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En los últimos años hemos asistido a una ampliación de los conflictos; las aulas, los hospitales, la familia, el trabajo, la comunidad, entre otros, se han convertido en espacios donde, con asiduidad, aparecen este tipo de relaciones. Además esta diversificación ha venido acompañada de un aumento de la complejidad de los conflictos; cada vez resulta más difícil entender cómo se constituyen y desarrollan estos. Este libro presenta una propuesta de análisis; el Mapeo de conflictos. Se trata de mostrar al profesional una técnica que le permita, por un lado, diagnosticar cómo está construido el conflicto y, por el otro lado, establecer los posibles escenarios futuros en los que puede derivar la relación conflictual. La necesidad de procesos de exploración como un paso previo al diseño de estrategias de intervención queda puesta de manifiesto a lo largo de las páginas de este libro. El autor presenta, junto con una gran diversidad de ejemplos, un proceso de aplicación de la técnica a través del desarrollo de un único caso que es usado de manera transversal a lo largo de los diferentes capítulos.
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©Raúl Calvo Soler, 2014
Primera edición: diciembre de 2014, Barcelona
Derechos reservados para todas las ediciones en castellano
© Editorial Gedisa, S.A.
Avda Tibidabo, 12, 3º
08022 Barcelona, España
Tel. 93 253 09 04
www.gedisa.com
Preimpresión:
Editor Service S.L.
Diagonal 299, entresòl 1ª – 08013 Barcelona
www.editorservice.net
eISBN: 978-84-9784-914-2
Depósito legal: B.27679-2014
Queda prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio de impresión, en forma idéntica, extractada o modificada, en castellano o en cualquier otro idioma.
Para el profesor Entelman, esté donde esté, por
enseñarme a sentir curiosidad por los conflictos
Para Gustavo Capponi por su compañía y
respaldo durante los últimos proyectos y conflictos
Para mi hijo porque le debía
un libro que sí tuviese dibujitos
Para ti mi amor porque contigo
los conflictos tienen reconciliación
Indice
Introducción
I El mapeo de conflictos
1. La técnica de mapeo
2. Fases del mapeo
3. El uso de descripciones y reconstrucciones alternativas
(a) Falta de información
(b) Falta de concreción
4. El mapeo y la solución del conflicto
5. El rol del analista
II Los conflictos
1. ¿Qué son los conflictos?
1.1. Tres grupos de teorías sobre los conflictos
1.2. Consideraciones críticas
1.3. Dos presupuestos problemáticos para la noción de conflicto
1.4. Una noción de conflicto
1.5. Tipologías de conflictos reales y percibidos
2. La utilidad del mapeo en los distintos planos de intervención
3. Clasificación de los métodos de resolución de un conflicto
III Un caso
1. El testimonio de Manuel Arrébola
2. ¿Qué conflicto?
2.1. Interdependencia
2.2. Incompatibilidad
2.3. La percepción del otro y los hechos
2.4. Otras percepciones de Manuel
IV Los sujetos de un conflicto
1. Los actores del conflicto
2. Los terceros en el conflicto
3. Los representantes. Un caso problemático
4. La relevancia del mapeo de sujetos
5. Análisis de los sujetos en el caso
6. Los actores colectivos
6.1. Manuel y sus socios ¿un actor colectivo?
7. Relevancia del mapeo de actores para el operador en el caso de Manuel
V Los intereses y objetivos de los sujetos en un conflicto
1. Intereses y objetivos
1.1. Actores con objetivos
1.2. Terceros participantes sin objetivos
1.3. Actores sin objetivos
1.4. Terceros participantes con objetivos
2. Objetivos y posiciones
3. Tipologías de objetivos
3.1. La tangibilidad
3.2. La disparidad entre lo expresado y lo buscado
3.3. Ejemplos de las distintas tipologías
4. El caso
VI El poder en el conflicto
1. El debate sobre la noción de poder
2. El debate sobre la relación entre el poder y la influencia
A. El poder como «influencia potencial»
B. El poder como condicionamiento directo
C. El poder como modificación del conjunto de alternativas
D. El poder y la imposición de las preferencias
3. Ejemplificación del mapeo estático de poder e influencia
4. La gradación de los recursos de poder e influencia
4.1. La intensidad de los recursos de poder
4.2. La intensidad de los recursos de influencia: la persuasión
4.3. El coste del uso de recursos de poder e influencia
5. Cálculo de intensidad y coste de recursos de poder e influencia en el caso
5.1. Ordenación de intensidad
5.2. Ordenación de coste
VII Análisis dinámico de conflictos
1. Dinámica
2. Proyección, previsión y prospectiva
3. Múltiples futuros
4. Múltiples futuros, múltiples caminos
5. Incertidumbre
VIII Mapeo dinámico del caso
1. Dinámica de sujetos
2. Cuando ya no se puede (Caso 1)
3. Ahora sí, los procesos de actorización (Caso 3)
4. Cambios de segundo nivel
4.1. Actorización en cascada por escalada
4.2. Cierre de filas
4.3. La polarización
5. De actor a tercero que interviene y viceversa (Casos 2 y 5)
5.1. Un ejemplo de la confusión de roles
5.2. Ustedes pueden. De actor a tercero (Caso 2)
5.3. Yo también. De tercero a actor (Caso 5)
Bibliografía
Encarte a color
Introducción
En su ya famoso libro, El arte y la ciencia de la negociación, Howard Raiffa1 incluía un interesante experimento; se trataba de establecer, a partir de un cuestionario planteado a diversos especialistas en concesión de créditos de un importante banco norteamericano, una prelación de un conjunto de rasgos bajo la pregunta ¿cuál de éstos hacen a la caracterización de un negociador efectivo? De una manera no sorprendente, como señala el propio Raiffa, el rasgo más valorado por los sujetos de la encuesta fue «la preparación y habilidad para planear». En este sentido, creo que un alto porcentaje del fracaso o éxito de la intervención de un operador (negociadores, mediadores, conciliadores, facilitadores, etcétera) tiene que ver con el análisis, como parte de la preparación y de la planificación, de la situación en la que va a intervenir. En mi opinión, cuanto mejor se entiende un conflicto, mejor preparado se está para tomar decisiones estratégicas. Y además, los procesos de análisis de la relación conflictiva también aumentan, a mi modo de ver, la capacidad de respuesta del interventor frente a las situaciones imprevistas.
Sin embargo, probablemente lo que sí puede resultar sorprendente es el hecho de que, en general, el tema del análisis del conflicto, en comparación con la cuestión de las técnicas de intervención, especialmente las dos más destacadas como la negociación y la mediación, ha sido, de alguna manera, olvidado. Basta mirar la ingente cantidad de libros que se publican sobre estos métodos para darnos cuenta que, normalmente, se comienza el trabajo reflexionando de manera directa acerca de la metodología, ¿qué es la negociación? o ¿qué es la mediación? Pero, es realmente sorprendente encontrar un libro de este tipo que comience su propuesta con una reflexión sobre el elemento básico de todos estos desarrollos: el conflicto. En mi opinión, esta omisión ha planteado, al menos, dos grandes problemas. Por un lado, en este tipo de literatura muchas veces se incorporan como desarrollos técnicos relacionados con el método propuesto cuestiones que, en el fondo, no son más que una aproximación al análisis del conflicto. Por ejemplo, algunos autores2 han señalado como un gran descubrimiento para el trabajo de los negociadores la idea de reflexionar sobre quién debe conformar la mesa de negociación. Pero a mi modo de ver, esto sólo es una consecuencia de la omisión de un análisis adecuado; si ese mismo negociador hubiese desarrollado un adecuado análisis de la situación de conflicto, esa pregunta tendría su respuesta mucho antes de empezar a pensar en las estrategias para proceder a la negociación o, aún más, antes de decidir si el mejor método para este tipo de conflicto es la negociación. Por el otro lado, la omisión de las condiciones del conflicto provoca que el lector aprehenda el uso de las técnicas de una manera acontextual; al margen de las características del conflicto sobre el que ha de intervenir. En resumen, y parafraseando al profesor Remo Entelman, es como haber dado tal autonomía a la técnica de manejo del bisturí que hemos olvidado que su uso sólo es funcionalmente comprensible con un fuerte conocimiento de la anatomía del paciente.
Este libro tiene dos objetivos: presentar una técnica de análisis de conflictos denominada «mapeo» y mostrar, a partir de un caso, qué aspectos podrían ponerse de manifiesto a través de la aplicación de esta técnica.
En general, los autores que tienen alguna referencia vinculada al análisis de situaciones de conflicto, suelen presentar sus propuestas de la siguiente manera: (1) se establecen una serie de tipologías de conflictos, (2) se conforma un proceso para catalogar un caso particular en cada tipología y (3) se definen las líneas de intervención para ese conflicto a partir de su taxonomización en una determinada categoría. No es ésta la manera en que funciona, en mi opinión, la técnica de mapeo. En primer lugar, esta técnica no parte de un catálogo de tipologías de conflictos. De alguna manera, el mapeo implica un paso previo a la categorización; la identificación de cómo están conformados una serie de elementos en un conflicto determinado. En segundo lugar, los elementos objeto de análisis conforman, en referencia a una teoría del conflicto que el operador defiende, el esqueleto primigenio de todo conflicto. Dicho en otros términos, se trata de identificar, no aquello que es distintivo de una categoría de conflictos frente a otras, sino lo que es común a toda situación de conflicto de forma tal que sea posible contestar a la pregunta ¿cómo está conformado este elemento en este conflicto particular? Y, en tercer lugar, el objetivo principal de la técnica de mapeo no es definir una intervención sino establecer una mejor comprensión de cómo es el conflicto y de cómo lo ven las partes. Por supuesto, como mostraré seguidamente, esto no obsta para reconocer que cuánto mejor se comprenda un conflicto mayores serán las posibilidades de éxito en referencia a la intervención. Pero, esto es una consecuencia indirecta de que, por un lado, no siempre es requerible y, por el otro lado, puede generar problemas si el analista no asume que estas consideraciones en torno a la intervención requieren de otros elementos que van más allá de la técnica de mapeo. En cualquier caso he intentado durante toda la exposición sugerir, sin entrar al desarrollo pormenorizado, cómo la técnica de mapeo es fundamental para decidir la intervención. De hecho la ausencia de la exploración y del mapa del conflicto hace que la intervención se convierta en aleatoria; ningún viento es favorable para quien no sabe adónde va.
El libro comienza con dos capítulos con un sesgo fundamentalmente de carácter teórico. Se trata de establecer las pautas básicas de la técnica de mapeo y de identificar la teoría del conflicto que tomaré como referencia durante todo el desarrollo del trabajo. El primer capítulo es relevante porque hay algunos presupuestos del uso de esta técnica que pueden no quedar puestos de manifiesto simplemente mostrando cómo se hace un mapeo. Se trata entonces de presentarle al lector algunos de los presupuestos o premisas que están en la trastienda del análisis. Por su parte, en el segundo capítulo me interesa mostrar cuál es la teoría del conflicto de la que parto para desarrollar mi propuesta. Como indicaré seguidamente toda técnica de mapeo está ineludiblemente vinculada a una teoría del conflicto. En este sentido, las virtudes y defectos de la segunda se ponen de manifiesto en la primera. Consecuentemente, he considerado oportuno explicitar la teoría y proponer algunos elementos que justifiquen por qué la tomo como referencia en vez de otras teorías del conflicto al uso.
Dado que mi objetivo es mostrar cómo se hace una técnica de mapeo, durante el libro desarrollaré la propuesta de análisis en torno a un único caso. Las razones para optar por esta metodología serán explicitadas en el tercer capítulo pero adelanto ya que considero que de esta manera el lector puede, por un lado, entender con mayor claridad la idea de proceso que subyace a esta técnica y, por el otro lado, observar con mejor precisión un aspecto de esta técnica; se avanza y se vuelve sobre lo avanzado. Esta idea de «ida y vuelta» del mapeo creo que no quedaría claramente puesta de manifiesto si utilizase una multiciplidad de casos o ejemplos.
A partir de aquí el libro se centra en tres de estos elementos: los sujetos, los intereses-objetivos y el poder e influencia. Hay dos razones para haber acotado de esta manera el desarrollo de la propuesta de mapeo. Por un lado, hay una razón de corte expositivo; un desarrollo de todos los elementos que conforman la técnica de mapeo creo que podría terminar generando una propuesta excesivamente enrevesada y poco «digerible» para el lector. Mi intención es presentar en otras propuestas futuras el trabajo de los otros elementos. Pero, hay una segunda razón más importante, como indicaré en diferentes momentos del libro, estos tres elementos están interrelacionados de una manera muy especial cuando se trabaja con la técnica de mapeo.
En cada uno de los tres capítulos referidos a los elementos pretendo seguir una estructura similar. En primer lugar, analizaré el elemento en cuestión así como su papel en referencia a la constitución del conflicto. Y en segundo lugar, consideraré cómo está conformado en el caso objeto de análisis. Espero que esta manera de trabajar permita al lector apreciar la importancia que le atribuyo tanto a la conceptualización de la técnica como a la comprensión de su puesta en práctica.
Los dos últimos capítulos del libro pretenden introducir al lector en otra vertiente de la técnica de mapeo: el análisis dinámico. Cada uno de los elementos que analizaré será observado de una manera estática; propondré, a partir de la exposición del caso por parte de uno de sus protagonistas, un andamiaje ajeno a la idea de cambio. Sin embargo, esta manera de entender el análisis de conflicto con ser, en mi opinión, absolutamente indispensable no provee una visión completa de lo que supone el conflicto; algo en constante mutación. Para ello es necesario pasar desde la perspectiva estática del mapeo hacia la propuesta dinámica. Precisamente éste es el objetivo de los últimos capítulos. En este sentido, analógicamente, el mapeo no sólo consiste en ver cuál es la situación actual o pasada sino que busca presentar posibles evoluciones futuras que permitan adelantarnos y tomar decisiones para lo que está por venir.
He intentado con este trabajo rendir un homenaje a todos aquellos profesionales que han hecho de la «curiosidad por el conflicto» su competencia más primigenia. Es cierto que en nuestro mundo, y quizás por nuestra propia responsabilidad, lo que se valora de un operador es su intervención. Pero, creo que al final del camino la habilidad para entender el conflicto y, a partir de ahí, decidir qué hacer, resulta la destreza que hace la diferencia.
Probablemente, al final lo que cuenta son los goles. Pero, no hay nada más potente que aquellos goles que resultan de la participación del equipo en una jugada bien planificada y ejecutada.
Notas:
1. Raiffa, H., El arte y la ciencia de la negociación, Fondo de Cultura Económica, México, 1991, págs. 122-123.
2. Cfr. Lax, D. A. y Sebeniu, J. K.3-D Negotiation: Powerful Tools to Change the Game in Your Most Important Deals,Harvard Business School Press, Boston, 2006.
I El mapeo de conflictos
El objetivo principal de este libro es mostrar al lector cómo se implementa una técnica: el mapeo de conflictos. En este sentido, más que desarrollar mi propuesta en términos de ¿qué es hacer un mapeo? me centraré especialmente en la cuestión de ¿cómo se hace? En general, muchas de las cuestiones que conforman la respuesta a la primera pregunta se ponen fácilmente de manifiesto mostrando la aplicación de la técnica. Pero, hay algunos aspectos que son más difíciles de observar y que requieren de una explicitación. En este primer capítulo quisiera, precisamente, resaltar estos aspectos que subyacen, de una manera menos clara, a la aplicación de la técnica de mapeo.
1. La técnica de mapeo
Entiendo por mapeo al análisis de una situación de conflicto realizado por una persona que pretende intervenir en él. El mapeo incluye un conjunto de reflexiones, descripciones y reconstrucciones conforme a las cuales el operador puede diseñar un plan de acción que responda a las cuestiones de ¿qué hacer?, ¿por qué?, ¿para qué? y ¿cuándo hacerlo? De esta manera, al dibujar el mapa del conflicto el operador o analista (provisionalmente utilizaré los dos términos como sinónimos), puede empezar a conformar un itinerario para su intervención.
Pero, el mapeo no sólo genera respuestas a las preguntas anteriormente establecidas sino que tiene, además, otras tres consecuencias positivas:
(1) Durante la actividad de mapeo también empiezan a fraguarse las respuestas a preguntas más concretas que son importantes para la aplicación de diversos métodos de resolución de conflictos como, por ejemplo, la mediación y/o la negociación. Entre otras pueden perfilarse las siguientes: ¿con quién interactuar?,¿con quién empezar?, ¿cuándo hablar?, ¿están todos en lamesa?, ¿por qué tema comenzar?, ¿qué información falta?, ¿qué tácticas utilizar?, ¿cómo proponer una oferta?, ¿a quién transmitir una oferta?, ¿cómo estructurar el acuerdo?, etcétera.
(2) Estas cuestiones empiezan a surgir, durante el proceso de mapeo, a partir de los datos que primariamente se tienen del conflicto. Pero a su vez, el análisis provoca la necesidad de buscar nuevas informaciones que permitan al operador contestar a los interrogantes que van apareciendo durante el proceso de reflexión. En este sentido, esta técnica pone de manifiesto dos datos: ¿qué le falta saber al analista? y ¿para qué necesita saberlo? Como mostraré durante este trabajo, a veces, la virtud más importante del mapeo es que sugiere una respuesta a una pregunta crucial para aquél que pretende intervenir: ¿qué me falta conocer para comprender mejor este conflicto?
(3) Por último, la técnica de mapeo no sólo alerta sobre la información que falta sino que también puede servir para establecer vías para conseguirla, es decir, le sugiere al operador dónde ir a buscarla.
Toda propuesta de mapeo es funcional a una teoría del conflicto, esto es, el conjunto de proposiciones que contestan, en mi opinión, a cinco preguntas básicas:
(1) ¿qué es un conflicto?
(2) ¿cómo y por qué surgen los conflictos?
(3) ¿cómo y por qué evolucionan los conflictos?
(4) ¿qué elementos constituyen un conflicto?
(5) y ¿qué se puede hacer con un conflicto?
Las tres primeras conforman, a mi entender, el núcleo central de una teoría del conflicto ya que sus respuestas aportan la estructura básica que permite comprender la idea de conflicto que se está proponiendo. La pregunta número cuatro busca definir, una vez establecidos los lineamientos de la noción de conflicto, qué elementos concurren en este tipo de relación. Por supuesto, que deba ser entendido como un elemento constitutivo de un conflicto (pregunta cuatro) está directamente relacionado con qué concepto de conflicto se está defendiendo (preguntas una, dos y tres). Finalmente, la pregunta número cinco se apoya en el viejo debate acerca de lo positivo o negativo que puede ser un conflicto y, fundamentalmente, se relaciona con la idoneidad de intervenir para avanzarmás allá de este tipo de relaciones.
Ahora bien, distintas teorías del conflicto contestarán de maneras diversas, especialmente, a las tres primeras preguntas. Pero, al hacerlo es probable que también condicionen la respuesta a la cuestión de cuáles son los elementos que deberían ser analizados en una actividad de mapeo. Por ejemplo, aunque volveré en el siguiente capítulo sobre esta cuestión, si una teoría del conflicto concibe a éste como un proceso puramente mental vinculado de manera exclusiva al «yo», esto es, ajeno a la interacción, entonces es altamente probable que para esta noción la idea de reflexionar sobre los otros sujetos sea poco interesante para comprender cómo es el conflicto en el que el operador va a intervenir.
Por lo tanto, la fortaleza de una técnica de mapeo es, inicialmente, deudora de la fortaleza de la teoría del conflicto en la que se fundamenta. O dicho en sentido negativo, todas las debilidades que puedan ser atribuidas a una teoría del conflicto se transmitirán, como vasos comunicantes, a la técnica de mapeo que utilice el operador. Consecuentemente, es imprescindible que el especialista que va a usar esta técnica haya reflexionado sobre el modelo teórico que asumirá en su intervención. La ausencia de esta reflexión tenderá a convertir a la técnica de mapeo en una aplicación simplemente mecánica de ciertos conceptos teóricos a un caso particular. Además, esta omisión imposibilitará que el operador, por un lado, extraiga consecuencias de su actividad y, por el otro lado, resalte los puntos débiles que pueden surgir en su análisis.
2. Fases del mapeo
En mi opinión, toda actividad de mapeo de un conflicto se estructura a partir de dos grandes fases: el análisis de la tipología del conflicto y la referencia a los elementos que lo constituyen.
1ª FASE. Tipología. Las primera cuestión que considero debe plantearse cualquier operador durante el mapeo de la situación de conflicto es ¿a qué tipología de conflictos pertenece éste que se va a analizar? Por supuesto, esto presupone, a su vez, la respuesta a otra cuestión, ¿hay en este caso particular un conflicto según la teoría en la que se basa el análisis? De alguna manera, estos dos interrogantes dirigen el trabajo hacia las tres primeras preguntas anteriormente enumeradas, ¿qué son?, ¿cómo y por qué surgen? y ¿cómo y por qué evolucionan? Y, una vez más, diferentes teorías aportarán, por ejemplo, no sólo diversas concepciones de lo que un conflicto es sino también distintos criterios para clasificarlos.
2ª FASE. Elementos. La segunda fase del mapeo gira en torno a los elementos que constituyen el esqueleto del conflicto. En mi opinión, los componentes que estructuran el proceso de mapeo son los siguientes: (1) los sujetos (¿quién está en el conflicto?), (2) los intereses y objetivos (¿qué quieren los sujetos y cómo pretenden conseguirlo?), (3) el poder (¿con qué recursos cuentan los sujetos para obtener sus intereses?), (4) la conciencia (¿quién es reconocido como interlocutor para la resolución?), (5) los marcos de referencia (¿cuáles son los presupuestos, paradigmas o prejuicios que inconscientemente sostienen los actores?), (6) las emociones(¿cómo juegan las emociones en este conflicto?), (7) la relación (¿cómo se estructura la relación entre los sujetos?) y (8) las coaliciones (¿qué coaliciones pueden generarse en este conflicto?). Obviamente, la contestación a la pregunta de por qué son estos los elementos que conforman mi propuesta de mapeo, y no otros, radica, como defenderé seguidamente, en la teoría del conflicto que fundamenta este trabajo. Adelanto ya que en los próximos capítulos de este libro trabajaré sólo el mapeo de los tres primeros elementos mencionados: sujetos, intereses-objetivos y poder. El resto serán analizados en trabajos ulteriores.
Estas dos etapas, si bien apuntan a diferentes aspectos de una situación de conflicto, pueden interactuar entre ellas. Por ejemplo, puede ser que habiendo catalogado al conflicto en una tipología específica, el análisis de los elementos obligue al operador a reflexionar sobre la adecuación o no de esa categorización. En este sentido, en el mapeo, siempre es posible, y hay que estar atento a ello, que se tenga que revisar alguna de las consideraciones que se asumieron. Esta ida y vuelta, sirve para ir confeccionando un mapa del conflicto que otorgue coherencia a la relación que media entre la perspectiva general y la visión particular provista por cada elemento.
3. El uso de descripciones y reconstrucciones alternativas
Durante el proceso de mapeo de un conflicto es normal que, frente a ciertas preguntas, se planteen inconvenientes a la hora de presentar una respuesta. Por ejemplo, si el analista se está preguntando por los sujetos implicados en un conflicto, puede ocurrir que, frente a un individuo determinado, no tenga claro cuál es el papel que éste juega dentro del conflicto. Esta ausencia de respuesta puede generarse fundamentalmente por dos tipos de situaciones: la falta de información o la falta de concreción. Veamos someramente cada una de ellas, aunque durante el desarrollo del ejercicio aparecerán distintas situaciones de ambos tipos.
(a) Falta de información
El problema de la falta de información es claro, no se cuentan con datos suficientes del conflicto como para contestar a todas o algunas de las preguntas que surgen durante el proceso de mapeo. Normalmente, este tipo de situaciones es importante porque le permiten al operador, como mencioné anteriormente, identificar ¿qué debería buscar? y ¿dónde debería hacerlo? Volviendo al ejemplo del sujeto, si el problema es que no se tiene claro si un sujeto es un actor del conflicto y la teoría de la cual se parte sostiene que para ser un actor debe concurrir, como ya veremos posteriormente, un interés específico, entonces esto genera, automáticamente, una vía de investigación para el operador: «¡Necesito más información sobre este sujeto para determinar si hay un interés específico que él defienda y que esté inserto en este conflicto!». Además, como he señalado, el mapeo no sólo pone de manifiesto aquella información de la que adolece el analista sino que también le permite a éste establecer posibles vías de acceso. Por ejemplo, si junto a este sujeto hay otro que ya ha sido identificado como actor del conflicto, podría ser que, sino es factible contrastar con el primero la concurrencia de ese interés, esto pueda hacerse a partir de la conversación con el otro actor del conflicto. En cualquier caso, lo importante es que el mapeo permite establecer un itinerario para un proceso de investigación.
Ahora bien, en algunos casos es posible que no haya forma de acceder a la información. Aquí, el analista debe asumir la bifurcación de su propuesta, debe incorporar una pluralidad de posibles descripciones del caso. Volviendo al ejemplo anterior, llegado el punto de la imposibilidad de acceder a la información, el constructor del mapeo puede analizar dos descripciones posibles: (a) si es el caso que el sujeto X tiene un interés específico, entonces es un actor o (b) si es el caso que el sujeto X no tiene un interés específico, entonces no es un actor. Cada una de estas descripciones aporta una estructura del conflicto diversa desde el punto de vista del mapeo de sujetos. Consecuentemente, cada una de ellas puede proveer al operador de respuestas distintas. Sea como fuere, a partir de aquí su análisis deberá seguir con las dos descripciones en paralelo mientras no encuentre la información deseada para tomar partido por una de ellas. Estas bifurcaciones en la línea deanálisis son muy importantes y el analista debe incorporarlas en todo momento para evitar que su mapeo resulte sesgado por la información faltante.
(b) Falta de concreción
El segundo de los problemas es el de la concreción. Este inconveniente surge porque, a veces, las teorías incluyen términos que plantean dificultades en la medida en que no permiten saber con exactitud o seguridad cuál es el significado de la expresión usada. En estos casos el problema inicial no es la falta de información sino determinadas características del lenguaje en el que se expresan las ideas de la teoría que se está usando. De la diversidad de problemáticas de este estilo con las que puede encontrarse el analista, hay una que afecta especialmente a la técnica de mapeo de conflictos: la vaguedad.
La vaguedad es una característica de los conceptos, esto es, del significado de las palabras. Consiste, dicho de una manera esquemática, en la relativa indeterminación de los límites de un concepto (connotación del término), que nos impide afirmar o negar con precisión si un objeto es designado o no por dicha expresión, esto es, si cae dentro o fuera de su denotación. Por ejemplo, ¿es «alta» una persona que mide 1,75 metros? ¿cuántos cabellos hay que tener para no ser «calvo»? ¿cuándo deja una persona de ser «joven»? o ¿cuántos granos de arena son necesarios para formar un «montón»? La indeterminación del concepto es relativa porque, en principio, para cualquier término vago existen un conjunto de objetos que claramente son denotados o no por dicho término. Por ejemplo, ¿es «alta» una persona que mide 2,10 metros? parece que la respuesta es clara. O ¿es «alta» una persona adulta que mide 1,50 metros? también parece que la contestación no plantea excesivos problemas. En este sentido, se afirma que el término vago tiene, por un lado, un núcleo de certeza, esto es, aquellos supuestos en los que se puede afirmar o negar si un caso, un objeto o una persona están denotados por un término. Pero, por el otro lado, estos términos también tienen una zona de incertidumbre, es decir, un conjunto de supuestos respecto de los cuales se plantean dudas sobre si están denotados por el término. En cada uno de estos ejemplos, el problema no es la falta de información; se sabe cuánto mide, cuántos cabellos tiene, qué edad tiene o cuántos granos de arena hay. El problema es que esa información no es suficiente como para establecer si se les puede aplicar un determinado término a una persona, a un objeto o a un supuesto.3
En general, la estrategia que se utiliza para limitar la vaguedad en los ámbitos técnicos, como el de las teorías del conflicto, es el uso de definiciones que provean de una mayor exactitud en la determinación de los significados, esto es, las denominadas definiciones estipulativas. Por ejemplo, se estipula que un sujeto es un actor de un conflicto si cumple con dos condiciones: tener un interés específico y la capacidad para condicionar el resultado. Pero, como descubrirá rápidamente el operador durante su análisis, la vaguedad no es totalmente eliminable, ya que, al menos teóricamente, siempre pueden surgir nuevas situaciones o casos que vuelvan a plantear dudas sobre su inclusión en el ámbito de un determinado concepto. Siguiendo con el ejemplo, la identificación de cuándo alguien tiene la capacidad para condicionar el resultado no es una cuestión sencilla: ¿qué pasa si la persona toma decisiones influenciada por otros? ¿tiene esa capacidad? o ¿qué ocurre si puede negarse a tomar decisiones pero no es capaz de decidir qué hacer en un conflicto? Obviamente, si el supuesto que se está analizando provee casos que quedan dentro de la zona de certeza del término, el analista no tendrá problemas. Pero, es altamente probable que, tarde o temprano, éste tenga que enfrentar un supuesto que cae bajo la zona de incertidumbre. Y es aquí donde la técnica de mapeo puede generar problemas importantes.
Cabe insistir, porque se trata de dos problemas distintos con respuestas, en mi opinión, diferentes, que los casos problemáticos de este tipo de situaciones no se pueden resolver con mayor información; aunque se tuviese toda la información se seguiría con el mismo inconveniente. Por ejemplo, no es lo mismo que frente a la pregunta de si Juan es o no un actor, la respuesta del analista sea: «No tengo información para saber si él toma decisiones» (problema de falta de información), que el caso en que la contestación sea: «Sé que él toma decisiones. Pero, para hacerlo siempre necesita que María opine» (problema de falta de concreción). En el primero, conforme a lo que ya he comentado, se trataría de trabajar con las dos descripciones posibles del caso a la espera de que surja la información faltante. En el segundo, mantener las posibilidades no resuelve el inconveniente, porque el problema no está en el caso sino en la teoría y en sus términos. Así las cosas, como mostraré durante los ejercicios de realización del mapeo, el analista tiene que, frente a los problemas de vaguedad, tomar una decisión que no siempre es fácil: ¿cuál es el punto de concreción? Por ejemplo ¿qué voy a pedirle a un sujeto para poder asumir en mi análisis que tiene dicha capacidad de decisión? Dicho en otros términos, lo que hace el operador es limitar la indeterminación mediante una decisión: «para este análisis, una persona que mide 1,75 será considerada como alta» o «en este desarrollo el término “montón de granos de arena” requerirá de 50 o más granos». De alguna manera, con esto el analista está forzando la definición de la teoría mediante la inclusión, en la égida de un análisis específico, de una definición estipulativa más refinada.
Ahora bien, ¿es arbitraria esta concreción del término vago durante el mapeo? Creo que la respuesta es negativa. Para poder decidir dónde se situará el punto de concreción, el operador debe, en mi opinión, reflexionar previamente sobre el papel que juega el término vago en la teoría del conflicto que está asumiendo, esto es, debe proceder a realizar una interpretación sistémica del término. Por ejemplo, si la condición de actor y, por ende, la exigencia de la capacidad de decidir está pensada, de manera coherente con el resto de las propuestas, como un elemento que muestra quiénes pueden cambiar el resultado del conflicto, entonces la concreción debe tomar en consideración este último aspecto; el reclamo de la capacidad sirve para identificar a aquellos sujetos que con sus decisiones pueden modificar la manera en que finalizará el conflicto. Así las cosas, por ejemplo, sería algo extraño que en el análisis se considerase actor del conflicto a un sujeto por el mero hecho de que formalmente es el competente para tomar una decisión. Y esto porque en la práctica el analista sabe que el que terminará decidiendo es otra persona. En este sentido, en el mapeo en base a una teoría del conflicto que señala a los actores como sujetos que pueden propiciar el cambio, es coherente la exclusión de los decisores meramente formales. O, en el ejemplo de Juan y María, si las decisiones del primero nunca son contrarias a las de la segunda, entonces, dado que lo que se busca es alguien que pueda cambiar el conflicto, Juan no sería un actor. Y así sucesivamente. Por supuesto, la vaguedad potencial no será totalmente eliminada porque siempre puede haber un caso que ponga en cuestión nuestra definición más fina. Pero, al reflexionar sobre el por qué se procede a caracterizar de una manera o de otra, el analista habrá reducido el impacto que tiene la falta de concreción sobre su análisis.
4. El mapeo y la solución del conflicto
Un error muy común entre los analistas es el de confundir el proceso de mapeo con la búsqueda de la solución del conflicto. Este fenómeno, que suele producirse de forma inconsciente, es realmente peligroso porque tiende a vincular ambos elementos de una manera poco recomendable. El analista es propenso a tomar aquellas decisiones que confirman su hipótesis respecto de la solución que él atisba. Por ejemplo, en mi experiencia, los estudiantes de mediación, cuando se ponen a analizar el conflicto tienden a usar este proceso con un objetivo definido: contestar a la cuestión «¿por dónde está la solución del conflicto?». Pero al hacerlo se apartan del objetivo primordial del mapeo «¿cómo puedo comprender mejor la situación de conflicto que tengo delante?». En este sentido, es necesario recordarles e insistirles que tomen conciencia de lo que están haciendo y para qué lo están haciendo.
Es obvio que hay ciertas relaciones entre el proceso de análisis y la búsqueda de la solución. A modo de ejemplo, señalaré dos de ellas. Por un lado, cuanto mejor se conozca el conflicto, mayores son las probabilidades que tiene el analista de perfilar líneas desolución. Pero, esto no es una relación necesaria. Y además, loque no debe pervertirse es el orden de la dinámica del proceso; analizar para comprender antes que buscar o ayudar a buscar las propuestas para solucionar. De una manera analógica y radical, esto sería como el caso de un médico que realiza su diagnóstico, identifica la enfermedad de su paciente, teniendo en consideración cuál es el medicamento que hay que recetar. Y, por el otro lado, a medida que avanza el mapeo, y la intervención basada en él, empiezan a ponerse de manifiesto propuestas específicas para la solución. Ahora bien, si el paso que media entre el análisis y la implementación de estrategias para resolver el conflicto es demasiado rápido, y de hecho suele ser así según el rol que juega el analista, entonces existen muchas posibilidades de que el análisis acabe fuertemente sesgado por la solución que el operador cree tener. Como analizaré posteriormente, es un fenómeno muy estudiado aquél conforme al cual las personas tienden a reconocer las informaciones que refuerzan sus hipótesis y a ignorar o relativizar a aquéllas que las refutan. Por lo tanto, si las posibilidades desolución aparecen muy pronto, el mapeo estará condicionadopor éstas.
Además, de todo lo dicho, es importante tener en cuenta que la funcionalidad del mapeo puede, en ciertas tipologías de conflictos, ir más allá de la mera búsqueda de soluciones. Dos ejemplos paradigmáticos de este tipo de situaciones son los denominadosconflictos inmaduros y los conflictos intratables. Aunque en el próximo capítulo volveré sobre esta cuestión adelantaré aquí algunas ideas.
(1) Conflictos inmaduros. Básicamente se entiende que un conflicto es inmaduro cuando, en virtud de ciertos aspectos de su específica conformación, la idea de resolución no tiene sentido para los sujetos implicados en él. Factores de inmadurez del conflicto pueden ser las escaladas, la falta de conciencia, los objetivos ocultos, los actores colectivos, etcétera. Pues bien, cada uno de estos factores es, o debería ser, detectado, precisamente, durante la etapa de mapeo. Así, en estos casos, el análisis lo que permite, no es vislumbrar las estrategias para avanzar hacia una solución de conflicto, sino establecer las pautas de actuación para transformar un conflicto inmaduro en uno maduro. Volveré posteriormente sobre este tipo de situaciones.
(2) Conflictos intratables. La noción de conflicto intratable no es una cuestión pacífica. Pero, a los efectos de ejemplificar el papel de la técnica de mapeo cuando éste es ajeno a la búsqueda de soluciones, diré que un conflicto es intratable cuando hay una pluralidad de elementos implicados en el conflicto (objetivos o atributos) que se han mantenido en la relación a lo largo del tiempo, enquistando el conflicto hasta tal punto que las metodologías más tradicionales, al menos en su sentido más característico (negociación, mediación, conciliación, facilitación, etcétera) no funcionan como métodos para resolverlo. Si esto es así, la técnica de mapeo no puede estar vinculada a la idea de búsqueda de una solución sino, más bien, a la identificación, precisamente, de la concurrencia de los elementos constitutivos de dicha intratabilidad.4
En resumen, para estos ejemplos la técnica de mapeo funciona como un proceso ajeno a la búsqueda de soluciones del conflicto. Esto es lo que yo denomino como plano de «gestión del conflicto».
5. El rol del analista
Hasta aquí me he referido a la persona que realiza el mapeo con términos genéricos: el analista o el operador. Sin embargo, no todos los analistas desempeñan el mismo papel en el conflicto. Por ejemplo, bajo esta noción pueden incluirse sujetos tan disímiles como negociadores, mediadores, jueces, representantes, asesores o, incluso, los propios actores del conflicto. Este abanico de posibilidades plantea una cuestión importante: ¿hay alguna especificidad en la aplicación de la técnica que dependa del rol que juega el analista en el conflicto? Dicho en otros términos, es distinta la técnica de mapeo según si quién la aplica es, por ejemplo, un negociador o un mediador. En mi opinión, la técnica no varía. Pero sí que hay aspectos que deben tenerse en cuenta según quién esté desarrollando el mapeo. Fundamentalmente, creo que hay que llamar la atención sobre las siguientes cuestiones:
a) La cantidad y calidad de la información. De alguna manera el rol que juega el analista en el conflicto puede condicionar seriamente la cantidad y calidad de la información. Por ejemplo, no es lo mismo la adquisición de información que puede desarrollar un sujeto como un mediador, al que en principio se le presume su imparcialidad en el proceso, que aquélla que puede obtener un negociador, al que se le exige la defensa de los intereses de una de las partes. En este sentido, e insisto que lo presentaré con mayor detalle en el próximo módulo, cabría presumir que la calidad de información que tiene un negociador en referencia a aquéllos a los que representa, es mayor que la referida a la otra parte. Por el contrario, y con todos los recaudos del caso, cabría suponer que un mediador puede tener mayor y mejor información de ambos lados de la mesa.
b) La cantidad de descripciones alternativas. Una consecuencia directa de la cuestión precedente es que siempre que el analista estructure, o esté posicionado, con una de las partes, deberá proceder a realizar una mayor cantidad de descripciones alternativas en su análisis. Al menos en lo que se refiere a cómo es la/s otra/s parte/s del conflicto. Si la información que dispone de los otros es menor y de peor calidad, el analista se verá obligado a construir constantemente descripciones alternativas.
c)Lo que decido que es y lo que supongo que puede ser.Hay un último aspecto que también cabe considerar. En el proceso de mapeo hay ciertos elementos que son el resultado de un proceso de toma de decisiones que, consciente o inconscientemente, han realizado las partes. Por ejemplo, cuando en un grupo de personas se decide otorgar a uno de ellos la competencia para tomarindividualmente las decisiones en el conflicto. Este tipo de situaciones obliga al analista a mantener mentalmente una distinción importante; lo que se sabe porque se decidió y lo que se supone que se sabe. Así una cosa es que el mapeo de un negociador arroje como propuesta la idea de que sólo hay un actor individual porque el resto ha decidido no participar de los procesos de decisión. Y otra bien distinta es la consideración, de ese mismo negociador, conforme a la cual supone que la contraparte ha tomado esa decisión. Obviamente el problema que aquí se plantea es una cuestión vinculada a la información que maneja el analista. En cualquier caso, en mi opinión, lo relevante es no perder de vista el fundamento de la pauta dentro del mapeo: ¿es una decisión o es una suposición? Este tipo de consideraciones suelen afectar de una manera más directa y clara a los procesos de diseño de estrategias, esto es, a la etapa ulterior a la de análisis. Pero, en algunos casos el analista se veráinmerso en escenarios de estas características por lo que debe estar atento al fundamento del que parte para su análisis.
En cualquier caso lo que no sufrirá modificación conforme al rol que cumpla en el conflicto el analista son: (a) los elementos que se consideran y (b) el objetivo al que sirve la técnica de mapeo. El primero porque, como ya he indicado anteriormente, depende sustancialmente de la teoría del conflicto de la que uno parta. Y no se me ocurre en qué medida el cambio de rol del analista puede ser un criterio de evaluación no espurio o engañoso de una teoría del conflicto. El segundo porque para el mapeo la clave es siempre lograr un mejor conocimiento del conflicto en el que se va a intervenir. Y esto no varía por el rol que cumpla el analista.
Notas:
3. En algunos casos, la vaguedad es especialmente relevante, de forma tal que el debate acerca del significado del término es central, por ejemplo, esto es lo que ocurre con expresiones como «bueno» o «justo». A estas situaciones se las suele denominar como conceptos esencialmente controvertidos. En el ámbito de las teorías del conflicto, además de las citadas, parecen responder a este fenómeno nociones como «razonable», «buen acuerdo», o «satisfacción de las partes», entre otras.
4. Existe una gran diversidad de literatura vinculada al tema de la intratabilidad. Pero, de entre toda esta literatura creo que cabe destacar los trabajos presentados por Louis Kriesberg. Puede citarse en este sentido como una obra ya clásica: Kriesberg, L., Northrup, T. A. y Thorson, S. J. Intractable Conflicts and Their Transformation, Syracuse University Press, Syracuse, 1989.
II Los conflictos
He insistido reiteradas veces en el capítulo anterior sobre la idea de que toda técnica de mapeo está ineludiblemente vinculada a una teoría del conflicto. Esta vinculación puede producirse en múltiples aspectos ya señalados que van desde la identificación de los elementos que conformarán el análisis estático, hasta los desarrollos de escenarios a partir de la explicitación de las trayectorias de eventos: el análisis dinámico. El abanico de interacciones es amplio. Pero, en cualquier caso lo más importante es que esta técnica requiere que el analista realice una reflexión en torno a las características que definen a la teoría del conflicto que tomará como fundamento de su intervención. El objetivo de este segundo capítulo es precisamente explicitar este tipo de reflexiones respecto de la teoría del conflicto en la que fundamentaré mi propuesta de la técnica de mapeo.
1. ¿Qué son los conflictos?
La identificación de aquello que ha de ser considerado un conflicto no ha sido una cuestión pacífica. Y quizás esta falta de consensos claros ha estado relacionada con el hecho de que cada autor que ha presentado una definición lo ha hecho muy condicionado por el ámbito de conocimiento en el que pretendía trabajar; diferentes autores han presentado conceptos acotados a un específico marco de estudio en el que se desarrollaba su actividad. En cada caso la mayor preocupación ha sido proponer una definición que captase las características más sobresalientes de este fenómeno en un contexto específico. Darwin, Freud o Marx son ejemplos característicos de este tipo de problemáticas. El resultado de esto ha sido la insuficiencia, que no ausencia, de trabajos preocupados por dar cuenta de una noción universal de conflicto, es decir, una noción que no dependa del contexto, escenario o ámbito de conocimiento en el que se desenvuelve el investigador.
1.1. Tres grupos de teorías sobre los conflictos5
Aunque la multiplicidad de teorías diseñadas en torno al concepto de conflicto es muy amplia, creo que, con las pérdidas de detalle que implica toda generalización, sería posible expresar tres grandes propuestas de lo que es un conflicto: a) las teorías de las propiedades de los individuos, b) las teorías de la manifestación de las estructuras sociales y c) las teorías de los procesos de interacción.
a) Las teorías de las propiedades de los individuos
Para este primer grupo de teorías el conflicto es visto como la oposición de diferentes «elementos psíquicos» (deseos, valores, creencias, etcétera) que se manifiestan externamente como síntomas o problemas de conducta. A partir de aquí, cuando se observa una interacción en términos de disputa entre «dos personas» debería ser entendida como una manifestación o expresión del conflicto que cada uno de ellos tiene. En este sentido, el conflicto no requiere del «otro» para constituirse y deviene algo propio del ser humano en tanto que individuo. Para estas teorías, aunque se aceptase la distinción entre las nociones de conflicto intrapersonal e interpersonal, la segunda sería siempre conceptual y pragmáticamente dependiente de la primera: el conflicto interpersonal es una manifestación del conflicto intrapersonal.
Esta noción de conflicto ha estado históricamente vinculada a términos como agresividad, frustración y/o envidia. Y se ha opuesto a nociones como satisfacción, acierto, docilidad, etcétera.
b) Las teorías de las estructuras sociales
El segundo grupo de teorías relacionan al conflicto con la estructura de las sociedades. En este sentido, los conflictos no surgen, a diferencia de las primeras, de las propiedades que definen al «ser humano» en tanto que individuo, sino de su inserción en un contexto social configurado a partir de unas determinadas estructuras. La idea de estructura social no es una cuestión sencilla pero, en mi opinión, apunta fundamentalmente a dos elementos: (a) la idea de que lo que es el ser humano y lo que puede llegar a ser y hacer en tanto que individuo, depende en última instancia de propiedades externas, esto es, características que son independientes de sus competencias individuales (lugar en qué nacemos, clase social en la que ingresamos al nacer, etcétera) y (b) que esta asignación en la estructura (en base a clases, razas, género, etcétera) no es natural sino que surge de una imposición, más o menos explícita, de ciertos grupos que la sostienen de manera activa (los beneficiados) en contra de los demás (los damnificados). Así las cosas, el conflicto es, precisamente, una reacción frente a la manera en que se estructuran las sociedades y una lucha por la obtención de los recursos que establecen el lugar que ocupa cada uno en la estructura social. Para estas teorías todo conflicto individual es, en última instancia, deudor del conflicto social.
La palabra clave para estas teorías, en lo que hace al conflicto, es «poder»; los conflictos surgen como el conjunto de explosiones que en una determinada estructura social pretenden producir cambios en la misma, ya sea como revoluciones o como procesos evolutivos. En cualquier caso el conflicto es una manifestación de las luchas por el poder.
Esta noción se aproxima a términos como sometimiento, opresión, dominación, etcétera y se opone a términos como libertad o emancipación.
c) Las teorías de los procesos de interacción
El último grupo de teorías conciben al conflicto como una relación que surge a partir de ciertos procesos de interacción, interdependencia e incompatibilidad. Esta interacción puede darse en el nivel primario entre individuos (un divorcio) pero también puede desarrollarse de una manera más sofisticada al nivel de grupos o actores colectivos (un conflicto entre empresas). Las teorías de los procesos de interacción asumen algunos elementos de los otros dos grupos de teorías. Por un lado, y al igual que las teorías de las propiedades de los individuos, la propuesta de la interacción no desconoce el papel que pueden jugar las tensiones internas del «Yo». Pero, a diferencia de éstas reclama la cristalización de un objetivo para poder conformar un conflicto; se requiere una respuesta a la pregunta ¿qué se quiere conseguir? En este sentido, si las tensiones internas de un sujeto no se configuran en una propuesta acerca de lo que el actor desea, quiere o prefiere, lo cual implica de manera importante la respuesta a la pregunta ¿qué ha de hacer para conseguirlo?, no habrá conflicto. Por el otro lado, estas teorías incluyen el valor de la interacción con «los otros»