No hay lugar para los ángeles caídos (Edición en Español) - Anna Erishkigal - E-Book

No hay lugar para los ángeles caídos (Edición en Español) E-Book

Anna Erishkigal

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Beschreibung

En los albores del tiempo, dos antiguos adversarios lucharon por el control de la tierra. Un hombre se puso de pie al lado de la humanidad. Un soldado cuyo nombre recordamos hasta el día de hoy...
El Coronel de las Fuerzas Especiales Angelicales, Mikhail Mannuki'ili, despierta, herido mortalmente en su nave estrellada. La mujer que salvó su vida tiene habilidades que le parecen familiares pero, sin memorias de su pasado, ¡no puede recordar por qué!
Las profecías del pueblo de Ninsianna describen a un campeón alado, una Espada de los Dioses que defenderá a su pueblo contra un Maligno. Mikhail insiste en que no es ningún demi-dios, pero su extraña habilidad para matar dice lo contrario.
El mal susurra a un príncipe malhumorado. Una especie agonizante busca evitar la extinción. Y dos emperadores, atrincherados en sus antiguas ideologías, no pueden ver la amenaza más grande en este relato de ciencia-fantasía de la historia más épica de la humanidad sobre la batalla entre el bien y el mal, el choque de imperios e ideologías y el superhéroe más grande en caminar por la Tierra, El Arcángel Mikhail.
*BONIFICACIÓN ESPECIAL: Incluye la novela que relata el origen de la historia, “Héroes de la Antigüedad: Episodio 1x01”.
¡Este libro NO es ficción religiosa!
Lengua española - Spanish Language

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NO HAY LUGAR PARA LOS ÁNGELES CAÍDOS

por

Anna Erishkigal

.

Libro 2

de la

saga “Espada de los Dioses”

.

Edición en Español

.

Traducido por Alfonso Yañez

Derechos de Autor 2012, 2018

Todos los derechos reservados

Sinopsis

En los albores del tiempo, dos antiguos adversarios lucharon por el control de la tierra. Un hombre se puso de pie al lado de la humanidad. Un soldado cuyo nombre recordamos hasta el día de hoy...

Arrojado a la Tierra sin ningún recuerdo de su pasado, el coronel de las Fuerzas Especiales Angélicales, Mikhail Mannuki'ili, no tiene más remedio que integrarse en la aldea de Ninsianna. Pero el hijo del Jefe, Jamin, está decidido a sacarlo de ahi. Cuando su conocimiento tecnológico avanzado resulta en gran parte inútil para una cultura de la Edad de Piedra, Mikhail debe tomar una decisión: completar la misión o quedarse en Assur con Ninsianna.

Lo último que quiere Ninsianna es volver a Assur. Pero cuando sus visiones se callan, su padre insiste en que él es el Elegido, después de todo, ¡Ninsianna no es más que una mujer! Ella-Quien-Es le prometió un pedazo del cielo. Si Mikhail no puede recordar cómo llegar allí, le corresponde a ella descubrir el significado de la profecía.

Mientras tanto, en los cielos, Lucifer hace un trato con Shay'tan que finalmente traerá una guerra galáctica a la puerta principal de Assur.

La historia más épica de la humanidad sobre las guerras en el cielo en los albores del tiempo continúa en el libro 2 de la saga de la Espada de los Dioses, "No hay lugar para los ángeles caídos."

.

¡Este libro NO es ficción religiosa!

Tabla de contenido

Sinopsis

Tabla de contenido

Dedicatoria

Una nota sobre el tiempo en esta historia...

LIBRO II: No hay lugar para los ángeles caídos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37

Capítulo 38

Capítulo 39

Capítulo 40

Capítulo 41

Capítulo 42

Capítulo 43

Capítulo 44

Capítulo 45

Capítulo 46

Capítulo 47

Capítulo 48

Capítulo 49

EXTRACTO: Fruto Prohibido

SINOPSIS: Fruto Prohibido

Un momento de tu tiempo, por favor...

Avance: Un Ángel Gótico de Navidad

Avance: El Califato

Avance: La Subasta

Sobre la autora

Acerca del Traductor

Otros libros

Derechos de autor

GLOSARIO 1: Nuevas Piezas de Ajedrez

GLOSARIO 2: Nuevas Especies

Dedicatoria

Dedico este libro a cada valiente hombre y mujer que sirve en las Fuerzas Armadas. A ti, te dedico al mejor y más asombroso superhéroe que alguna vez caminó sobre la tierra, el Arcángel Miguel. Un soldado... tal como tú.

Eres el viento bajo nuestras alas.

.

¡Gracias!

Una nota sobre el tiempo en esta historia...

Todos los periodos de tiempo en esta novela ocurren cronológica o simultáneamente, a menos que específicamente se indique lo contrario (por ejemplo, “hace tres horas” o “tiempo presente”). Debido a que la historia se relata a través del punto de vista de diferentes personajes, en ocasiones puede haber una superposición de tiempo para mantener al lector atrapado.

.

LIBRO II: No hay lugar para los ángeles caídos

Cuando Moloch pueda entrar,

Y desee alimentarse,

Ella-Quien-Es nombrará a un Elegido

Para advertir de su propagación.

.

Capítulo 1

Fecha Galáctica Estándar: 152,323.05 a.E.

Órbita Terrestre: M.M S. Peykaap

Teniente Apausha

Tte. APAUSHA

Despegar siempre era una experiencia altamente estimulante; un verdadero acto de fe. Un testamento de que su dios cuidaba de sus frágiles y mortales cuerpos. Especialmente en una nave de clase Algol que apenas tenía espacio para albergar unas cuantas cosas y un cuásar de hipermotores.

El Teniente Apausha accionó el motor de impulso secundario. Sus cabezas se golpearon en los reposacabezas mientras la fuerza g. hacía que sus cuerpos volvieran a sus asientos.

—¡Gyah! —exclamó, enseñando sus colmillos.

La nave se estremeció durante lo que parecía ser una eternidad de sólo ocho minutos y medio, pero cada insufrible segundo les recordó que podría ser su último. Por fin, el temblor cesó casi imperceptiblemente.

—Hemos pasado la mesosfera, Señor — gritó su copiloto, el Especialista Wajid, sobre los motores sublumínicos.

—¿Cuántos kilómetros para llegar a la termosfera? —preguntó.

—Uno setenta y cinco.

Apausha volvió a mirar al tercer lagarto de su tripulación, su navegante y operador de radio, el Especialista Hanuud.

—Asegúrese de que el Jamaran no nos confunda con un enemigo.

Los tres lagartos miraron nerviosos al crucero de batalla Sata'anico que se ocultaba sobre ellos en órbita, como un celoso dragón celestial vigilando celosamente su tesoro.

El operador de radio se colocó rápidamente su auricular.

—Jamaran, Jamaran—su voz se agitó como un polluelo prepúbero—. Esta es la nave de la marina mercante de Sata'an, Peykaap, hemos pasado la mesosfera, repito, hemos pasado la mesosfera, ¿cuáles son sus órdenes?

Una voz metálica resonó en el altavoz.

—Podemos verlo, Peykaap, está autorizado a despegar.

Apausha dejó escapar el aliento que no se había dado cuenta de que había estado sosteniendo. Esa fue una respuesta mucho más amistosa que la que habían recibido cuando habían sido expulsados de la parte trasera de la luna de este mismo planeta. Se volvió hacia su copiloto, el especialista Wajid.

—Comience a calentar los hipermotores. Sáquenos de aquí en el momento en que lleguemos a la exosfera.

—A la orden, Señor —el copiloto de cuello grueso comenzó con su lista de comprobación posterior al lanzamiento. Aunque lo hacía a ritmo lento y deliberado, era algo imperativo al llevar a cabo operaciones negras para el ejército mercante privado de Ba'al Zebub; la cautela de Wajid había salvado sus colas muchas veces.

Apausha se volvió hacia su navegante.

—Calcule el salto.

—¡Sí, Señor! —el hocico estrecho de Hanuud se dividió en una sonrisa—. ¡Estamos yendo a casa!

Hanuud introducía coordenadas de los planes de vuelo en el ordenador mientras Wajid hacía clic con frecuencia en docenas de interruptores manuales. A diferencia de los interruptores electrónicos, que se freían al ser sometidos a un impulso de electroimán, los interruptores de salto manual se podían reiniciar.

Así fue como la Alianza había capturado a su padre...

—¿Cree que el señor Ba'al Zebú nos recompensará dándonos esposas? —preguntó Wajid.

Apausha volvió la mirada hacia el área de carga, llena de una muestra de cada flora y fauna que podía atraer el corazón de un dragón codicioso. Atada con seguridad a su asiento, la flamante pieza de ajedrez del General Hudhafah, la mujer humana de piel de ébano, estaba totalmente sedada, cómodamente cubierta con cobijas y almohadas.

—Si lo hace —dijo Apausha—, no será exactamente una recompensa.

—¿A qué se refiere, Señor? —preguntó Wajid.

—Sólo sería una maniobra para hacernos callar los hocicos... —levantó la llave de mando que le había dado el general—, así todos tendríamos algo que perder.

Inclinó la Peykaap para obtener una última panorámica del planeta azul que giraba pacíficamente alrededor de un sol amarillo y ordinario, completamente inconsciente de que estaba a punto de convertirse en carne de cañón de pulso en una guerra galáctica.

—Perfecto, Peykaap—indicó el Jamaran—. Tiene libertad para ejecutar el hipersalto, ETA Hades-6 en cinco semanas. Que Shay'tan les guie a casa.

Los tres tripulantes llevaron sus garras a sus frentes, sus hocicos y sus corazones.

—¡Alabado sea Shay'tan!

Con un destello, la Peykaap desapareció.

Capítulo 2

Mayo – 3,390 a.C.

Tierra: Villa de Assur

Coronel Mikhail Mannuki'ili

MIKHAIL

El polvo ocre arenoso recorría el vasto y árido paisaje, tan desolado y vacío como el espacio entre sus oídos. Un grupo de arroyos, muertos por mucho tiempo, dividían el desierto en manchas de oscuridad y luz, con forma de cuadrados. Con cada paso, el destino lo movía hacia adelante, como si un dios ancestral lo estuviera trasladando a través de un tablero de ajedrez.

—¿Quién soy yo? ¿Por qué estoy aquí?

Pasó un dedo sobre las chapas de identificación con las que había despertado colgando en su cuello. Sonaban con un tintineo hueco, reflejando la totalidad de su identidad:

.

Coronel Mikhail Mannuki’ili

352d GOE

Fuerza Aérea Angelical

Segunda Alianza Galáctica

.

Aquel nombre no le evocaba emociones ni un sentido de pertenencia o reconocimiento. Sólo el alfiler clavado a la altura de su corazón, un árbol blasonado con la leyenda “En la luz hay orden, y en el orden hay vida”, le provocaba una sensación de tener una misión. ¿Y en cuanto al resto de su vida? Todo se había borrado en el accidente, al igual que la arena que caía de nuevo en sus huellas, eliminando toda evidencia de que había estado allí.

Miró hacia adelante, sin ganas de dejar que la belleza de los ojos color café que caminaba a su lado viera cuánto le dolía abandonar su nave. Ninsianna lo había sacado del borde de la muerte, pero cada paso lo alejaba de lo que le realmente le pertenecía.

—<<¡Fallaste tu misión!>> su voz interna le susurró.

—No tuve otra opción.

—<<¡Abandonaste la nave por ELLA!>>

—¡Su padre dice que sus chamanes pueden decirme QUIÉN SOY!

El viento se levantó, cubriendo sus plumas marrones con mugre ocre amarilla. Un montón de arena se arremolinó en sus ojos, su entrepierna y sus botas. Un viento cruzado hizo que la arena formara un vórtice. Agitó sus alas para proteger a Ninsianna del demonio de polvo.

—¡Vaya!

Ella se sacudió de lado, temblando como una aterrada madra. La cabra la empujó hacia delante, casi tirando de ella, boca abajo mirando la tierra.

—Lo siento —él murmuró.

Escondió sus alas en su espalda, exponiéndola, una vez más, al despiadado viento del desierto. Ninsianna bajó su mano para proteger su cuello.

—Pensé que era una abeja —mintió.

Se acercó a él, con la mano temblorosa; una mujer compasiva que se había hecho amiga de un depredador herido. Ella fingió no tener miedo, pero no importaba cuántas veces él lavara la sangre de su espada, no podía hacer que ella olvidara cuán salvajemente podía llegar a matar.

—<<Eres un asesino…>>

—No, no lo soy. ¡Ellos me atacaron!

—<<¡Ni siquiera recuerdas haberlos matando! Entonces, ¿¿cómo puedes justificarte??>>

El Angelical metió sus manos en su uniforme de combate, haciendo una mueca de dolor cuando su mano rozó la herida causada por la lanza en su muslo y caminó en silencio, su mente aceleró con aprensión. ¿Le ayudarían los chamanes a encontrar a su gente? ¿O se comportarían tan irracionalmente como los hombres que acabaron muertos en su nave?

La cabra emitió un balido y tiró de su cuerda. Él se detuvo y agitó sus alas.

—Huelo agua.

Los labios de Ninsianna se abrieron en una sonrisa impresionante. Sentía como si el sol acabara de surgir en su oscuro y solitario mundo.

—¡Te dije que llegaríamos al pueblo hoy! —dijo.

El suelo se volvió más plano, mientras el aire era enriquecido con el aroma de la fertilidad. A lo lejos, un brillante collar azul serpenteaba por el desierto, hinchado por el derretimiento de las montañas distantes, rodeado de un exuberante y precioso verde.

—Eso es... —señaló—, el Río Hiddekel.

Encaramado en la orilla del río, un anillo de casas cerraba filas para crear una pared impenetrable. Por la forma en que la había descrito, Assur había adquirido el aura de una ciudad de cuento de hadas, y no de un triste grupo de ladrillos de barro que se achicharraban con el sol.

—Ven. Le prometí a tu padre que te pondría a salvo.

Ninsianna tiró de la cabeza de la cabra para forzarla a seguir su incesante caminar. Un estruendoso sonido de un cuerno de carnero lanzó una advertencia:

¡Cuidado! ¡Cuidado! ¡Cuidado!

Echó un vistazo detrás de ellos para ver si los Halifianos los acosaban, pero nadie los siguió. El pueblo, al parecer, sólo desea estar advertido sobre su presencia.

Se detuvo a cien metros de la pared, lo suficientemente lejos del rango de alcance de una lanza. Era tan alta que se necesitarían cinco hombres de pie sobre los hombros del otro para escabullirse hacia los tejados.

—<<Pero tú sólo debes batir tus alas…>>

—Si mi ala no estuviese rota.

—<< Lástima que no hayas traído un arpeo…>>

Por primera vez, él y su subconsciente estuvieron de acuerdo.

Ninsianna señaló las enormes puertas de madera que bloqueaban su entrada.

—Mi abuelo supervisó la construcción de esta puerta... —su voz se llenó de orgullo—. Dijo que ningún enemigo podría vulnerarla.

—Tu abuelo era un innealtóir, uhm —se esforzó para traducir. ¿Hombre que construye cosas?

—¡No! —ella dijo indignada—. Mi abuelo era un chamán, incluso mejor que mi padre.

Él frunció el ceño, en una expresión incrédula.

—¿Tu abuelo construyó esta puerta con magia?

—Behnam lo hizo —dijo ella—. Pero usó los planos que mi abuelo recibió en una visión.

Mikhail escaneó la construcción, observando todos sus detalles. A pesar de su pérdida de memoria, su comprensión instintiva de las tácticas militares permaneció intacta.

—Parece que está anclada sólidamente en las paredes... —señaló a los dos enormes troncos de árboles que habían sido trabajados, y luego argamasados, en las casas adyacentes—. Pero no resistiría a esto...

Tocó la pistola de pulso, bien guardada en su funda.

—La magia de mi abuelo resistiría cualquier cosa —resopló.

—La magia no es rival para un arma de plasma.

Un peculiar destello bailó en el borde de su visión periférica. Inclinó la cabeza, con un ala levantada, mientras su ala herida lucía como una madra de orejas caídas, e intentó sacar el recuerdo de su subconsciente.

—He visto una puerta así... —trazó el aire, tratando de sacar un recuerdo de algo que no podía ver, pero recordaba haber tocado—. Más grande que esta, con un árbol de madera tallado. ¿Podría ser oro?

—¿Has visto las puertas del cielo?

Tocó el lugar donde ella había vuelto a coser su cuero cabelludo.

—Sólo recuerdo una puerta —dijo—. Nada más.

Ninsianna se decepcionó. Estaba fascinada con la idea de que había caído del cielo. Pero para él, lo que estaba frente a ellos no era más que una puerta.

Voces amortiguadas llamaron su atención hacia arriba. Si bien los guardias permanecían ocultos, pudo detectar el movimiento de tal vez dos docenas de hombres.

—¿Y qué pasa si tu padre no arregló las cosas con el Jefe? —dijo.

—Es sólo una precaución —dijo—. Jamin llenó su cabeza de mentiras.

Él la miró, aquella frágil mujer a quien le debía su vida. ¿Sin ella allí para distraerlo, tal vez podría arreglar su nave? Sin ella allí, necesitando protección, no importaría si peleaba con los Halifianos. Sin tener que preocuparse por ella, podría completar su misión, o morir intentándolo.

—Entra —dijo él.

—¡Prometiste que haríamos esto juntos!

—¡Prometí llevarte a casa!

Su expresión se volvió frenética.

—¡No! —ella lo agarró del brazo—. ¿Qué pasa con los chamanes? ¿No quieres saber sobre tu gente?

—Ninsianna —dijo suavemente—. Esta es tu casa.

Las palabras resonaron tristemente en su subconsciente. Casa. Él no tenía un hogar. O si lo tenía, a nadie de ese lugar le importaba lo suficiente como para venir a buscarlo.

Los ojos de Ninsianna brillaban con un color cobre dorado, una peculiaridad luminosa que había notado cada vez que se enojaba. Se giró hacia la puerta y apuntó con un dedo a los centinelas.

—Soy Ninsianna, nieta de Lugalbanda —gritó—. ¿Por qué me niegan atravesar la puerta de mi abuelo?

Un hombre de piel morena, que reconoció desde su primera confrontación con Jamin, se asomó por el borde del techo.

— Porque traes a un enemigo a nuestra entrada —dijo.

—¡Sabes que eso no es cierto! —dijo ella—. Siamek, estabas allí. Mikhail sólo atacó después de que Jamin trató de ahogarme.

Hubo un largo silencio mientras unas voces susurraban mensajes de un lado a otro. Siamek miró por encima del borde del techo.

—Puedes entrar —dijo Siamek, pero tu amigo tiene que irse.

Mikhail le tocó el hombro.

—Ninsianna —dijo él—. Ve adentro. ¿Por favor?

Ella levantó su barbilla.

—Cuando necesitaba refugio, me lo diste. ¡Ahora tú necesitas refugio porque Jamin trajo problemas a tu canoa espacial!

Ella se volvió hacia la puerta y levantó los brazos.

—Entonces, ¡dile al Jefe que eliminaré el hechizo que mi abuelo lanzó para proteger estas puertas!

Un coro de voces masculinas se echó a reír y gritó desde las paredes.

—¡Adelante! —se burlaron—. ¡Las mujeres no pueden hacer magia!

Ninsianna comenzó un cántico con una voz profunda.

El viento se levantó. Su cabello ondulaba en el viento como una rebelde bandera color castaño oscuro. Un rayo de sol se reflejaba en las paredes de ladrillo de barro y hacía que sus ojos brillaran como el oro más puro.

El cabello se erizó en el cuello de Mikhail cuando la voz de Ninsianna se hizo más fuerte, como si dentro de sus palabras rugiera el poder de un hipermotor.

.

¡Abran! ¡Abran!

¡Barrera de los dioses!

Lo que está cerrado

¡Por mí será destrozado!

.

Ella arrojó sus manos hacia la puerta. Con un chirrido, la puerta se abrió.

—¿Ven?... —gritó triunfalmente—. ¡Yo soy la nieta de Lugalbanda!

La puerta se abrió aún más. Siamek asomó la cabeza. Sus ojos castaños relucían de alegría.

—Puedes dejar de hacer el ridículo —dijo—. Firouz fue a ver al Jefe. Dijo que recibirá a tu amigo.

Ninsianna se detuvo en mitad de su gesticulación.

—De acuerdo —gritó ella.

—No hagas ningún movimiento inesperado —Siamek señaló al Angelical.

Dos docenas de guerreros salieron corriendo, incluyendo a Siamek, empuñando lanzas pesadas. Todos vestían faldellines con flecos, con sus pechos descubiertos, revelando músculos acostumbrados al entrenamiento marcial.

Mikhail batió sus alas y se agachó con una mano en la pistola de pulso.

—No me toques —advirtió.

Siamek no pudo ocultar su sorpresa.

—¿Hablas nuestro idioma?

—Sí... —se esforzó por articular las palabras con claridad —Ninsianna me enseñó.

—¿En sólo tres lunas?

—Ella habla mucho —señaló a la cabra—. Incluso conversa con animales.

Siamek quiso reír. Parecía que conocía esta peculiaridad de su personalidad. Lo ocultó rápidamente detrás de su expresión seria.

—Se supone que debo desarmarte —señaló la espada.

—No mientras respire —Mikhail negó con la cabeza.

Más guerreros aparecieron en la azotea, llevando un par de redes de pesca. Una sensación de déjà vu onduló a través de su cuerpo. Ira desencarnada. La última vez que esto sucedió, había enloquecido y matado a dieciocho hombres.

Una sensación de frialdad se asentó en su lengua.

Los ojos leonados de Ninsianna se llenaron de terror.

—No los lastimes —imploró.

Esa sensación de presión aumentó. Su mirada estaba quieta.

—Debería irme —se apartó de ella.

Sintió un cosquilleo cuando Ninsianna le tocó el antebrazo.

—¿No quieres hablar con los chamanes?

—No… —su voz se apagó—. No si eso significa que tengo que matar a todos estos hombres.

Los ojos de Ninsianna brillaron con un tono dorado a la luz del sol, filtrados entre lágrimas. Una emoción tembló en su brazo.

Solo…

Una memoria surgió de su subconsciente.

Chispas volando. Una sensación de caer. Una hermosa criatura legendaria se aparta de la luz del sol, con los ojos brillantes, como si ella misma fuera el sol...

Puso su mano en el mismo punto de su cuerpo donde un trozo de escombro le había hecho pedazos la caja torácica y lo había acuchillado peligrosamente cerca de su corazón. El lugar donde se colocó el alfiler con la figura del árbol. Había mirado al vacío, la ausencia de luz. Si no fuera por aquella mujer, ahora mismo estaría muerto.

—Me reuniré con tus chamanes —tragó una sensación de desolación—, pero luego debo buscar a mi propia gente, o regresar a mi nave y hacerla volar.

Ninsianna asintió con entusiasmo.

—¿Te quedas? Dijiste que nos darías una oportunidad.

Su sentido del deber estaba en conflicto con el hecho de que él le había prometido que la acompañaría. Señaló a los guerreros que los rodeaban con lanzas.

—No confío en ti —le dijo a Siamek—. Deja a Ninsianna llevar mis armas.

—¡Pero ella es una mujer! —dijo Siamek.

—Sí, lo es —estuvo de acuerdo—. Así que no debería ser un problema. ¿O sí?

Los ojos de Ninsianna mostraron un amenazante matiz cobrizo, pero era lo suficientemente sensata como para no contradecirlo.

Mikhail buscó en su cadera.

—Primero le daré mi espada —habló calmado y mesurado.

—Hazlo muy lento.

Siamek se puso en pie de manera engañosamente relajada, pero por la forma en que sus ojos marrones estaban fijos en su mano, con sus músculos tensos, el guerrero estaba listo para atacar si el Angelical hacía el más mínimo movimiento inesperado.

Mikhail agarró la espada para que Ninsianna la tomara. Los guerreros murmuraron:

—¿Esa es? ¿La espada de la profecía?

—Jamin dijo que mató a dieciocho hombres con esa arma.

—¿Dieciocho hombres? ¿Sin ayuda?

—Immanu dice que él es la espada de los dioses.

La mano de Ninsianna se sacudió cuando le quitó el arma de los dedos. Envolvió el cinturón alrededor de su cintura y, sin entender cómo usar una hebilla, lo ató en un nudo. Mikhail buscó su pistola de pulso.

—¡Un momento! —Siamek puso su lanza en el pecho del Angelical.

Mikhail agitó sus alas. Los guerreros retrocedieron de su envergadura de diez metros.

—¡Ninsianna no sabe cómo sacarla de su funda! —dijo.

—¿Cómo sé que no tratarás de usarla? —preguntó Siamek.

—Me viste empuñarla el día que llegaste a mi canoa espacial —dijo—. Si quisiera dañar a tu aldea, esa puerta no estaría de pie.

La expresión de Siamek se volvió sombría.

—Sí. Vi el rayo azul —señaló a los guerreros para que dieran un paso atrás.

Mikhail sacó la pistola de pulso de su funda. De medio metro de largo, con un calibre ajustable, a toda potencia podría fácilmente derribar estas paredes. Con un movimiento más que practicado, sacó el cartucho de energía del mango con la boca de la pistola hacia abajo antes de pasársela a Ninsianna. Mientras los guerreros miraban detenidamente el arma, metió discretamente el cartucho de energía en el bolsillo de su muslo. Solo le quedaban uno o dos tiros, pero lo último que quería era darle a esa gente primitiva ese tipo de poder de fuego.

—¿Y ese cuchillo? —Siamek señaló el cuchillo de supervivencia de titanio montado en su cadera.

—Guardaré el cuchillo —dijo Mikhail— para comer.

—No si quieres conocer al Jefe —los ojos marrones de Siamek se entrecerraron—. Por todo lo que sabemos, ¿has venido a asesinarlo?

Ninsianna tocó su brazo.

—Es un procedimiento estándar —dijo ella—. Nadie tiene permitido encontrarse con el Jefe armado, excepto su guardia personal.

Con sus plumas crujiendo, sacó el cuchillo de su funda. Sin decir una palabra, Ninsianna lo metió en su morral de cuero.

—¿Es eso todo? —preguntó Siamek.

—Tenemos una cabra —Mikhail señaló a la criatura que se acurrucó bajo sus alas—. La llamo Némesis. Si te duermes cerca de ella, se comerá tus cosas.

Los labios de Siamek se contrajeron.

—Llama a la cabra —se las arregló para mantener una expresión seria—. Mantendrá tus manos donde pueda verlas.

Mikhail tomó la cuerda con la que amarraban al animal.

—Vamos —gruñó a Pequeña Nemesis—. No me causes problemas.

La verja chirrió cuando los centinelas la abrieron completamente. Las puertas giraron completamente hacia dentro...

... revelando a Jamin parado en el callejón.

Capítulo 3

Abril – 3,390 a.C.

Tierra: Villa de Assur

Coronel Mikhail Mannuki’ili

MIKHAIL

Mikhail se inclinó levemente, listo para volar, pero su ala aún rota enviaba una punzada agonizante a sus músculos axilares.

—¡Tomen sus armas! —gritó Jamin.

Rápidamente, los guerreros se interpusieron entre él y Ninsianna. La cabra emitió un balido de terror. Mikhail buscó la pistola de pulso que debía estar fijada a su cadera...

... pero Ninsianna la había sacado de su cinturón.

—¡Retrocedan! —gritó ella.

Hizo clic en el seguro del arma, tal como lo había visto hacerlo a él cada mañana mientras practicaba sacarla de su bolsillo lo más rápido posible, cual experto pistolero. Sólo había un problema…

... el cartucho de energía casi agotado se encontraba en el bolsillo de su muslo.

Jamin se congeló con su lanza levantada sobre su cabeza, apuntando a su verdadero adversario... Mikhail.

—¡No sabes cómo usarlo! —se burló de su ex prometida.

—Mira esto —su mano temblaba—. ¡Este palo de fuego hace magia!

—¡Las mujeres no pueden hacer magia! —hizo un gesto a los guerreros—. Sepárenlos.

Cual manada de hienas, los guerreros se ubicaron en un círculo detrás de ellos. Un hombre pequeño y flaco movió su lanza amenazantemente entre ellos, tratando de cazar al animal más vulnerable de la manada. Mikhail agitó sus alas, golpeando a los guerreros con sus extremidades, tan poderosas como garrotes. Ninsianna se apretó contra él, agitando el rifle de pulso salvajemente de un hombre a otro.

—¡Immanu juró que su gente es honorable! —dijo Mikhail—. Me pidieron que me quitara las armas, y lo hice.

—¿Honor? —escupió el bastardo de ojos negros—. ¿Cómo puedes hablar de honor cuando afirmas que no puedes ni siquiera recordar tu propio nombre?

Mikhail tocó sus placas de identificación hexagonales, la única pista de su identidad.

—Sé mi nombre —dijo él.

—Pero, ¿a quién sirves? —dijo Jamin, desafiante—. ¿A un ejército, a un enemigo, a un dios?

Abrió la boca para darle una respuesta al hijo del Jefe, pero no emergió palabra alguna. Sin palabras. Sin memoria. Todo lo que sabía era que era un soldado de la Fuerza Aérea Angelical.

Un soldado de las Fuerzas Especiales...

Lo que significaba que, quizás, Jamin estaba en lo correcto.

—Ninsianna —le tocó el brazo—. Tengo que irme.

Dos de los guerreros avanzaron con sus lanzas. Siamek, que había abierto la puerta, metió los dedos entre sus labios y emitió un estridente silbido.

—¡Quietos! —ordenó.

—¡Te di una orden directa! —contradijo Jamin—. ¡No podemos dejar que este bastardo atraviese nuestras puertas!

—No —Siamek bajó la voz—. Esas no fueron las órdenes de tu padre. Él dijo que debíamos recibir y escoltar al extraño adentro.

El hijo del Jefe miró la temblorosa pistola de pulso de Ninsianna: el anhelo, la necesidad, el hambre de poseer semejante arma yacían desnudos en su expresión.

—¡Necesitamos esas armas!

Con un aullido desgarrador, se lanzó contra Ninsianna.

Ninsianna gritó. Apretó el gatillo, pero no pasó nada.

Mikhail soltó la cuerda de la cabra.

—¡Gyah! —golpeó a Némesis en las ancas.

La cabra se lanzó hacia adelante, obligando a Jamin a desviarse. Saltó para agarrar la pistola de pulso y erró. Ninsianna se apartó del camino.

Rugiendo como un enfurecido depredador, Jamin bajó su lanza y se lanzó contra él.

El tiempo se redujo a un latido del corazón. Su intuición susurró: "viene hacia acá".

En un movimiento que no recordaba recordar, Mikhail agarró la lanza, empujándola hacia adelante para acelerar el impulso de Jamin, lo sacó de equilibrio, y luego golpeó su codo en la parte posterior de su cráneo.

Jamin cayó, inconsciente.

Mikhail agarró la lanza. Miró a su enemigo, casi tan sorprendido como él por haber ejecutado ese movimiento. Los guerreros se apartaron rápidamente, sin saber cómo luchar contra un hombre con una envergadura de veinte metros, ahora armado.

—¡Lo mató! —gritaron los guerreros.

Ninsianna le dio una patada a su ex prometido, quien yacía en el suelo.

—¿Alguien más quiere morir? —agitó la pistola de pulso vacía, como si estuviera borracha.

Jamin gimió.

—Sólo está dormido —Mikhail luchó contra el impulso de acabar con él—. Pero ella —señaló a Ninsianna—, está muy enojada.

Ambos retrocedieron.

Los guerreros se movieron hacia ellos, bloqueando su huida.

—¡Esperen! —vino una llamada desde el callejón.

Dos mujeres mayores, ambas tan arrugadas que parecían trozos de fruta deshidratada, emergieron desde la sombra de la puerta. La más joven ayudó a avanzar su hermana mayor. La que había hablado se inclinó pesadamente sobre un bastón.

—¿Qué significa todo esto? —la anciana se dirigió a Siamek.

—El demonio alado intentó escapar por nuestras puertas —dijo Siamek.

—Eso no es lo que yo vi —dijo la anciana—. Le pediste que se desarmara, y lo hizo.

—Nos ordenaron tomar sus armas.

—¿Quién? ¿El jefe?

—No —Siamek bajó su cara—, fue Jamin.

La anciana señaló al inconsciente ex prometido de Ninsianna.

—¿No es gracioso cómo los problemas comienzan y terminan con Jamin?

La hermana menor empujó a Jamin con su pie.

—Nunca he visto a nadie desviar una lanza de esa forma —dijo ella—. Mucho menos contra alguien tan hábil.

—Sí —dijo la anciana—. Si lo hubiera deseado, podría haberlo matado.

—¿Me pregunto qué más sabe el hombre alado? —dijo la más joven.

—¿Tal vez nos enseñe? —dijo la anciana.

Las dos mujeres se detuvieron frente a él.

—¿Qué asuntos tiene con el Jefe? —preguntó la hermana mayor.

—Necesitamos... —Ninsianna dijo, pero fue interrumpida.

—¡Silencio! —la anciana levantó su mano—. Quiero escucharlo a él.

Ninsianna cerró su boca, indignada.

—¿Y bien? —la anciana lo miró.

La sensación de sentirse presionado que perseguía aMikhail se disipó, mientras miraba fijamente a aquel par de inteligentes ojos marrones que se asomaban por una cara arrugada. A pesar de su apariencia, aquella mujer mantenía su inteligencia aguda.

—Los Halifianos vinieron a mi canoa espacial —usó el término Ubaid para la nave—. Ya no es seguro ahí, así que Immanu me pidió que trajera a su hija a casa.

La anciana adoptó una mirada aguda.

—¿Así que desea traer su guerra con los Halifianos a nosotros?

Las plumas de Mikhail crujieron con indignación.

—No pedí problemas —dijo rígidamente—. Jamin trajo su guerra a mí.

La hermana menor le susurró algo a la anciana. Ambas asintieron, como si poseyeran una sola mente. La hermana mayor señaló a Siamek.

—Nosotros somos un pueblo honorable. Hizo un gesto a los guerreros—. Si le dijiste a este hombre que Ninsianna vigilaría sus armas, debiste cumplir con tu palabra.

—¡Pero es una mujer! —protestó Siamek.

—¿Y qué hay con eso? —dijo la anciana.

Siamek se calló.

— ¡Vigílenlo! —la mirada de la anciana se volvió aguda—. Y, por amor de la diosa, niña... —hizo un gesto a la pistola de pulso de Ninsianna—, aleja esa cosa antes de que puedas lastimar a alguien.

Con una expresión avergonzada, Ninsianna metió el arma nuevamente en su cinturón. El calor inundó el pecho de Mikhail. Si bien no recordaba si alguna vez una mujer lo había defendido antes, nunca había visto una fémina tan hermosa y feroz.

—Vamos —dijo Siamek—. Vamos a ver al Jefe.

El círculo de guerreros se abrió, permitiéndoles pasar a través de la puerta principal. Ninsianna hizo una seña. El alado la siguió hasta el callejón.

Tal vez desde diez metros de altura, guerreros de rostro hostil miraban hacia abajo desde los tejados, sus lanzas apuntando directamente hacia él. Aunque estaban construidas con ladrillos de barro, las paredes parecían robustas. Incluso si un enemigo se las arreglaba para pasar por la puerta de entrada, sería una verdadera proeza llegar hasta el extremo opuesto de este "punto de la muerte" con vida.

—¿Por qué tu Jefe no nos concedió una audiencia de inmediato? —preguntó Mikhail.

—Probablemente lo hizo... —dijo Ninsianna, con una mirada de repudio—. No sería la primera vez que Jamin alterara una de las órdenes de su padre para adaptarlas a su antojo.

Mikhail miró a las dos ancianas que estaban de pie afuera de las puertas.

—Pensé que dijiste que todas las mujeres eran tratadas como cabras.

—Yalda es diferente —se encogió de hombros—. Es miembro del Tribunal.

Una cacofonía de ruidos asaltó sus oídos a medida que los guerreros los conducían a través de un laberinto de casas a ambos lados de una calle angosta. Diversos aromas inundaban sus fosas nasales, como el olor del pan cocido mezclado con el hedor del sudor humano. Un hombre de mediana edad caminaba por las calles, golpeando con su bastón a todo aquel que botara basura en la calle. Aldeanos vestidos desaliñadamente asustaban a los niños con ojos de búho. Gente alta, baja, joven. Personas de edad. ¡Tanta gente! Todos poseían el mismo cutis moreno y cabello oscuro de Ninsianna.

Giraron a la izquierda, a través de otro callejón doble, y luego a la derecha. Aquí las casas eran más grandes y mejor mantenidas. La mayoría de las mujeres vestían mantones de lino blanco, como Ninsianna. Lonas improvisadas protegían las mesas llenas de verduras del sol, mientras que aquí y allá, una mesa llena de productos indicaba la casa de algún comerciante.

La calle serpenteaba en una suave curva. Todas las casas lucían diminutas ventanas al nivel del suelo, protegidas por persianas, pero ventanas más grandes en el segundo piso dejaban entrar el aire del desierto a las viviendas. En los tejados, los niños corrían como monos, saltando de una azotea a otra en los edificios interconectados.

—¿Este pueblo está construido en círculo? —preguntó.

—Las partes más nuevas, dijo Ninsianna—. La parte antigua tiene forma de rectángulo.

—Este lugar hmmm… inchosanta —luchó encontrar la palabra correcta.

—¿Fácil de defender?

—Sí.

Ninsianna sonrió.

—Mi abuelo y el Jefe Kiyan planearon la expansión de este pueblo a medida se expandía.

Mikhail asintió a regañadientes. Cualquiera fuese su opinión sobre Jamin, era obvio que su padre no era un holgazán.

Los guerreros los guiaron a la izquierda, a través de un tercer callejón que era tan impenetrable como los dos primeros. Tres anillos concéntricos, cada uno separado por un "punto de la muerte" en un callejón cerrado. Un par de centinelas ordenó a los curiosos que los seguían que se apartaran.

Salieron del callejón hacia una gran plaza central llena de personas, la mayoría vestidas con elegancia, aunque aquí y allá, un pordiosero se escabullía entre las multitudes, llevando una canasta con artículos para vender. Un lado de la plaza estaba dominado por un edificio imponente, mientras que cerca del centro había un anillo de piedras circular con tres troncos atados que formaban un sistema para sacar agua.

—Ese es el templo de Ella-Quien-Es —dijo Ninsianna, apuntando hacia el gran edificio, mientras Siamek los guiaba hacia el otro lado—, y eso —señaló el círculo de piedra—, es su pozo sagrado. Tenemos tres de ellos, pero los otros a veces se secan en el verano.

—¿Y por qué no sacan el agua del río directamente?

—Porque contiene espíritus malignos. El agua del pozo está siempre limpia y pura.

Siamek los condujo a una casa grande de dos pisos con una bellísima puerta de azulejos. En el frente estaba un guardia de mediana edad que llevaba un faldellín y una capa muy gruesa, aunque no decorada.

—¿Qué te hizo tardar tanto? —preguntó el guardia.

—Tuvimos algunos problemas en la puerta —dijo Siamek.

—¿Con él?

—No. Entregó sus armas, tal como el Jefe… —Siamek enfatizó—, ordenó.

El guardia adoptó una expresión cínica.

—¿Dónde está? —gruñó.

—De vuelta en la puerta —dijo Siamek.

El guardia resopló. Ninguno de los guerreros mencionó que el extraño acababa de dejar inconsciente al hijo del Jefe.

El guardia lo estudió, su expresión hostil.

—Yo soy Kiaresh. Antes de entrar, tengo que revisar si traes armas.

Mikhail miró a los guerreros que los rodeaban. Ninsianna agarró la pistola de pulso.

—Sólo tú —dijo él—. No confío en los demás.

—Bueno, tampoco confías en mí…

Mikhail miró a Ninsianna.

—Kiaresh es un hombre de palabra —susurró ella.

—Bien… a veces un hombre debe arriesgarse —Mikhail asintió.

—Hmm —la expresión de Kiaresh se volvió sombría—. Lo mismo digo.

Mikhail extendió sus brazos y piernas. Sus plumas crujieron cuando el guardia lo tocó desde su cuello hasta sus tobillos. Se obligó a no tirar de sus alas cuando Kiaresh le dio unas palmaditas en sus plumas.

—Estas sí que son pampooties —Kiaresh revisó sus botas de combate en busca de cuchillos escondidos.

—Las llamamos botas —Mikhail usó la palabra correspondiente a la lengua estándar galáctica.

—¿Apuesto a que puedes patear la cabeza de un enemigo con ellas?

Mikhail conocía el juego, aunque no lo recordaba: dos buenos guerreros probando la fuerza mental del otro.

—No es bueno patear a un aliado en la cabeza.

Kiaresh se puso de pie y se ajustó la capa. Abrió la puerta, un simple artilugio hecho de tablas rugosas atadas con cuero crudo, pero la madera misma había sido tallada con vainas de grano. Mikhail se metió las alas en la espalda. Kiaresh hizo un gesto para que entrara.

Ninsianna se acercó al umbral.

—¡Tú no! —Kiaresh extendió su mano.

—¿Por qué no? —dijo Ninsianna.

—Eres una mujer —dijo Kiaresh—. Esto es asunto de hombres.

—¿Qué hay de las armas? —preguntó Mikhail.

—Ella puede cuidarlas, aquí afuera.

Mikhail tocó el cuadrado que se había metido en el bolsillo. Sin un cartucho de energía, su rifle de pulso era inútil, pero incluso un primitivo inexperto podía causar estragos con una espada.

—¿Qué pasa si alguien trata de desarmarte? —preguntó, en lenguaje estándar galáctico.

Ninsianna sacó la pistola de pulso.

—Si se acercan a mí —dijo con bravura— no saldrán ilesos.

Sus labios se movieron hacia arriba. ¡Vaya! Él seguiría a esta mujer directamente a las puertas del infierno. No tenía el corazón para decirle que el cartucho de energía estaba en su bolsillo, o que una vez que disparara su último tiro, estaría en igualdad de condiciones tecnológicas que la gente del pueblo.

Volvió a hablar en un Ubaid ligeramente básico.

—Si alguien la toca —dijo, señalando a Siamek— responderás ante mí.

Siamek asintió. Lo había demostrado: incluso desarmado, sabía cómo proteger lo suyo.

Se agachó para evitar golpear su cabeza en el dintel y entró.

Capítulo 4

Abril – 3,390 a.C.

Tierra: Villa de Assur

NINSIANNA

Mantener a los guerreros bajo control se sentía poderoso. Pero incluso sosteniendo el palo de fuego de Mikhail, los hombres se acercaban cada vez más, negándose a creer que sería capaz de usarlo contra ellos.

—Retrocedan —ordenó.

—No estamos haciendo nada —dijo Siamek, tratando de lucir inofensivo.

—¡Te sigues acercando!

—En caso de que lo olvides —dijo Siamek—, tu nuevo novio me amenazó con hacerme responsable si algo les sucede a sus armas.

—Entonces ¿me estás protegiendo?

—Sí.

Siamek miró hacia el oeste, hacia la puerta por la que acababan de pasar. Él no dijo el nombre, pero ella sabía que él hablaba de Jamin.

—No necesito tu ayuda —puso una mano firme en su cadera—. Como puedes ver, puedo cuidar de mí misma.

Esperaron y esperaron. Ella apoyó sus codos contra los costados para sostener el pesado palo de fuego. Los aldeanos se arremolinaban, curiosos por el arma. Los otros guerreros se aburrieron y se marcharon, pero Siamek se mantuvo apoyado en su lanza.

—¿Vas a seguir apuntando ese palo de fuego hacia mí? —preguntó, después de lo que pareció una eternidad.

—Sí.

—Parece pesado.

— ¡No lo es! —forzó su muñeca para evitar temblar por el peso del artefacto.

Se deslizó a lo largo de la pared y se sentó en el taburete en el que Kiaresh solía sentarse cuando vigilaba la puerta del Jefe. Colocó el palo en su regazo, como lo había hecho Mikhail la primera vez que su padre había aparecido en la canoa espacial, todavía apuntando a Siamek, en caso de que tratara de atacarla por sorpresa. ¡Era un arma tan magnífica! Fría y negra, como un trozo de obsidiana pulida, golpeada suavemente con una roca y luego dejada reposando en un barril hasta que la superficie brillara a la luz del sol. Era una lástima que la magia sólo funcionara para Mikhail. Porque, la mirada en la cara de Jamin...

—Has causado muchos problemas —Siamek interrumpió su alardeo.

—No fue algo que haya pedido.

—Pero tú lo causaste.

—¡Sabías que no quería casarme con él! ¡Sólo accedí porque mi padre y el Jefe insistieron!

Los ojos marrones de Siamek se endurecieron.

—Sí. ¡Lo sabíamos! —dijo él—. Intentamos advertirle, pero él no quiso escuchar. Lanzaste un hechizo sobre él. Y ahora, puedo ver que has hecho lo mismo con el alado.

Ninsianna palideció.

—No hice tal cosa.

—¡Mentirosa! —Siamek le clavó un dedo en la cara, ignorando el palo de fuego—. Lo que sea que hayas hecho, será mejor que lo deshagas, antes de que esos dos idiotas se maten entre sí.

Él se giró en un movimiento crujiente, que le recordó a Mikhail, y se marchó.

Ninsianna miró fijamente a través de la plaza al Templo de Ella-Quien-Es. Desde debajo de un parasol, una voluptuosa estatua de arcilla le devolvió la mirada con cuencas vacías, sosteniendo una gavilla de trigo y una hoz de piedra, símbolos de fertilidad y abundancia.

Oró a la diosa que la había llevado a Mikhail en primer lugar.

—Lo hice venir aquí —dijo—. Ahora, ¿cómo hago que se quede?

Ella-Quien-Es la miró con expresión enigmática. Ninsianna esperó un augurio: un halcón, un insecto, una visión útil, pero la diosa no dijo nada. ELLA simplemente sonrió.

Capítulo 5

Abril – 3,390 a.C.

Tierra: Villa de Assur

Coronel Mikhail Mannuki’ili

MIKHAIL

Dentro de la casa del Jefe, el techo era lo suficientemente alto como para que un hombre estuviera de pie sin golpearse la cabeza. Un segundo guardia estaba parado con los brazos cruzados, una gran bestia fornida de hombre con tanto pelo en sus brazos como en su tupida barba. Aunque era más bajo que él, obviamente no era un hombre a quien molestar.

—Soy Varshab —dijo bruscamente—. El Jefe te verá.

Lo condujo a través de una cortina hacia una habitación de colores brillantes. Tapices intrincados se alineaban en las paredes. En el piso debajo de ellos, una alfombra de fieltro de colores descansaba debajo de sus botas. Rodeando las cuatro paredes, gruesos almohadones yacían alineados en el piso. En el centro, habían dispuesto un trozo de tela limpio para sentarse. Allí, frente a una bandeja llena de una bebida caliente y humeante, se sentaba el padre de Ninsianna, junto con una versión más vieja y más canosa de Jamin. El Jefe e Immanu se sentaron muy juntos, pero por la forma en que ambos se ubicaron, rígidos y formales, parecía como si estuvieran sentados en extremos opuestos de la galaxia.

—Señor —Mikhail le dio un saludo al estilo de la Alianza.

—Tome asiento —el Jefe señaló un cojín.

El fornido guardia se colocó cerca de la entrada.

Mikhail se acomodó cuidadosamente para no aplastar sus plumas. Los ángeles preferían reunirse en lugares con altura por la simple razón de que se sentía incómodo arrastrar las alas sobre el suelo, sin mencionar la inconveniencia de acicalar la suciedad de sus plumas.

Immanu tomó una taza de arcilla marrón y le sirvió al Jefe una taza de té con deliberada seriedad y luego le sirvió una taza a Mikhail. Cada uno de ellos tomó un sorbo, estudiándose unos a otros por encima del borde de la taza. La mezcla sabía a madera, con un poco de sabor afrutado.

Mikhail estudió el atuendo del Jefe: un faldellín de cinco flecos y un chal artísticamente teñido de rojo sobre los hombros de una manera que lucía casual. Alrededor de su cuello, un torque dorado lo destacaba como el Jefe. Sus muñecas lucían pulseras de oro, las cuales eran más que simples brazaletes, ya que podían detener un cuchillo. Su cabello y su barba brillaban como la piel de una nutria de río, apretadamente enrollada en sus rizos de cabello graso y adornada con cuentas. Era toda una demostración de riqueza para reunirse con el Jefe de una tribu enemiga.

—Entonces, cuénteme cómo fue que casi mató a mi hijo —preguntó sin rodeos.

No hay nada como ir directo al grano...

—Me atacaron —dijo Mikhail—. No tuve elección.

—¿Por qué no trató de negociar? —el Jefe preguntó.

—No hablo Halifiano, y ellos no hablaban nada de Ubaid.

—Entonces, ¿por qué no habló con mi hijo?

Mikhail estudió la expresión del Jefe. No sería buena idea explicar que no tenía absolutamente ningún recuerdo de esos eventos, desde el momento en que los Halifianos lo atraparon en la red, hasta que se dio cuenta de que sostenía su espada ensangrentada contra la garganta de Ninsianna. Pero tampoco diría una mentira...

—No vi a Jamin hasta que Ninsianna me dijo que parara —dijo con sinceridad.

—Entonces, ¿él no le atacó personalmente?

No puedo recordar...

—Estaba oscuro. Yo no aitheantas, uhm —luchó por encontrar el termino perfecto—. No vi a Jamin hasta que Ninsianna arrojó su cuerpo sobre el suyo.

—Reconocer —Immanu tradujo—. No lo reconoció hasta que Ninsianna señaló su presencia.

El Jefe le lanzó a Immanu una mirada, como diciendo ¡¡te lo dije!! Cualquiera que haya sido la conversación antes de su llegada, Immanu no la compartió. Pero obviamente había sido excepcionalmente tensa.

—¿Y antes de eso? —preguntó el Jefe—. Dijo que su lanza de plata casi hizo que su pelo se incendiara.

¿Mi antena subespacial?

¿Cómo podría explicar la teoría de la radiocomunicación de micro-agujeros de gusano a un hombre todavía atascado en la Edad de Piedra?

—Arroja palabras —tocó sus labios— como cuando se lanza una lanza —echó la mano hacia afuera—, hacia un amigo en las estrellas. Al arrojar palabras, crea mucha luz. No tenía idea de que Jamin estaba en el techo.

Los ojos del Jefe se iluminaron con curiosidad.

—Explíqueme cómo funciona este rayo

—Mikhail exhibió una expresión ilegible. Esa misma voz subconsciente que se negó a decirle su propio nombre le advirtió no darle a esta gente su tecnología. Hasta ahora, la humanidad había demostrado ser en gran medida hostil.

—Es como magia —dijo Mikhail cuidadosamente, para no mentir—. Sé un poco sobre cómo funciona, pero no todo.

Un destello de molestia empañó la expresión del Jefe.

—¿No lo recuerda?

—Si sé algo, mi cuerpo simplemente lo ejecuta —dijo con sinceridad—, pero si me detengo a pensarlo, no recuerdo nada.

—¿Espera que creamos eso? —la voz del Jefe sonó con ira.

—¿Que no recuerdo?

—Sí

Mikhail se miró las manos.

—Si yo fuera usted, no creería en lo que le digo —tocó su cabello, que aún tenía un punto delgado donde Ninsianna había cosido su cuero cabelludo—. Pero es la verdad.

Se encontró con la mirada del Jefe.

—¿Si recordara, nos lo diría? —preguntó el Jefe.

—No —dijo suavemente—. Mis armas son muy malas. Si le doy este conocimiento, me temo que lo usarán contra sus enemigos.

—¡Querrá decir sus enemigos! —respondió el Jefe, con firmeza.

—Los Halifianos no fueron mis enemigos hasta que Jamin los trajo para atacarme.

—¡Lo dijo usted mismo! —dijo el Jefe—. ¡No vio a Jaminhasta que trató de ayudar a Ninsianna a escapar!

Una conmoción interrumpió el momento, antes de que Mikhail pudiera responder. Varshab, el fornido guardia, asomó la cabeza por la cortina.

—¿Señor? —dijo Varshab—. Behnam está aquí para verle.

—Dile que espere —respondió el Jefe, con autoridad.

Varshab miró a Mikhail.

—No. Necesita hablar con él ahora.

Con un bufido molesto, el Jefe Kiyan se levantó de su cojín y se movió a la otra habitación. Aunque era más bajo que su hijo, se movía con la calma de alguien que hacía mucho más que sentarse en su cojín principal y sólo emitir órdenes.

Mikhail vislumbró a un anciano arrugado pero ágil. La cortina se cerró detrás de él. En la otra habitación, voces silenciosas hablaban justo por debajo del nivel de su audición, excepto por una sola palabra reconocible: Ninsianna.

Mikhail miró a Immanu, quien había estado sentado rígidamente durante toda la interacción.

—No le agrado —dijo Mikhail.

—Lo ha puesto en una posición terrible —dijo Immanu— elegir entre mí y su único hijo.

—¿Elegirlo?

—Sí —dijo Immanu—. Jamin ha aliado a todos los hombres de esta aldea en su contra. Le dije que, si se negaba a hablar con usted y tomar su propia decisión, Ninsianna no sería la única persona que se iría.

Mikhail arqueó las cejas con sorpresa.

—¿Usted lo hizo hablar conmigo?

—Sí.

—¿Cuánto tiempo han sido amigos?

—Cuarenta y siete años.

Mikhail exhaló...

—Lo siento.

—No es necesario —la voz de Immanu sonaba irritada—. Es mi culpa. Nunca debí haber presionado a Ninsianna a ese compromiso.

—Pero…

El Jefe dio un paso atrás a través de la cortina antes de que el alado pudiera terminar de hacer la pregunta. Se sentó sobre su almohadón con un golpe. Les dio a ambos una expresión agria.

—¿Me garantizarás su buen comportamiento? —hizo un gesto enojado desde Immanu a Mikhail.

Las espesas cejas de Immanu se alzaron con sorpresa.

—Sí. Por supuesto.

—Entonces llévatelo —dijo el Jefe Kiyan—. Puede quedarse el tiempo suficiente para reunirse con los chamanes, ¡y luego lo quiero fuera de mi pueblo!

Capítulo 6

Febrero– 3,390 a.C.

Tierra: Villa de Assur

JAMIN

A su alrededor, las paredes susurraban. El ama de llaves sacudía incansablemente su hombro.

—¡Vete, Urda! —dijo Jamin, dando un golpe a su mano.

La luz del sol entraba por la ventana, apuñalando su palpitante cerebro. El ama de llaves lo sacudió de nuevo.

—¡Dile a mi padre que estoy enfermo! —su estómago se apretó—. Cierra las cortinas. Siamek puede supervisar a los centinelas.

Trató de subir la manta para cubrirse los ojos, pero el ama de llaves siguió agarrándolo y jalando su cuerpo. Él palpó su mano, pero era grande, cálida y ...

…¿peluda?

Jamin abrió los ojos y se arrepintió al instante. El dolor palpitaba desde la parte posterior de su cabeza.

Oh,no…

¿Por qué estaba durmiendo en medio del callejón?

El "ama de llaves" mordisqueaba alegremente su capa. De tamaño medio, era una cabra de aspecto ordinario, de un bello color blanco, pero la cuerda de plomo que adornaba su cuello había sido tejida a partir de coloridos hilos de una fibra rígida y sobrenatural.

—¡Vete! —golpeó a la cabra de Ninsianna.

La cabra emitió un balido burlón, como si estuviera riéndose de él.

Jamin se sentó.

A su alrededor, los aldeanos chismeaban sobre su humillante derrota.

—¿Qué están mirando? —gritó—. ¡Salgan de aquí antes de que rompa sus cráneos!

Dadbeh se arrodilló junto a él. El pequeño y delgado hombre le dedicó una sonrisa torcida.

—No estabas bromeando —dijo—. El demonio alado es rápido.

Jamin se frotó la parte posterior de su cráneo.

—¿Lo mataste?

—Siamek lo llevó a ver al Jefe.

Jamin se quedó boquiabierto.

—¿Lo dejaste entrar al pueblo?

—No teníamos elección —Dadbeh se encogió de hombros—. Yalda intervino.

El miedo se apoderó desde sus testículos y le dio un tirón de estómago.

—¿Yalda? —dijo, casi sin aliento.

—Sí —dijo Dadbeh—. Ella vio todo.

Una sensación surrealista de haber quedado atrapado en un río después de una tormenta de lluvia, aspirado río abajo mientras las aguas crecían a su alrededor, hizo que las voces de las personas parecieran venir de muy lejos. Había sido un esfuerzo heroico convencer a su padre de que sólo estaba vigilando cuando los Halifianos atacaron. Si el Tribunal decidía investigar el estado del tesoro de su padre...

—¿Por qué, en el nombre de la diosa, lo dejaste entrar?

—Yalda dijo que teníamos que cumplir tu palabra —dijo Dadbeh.

—¡Se suponía que debías provocarlo para que tuviéramos una excusa para matarlo! —la expresión de Dadbeh se volvió cautelosa.

—Hicimos todo lo posible por provocarlo —dijo—, pero él le dio sus armas a Ninsianna sin luchar.

Jamin gimió. La parte posterior de su cabeza latía como si pudiera explotar. Dadbeh, el callejón y todos los aldeanos llevaban un halo, como si fueran dos personas en una.

Y la cabra...

La cabra estaba de pie al final del callejón, con sus orejas moviéndose de lado a lado, como si deseara desafiarlo a una pelea.

—Desearía que hubieras muerto en la caída —murmuró.

Se apoyó en sus manos y rodillas y se empujó, inseguro, sobre sus pies. El mundo se tambaleó como una barcaza de rio siendo sacudida por una tormenta. Dadbeh extendió su mano para ayudarlo, pero él la apartó. Dadbeh le entregó su lanza.

—¿Hay algo más que quieras decirme? —se quejó Jamin.

—Sí —dijo Dadbeh—. El Jefe envió de vuelta a alguien con un mensaje: patearte el trasero como castigo.

El corazón de Jamin se hundió. Su padre rara vez lo criticaba, pero desde que Ninsianna había roto su compromiso, le había exigido que se quedara en casa como un granjero pasivo en lugar de reunir a sus guerreros para matar a la amenaza que se había establecido fuera de sus tierras.

Dentro de mi pueblo ahora ...

Miró hacia arriba. Una docena de guerreros miraban desde los tejados que se alineaban en el callejón, con expresiones petulantes.

—¡Regresen al trabajo! —gritó—. ¡Ahora tenemos un enemigo adentro!

Se tambaleó como un borracho pasando por al lado de aldeanos curiosos, todavía viendo doble. ¿Por qué diablos estaba haciendo el ridículo por una mujer? ¡No era como si hubiera tenido algún problema para atraer mujeres a su cama!

—Nunca pensé que vería —sintió una voz estridente y femenina— al poderoso Jamin, caído de un solo golpe.

Una mujer salió de la manada, su mano se plantó maliciosamente sobre su cadera. De estatura mediana y esbelta, con su chal-vestido ingeniosamente atado para exponer uno de sus pechos, todo sobre la mujer bien vestida transmitía sexualidad. Hubiese sido francamente hermosa si sus labios no estuvieran congelados en una mueca perpetua.

—¡Quítate de mi camino, Shahla! —gruñó Jamin.

—Primero él tomó a tu novia —ella escupió con celos— y luego te golpeó delante de todo el pueblo. ¿Qué vas a hacer después? ¡Rogar a Ninsianna que te tome como un segundo marido?

Jamin se abalanzó sobre ella.

Una pequeña sombra oscura se materializó frente a él.

—¡Jamin! ¡No!

Miró a la esquelética mujer que sostenía su muñeca. Ojos demasiado negros miraban desde una cara pequeña y pálida y un cuerpo desnutrido. Si no fuera por sus pequeños senos, la mayoría de la gente confundiría a Gita con una niña de diez años.

—No hagas esto —suplicó Gita—. Sabes que a ella le gusta molestarte.

—Fuera de mi camino.

—¡Eres mejor que esto, Jamin!

Sus ojos negros se clavaron en su alma. Su madre tenía ojos así. Los ojos de una bruja. Sólo que su madre nunca había usado un anillo de hematomas, con un ojo hinchado y casi completamente cerrado.

Su ira se evaporó.

—¿Qué le pasó a tu cara?

—Nada. La mano de Gita se deslizó hacia arriba para cubrir el ofensivo ojo negro.

—No tengo tiempo para lidiar con esto —gruñó.

—¿Pedí ayuda? —levantó su pequeña barbilla.

—Sí, Jamin... —interrumpió Shahla con estridencia—. ¿Por qué no desquitas tu ira con Merariy? ¡Demuéstrale que todavía eres un hombre!

Pasó junto a ellos, ansioso por alejarse de Shahla y de su ciclo de discusiones y relaciones sexuales intermitentes. Hasta que había sido corneado por el auroch, había disfrutado el juego, pero después de Ninsianna las cosas cambiaron.

Las cosas eran distintas con una mujer real, no basura que caía voluntariamente en su cama...

Empujó a través de calles atestadas, ignorando las voces comunes que gritaban:

—¿Lo viste?

—¿Viste al hombre alado?

—Immanu tenía razón! Se ve como una criatura del cielo.

Varshab estaba parado afuera de la casa de su padre con sus fornidos brazos cruzados; el ejecutor de su padre. Jamin se sacudió la sensación de que el mundo acababa de apagarse; un efecto secundario, sin duda, del golpe en la parte posterior de su cráneo.

—¿Por qué contrarrestaste la orden del Jefe? —exigió Varshab.

—¿Qué orden?

—¿De que Siamek escoltara al alado hacia acá para asistir a una reunión?

—Les hice quitarle sus armas en la puerta —dijo Jamin—. Pensé que era prudente.

Varshab lo interrumpió.

—¡Se suponía que yo debía hacer eso y tú debías mantenerte alejado de él! —gruñó Varshab.

—En caso de que te olvides... —Jamin se echó el chal sobre los hombros—, yo no respondo ante ti. Yo te supero en jerarquía.

Varshab señaló la puerta.

—¡Y tú respondes a tu padre!

Jamin abrió la puerta y entró. Una figura se movió dentro de la puerta, pero era sólo Urda, la verdadera ama de llaves, no la cabra que él confundió con ella mientras estaba inconsciente.

—¿Dónde está? —preguntó Jamin

La anciana señaló la gran sala donde recibían invitados importantes. Su estómago se hundió. Odiaba cuando su padre lo trataba como 'un asunto oficial'.

Pasó por la cortina. La ira de su padre lo golpeó con toda su fuerza, como el borde amenazante de una tormenta de arena.

—¿Qué diablos estabas pensando?

—Estaba manteniendo a un enemigo fuera de nuestro pueblo.

—¡Nuestros enemigos reales son los Halifianos y los Uruk! —dijo el Jefe—. ¡Los mismos con los que conspiraste!

Tantos meses de furia calentaban su carne que casi lo quemaba.

—¡Deja que te cuente sobre nuestros verdaderos