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Julia 962 Para Cal Forrester, Alexandra Sherwood estaba sólo a un paso de ser una mujer de la vida. ¡Pero eso no le impedía desearla! Parecía pensar que, siendo una modelo, era normal que se convirtiera en la amante de cualquiera. Pero ella tenía otro punto de vista... Alex no había ido a Wyoming en busca de un vaquero al que llevarse a la cama... ¡sino para huir de la prensa sensacionalista! ¿Pero cuánto tiempo le llevaría a Cal Forrester descubrir que, lejos de ser sólo una mujer de cuestionable reputación, Alexandra Sherwood estaba marcada por el escándalo?
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Seitenzahl: 210
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos 8B
Planta 18
28036 Madrid
© 1997 Kay Thorpe
© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Marcada por el escandalo, julia 962 - febrero 2023
Título original: THE RANCHER'S MISTRESS
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo, Bianca, Jazmín, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 9788411416184
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Si te ha gustado este libro…
CONTEMPLANDO la vista panorámica de las vastas llanuras de hierba y las boscosas laderas de las montañas, Alex se sintió realmente sobre el arcoiris. ¡Wyoming! El nombre mismo evocaba imágenes de duros y curtidos vaqueros, de enormes rebaños de vacas y silbantes lazos. Sabía que las películas del oeste que siempre le habían gustado tenían poco que ver con la realidad actual, pero no hacía daño soñar.
—¿Cuánto tiempo tardaremos en llegar al Lazy Y? —preguntó al hombre que conducía el todo terreno.
—Más o menos una hora. Llegaremos a tiempo para cenar. Espero que no estés a dieta. La comida es realmente especial. Así debe ser, teniendo en cuenta lo que cuesta pasar una semana en el rancho. Tener visitantes es un negocio realmente lucrativo.
—También es un rancho en el que se trabaja de verdad, ¿no? Al menos, esa fue la impresión que saqué de tu carta.
—Sí. Cal preferiría dejar de respirar a dejar de criar ganado.
Al captar el cáustico tono de su hermano, Alex le lanzó una penetrante mirada. Atractivo como era a los dieciocho años, cuando lo había visto por última vez, lo era aún más a los veintiséis: pelo rubio aclarado por el sol, rasgos endurecidos por la madurez. Cuando eran pequeños, y a pesar de los dos años de diferencia que había entre ellos, solían tomarlos por gemelos. El parecido seguía ahí, por supuesto, aunque ya no era tan pronunciado.
Pero aún estaba por ver si, tras ocho años sin verse, se restablecería la camaradería que habían compartido en el pasado.
—¿Te llevas bien con él? —preguntó Alex.
Su hermano se encogió de hombros.
—Lo suficiente.
Alex dedujo que no debían ser precisamente «colegas», cosa que, teniendo en cuenta las circunstancias, no le sorprendía demasiado.
—¿Y los invitados? —preguntó—. ¿También participan en el trabajo general del rancho?
—Los que quieren, sí. Es sorprendente cuántos se empeñan en arreglar las vallas y conducir el ganado como parte de lo que pagan por su estancia.
—Puede que estén viviendo una de sus fantasías —sugirió Alex—. Yo misma siempre quise ser una vaquera.
La sonrisa de Greg devolvió momentáneamente a su rostro la expresión juvenil que Alex recordaba.
—Creo que ser modelo fue mejor elección.
—No fue tanto una elección como una tentación. Si no llega a ser por aquel fotógrafo, nunca habría pensado en dedicarme a ello como profesión. Ahora, el problema es no tener ningún título que me sirva para trabajar. Eso es algo en lo que uno no tiende a pensar cuando tiene diecisiete años.
—Aún no has empezado la cuesta abajo —dijo Greg, lanzando una apreciativa mirada al delicado perfil y la mata de pelo rubio y ondulado de su hermana.
—En lo que se refiere al trabajo fotográfico, estoy a punto —Alex se cuidó de utilizar un tono desenfadado—. Lo he pasado bien, para ya va siendo hora de que empiece a pensar en hacer algo con mi vida.
—Supongo que tú lo sabrás mejor que nadie —tras una pausa, Greg añadió—: ¿Tienes pensado algo en particular?
—He hecho algún trabajo de promoción de vez en cuando. Una empresa con la que colaboré el año pasado me ha ofrecido un trabajo permanente como vendedora en sus tiendas de joyas.
Greg hizo una mueca.
—Parece un poco aburrido después de la clase de vida que has debido llevar hasta ahora.
—No creas que ha sido para tanto —replicó Alex—. La juerga y la vida nocturna no son nada recomendables para alguien que debe enfrentarse por la mañana con una cámara.
—Siempre podrías buscarte un marido rico. Con tu aspecto, debería resultarte fácil.
—Si alguna vez me caso con alguien —dijo Alex en tono enfático—, puedes estar seguro de que no será por dinero.
—Siempre fuiste una romántica.
Tal vez lo fue en otra época, reflexionó Alex. Pero si los últimos años no habían dado al traste con sus ilusiones, las pasadas semanas lo habían conseguido.
—¿Lo tuyo con Margot fue amor a primera vista? —preguntó, apartando los recuerdos resueltamente—. Os conocisteis en Las Vegas, ¿no?
—Sí. Unos amigos a los que ella fue a visitar la llevaron al club en que yo trabajaba tras la barra. Nos casamos a la semana siguiente.
—¡Y dices que yo soy la romántica!
Sin apartar de la carretera sus ojos azules, tan parecidos a los de su hermana, Alex dijo:
—Margot quería que todo estuviera decidido antes de que Cal pudiera intervenir.
—Pero él es su hermano, no su guardián. Seguro que…
—A veces no se sabe muy bien qué es. ¡La trata como si tuviera dieciséis años, no veinte!
Tal vez, con cierta razón, pensó Alex, tratando de ser ecuánime al respecto. Casarse de pronto con un desconocido no era un comportamiento adecuado a ninguna edad. Greg no había respondido a la mitad de su pregunta, lo que podía sugerir que el amor no había sido el principal motivo de que se casara. Después de vagar por el mundo durante tiempo, la posibilidad de asentarse en un lugar como el Lazy Y resultaba bastante atractiva.
No tenía ninguna evidencia para hacer esa clase de deducción, se reprendió Alex. El hombre sentado a su lado era muy diferente al hombre con el que había crecido, pero eso no significaba que se hubiera convertido en un oportunista. Ella debería saber mejor que nadie que no debían sacarse conclusiones precipitadas sobre los actos de los demás.
Alex, que tenía doce años cuando su padre murió, aceptó el nuevo matrimonio de su madre, que tuvo lugar un año después, mejor que Greg, que resintió amargamente la intrusión. Tras cuatro años de incesante animosidad, su marcha para unirse a un grupo que pretendía dar la vuelta al mundo supuso un momentáneo alivio, pero, según fueron pasando los días y las semanas, Alex empezó a echarlo mucho de menos. Las cartas fueron escasas y muy espaciadas, y el contenido, tristemente inadecuado. El grupo en que viajaba Greg empezó a mermar, hasta que sólo quedaron tres, pero él nunca dio muestras de querer volver a casa.
Dos semanas atrás, la noticia de su matrimonio y traslado a Wyoming fue toda una sorpresa para Alex, pues creía que su hermano estaba en algún lugar de Australia. Y la sugerencia de que fuera a visitarlo al rancho para conocer a su esposa y a su cuñado llegó en un momento idóneo para ella. Fue como maná caído del cielo. Para cuando volviera, esperaba que todo el desagradable asunto hubiera quedado olvidado.
—Mamá te manda muchos besos —dijo Alex, y añadió con cautela—: Espera que vayas a visitarla alguna vez.
—No mientras él siga por ahí —fue la respuesta que Alex ya esperaba.
—Han pasado ocho años —protestó—. Puede que ahora te resulte más fácil llevarte bien con él.
—¡Y las vacas podrían volar! —dijo Greg, negando con la cabeza—. No pienso volver. Mamá tomó su decisión casándose con él.
Alex renunció, reconociendo el tono terminante de su hermano.
—¿Fue idea de tu cuñado invitarme a venir? —preguntó, para cambiar de tema.
—Fue idea de Margot. Está deseando conocerte. Quería venir conmigo al aeropuerto, pero he pensado que debíamos empezar teniendo un poco de tiempo a solas. Tenemos que ponernos mutuamente al corriente sobre muchas cosas —Greg apretó el acelerador para adelantar al único vehículo que había a la vista en la carretera—. En tus cartas nunca mencionaste tu vida amorosa. Al menos, suponiendo que las recibiera todas.
—Lo dudo. Casi nunca estabas en un sitio el tiempo suficiente —Alex deslizó una mano por la sedosa piel de su nuca, tratando de relajar sus doloridos músculos—. Espero que haya suficiente agua caliente. Necesito darme una larga ducha
—Hay suficiente de todo en el rancho —aseguró Greg—. Y no has contestado a mi pregunta.
—No me había dado cuenta de que era una pregunta. Pero, si no he mencionado a ningún hombre, probablemente sea porque no ha habido ninguno en especial sobre el que mereciera la pena escribir.
—En ese caso, puede que encuentres aquí a tu media naranja.
La risa de Alex fue breve.
—No voy a pasar aquí el tiempo suficiente como para desarrollar una relación significativa.
—Eso nunca se sabe. Puede que todo lo que haga falta sea una mirada. Has dicho que siempre quisiste ser una vaquera. Esta podría ser tu oportunidad.
—Me mantendré atenta, por si acaso —replicó Alex en tono burlón.
—No te molestes con el ganado. Ve directamente a por el jefe —aconsejó Greg—. Cal tiene treinta y cuatro años. Ya es hora de que lo atrapen.
—Puede que esté casado con su trabajo. Y no imaginaba que sacara tantos años a Margot.
—Su madre ya había cumplido los cuarenta cuando tuvo a Margot. Murió durante el parto. Cal se hizo cargo de su hermana cuando su padre murió, diez años atrás. Entró en el negocio del turismo rural cuando el precio de la carne de ternera empezó a bajar alarmantemente, hace dos años. Hoy en día no necesita ingresos extras, pero mantiene el negocio. El cupo de visitantes suele quedar cubierto durante todas las semanas del verano.
—Es una forma muy atractiva de pasar las vacaciones —a Alex misma no se le ocurría mejor manera—. ¿Crees que habrá algún caballo disponible? Hace años que no tengo la oportunidad de cabalgar.
—Claro que lo habrá —dijo Greg—. Y hay muchas otras actividades. ¿Has montado alguna vez en globo?
—No, aunque no me importaría probarlo. Pero tampoco espero ser tratada como un huésped de pago. Supongo que habrá muchas cosas en las que pueda ayudar mientras estoy aquí.
Alex se arrellanó contra el respaldo del asiento, decidida a aprovechar al máximo aquella oportunidad. Reparar vallas, conducir ganado… ¡todo sonaba como el paraíso! Durante las dos próximas semanas su fantasía iba a hacerse realidad.
Debió quedarse adormecida después de aquello. Cuando volvió a abrir los ojos, las montañas se hallaban prácticamente encima de ellos. Irguiéndose, comprobó que habían dejado la carretera principal. Por la que circulaban ahora era bastante más estrecha y accidentada. Numerosos caballos pastaban a ambos lados.
—Lo siento —dijo, reprimiendo un bostezo—. Volar siempre me cansa. ¿Cuánto queda para llegar?
—Hace diez minutos que estamos en el Lazy Y —contestó Greg—. Ahí delante están las edificaciones.
Acunadas en el centro del ancho valle, un grupo de de edificaciones se reunían en torno a una estructura central flanqueada de graneros y establos, con más construcciones diseminadas entre la arboleda del fondo. Los corrales ocupaban la parte delantera, y en uno de ellos había un grupo de gente desensillando sus monturas.
Unos momentos después, Greg detuvo el todo terreno frente a la casa principal y apagó el motor.
—De vuelta al rancho —dijo, en tono irónico—. Cal debe seguir fuera, pero seguro que Margot está por aquí.
Alex bajó del vehículo y aspiró con fruición el aire de la montaña. Por calientes que fueran los días, las tardes de verano en Wyoming eran frescas; ya podía sentir la caída de la temperatura a través del fino algodón de su camisa.
Tras recoger su chaqueta del coche, se volvió hacia la casa, que, con su gran porche de madera, encajaba a la perfección con la imagen que siempre había tenido de la típica casa de un rancho. Había incluso un triángulo de hierro colgado de un gancho para avisar a las horas de comer.
La chica que salió al porche también encajaba a la perfección con la imagen. Era pequeña y delgada y vestía pantalones vaqueros y camisa azul. Los rizos castaños que coronaban su bonito y gracioso rostro se balancearon mientras bajaba las escaleras.
—¡Hola, Alex! ¡Cuánto me alegro de conocerte! —la joven se puso de puntillas para besar a Alex en la mejilla, riendo al errar ligeramente la dirección—. ¡Qué guapa y alta eres! Pero ya lo imaginaba. Greg me había comentado lo mucho que os parecíais —dio un paso atrás para contemplar con toda naturalidad a su cuñada—. ¡Eres incluso más guapa de lo que había imaginado! ¿Tu pelo es natural?
—Alguna vez me lo he teñido, pero éste es su color natural —replicó Alex, riendo—. Tú también eres muy guapa, cuñada.
—¡Es cierto! ¡Somos cuñadas! Siempre quise tener una hermana.
—¿Y qué te parecería darle las gracias al hombre que te ha conseguido una? —dijo Greg.
Margot rodeó el cuello de Greg con sus brazos, y la adoración que Alex vio en sus ojos llegó directamente a su corazón.
—Gracias, cariño. ¡Gracias, gracias!
—Tampoco hay por qué pasarse —reprendió Greg. La besó en la punta de la nariz, le hizo girar y le dio una palmada en el trasero—. Y ahora vuelve a tu tarea. Van a dar la hora de cenar antes de que tengas la comida preparada. Lleva a Alex a su dormitorio mientras yo saco las bolsas del coche.
Un auténtico amo de su casa, pensó Alex mientras acompañaba a Margot al interior. Aunque a ésta no parecía molestarle que Greg le diera órdenes. Era evidente que lo adoraba.
Pero aún era demasiado pronto para saber si Greg la correspondía, aunque, juzgando por su actitud, Alex lo dudaba. Más bien parecía sentir por ella un afecto tolerante, a pesar de que sólo llevaban casados tres meses. Apenas tiempo suficiente para que hubiera terminado la luna de miel.
El interior de la casa tampoco la decepcionó. Un arco daba paso a lo que parecía un gran cuarto de estar a un lado, y a un comedor al otro. Al fondo, en el centro, una escalera doble subía a la planta superior.
La habitación que Alex iba a ocupar se hallaba en la parte delantera de la casa. El suelo de madera estaba cubierto de alfombras y sobre la gran cama había una preciosa colcha tejida a mano. Las dos ventanas del dormitorio eran pequeñas y tenían unas solidas contraventanas de madera. Alex supuso que estarían pensadas para resistir el duro invierno de la zona.
—Hay un baño dos puertas más abajo, y otro en el otro lado —dijo Margot en tono de disculpa—. Los bungalows de los huéspedes tienen todo tipo de comodidades, pero Cal dijo que ya habíamos hecho suficientes obras como para encima incorporar un baño a cada dormitorio de la casa. De todas formas, los huéspedes sólo utilizan el comedor y el cuarto de estar de la casa. Espero que estés cómoda —añadió, mirando a su alrededor—. El lugar no es exactamente lujoso.
—No podría ser mejor —aseguró Alex—. ¡Nada podría ser mejor!
Fue hasta la ventana y contempló lo que sucedía en el exterior con una agradable sensación de anticipación. Cargando con las sillas de montar, el grupo de huéspedes recién llegados se dirigía a los corrales. Otro grupo de hombres montados cruzaba en aquellos momentos la verja de entrada. Por los lazos que colgaban de sus monturas, Alex supuso que serían trabajadores del rancho.
Observó cómo desmontaban, fijándose especialmente en un hombre alto y de porte elegante que llevaba una camisa beige. El caballo que estaba desensillando también resaltaba entre los demás por su bella estampa y poderosa grupa. Encajaban el uno con el otro, pensó Alex, contemplando la parte trasera de los ceñidos pantalones vaqueros del hombre.
—¡Oh, los chicos ya han vuelto! —exclamó Margot, que también se había acercado a la ventana—. El de la camisa beige es mi hermano. No nos parecemos casi nada, como podrás apreciar desde aquí mismo. El es un auténtico Forrester, mientras que yo salí a mi madre. Más o menos, fue Cal quien me crió. Yo sólo tenía diez años cuando murió mi padre. Le debo mucho.
—Sólo hizo lo que habría hecho cualquier hermano —dijo Greg con cierta brusquedad desde el umbral de la puerta—. No lo conviertas en un héroe.
Margot rió, aparentemente ajena a la crítica implícita en el comentario de su marido.
—Cal sería el último en querer que lo convirtiera en un héroe. ¿Puedo ayudarte a desahacer el equipaje? —preguntó a Alex mientras Greg dejaba las dos bolsas del equipaje de ésta sobre la cama—. Seguro que tienes una ropa preciosa.
—Juzgando por el peso, debes haber traído bastante —comentó Greg en tono más desenfadado—. Aún estoy por conocer a alguna mujer capaz de viajar sin llevarse todo su vestuario.
—Y yo aún estoy por conocer a algún hombre que no haga ese comentario —replicó Alex, en el mismo tono desenfadado—. No he traído nada especialmente elegante, Margot, pero, de todos modos, me encantaría que me ayudaras a guardar el equipaje.
—Tienes el tiempo justo para ducharte antes de la cena —dijo Greg—. Queda menos de media hora.
Alex podría haberle dicho que ducharse no le llevaría más de cinco minutos, y que no pensaba maquillarse, pero captó la indirecta. Aparte de lo que iba a necesitar de modo inmediato, el equipaje podía esperar.
—Será mejor que yo también vaya a prepararme —dijo Margot—. Y no es necesario que te preocupes demasiado por lo que te vayas a poner. Nadie lo hace por aquí —dedicó una brillante sonrisa a su cuñada—. Me alegra mucho tenerte aquí. Los huéspedes están bien, pero ninguno se queda el tiempo suficiente como para llegar a conocerlos. Greg me ha dicho que solía gustarte cabalgar. ¿Sigues haciéndolo?
—No tan a menudo como me gustaría —reconoció Alex.
—En ese caso, aquí podrás desquitarte. Tenemos mas de setenta caballos entre los que elegir. Normalmente no suelo hacer rutas cortas con los huéspedes, pero si suelo salir a menudo en las que duran un día. Pueden ser muy divertidas.
—Para algunos —comentó Greg, haciendo que una expresión de pesar borrara la sonrisa del bonito rostro de su esposa.
—Sé que Cal te ha estado presionando, cariño, pero sólo lo hace porque quiere que aprendas a llevar el rancho para que puedas hacerte cargo de todo si llegara a resultar necesario.
—Por supuesto —Greg no trató de ocultar su escepticismo—. En cualquier caso, es hora de que nos pongamos en movimiento. Ya pondrás a Alex al tanto del resto más tarde.
Alex permaneció quieta donde estaba unos momentos después de que Margot y Greg se fueran, reflexionando en la conversación que había tenido lugar. Era evidente que Greg no estaba precisamente entusiasmado con el trabajo del rancho, ¿pero cómo había esperado que fuera la vida en un rancho? Probablemente, era cierto que en toda relación siempre había uno que sentía más que el otro, pero entre Greg y Margot, el desequilibrio parecía demasiado aparente.
Apartando de su cabeza el asunto, al menos momentáneamente, abrió una de sus bolsas de viaje y sacó el neceser y un albornoz. Primero se ducharía y luego decidiría qué ponerse.
No había nadie a la vista cuando salió al pasillo, aunque se oían voces procedentes de la planta baja. El baño era espacioso y tenía un cubículo para la ducha separado de una gran bañera. Había varias toallas limpias colgadas y otro montón en dos estanterías.
Como Greg había prometido, el agua caliente no faltaba. Acostumbrada a la baja presión de su apartamento, Alex estuvo a punto de perder el equilibrio debido a la fuerza con que el agua cayó sobre ella. Sin aliento, giró un poco el grifo, alegrándose de llevar puesto un gorro de ducha. No habría tenido tiempo de secarse el pelo antes de la cena, y, por informal que ésta fuera, tampoco se habría sentido cómoda sentándose a la mesa con él empapado.
Tras disfrutar unos momentos del agua cayendo sobre su cuerpo, empezó a lavarse. Normalmente se limpiaba el rostro con cremas, para mantener su piel hidratada para la cámara, pero esa tarde decidió pasar por alto aquella precaución y se limpió la cara con agua caliente y jabón, disfrutando de su agradable olor.
El repentino picor de ojos que le produjo al entrar bajo sus párpados fue intenso. Se aclaró rápidamente el rostro bajo el agua y, con los ojos aún cerrados, entreabrió la puerta corrediza de la ducha y buscó a tientas la toalla que había colgado de un gancho cercano. Al tocarla, ésta cayó al suelo.
—Permíteme ayudarte —dijo una profunda voz masculina, haciendo que Alex se quedara petrificada donde estaba.
Entreabriendo los ojos con esfuerzo, vio que el mismo hombre en el que se había fijado hacía unos minutos por la ventana tomaba otra toalla y la envolvía en ella, ofreciéndole a continuación una esquina de ésta para que se secara los ojos.
Una mezcla de vergüenza y enfado hizo que Alex olvidara el escozor de sus ojos. Nunca se le habría ocurrido imaginar que así era como iba a conocer a su anfitrión. Sin aparente intención de irse, éste la contempló con una mirada del color y la intensidad del acero y una leve sonrisa curvando los extremos de su definida boca. La fuerte mandíbula y los duros y altos pómulos daban a su rostro, coronado por una espesa mata de pelo oscuro, una expresión de evidente vigor masculino. Con su metro setenta y cinco, Alex se consideraba bastante alta, pero aquel hombre le sacaba por lo menos quince centímetros.
—¿Mejor? —preguntó él.
—Sí —replicó Alex, haciendo esfuerzos por mantener la compostura—. ¿Pero tienes la costumbre de entrar en los baños sin llamar?
—La puerta no estaba cerrada —contestó él, sin dar la más mínima muestra de tener intención de disculparse.
—¡Pues debía oírse con toda claridad el ruido de la ducha!
—No a través de la puerta.
—En ese caso, deberías haberte retirado nada más abrirla.
—Me ha parecido que necesitabas ayuda —replicó él, aparentemente imperturbable—. Además, ¿por qué te preocupas tanto? Dada tu profesión, no imaginaba que tuvieras tantos prejuicios respecto a la desnudez.
El primer impulso de Alex fue negar la implicación, y el segundo, golpearlo en un ojo. Aquel hombre no era el primero que daba por sentado que el hábito de desnudarse era algo esencial para sobrevivir en el mundo de la moda, y, sin duda, no sería el último, aunque eso no hacía que su actitud resultara menos insultante.
—Supongo que no habrás visto nada que no hayas visto ya otras mil veces —replicó en tono burlón.
—Puede que mil sea exagerar un poco —replicó él—. Y ahora, si has acabado, no me importaría entrar ahí.
—Desde luego —sujetando con firmeza la toalla en torno a sus senos, Alex salió de la ducha. Pero, al hacerlo, pisó sin darse cuenta el borde de la toalla y sólo se libró de caer gracias a la rápida reacción de Cal Forrester. Sujeta por el brazo con que éste había ceñido su cintura, con la toalla amenazando exponer aún más su anatomía, Alex sintió que su dignidad cedía ante la repentina conciencia de la dura masculinidad de su anfitrión.
—Será mejor que mires dónde pisas —dijo él, soltándola—. Pareces propensa a sufrir accidentes.
—Lo haré, no te preocupes —replicó Alex, recuperando la compostura—. Y gracias de nuevo por… la ayuda. No sé qué habría hecho sin ti.
Su tono burlón provocó un repentino brillo en los ojos grises de Cal.
—Estoy a tu disposición… para lo que quieras.
Alzando levemente la nariz, Alex tomó su neceser y el albornoz de la silla en que los había dejado y salió. Desde luego, no podía decirse que no hubiera causado un auténtico impacto, pensó con ironía. Aunque lo cierto era que Cal Forrester no había parecido especialmente impresionado.
Mirándose en el espejo de su habitación, pensó que tampoco podía culparlo por ello. Con el pelo aún sujeto bajo el gorro y los ojos enrojecidos por el jabón, no podía decirse precisamente que fuera una visión agradable. Se quitó el gorro, dejando que el pelo cayera libremente sobre sus hombros. Luego se quitó la toalla y tomó el albornoz.
Esbeltamente curvada de cintura y caderas, de senos altos y firmes y piernas largas y bien formadas, Alex había recibido numerosas ofertas a lo largo de los años para posar desnuda, pero nunca se había sentido atraída por la idea. Además de trabajar como modelo e intervenir en un par de series de televisión, había anunciado de todo, desde lencería hasta maquillaje, pero nunca había conseguido uno de los grandes contratos que la habrían lanzado a la cima de la fama. Aunque eso ya no le importaba. Esa parte de su vida ya había quedado zanjada para siempre.
Tras ponerse unos pantalones flojos y una amplia camisa de seda, se cepilló el pelo y se pintó los labios de ámbar. Sus cejas y pestañas eran lo suficientemente oscuras como para necesitar ser realzadas.
La idea de volver a ver a Cal Forrester tras el incidente del baño hizo que sus mejillas se tiñeran de rubor. No se consideraba ninguna mojigata, y tampoco era una exhibicionista, aunque, evidentemente, él la había tomado por tal.