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En Los Seis Napoles el inspector Lestrade de Scotland Yard le trae a Holmes un misterioso problema sobre un hombre que destroza los bustos de yeso de Napoleón.
Uno fue destrozado en la tienda de Morse Hudson, y otros dos, vendidos por Hudson al Dr. Barnicot, fueron destrozados después de que la casa del médico y la sucursal habían sido robadas. Nada más fue tomado. En el primer caso, el busto fue llevado afuera antes de ser roto.
En La Corona De Berilos un banquero, el Sr. Alexander Holder de Streatham, otorga un préstamo de £ 50.000 a un cliente socialmente destacado, que deja una de las posesiones públicas más valiosas que existen, como garantía.
Holder siente que no debe dejar esta joya rara y preciosa en su caja fuerte personal en el banco, por lo que se la lleva a su casa para guardarla allí. Se despierta en la noche por un ruido, entra a su camerino y se horroriza al ver a su hijo Arthur con la corona en sus manos, aparentemente tratando de doblarla.
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Arthur Conan Doyle
LOS SEIS NAPOLES Y LA CORONA DE BERILOS
Traducido por Carola Tognetti
ISBN 978-88-3295-798-3
Greenbookseditore
Edición digital
Octubre 2020
www.greenbooks-editore.com
LOS SEIS NAPOLES
LA CORONA DE BERILOS
La Aventura de los seis Napoleones
No tenía nada de raro que el señor Lestrade, de Scotland Yard, pasara a visitarnos por las tardes, y sus visitas eran muy bien acogidas por Sherlock Holmes, porque le permitían mantenerse al día de lo que sucedía
en la dirección de la policía. A cambio de las noticias que Lestrade traía, Holmes se mostraba siempre dispuesto a escuchar con atención los detalles del caso en el que estuviera trabajando el inspector, y de cuando en cuando, sin intervenir de manera activa, le proporcionaba algún consejo o sugerencia, sacados de su vasto arsenal de conocimientos y experiencia.
Aquella tarde en concreto, Lestrade había estado hablando del tiempo y de los periódicos, y después se había quedado callado, chupando pensativo su cigarro. Sherlock Holmes le miró -con interés.
-¿Tiene algo especial entre manos? -preguntó.
-Oh, no, señor Holmes, nada de particular.
-Está bien, cuéntemelo todo. Lestrade se echó a reír.
-De acuerdo, señor Holmes, no puedo negar que hay algo que me tiene preocupado. Y sin embargo, se trata de un asunto tan absurdo que no me decidía a molestarle con ello. Por otra parte, si bien es un asunto trivial, no cabe duda de que es raro, y ya sé que a usted le gusta todo lo que se sale de lo corriente. Aunque, en mi opinión_, cae más en el campo del doctor Watson que en el suyo.
-¿Una enfermedad? -pregunté yo.
-Locura, más bien. Y una locura bastante extraña. ¿Se imaginan que exista a estas alturas una persona que sienta tanto odio por Napoleón que se dedique a romper todas las imágenes suyas que encuentra? Holmes volvió a recostarse en su asiento.
-No es asunto para mí --dijo.
-Exacto. Eso decía yo. Sin embargo, cuando este hombre asalta casas para poder romper imágenes
que no le pertenecen, la cosa escapa de la jurisdicción del médico para entrar en la del policía. Holmes se enderezó de nuevo.
-¡Asaltos! Eso es más interesante. Cuénteme los detalles. Lestrade sacó su cuaderno de notas reglamentario y refrescó la memoria consultando sus
páginas.
-El primer caso denunciado tuvo lugar hace cuatro días - dijo-. Ocurrió en la tienda de Morse Hudson, un establecimiento de Kennington Road dedicado a la venta de cuadros y esculturas. El dependiente había pasado un momento a la trastienda cuando oyó un ruido de rotura. Acudió corriendo y encontró, hecho pedazos en el suelo, un busto de escayola de Napoleón que había estado expuesto en el mostrador junto con otras obras de arte.
Salió corriendo a la calle, pero, a pesar de que varios transeúntes declararon haber visto a un hombre salir con prisas de la tienda, no pudo localizarlo ni identificarlo. Parecía uno de esos actos de vandalismo gratuito que ocurren de cuando en cuando, y así lo hizo constar el policía de servicio en su informe. La escayola no valía más que unos chelines, y la cosa parecía demasiado infantil como para investigarla. »Sin embargo, el segundo caso fue más grave, y también más extraño. Ocurrió anoche mismo. »En la misma Kennington Road, a unos cientos de metros de la tienda de Morse Hudson, vive un médico muy conocido, el doctor Barnicot, que tiene una de las clientelas más numerosas al sur del Támesis. Su residencia y consultorio principal están en Kennington Road, pero tiene también un quirófano y dispensario en Lower Brixton Road, a dos millas de distancia. Resulta que este doctor Barnicot es un ferviente admirador de Napoleón, y tiene la casa llena de libros, retratos y reliquias del emperador. Hace poco tiempo, compró a Morse Hudson dos reproducciones en escayola de la famosa cabeza de Napoleón esculpida por el francés Devine. Colocó una en el vestíbulo de su casa de Kennington Road y la otra en la repisa de la chimenea del quirófano de Lower Brixton. Pues bien, cuando el doctor Barnicot se levantó esta mañana se quedó estupefacto al descubrir que su casa había sido asaltada por la noche, pero que no se habían llevado nada más que la cabeza de
Napoleón del recibidor. La habían sacado al jardín y la habían estrellado contra la pared, al pie de la cual encontramos sus fragmentos. Holmes se frotó las manos.
-Esto sí que es una novedad -dijo.