No dudaré, Carla - Giselle Amorós - E-Book

No dudaré, Carla E-Book

Giselle Amorós

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Beschreibung

Carla es una joven casi entrada en la treintena que tras una relación fallida ha decidido priorizar su independencia al amor. El problema es, que cuando por fin encuentra el trabajo perfecto, Cupido hace de las suyas. Un amor que de un plumazo la puede devolver a la casilla de salida, algo que ella no está dispuesta a consentir. Por otro lado, Arcadi, es un empresario de éxito pero muy inseguro en su vida personal y lo que menos le apetece es enamorarse de ella. Intenta alejarse todo lo posible pero, obviamente, necesita tener una relación laboral con Carla. ¿Conseguirán estar separados? Averígualo en: No dudaré, Carla.

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No dudaré, Carla

Los personajes, eventos y sucesos que aparecen en esta obra son ficticios, cualquier semejanza con personas vivas o desaparecidas es pura coincidencia.

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación, u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art.270 y siguientes del código penal).

Diríjase a CEDRO (Centro Español De Derechos Reprográficos) Si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. Puede contactar con CEDRO a través de la web www.conlicencia.com o por teléfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47.

© de la fotografía de la autora: Archivo de la autora

© Giselle Amorós 2019

© Editorial LxL 2019

www.editoriallxl.com

04240, Almería (España)

Primera edición: febrero 2019

Composición: Editorial LxL

ISBN: 978-84-16609-49-4

Este primer libro va dedicado a Jesús.

A mi marido y mis hij@s, que junto con mi gran familia me apoyan incondicionalmente en esta, que espero sea, una interminable aventura.

A las lectoras que profesan este gusto tan especial por la lectura romántica, y a esas personas de mi día a día que, cuando les cuentas que estás escribiendo un libro, se les ilumina la cara y que desinteresadamente me han ayudado y se sienten orgullosos. Solo con eso, eternamente agradecida.

Y por último y quizá el agradecimiento más importante, a ese grupo de personas que forman Editorial LxL, que con su confianza han hecho que uno de mis sueños se haga realidad.

Cuando te sumerges en un libro y lo haces tuyo porque esa historia te gusta, es especial y te hace sentir, eso es lo que pretendo al escribir mis novelas. Mi objetivo es que al terminar de leer esta historia, lo haya conseguido.

¡Bien!

Por fin una buena noticia, tendré la última entrevista de trabajo en la empresa directamente. A veces estas cosas las complican tanto que parece que vaya a acceder a un puesto para la NASA, cuando, en realidad, solo seré una administrativa.

Es un puesto en el departamento de exportación, me han llamado expresamente por tener experiencia en este sector y por los idiomas. El First Certificate de inglés, que es imprescindible y que me costó lo mío, junto con mi chapurreo de italiano. Esto último fue un capricho, ya que Italia me parece un país históricamente fascinante y, aunque nunca he ido, decidí que tenía que aprender el idioma de donde viene toda esa riquísima comida.

Sí, soy así de básica.

Mañana tengo que estar allí a las nueve en punto y son dos horas de camino, así que me iré pronto a dormir, pero antes llevaré de paseo a mi pequeño Golfo, que es un perrito precioso, marrón y negro, mezcla de una perra salchicha —según el veterinario— y no se sabe qué. La camada estaba abandonada en una obra cercana a mi casa y yo me llevé el último que quedaba. Aunque no sea de raza, yo lo quiero como si tuviera un gran pedigrí. Lo dejo correr y juego con él hasta que se agota, y yo quizá más que él.

¡Maldito despertador! ¡Cómo lo odio!

Pero hoy estoy contenta a la par que nerviosa. Me levanto a la primera, porque normalmente lo dejo sonar y sonar…

Me ducho mientras suena en la radio uno de los éxitos de Jason Derulo, Wiggle, que me encanta y, además, me hace despertar de golpe.

Me visto para la ocasión con algo formal, traje chaqueta negro y un top debajo color rosa pastel —vamos, como siempre que voy a una entrevista de trabajo, solo tengo dos y los voy combinando—, y que no falten unos buenos tacones. Desayuno algo ligero y mientras salgo por la puerta le digo a Golfo que me dé suerte, y él me mira como diciendo «Ya se va la loca esta», baja la cabeza y sigue durmiendo.

Me dirijo a mi coche, que lo tengo aparcado en la calle porque, primero, los parkings cuestan un dineral y, segundo, porque el Ford Mondeo ya tiene más años que la Tani —expresión de mi padre para referirse a algo muy viejo—. Lo heredé de él cuando decidió comprarse el nuevo modelo, y la verdad es que va muy bien.

Voy por la autopista y reconozco que estoy muy nerviosa, lo noto porque no paro de cambiar las emisoras de música, vale, ya paro, parece que Alejandro Fernández junto con Antonio Orozco cantando Pedacitos de ti me están calmando.

En la empresa me comentaron que si me elegían, el trabajo sería de lunes a viernes. Mi casa está a dos horas de distancia, sin embargo, tienen apartamentos para los trabajadores que quieran permanecer durante la semana y no trasladarse todos los días. Por lo visto son unos viñedos bastante apartados de la civilización. Pero no me importa mucho, porque necesito la independencia que me da el trabajo y no tener que volver con mis papis, que, aunque los quiero mucho, prefiero tener mi supermegapiso de cincuenta metros cuadrados.

El GPS no se ha ausentado durante el viaje —a veces le da por callarse y pasar de mí—, esta vez me ha llevado directamente a mi destino. Después de coger la salida de la autopista he entrado en una carretera comarcal y en un tramo he cogido un desvío donde parece que no existe el asfalto, supongo que habrá otro camino que no conozco y estará mejor.

Pero bueno, ya he llegado y ¡madre mía!, ¡qué sitio más bonito! Estoy frente a la entrada principal y es como si hubiera retrocedido doscientos años atrás. Tiene una fachada colonial de color blanco y dos pequeños edificios paralelos de solo dos plantas. La entrada tiene unas escaleras que dan a un porche acristalado. En un lateral está el parking, donde solo hay sitio para cinco o seis coches y, si giro mi vista, hay filas y filas de viñas. Parece que estuvieran plantadas entre unas y otras con una medición exacta. No se llega a ver el final, todo son viñedos y es precioso, como cuando miras el mar, pero verde de vid.

Entro con cara de Paco Martínez Soria en La ciudad no es para mí, observando todo como si nunca hubiera visto el campo o un edificio, pero es que es digno de admirar. Con cara de boba paso las acristaladas puertas y me dirijo a la recepcionista rubia, guapísima que te cagas.

—Hola, buenos días. Tengo una entrevista con el Sr. Pelayo.

—¿Su nombre, por favor?

—Soy Carla Peralta.

—Un momento, por favor.

Y seguidamente me dice que me siente en unos sofás preciosos de cuero de color blanco, desde donde admiro todos esos pósteres de fotos de la empresa que son alucinantes. Están hechas desde el aire y en ellas se aprecia la inmensidad del terreno y, cómo no, la fotografía de los primeros trabajadores de la empresa, junto con la maquinaria antigua de los primeros años. También hay diferentes diplomas de premios como mejor empresa. Giro mi mirada hacia arriba y veo en un rincón una cámara, ¡uy! Eso no me gusta, está enfocada a la puerta, pero da mal rollo y, aunque sé que la mayoría de empresas las tienen por seguridad, me hace sentir incómoda.

Estoy tan ensimismada que no me doy cuenta de que se acerca alguien hasta que lo tengo delante. ¡Menudo con el Sr. Pelayo!, se acerca a mí y se presenta. Vaya cara de hueso.

Debe tener unos cincuenta años, bajito y con las gafas a media nariz, mirándome por encima de ellas, ¡y eso me da una rabia! Me dan ganas de subírselas, pero claro, me contengo porque mi futuro empleo está en juego.

Me hace pasar a una sala y allí comienza mi tortura inquisitiva. Me sudan las manos de lo nerviosa que estoy, pero intento mantener la calma hablándole sinceramente de mi experiencia y de lo que espero de este trabajo.

Aunque en un principio me ha parecido un poco borde, la entrevista ha sido muy amena.

Tras media hora me despido de don Hueso y me voy a casa con cara de ¿tonta, quizá? Realmente no sé cómo me ha ido, don Hueso no me ha dado ninguna pista, simplemente me ha comentado que en unos días me dirían algo, ya fuera positivo o negativo.

De camino a casa pienso en la cena que tengo esta noche con mis brujas queridas, que son mis amigas de siempre. Solo quedamos algún viernes que podamos coincidir todas, es decir, uno cada tres o cuatro meses. Claro que a esta edad la mitad tiene hijos y la otra trabaja las veinticuatro horas del día. Siempre quedamos en un bar de tapeo donde nos ponemos hasta arriba y no paramos de hablar para recuperar el tiempo perdido.

Llego a casa por la tarde, ya que me he parado a comer en unos grandes almacenes y a comprar algo de ropa. Empiezo a arreglarme cuando suena mi móvil:

—¿Srta. Peralta?

—Sí, hola, soy yo.

—La llamo de Recursos Humanos de Viñas Fortuny, y le informo de que ha sido seleccionada para el puesto vacante en el Departamento de Exportación. El día que tenemos previsto para su incorporación sería el próximo lunes dieciséis de junio, ¿le va bien?

—Sí, sí, por supuesto —respondo nerviosa, creo que me va a dar un parreque.

—Lamento que le llamemos con tan poco tiempo, pero ha surgido un problema de última hora y necesitamos que se incorpore este lunes. También quería recordarle que al quedarse en uno de nuestros apartamentos debe traer todo lo necesario para alojarse durante la temporada de su contrato.

—Sí, sí, lo recordaré...

—Muy bien, pues nos vemos el próximo lunes. Cuando llegue pregunte por mí, soy María Pujol.

—De acuerdo, María. Muchas gracias.

¡¡¡Síííí!!! No paro de saltar y gritar, seguro que si me viera Pedro Almodóvar no se pensaría en darme un papel de histérica o loca de los vientos, y es que después de cuatro meses sin encontrar nada, por fin una lucecita, y mi autonomía intacta.

Por cierto, ¡son las ocho! Tengo que darme prisa, he quedado con las chicas a las nueve.

Yo soy una chica muy normalita. Mido uno sesenta y cinco, morena, con el pelo largo y liso, y cuando digo «liso» es muuuy liso, vamos, que como no le dé forma me parezco a la hija de Los Increíbles. Mis ojos son marrones tirando a negros, resumiendo, como el ochenta por ciento de este país.

Hasta que me hice adulta y se fueron esos granos horribles de mi cara, creo que ningún ser masculino se fijó en mí, también por el hecho de que mi pelo tapaba totalmente mi rostro. Pero ahora la cosa ha cambiado y sí se fijan, es más, creo que a veces me molesta un poco. Aunque no he tenido grandes amores, sí que han sido variados y de diferentes tipos: del empollón del instituto pasé al más golfo del barrio y, cuando asenté la cabeza, salí durante un tiempo con el hermano de mi mejor amiga. Era mayor que nosotras, abogado, muy serio.

Ha sido mi última relación y más larga, pero no era el amor de mi vida. Era aburrido y predecible, vamos, que todavía me pregunto qué hacía con él. Hará más o menos dos años que estoy soltera y sin compromiso, y viendo cómo está el mercado, creo que me va a durar. En agosto cumpliré veintiocho años y ya empiezo a escuchar eso de: «Se te va a pasar el arroz» o como dice mi tía: «Yo a tu edad ya tenía dos hijos», pero yo sonrío y a lo mío. Me gusta hacer deporte y el gimnasio me ayuda bastante a poder tener un cuerpo más o menos decente. Y es que me gusta comer, puedo no picar entre horas, pero cuando me pongo, me pongo. Y esta noche va a ser una de esas.

Mi carácter es, según dice mi padre, impredecible, ya que puedo pasar de ser la más tierna flor a, en segundos, convertirme en la bruja malvada de Blancanieves. Es lo que tenemos las leo, cuando me cruzo no hay quién me pare. Normalmente soy muy pacífica, a no ser que me mientan a la cara y encima me esté dando cuenta, que ahí ya no conozco —como me pasó con mi ex, el predecible—.

Ya estamos en el bar y después de los besos y abrazos de rigor con mis queridas amigas, nos sentamos. Siempre cogemos la mesa del fondo porque es un bar pequeñito de esos de barrio donde las tapas son cinco estrellas, si es que a un bar se le puede definir así.

La dueña del bar es Victoria y la llamamos Tita, ya que la conocemos desde que éramos pequeñas. Pedimos montones de tapas —creo que doce para las cuatro— y empezamos con nuestras historias.

Antes de nada os las voy a presentar: Rosa es la mayor, creo que tiene treinta y dos años —soy muy mala para recordar los años de la gente—, es castaña con mechas rubias, bajita y con una sonrisa que parece que la lleva instalada en su cara las veinticuatro horas del día. Tiene gemelos de dos añitos y está divorciada desde hace uno. Siempre ha sido muy independiente y, aunque ahora se dedica única y exclusivamente a sus hijos, es muy emprendedora y tiene varios negocios. Desde que ha aprendido a delegar, y le ha costado lo suyo, disfruta mucho más de la familia. Luego está Ruth, que es de mi edad, la secucha del grupo. Es alta, castaña, con el pelo rizado y largo, está soltera por decisión propia, ya que por su trabajo siempre está viajando y cree que cuando se asiente ya tendrá tiempo de formar algo, y por lo que veo tardará; es la más independiente de todas. Y, por último, mi querida e inocente Silvia, creo que es un año menor que yo, es morena, con el pelo muy corto, cara de angelito y se cree que todo el mundo es bueno, hasta que le digo cuatro cosas y la vuelvo al presente, pero da igual, porque ella vuelve rápidamente a su mundo de bondad y le dan tortas por todos lados. Tiene una hija, Sara, de un añito, y es una preciosidad. Silvia es madre soltera y esa es una de las primeras tortas que le dieron, no por su preciosa hija, sino por el padre de la criatura que en cuanto le dijo que estaba embarazada desapareció tan rápido como el correcaminos.

Raúl, que así se llama, es de gente «bien» y vive en Valencia. Cuando se enteró de que Silvia estaba embarazada se dio cuenta de que el juego había llegado a su fin y, como le dijo a mi amiga, no podía presentarse en su casa y decirles a sus padres que iba a ser padre y encima con una dependienta. Por lo visto eso de heredar la empresa familiar junto con su patrimonio deja excluido tener hijos con una dependienta. Según nos enteramos después, tenía una novia formal de esas que también heredan patrimonios.

Silvia tiene una tienda de ropa rollo ibicenco en un pueblecito costero bastante turístico y, gracias también a su mami, que la ayuda mucho, ha podido criar a su hija y trabajar al mismo tiempo. Tras pasar el mal trago de Raúl, recibió una llamada de su madre diciéndole que se fuera con ella. Juntas idearon hacer obras en casa y en la planta baja tienen su pequeño negocio.

Rosa, que sabía lo de mi entrevista, me pregunta:

—Bueno, Carla, cuenta, ¿cómo ha ido la entrevista?

—Pues creo que muy bien —hablo muy seria, y veo a las tres con los ojos como platos—. ¡¡Porque empiezo el lunes!! —digo a grito limpio, grito que continúan mis amigas, claro está. Todos a nuestro alrededor se giran y nos miran, algunos con cara de «¡vaya locas!», y otros se unen a nuestra alegría. Porque, aunque las cuatro estamos rondando los treinta, cuando nos juntamos no pasamos de veinte. ¡Y me encanta!

—Cuenta, cuenta —dice Ruth.

—Pues nada, empiezo el lunes en el departamento de exportación y solo vendré los fines de semana, pero como el trabajo me gusta y el sueldo más, no me puedo quejar.

—Quién sabe, a lo mejor encuentras al amor de tu vida en los viñedos esos —dice Silvia sonriendo con picardía.

—El amor de tu vida no existe —suelta Rosa—. Está el amor de verano, el amor de una noche, el amor de un concierto…, y el mío que fue el amor de «te voy a hacer dos chiquillos y luego te pongo los cuernos», que es el único que deja huella. Bueno, a mí me dejó dos huellas.

Nos reímos de las cosas que tiene esta chica, y es que ella las suelta tal cual las piensa, no filtra en absoluto.

—Pues yo sigo pensando que todos tenemos a un gran amor para cada uno. Lo que pasa es que a algunos nos cuesta encontrarlo y otros no se dan cuenta de que lo tienen —dice Silvia toda romántica.

—¡Di que sí, Silvia! Yo ya lo encontré —digo muy seria—, pero ahora me tengo que esperar a que se divorcie de Mila Kunis y venga a buscarme.

—No, guapa —dice Ruth—, Ashton Kutcher es mío. A ti te gustaba el de Mi querido John.

—Pues nada, para ti Ashton y para mí Channing Tatum.

Y así entre risa y risa continuamos hablando hasta bien entrada la madrugada.

En la mañana del sábado llamo a mis papis y les pongo al corriente de todo. Es rápido, ya que están de viaje, siempre están viajando, y yo me alegro de que ahora puedan disfrutar de su jubilación. Ellos se conocieron aquí, en Barcelona, mi padre nació en Granada y terminó su carrera aquí, donde conoció a mi madre.

Mi padre es un bonachón, de esos papis que solo se enfada si la has hecho muy gorda, y su estado es siempre de hombre tranquilo y de buen humor. Por el contrario, mi madre es puro nervio, más bajita que yo y muy astuta, sabe mi estado de ánimo aunque sea por teléfono y solo con un «¡Hola!». Ahora están haciendo un crucero por el Mediterráneo y han parado en Roma, ya les he dicho que hagan muchísimas fotos. Por supuesto, mi madre ya me ha confirmado que es preciosa y que cuando decida ir ella me hará de guía.

Yo soy hija única, pero no me han criado como una niña mimada. Me han enseñado muy buenos valores y he tenido que aprender a sacarme las castañas del fuego yo solita. Una de las cosas que siempre me han inculcado es que todos somos iguales, y que con educación puedes dirigirte a un mendigo en el mismo tono que a la reina de Inglaterra.

Quizá al pasar más tiempo conmigo, mi madre siempre ha hecho de poli malo. Ha tenido mucha paciencia y me ha entendido muy bien y eso que reconozco que he pasado diferentes fases en mi adolescencia que eran para partirme la cara, pero ella siempre me ha dado buenos consejos, o por lo menos lo ha intentado. Los quiero mucho a los dos, y paro ya que me pongo tonta y no los tengo al final de la calle para ir a abrazarlos.

Empiezo a preparar cuatro cosas y casi me llevo media casa, pero claro, vete tú a saber lo que me hará falta, eso sí, por si acaso me llevo mi pantalla plana, no sea que no tenga tele y, aunque me gusta leer y salir a correr, no me va mal algún programilla de cotilleo para ponerme al día.

Lo más duro va a ser alejarme de mi pequeño Golfo, sé que con mi amiga Silvia va a estar bien, sin embargo, lo voy a echar mucho de menos durante la semana. Cuando lleguen mis papis del viaje se quedará con ellos.

Bueno, ya es lunes y voy de camino. Estoy un pelín nerviosa. Es un nuevo reto laboral y, aunque me veo capacitada para realizarlo y no tengo problema para adaptarme y conocer a gente nueva, no puedo dejar de sentirme inquieta. Decido espantar mis pensamientos con música, y esta vez, como sé que el camino es largo, pongo un CD de One Republic. Me encanta este grupo. Una de mis canciones preferidas es una titulada Counting Stars, tiene un ritmo que me hace sentir optimista y me gustan este tipo de canciones.

Cuando llego, dejo el coche en la zona destinada a empleados y entro en recepción. Saludo a la rubia guapísima que te cagas, que, por cierto, se llama Helena, y me comenta que enseguida viene María para enseñarme las instalaciones. En ese momento me giro y veo que viene hacia mí... «el hombre», o sea, el espécimen más guapo que he visto en mi vida. Vamos, el futuro padre de mis hijos. Todo esto, por supuesto, lo pienso en décimas de segundo, que es lo que tarda en pasar por mi lado y decir:

—Buenos días.

¡Ha dicho: «Buenos días»! ¡Y encima habla! ¡Madre mía, madre mía!

—Buenos días —contesto.

Mientras continúo con mi cara de empanada por esta visión, me giro y veo de reojo que Helena tiene la misma cara que yo y me sonríe como diciendo «Sí, es real».

De la nada aparece María, que es una personita delgada y bajita, simpática y a la vez de las que parece decir «este espacio es mío, ni se te ocurra cruzarlo» —laboralmente hablando, claro—.Yo, por si acaso, me limito a escucharla. Primero vamos directas a los alojamientos, cojo mi coche y la sigo. Ella lleva un Range Rover blanco con el logo de la empresa, aunque el otro día no me fijé, hoy ya he visto que hay varios por aquí.

Vamos por un camino de tierra custodiado por álamos en los laterales, es tan bonito que da la sensación de que me están dando la bienvenida. En cinco minutos llegamos. El camino de tierra por el que vamos parece que se termina allí. Tras unas vallas bajas de madera puedo ver las viviendas. Son casas pareadas de una sola planta, debe haber unas veinte en forma de ele, y son monísimas. Todo el terrero que rodea las casas es césped, hasta que se funde con un pequeño bosque de pinos. Tras el bosque, a lo lejos, se puede ver un nuevo manto de viñedos. Y es que mire donde mire la vista es espectacular. ¡Me gusta!

Devolviéndome a la realidad, María se dirige a mí:

—Como verás, hay bastantes casas vacías porque muchos trabajadores viven en pueblos cercanos, pero aun así tienes vecinos. —Sonríe—. Te dejo la llave. Si quieres mete tus cosas y, cuando estés lista, te presentaré a tu jefe. Nos vemos en un rato.

—Gracias, María.

Anda que como mi jefe sea el buenorro que he visto en el pasillo...

Entro en mi minicasa y me gusta lo que veo. Es un rectángulo bien aprovechado, debe tener unos cuarenta metros, un comedor grande con cocina office. Voy hacia la única puerta que hay y veo una cama de matrimonio, un armario blanco empotrado y al otro lado una cristalera que da a un balcón, a la derecha hay otra puerta y es el baño, bastante bien equipado, con ducha y un lavabo muy amplio —importante para poner todos los potingues—. Tiene mucha luz, y eso me da buen rollo.

Doy unos cuantos viajes hasta entrar todo lo que he traído, incluida la tele. Decido estrenar la ducha, porque con esta mudanza exprés estoy sudando como una campeona. Me cambio de ropa y me decido por algo más cómodo, sin tacones, porque vuelvo andando. Opto por unos tejanos, un top y una chaqueta algo más formal. Vuelvo caminando y disfrutando del paisaje, al llegar a la puerta principal veo a don Hueso hablando con el buenorro. Me mira, hace una señal y dice:

—Carla, por favor, acérquese. —Mientras llego donde están ellos, noto que me voy poniendo roja por segundos—. Quiero presentarle al Sr. Fortuny, él es el presidente de nuestra empresa. Sr. Fortuny, le presento a Carla Peralta, ella será responsable de Exportación junto con el Sr. Cuevas.

—Hola, Carla. Bienvenida. —Y me ofrece su pedazo de mano. Su calidez, al apretar la mía, hace que tenga una sensación rara, como si me hubiera dado un abrazo.

—Hola, gracias. —Sonrío como una boba, pero, ah, él también me sonríe, supongo que por cortesía. Síí, me sonríe, y encima se recrea. Continúo roja como un tomate. Y todo esto con las manos sin soltar, y es que mi mano se acopla perfectamente a la suya. La suelto inmediatamente y digo:

—Voy a buscar a María, adiós. —Salgo rápidamente hacia la derecha. Noto que me miran extrañados hasta que el Sr. Pelayo dice:

—Carla, es por el otro lado. —Y señala hacia la izquierda.

Vale, perfecto, vuelvo sobre mis pasos y en ese momento me acuerdo de Britget Jones. Si antes estaba roja, ahora debo parecer que estoy a punto de explotar.

Así que el buenorro es ¡el señor presidente de la empresa! ¡Anda que no tengo buen ojo! Pero claro, es que el hombre no desmerece. Es alto, corpulento, aparenta unos treinta y pocos, moreno y con ojos azules, de un azul profundo e impactante, y claro, dicho así suena muy bien, pero es más, su sonrisa va acompañada de un hoyuelo, solo en el lado derecho. Este hombre me recuerda a… a… ¡ay! Ahora no caigo cómo se llama ese del anuncio, pero seguro que tendré oportunidad de acordarme en cuanto lo vea más veces.

Mientras voy caminando en busca de María, le doy vueltas a la cabeza pensando en el buenorro. Me ha impactado, pero seguramente a estas alturas ya debe estar casado, con hijos…, en fin, mi imaginación va donde quiere, y si es pensar en él, pues es libre de hacerlo.

Bueno, por lo menos me alegraré la vista cuando lo vea, por ahora me tengo que centrar en mi trabajo.

Entro en el edificio y Helena me indica dónde está el despacho de María. Cuando llego veo la puerta abierta, entro y, al saludarla, una sonriente María me informa que primero me enseñará las oficinas y mañana iremos a dar una vuelta por las bodegas y los alrededores.

Subimos a la primera planta, donde está presidencia y departamentos financieros. El mobiliario, por lo que veo, es bastante lujoso dentro de mi experiencia. Todas las mesas y armarios son de madera color cerezo, y las sillas más bien parecen sillones.

Me va presentando a todos los trabajadores, cosa que agradezco. Hay empresas que te dejan en una mesa y te toca espabilarte. Hay alguna que otra con cara de víbora y que me mira por encima del hombro, eso me hace gracia, en todas las empresas tiene que haber alguien así. Bajamos a la planta donde está mi departamento, son unas oficinas muy amplias con mucha luz, hay un pasillo central y todas las mesas están al lado de grandes ventanales, al otro lado todo son armarios y archivadores.

Entramos en el despacho de mi jefe, el Sr. Cuevas, y me da buena impresión, es un hombre mayor, y por lo que me ha dicho María, está a punto de jubilarse. También se encuentra mi compañera Angels, que es assistant del Sr. Cuevas. Debe tener unos cincuenta años, es muy agradable y me va poniendo al día. Luego está Sergio, un chico de mi edad, tiene su mesa frente a la mía y me mira receloso, está serio y eso me da buenas vibraciones, me encantan los retos.

Se pasa el día muy deprisa entre presentaciones y nociones rápidas del puesto. Con mi experiencia puedo más o menos entender cómo va todo y me alegra ver que se respira un buen ambiente de trabajo. Al terminar mi jornada vuelvo a la casa admirando las vistas. Cuando llego estoy agotada, más que nada por los nervios iniciales, así que rápidamente hago la cama y decido pasar de cena y tele, ¡me voy a dormir!

Por la mañana me despierto y tengo que hacer un esfuerzo por saber dónde estoy. Al escuchar pajarillos cantar me da una pista: ¡¡Ostras!! ¿Qué hora es? ¡Uf! Menos mal, es pronto aún, así que me preparo un café con leche porque si no, no soy persona.

Salgo a mi trocito de terraza a tomármelo y, al girarme a la derecha, veo que se acercan a mí un hombre y una mujer de rasgos sudamericanos. Con una sonrisa se dirigen a mí:

—Buenos días, doña. Mire, somos sus vesinos. Mi nombre es Wilson, y esta es mi esposa, Alexia.

—Hola, buenos días. Encantada, soy Carla y empecé ayer. Esto es muy bonito, por lo que veo se está muy bien, ¿no?

—Sí, es todo muy tranquilo por aquí. Nosotros llevamos cuatro años trabajando en los viñedos, yo hago la supervisión en el campo para después pasar a la fabricasión, y mi esposa está en la fábrica empacando el material ya vendido. Usted es la única de las ofisinas que reside aquí, el resto de ellos viven fuera.

—Bueno, es que yo estoy a dos horas de casa, y he preferido quedarme. Además, esto de estar rodeada de tanta naturaleza me gusta, este olor y la tranquilidad...

—Aquí estamos muy bien, y el trabajo por ahora no nos falta, hay muchas ventas. Doñita, si necesita cualquier cosa, aquí estamos para servirla —me dice Alexia mirándome con esos profundos ojos negros.

—Igualmente, Alexia, muchas gracias.

Qué majos son, y con ese hablar tan dulce, es que te llevan a su terreno..., por lo menos son agradables y no me ha tocado una loca bailarina como la que vive en el piso encima del mío en la ciudad.

Alexia parece sacada de Pocahontas, es guapísima, con el pelo negro largo y alta como su marido. Un auténtico bellezón colombiano. Wilson es también moreno de piel, sí, bastante guapo como ella, hacen una bonita pareja. Me han caído bien.

Comienza a pasar gente, la mayoría saluda y otros miran con curiosidad, supongo que soy la novedad. Espero que pase rápido, no me gusta ser observada.

Tras mi primera semana, me he dado cuenta de que es un mundo aparte este del cava, he aprendido mucho y, aunque yo pensaba que solo se elaboraba en Cataluña, por lo visto en muchas zonas de España como Valencia, La Rioja, Navarra y hasta incluso Badajoz son proveedores de este gran vino espumoso. Claro que yo solo lo conocía de los cumpleaños y Fin de Año, que es obligatorio, según mi madre.

Tengo mucho trabajo, ya que controlo todo lo que exportamos, y os aseguro que es mucho, quizá un ochenta por ciento de la producción se va entre Estados Unidos, Japón, Reino Unido y Alemania. Menos mal que tengo a mi compi Sergio. Aunque al principio me miraba un pelín desconfiado y muy serio, después de dos días y dos desayunos juntos, somos íntimos. Él es de complexión delgada, muy alto, moreno, de pelo muy corto, con unas entradas considerables y no pasa de los treinta. Sus rasgos son finos, es muy guapo y, cuando se suelta, está muy muy loca. La verdad es que hasta que no lo conoces bien no te das cuenta de que es gay, según él todavía hay mucho homófobo suelto y en el trabajo prefiere mantener cierta distancia. Menos conmigo, que hemos congeniado muy bien, me ayuda mucho y noto cierto aire protector, cosa que agradezco y, más al principio de mi estancia aquí. Yo, con mi carácter alegre, le doy confianza y siento que le gusta.

Empezamos otra semana y no he vuelto a ver al buenorro, que, por cierto, aún no sé cómo se llama. Es la hora del desayuno y me voy al comedor con mi compi Sergio. Tenemos varias máquinas de café, pastas y bebidas. En la pared final hay una cocina donde nos preparan los menús diarios, solo de lunes a viernes.

Nos sentamos en una de las mesas y, al fondo, veo al buenorro con el señor Pelayo y dos personas más que no sé quiénes son. Se les ve muy concentrados en la conversación cuando de pronto él gira la cabeza y me mira muy intensamente. No hace ademán de saludarme, solo me mira. Empiezo a ponerme como un tomate y giro mi mirada hacia Sergio.

—Carla, ¿ya has visto al number one? —Me guiña un ojo.

—Sí, eso creo, si te refieres al presi. Me lo presentó el Sr. Pelayo cuando llegué.

—¿Ah, sí? Jo, qué honor, a mí nadie me lo ha presentado. —Pone morritos—. Vaya macho alfa, ¿eh? —me dice con cara de pillín.

—Sí, la verdad es que está como quiere. —Para qué vamos a negarlo—. ¿Y es buena persona?, ¿es buen jefe? —pregunto toda interesada.

—Por lo visto la gente que trabaja con él dice que sí, que es serio y estricto, pero a la vez muy humano. Vamos, que nunca te echará porque te encuentres mal o necesites cogerte unos días de vacaciones por estrés.

—Y, por cierto, ¿cómo se llama? —pregunto con cara de no importarme mucho, pero Sergio sonríe como pensando que no se cree que no me interese.

—Te explico —de pronto pone su mano sobre la mía—, porque ese semental se merece nuestro tiempo de desayuno. —Me rio, ¡este tío es un cachondo!

—Se llama Arcadi Fortuny, como su padre, el gran Arcadi Fortuny, que delegó en su hijo el negocio para vivir su jubilación con la arpía de su mujer, doña Mª Roser Puig de no sé qué. El padre lo podrás ver siempre por aquí, supongo que se aburre. Nuestro sujeto tiene treinta y cinco despampanantes años y está divorciado de una superBarbie que, por lo visto, le puso las astas hasta el gaznate.

—¡Joder, tío! Sí que estás puesto en el tema, ¿no? —Y no paro de reír.

—En las empresas pequeñas todo se sabe, mi bella dama. —Me guiña un ojo.

—¡Eres un bicho!!

Tras esta conversación tan interesante, por lo menos para mí, volvemos a nuestro trabajo sin darme cuenta de que desde el momento que entré en el comedor hasta que me fui, esos ojos azules estuvieron única y exclusivamente pendientes de mí.

Esa noche, cuando ya se ha ido el sol, ceno y decido dar un paseo. Como mis vecinos se acuestan pronto, me voy sola. Me planto mis pantalones y zapatillas de deporte, mi camiseta de Aerosmith y ¡hala!, a correr.

Hace una temperatura ideal y voy en dirección a un caminito que bordea el bosque. Lo que en un principio era correr, se ha convertido en un andar, y diría que hasta un poco lento. Voy tan ensimismada en mis pensamientos que no veo acercarse a un pastor alemán que literalmente se me tira encima. Como no me lo espero, voy directa al suelo, y caigo dando un culetazo que no veas. Seguidamente escucho una voz fuerte y profunda:

—¡¡Doby!!

El animal para de mover el rabo y se queda paralizado. Miro hacia arriba y veo a don Buenorro muy enfadado con el animal. Cuando lo coge del collar me fijo en los brazos, ¡madre mía!, dignos de un Vin Diesel. Ha cambiado el traje de la oficina por unos tejanos y un polo blanco. Su piel es morena y el contraste pa morirse.

—¿Estás bien? —Su mirada se suaviza al mirarme—. Perdona, es que me he despistado. Es muy joven aún y tiene ganas de jugar.

—No te preocupes, estoy bien, creo. Me he asustado porque no me lo esperaba, pero es tan guapo que lo perdono.

Me tiende la mano y me ayuda a levantarme. ¡Joder, qué mano! De un tirón me pone rápidamente de pie y quedo a escasos centímetros de su cara. Bajo la cabeza y me empiezo a limpiar los tejanos, porque he tenido su cara tan cerca que me están entrando unos calores… Mejor me dirijo al animal.

—Ven, Doby, ¡ven aquí, guapo! —Lo cojo de la cabeza y lo acaricio. Es verdad, es muy jovencito y muy cariñoso, no para de lamerme y de mover el rabo. Se nota que le gusto, menos mal, porque a simple vista da un poco de miedo.

—¿Te gustan los animales? —me pregunta y, aunque su tono es serio, su cara está más relajada.

—Sí. Bueno, sobre todo los perros.

Seguimos andando y Doby se adelanta y empieza a correr campo a través.

—Yo tengo uno, mucho más pequeño, por cierto —sonrío apesadumbrada—, y la verdad es que lo echo de menos. Lo dejo con una amiga durante la semana, y estoy deseando verlo.

—Si quieres puedes traerlo, mientras no moleste a tus vecinos, por nosotros no hay problema.

—¿De verdad? —Abro los ojos sorprendida, ahora mismo lo achucharía.

—Por supuesto. —Por lo visto mi cara le ha hecho gracia y sonríe—. ¿Qué tal tus primeros días?, ¿estás bien aquí? —Vuelve a ponerse serio, parece que está realmente interesado.

—Sí, la verdad es que a nivel personal hay una gente muy agradable, tanto en el trabajo como de vecinos.

—¡Ah! Es verdad, que tu casa está junto a la de Wilson y Alexia, ¿no?

—Sí. —Me sorprende que sepa eso, normalmente los megajefazos no suelen conocer los nombres de los empleados, y menos dónde viven.

—Son muy buena gente y buenos trabajadores —comenta, y me doy cuenta de que, aunque tenga esa expresión autoritaria, en realidad es solo fachada. ¡Y qué fachada!

Nos paramos y me mira como si me estuviera estudiando, me pongo nerviosa y digo:

—Si no te importa, yo ya me doy la vuelta, porque nunca he venido tan lejos y no quiero perderme.

—No pasa nada, yo te acompaño.

Seguidamente llama a Doby y emprendemos el camino de vuelta.

Y como no podía ser de otra forma, empezamos a hablar de trabajo:

—Mañana me voy a la Toscana con el Sr. Cuevas para unos asuntos relacionados con nuestro producto. Posiblemente la próxima vez tendrás que venir tú, porque él se jubilará este año.

Me quedo de pasta de boniato, ¡yo! ¡Viajar con él! ¡Con lo que me está costando mantener esta conversación! Aunque pensándolo bien, creo que me gusta hablar con él. Sí, sí me gusta, y hasta parezco tranquila.

—¿Y qué hay en la Toscana?

—Allí hay un amigo mío que posee una empresa de vino espumoso, y gracias a él tenemos muchos contactos. En su momento me ayudó a levantar el negocio, cuando lo teníamos casi perdido. Vamos una vez cada dos o tres meses, tenemos una reunión donde exponemos cada uno nuestros problemas con los clientes, las mejoras que podemos tener, en fin, que trabajamos un poco codo con codo.

—¿Y no sois competencia? —pregunto.

Sonríe y, esperando su respuesta, creo que he babeado un poco.

—Somos amigos leales, él tiene un veinticinco por ciento de acciones de esta empresa y nosotros un veinticinco por ciento de la suya. Es una historia muy larga…, aunque tienes cara de querer saberla… —Vuelve a sonreír y creo que ya he pasado a cara de idiota.

—Bueno, si es muy larga mejor otro día, que mañana madrugo, tengo que trabajar. —Lo miro con cara de graciosilla y me despido—. Buenas noches, y que vaya bien en Italia.

—Gracias. Buenas noches.

Me voy hacia mi casita pensando en lo guapísimo que es en todos los sentidos, y creo que hasta que no me empiezo a lavar los dientes para acostarme no se me va la sonrisa de adolescente enamorada. ¡Uy! ¿He pensado yo eso?

Llega el viernes y me levanto cada vez con más sueño. Llaman a la puerta y tal cual estoy, abro; con mis pelos de loca y los ojos entreabiertos. Si llega a ser Brad Pitt, no me lo habría perdonado en la vida. Pero es mi querida Alexia.

—Hola, Alexia. Buenos días. —Le sonrío.

—Hola, Carla, es que se me olvidó desirle ayer que este fin de semana celebramos una fiesta de nuestra tierra. Como es en agosto y muchos para ese día estamos fuera, queremos hacerla todos juntos aquí. El jefesito nos dejó una carpa, y lo pasaremos lindo. Pues eso, ¿contamos con usted para mañana?

—Pues no sé, me pillas dormida… —¡Como si no se notara! Debo tener un careto de túnel del terror.

—Todos están invitados. ¡Vamos, anímese! ¡Lo pasaremos chévere! Venga, mami…

—Vale, vale. La verdad es que muchos planes no tengo para este fin de semana. Llamaré a mis padres para decirles que no voy.

Casi todos los domingos como con ellos, pero supongo que no les importará mucho. Cuando le describí a mi madre a don Buenorro, dijo: «Échatelo de novio», palabras textuales. Como si fuera tan fácil, y como si yo fuera de su nivel. No quiero ni pensar las maromas que se lleva a la cama, seguro que no tienen nada que ver conmigo.

—¡Bien, mamita! Nos vemos mañana en la tarde, póngase bien linda, aunque ya lo eres, no le hará falta mucho.