Manifiesto por una ciencia slow - Isabelle Stengers - E-Book

Manifiesto por una ciencia slow E-Book

Isabelle Stengers

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Beschreibung

Ha llegado el momento de ralentizar el frenético ritmo de producción científica. En 2011, la Universidad Católica de Lovaina despidió brutalmente a la investigadora Barbara Van Dyck por haber participado en una acción de «descontaminación» de un campo de patatas genéticamente modificadas. El despido tuvo repercusiones mediáticas y académicas notables, dando visibilidad a las reivindicaciones de la llamada «slow science». Isabelle Stengers parte del «caso Van Dyck» para articular su alegato por una ciencia «slow». Desde el «slow food» hasta el «slow living», los movimientos «slow» denuncian el costo de «ganar tiempo» y abogan por un modelo alternativo de «desaceleración». En el ámbito académico, ésta choca con los intereses de las actuales relaciones de las universidades con sus socios industriales, que no sólo tienen prisa por conseguir resultados, sino que, además, tal y como denuncia Stengers en el caso de las patatas transgénicas, hacen sucumbir a las primeras a los fines promocionales de sus patrocinadores. Un manifiesto breve y contundente que se sitúa en el pleno de un debate más necesario que nunca: la desaceleración de las ciencias y de sus implicaciones. ¡Es hora de que los científicos tomen su tiempo!

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Título original en francés:«Plaidoyer pour une science “slow”», dans Une autre science est possible!© Editions La Découverte, Paris, 2013

© Isabelle Stengers, 2022

© De la traducción: Víctor Goldstein

Cubierta: Juan Pablo Venditti

Primera edición, 2022

Derechos reservados para todas las ediciones en castellano

© Ned ediciones, 2022

Preimpresión: Fotocomposición gama, sl

ISBN: 978-84-18273-87-2

La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los titulares del copyright está prohibida bajo el amparo de la legislación vigente.

Ned Edicioneswww.nedediciones.com

ÍNDICE

Prólogo

Una investigadora despedida

La tarea de las universidades

La invención de una ciencia rápida

Desacelerar

PRÓLOGO

El orgulloso blasón de la Universidad Libre de Bruselas1 donde enseño muestra un ángel que derriba a un dragón con la divisa «Scientia vincere tenebras». Noble divisa, por cierto, pero terriblemente exigente porque requiere, o debería requerir, que incesantemente aquellos que la proclaman formulen la pregunta de lo que significan aquí, en esta época, tanto «la ciencia» como «las tinieblas». Y también formulen la pregunta de lo que significa «vencer».

El ángel está armado de una lanza y tiene una coraza. Ninguna relación ambivalente, aquí, ningún reparto de lo sensible, nada en común entre el arma pura, abstracta, y el cuerpo torcido de la bestia que va a atravesar. Precisamente por eso, por otra parte, en mi universidad, se «quiere» tanto a los creacionistas, perfecta figuración del enemigo con el cual no se puede encarar ningún compromiso. Y la idea de que, en nuestros colegios, incluso entre nuestros estudiantes, algunos puedan tomar el partido de ese enemigo, abiertamente —¡qué placer hacer balbucear a un docente!— o secretamente —respondiendo a la perfección a los ejercicios obligados que prueban «que se ha comprendido»—, hacer temblar de horror excitado a aquellos que encuentran en esto una nueva juventud. La lucha no ha terminado, ¡seguimos siendo los heraldos de la Luz! ¡Tolerancia cero! ¡El relativismo no pasará!

Pero la doble definición de la «luz» y de las «tinieblas» es una cuestión con una larga temporalidad (tan larga como la acusación de los sofistas en nombre de lo que se bautizó entonces «razón»). Y la risa burlona de la actualidad bien podría transformar la movilización milenaria de la razón contra los partidarios de la oscuridad en espectáculo para bobos, mientras que el ángel glorioso se preocupa en adelante de mejorar su índice h, de dirigir sus investigaciones hacia temas susceptibles de publicación en revistas de primera categoría, o de interesar al «asociado» industrial en adelante requerido para una investigación de excelencia, que conduzca a un desarrollo «sustentable», ciertamente, pero sobre todo competitivo.

Los relojes no se detienen: esa inolvidable fórmula del socialista Pascal Lamy, entonces Comisario europeo para el comercio, convertido luego, justa recompensa, en director general de la OMC, parece definir nuestra situación. Todos saben que las herramientas del neo management utilizadas para evaluar la excelencia del ángel están consagradas a redefinir lo que importa como conocimiento, pero la mayoría hace como si, de un modo u otro, no se tratara más que de adaptarse a nuevas coerciones. Y en este caso, el papel de Casandra parece inútil, porque el «como si» no designa ninguna ceguera. Sabemos todo lo que hay que saber, pero ese saber es el de la impotencia frente a lo que se impone como tan irresistible como el tiempo del reloj.

No obstante, ocurre que el sentido de una posibilidad trastorna la tristeza de las probabilidades. Una incógnita afecta la situación y transforma su percepción. Transformación frágil si las hay, pero si pensar es resistir, precisamente alrededor de esta incógnita se trata entonces de pensar. Es lo que voy a intentar, a partir de la incógnita que constituyen las repercusiones de lo que pasó el 3 de junio de 2011 en la universidad católica de Lovaina, cuando una investigadora, Barbara Van Dyck, fue brutalmente despedida. Ella había sostenido una acción de «descontaminación» de un campo de patatas genéticamente modificadas. Una incógnita extremadamente tenue, por cierto, pero una posibilidad no se juega de un solo golpe; eso tiene éxito esta vez o falla para siempre. Es más bien como una leve fisura en un bloque de probabilidad, susceptible, tal vez, de unirse a otras fisuras, cada una portadora de sus relatos y de sus imaginaciones. A veces un bloque se rompe, no debido a una fisura, sino a la multiplicidad de las fisuras que lo recorren, cuando éstas se cruzan y se reconocen mutuamente.

Fisuras de este tipo surgen un poco en todas partes en tierra académica. En Bélgica ya hay dos: «slow science» y «Por una desexcelencia de las universidades». Los dos nombres escogidos son por supuesto paradójicos, y esto deliberadamente; se trata de romper la retórica consensual que hace de la excelencia y de la rapidez aquello a lo que cada uno, a todas luces, tendría que apuntar. Las dos remiten igualmente a otros movimientos de resistencia, la constelación de los movimientos slow para una, el decrecimiento para la otra. No se buscará una contradicción entre los dos nombramientos, más bien memorias y relatos distintos. Resulta que la iniciativa slow science tuvo como punto de partida el «caso Van Dick», que pone a la luz no sólo lo que sucede en las universidades sino también las relaciones de las universidades con sus diferentes medios, estatales, industriales, activistas. Un poco como el movimiento slow food que, resistiendo a la fastfood, conectó con otros movimientos que también descubrían el costo de «ganar tiempo». Resulta también que la cuestión de la desaceleración, en su relación con la cuestión de la pertinencia de los temas de investigación y de las maneras de llevar a cabo sus investigaciones, bien podría llevarnos más lejos en el pasado que el imperativo de excelencia. En efecto, como veremos, el lazo entre ciencia y rapidez no es nada nuevo, y desde el siglo XIX