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Cuando la sobrina de Kyle Beaumont se quedó huérfana a la temprana edad de nueve años, éste decidió adoptarla. Pero, para hacerlo, necesitaba que su esposa volviera a su lado... Shannon Beaumont sabía mejor que nadie la clase de hombre que era Kyle. Su matrimonio había sido breve, apasionado y tempestuoso. Kyle nunca había sido un marido perfecto. Sin embargo, ahora parecía decidido a ser un padre ejemplar. Shannon le prometió a Kyle estar con él tres meses para poder demostrar a las autoridades que podían darle a Jodie un hogar, tres meses en los que corría el riesgo de dejar que Kyle volviera a ocupar su cama y que la niña se hiciera un lugar en su corazón.
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Seitenzahl: 212
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 1998 Kay Thorpe
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Matrimonio a prueba, n.º 1044 - febrero 2021
Título original: Contract Wife
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1375-111-5
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Si te ha gustado este libro…
AHÍ estaba ese ruido otra vez! Sentándose en la cama de un salto, Shannon aguzó los oídos para intentar identificar aquellos sonidos. Estaba claro que algo se estaba moviendo en la cocina, pero no sabía identificar si era algo humano o animal.
Lo más sensato era quedarse donde estaba. Sin embargo, si era un ladrón, era muchísimo mejor intentar asustarlo mientras estaba todavía abajo, haciendo algo de ruido.
Al deslizarse escaleras abajo descalza, sintió algo de frío, por lo que llegó a la conclusión de que la caldera se había apagado. Estaba claro que si la caldera tenía que estropearse, lo iba a hacer en uno de los días más fríos del año.
Inclinándose por la barandilla, algo inestable, de la escalera con mucho cuidado, vio el reflejo de una linterna que venía de la cocina y oyó que alguien abría uno de los cajones de la cocina y lo volvía a cerrar. Entonces, pudo oír que la persona profería una maldición.
Sin lugar a dudas, era la voz de un hombre. Un grito podía ser suficiente para asustarlo, pero también podía darle más confianza si se daba cuenta de que sólo había una mujer en la casa.
El palo que solía usar para abrir la trampilla del desván estaba apoyado contra la pared. No era un arma muy consistente, pero era mejor que nada si necesitaba defenderse. Las clases de defensa personal a las que había asistido el año anterior la habían preparado para el combate cuerpo a cuerpo, pero prefería no poner en práctica las técnicas que le habían enseñado.
Levantando el palo, golpeó la barandilla con fuerza, exclamando al mismo tiempo:
–¡Craig, hay alguien abajo!
De repente, se produjo un fuerte ruido al ceder la parte de la barandilla en la que ella se estaba apoyando. Shannon sintió cómo perdía el equilibrio y caía, quedandose colgada como un mono de una de las barras. El palo cayó al suelo. No estaba demasiado alto, pero sí lo suficiente como para que a Shannon le diera miedo saltar, teniendo en cuenta que sólo había una alfombra que le amortiguara el golpe. Pero por los ruidos que provenían de la barandilla, muy pronto no le iba a quedar otra solución.
Todo aquello quedó a un lado en el momento en el que sintió que alguien la agarraba por encima de los tobillos. Shannon, muy asustada, empezó a patalear desesperadamente.
–¡Suéltame! –gritó–. ¡Te digo que me sueltes!
–¿Prefieres caerte al suelo? –le preguntó una voz muy familiar–. ¡Si no te estás quieta, vas a conseguir que se caiga toda la barandilla!
Ella se encontró entre la espada y la pared pero, tal y como Kyle le había hecho ver, la barandilla no iba a aguantar mucho más. Conteniendo la respiración, obedeció lo que él le decía, y se soltó, dejandose caer entre los fuertes brazos de él.
Kyle no hizo ningún intento por colocarla en el suelo. Ella pudo sentir el latido del corazón de él a través del jersey de lana que él llevaba puesto. El suyo propio estaba a punto de estallar, y no sólo por la caída. Hacía mucho tiempo desde la última vez que había sentido los brazos de Kyle abrazándola.
–¡Bájame! –exclamó de nuevo, sacudiéndose de sus recuerdos–. Además, ¿qué demonios estás haciendo aquí?
–He venido a buscarte –respondió él–. Y menos mal, teniendo en cuenta la exhibición tipo Tarzán que me has ofrecido.
–Y que no hubiera ocurrido si no hubieras entrado por la fuerza en mi casa –replicó ella–. Y ahora, ¿quieres hacerme el favor de dejarme en el suelo?
Kyle la obedeció. Con aquella luz, o mejor dicho, con aquella falta de luz, los ojos grises de él parecían casi negros, pero ocultaba los hermosos rasgos y las firmes líneas de la boca que la habían vuelto loca de pasión en el pasado. Llevaba un jersey blanco, muy grueso, que hacía que los hombros parecieran todavía más anchos. Como ella iba descalza, él era casi unos veinte centímetros más alto que ella. Todas aquellas características juntas se convertían en una combinación peligrosa.
–Quiero que conste que yo no he entrado por la fuerza –dijo él–. Tú no echaste la llave de la puerta de atrás. Parece que tu Craig –añadió en un tono de voz algo diferente– tiene un sueño bastante profundo.
–¿Cómo…? –preguntó ella, demasiado aturdida como para recordar su pequeña mentira. Luego recordó–. No hay nadie aquí –admitió–. Me inventé que había un hombre en la casa.
–Ahora sí que hay uno. Y tiene mucho frío y mucha hambre. Hubiera llegado hace mucho tiempo si no hubiera tenido que abrirme paso varias veces.
–¿Abrirte paso por qué?
–Por la nieve, claro. En algunos sitios es bastante profunda.
–Pero si había muy poca cuando yo me fui a la cama.
–¿Cuándo fue eso?
–Supongo que sobre las once.
–Ahora son más de las cuatro, y como te he dicho, ha nevado bastante. Tengo suerte de haber encontrado la casa. Está en un lugar perdido de la mano de Dios.
–Por eso la compró mi tía. Le gusta estar apartada.
Shannon, de repente, tembló sintiendo el frío que reinaba en la casa. Por primera vez, se dio cuenta de que no llevaba puesto más que un ligero camisón de seda. Y, seguramente, a Kyle tampoco le había pasado desapercibido. Por muchas ganas que tuviera de preguntarle el porqué de su presencia en la casa, tendría que esperar hasta que se hubiera vestido.
–Si te vas a quedar levantada –dijo Kyle, como si le hubiera leído el pensamiento–, es mejor que vayas a vestirte. Pero antes dime dónde están los fusibles. Buscarlos a la luz de la linterna no es tarea fácil.
–¿Es que no hay luz?
–Ha saltado el fusible principal. Por suerte, no es el principal, sino el de la casa, aunque va a dar igual si no hay repuesto. En ese caso, tendremos que salir al cobertizo a recoger algo de leña. Esperemos que hayan deshollinado la chimenea hace poco.
Shannon lo dudaba. Su tía no era el tipo de persona que se ocupara de ese tipo de cosas y resultaba muy poco probable que la mujer del granjero, que generalmente se ocupaba de la casa, lo hubiera hecho.
–Mira en el armario al lado del fregadero –dijo ella, temblando–. En el segundo cajón, creo.
–Esperemos que tengas razón –replicó Kyle, dándose la vuelta para recoger la linterna–. Ten cuidado con la escalera.
Shannon estuvo a punto de replicarle, pero el sarcasmo nunca había surtido mucho efecto en su marido. Dejando a un lado la pregunta de cómo habría sabido él dónde estaba, ¿qué podía ser tan importante para haberle hecho ir hasta allí? En los dieciocho meses que llevaban separados, casi no había habido ningún contacto entre ellos.
Tal vez él hubiera decidido que ya era hora de que se sentaran a hablar de la posibilidad de un divorcio. Una vez que había tomado una decisión, Kyle no se apartaba de ella. Aunque le doliera, ella decidió que aquello sería lo mejor. Tal vez incluso la ayudaría a aclararse sobre Craig,
Una vez en su habitación, se puso unas mallas muy abrigadas y un grueso jersey azul marino. Tenía unas botas forradas de piel que no eran para llevar en la casa, pero decidió ponérselas ya que los dedos de los pies se le estaban convirtiendo en bloques de hielo.
Al mirar por la ventana, se dio cuenta de que Kyle no había estado exagerando sobre el tiempo que hacía. El Range Rover que estaba aparcado fuera estaba casi cubierto de nieve. En cualquier paso, era culpa suya. Debería haberse vuelto cuando se dio cuenta de las condiciones meteorológicas.
Debía de haber dejado la lámpara de la mesilla de noche encendida cuando se fue a la cama, porque de repente se encendió, junto con el ruido que hacía la calefacción central. La ventana le devolvió el reflejo de su rostro, de expresión voluntariosa, y los rasgados ojos verdes. Kyle le decía que tenía ojos de gato. Si ella le hubiera hecho caso a sus instintos felinos el primer día que lo conoció, se habría librado de muchos disgustos.
Entonces se apartó de la ventana y tomó un pasador para recogerse el pelo, dorado como el trigo, en la nuca. Un escalofrío le corrió por la espalda. Necesitaba beber algo caliente. Y también una buena dosis de valor.
Mientras bajaba por las escaleras, olió el aroma a beicon frito que venía de la cocina. Aunque era muy temprano, Shannon sintió las punzadas del hambre en el estómago. Ella normalmente desayunaba cereales y una tostada, pero, con aquel olor, estaba dispuesta a hacer una excepción.
–Espero que estés haciendo suficiente para dos –dijo ella, de manera casual, al entrar en la cocina rústica, decorada en blanco y amarillo, con los armarios de madera de pino.
–Hay suficiente para los dos –le aseguró Kyle–. ¿Quieres un huevo o dos?
–Uno será suficiente, gracias.
Shannon se sentó, observando la manera tan diestra en la que él rompía los huevos contra el borde de la sartén. Probablemente, si no hubiera decidido dedicarse a la literatura, habría podido ganarse la vida de chef. Su marido era un hombre de muchos talentos. Lo único que le faltaba era integridad.
Sin embargo, resultaba evidente el efecto que él tenía sobre ella. Tenía un físico imponente: anchos hombros, caderas estrechas y muslos musculosos. Shannon sintió que un temblor la recorría por dentro al recordar sus momentos íntimos, el roce de aquellas manos sobre su piel… Aunque Craig le parecía encantador, él no despertaba en ella el mismo grado de dependencia.
–¿Qué tal está Paula? –preguntó, con el mismo tono de voz que antes.
–Ni idea –respondió Kyle de la misma manera, mientras cascaba los huevos sin romper las yemas, tal y como a ella le gustaba.
–¿Quién perdió el interés? –preguntó, sin demostrar un interés aparente, aunque el corazón le había dado un vuelco.
–Fue un acuerdo mutuo –dijo él, colocando los huevos en los platos, junto con el beicon y el tomate, para luego dirigirse a la mesa, que ya estaba puesta–. Cómetelo mientras está caliente. Hay café en la cafetera.
–Tan eficiente como siempre –comentó Shannon mientras él se sentaba enfrente de ella–. Electricista, cocinero, un autor de éxito… ¿hay algo que no se te dé bien?
–Obviamente, no se me da tan bien el tema de las relaciones personales –dijo, enarcando una ceja con ironía–. No parece que sea capaz de retener junto a mí a las mujeres.
–Probablemente, porque no quieres comprometerte –le espetó Shannon–. Te casaste conmigo porque, al contrario de mis antecesoras, yo no te dejé poseerme a menos que estuviéramos casados. Pero no tardaste mucho en cansarte de la novedad.
–Habría sido mucho más tiempo si tú no hubieras tirado la toalla –respondió él, con ojos impasibles.
–¡Tiré la toalla, tal y como tú dices, porque no estaba dispuesta a compartirte con otra mujer! ¿O acaso debería decir mujeres? –exclamó Shannon, echando fuego por los ojos–. ¿Qué esperabas? ¿Que te diera una palmadita en la espalda y te dijera «muy bien»?
Durante un momento, pareció, por la expresión de los ojos de él y un músculo tenso en la mandíbula, que iba a contestarle. Sin embargo, el rostro se le relajó y se encogió de hombros.
–Eso es agua pasada, ¿no?
Kyle había utilizado aquel cliché con deliberación, ya que ella utilizaba aquella expresión muy a menudo en su trabajo. Pero no le importaba. El éxito era el éxito, fuera cual fuera el género que uno escogiera para trabajar.
–Tienes razón –respondió ella–. No hay que reavivar las brasas apagadas.
A pesar del apetito que había demostrado unos minutos antes, Shannon tuvo que hacer un esfuerzo para terminar la comida. Kyle comía con gusto, evidentemente poco afectado por el altercado. Sin embargo, ¿cuándo había él demostrado sus sentimientos? Se había casado con ella porque su orgullo masculino no le dejaba otra salida, pero no por amor. Kyle no reconocería el amor aunque lo tuviera delante de las narices.
Hasta que no acabaron de comer y se pusieron a tomar café, Shannon no encontró el valor suficiente para empezar de nuevo una conversación.
–¿Cómo supiste que estaba aquí?
–Llamé a tu madre, cuando no pude localizarte en la ciudad. Ella me dijo dónde estabas.
Probablemente su madre había pensado que iban a reconciliarse. A su madre siempre le había gustado Kyle, hasta el punto de que no tomó partido por ninguno de los dos cuando se separaron.
–Podrías haberme llamado –comentó ella.
–Esto no es algo de lo que podamos hablar por teléfono –replicó él.
–¿Te refieres a que quieres que hablemos del divorcio?
–¿Qué te hace pensar que yo quiero divorciarme? –preguntó él, estudiándole el rostro.
–¿Te refieres al hecho de que ya no estés con Paula? –inquirió Shannon, encogiéndose de hombros, simulando una indiferencia que estaba lejos de sentir–. Dudo mucho que hayas mantenido el celibato desde entonces. En cualquier caso, no se me ocurre otra cosa por la que quisieras venir a verme aquí.
–¿Y por qué estás tú aquí? –dijo él–. En este momento, no estás escribiendo, así que no creo que sea una cuestión de buscar paz y tranquilidad.
–¿Cómo sabes que no estoy escribiendo? –le desafió.
–Se lo pregunté a tu editora. Ella me dijo que te estabas tomando un respiro.
–Y así es. Un respiro durante el invierno. Y esta casa es un lugar tan bueno como cualquier otro para ello.
–En verano, puede que sí. Pero ahora, yo diría que tu apartamento es un lugar más adecuado.
–Mi piso –le corrigió ella–. Es mucho menos lujoso que el tuyo, suponiendo que todavía lo tengas…
–Así es. Y también la casa, aunque tú ya lo sabes, claro. No me podría deshacer de ella sin tu consentimiento, si quisiera hacerlo…
–Tienes derecho a hacer lo que quieras con la casa –replicó Shannon–. La pagaste tú. Ya te he dejado muy claro que no quiero nada tuyo, Kyle…
–Si estás intentando provocarme, estás a punto de conseguirlo…
–¡Dios me libre! –replicó ella.
–¡Deja de actuar como una de tus protagonistas! –le espetó Kyle, con voz cortante–. A menos que lo que quieras es que yo me comporte como uno de tus héroes…
–Considerando que nunca has leído mis libros, no creo que tengas ni idea de cómo actúan mis héroes –replicó ella, mientras él esbozaba una sonrisa.
–He leído lo suficiente como para tener una idea. Nunca se dejan amilanar… Tú nunca te habrías enamorado de mí si yo hubiera sido un hombre dócil…
Era cierto. Shannon tenía que admitir que él era el único hombre que había conocido que se parecía algo al tipo de hombres sobre los que ella escribía. La diferencia era que ella tenía el control sobre sus personajes, mientras que Kyle era el único dueño de sí mismo.
–También tienen cualidades como la moderación –respondió ella–, la fidelidad… Resulta evidente que tú pensaste que podrías tener todas las ventajas del matrimonio sin ver coartados tus instintos de soltero en ningún modo.
Kyle se reclinó en la silla y se estiró, con las manos detrás de la cabeza. La miró sin un trazo de culpabilidad ni de incomodidad.
–Ya hemos hablado de eso muchas veces y no tengo intención de volver a hacerlo. Si vamos a volver a empezar, hagámoslo desde aquí mismo…
–¡Empezar! –exclamó Shannon–. Si has creído por un momento que yo estaba considerando…
–No me has dejado terminar –replicó él, totalmente relajado–. Hay buenas razones para que volvamos a vivir juntos otra vez.
–¡Dime una!
Aquellos ojos grises recorrieron su rostro, analizando todos y cada uno de sus detalles, para después detenerse en sus pechos.
–Pensaba que resultaba evidente. Yo todavía te deseo, Shannon. Nunca he dejado de hacerlo.
–¡Pero yo no te deseo!
Aquello era una mentira. La sangre le palpitó por las venas, haciendo que los latidos del corazón le resonaran en los oídos. Sintió una tensión interior que era indicativa de un deseo repentino e indomable. Se puso en pie, asiendo la mesa con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos, en una lucha sin cuartel por ocultar sus verdaderos sentimientos.
–¡No volvería contigo aunque fuéramos las dos últimas personas vivas sobre la Tierra!
–Si así fuera, no te quedaría más remedio –dijo él, impasible–. Sería la única manera de repoblarla.
–¡Asaltaría un banco de esperma antes que dejar que te acercaras a mí! –le espetó, sin importarle lo ridículo de aquel argumento–. Siempre supe que eras muy arrogante, Kyle, pero esta vez no te vas a salir con la tuya.
–Siempre enfatizas demasiado las cosas –comentó él con sequedad–. Un simple «no» me habría resultado más convincente. Dada la situación…
Kyle dejó caer las manos y se puso en pie, con movimientos suaves, indolentes. Cuando empezó a rodear la mesa, Shannon dio un paso atrás. Sin embargo, no pudo ir más allá, ya que la silla fue a chocar contra uno de los armarios de la cocina.
–¡No sigas! –le ordenó–. ¡Sea cual sea tu juego, ya basta!
–No hay ningún juego –dijo él–. Cuando las palabras dejan de surtir efecto, la acción es el único recurso que queda –añadió. Kyle agarró el puño que ella estaba agitando en el aire, delante de su mandíbula antes de que ella le golpeara con él, mientras sacudía la cabeza con aire burlón–. Olvídate del histrionismo. Esto es la realidad.
Reconociendo la futilidad de su protesta, Shannon se dejó llevar mientras él la tomaba entre sus brazos, decidida a no animarlo de ninguna manera. Aunque la mente se mantenía firme, descubrió que la carne era débil cuando él acercó su cuerpo fuerte y musculoso al de ella. Kyle recorrió su espalda con manos cálidas, los glúteos, acercándola aún más a la dureza de su masculinidad, mientras le escrutaba el rostro para comprobar su reacción.
Entonces, él agachó la cabeza, con los labios apenas rozando los labios de ella, con un movimiento lento, sutil, magnético, derribando las barreras de su resistencia hasta que cedió y empezó a responder. Los labios se suavizaron, se abrieron, siguiendo los movimientos que él marcaba, con el cuerpo acoplándose al de Kyle… ¡Había pasado tanto tiempo! Shannon casi había olvidado lo que se sentía al desear a alguien con un abandono tan apasionado.
Los dedos de Kyle encontraron el borde del jersey y empezaron a acariciarle la espalda desnuda. Shannon no se había puesto sujetador, por lo que sus pechos se hinchieron al sentir el roce de la palma de la mano de Kyle, y sintió cómo sus pezones despertaban ante las diestras caricias de él.
Cuando Kyle movió las manos hacia la cinturilla elástica de las mallas que ella se había puesto, Shannon recobró algo de cordura. Necesitó toda su fuerza de voluntad para sobreponerse al deseo que sentía y ser capaz de agarrarle la mano entre las suyas.
–¡Para! –exclamó, con la respiración entrecortada–. ¡No pienso dejarte que sigas!
–¿Estás segura? –preguntó Kyle, con una sonrisa.
–Totalmente –le aseguró ella. De algún lugar, Shannon sacó la fuerza necesaria para apartarlo y colocar la silla entre ellos–. Tan segura como lo estaba la primera vez que intentaste esta jugada conmigo.
–Pero entonces no sabías lo que te perdías –le espetó él, sin hacer ningún intento por apartar la silla a un lado, con un brillo en los ojos más divertido que frustrado–. No importa. Tenemos mucho tiempo. Vamos a estar aislados aquí por lo menos un par de días.
–Eso no importa –replicó Shannon, recuperando el control de sí misma, al menos en apariencia–. Si me tocas otra vez, te arruinaré de por vida.
Con los pulgares enganchados en el pantalón, él se reclinó contra la encimera y la miró con interés.
–¿Y cómo te propones hacer eso?
–¡Ya lo descubrirás si intentas eso otra vez! –le espetó ella–. ¡Pero manténte alejado de mí!
–Eso me va a resultar imposible si vamos a renovar nuestros votos matrimoniales –dijo él–. Yo no estoy hecho para el celibato, como tú ya te has dado cuenta. Lo que tú necesitas…
–¡Lo que necesito es que te largues por donde has venido!
–Me temo que eso no es posible –añadió, sacudiendo la cabeza con pena–. Como ya te he dicho, estamos atrapados hasta que se deshiele la nieve. Si te decides a pasar el mes de febrero perdida en la salvaje Exmoor, ¿qué vas a esperar?
–No creo que sea salvaje –replicó Shannon–. Hay un pueblo a menos de un par de millas.
–En estas condiciones, como si estuviera en la luna –dijo él, separándose del armario mientras arqueaba una ceja al ver que ella agarraba la silla y la levantaba, dispuesta a utilizar las patas como arma–. No te preocupes, no voy a presionarte más. O al menos –añadió tras un momento de deliberación–, no de esta manera.
Shannon levantó una mano para apartarse el pelo de la cara, dándose cuenta entonces de que el clip se le había caído del pelo en algún momento.
–¿Qué significa eso?
–Ya te dije que teníamos razones para volver.
Ella lo miró con cautela, todavía sin convencerse de que él no estaba planeando otra encerrona.
–¡De antemano te digo que no hay ninguna razón que puedas encontrar que me importe lo suficiente!
–¿Ni siquiera que la hija de mi hermana se pase el resto de su infancia en un orfanato?
Hizo la pregunta en un tono tranquilo, sin el magnetismo que había tenido su voz unos momentos antes. Totalmente anonadada, Shannon no pudo encontrar respuesta. No se podía dudar de la seriedad de sus palabras. Incluso su actitud había sufrido un cambio radical. Shannon sabía que su única hermana había muerto en Australia hacía algunos años, dejando un marido y una hija de tres años. También sabía que el padre había cortado todo contacto con la familia Beaumont, por razones que Kyle nunca había explicado.
–Me imagino que le ha ocurrido algo a tu cuñado –dijo ella, confusa.
–Murió en un accidente de tren hace unas pocas semanas. El coche se quedó atrapado en la vía. No pudo salir a tiempo –explicó Kyle, sin ninguna emoción en la voz–. Aparentemente, no tenía ningún pariente, así que las autoridades miraron el registro de mi hermana. Como mis padres están divorciados, y además no están en el país, yo soy la única esperanza de Jodie.
–Entiendo –dijo Shannon, haciendo una pausa–. Desde luego que lo siento, pero no entiendo qué tengo yo que ver con todo esto.
–Pienso adoptarla legalmente, y no hay ninguna posibilidad de que a un hombre que vive solo se le permita tener la custodia de una niña de nueve años, cuando ni siquiera es su hija. Las autoridades tienen que creer nuestro matrimonio es estable.
Shannon se dio cuenta de que se le había hecho un vacío en el estómago. Kyle quería que volviera con él, no porque no pudiera vivir sin ella, sino porque sin ella se le negaría el cuidado de la hija de su hermana.
–Eso es chantaje –respondió ella.
–Lo sé –respondió él sin que pareciera que le importara demasiado, con una expresión en el rostro que Shannon recordó del pasado–. Haré lo que sea para asegurar el futuro de Jodie.
–¿Sin importarte quién más salga malparado? –exclamó Shannon, con un nudo en la garganta–. Nuestro matrimonio se acabó cuando descubrí lo que había entre Paula Frearson y tú. ¿Por qué crees que voy a dejar todo eso a un lado?
–Porque yo te lo pido. De acuerdo… –se interrumpió, levantando una mano–… porque te estoy coaccionando. Como ya he dicho antes, no estoy dispuesto a hablar de todo eso de nuevo. Tendremos que empezar desde cero. Shannon –añadió en un tono más suave–, todavía nos queda algo por lo que merece la pena intentarlo. Acabamos de demostrarlo.
–¿Crees que yo podría volver a confiar en ti? –preguntó ella, con la voz quebrada.
–¿Confiaste en mí de verdad alguna vez? –replicó él, sin dejar de mirarla a los ojos.
–¡Claro que lo hice! Si no, no me habría casado contigo.
–Te casaste conmigo –dijo él–, porque yo cumplía todos los requisitos. No quieras hacerme creer que hubieras sentido lo mismo por mí si yo hubiera sido un simple empleado con un sueldo modesto. Tú querías tener el estilo de vida que describes en tus libros. Querías un hombre que te satisficiera en la cama, en lo que no recuerdo haber fallado…
–¡No fue por eso! –exclamó ella, herida antes tales acusaciones–. ¡Estaba enamorada de ti!