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--Pregunta cómo puedes ganar una hora en el tiempo--
Maria O’Connor tenía problemas mucho más grandes que el hecho de que su reloj se detuviera a las 3:57 p.m. Cuando ella lleva su reloj a un amable reparador, se entera que ha ganado un premio peculiar: la oportunidad de volver a vivir una sola hora de su vida. Pero el destino tiene reglas estrictas sobre cómo puede uno hurgar en el pasado, incluyendo la advertencia de que no puede hacer nada que pueda causar una paradoja temporal.
¿Podrá Maria hacer las paces con el error que más lamenta en el mundo?
"Una conmovedora historia. Conseguir la oportunidad de corregir tu mayor arrepentimiento es ¡una oportunidad en un millón!” –Reseña de Lector
"Una historia muy conmovedora y dramática… si tuviéramos la oportunidad de cambiar nuestro pasado ¿lo haríamos?" –Reseña de Lector
"Una lectura corta y conmovedora en torno a un tema de la mitología Nórdica. El tiempo es un regalo, y a veces, una última oportunidad…" --Dale Amidei, Autor
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Libros en español - Spanish language
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Seitenzahl: 74
Descripción
EL RELOJERO
Tabla de contenido
Gracias especiales
Dedicatoria
Mapa - El Viaje de Marae
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Imagen - Los Norns por H.L.M.
Los Norns
Un momento de tu tiempo, por favor…
Avance: Un Ángel Gótico de Navidad
Avance: La Subasta
Avance: El Califato
Sobre la Autora
Otros libros por Anna Erishkigal
Derechos de autor
--Pregunta cómo puedes ganar una hora en el tiempo--
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Marae O’Conaire tenía problemas mucho más grandes que el hecho de que su reloj se detuviera a las 3:57 p.m. Cuando ella lleva su reloj a un amable reparador, se entera que ha ganado un premio peculiar: la oportunidad de volver a vivir una sola hora de su vida. Pero el destino tiene reglas estrictas sobre cómo puede uno hurgar en el pasado, incluyendo la advertencia de que no puede hacer nada que pueda causar una paradoja temporal.
¿Podrá Marae hacer las paces con el error que más lamenta en el mundo?
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"Una conmovedora historia. Conseguir la oportunidad de corregir tu mayor arrepentimiento es ¡una oportunidad en un millón!” –Reseña de Lector
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"Una historia muy conmovedora y dramática… si tuviéramos la oportunidad de cambiar nuestro pasado ¿lo haríamos?" –Reseña de Lector
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"Una lectura corta y conmovedora en torno a un tema de la mitología Nórdica. El tiempo es un regalo, y a veces, una última oportunidad…" --Dale Amidei, Autor
(Una Novela Corta)
Edición Española
Por
Anna Erishkigal
.
Copyright 2014 – Anna Erishkigal
Todos los Derechos Reservados
Descripción
Contenido
Gracias especiales
Dedicatoria
Mapa - El Viaje de Marae
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Imagen - Los Norns por H.L.M.
Los Norns
Un momento de tu tiempo, por favor…
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Sobre la Autora
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Derechos de autor
Un agradecimiento especial a José Félix Coronado que me dio orientación sobre la edición en idioma español.
Le dedico este libro al Tío Hubert, un buen hombre que dedicó su vida al mantenimiento de cosas pequeñas y significativas. Estamos seguros de que el cielo andará perfectamente contigo ahí para aceitar los engranajes.
El Viaje de Marae
El reloj se detuvo a las 3:57 p.m. el miércoles 29 de enero. Fuera de eso, fue un día ordinario, lleno de preocupaciones sobre si llegaría a tiempo a la biblioteca de la extensa Universidad que abrazaba dos ríos, para investigar un trabajo final. No había sentido ninguna sensación de pérdida o temor abrumador, porque había vivido con esas dos emociones toda mi existencia; sólo una sensación de que de repente se me había acabado el tiempo. Debería de haber mirado ese reloj 20 veces más antes de notar que el reloj en la pared se había movido hacia el futuro, pero el reloj en mi muñeca permaneció atascado en las 3:57 p.m.
Miré por la ventana mientras el autobús se acercaba a las fábricas textiles que se elevaban por encima del Parque Boardinghouse como una enorme ciudadela de ladrillos rojos. Un pabellón verde-bosque quedó abandonado bajo un velo de nieve, delicados carámbanos brillando en el enrejado como lágrimas algún ángel. Josh me había llevado allí una vez para escuchar un concierto, uno de los gratuitos, cuando el clima todavía era lo suficientemente cálido para poder sentarse afuera. Apreté mi puño a mi pecho y me obligué a mirar por la ventana opuesta, fingiendo interés en la escuela City Magnet para que el hombre vietnamita viejo y arrugado que estaba sentado al otro lado del pasillo no pensara que estaba mirándolo a él.
El autobús dio la vuelta en la esquina, luego de una fila de pensiones de tres pisos hechas de madera, las cuales lucían fuera de lugar en una ciudad ahora compuesta por escaparates y oficinas. Durante la revolución industrial, toda una generación de mujeres había abandonado sus granjas para trabajar en las fábricas textiles de la misma forma que las personas jóvenes de hoy abandonan sus pequeños pueblos para asistir a la Universidad Estatal, la cual abrazaba los ríos. En ese tiempo, como ahora,habían empleos para llenar en los grandes edificios de ladrillo alineados a los canales, solo que en estos días las fábricas producían una urdimbre y una trama de la estirpe de la alta tecnología: empleos en tecnología, ciencia e ingeniería.
Yo jugueteaba con mi reloj, recordándome a mí misma que mi decisión había sido muy razonable. Había venido a esta ciudad para asegurarme una mejor vida, para escapar de la trampa en la que había caído mi madre por casarse joven y tener demasiados niños como para escapar. Yo era una estudiante con las mejores calificaciones y sólidos antecedentes de trabajo y estudio. Tenía apenas 22 años. Tenía toda mi vida planificada ante mí. Entonces, ¿por qué? oh, ¿por qué dolía tanto tener la razón?
El autobús me dejó en el edificio Woolworth a pesar de que no habían habido Woolworths aquí durante los cuatro años que había asistido a U-Mass Lowell. Las calles estaban atascadas con conductores irritables ansiosos por llegar a casa para reunirse con sus familias. Entonces el autobús arrancó, dejándome parada en un banco de nieve en el centro, cuyos locales ya habían empezado a cerrar para el atardecer. La atenuada luz solar brilló sobre un enorme reloj verde, el cual tenía en lo más alto un poste gris verdoso; sus negras manecillas marcaban las 3:45. ¡Doce minutos para el final, no! El pasado estaba en el pasado. Le di la espalda y me apresuré, acomodando mi reloj mientras aferraba mi abrigo a mi cuello.
Sal en grano crujía bajo mis botas mientras caminaba por Central Street, casi aterrizando sobre mi trasero cuando la acera cruzó el Canal del Bajo Pawtucket. Un batallón de témpanos de hielo corría debajo del Puente, convirtiendo la nieve parcialmente derretida sobre el mismo en una traicionera pátina de hielo negro. Me agarré de la prístinamente pintada barandilla, agradecida de que la ciudad haya completado el nuevo puente antes de la llegada del invierno, ya que de lo contrario hubiera sido necesario un viaje a kilómetros fuera de mi camino. En una ciudad dominada por calles de un solo sentido, dos ríos y una red de canales, todas las distancias se medían no por líneas rectas, sino por cuán lejos había que caminar para cruzar el puente más cercano.
Fueron cinco cuadras de pequeños negocios hasta el edificio que MapQuest había marcado como mi destino. Por el camino me saludaron personas más de una vez, pero mantuve mi cabeza agachada, temerosa de que el contacto visual pudiera ser una invitación para la violencia. Un edificio de cuatro pisos con una mansarda negra se curvaba con gracia alrededor de la esquina de Central y Middlesex Street en un gentil y femenino arco. Tomé la pequeña caja blanca de mi bolso y leí las letras doradas que deletreaban 'Joyeros Martyn' en una cursiva casi femenina. Este era el lugar. Aquí. Josh había comprado el reloj para mí aquí.
Al igual que la mayoría de los escaparates en el parque histórico nacional de Lowell, el edificio había sido restaurado a la gloria que había tenido durante la era victoriana, con moderados ventanales de vidrio rodeados de adornos de madera espesos pintados de negro. En una de esas ventanas posaba un gran letrero pintado que decía 'Venta de Jubilación.' Y debajo de él había un letrero pequeño, el que yo había estado esperando: un diminuto letrero que decía 'se reparan relojes.'
Abrí la puerta y me avergoncé cuando una campanita anunció mi entrada. Parecía ser que la tienda había sido una vez el vestíbulo para los pisos de arriba, con vitrinas cuadradas a lo largo de las paredes exteriores. Tres de las vidrieras estaban vacías, pero las dos restantes estaban cuidadosamente ordenadas con brazaletes y joyería, todo espaciado para que pareciera que había más inventario de lo que en realidad había.
Un hombre alto y de pelo blanco se inclinaba sobre el mostrador, escuchando atentamente a una mujer que agitaba las manos animadamente. A juzgar por su liso cabello negro y su fuerte acento, ella era asiática, posiblemente camboyana, o tal vez vietnamita. El relojero llevaba un pequeño monóculo recortado a sus anteojos y miraba a través de ellos a lo que tenía a la mujer tan entusiasmada.
Miré a mi reloj, pero igual a las seis semanas pasadas, las delicadas manecillas de oro seguían atoradas en las 3:57 p.m. El relojero me llamó la atención e inclinó la mano para indicar que me ayudaría tan pronto como terminara con su cliente existente. Y yo le di una sonrisa triste y forzada, indicándole que esperaría. El hombre estaba arrugado y delgado, vestido con una camisa de vestir blanca a rayas y una corbata, posiblemente de unos setenta años, o incluso ¿tal vez más de ochenta años? No. El hombre tenía que tener por lo menos noventa años. El relojero tenía algo distinguido, casi atemporal en él, y después de un tiempo, simplemente dejé de tratar de adivinar su edad.