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Julia 1011 El magnate griego Nikos Pandrossos necesitaba a alguien que cuidara a su hijo de cinco años, y Chelsea Lovatt parecía perfecta para el trabajo. El pequeño adoraba a la joven y ésta parecía más que deseosa de pasar un mes como niñera de Dimitris. Pero Nikos tenía en mente algo más que el cuidado del niño. ¡Deseaba a Chelsea en su cama! Ella sabía que por su propio bien debería resistirse, que no había ningún futuro en una aventura con Nikos. Pero la oportunidad de poder conocerlo de la forma en que se moría por conocerlo, era mejor que una vida entera preguntándose lo que podría haberse perdido…
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Seitenzahl: 196
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
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Planta 18
28036 Madrid
© 1999 Kay Thorpe
© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Un seductor irresistible, JULIA 1011 - Julio 2023
Título original: The thirty-day seduction
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo, Bianca, Jazmín, Julia y logotipo
Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 9788411801225
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Si te ha gustado este libro…
AGARRADA a la barandilla de un barco de turistas, Chelsea vislumbró la isla con una mezcla de anticipación e inquietud. La ética en pugna con la ambición de nuevo, reconoció con desgana; la ruina de su profesión a veces. Pero, dada la oportunidad, ¿qué otra profesional hubiera vacilado en aprovecharla?
—Skalos —declaró el hombre que llevaba el timón del lujoso yate—. Bienvenida a mi casa.
Chelsea se dio la vuelta para sonreír al atractivo joven griego admirando las líneas de su cuerpo moreno cubierto sólo con unos pantalones cortos.
—Espero que tu familia piense lo mismo.
Los blancos dientes brillaron a la luz del sol.
—¡Mis amigos son siempre bienvenidos!
—¿Incluso los extranjeros?
Él lanzó una carcajada.
—No tenemos nada en contra de los ingleses.
—Ya, pero no somos exactamente viejos amigos.
—Ninguno de los dos somos lo bastante mayores como para serlo. ¿Y qué diferencia hay en cuándo nos hayamos conocido? Dos días o dos años, da igual. Somos… ¿Cómo se dice… comparables?
—Compatibles.
Lo que sí parecía cierto, reflexionó Chelsea. Desde el momento de su primer encuentro en la isla de Skiatos, se habían llevado de maravilla. Aunque Chelsea dudaba estar haciendo lo que estaba haciendo si Dion no fuera quien era.
—¿Cuántos Pandrossos vivís en la isla ahora?
—Nikos es el único, aparte de nosotros —confirmó Dion—. Pero hay varias familias más a las que se les ha permitido establecer su hogar.
—¿Es privada la isla?
—Es de la compañía —las atractivas facciones se ensombrecieron un poco—. La compañía de la que mi padre debería haber sido presidente cuando murió su hermano hace cuatro años.
Por lo que Chelsea sabía de los asuntos de los Pandrossos, el hijo del presidente fallecido, Nikos Pandrossos, había heredado demasiado poder en acciones como para desbancar a su tío en la presidencia. Tampoco se le podía reprochar la forma en que había dirigido la empresa: la naviera Pandrossos había subido como la espuma.
Su presidente debía rondar los treinta y seis, pensó Chelsea, un hombre muy joven para estar en la posición en que estaba. Multimillonario, no hacía falta decirlo. Tres años atrás, su mujer y su madre habían muerto en un accidente de barco, dejándolo solo con su hijo pequeño. Eso era todo lo que se sabía del hombre. Un enigma, eso era lo que era Nikos Pandrossos y un reto tan fuerte para un periodista como un capote para un toro.
A pesar de haber heredado a los dieciocho años de su abuelo materno, Chelsea no había visto motivos para no acudir a la universidad y sacar su título de periodismo. Había tenido la suerte de encontrar un trabajo en un periódico importante, lo que le había servido de rodaje antes de cambiar al World Magazine hacía un año. Sin presiones financieras, había podido establecerse después por su cuenta y elegir sus propios artículos, los que no le había costado mucho vender. A los veinticinco años, tenía lo que la mayoría de la gente llamaría un estilo de vida envidiable.
Su decisión de tomarse un par de meses libres para viajar por las islas griegas sólo le había costado la resignada aceptación por parte de sus padres, que ya habían aprendido hacía tiempo a respetar su independencia. Skiatos había sido la tercera isla que había visitado, después de Limmos y Alonissos, con la intención de conocer tantas islas del sur como pudiera en las siguientes semanas. Aquello era algo que siempre había querido hacer y de lo que esperaba sacar suficiente material para una serie de artículos.
Había estado sentada en una de las tabernas del puerto tomando un café cuando había llegado Dion atrayendo todas las miradas femeninas después de amarrar su yate.
Un joven muy acostumbrado a llamar la atención, había pensado Chelsea al verlo con las manos en los bolsillos de los vaqueros de diseño, desviando la mirada cuando sus ojos oscuros se habían posado en ella.
No era el primer griego que encontraba fascinante su combinación de pelo rubio trigo y ojos azules como el mar. Ella se había mantenido distante y los había rechazado con delicadeza hasta el momento. Pero Dion, sin embargo estaba hecho de materia más dura. En vez de seguir andando, había lanzado una carcajada y se había sentado a su mesa presentándose con un encanto que hubiera derretido el corazón más resistente.
Sólo su nombre hubiera bastando para silenciar cualquier protesta por parte de Chelsea, cuando había descubierto con preguntas casuales que era de hecho familiar del hombre al que tantos habían intentado entrevistar y habían fracasado.
Incluso así, si no le hubiera caído bien Dion no estaría en aquel yate, se aseguró Chelsea. Había disfrutado de cada minuto que habían pasado juntos, sobre todo cuando él había aceptado mantener la relación en los términos de Chelsea. Cuando le había dicho que tenía que volver a casa a atender a las celebraciones del quinto cumpleaños de su sobrino y la había invitado a acompañarlo, la excitación la había invadido. Eso era lo más que alguien de su profesión había conseguido acercarse a Nikos Pandrossos. Si pudiera convencerlo de que le concediera una entrevista, su carrera se dispararía por las nubes.
Estaban llegando a una pequeña bahía donde había anclado un precioso yate gemelo al que llevaban. Los árboles bordeaban la orilla de la playa revelando a un lado lo que parecía una carretera. Un hombre saltó de un vehículo allí aparcado cuando Dion paró el yate en un embarcadero excavado en la roca natural y alzó la mano para saludarlos.
—Mi primo Nikos —le informó Dion—. Debe haber acabado de llegar.
Chelsea no contestó consciente de la aceleración de su pulso al ver la figura que esperaba.
Dion saltó y amarró el yate extendiendo la mano para ayudarla a saltar.
—Yo te llevaré la bolsa —dijo alcanzando la pequeña bolsa que era todo su equipaje. Los ojos le brillaron con picardía al notar su gesto involuntario de protesta—. ¿Tendré que luchar contigo para hacerlo?
Con una carcajada, Chelsea cedió.
—Perdona, supongo que estoy demasiado acostumbrada a hacer las cosas yo sola —dijo al saltar al embarcadero.
La risa se desvaneció al bajar los escalones labrados en la piedra y recorrer la franja de arena que los separaba de Nikos Pandrossos. Oscuros como los de Dion, sus ojos la observaron de la punta de los pies hasta el pelo produciéndole un leve sonrojo al pasar por sus pantalones cortos, sus caderas y su fina cintura antes de mirarla a los ojos con una débil mueca de diversión.
—Ésta es Chelsea Lovatt, Nikos —presentó Dion con un poco de posesión—. Una amiga mía inglesa que ha venido a pasar unos días.
—¿Se llama como un barrio de Londres?
—Me llamo como el personaje de un libro que estaba leyendo mi madre cuando estaba embarazada de mí —contestó Chelsea haciendo acopio de valor—. Creo que esperaba que saliera como ella.
—¿Y salió?
—No lo sé. Nunca leí el libro.
Chelsea extendió la mano notando la leve mirada de sorpresa de él.
—Encantada de conocerlo, señor Pandrossos.
La morena cabeza se inclinó revelando un leve tinte de gris en las sienes cuando el sol iluminó la espesa mata de su pelo rizado. Su mano era fría al contacto y los dedos de acero cerrados sobre los de ella le produjeron una sacudida eléctrica por la espina dorsal.
—El honor es todo mío, señorita.
—¿Nos llevarás hasta la casa? —preguntó Dion.
—Supongo que no tenéis otro medio de transporte —contestó Nikos a su primo mientras abría la puerta del Range Rover notando la vacilación de Chelsea con una sonrisa sardónica—. No muerdo. A menos no si no me provocan. Sin embargo, si te sientes más cómoda en la parte trasera…
—Me encantará sentarme delante —consiguió ella decir—. Gracias, señor.
—Puedes llamarme Nikos.
—Gracias entonces, Nikos —Chelsea hizo un esfuerzo por que no se le notara la ironía—. A mí tampoco me gustan mucho las formalidades.
Los ojos oscuros se deslizaron a lo largo de su pierna más expuesta al subírsele los pantalones cortos por la postura.
—Esa impresión da.
Nikos cerró la puerta antes de que a ella se le ocurriera ninguna respuesta dejándola con sensación de desnudez. Dion se había vuelto a poner la camisa antes de salir del yate, pero no le había dado motivos para que creyera que iba inadecuadamente vestida. Considerando el escaso guardarropa que se había llevado para las vacaciones, tampoco iba a poder vestirse de otra manera. Había elegido la ropa por la comodidad y el poco peso, no por la elegancia.
Cuando Dion se sentó en el asiento trasero, Nikos giró el coche de tres cortas maniobras y avanzó hacia el promontorio entre los árboles. Consciente de su musculosa pierna cerca de la suya, Chelsea desvió la atención hacia el paisaje cuando por fin salieron de la línea de los árboles.
Desde donde estaba mirando hacia tierra firme, se veía otra isla mucho más pequeña con lo que parecían las ruinas de una torre en su punto más alto.
—¿Tiene algún significado esa ruina? —preguntó con interés.
—Es sólo una ruina —dijo Dion.
—Son los restos de lo que en otro tiempo fue una diminuta capilla —amplió su primo—. Nunca nos hemos tomado las molestias de explorar sus orígenes, pero puedes hacerlo tú si te interesa.
Chelsea lo miró de reojo asombrada por la fuerza de su perfil con su varonil nariz y su angulosa mandíbula. Su boca también estaba bien formada y sus labios eran firmes. Unos labios maravillosos para besar, pensó sin poder evitarlo.
—Es muy amable por su parte, pero no me quedaré suficiente tiempo como para meterme en detalles históricos.
—¿Tienes otros compromisos?
—Bueno, no. Al menos nada en concreto. Sólo pienso ir donde me apetezca las próximas semanas y ver el mayor número de islas que pueda.
—¿Sola? —su tono indicaba su opinión al respecto—. ¿Es eso prudente?
—Se cuidarme. Y viajar sola significa que sólo tengo que contentarme a mí misma.
—¿No tienes familia en tu país?
—Mis padres, sí.
—¿Y no ven ningún peligro en que viajes sola?
Chelsea lanzó una corta carcajada.
—Tienen toda su confianza en mí.
—Y evidentemente poca autoridad.
—En mi país, las mujeres de mi edad se consideran lo bastante mayores para dirigir sus propias vidas.
—En mi país, las mujeres de tu edad normalmente obedecen a sus maridos —respondió él imperturbable—. ¿No hay ningún hombre en tu vida?
—No, al menos nadie con quien piense casarme. No tengo ningún interés en el matrimonio.
Nikos le dirigió otra rápida mirada especulativa.
—Pues deberías pensarlo seriamente mientras todavía estés a tiempo.
A punto de soltar una contestación irónica, Chelsea se contuvo. Considerando la causa por la que estaba allí, sería mejor no enfrentarse a aquel hombre. Necesitaba cultivarlo, no enfadarse con él.
—Aprecio su interés por mi bienestar, señor. De verdad —dijo con tono más airoso—. Pocos se tomarían la molestia.
—Ibas a llamarme Nikos.
Silencioso hasta el momento, Dion debió decidir que ya era hora de hacer notar su presencia.
—Mi hermana se alegrará de que estés aquí. Siempre se queja de la poca compañía femenina. Florina también está soltera aunque espera estar casada dentro de poco tiempo —lo último lo dijo con un extraño énfasis—. Os caeréis bien, estoy seguro.
Eso esperaba Chelsea. Estar allí bajo falsas apariencias ya era bastante malo sin tener que llevarse mal con ningún miembro de la familia. Abandonar toda la idea sería probablemente lo más prudente, pero no se decidía a hacerlo. Al menos mientras hubiera alguna posibilidad de conseguir su propósito. Nikos podía ser una nuez dura de cascar, pero lo conseguiría si se ponía a ello con toda su alma. Lo primero que tendría que conseguir es que bajara la guardia.
—Si habla inglés tan bien como vosotros dos, no creo que tengamos ningún problema de comunicación.
—Viajar amplía el vocabulario —comentó Nikos—. Así como el turismo.
Chelsea frunció el ceño.
—¿Estáis involucrados en la industria del turismo?
—Toda Grecia lo está. Nuestra economía depende en gran medida del turismo.
—Sin embargo, no se me hubiera ocurrido que tuvierais mucha relación con los turistas. Me refiero a que al ser privada la isla…
—Nuestras vidas no están precisamente confinadas en Skalos —dijo él haciéndola sentirse como una idiota.
—¿Sabe Dimitris que va a tener una fiesta de cumpleaños o será una sorpresa? —prosiguió Dion.
—Será mejor que sea una sorpresa a una decepción —replicó su primo—. ¿Te gustan los niños?
—No podría comerme uno entero —comentó Chelsea antes de poder contenerse—. Perdonad. Ha sido una broma de mal gusto —se disculpó sin atreverse a mirar en dirección a Nikos—. Me gustan algunos niños.
—Te encantará Dimitris —aseguró Dion—. ¡Es todo un carácter!
—Puedes asistir a la fiesta si te apetece —invitó su primo.
Chelsea pensó que Dion no le había dejado mucha elección.
La oportunidad de ver una celebración de los Pandrossos era difícil de rechazar aunque debía al menos hacer el gesto.
—Es muy amable por tu parte —dijo con formalidad—, pero no me gustaría entrometerme en una fiesta familiar.
Nikos metió el coche por los dos portones de hierro con expresión impenetrable.
—Dimitris es el único niño de la familia, así que debemos salir de la isla para buscarle compañía. Vienen invitados de tierra firme también, así que no será ninguna intromisión.
—En ese caso, me encantaría acudir. Gracias, se… Quiero decir Nikos.
—De nada.
Brillante y blanca bajo el sol, la casa que apareció a la vista era mucho más moderna de diseño de lo que había imaginado Chelsea: de planta baja, se extendía en varias direcciones, como si hubieran añadido alas a la parte principal. Una decepción en muchos aspectos, tuvo que admitir.
Nikos paró frente a la arcada de la puerta principal, pero rehusó acompañarlos.
—Me han invitado a cenar esta noche, así que nos veremos entonces. Kali andamosi.
Debía ser el equivalente a «hasta la vista» pensó Chelsea al no haber escuchado la frase antes. Se sintió decepcionada cuando el coche siguió por el camino al pensar en el mal comienzo de su campaña.
—Ven a conocer a mi madre —dijo Dion—. Mi padre está ahora fuera de viaje de negocios aunque puede que llegue a tiempo para la fiesta de mañana.
Si el exterior de la casa le había decepcionado, le pasó lo mismo con el interior. Lujosamente amueblado y cargado de mármol y alfombras, le dio a Chelsea la sensación de una foto de revista de decoración más que de una casa. Pero también era cierto que no podía esperar que la gente cumpliera sus conceptos sólo porque fueran griegos, pensó mientras seguía a Dion a la parte trasera de la casa a una amplia terraza que daba a una espaciosa piscina con el mar como telón de fondo.
La mujer reclinada en una lujosa hamaca bajo una sombrilla alzó la vista al ver acercarse a su hijo y esbozó una sonrisa de cierta resignación al ver a Chelsea. Cuando habló lo hizo en griego y aunque Dion no pareció nada turbado, ella pensó que no le habían puesto precisamente la alfombra de bienvenida.
—Ésta es Chelsea Lovatt, de Inglaterra —la presentó—. La he invitado a quedarse unos días antes de que continúe su viaje.
—Khero poli, señora Pandrossos —saludó Chelsea—. Espero no molestarla.
—Los amigos de mis hijos son siempre bienvenidos —contestó la mujer en un inglés excelente—. Ven, siéntate. ¿Estás aquí de vacaciones?
—Exacto —Chelsea se sentó en la hamaca que le había indicado—. Estoy intentando ver tantas islas griegas como pueda antes de volver a mi país —esbozó una sonrisa—. Ésta no estaba en mi itinerario, pero agradezco la oportunidad de sumarla a la lista.
—Muy pocos extranjeros visitan Skalos —confirmó su anfitriona con cortesía—. Dion, pídenos unas bebidas.
—Por supuesto. ¿Qué te apetece tomar, Chelsea?
—Una limonada helada sería maravillosa.
Muy elegante con un kaftan dorado y el pelo moreno apartado de la cara, la señora Pandrossos se relajó en la hamaca en cuanto su hijo desapareció de la vista. Dion era de su misma edad, eso ya lo sabía Chelsea, lo que significaba que su madre debía andar por los cuarenta aunque podía pasar por estar en mitad de la treintena.
—Es fácil ver a quien se parece Dion —murmuró sin darse cuenta de que había hablado en alto hasta que vio la sonrisa de satisfacción en la cara de la otra mujer.
—Mi hijo y yo compartimos muchas cualidades —se detuvo observando las facciones bien equilibradas y la cascada de pelo rubio que tenía delante—. Tú también eres muy atractiva. Pero por supuesto, tenías que serlo para que Dion se interesara por ti. Siempre le ha gustado mucho el pelo rubio.
Una advertencia de que no era la primera y no sería la última, presintió Chelsea. Pero una advertencia innecesaria, ya que ella no tenía planes con respecto al hombre en cuestión. Pero su madre no lo sabía.
—He pensado en afeitármelo del todo para ver si causo el mismo impacto.
La señora Pandrossos pareció asombrada un momento y se relajó de nuevo al ver el brillo de broma en los ojos azules.
—Eso sería un experimento muy drástico. A pocos hombres les atrae una mujer calva, por muy guapa que sea. Desde luego, Dion no sería uno de ellos.
—Ya me lo había imaginado —le aseguró Chelsea—. Él y yo sólo somos buenos amigos. Cuando me vaya no quedará ningún corazón roto por ninguna de las partes.
—Habla por ti mima —observó el sujeto en cuestión que había llegado a tiempo de oír la última frase—. ¡Yo ya tengo el corazón roto!
Chelsea lanzó una carcajada.
—Pronto se te curará.
—¡Las mujeres inglesas no tienen ni un pelo de románticas! —se quejó Dion tumbándose en una hamaca—. ¡Me quedaré aquí echado a llorar por lo que podía haber habido entre nosotros!
La señora Pandrossos escuchó la conversación un poco confundida. Era evidente que no estaba acostumbrada a la relación que mantenían ella y Dion, reflexionó Chelsea. Unos cuantos besos eran la única intimidad que habían compartido y besos más bien amistosos. Ninguno de los dos buscaba ningún tipo de compromiso.
Llegaron las bebidas en ese momento servidas por un muchacho joven con pantalones oscuros y camisa blanca, típico de los camareros del país. Dion podía haberlas llevado él mismo, pero Chelsea creyó que ni siquiera se le habría ocurrido. Nacido millonario como él, daba el servicio como algo garantizado.
—Nadie me dijo que habías llamado para que bajaran a buscarte en coche a la playa o hubiera ido yo a esperarte —dijo la señora Pandrossos cuando alcanzaron todos sus vasos.
—No llamé. Nos trajo Nikos. Dijo que se reuniría con nosotros a cenar.
—¡Ah, bien! No estaba segura de lo que haría hoy. Habrá que decirle a Hestia que habrá dos personas más a la mesa.
—Ya lo he hecho —Dion se detuvo a dar un sorbo—. Florina se pondrá muy contenta de ver a nuestro primo.
—Como todos los demás —le reprobó su madre—. No debes burlarte de tu hermana, Dion. Sus emociones son demasiado frágiles.
—Es Nikos el que se burla de ella. Sabe lo que siente por él pero no ha dado ni un solo paso.
—Pronto hablará, estoy segura. Dimitris necesita a una madre cuando su padre está fuera de casa. Eso debe saberlo.
Así que Nikos Pandrossos iba a casarse con su prima, pensó Chelsea concentrándose en la bebida. Por lo menos, esa parecía ser la esperanza. Sería un buen movimiento para la familia, sin duda. Era por Florina por la que sentía lástima, como la sentiría por cualquier mujer que se casara con Nikos Pandrossos. ¡El mayor autócrata que había encontrado en su vida!
CON vistas al interior de la isla, la habitación que le habían adjudicado estaba tan lujosamente amueblada como el resto de la casa; la ancha cama cubierta con seda de color limón a juego con los doseles y el suelo cubierto por una espesa alfombra de color azul prusia. Había un cuarto de baño en la habitación con una bañera convertible en jacuzzi con sólo apretar un botón.
—No podría estar mejor en ningún sitio —contestó Chelsea cuando Dion le preguntó si estaría cómoda—. ¡Esto es puro lujo!
—Mi madre admira mucho el estilo de vida italiano —reconoció él—. La casa de Nikos es muy diferente.
—Un tradicionalista, ¿verdad? —se aventuró ella.
—Si te refieres a que prefiere los viejos tiempos a los actuales, sí.
—Con las mujeres como ciudadanos de segunda clase, ¿verdad?
—Por supuesto. Las mujeres han nacido para servir a los hombres —sonriendo, Dion recogió la almohada que le arrojó Chelsea—. Bueno, al menos algunas mujeres.
—¿Y Florina piensa lo mismo?
—Mi hermana haría lo que fuera necesario por conseguir lo que más desea en la vida.
—¿Casarse con Nikos?
—Sí.
Chelsea se sentó en el borde de la cama para desabrochar la cremallera de su bolsa de viaje.
—¿Qué le pasó a su mujer?
—El barco en el que venía con mi tía se averió y se estrelló contra las rocas. La tripulación escapó pero ellas quedaron atrapadas en la cabina.
—Debió ser horrible para él perderlas a las dos juntas —simpatizó Chelsea—. ¿Cómo lo superó?
—De la forma en que supera todo. Nadie conoce los verdaderos sentimientos de Nikos —Dion se apartó del alféizar donde había estado apoyado—. Te dejaré que termines de desempaquetar.
—Es poco lo que tengo que hacer. Espero que no os arregléis para cenar porque voy a quedar muy mal. Sólo hice un equipaje con ropa informal.
Dion se rió y sacudió la cabeza.
—Somos muy informales, aunque tú estarías preciosa con cualquier cosa que te pusieras. ¡Con esos ojos que tienes, no necesitas joyas!
—¡Adulador!
—No creo ser el único.