Los hijos del millonario - Aventura de amor en el Caribe - Carole Mortimer - E-Book

Los hijos del millonario - Aventura de amor en el Caribe E-Book

Carole Mortimer

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Beschreibung

Los hijos del millonario Carole Mortimer La noche que Jacob "Sin" Sinclair había compartido con Luccy en su suite terminó de forma inesperada: ¡ella lo dejó de madrugada sin decirle ni una sola palabra! Luccy se había sentido impresionada por el lujoso ático de aquel sofisticado millonario, y aún se ruborizaba al recordar cómo había sucumbido a una noche de placer exquisito. ¡Pero su vergüenza aumentó cuando se enteró de que se había quedado embarazada! Sin estaba decidido a encontrarla. No estaba dispuesto a que el heredero Sinclair, el que recibiría todos sus millones, fuera ilegítimo. Aventura de amor en el Caribe Anne Mather Dominic Montero era terriblemente guapo y resultaba peligroso conocerlo. Cleo lo sabía, pero no podía ignorarlo por completo, ya que él tenía una información que cambiaría su vida definitivamente... Cleo dudaba sobre qué camino tomar, pero finalmente, accedió a seguir a Dominic a su hogar en San Clemente, una paradisíaca isla del Caribe. Pronto, ambos quedaron atrapados en la tupida red de relaciones de la nueva familia de ella…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 429 - junio 2022

 

© 2009 Carole Mortimer

Los hijos del millonario

Título original: Pregnant with the Billionaire’s Baby

 

© 2009 Anne Mather

Aventura de amor en el Caribe

Título original: His Forbidden Passion

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2010

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1105-736-3

Índice

 

Créditos

 

Los hijos del millonario

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

 

Aventura de amor en el Caribe

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Epílogo

 

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

ESTO no es una buena idea, Paul!

Luccy levantó la vista hacia él mientras la inmovilizaba contra la pared. Estaban fuera del restaurante del hotel donde Luccy lo había invitado a cenar, junto con otro ejecutivo de la revista Wow.

Tiempo atrás Luccy habría sido la invitada, pero con esa cena esperaba conseguir trabajo, aunque ya había demasiados buenos fotógrafos ávidos por ser contratados. Ella tenía un prestigioso contrato con PAN Cosmetics, una compañía secundaria de la afamada Sinclair Industries, pero no estaba segura de que se lo renovaran en tres meses, ya que el famoso fotógrafo Roy Bailey había decidido que quería ese puesto. Así que necesitaba el contrato con Wow si no quería limitarse a hacer fotografías de bebés y bodas.

¡Pero no lo necesitaba con tanta desesperación como para tener que acostarse con uno de sus socios ejecutivos!

Paul Bridger se le había insinuado varias veces durante la cena, a pesar de que había mencionado que tenía mujer y dos hijos en casa, en Hampshire. Sin embargo, Luccy creía que había esquivado esas insinuaciones sin herir su orgullo y, tras la cena, los hombres se habían despedido con la promesa de mantenerse en contacto.

Pero Paul había vuelto sobre sus pasos y ahora le estaba haciendo proposiciones deshonestas después de que ella hubiera pagado en el restaurante una factura que apenas podía permitirse.

–Vamos, Luccy –dijo con voz empalagosa mientras se apretaba más contra ella–. Me has estado lanzando señales toda la noche –afirmó, y sonrió con confianza mientras frotaba los muslos contra los de ella.

Luccy sintió asco. ¡Lo que debería hacer era abofetearlo y decirle lo que pensaba de él! Pero lo que tenía que hacer para no provocar una escena en público era poner fin a esa situación de la manera más tranquila y rápida posible.

Dejó escapar una carcajada que esperó que pareciera desenfadada y lo empujó juguetonamente.

–No creo que tu mujer aprobara esto, ¿no te parece?

Paul entornó los ojos.

–Mi mujer no tiene que enterarse… ¿o sí? –añadió con recelo, y le puso las manos en los hombros mientras la empujaba con más firmeza contra la pared.

Luccy se humedeció los labios, que sentía repentinamente secos.

–Eso depende.

–¿De qué? –contestó Paul con un gruñido.

–Perdón… –oyeron que decía una voz junto a ellos.

Luccy se puso roja de vergüenza al darse cuenta de que estaban bloqueando la entrada del restaurante, y otro comensal estaba esperando para salir. Le echó una rápida mirada y de lo primero que fue consciente fue de su altura, ya que el hombre medía más de un metro ochenta y cinco centímetros. Tendría unos treinta y cinco años, el pelo oscuro ligeramente largo, los ojos de un gris plateado y su bronceado y el atractivo acento americano manifestaban que procedía de climas mucho más cálidos que el inglés, que era húmedo y nublado a pesar de ser junio. Su caro traje negro hecho a medida y la camisa blanca de seda resaltaban sus hombros anchos y su pecho musculoso, así como su cintura estrecha, sus potentes muslos y sus largas piernas.

Mientras pasaba junto a ellos les dedicó una mirada que no era precisamente amigable, pero Luccy decidió que se preocuparía más tarde de eso. ¡En ese momento necesitaba que la rescataran!

–¡David! ¡Qué alegría verte! –le dedicó al desconocido una sonrisa brillante y aprovechó la momentánea distracción de Paul para escapar de debajo de su brazo y separarse de él. Rápidamente se agarró al brazo del americano y añadió–: Paul ya se iba, ¿verdad, Paul?

–Yo… –miró con el ceño fruncido al desconocido, que permanecía con una actitud arrogante y desdeñosa–. Sí, ya me iba –dijo, y miró a Luccy con los ojos entornados antes de atravesar a grandes zancadas el vestíbulo y dirigirse a la entrada del hotel.

Luccy sintió las piernas débiles, y durante unos segundos lo único que pudo hacer fue agarrarse con fuerza al brazo del hombre que seguía a su lado.

–¿David? –dijo el desconocido secamente.

–Lo siento mucho –Luccy hizo una mueca de disculpa–. Era un… compañero de trabajo que se ha pasado de la raya –le explicó, aunque dudaba que, después de aquello, pudiera conseguir un trabajo en Wow–. Eh… ¿nos conocemos? –añadió. Por alguna razón, aquel hombre le resultaba familiar.

Pero Sin estaba seguro de no haberla visto antes. De haber sido así, con toda seguridad la habría recordado.

Había estado sentado solo en su mesa en el restaurante cuando la había visto entrar. Le había llamado inmediatamente la atención y la había observado mientras permanecía en la puerta, recorriendo el restaurante con la mirada antes de dirigirse a una mesa ocupada por dos hombres. Él había curvado la boca con desagrado al darse cuenta de que no había sido el único que había seguido con la mirada el contoneo sensual de sus caderas.

Tendría cerca de treinta años y medía alrededor de un metro setenta y cinco centímetros. Su largo cabello negro brillaba con reflejos azulados al caerle por la espalda y tenía los ojos de un profundo color azul. Tenía las pestañas larguísimas, la piel de porcelana, una nariz pequeña y recta y sus labios carnosos eran del mismo rojo vibrante que el vestido que le llegaba a las rodillas. El movimiento de sus caderas había hecho imposible no mirarla, fijándose también en unos pechos erguidos y voluminosos.

Sin no había dejado de mirarla durante toda la cena, mientras ella charlaba animadamente con los dos hombres. Él no solía mirar fijamente a las mujeres que no conocía, pero había algo en ella que lo había atraído desde el principio.

Se encogió de hombros.

–Tal vez me reconozcas del restaurante.

Luccy asintió. Ahora que lo mencionaba, recordó haberlo visto sentado solo en el restaurante al llegar. Con su aspecto, era imposible no haberse fijado en él. Pero, con su futuro en juego, había dejado de pensar en él para centrarse en los dos ejecutivos de Wow.

–Te agradezco mucho tu ayuda –le dijo con una sonrisa.

Él le tomó una mano antes de que pudiera apartarse.

–Estás temblando –dijo, y frunció el ceño.

Era cierto, se dijo ella. ¿Pero era por el comportamiento de Paul o porque era demasiado consciente del hombre que estaba con ella, de su mano firme?

–Es verdad –hizo una mueca–. Pero no me esperaba… eso –añadió, haciendo un gesto hacia donde Paul se había marchado.

El americano le dedicó una mirada burlona.

–Tal vez deberías sentarte un rato. Te ayudaría tomar un brandy.

Luccy estaba empezando a sentirse un poco ridícula; después de todo, Paul sólo había probado suerte. No la habría forzado… ¿o sí?

–Estás disgustada –el americano frunció el ceño al ver que ella sufría otro escalofrío–. Tengo una botella de brandy arriba, en mi suite. Y sólo te estoy ofreciendo un poco de brandy medicinal –añadió secamente al ver su expresión consternada–. Creo que ya has tenido suficientes insinuaciones por una noche.

–¡Oh, lo siento! –exclamó Luccy, dándose cuenta de que estaba reaccionando de forma exagerada. Después de todo, ese hombre podría haber decidido no ayudarla–. Luccy –añadió rápidamente.

–¿Cómo dices?

–Me llamo Luccy.

–Ah. ¿Sólo Luccy?

–Sólo Luccy.

La noche ya había sido suficientemente caótica, así que era mejor no hacer público que la fotógrafa Lucinda Harper-O’Neill, contratada por PAN Cosmetics, se había visto involucrada en una escena desagradable en el prestigioso hotel Harmony.

–Entonces, yo soy sólo Sin.

–Un nombre interesante.

Sin estudió la delicada perfección del perfil de Luccy antes de bajar la mirada discretamente a la turgencia de los senos que asomaban por el escote. El fino tejido le marcaba claramente los pezones, al igual que la curva de la cintura, las caderas y los muslos.

–Y de verdad que agradezco mucho tu ayuda –siguió diciendo ella–, pero no creo que fuera muy sensato ir a tu suite.

¡Al diablo con la sensatez! Ahora que las circunstancias le habían permitido hablar con ella y oír la ronca sensualidad de su voz, Sin quería conocerla mejor. Mucho mejor.

–Podría darte un par de referencias si me esperas un momento…

–¡Estás haciendo que parezca infantil! –protestó Luccy.

Él arqueó sus cejas oscuras.

–Entonces, ¿qué dices? ¿Te vas a arriesgar a venir conmigo?

Luccy pensó en lo mal que había malinterpretado a Paul y en lo ingenua que era respecto a los hombres; tal vez al aceptar la invitación de Sin se estuviera metiendo en la boca del lobo.

Estaba ya muy cerca de los treinta años, pero eso no quería decir que tuviera mucha experiencia con el sexo opuesto. Sólo había habido un hombre en su vida, cuando iba a la universidad, y no había sido una experiencia muy excitante, hasta el punto de que no estaba nada interesada en repetirla.

Pero sólo mirar a Sin le parecía de lo más excitante.

«¡Por el amor de Dios, Luccy!», se dijo. El Harmony era uno de los hoteles más caros y exclusivos de Londres, y Sin era un huésped, no un asesino. Además, sólo le estaba ofreciendo una copa de brandy para que se calmara, no una noche de sexo desenfrenado… y si por casualidad se lo ofreciera, siempre podía decir que no. Al contrario que Paul, Sin no parecía el tipo de hombre que tuviera que forzar a una mujer para acostarse con ella.

–¿Sólo una copa de brandy?

–Sólo –contestó Sin con una sonrisa.

Luccy aún dudaba. Una parte de ella estaba intrigada por Sin, y la otra parte…

–No debes tener miedo, Luccy –afirmó Sin.

Luccy se enfadó consigo misma al darse cuenta de que su expresión había reflejado lo que pensaba.

–Mi precaución no tiene nada que ver con el miedo. Acabo de escapar de una situación desagradable y…

–¿Crees que quiero subirte a mi habitación para seducirte? –la interrumpió.

–¡No, por supuesto que no! –exclamó, y se ruborizó intensamente. ¡Qué manera de tratar al hombre que la había rescatado!–. Es que no tengo costumbre de subir a la habitación de un hombre que acabo de conocer, especialmente teniendo en cuenta las circunstancias en las que nos hemos conocido.

Sin se encogió de hombros.

–Lo único que te estoy proponiendo es una copa de brandy para que te reanimes.

¿Era así? ¿Su invitación era tan inocente?

–Es una suite de hotel, Luccy –añadió con impaciencia–, y tiene su propio salón. La cama no está a la vista.

–De acuerdo, iré.

–Tú primero.

Con un gesto, Sin le indicó que lo precediera hacia los ascensores y, mientras ella lo hacía, observó con detenimiento cómo la seda del vestido se ajustaba a sus pechos y a la curva de sus caderas. Unas sandalias rojas añadían aún más altura a sus largas piernas, pero la razón por la que su belleza era tan asombrosa era que Luccy parecía totalmente ajena a lo sexy y atractiva que era.

Pero Sin sí se daba cuenta, y fue aún más consciente de ello en el ascensor privado, donde las paredes de espejo reflejaban numerosas imágenes de Luccy.

–Vaya, qué bonito –dijo ella unos segundos después, cuando las puertas del ascensor se abrieron directamente al salón de la suite, que era un ático–. ¿Estás seguro de que eres un simple huésped del hotel?

–Completamente.

En realidad, era el propietario del hotel o, mejor dicho, su familia lo era. También poseían otros hoteles exclusivos por todo el mundo, y una cantidad de negocios demasiado grande para enumerarlos.

Pero no tenía ninguna intención de decírselo a Luccy. De hecho, le encantaba haberse presentado únicamente con su nombre de pila. Era muy agradable saber que su encuentro con Luccy no tenía nada más oculto, como le había ocurrido con muchas mujeres a lo largo de los años. Sí, las mujeres se sentían muy atraídas por él, pero en realidad era en su nombre y en su fortuna donde solían poner sus codiciosos ojos.

En los últimos dieciocho años había habido muchas mujeres en su vida, todas ellas hermosas, tentadoras e inteligentes. Pero Luccy era la más tentadora porque, obviamente, no sabía cuál era su verdadera identidad.

Luccy miraba asombrada la lujosa habitación. Estaba segura de que los cuadros eran originales, igual que la decoración de oro de la cornisa y los adornos que había sobre los muebles antiguos. Había dos enormes sofás lujosamente tapizados, y pensó que la alfombra con motivos azules seguramente sería persa.

Una sola noche en esa suite costaría lo que ella ganaba en una semana… o en un mes.

En medio de la habitación opulenta, Sin exudaba un potente magnetismo sexual que hacía que las entrañas de Luccy temblaran. Y cuando cruzó el salón para acercarse a una bandeja con bebidas, la fuerza y elegancia de sus movimientos le hicieron parecer un depredador.

Tal vez subir allí no hubiera sido buena idea, porque a Luccy no se le había ocurrido que tal vez no quisiera decir que no a una noche de sexo desenfrenado.

–¿Y qué estás haciendo en Londres, Sin? –le preguntó para ocultar su nerviosismo mientras él se acercaba con dos copas de brandy.

–Negocios –contestó, tendiéndole una copa.

–¿Sólo negocios?

–Principalmente, sí.

Luccy tomó aire, consciente de que Sin estaba fuera de su alcance.

–¿Y tu mujer ha venido a Inglaterra contigo?

Él sonrió y la blancura de sus dientes contrastó con su piel bronceada.

–Eso ha sido muy ingenioso, Luccy. Pero no te habría invitado a mi suite si mi mujer me estuviera esperando en el dormitorio.

Luccy se sintió todavía más inquieta.

–Entonces, ¿está en casa, en Estados Unidos?

–No estoy casado, Luccy.

–Oh.

Tomó un sorbo de brandy, consciente de que Sin estaba observando cada uno de sus movimientos. Sintió un escalofrío que le recorría la espina dorsal al ser el foco de atención de aquellos intensos ojos de color gris plateado.

Y eso no debería ocurrir, se dijo mientras se acercaba al ventanal para observar las vistas.

–¿Te gustaría salir a la terraza? –le propuso Sin. Tomó la copa de brandy de su mano y la dejó en una mesilla, junto a la suya. Después abrió la puerta de la terraza y salió.

¿Por qué no?, pensó Luccy. El aire fresco de la noche podría hacer desaparecer el calor que sentía bajo la mirada de Sin.

Él, al darse cuenta del ligero escalofrío que la recorrió al salir al exterior, se quitó la chaqueta y se la puso sobre los hombros. Aún conservaba el calor de su cuerpo y olía a un caro aftershave y a algo más que era puramente masculino.

Al verlo sin chaqueta, Luccy pudo apreciar la anchura de sus hombros, su pecho musculoso y el estómago plano que se adivinaba bajo la camisa. El pulso se le aceleró y pensó que estaba siendo peligrosamente consciente de todas esas cosas.

–¡Es una vista increíble! –murmuró mientras miraba los edificios de Londres.

–Increíble –repitió él, pero la estaba mirando a ella.

Sin se quedó ligeramente a la izquierda y detrás de Luccy mientras ella permanecía junto a la barandilla. Desde esa posición disfrutó de cómo la brisa jugueteaba con los mechones de su pelo y de cómo la luz de la luna le daba una belleza etérea.

No sabía nada de esa mujer, pero sabía que la deseaba desde el momento en que la vio aparecer en el restaurante. Quería estar contra ella, sobre ella, dentro de ella, con una fiereza que no recordaba haber sentido nunca con nadie.

–Es una vista increíblemente hermosa –dijo con voz ronca. Sólo era consciente de la mujer delicada y bella que estaba delante de él.

Luccy se volvió ligeramente.

–No sabía que los hoteles de Londres tuvieran suites como ésta.

–Tal vez no las tengan –los dientes de Sin brillaron en la noche mientras sonreía–. Esta suite pertenece al propietario del hotel.

Luccy abrió mucho sus increíbles ojos azules.

–¿Entonces, lo conoces?

–Un poco.

–Lo suficiente como para usar su suite.

–Lo suficiente.

Luccy se sintió todavía más incómoda. Evidentemente, Sin era tremendamente rico; si no, no tendría amistad con el propietario del Harmony.

–Debe de estar bien tener unos amigos tan influyentes –comentó.

–Tiene sus momentos –contestó él encogiéndose de hombros.

¡Seguro que sí!, pensó Luccy.

–Tal vez deberíamos entrar –sugirió al darse cuenta de lo cerca que Sin estaba de ella y de lo acelerado que tenía el pulso.

No sabía si era por el vino que había tomado en la cena o porque siete años era demasiado tiempo sin tener relaciones sexuales, pero se sentía intensamente atraída por Sin. Y, lo que era peor, podía ver en su mirada que él era consciente de esa atracción.

–¿Ya te sientes mejor? –murmuró Sin.

–Un poco, gracias.

Sin se quedó muy quieto contemplando los carnosos labios de Luccy. Después de la incomodidad anterior, ¿saldría ella corriendo si intentaba besarla? Tenía que descubrir si esos labios perfectos sabían tan bien como parecía.

Acortó la distancia que los separaba y la miró a la luz de la luna.

–¿Puedo…? –preguntó con voz ronca. Mantuvo su mirada durante algunos segundos y después inclinó la cabeza para capturarle los labios con los suyos.

Luccy tenía los labios cálidos y sedosos y sabía a miel. La chaqueta cayó al suelo y Sin profundizó el beso.

¡Sabía mucho mejor de lo que parecía!

Luccy tomó aire cuando Sin finalmente se apartó ligeramente. Tembló como reacción a los labios de él, que ahora le recorrían la mejilla y la mandíbula, en dirección a la garganta. Sin le mordisqueó suavemente el lóbulo de la oreja, proporcionándole un placer tan exquisito que rayaba el dolor.

De repente Luccy sintió los pezones tremendamente sensibles, y los muslos envueltos en un calor que la tomó por sorpresa. Tanto, que supo instintivamente que tenía que ponerle fin a esa situación. Pronto.

Se retorció ligeramente para apartarse de él y le puso las manos en el pecho.

–Se suponía que esto no tenía que pasar –dijo con incomodidad.

Él la miró burlonamente.

–¿Sientes que haya ocurrido?

No, Luccy no lo sentía. Eso no era suficiente para describir las sensaciones que Sin le provocaba. A decir verdad, nunca había sentido un deseo tan abrumador que le hiciera querer perderse en el momento y olvidar incluso quién era para sólo disfrutar de lo que se le ofrecía.

–Tal vez deberíamos volver dentro. Me terminaré el brandy y me iré –sugirió. El corazón le latía tan fuerte que estaba segura de que Sin también lo oía.

Él la miró inquisitivamente. El deseo que había sentido por ella antes había sido instantáneo, inmediato pero, ahora que la había besado, su cuerpo pedía mucho más. Y estaba convencido de que, por la respuesta que ella había tenido a su beso, Luccy sentía la misma necesidad.

–¿Podemos volver a entrar? –insistió, al ver que Sin permanecía en silencio–. Aquí fuera hace un poco de frío, ¿no te parece?

Sin la estudió durante algunos segundos, consciente de que la sonrisa de ella era forzada y de que ya no lo miraba a los ojos. No era sorprendente, teniendo en cuenta que esa noche Luccy ya había tenido que rechazar las atenciones de un hombre. Pero, por otra parte, Sin no veía ninguna razón por la que no debiera invitarla a cenar al día siguiente.

–¿Sin? –dijo ella.

–Claro que podemos entrar, si es lo que quieres.

–Lo es.

–¿Estás bien? –le preguntó, al ver que su sonrisa era, definitivamente, tensa.

–Sí –dijo ella.

Sin se agachó para recoger la chaqueta antes de seguirla al interior, sabiendo que, antes de que Luccy se fuera, tendría que esforzarse al máximo para convencerla de que se vieran de nuevo.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

SIN rellenó las copas de brandy y dejó una de ellas en la mesilla, frente al sofá donde ella se había sentado. Prefirió no sentarse él también, ya que no podía pensar con claridad cuando estaba cerca de Luccy.

–¿Por qué no te relajas y me cuentas algo de ti? –le propuso.

Ella lo miró con cautela.

–En realidad, no hay nada interesante que contar –respondió.

Sin torció la boca en una mueca.

–Lo dudo –la contradijo.

Ella se enderezó y Sin vio cómo sus pechos se erguían al levantar una mano y pasar su sedoso pelo negro por encima de un hombro. No pudo evitar fijarse en la piel desnuda de su cuello y en la suave curva de los pechos.

–Tú primero –propuso ella.

–Al igual que tú, no hay nada interesante que contar –contestó Sin encogiéndose de hombros.

–Y yo, al igual que tú, lo dudo.

Sin sonrió con apreciación al darse cuenta de cómo Luccy había vuelto la conversación hacia él.

–Evidentemente, soy americano, como mis padres y mis abuelos.

Ella asintió.

–¿Eres hijo único o tienes hermanos?

–Hijo único. Y nieto único –añadió mientras se sentaba a su lado en el sofá, a pesar de que antes había decidido no hacerlo.

Se inclinó hacia ella y tomó un mechón de su cabello negro, sintiendo su tacto suave mientras se lo enrollaba en un dedo. Pudo oler su perfume embriagador y sus sentidos se despertaron todavía más. Sabía que debía haber permanecido lejos de ella después del beso, pero no había podido evitarlo.

–¿Qué te ha traído a Londres, Luccy? –preguntó en un intento de dejar atrás los pensamientos ardientes.

–Los negocios, como a ti.

–¿Y a qué te dedicas?

Ella dudó antes de responder. Estaba claro que Sin no le iba a contar mucho de él. A pesar de la atracción que había entre ellos, evidentemente no estaba interesado en tener una relación con ella, así que sería mejor limitar la información.

–Yo… ¿por qué no lo adivinas? –sugirió.

Él sonrió con sorna.

–No se me dan bien las adivinanzas.

–Oh, vamos. Puede ser divertido.

–Muy bien –no pudo resistirse antes su expresión traviesa–. ¿Eres modelo, tal vez?

Ella se rió suavemente.

–¿Las modelos no tienen que ser altas y esbeltas?

Tal vez no fuera lo suficientemente alta para ser modelo, pensó Sin, pero era lo suficiente hermosa para serlo.

–Entonces, ¿no eres modelo? –preguntó, recostándose en el sofá.

–No –respondió con una sonrisa.

Sin sacudió la cabeza.

–No sé por qué, pero no te imagino en una oficina.

Luccy frunció el ceño.

–¿Por qué no?

–Si yo tuviera una secretaria como tú, nunca trabajaría.

–¿No eres un poco machista al suponer que una mujer tiene que ser secretaria si trabaja en una oficina? –lo provocó.

–Hmm, tienes razón.

Luccy empezó a sentirse menos tensa al darse cuenta de que estaba disfrutando de la conversación.

Sin se encogió de hombros y lo volvió a intentar.

–De acuerdo, trabajas en una oficina…

–En realidad, no.

–¿Siempre es tan difícil conseguir una respuesta directa de ti?

No, no lo era, pensó Luccy, pero se resistía a contar cosas de ella misma. Volvió a pensar en que a la dirección de PAN Cosmetics no le gustaría saber que su incidente con Paul Bridger se había hecho público. Jacob Sinclair, el propietario de Sinclair Industries, era muy estricto en su política de mala publicidad, hasta el punto de que incluía una cláusula al respecto en los contratos de sus empleados, incluyendo el que ella había firmado con PAN Cosmetics el año anterior.

–¿Por qué estás tan interesado? –dijo frunciendo el ceño.

–Porque me interesa todo lo relacionado contigo –respondió despacio y con voz ronca.

Luccy sintió que se ruborizaba al darse cuenta de que Sin no sólo quería saber cosas sobre ella… ¡la quería a ella!

Tragó saliva con esfuerzo.

–Soy recepcionista de un fotógrafo.

Y no era mentira del todo, ya que hacía de su propia recepcionista cuando Cathy salía a comer o estaba enferma.

Él enarcó las cejas.

–¿Alguien a quien yo conozca?

–Lo dudo –respondió ella.

–Y el tipo de antes…

–¿Paul?

Sin asintió.

–Dijiste que era un compañero de trabajo.

Cierto, lo había dicho. ¡Cómo se podían complicar las cosas cuando se exageraba un poquito la verdad!

–En realidad, es un posible cliente. Mi jefe está fuera de la ciudad, así que me ha tocado a mí entretenerlo y llevarlo a cenar esta noche –añadió de manera poco convincente.

–¿Y tienes marido, y niños tal vez, esperándote en casa?

Sin estaba empezando a pensar que su renuencia a decirle su nombre completo y a hablar de sí misma encajaba perfectamente con la situación de una mujer casada.

Ella se rió, curvando de manera deliciosa esa boca tentadora.

–No hay ningún marido, ni tampoco niños –le aseguró.

–Y Luccy es un diminutivo de…

Sin miró rápidamente su mano izquierda y no vio ningún anillo, ni tampoco la marca blanca que habría dejado uno.

–De nada –mintió, y sacudió la cabeza–. Y como, evidentemente, no nos volveremos a ver después de esta noche, todas estas preguntas no tienen ningún sentido, ni tampoco las respuestas, ¿no crees?

No era necesario que Sin supiera que su nombre completo era Lucinda Harper-O’Neill ni que era fotógrafa, sobre todo de publicidad, con su propio estudio y un apartamento en el mismo Londres.

–Eso aún no lo podemos saber.

Luccy lo miró sorprendida.

–¿El qué no podemos saber?

–Si vamos a volvernos a ver o no. ¿Por qué no íbamos a hacerlo? Yo vengo a Londres con frecuencia y…

–¡Y yo no estoy dispuesta a convertirme en «tu chica de Londres»! –exclamó Luccy–. Mira –dejó su copa en la mesilla, liberando el mechón de pelo de sus dedos mientras lo hacía–, te estoy muy agradecida por haberme ayudado antes, pero no lo suficiente como para acostarme contigo.

Él le dedicó una mirada ligeramente burlona.

–Pero no estamos en la cama.

–Ni lo vamos a estar –le dijo Luccy con firmeza.

–Tal vez no esta noche…

–Ni nunca.

–¿Cómo puedes estar tan segura de eso?

No podía, ¡ése era el problema! A cada segundo que pasaba era más consciente de su presencia.

–Sin…

–Luccy… –dijo con suavidad mientras se acercaba a ella, de manera que sus muslos se tocaron. Pasó un brazo por detrás de ella, a lo largo del respaldo del sofá, y la miró intensamente.

Luccy se puso muy nerviosa al sentirlo tan cerca. Estaba completamente abrumada por su magnetismo físico y por el calor del deseo que ardía en esos ojos de color gris plateado.

Se quedó sin respiración cuando él elevó una mano y le tomó la barbilla, mirándola una vez más mientras le daba la última oportunidad de decirle que no.

Pero Luccy sabía que no podría rechazarlo. De hecho, tenía la sensación de que, todo desde que lo había visto por primera vez, los había estado llevando a la situación en la que se encontraban.

–Soy consciente de lo disgustada que estabas antes, así que no haremos nada que tú no quieras, ¿de acuerdo? –le aseguró mientras ella lo observaba fascinada.

Se humedeció los labios antes de contestar:

–De acuerdo.

Tomó aire entrecortadamente, sin ningún deseo de resistirse mientras Sin inclinaba la cabeza hacia ella. Sus labios le reclamaron la boca con tanta suavidad que Luccy casi sintió dolor. Después del beso que habían compartido en la terraza, sabía que sería así si Sin la volvía a tocar.

Gimió mientras su cuerpo se curvaba hacia él, incapaz de hacer otra cosa que no fuera responder al calor de Sin. Lo sintió a través de su camisa cuando levantó las manos para agarrarse a sus hombros y su propio cuerpo reaccionó a ese calor, empezando por los sensibles pezones.

No podía pensar en otra cosa al sentir la boca de Sin reclamando la suya, al sentir su lengua tanteándola, acariciándola, antes de hundirse profundamente en su interior, haciéndole sentir una vorágine de sensaciones y deseos.

Luccy se separó ligeramente de su boca y gimió al sentir una mano de él sobre uno de sus pechos desnudos. No tenía ni idea de cuándo Sin le había bajado la cremallera del vestido, pero no le importó, porque lo único que quería era sentir sus caricias.

–Puedes pararme cuando quieras –le recordó él con voz ronca.

Luccy no pudo responder. Sabía que debía tomarle la palabra y hacer que se detuviera, pero su cuerpo parecía tener otras ideas. No podía pensar en nada coherente, sólo sentir la hábil mano de Sin. Casi se volvió loca cuando él inclinó la cabeza y tomó con la boca el otro pezón.

Se dejó caer contra los cojines del sofá con el cuerpo en llamas. Sentía un deseo doloroso entre los muslos mientras Sin seguía haciéndola arder de placer.

Él tenía una mirada caliente y hambrienta cuando levantó la cabeza para observarla. Se deleitó mirando sus pezones, duros y rosados, y la belleza de su rostro durante unos segundos. Después volvió a pasar el pulgar por uno de los pezones e inclinó de nuevo la cabeza para besarla. Inmediatamente sintió que Luccy movía las caderas nerviosamente debajo de él, reflejando el deseo que sentía.

Bajó la mano hasta una de sus rodillas y descubrió que su piel era suave como el terciopelo. Le acarició el muslo antes de deslizar la mano bajo el vestido hasta llegar a una cadera y a su estómago plano. Luccy llevaba un diminuto tanga de encaje y sus rizos ya estaban húmedos por el deseo cuando Sin la acarició antes de sentir su calidez por debajo del tejido.

Luccy gritó al sentir la caricia de Sin, completamente excitada. Su cuerpo parecía derretirse mientras él la acariciaba con los dedos, moviéndolos rítmicamente. Los labios de Sin le abandonaron el pezón para volver a su boca, donde la lengua comenzó a imitar el ritmo de los dedos.

Parecía como si Sin estuviera en todas partes a la vez: sobre ella, junto a ella, dentro de ella.

Luccy lo quería aún más dentro, deseaba que la poseyera mientras notaba cómo sus dedos la acariciaban, pero no la penetraban. Se retorció y elevó las caderas para permitir que le quitara el tanga, deseando silenciosamente que satisficiera su deseo. Gritó de placer cuando finalmente Sin le dio lo que quería y abrió mucho los ojos al sentir que la intensidad del placer aumentaba hasta cotas insospechadas. Cielo santo, iba a…

Gimió y le abrió la camisa de un tirón antes de hundir los dedos en sus hombros desnudos mientras el placer la consumía y la llenaba. La boca hambrienta de él aún cubría la suya cuando empezó a convulsionarse contra sus dedos. Lo único que importaba en ese momento era que no quería que se detuviera, necesitaba que ese placer no acabara nunca.

Sin deslizó los labios hacia abajo para darle más placer y lamer uno de sus pezones. Sintió que ella arqueaba la espalda mientras se perdía totalmente en la oleada de sensaciones.

Levantó la cabeza para mirarla. Tenía los pechos hinchados y los pezones rosados totalmente erguidos gracias a las atenciones que les había prodigado con la lengua y la boca. Luccy gimió cuando él le separó suavemente las piernas. Instantes después él bajó la cabeza y le lamió el sexo mientras sus gemidos se transformaban en gritos.

Incapaz de contenerse más tiempo, Sin se separó ligeramente de ella y se quitó con rapidez los pantalones y los calzoncillos. Tenía que hundirse en Luccy ya.

Ella soltó un sonido de protesta al sentir que su boca la abandonaba, pero enseguida gimió cuando sintió el miembro de Sin, firme y duro, contra ella, penetrándola poco a poco.

Era grande y duro a la vez que suave. Sin le pasó las manos por debajo para agarrarle el trasero mientras entraba y salía de ella. Luccy cerraba los ojos, abrumada de placer, en cada embestida, y pronto los movimientos se hicieron más rápidos y sintió que Sin se tensaba, se endurecía y se hinchaba dentro de ella antes de alcanzar un delicioso orgasmo juntos.

Luccy tomó lentamente conciencia de quién era, dónde estaba y con quién. Nunca antes había experimentado algo tan salvaje y maravilloso, y su cuerpo aún temblaba por cada caricia memorable y placentera que había recibido.

Era Lucinda Harper-O’Neill, fotógrafa de PAN Cosmetics, y yacía medio desnuda en un sofá de una suite de hotel con el cuerpo entrelazado con el de un hombre llamado Sin…

¿Cómo había ocurrido?

Había pasado los últimos siete años sin siquiera pensar en tener una relación con alguien porque estaba demasiado ocupada construyéndose un futuro como fotógrafa. ¿Qué tenía Sin que había cambiado aquello? ¿Por qué él?

–Los reproches en una situación como ésta no suelen ser constructivos –dijo Sin con calma al sentir la tensión de Luccy. Le dio algunos segundos para que asimilara las palabras antes de levantar la cabeza para mirarla.

Estaba aún más hermosa con esa mirada desconcertada, los labios hinchados por la intensidad de los besos que habían compartido y el rubor que le cubría las mejillas.

Sin también se sentía desconcertado por la manera tan salvaje en la que habían hecho el amor. No recordaba haberse sentido tan excitado por una mujer, hasta el punto de que prácticamente se había arrancado la ropa por la necesidad de unirse a ella.

De hecho, aún llevaba puesta la mayor parte de la ropa, igual que ella.

Le sonrió mientras levantaba una mano para acariciarle ligeramente la mejilla ruborizada.

–¿Qué tal si terminamos de desnudarnos, nos damos una ducha y dejamos la conversación para más tarde? –sugirió con voz suave.

Luccy no quería hablar con él. No quería tener nada con él y estaba mortificada por haber permitido que ocurriera aquello. No era el tipo de mujer que tenía aventuras de una noche… o, al menos, no solía serlo, así que se dijo que tenía que salir de aquella situación rápidamente y con algo de dignidad.

Mantuvo la mirada en el pecho musculoso de Sin y recordó avergonzada que minutos antes prácticamente le había roto la camisa. Se humedeció los labios y dijo:

–No creo que sea necesario alargar este encuentro.

–Como quieras –contestó Sin acariciándole la sien–. Pero tal vez podríamos reconsiderar la decisión de no ser «mi chica de Londres».

Ella abrió mucho los ojos por la sorpresa. ¿Sin quería verla de nuevo? ¿No había sido simplemente una aventura para él?

Tragó saliva con dificultad.

–¿Podría darme una ducha antes, sola, y pensármelo?

Él frunció el ceño.

–¿No quieres que nos volvamos a ver?

Lo único que Luccy quería en ese momento era estar a solas unos minutos. No podía pensar si Sin estaba cerca de ella.

–Me gustaría ducharme primero –insistió.

–¿Pero no conmigo? –preguntó él con un tono de decepción en la voz.

Ella evitó su mirada.

–Si no te importa, siempre he preferido ducharme sola.

Sí que le importaba, porque no podía imaginar nada más placentero que enjabonarle todo el cuerpo a Luccy antes de volver a hacerle el amor bajo el agua caliente. Tampoco le hacía muy feliz que estuviera considerando la idea de no verlo de nuevo.

Lo que acababan de compartir había sido extraordinario, sorprendente, pero entendía que podía haber sido repentino para Luccy. Para él también lo había sido, a decir verdad, pero no lo consideraba una aventura de una noche. Tenía la intención de ver a Luccy siempre que estuviera en Londres, y sería con frecuencia.

Pero seguramente Luccy se sentiría más cómoda cuando se hubieran duchado y estuvieran metidos en la cama, y tenían el resto de la noche para disfrutar el uno del otro. Y el día siguiente, si él conseguía reorganizar sus reuniones. Tal vez las cancelara indefinidamente. Luccy era lo que le interesaba en ese momento y quería saberlo todo de ella.

–De acuerdo. Abriré una botella de champán y la llevaré al dormitorio mientras te duchas. Después yo también me daré una ducha rápida antes de encontrarme contigo.

«No tan rápido», pensó Luccy, porque tenía intención de marcharse de la suite cuando Sin estuviera en el baño. Y de no volver a verlo.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

UN MOMENTO, por favor –dijo una voz desde la habitación contigua cuando Sin entró en la recepción.

Estaría en el estudio fotográfico, pensó mientras recorría la sala con los ojos entornados. El mobiliario era ultramoderno, blanco y negro, y las paredes blancas lucían fotografías enmarcadas también en blanco y negro. Eran excelentes, como había esperado.

Ya sabía que Lucinda Harper-O’Neill sobresalía en todo lo que hacía, incluida su carrera de fotógrafa.

–Siento mucho hacerle esperar –dijo la voz de nuevo. ¿La voz de Lucinda?–. La recepcionista ha salido a comer…

La voz se convirtió en un grito ahogado cuando Lucinda Harper-O’Neill apareció en la entrada de la recepción. Palideció intensamente cuando Sin la miró con frialdad.

No iba de rojo, como tres noches atrás, sino que llevaba una blusa de seda azul, del mismo azul profundo que sus ojos, y unos vaqueros de color azul pálido que se ajustaban perfectamente a sus caderas y a sus larguísimas piernas. Tampoco llevaba suelto el cabello negro, sino recogido en un estiloso moño que dejaba al descubierto parte de la frente. Estaba discretamente maquillada.

Luccy lo miró aterrada. Sin permanecía al otro lado de la recepción y la observaba de manera fría e implacable con sus ojos de color gris plateado. Su silencio parecía contener una amenaza, e incluso el traje gris oscuro que llevaba con una camisa blanca y una corbata plateada ayudaba a crear la imagen de un depredador acechando a su presa.

¿Qué demonios estaba haciendo allí? ¿Por qué la había buscado? ¿Acaso el hecho de que ella se hubiera marchado repentinamente de la suite no había sido un claro indicador de que no quería verlo de nuevo?

–Lucinda Harper-O’Neill, supongo –dijo burlonamente.

Luccy entornó los ojos. Evidentemente, era Lucinda Harper-O’Neill; la cuestión era: ¿cómo lo sabía él?

Hizo un gesto desdeñoso con los hombros mientras caminaba hasta el mostrador de recepción. Se sentó tras el escritorio, decidida a no dejarse apabullar.

–¿Qué puedo hacer por ti, Sin?

Él le dedicó una fría sonrisa.

–Por lo que recuerdo, Luccy, ya has hecho muchas cosas por mí.

Ella se ruborizó por el enfado y por la vergüenza y los ojos le brillaron cuando lo miró.

¡Qué típico de un hombre referirse de manera tan descarada a lo que había ocurrido entre ellos tres noches atrás! Aunque, a decir verdad, era un recuerdo que no había podido olvidar, a pesar de haberlo intentado. Se reprochaba cada vez que pensaba en la intimidad física que había compartido con Sin. ¡Probablemente Sin conociera su cuerpo más íntimamente que ella!

–Muy gracioso –dijo con tono mordaz–. Pensé que ya habrías regresado a Estados Unidos.

–Surgió algo.

–Aunque es muy agradable verte de nuevo, Sin –mintió–, hoy estoy muy ocupada. Así que, si no vas a decirme nada más, tengo que continuar trabajando –dijo, y lo miró desafiante.

Era una mujer dura, reconoció él, pero, desafortunadamente para ella, no pensaba marcharse sin haber conseguido algunas respuestas. En los últimos días prácticamente no había pensado en otra cosa que no fuera encontrarla y hablar con ella.

A sus treinta y cinco años, Sin había conocido a muchas mujeres y se había acostado también con muchas, pero ninguna le había hecho perder el control como Luccy. Y ninguna le había hecho enfadar tanto como ella al desaparecer de aquel modo.

A la mañana siguiente había hecho algunas averiguaciones y sabía que la mesa del restaurante la había reservado la compañía Harper-O’Neill Ltd., y que la representante de esa compañía se había encontrado con dos ejecutivos de la revista Wow.

Después de eso no había sido difícil averiguar que la fotógrafa Lucinda Harper-O’Neill se había representado a sí misma, demostrando que Luccy le había mentido al decirle que trabajaba para un fotógrafo… ¡ella era la fotógrafa!

Sin también había tenido una conversación muy interesante con Paul Bridger aquella misma mañana, antes de ir al estudio de Luccy. Después de hablar con él empezó a preguntarse cuándo Luccy se habría dado cuenta de que él le resultaba familiar, si habría sido antes o después de que la encontrara con Paul. Y decidió que había sido antes. Mucho antes.

De ninguna manera pensaba volver a Nueva York hasta que hubiera visto a Lucinda Harper-O’Neill.

Se acercó con calma al escritorio y se sentó en la silla que había frente a ella antes de mirarla fríamente.

–Entonces, termina tu trabajo. No tengo prisa.

Luccy se sintió frustrada al verlo tan relajado. Ahora estaba más tensa que cuando había salido del estudio y lo había visto allí.

–Ya te lo he dicho, estoy ocupada.

–Esperaré a que termines –insistió sin alterar la voz.

De ninguna manera podría concentrarse en el trabajo sabiendo que Sin estaría allí, esperándola.

–¿Qué quieres de mí, Sin? –preguntó con impaciencia–. ¿El hecho de que te dejara aquella noche no te dice que no tengo interés en mantener una relación contigo?

No se le había ocurrido que Sin quisiera encontrarla. ¿Para qué? Tenía que darse cuenta de que ella pensaba que lo que había ocurrido entre ellos era un error que no quería repetir.

Se recostó en la silla y siguió mirándola con ojos entornados.

–Me dice que quieres terminar conmigo… por el momento.

A Luccy no le gustaba el tono ofensivo de su voz.

–No sé de qué estás hablando –dijo mientras se levantaba para mirarlo desde arriba. Estaba demasiado alterada para quedarse sentada–. Ahora, es hora de que se vaya, señor…