Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
Una nueva entrega de las aventuras del mago Gregorio Miedo y Medio. Tras hacerse con los secretos del Grimorio Gregoriano, ahora Gregorio se ha converitdo en Mistagogo, líder indiscutible de la Secta de los Efes y amigo del Monstruo del Hotel Espléndido. Ya no le teme a nada, tanto es así que se presentará en la escalofriante sesión espiritista donde asistirán los más horrorosos fantasmas de Zamora: el difunto Valentín Condal, la espectral Niña Inocente de Limbo y el Engendro Perseguido por Cocodrilos Mutantes. Nuevos rivales para un mago que ya no conoce el miedo... ¿o si?-
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 254
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
Andreu Martín
GREGORIO MIEDO Y MEDIO
Saga Kids
Muertos de miedo
Copyright © 2000, 2022 Andreu Martín and SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726962307
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
www.sagaegmont.com
Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.
«Aambos lados de la actual plaza de Sagasta, en pleno centro de Zamora, se levantaban en el siglo xvi las casas de las familias Monsalve y Mazariegos. Estas familias estaban enemistadas, Diego de Monsalve había jurado matar a Diego de Mazariegos para vengar a su padre, y los habitantes de la ciudad dejaron de pasar por aquel lugar, por miedo a que pudiera alcanzarles algún arcabuzazo o pedrada perdidos. Tantos fueron los rodeos que dieron los zamoranos para no cruzar por la plaza en cuestión que creció en ella la hierba, y dio en llamarse la Plaza de la Hierba.
»No hay ejemplo más representativo de lo que es la ciudad de Zamora.
»Porque Zamora, se diga lo que se diga, existe. Es una realidad. Lo que sucede es que no se hace notar. Como si en ella nunca ocurriera nada. Como el niño quietito y callado que se nos olvida en un rincón y de pronto tiene veinte años y no nos hemos dado cuenta. Zamora es como esa plaza de la Hierba, imagen idílica de paz y de tranquilidad donde no pasa nada, por donde no pasa nadie, pero que oculta, en realidad, tanta turbulencia, tanto drama y tanta adrenalina como cualquier otro lugar del mundo.»
Así comienza el largo reportaje que viene encabezado por este espectacular titular:
FENÓMENOS PARANORMALES EN ZAMORA
Todos los periódicos del domingo, 10 de mayo, hablan de ello. De manera más o menos destacada, dedicándole páginas y páginas o sólo cinco líneas de un rincón, todos los periódicos españoles se han hecho eco de aquello tan raro que sucedió ayer en el Cementerio de la Orden de la hermosa ciudad del Duero.
En el diario local, naturalmente, es donde la noticia ocupa más espacio. Toda la portada y más de cinco páginas en el interior.
En su despacho, Eleazar Vasconcellos lo lee una y otra vez y se descuajaringa de risa. Suelta carcajadas más o menos sonoras, y ronroneos de felicidad, y se repatinga en la butaca y mueve los pies en el aire con pataleo de bebé feliz.
Eleazar Vasconcellos, fundador y presidente de la Cofradía Mediúmnica de Invocadores de Espíritus Puros (sociedad recreativa) está viendo ante sí un futuro lleno de prosperidad y riquezas.
Porque todos los socios de esta sociedad espiritista y muchos, pero muchos ciudadanos escépticos, ayer fueron testigos de los prodigios que relata minuciosamente el periódico.
Todo empezó el jueves anterior, 7 de mayo, cuando el reportero zamorano Apolinar Palacín publicó en contraportada una entrevista realizada a un extraño individuo llamado Valentín Condal López, de los Condal López de Manresa. «El mago que busca un tesoro en Zamora», era el encabezado.
Después de contar algunos aspectos de su triste vida, el tal Valentín Condal anunciaba que el sábado, día 9, con la ayuda de una vara de fresno y del famoso Grimorio Gregoriano, joya de la magia blanca, encontraría un tesoro de valor incalculable en algún punto de la ciudad. También decía que la Congregación Mediúmnica de Zamora era internacionalmente conocida, cosa que a Eleazar Vasconcellos le despertó una inmediata simpatía por el joven Valentín Condal.
Ese mismo día se conocieron y Valentín Condal le entregó a Eleazar una carta personal que la Magna Bruja de las Brujas de Inglaterra, Elaine Rockwell, le había entregado en mano para él. Entonces, Eleazar Vasconcellos sintió que su vida experimentaba un giro definitivo hacia el éxito, el triunfo y las riquezas.
Y el sábado 9 de mayo, ayer, se materializó el milagro.
El periódico lo describe perfectamente. Cuenta cómo, en la soleada mañana del día anterior, un centenar de coches se reunieron en la Farola, en torno a Valentín Condal, su vara de fresno y su Grimorio Gregoriano. Entre la multitud de curiosos que iban a comprobar si se realizaba el portento, estaban los espiritistas afiliados a la sociedad de Eleazar, naturalmente, pero también había una buena cantidad de incrédulos, escépticos, sarcásticos, suspicaces y guasones. A diestro y siniestro se podían oír comentarios del estilo de: «A mí no me la dan con queso» o «Yo no creo en estas paparruchas» o «Aquí no pasará nada», porque los zamoranos no están avezados a las sorpresas. Para ellos, «nunca pasa nada», como en la plaza de la Hierba.
No obstante, fueron más de doscientos los que, guiados por la vara de fresno de Valentín Condal, se dirigieron en romería a la orilla izquierda del río, al final de un camino de carro que sale de la carretera de Salamanca, donde se encuentran las ruinas del convento y el cementerio llamados de la Orden.
Una fotografía que acompaña el reportaje muestra a Valentín Condal, con una bolsa de viaje colgada del hombro (British Airways) y las manos agarradas a una vara de fresno con forma de Y que dirige hacia la pared de nichos del cementerio como si fuera una punta de flecha. Está rodeado de una abigarrada muchedumbre de gente sonriente.
Un empleado del ayuntamiento abrió el nicho que la vara y Valentín Condal le indicaron y, del interior de aquel boquete negro y pavoroso, para estupefacción general, extrajo nueve espléndidas piezas de oro, antigüedades primorosamente trabajadas y adornadas con un sinfín de piedras preciosas. Custodias, cálices y candelabros.
Un auténtico tesoro, tal como había anunciado Valentín Condal, si bien no era exactamente el que él esperaba.
De inmediato, unos cuantos de los presentes identificaron aquellas joyas. Eran objetos de culto que fueron profanados, en algún momento de la historia, durante misas negras celebradas por brujos. Se trataba de una parte del tesoro que el mes pasado fue robado del Museo del Diablo de Palencia.
El pasmo y el clamor de asombro dominaron el viejo cementerio desafectado como debió de sacudir al público que asistió a la resurrección de Lázaro. Aquellos que habían acudido a la cita de la magia seguros de que presenciarían un fracaso tuvieron que rendirse a la evidencia.
Pero, por si existía alguna duda respecto al carácter parapsicológico del evento, inmediatamente el Grimorio Gregoriano desapareció.
Estaba allí, en manos de Valentín Condal, y en el segundo siguiente, ante los ojos pasmados de más de doscientas personas, en lugar del grimorio sólo había una misteriosa mano de mármol en actitud mendicante cercenada por la muñeca. Cumplida su misión, aquel libro, elemento imprescindible para la recuperación del tesoro, se trasmutaba en objeto de significado abstruso.
Asegura el periodista que en ese momento una mujer ya no pudo contenerse más y se precipitó sobre Valentín Condal gritando, exigiendo, suplicando, sollozando que quería comprar aquella mano, aquella reliquia milagrosa.
No habían terminado ahí las cosas.
Inmediatamente, intervino la fuerza pública. Los policías municipales, cabo Lucio Abellán y Manuel Tresdedos, confiscaron in situ las joyas, que no dejaban de ser botín de un robo, y anunciaron la detención de Valentín Condal hasta que se demostrase qué participación había tenido aquel hombre en el delito. Recordaba el periódico que los ladrones del Tesoro del Diablo habían muerto calcinados en un extraño accidente de coche pocos días antes.
No le pusieron las esposas porque Valentín Condal no hizo gesto de oponer resistencia y, cargando con las nueve piezas de oro y brillantes, se dirigieron al vehículo de la policía que les esperaba aparcado entre los otros muchos que atestaban la explanada frente a las ruinas de la Orden.
Pues bien: Valentín Condal se desvaneció en el aire.
Cuando llega a ese punto de la lectura, Eleazar Vasconcellos se atraganta de risa. Delira de felicidad.
¡Valentín Condal se esfumó, se desvaneció en el aire, visto y no visto, puf, delante de doscientas personas!
¡A ver quién es el guapo ahora que dice que los fenómenos paranormales no existen!
Eleazar Vasconcellos babea de gusto cuando lee y relee sus propias palabras en la prensa. «Declaraciones del parapsicólogo zamorano Eleazar Vasconcellos en el mismo lugar del prodigio.»
¡Brillantes, brillantes declaraciones!
«Sin duda, debemos ver en este portento la mano del Diablo, que ha querido recuperar lo que es suyo y, al mismo tiempo, demostrar su poder. Quiero hacer notar que, desde el día del robo, han aumentado de forma escalofriante las manifestaciones paranormales en todo el país. La semana pasada, una vecina de Zamora, vio primero a su difunto hermano Anselmo, y después a los fantasmas de los ladrones del Tesoro del Diablo paseándose por la calle de Santa Clara. Y esto no ha terminado aquí. Aún tenemos que asistir a más portentos. Ese ente que se hacía llamar Valentín Condal era obviamente un espíritu puro, un ángel, ni bueno ni malo, recordemos que el Diablo fue un ángel.»
—¡Ha llegado tu hora, Eleazar! ¡Ha llegado la hora de la verdad!
Las pedorretas y los retortijones de risa deforman sus palabras. Él, que ya se creía arruinado y fracasado, oye ahora cómo la prosperidad llama a su puerta.
Porque los socios de esta sociedad últimamente empezaban a remolonear a la hora de pagar la cuota mensual. A Eleazar le estaban llegando rumores de que ya les fastidiaban tantas sesiones espiritistas sin espíritu. Reuniones en torno a un velador, de ésas de: «Si estás ahí, da tres golpes», en las que nunca se escuchaba el menor golpe.
Bueno, pues ahora, los desencantados vuelven a tener motivos para creer en toda clase de espíritus, trasgos, fantasmas, aparecidos y fenómenos de ultratumba. Van a amortizar el dinero que pagan, pues claro que sí. Van a pasar más miedo que nunca, que es lo que quieren a cambio de sus cuotas. Y no sólo eso. Gente que hasta ahora presumía de no creer en semejantes paparruchas, a partir de mañana hará cola ante este despacho sito en un edificio moderno de la calle de Santa Clara.
«Ahí llega el primero.»
Un ruido en el vestíbulo. ¿Estaba la puerta abierta?
—¿Quién anda ahí?
Eleazar Vasconcellos todavía está sonriendo y agarrado al periódico cuando entra aquella persona en su despacho.
Entonces, no puede reprimir un alarido de espanto y una convulsión que convierte el periódico entre sus dedos en una pelota informe. Eleazar Vasconcellos cae sentado en la butaca y se encoge, quedando reducido a una tercera parte de su tamaño normal.
Porque el que acaba de entrar en el despacho es un Espíritu Puro, probablemente un diablo, o un enviado del Averno.
El mismo Valentín Condal, que viste y calza.
El periódico está sobre la cama de ropas alborotadas, junto a la bandeja del desayuno.
Caín Frutales también ha leído la noticia y está pensativo.
Es un hombre alto, corpulento y cabezón, de actitud hosca, ojos profundos de mirada inquietante, barbita a la moda alrededor de una boca diminuta. Siempre viste de negro. Ahora mismo, se cubre con un pijama negro con tirillas doradas en algunas costuras.
Por la ventana del segundo piso del siniestro hotel Espléndido contempla taciturno el lugar del amplio jardín asilvestrado donde anoche su chófer Joseluis debería haber enterrado a los dos insensatos que trataron de engañarle. Casi le está viendo, al abrigo de los dos grandes olivos que lo ocultarían de los curiosos de las casas circundantes, cavando la tumba, metiendo en ella los dos cadáveres y cubriéndola luego con hojarasca y gravilla. ¿Por qué no le dio a Joseluis la orden de disparar cuando tenía la oportunidad? ¿Por qué tuvo que acabar pronunciando aquel ignominioso: «Anda, anda, largaos, salid de mi vista antes de que me cabree»? ¿«Antes de que me cabree?» ¿Qué quería decir con eso? ¿Que no estaba cabreado? ¿Que estaba tan tranquilo? ¿Qué iba a pensar de él Joseluis si no escarmentaban a quienes trataban de engañarle?
Para distraerse y recuperar la calma, trata de pensar en el Grimorio. Ese Grimorio. El Grimorio Gregoriano de que habla la prensa.
Pero es inútil. Furioso, se pasea y zapatea por la habitación del hotel Espléndido mientras se sujeta una mano con otra para no morderse las uñas. ¿De qué le han visto cara? ¿Tiene cara de pardillo? ¿De qué tiene cara? ¿Por qué habrán querido timarle de una forma tan burda a él, precisamente a él?
Se mira con intensidad y fijeza en el espejo y se pregunta una y otra vez de qué es esa cara que ve reflejada. ¿Es cara de estúpido?
La próxima vez los matará, ya lo creo que sí. Al próximo que quiera aprovecharse de su buena fe, lo mata, ya lo creo que lo mata.
Pensemos en lo que está ocurriendo en Zamora. Hay cosas más importantes que esos dos desgraciados.
Atormentado, continúa sus paseos de fiera encerrada, los brazos cruzados, los dedos de la derecha tabaleando nerviosos en su bíceps, la izquierda abandona de vez en cuando el refugio bajo el sobaco para acariciar la barba, el labio, pellizcarse la nariz.
Él fue quien ordenó que robaran en el Museo del Diablo de Palencia. No obstante, de todos los objetos que allí se exhibían sólo quería uno. Un libro de magia. El más perverso libro de hechicería y magia negra de todos los tiempos. El Grimorio Satánico.
Y los ladrones (idiotas) sacaron del Museo todo lo que les parecía de valor. Objetos sagrados de oro y piedras preciosas, y ricos ropajes, y obras de arte medieval de valor incalculable. Cabe suponer que también se llevaron el Grimorio Satánico, pero nadie habla de él. ¿Dónde se ha metido el Grimorio Satánico?
Desde el día del robo, el tesoro se ha diseminado por la geografía de diferentes provincias. La mitad apareció hace unos días en el fondo de un barranco, al norte de la provincia de Valladolid, cerca de Burgos, junto a la furgoneta en llamas donde se supone que murieron los dos ladrones. La otra mitad surgió ayer, inopinadamente, del interior de un nicho en un cementerio abandonado de Zamora.
Por si fuera poco, dos idiotas se presentaron ayer mismo, mientras se realizaba el prodigio del cementerio, asegurando que traían el Tesoro del Diablo en una caja de cartón y pidiéndole cinco millones por él si se lo quedaba sin mirar o diez millones si quería inspeccionar lo que había en el interior de la caja de cartón.
Idiotas.
Caín Frutales nunca ha pagado sin mirar. A lo mejor se creían que les daría cinco millones de pesetas y esperaría a que se esfumaran antes de echar una ojeada a aquella caja de cartón. No podían ser tan imbéciles.
Y a lo mejor no lo eran. Porque, cuando les dijo que miraría, no se inmutaron demasiado. Al contrario. La codicia brilló en sus ojos. Por unos instantes, fueron inmensamente ricos.
No (resuelve Caín Frutales), no quisieron tomarle el pelo. No, no fue eso. Es imposible. Ellos creían que realmente tenían el tesoro del Diablo. Palidecieron los papanatas, su rostro adquirió un color entre verde y amarillento, cuando comprobaron que dentro de la caja de cartón sólo había una maleta y, en la maleta, ropa usada, camisas, camisetas, calzoncillos, una medalla de la Virgen del Tránsito, dos novelas policíacas, una libreta de contabilidad y algo más de siete mil pesetas.
—¿Pero qué es esto? —gimoteaban los chorizos, los granujas, sacudidos por temblores repentinos—. ¿Pero qué es esto, por el amor de Dios? ¿Qué es esto?
Era evidente que esperaban ver el tesoro del Diablo, que estaban convencidos de que era aquel surtido de joyas varias lo que transportaban. Eso significaba que ellos habían introducido aquellos objetos valiosos en la caja de cartón. Los habían metido allí y, de pronto, para su gran desgracia, ya no estaban.
Caín Frutales se permite una carcajada (que suena hueca). Claro. Eso es. No fue a él a quien le tomaron el pelo, sino a los dos pobres desgraciados que ahora deben de estar corriendo despavoridos, perdiéndose en el llano horizonte de la meseta castellana.
Una jugarreta diabólica, sin duda.
Igual que ese Grimorio Gregoriano de que hablaba el periódico que, visto y no visto, se convertía en una mano de mármol.
Una broma del Gran Burlón, que es el Diablo.
Una broma que aquellos dos payasos estuvieron a punto de pagar caro.
En alguna parte, Satanás se estará partiendo de risa y cantando el «¡Inocente, inocente!». Se venga porque alguien robó en su museo.
En la habitación de al lado, resuenan los rugidos y arrullos de placer que emite Leonardo, el hijo de Caín Frutales, mientras se deleita con los tebeos del Hombre-Ladrillo. De un momento a otro, aullará reclamando la presencia de Joseluis para que se los lea.
Que grite tanto como quiera. No puede molestar a nadie porque en el hotel ya no queda un solo cliente ni un solo empleado que pueda protestar. Se largaron todos. Mejor. Fuera. Ahora viven solos aquí Leonardo, Joseluis y Caín Frutales. Mejor. Así, no molestan a nadie y nadie les molesta.
Y del Grimorio Satánico, ni rastro.
Ni en el fondo de aquel barranco, ni dentro del nicho del cementerio de la Orden, ni en la caja de cartón.
El Grimorio Satánico, que es lo que realmente persigue Caín Frutales; el Grimorio Satánico, por el que ya ha pagado cinco millones de pesetas, ése no está en ninguna parte.
¿Será ese Grimorio Gregoriano? ¿Será lo mismo el Grimorio Gregoriano que el Grimorio Satánico?
A Caín Frutales le da igual. Quiere un Grimorio, se llame como se llame. Quiere un grimorio capaz de encontrar tesoros y de hacer todo tipo de prodigios. Y, a falta de Grimorio, quiere ver esa mano de mármol en que dicen que se ha convertido.
Y cuando Caín Frutales quiere una cosa tiene que obtenerla inmediatamente. A la voz de ya.
—¡Joseluis! ¡Joseluis!
El esforzado reportero Apolinar Palacín estuvo trabajando hasta altas horas de la noche para conseguir rellenar estas cinco páginas del periódico local, llenas de emoción y romanticismo. Gracias a una intensa investigación, en la página tres ha conseguido relatar la desconocida leyenda del cementerio de la Orden.
De esta forma, en este domingo lleno de sorpresas los zamoranos se han podido enterar de que el Monasterio de la Orden del Dije fue construido en el año 1279 a expensas de un tal Pelayo Ruiz, quien aspiraba a ser el fundador de una Orden Militar. Inmediatamente corrió el rumor de que los monjes de aquel lugar se entregaban a oscuras prácticas diabólicas y heréticas. A consecuencia de lo cual el 9 de mayo del año 1280 las fuerzas del obispo de la ciudad entraron en el convento a sangre y fuego, castigando a los herejes. Posteriormente, el convento había sido ocupado por miembros de alguna orden mendicante que, desde allí, se dedicaron a predicar y a hacer el bien durante los seis siglos siguientes. Hasta que los franceses invadieron nuestro país y los españoles, como un solo hombre, se alzaron en armas.
Se cuenta que entonces era prior del Monasterio del Dije un conde que había abandonado las pompas de la aristocracia para retirarse a la vida de meditación y sosiego. Este conde, del que se desconoce el nombre, que antaño siguiera la carrera militar, se encendió de cólera al saber que los franceses habían entrado violentamente en la ciudad de Zamora, el día de Reyes de 1809. El valiente conde contagió con su furia a los otros doce monjes que vivían con él y, con las armas precarias que tenían a mano (aperos de labranza sobre todo), decidieron oponerse con ferocidad increíble al invasor. Pero se dice que, entre los trece frailes, había un traidor que previno a los franceses de la emboscada que se preparaba. Y así el enemigo se adelantó a la acción de los valientes resistentes que fueron sorprendidos. Hasta el último de los doce frailes murió en la defensa del monasterio. Y allí fueron enterrados. En el pequeño Cementerio adosado al monasterio.
Y sigue contando la leyenda que pasaron los años de guerra sin que nadie se acordara del valiente conde y sus monjes. Hasta que, en el mes de mayo de 1812, cuando el conde de Amarante puso cerco a Zamora y la recuperó para los españoles, mientras Wellington derrotaba a los generales Marmont y Bonnet en los Arapiles próximos a Salamanca, un puñado de traidores afrancesados buscó refugio en el Monasterio de la Orden del Dije para tramar quién sabe qué golpe de mano. ¿Y quién los comandaba? Dicen que eran capitaneados precisamente por aquel monje traidor que vendiera a sus hermanos cuatro años atrás.
Era el 9 de mayo de 1812. A medianoche, que es la hora en que los traidores maquinan sus ruindades. Nadie sabe lo que ocurrió allí dentro. En voz baja cuentan las abuelas, al amor del fuego, que de pronto se abrieron doce tumbas del cementerio y de ellas salieron, enfurecidos y feroces, los doce monjes capitaneados por el valiente conde. Y que cayeron sobre los conspiradores y les dieron muerte de una forma horrible, como sólo saben dar muerte los muertos resucitados por ansia de venganza. Y, acto seguido, se produjo el violento incendio que redujo a ruinas el Monasterio de la Orden del Dije.
Como apostilla a la leyenda, hace notar el periodista dos detalles que le parecen importantes.
Uno es esa fecha que se itera en la estremecedora leyenda. El 9 de mayo. El 9 de mayo de 1280, cuando fueron pasados a cuchillo los frailes herejes. El 9 de mayo de 1812, cuando resucitaron los frailes del conde valiente para castigar a los conspiradores afrancesados. El 9 de mayo, en que se celebra tradicionalmente la romería del Cristo de Morales, una de las fiestas más celebradas y más entrañables de la ciudad.
«Faltan cinco días para el 9 de mayo», advierte el periodista, como tenebroso presagio. «¿Qué puede suceder este próximo 9 de mayo, en este año en que las fuerzas diabólicas campan libres y salvajes por este país?»
El otro detalle es el nombre de ese espíritu puro que desapareció. Valentín Condal. Lo asocia inevitablemente con el Valiente Conde, Conde Valiente, que protagonizó la resistencia contra el francés, que fue traicionado por uno de sus doce seguidores y que resucitó a las doce de la noche del 9 de mayo para desahogar sus ansias de venganza.
¿Era Valentín Condal la reencarnación del Conde Valiente que reposó durante tres años, sólo durante tres años, en el Cementerio del Dije?
Todo Zamora lee estas páginas.
Incluido este hombre ceñudo, encorvado y sucio, vestido de harapos, en una roñosa tasca de los Barrios Bajos. Sus ojos enrojecidos por el alcohol se detienen en un recuadro de estas cinco páginas generosas en acontecimientos sorprendentes.
Una mujer de la ciudad, Loreto Peletero Astilla, ofrecía todo su patrimonio a cambio del milagroso Grimorio Gregoriano. Es la mujer que un día se negó a llevar a su hermano Anselmo en coche al pueblo de Encinar del Rey, y su hermano murió entonces y, más tarde, se le apareció para recriminarle su mezquindad. Una pobre mujer asediada por fantasmas de todo tipo: también se le han aparecido los ladrones del Museo de Palencia que, como se sabe, murieron en luctuoso accidente de tráfico. Está desesperada y cree que, en ese libraco, encontrará su salvación. Y, cuando se entera de que el Grimorio Gregoriano se ha transformado en una mano de mármol, no duda en ceder todas sus pertenencias a cambio de la mano de mármol. Está francamente angustiada, doña Loreto Peletero Astilla.
El hombre hosco y hediondo que hunde la cabeza entre los hombros en la deprimente tasca de Olivares se pregunta cuánto podría sacarle a la vecina zamorana a cambio de un Grimorio, de un Grimorio de verdad.
Como el que tiene a su lado, envuelto en papel de regalo navideño.
Este hombre sin pasado, sin presente y sin futuro se lo encontró el otro día en una papelera del Parque del Castillo, cerca de la Catedral, junto al Portillo de la Traición. En las papeleras suele hallar este ciudadano agradables recompensas. Un bocadillo a medio comer, unos zapatos casi nuevos, un periódico a medio leer. O un paquetito pulcramente envuelto en un papel decorado con abetos y papanoeles y sujeto con cinta adhesiva.
Lo abrió con mucho cuidado. Sin imaginar que pudiera ser una bomba, pero como si temiera que pudiera ser una bomba. Y se encontró con un mamotreto curioso.
Un libro lujosamente encuadernado en negro, con cantoneras y remaches metálicos dorados, y el título
Zrimorium Satanicum
escrito así, en una letra como gótica y en algo parecido al latín.
Éste es el Grimorio que esa mujer busca. El hombre mugriento, vencido y fracasado, se lo repite una y otra vez, incrédulo. Y esa mujer está proclamando a los cuatro vientos que vendería su primogenitura a cambio de este libro.
Nuestro hombre no sabe qué hacer. Lee y relee este recuadro, se lo sabe ya de memoria, y quiere calcular cuánto se atrevería a pedir a cambio del hallazgo, pero no le salen los números. Cinco mil pesetas le parece muy poco y cincuenta millones le parece demasiado, y en el camino entre una cantidad y otra se marea, se extravía y le vienen ganas de llamar a su mamá.
Esta misma tarde, al pie de la estatua de Viriato, cuatro niños y una niña están fundando una secta.
Son los cuatro niños que ayer por la mañana, en el Cementerio de la Orden, parecían estar de vuelta de todo. Lo estaban, en realidad, porque uno de ellos es el propietario y poseedor del auténtico Grimorio Gregoriano y está convencido de que es el causante directo o indirecto de todos los fenómenos paranormales que suceden en la ciudad.
Los miembros de la panda se llaman a sí mismos los Efes, porque los fundadores son Fernando Fernández y Federico Frutos. A los otros dos les permitieron incorporarse al grupo si aceptaban llamarse Fregorio Fedoy y Fose Férez. La última adquisición es la chica, que hasta hace poco se llamaba Henar. Ahora, se llama Fenar.
Pasado el entusiasmo de las experiencias mágicas de ayer, Fernando y Federico se muestran un poco reticentes a la creación de la secta. Ahora se han dado cuenta de que, si acceden al proyecto, Gregorio va a mandar más que ellos, porque quiere ser el gurú.
—¿Pero qué es exactamente una secta?
Hacen preguntas que son negativas disfrazadas.
—¿Para qué sirve?
—¿Por qué no jugamos al fútbol, mejor?
Gregorio Medoy, el Mago Miedo y Medio, se arma de paciencia para convencer a sus colegas.
—Una secta es un señor o una persona que tiene poderes mágicos y se reúne con otros para enseñarles sus poderes mágicos. Y así todos acaban teniendo poderes mágicos.
—¿Y quién tiene aquí poderes mágicos? —Fernando Fernández se pone insolente—. ¿Tú?
El primer y principal obstáculo con que tropiezan los genios es el escepticismo. Y al incrédulo hay que replicarle con energía y aplomo.
—Sí señor, yo. Porque tengo el Grimorio Gregoriano, que se llama como yo y me da poderes. Que, desde que lo tengo, mi hermano no me ha podido pegar ningún capón, que levanta el brazo así y le hace daño. Y al Cabe, del cole, le planté cara y no me pasó nada. Y don Cardona, el de mates, no nos puso el examen, ¿os acordáis? Y se le rompieron los pantalones delante de todo el mundo, ¿verdad? Bueno, ¿todo eso gracias a quién? A mí y a mi Grimorio. Y anteayer, con Henar, entramos en el hotel Espléndido y vimos al monstruo, y no nos pasó nada. Que os lo diga Henar. ¿A que sí?
La chica no le dejará mentir.
—Sí. Es verdad.
—Y os dije que encontraríamos un tesoro y ayer, en el cementerio aquel, ¿qué? ¿Eh? ¿Qué hemos encontrado? ¡Hemos encontrado un tesoro!
—Pero se lo ha llevado la policía —Federico Fuentes no se rinde fácilmente—. No somos ricos. ¿De qué sirve encontrar un tesoro si luego no eres rico?
—Yo dije que encontraríamos un tesoro, no que fuéramos a volvernos ricos de repente. Son dos cosas diferentes. Hablé de un tesoro. ¿Y había tesoro o no había tesoro?
—No sirve de nada encontrar un tesoro si luego no te puedes gastar lo que has encontrado...
—¡Bueno, está bien! —Gregorio corta por lo sano—. ¡Si no queréis ser de la secta, no lo seáis! ¡Podemos fundar la secta de los Efes perfectamente sin vosotros!
—¡No, señor!
—¿Cómo que no? ¿Que no?
—No, porque nosotros somos los Efes. Fernando Fernández y Federico Fuentes. Vosotros no sois Efes auténticos. Ni Gregorio, ni Jose, ni Henar se escribe con Efe, o sea que no sois Efes. Para fundar la secta de los Efes, tenéis que contar con nosotros. Somos los más importantes.
—El más importante soy yo, que tengo el Grimorio Gregoriano, que se llama como yo, Gregorio, y soy el Mago y el que hace la magia. De manera que, si no queréis que seamos la secta de las Efes, seremos la Secta de las Ges. Gregorio y Jose.
—Jose es con jota —Jose, inoportuno, deja constancia de que sabe escribir perfectamente su nombre.
—¿Tú quieres llamarte Jose o llamarte Fose?
—Jose.
—Pues entonces es con Ge. Será la secta de las Ges. Gregorio, Jose y Genar.
—¿Y por qué no somos la Secta de las Haches? —Henar considera que ha llegado el momento de su intervención—. Como la hache no suena, todos los podemos llamar como nos llamamos. Hgregorio, Hjose, Hfernando y Hfederico, con hache, suena igual que Gregorio, Jose, Fernando y Federico sin hache.
—¡Sí, hombre! —escandalosa unanimidad de los varones contra la única representante del sexo femenino—. ¡Eres la única hache y querrás mandar más!
—¡Y tú eres la única Ge!
—¡No, señora, porque somos yo y mi Grimorio Gregoriano! ¡Tres Ges! ¡Y, bueno, ya está! ¡Si no queréis ser de mi secta, no lo seáis! ¡Soy capaz de tener una secta yo solo! ¿Os creéis que no? ¡Yo solo haré mis hechizos, y mis rituales, y buscaré tesoros y... y...! Y no os enseñaré cómo se hace.
Ante la determinación del gurú, los acólitos aflojan.
—¿Y qué vamos a hacer? ¿Estaremos buscando tesoros todo el rato, todo el rato? —como si buscar tesoros fuera la tarea más aburrida del mundo—. ¿Y cuando los hayamos encontrado todos, qué?
—No, tesoros ya hemos encontrado. Podríamos, no sé, el grimorio permite hacer muchísimas cosas. Volvernos invisibles, por ejemplo.
—Volvernos invisibles. Eso sí que sería chulo.
La facción Efe cede.
—Bueno, vale. Mandas tú. Pero se llamará la secta de los Efes.
—¿Vale?
El Mago Gregorio Miedo y Medio triunfa una vez más.
—O sea, que os llamaréis Fregorio y Fose —queda establecido—. Fernando y Federico.
—Y Fenar.
—La secta de los Efes.
—Pero nosotros seremos los Efes Fetén y vosotros los Efes a Secas.
A Gregorio le cuesta aceptar esta nueva condición aparecida de repente, pero es negociador y ecuánime y, como buen líder, sabe ceder cuando conviene.
—De acuerdo.
A Jose le parece que, en esta pugna por el poder, ha salido perdiendo.
—¿O sea, que vuelvo a llamarme Fose?
—Sí.
—Jo.
—No. Fo. Fose.
—No, si decía jo. Jo de Jolines.
—Pues fo. Fo de Folines.
Una nueva dificultad. Las miradas de los Efes Fetén (y, en seguida las de los Efes a Secas) se dirigen a Fenar.
—¿Y tiene que haber chicas en la secta?
—Fenar sí —ahí, Gregorio no piensa transigir. Fenar es como su novia (permitidme el matiz del como) y a Gregorio le gustaría probar qué se siente al hacer manitas con ella—. Fenar se enfrentó conmigo al monstruo del hotel Espléndido. Es muy valiente y ha pasado la prueba. O sea, que sí. Es de la secta de los Efes.