos cosas nuevas y hacemos descubrimientos sorprendentes. Emocionante, ¿no? Realmente, parece ser que, por lo general, las personas somos conservadoras e incluso nostálgicas, y el hecho de que el cerebro humano piense a través de oposiciones y no de alternativas no vuelve más sencilla la tarea de proponer nuevas perspectivas. Sin embargo, eso es lo que me propongo hacer en este libro.

Quizá se pregunte usted por qué en el título del libro aparece el concepto de líderes de la manada, me refiero aquí a la manada de lobos. La palabra lobo suena a macho alfa y a agresividad, y no precisamente a armonía y a equilibrio. Pero, cuanto más penetran los lobos en Europa, más se transforma de forma fascinante nuestra imagen de ellos. Antes se consideraba que los lobos eran malos y peligrosos, mientras que hoy sabemos que poseen un alto grado de inteligencia social. Más que nada, me maravilla la nueva mirada hacia la perspicaz estrategia de liderazgo de estos animales, pues están completamente orientados a la familia y viven en una especie de familia numerosa clásica. Cumplir bien su función de jefes del grupo y mantener al grupo unido es para ellos una cuestión de supervivencia. Creo que la clave de una familia con éxito es la misma para los humanos que para los lobos: la relación y la confianza. Podemos aprender mucho de la vida familiar de los lobos, y el concepto de líder de la manada tiene para mí connotaciones positivas.

Una cosa más: si usted espera encontrar en este libro la descripción de un método, quedará decepcionado. No existe la panacea en lo relativo a las relaciones humanas, y las personas que pretenden que sí la hay son más bien profesionales del marketing que personas competentes o con conocimientos técnicos sobre las relaciones humanas. Al final es usted quien decide. Vivimos en un mundo en el que tomar decisiones individuales no solo es posible, sino imprescindible. La libertad de decidir implica responsabilidad individual, y yo espero que después de leer estas páginas sepa un poco más sobre sí mismo.

1.Los niños necesitan adultos que asuman el liderazgo

¿Cómo lo sabemos? Pues lo sabemos por experiencia: los niños que crecen en familias en las que los adultos no ejercen como guías o lo hacen solo de manera limitada no están bien y no se desarrollan adecuadamente. Aparentemente, esto ocurre por dos motivos. Uno es que, si bien es cierto que los niños conocen bien sus deseos y apetencias, no son conscientes de sus necesidades básicas. El otro es que para adaptarnos a una cultura, sea la que sea, tanto en la sociedad como dentro de la familia, las personas necesitamos una guía adecuada. En otras palabras: los niños nacen muy sabios, pero sin la experiencia práctica de la vida, sin una visión global de las cosas y sin la capacidad de pensar en el futuro. Para adquirir esas habilidades necesitan a los adultos.

Es preciso que entendamos que guiar y educar son dos cosas completamente distintas, a pesar de que ambos conceptos se confunden constantemente e incluso se utilizan como sinónimos en el lenguaje ordinario. Para criar y educar a un niño la persona adulta tiene que asumir el liderazgo. Si esta persona no puede o no quiere hacerlo, o si lo hace de manera destructiva, nadie tendrá éxito –la persona adulta no logrará sus propósitos y al niño le será imposible prosperar y desarrollar su personalidad. Para ser exactos, este capítulo debería tener el siguiente título: «Para construir relaciones fructíferas y sólidas entre niños y adultos, los adultos tienen que asumir el liderazgo». Every team needs a captain; toda familia necesita sus líderes de la manada.

Trabajo como asesor y terapeuta familiar desde hace 40 años. Cada época se caracteriza por determinados temas y retos; durante los últimos 20 años me he encontrado con un número cada vez mayor de padres y madres de todas las clases sociales que se quejan de temas como el momento de levantarse y arreglarse por las mañanas, el sueño, las comidas y cosas similares. Se trata de asuntos que no son problemáticos en sí mismos, pero el hecho de que tantos padres e hijos tengan que pelearse con ellos es un indicio claro de falta de liderazgo. Esto no significa que los padres de antes guiaran mejor a sus familias, al menos no en el sentido de que su guía sirviera para el bienestar y el desarrollo saludable de los niños. Pero sí lo hacían de manera más clara y firme, con lo cual conseguían que hubiera menos conflictos latentes. El deseo tan frecuente hoy en día de que los padres vuelvan a dirigir así a sus familias parece sugerir que estos habrían apretado sin querer el botón equivocado y ahora simplemente tendrían que apretar el correcto. Como usted ya sabe, desgraciadamente no es tan sencillo.

Pero los padres no son los únicos que tienen dificultades. Hace algunos años, durante una conferencia me mostré muy crítico frente a un método educativo que se había puesto de moda y que se basaba en el principio de premiar a los niños obedientes y dóciles… Durante la pausa, la directora de un pequeño jardín de infancia me contó con cierto bochorno que, de acuerdo con las educadoras, había comenzado a utilizar justamente el método que yo había criticado abiertamente. El motivo: «No éramos capaces de conseguir que los niños ordenaran el rincón de juegos al final del día». Mi respuesta fue: Si los adultos que trabajan en una guardería con un grupo de niños de tres a seis años no consiguen generar en el centro una atmósfera y una cultura de colaboración y participación, entonces deben reflexionar urgentemente acerca de sus habilidades interpersonales para cambiarlas radicalmente, junto con su concepto de liderazgo. En cualquier caso, no basta con manipular a los niños mediante un método tan primitivo.

Cuando se trata el tema del liderazgo en la familia, la escuela o la empresa, la relación entre la persona que dirige y aquellas que son dirigidas se entiende tradicionalmente como una relación sujeto-objeto en la que el niño o el empleado es el objeto. Ahora ya sabemos que las relaciones de sujeto a sujeto1 tienen mejores resultados para todas las personas implicadas, son más constructivas y fecundas y favorecen el sentimiento de grupo. Fomentan el éxito de una relación en el sentido de hacerla más satisfactoria, saludable y productiva.

Claramente, este conocimiento abría las puertas a un nuevo paradigma para el que todavía no existía un nombre. Se trata fundamentalmente de la dignidad, a la que todas las personas tienen el mismo derecho y que resulta determinante para la calidad de una relación. Por eso me decidí por el concepto de dignidad común(Gleichwürdigkeit), tanto entre hombres y mujeres, como entre niños y adultos.2 El liderazgo ideal por parte de los adultos podría describirse como proactivo, empático, flexible, basado en el diálogo y cariñoso.

Ser proactivo significa ser capaz como adulto de actuar conforme a los propios valores y objetivos, en lugar de reaccionar simplemente a lo que el niño dice o hace. La empatía es la capacidad de comprender realmente a otra persona. Ser flexible quiere decir poder y querer tomar en consideración los cambios y las evoluciones que se dan tanto en el niño como en uno mismo –lo contrario a pretender ser siempre consecuente. Ser cariñoso y basarse en el diálogo quiere decir tomar en serio los deseos, las necesidades, los pensamientos, las ideas y los sentimientos del niño, incluso cuando son opuestos a los que uno mismo tiene. Para las personas adultas que guían de esta manera a su familia el aspecto más importante de todos es la autoridad personal. En los próximos párrafos me ocuparé de este concepto.

A grandes rasgos, podemos imaginarnos una familia como un lugar en el que cada uno de sus miembros recibe la mayor cantidad posible de aquello que necesita para tener una vida óptima, y la menor cantidad posible de aquello que no le ayuda a tener una vida mejor. Si se quiere ejercer un liderazgo basado en la dignidad común de todos los miembros de la familia, hay que procurar que exista suficiente equilibrio entre las necesidades del grupo y las necesidades de cada uno de sus miembros. Lógicamente, esto puede aplicarse también a las guarderías infantiles, las escuelas y los clubes de fútbol: como en el caso de la familia, aquí también se trata del equilibrio entre las necesidades individuales y las del grupo.

Redefinir la autoridad personal

Hasta finales de los años sesenta la autoridad de las personas adultas se basaba en la libertad de ejercer un poder casi ilimitado y de abusar de él. Por otra parte, esa libertad estaba íntimamente unida con el correspondiente rol social de madre, padre, profesor, policía u otros. Este tipo de autoridad causaba en los niños más miedo e inseguridad que confianza y respeto. El miedo se sostenía mediante el uso (y abuso) del poder en forma de amenazas, así como de la violencia verbal y física. Otro instrumento de poder consistía en poner condiciones a todas las formas posibles de amor.

Algunos padres y profesores –que los niños describían a menudo como «duros, pero justos»– lograban ganarse el respeto de sus hijos y alumnos, pero la mayor parte de las autoridades eran desconsideradas y ejercían su poder de forma arbitraria y atendiendo exclusivamente a sus propias necesidades. Eso era lo corriente, y no era por falta de amor. Era la manera en que se manifestaba el amor en la mayoría de las familias y el modo de trabajo de los educadores en los centros de enseñanza.

En los años setenta y ochenta tuvieron lugar dos procesos relevantes que cambiaron para siempre las viejas normas y modelos. Uno fue el movimiento antiautoritario, que llevó a las personas adultas a cuestionar también su papel con respecto a los niños. El otro fue la decisión de las mujeres de escapar del rol que tradicionalmente habían tenido y tomar las riendas de su futuro y su felicidad. Ambos movimientos hicieron patente que ya no era posible tolerar sin más y no oponerse al modo en que se usaba y se abusaba del poder, y al modo en que se sometía de forma despiadada a los más débiles.

Cuando un niño llega al mundo, lo hace sin la carga del pasado social y político de sus padres y antepasados, por lo que se encuentra totalmente abierto al futuro y deseoso de ver lo que este le depara. No se cuestiona su existencia ni su derecho a la vida. Los años setenta fueron testigos de un cambio en el trabajo pedagógico con niños en edad escolar y preescolar, y el objetivo de la educación dejó de ser la adaptación para pasar a ser el desarrollo personal