Noticias del corazon - Un hombre enigmatico - Carole Mortimer - E-Book
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Noticias del corazon - Un hombre enigmatico E-Book

Carole Mortimer

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Beschreibung

Noticias del corazón Estaba decidida a descubrir su secretoCuando Leonie llegó a la mansión inglesa de Rachel Richmond, la impresionaron el estilo sofisticado y la amabilidad de la famosísima actriz. La impresión que le causó Luke, el hijo de Rachel, fue algo muy diferente.Luke Richmond era un tipo frío y orgulloso que no sentía ninguna simpatía por Leonie y que estaba demasiado acostumbrado a salirse con la suya. Pero, por mucho que le pidiera que se marchara, a Leonie le habían encargado escribir la biografía de Rachel y no se iba a mover de allí...especialmente después de darse cuenta de que Luke escondía algo...Un hombre enigmáticoQuería hacer el amor pero... ¿cuándo iba a demostrarle a ella lo que sentía? Nada más llegar a la aislada mansión de Sam Marton, Crystal se dio cuenta de que en la vida de aquel hombre no había espacio para ningún tipo de vínculo emocional. Y bueno, tampoco era que ella quisiera casarse con él... solo necesitaba un sitio donde quedarse un par de noches. Crys se preparó para convivir con aquel tipo tan arrogante y decidió que le demostraría que también ella tenía carácter. No sospechaba que, bajo aquella dura apariencia, Sam escondiera una apasionada sensualidad... que estaba deseando compartir con ella...

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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2002 Carole Mortimer. Todos los derechos reservados.

NOTICIAS DEL CORAZÓN, N.º 136 - marzo 2013

Título original: Keeping Luke’s Secret

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

© 2003 Carole Mortimer. Todos los derechos reservados.

UN HOMBRE ENIGMÁTICO, N.º 136 - marzo 2013

Título original: An Enigmatic Man

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Públicados en español en 2003

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-2717-2

Editor responsable: Luis Pugni

Imagen de cubierta: DREAMSTIME.COM

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Índice

Noticias del corazón

Capítulo 1

La doctora Leonora Winston, supongo.

Leonie se volvió hacia la puerta del salón, donde un hombre la miraba con frío desdén.

Se le podría describir como «alto, moreno y guapo», pero ahí se terminaban los cumplidos porque también era arrogante y profundamente antipático. En sus ojos de color verde pálido había una frialdad que ni siquiera intentaba disimular.

«Pomposo» también era un adjetivo que le iría como anillo al dedo.

Y había un par de cosas más que la disgustaron. Lo primero, su nombre era Leonora, desde luego. Leo, por su abuelo paterno, Nora por su abuela paterna, pero nadie la había llamado nunca así. Todo el mundo la llamaba Leonie.

Y lo segundo, estaba segura de que cuando el explorador Stanley se dirigió al doctor Livingstone, estaba encantado de verlo. El hombre que la miraba desde la puerta no parecía en absoluto encantado de verla.

De hecho, todo lo contrario.

Era aparente por su forma de mirarla, con aquellos desdeñosos ojos de gato. No, aquel hombre no estaba contento de verla.

Y no sabía qué había hecho para provocar tal antipatía en un completo desconocido.

–Luke Richmond, supongo –replicó, levantando una ceja.

No pensaba dejarse amedrentar. No lo conocía de nada, pero si pensaba tratarla con tan mala educación, estaba dispuesta a devolver el golpe.

El hombre la miró con los ojos entrecerrados.

–Puede que esta situación le parezca divertida, doctora Winston...

–Por favor, llámeme Leonie –lo interrumpió ella–. Y creo que se equivoca sobre mi sentido del humor, señor Richmond. Esta situación no me divierte, más bien me sorprende.

–¿Porque esperaba ver a mi madre y no a mí? No se preocupe, verá a mi madre. Rachel es famosa por llegar siempre tarde –replicó él, cerrando la puerta con gesto impaciente–. Quería hablar con usted a solas antes de que se conocieran.

El sol entraba por la ventana, pero estar encerrada en una habitación con aquel hombre la hizo sentir un escalofrío.

No eran solo sus pálidos y fríos ojos. Era muy alto, casi un metro noventa, de hombros anchos y constitución atlética. Llevaba el pelo corto y vestía camiseta y vaqueros negros.

No parecía exactamente amistoso, pero su mal humor podría no tener nada que ver con ella. O quizá era grosero por naturaleza, de modo que no debía tomarlo como algo personal.

–Parece que ha habido un error, señor Richmond...

–Cualquier error, doctora Winston, habrá sido por su parte –la interrumpió él–. No sé qué subterfugio habrá usado para conseguir esta cita con mi madre, pero le aseguro...

–Señor Richmond...

–... no le valdrá de nada...

–Señor Richmond...

–... porque mi madre no concede entrevistas...

–¡Yo no soy periodista! –lo interrumpió Leonie, indignada.

–... ni piensa escribir su biografía –concluyó Luke Richmond sin prestarle atención–. Por razones obvias.

Una de esas «razones obvias» era la biografía no autorizada de la famosa estrella de cine, Rachel Richmond, que apareció en las librerías dos años antes. Una biografía llena de comentarios subidos de tono y especulaciones sobre su vida privada.

Otra «razón obvia» debía ser aquel hombre, pensó Leonie.

Treinta y siete años, guapo, ganador de dos Oscar por sus guiones de cine, Luke Richmond era un hombre de éxito. Un hombre del que cualquier padre se sentiría orgulloso.

Pero él no tenía padre.

Rachel Richmond, estrella del cine y el teatro durante cincuenta años, nunca se había casado y nunca le dijo a nadie quién era el padre de su hijo.

Durante los años sesenta, cuando los estudios esperaban que sus actores fueran ejemplo de moralidad, el hecho de ser madre soltera podría haberle costado su carrera profesional.

Pero Rachel Richmond permaneció soltera. Llevaba a su hijo con ella a todas partes y acabó convirtiéndose en el epítome de la maternidad. El público no solo aceptó que no estuviera casada, sino que aplaudió su decisión.

Las especulaciones sobre la identidad del padre continuaron durante algún tiempo, pero la actriz guardó silencio y, al final, todo quedó en eso: especulaciones.

Leonie se preguntó cómo habría soportado Luke Richmond esas especulaciones o si Rachel le habría confiado la identidad de su padre.

Si era así, jamás había dicho una palabra a los medios de comunicación.

–Creo que se equivoca sobre la razón de mi presencia aquí, señor Richmond...

–Creo que, al menos yo, he sido perfectamente claro, doctora Winston –la interrumpió él de nuevo–. Estoy seguro de que es usted una estupenda biógrafa. De hecho, sé que lo es. Leí su biografía sobre Leo Winston.

Leonie parpadeó, sorprendida. No se le habría ocurrido pensar que a aquel hombre le interesaría su libro.

–No fue difícil de escribir. Leo es mi abuelo.

–Ya lo sé. Pero además de ser su abuelo, también fue un as en la manga de los servicios secretos ingleses durante la Segunda Guerra Mundial.

–Así es –murmuró Leonie.

–Mi madre leyó el libro antes de prestármelo. Pensaba que la vida de su abuelo podría convertirse en un buen guion –dijo Luke Richmond entonces.

Ella hizo una mueca. Conociendo a su abuelo, nada lo horrorizaría más.

–Mi abuelo prefiere ser conocido por su trabajo como historiador.

–Un auténtico Pimpinela Escarlata del siglo XX –replicó Luke Richmond, desdeñoso–. Aunque, después de darle vueltas al asunto, decidí que la historia ya estaba un poco trillada.

Si quería ser insultante, lo estaba consiguiendo. Por eso Leonie decidió no darle la satisfacción de replicar airadamente.

–¿Le dio usted vueltas al asunto? –preguntó, mirando el reloj. Rachel Richmond llegaba quince minutos tarde a su cita.

–Su abuelo me convenció de que un guion sobre su vida no le interesaría a nadie... sobre todo a él. Además, no nos poníamos de acuerdo sobre el actor que lo interpretaría en la pantalla.

Leonie lo miró entonces, sorprendida. No sabía que hubiese hablado con él. Ni siquiera lo había mencionado...

–Mi abuelo es un hombre difícil.

Luke Richmond la miró entonces con un esbozo de sonrisa.

–Desde luego. Y parece que ese es un rasgo que usted ha heredado.

Ella se quedó atónita. No sabía qué le había hecho a aquel hombre para que se portara de forma tan insultante, pero era hora de decirle cuatro cosas.

–Señor Richmond...

–¡Leonie, no sabes cómo siento llegar tarde! –Rachel Richmond eligió aquel momento para aparecer en el salón como un soplo de aire fresco.

No aparentaba setenta años en absoluto. Con un elegante vestido verde y el pelo rubio cortado a media melena, parecía veinte años más joven.

–Ah, estás con mi hijo.

–Pues sí...

–¿Sabes una cosa? Eres monísima, Leonie.

Después del frío desdén de Luke Richmond, la calidez de Rachel la tomó por sorpresa. Aunque no había duda de que no estaba fingiendo. Sus ojos verdes brillaban de alegría y aquella sonrisa que había entusiasmado a millones de admiradores en todo el mundo parecía envolverla como un rayo de luz.

Aunque lo de «monísima», por agradable que fuera el cumplido, no le pegaba demasiado. Era demasiado alta, su apariencia absolutamente profesional con un traje de rayas grises, el pelo rubio corto al estilo Meg Ryan.

No era una mujer bella en absoluto: ojos grises, nariz respingona, labios generosos y barbilla firme. Pero nada del otro mundo.

De hecho, parecía exactamente lo que era: una historiadora, como su abuelo.

–Gracias –murmuró por fin, observando con el rabillo del ojo la sonrisa burlona de Luke Richmond.

Ella misma se sentía un poco incómoda con las efusiones de la famosa actriz.

–Deberías soltar su mano, Rachel. La estás avergonzando –dijo él entonces.

Leonie se puso colorada.

–No me está avergonzando en absoluto. Señorita Richmond, su hijo parece tener la impresión de que he venido a molestarla...

–No es solo una impresión, es la verdad.

–Luke, por favor –lo regañó su madre–. Leonie aún no entiende tu sentido del humor.

¿Sentido del humor? ¿Aquel hombre tenía sentido del humor? Solo una madre demasiado indulgente podía pensar eso.

–Creo que te equivocas, Rachel. Yo creo que la doctora Winston me entiende perfectamente.

Desde luego que lo entendía. Era él quien estaba completamente equivocado sobre sus razones para visitar a la actriz.

–Señorita Richmond...

–Por favor, llámame Rachel. Luke, cariño, ¿le has pedido a Janet que sirva el té aquí?

–No...

–Pues hazlo, cielo –lo interrumpió su madre severamente, tomando a Leonie del brazo–. ¿Te apetece dar un paseo por el jardín antes de tomar el té? Quiero que me cuentes muchas cosas. Nunca había conocido a una mujer historiadora. Debe ser emocionante triunfar en un campo que, hasta ahora, había estado casi exclusivamente reservado a los hombres...

Leonie escuchaba a medias. En realidad, Rachel Richmond no la dejaba hablar y ella estaba demasiado distraída observando la expresión furiosa de su hijo. Estaba claro que si pudiera echarla a patadas de allí, lo haría.

–De verdad, estoy encantada de conocerte. Me gustó muchísimo tu último libro.

–Mi primer libro –la corrigió Leonie–. Y el último. Por ahora.

–Espero que no, querida.

–Señorita Richmond...

–Por favor, llámame Rachel –insistió la actriz–. Todo el mundo me llama así. Incluso mi hijo.

Leonie no se encontraba cómoda llamándola por el nombre de pila. Aquella mujer era una estrella de cine, un icono para sus admiradores, aún capaz de despertar el interés de las multitudes cada vez que hacía una aparición pública, aún capaz de atraer a miles de personas a un teatro las raras veces que decidía subirse a un escenario.

Y en persona era tan estrella como en la pantalla.

–Rachel, tu hijo parece creer que...

–No te preocupes por Luke –la interrumpió ella–. Es muy protector. Y siempre ha sido un chico tan serio –añadió, afectuosamente.

–¿Chico?

A los treinta y siete años, Luke Richmond no era precisamente un crío.

Rachel rio suavemente.

–Para mí siempre será un chico. Y te aseguro que ladra, pero no muerde.

Leonie lo dudaba. Muy seriamente.

Pero que Luke Richmond fuera un arrogante y un idiota no debía importarle en absoluto. No pensaba verlo más de lo que fuera absolutamente necesario.

–Se está haciendo tarde, señorita Richmond... Rachel.

–¿Cuánto has tardado en llegar a Hampshire?

–Una hora. Y me temo que tengo otra cita en Londres, así que...

–Ha sido un detalle que dejases de lado tus planes para venir aquí. Un sábado, ni más ni menos. Me temo que, últimamente, no voy nada a Londres.

–La verdad es que tendré que irme dentro de poco y...

–¿No te encanta la primavera? –la interrumpió Rachel de nuevo, señalando alrededor–. Todo es nuevo. La vida se llena de esplendor.

A ella también le gustaba la primavera, pero sobre todo porque significaba el final del largo invierno. Odiaba llegar a la universidad de noche y marcharse de noche.

–Rachel, me llamaste la semana pasada para pedirme que viniera a verte. ¿No crees que sería buena idea decirme para qué?

En realidad, la llamada había pillado a Leonie completamente por sorpresa. Aunque Luke Richmond parecía pensar que era ella quien había pedido la reunión.

Una impresión que le gustaría corregir, si tenía oportunidad.

No sabía cuál era el propósito de Rachel al invitarla a su casa y ella no parecía tener prisa por explicarlo. Pero estaba segura de que no sería para hacerle un sitio entre «los ricos y famosos», como había dicho Jeremy.

Jeremy...

Leonie sonrió al pensar en su compañero de universidad, un mago de la informática que lograba transmitir su amor por la tecnología a los alumnos.

«Los opuestos se atraen», pensó entonces. Ella, interesada en el pasado, Jeremy en la tecnología que dominaría el futuro.

Él era la razón por la que no quería llegar tarde a Londres. Habían quedado para cenar...

De repente, Rachel soltó su brazo y se volvió para mirarla, muy seria. En aquel momento sí parecía tener su edad.

–¿No está claro por qué te llamé, querida?

–Solo dijiste que querías hablar conmigo.

–Pero... entonces, ¿no sabes por qué te he invitado a venir a mi casa? –preguntó la actriz, con gesto de incredulidad.

–No, no lo sé.

–Ah, ya veo. Verás, leí tu libro sobre Leo Winston...

–Tu hijo me lo ha comentado –dijo Leonie. No sabía por qué, pero no le salía llamar a Luke Richmond por su nombre de pila–. Y me alegro mucho de que te gustase...

–Pero no te he pedido que vengas hasta aquí solo para felicitarte por el libro. Podría haber hecho eso por teléfono. No, querida Leonie, te he pedido que vengas porque quiero que escribas mi biografía. Una biografía oficial –dijo Rachel Richmond entonces.

Ella la miró, sorprendida.

¡Rachel Richmond quería que escribiera su biografía!

No podía decirlo en serio.

Capítulo 2

En serio? –exclamó Jeremy.

–Por lo visto, sí –le confirmó Leonie–. Dice que lleva años buscando a la persona adecuada para escribir su biografía.

–Y ha decidido que eres tú. ¡Qué suerte!

–Intenté explicarle que yo no soy exactamente biógrafa...

Pero sus protestas se habían quedado en nada. Rachel insistió en que quería que fuese ella quien escribiera la biografía que sus admiradores llevaban años esperando. Que después de leer la de Leo Winston, estaba segura de que escribiría su historia con la misma verdad y la misma pasión.

–¿Cómo que no? –sonrió Jeremy–. Y una biógrafa estupenda, además.

Jeremy era un chico guapo con cara de niño. Su pelo rubio, un poco largo, le caía sobre los ojos azules. Y eran de la misma estatura cuando Leonie no llevaba zapatos de tacón.

–Muchas gracias, joven.

–Sigo sin poder creerlo. ¡La biografía de Rachel Richmond!

Tampoco ella podía creerlo. Y a pesar de que sería un paso adelante en su carrera, no estaba segura de que fuese buena idea.

No era el volumen de trabajo. De hecho, disfrutaría inmensamente investigando la vida de tan sensacional estrella de cine. La razón de su desgana para aventurarse en tal empresa podría describirse en dos palabras: Luke Richmond.

No había tomado el té con ellas, pero Leonie no tenía duda de cuál sería su reacción cuando Rachel le dijera que iba a escribir su biografía.

No habría forma de convencerlo de que no era idea suya. Por eso le había pedido una semana para pensárselo...

–Has aceptado, me imagino –dijo entonces Jeremy–. ¡Leonie, tienes que decir sí! –exclamó al ver que se quedaba callada–. Esta es una historia por la que se matarían todas las editoriales. Además, seguro que por fin revela la identidad del padre de su hijo. La biografía no tendría sentido si dejase fuera ese detalle.

Otra razón para dudar si debía aceptar la oferta. Por razones desconocidas, Luke Richmond la odiaba. Si además la hacía responsable por dar el nombre de su padre al mundo entero...

–No se lo he preguntado, pero supongo que sí –suspiró Leonie–. Pero es que no es lo mío. Tú mismo lo dijiste: cosas de los ricos y famosos. Yo soy historiadora y...

–Podrías ser una historiadora muy rica si escribieras ese libro.

Una historiadora rica y famosa. A Leonie no le hacía ninguna gracia.

Le gustaba su vida, le gustaba dar clases en la universidad, visitar a sus padres en Cornualles o a su abuelo en Devonshire.

Aunque no lo había hecho a menudo en los últimos tres meses, desde que empezó a salir con Jeremy.

–Rachel ha sugerido que pase los fines de semana en su casa de Hampshire mientras escribo el libro. Si lo escribo, claro.

–Tienes que hacerlo, Leonie –insistió Jeremy–. Por favor, si hasta la llamas por su nombre de pila –añadió, riendo–. No estarás preocupada por lo nuestro, ¿verdad?

Leonie apretó los labios. Solo llevaban unos meses saliendo y no sabía cuáles eran sus sentimientos por ella, pero le gustaba mucho y disfrutaba inmensamente de su compañía. Y la relación sería difícil si solo podían verse un día a la semana.

–Pues, la verdad...

–No sería para siempre –la animó él–. Un par de meses como máximo. Si tú puedes soportarlo, yo también. ¿O es otra cosa lo que te preocupa?

Por alguna razón, Leonie no quería mencionar al odioso hijo de Rachel Richmond. Probablemente porque su antipatía por él era tan fuerte como la de Luke Richmond por ella.

No le había preguntado a Rachel y no sabía si su hijo vivía en Hampshire, pero si era así, verlo todos los fines de semana sería sencillamente insoportable.

–No sé si quiero hacerlo, Jeremy. No sé, tengo un presentimiento extraño.

Absurdo, pero cierto. Hasta tal punto se sentía incómoda que cuando salió de la casa no quiso mirar atrás.

–¿Rachel Richmond es tan guapa como en las películas?

–Igual –sonrió Leonie–. Quizá es porque nunca se ha casado. Apenas tiene arrugas.

–Dudo que haya vivido sin compañía masculina todos estos años.

–Bueno, está... su hijo.

–No me refería a ese tipo de compañía –rio Jeremy.

–Ya lo sé, tonto.

–Debes admitir que es una oferta muy tentadora. ¿No vas a pensártelo?

Desde luego que era una oferta tentadora. Sería un reto. Y en cuanto a pensárselo... tenía la impresión de que no iba a hacer otra cosa hasta que hablase con Rachel.

–Parece sorprendida de verme –dijo Luke Richmond, en la puerta de su apartamento.

Claro que estaba sorprendida. Para empezar, no entendía de dónde había sacado su dirección. Rachel solo tenía el número de teléfono de la universidad...

Además, no entendía qué hacía allí después de lo grosero que había sido con ella el día anterior.

Y no estaba vestida para recibir a nadie. Iba descalza, con unos vaqueros viejos y una camiseta rosa que había encogido en la lavadora.

–¿Y bien? –ladró el antipático Luke Richmond.

–¿Y bien qué, señor Richmond?

Aquella era su casa y no le hacía ninguna gracia que alguien apareciese sin avisar un domingo por la tarde. Aunque, por lo poco que sabía de él, aquel tipo no sabía comportarse de ninguna otra forma.

–¿Piensa invitarme a entrar o eso representa un problema para usted?

–¿Por qué iba a ser un problema, señor Richmond?

Luke se encogió de hombros.

–Quizá es una inconveniencia... si no está sola.

–Vivo sola –contestó ella, fulminándolo con la mirada.

–Esa no es razón para no tener algún invitado.

Leonie abrió la puerta del todo para invitarlo a entrar... aunque hubiera preferido tirarlo escaleras abajo.

–No juzgue el comportamiento de los demás por el suyo, señor Richmond.

Él levantó una ceja.

–¿Imagina que Rachel aceptaría una procesión de mujeres en su casa?

–¿Vive en Hampshire con su madre?

–Parte del año. Pero como usted, también yo tengo un apartamento en Londres... aunque lo uso raramente.

–Cuánto me alegro –replicó Leonie, irónica.

Ella se gastaba casi todo el sueldo de la universidad en el alquiler, pero estaba segura de que el apartamento de aquel «niño de mamá» era mucho más lujoso.

–¿Algún problema?

–En absoluto. ¿Quiere pasar o no?

Luke Richmond sonrió.

–Creí que no iba a decirlo nunca.

Leonie miró alrededor para comprobar si todo estaba ordenado. Solía limpiar la casa los domingos, pero no había tenido tiempo de hacerlo.

El salón era una habitación muy sencilla, sin fotografías, con el suelo de madera pulida, dos sillones de mimbre y un par de litografías en las paredes.

–¿Quiere un café o algo?

–Un café, gracias. Es un poco temprano para «algo» –contestó Luke Richmond, tan irónico como siempre–. ¿Esas sillas podrán aguantar mi peso?

–Si no es así, seguro que usted podría comprarme otras –replicó Leonie, sin disimular el sarcasmo.

Se arrepintió inmediatamente. Luke Richmond era un grosero, pero ella no debía ponerse a su nivel.

–Ya, claro.

–Voy a traer el café. Acabo de hacerlo –murmuró entonces, escapando a la cocina.

¿Qué hacía Luke Richmond en su casa?

Evidentemente, su madre le había contado lo de la biografía y estaba allí para convencerla de que no lo hiciera. Y eso solo ya era razón suficiente para aceptar, pensó entonces.

Pero esa era una reacción muy infantil. Tenía veintinueve años y un doctorado en Historia. Era una respetada profesora de universidad y, aunque sonase a inmodestia, la biografía de su abuelo había sido recibida con muy buenas críticas.

Pero ese era precisamente el problema para Luke Richmond.

Leonie dejó la bandeja sobre la mesita de café e intentó portarse con urbanidad... por difícil que fuera. Richmond se había sentado en un sillón de mimbre que, por el momento, aguantaba su peso.

–¿Leche y azúcar?

–No, gracias. Me gusta el café solo.

Solo. Debería haberlo sabido.

Leonie se puso leche y azúcar antes de sentarse frente a su invitado. Afortunadamente, era una de esas personas que puede comer lo que sea sin engordar un gramo.

–¿Qué quiere de mí, señor Richmond?

–Puedes llamarme Luke. Lo de señor Richmond suena a Matusalén.

Pero también los distanciaba. Y eso era precisamente lo que Leonie quería.

–Es un apartamento muy agradable –dijo él entonces, mirando alrededor–. ¿Quién es su decorador?

–Leonora Winston –contestó ella, irónica.

¡Decorador! ¿En qué planeta vivía aquel hombre? Como si ella pudiera pagar un decorador...

Pero claro, Luke era hijo de una famosa estrella de cine y debió vivir en Hollywood cuando era pequeño. Y la casa de Hampshire, aunque muy cómoda y agradable, era en realidad una mansión.

Richmond la miró con sus glaciales ojos verdes.

–No era mi intención insultarla.

–Lo sé –suspiró ella, dejando su taza de café sobre la mesa–. Supongo que para usted no es fácil de entender.

–No he vivido entre algodones toda la vida.

–¿No?

–No –contestó él.

–Señor Richmond...

–Pensé que habíamos acordado tutearnos... Leonie.

–¿Ha venido aquí para hablar sobre la decoración de mi apartamento o piensa decirme cuál es la verdadera razón? –le preguntó ella entonces, ignorando el tuteo.

Luke Richmond la miró en silencio durante largo rato. Tanto que Leonie se movió, incómoda, en el sillón.

–¿Suele intimidar a la gente para conseguir lo que quiere? –le preguntó, furiosa.

–¿Intimidar? –repitió él–. Solo la estaba mirando.

Pero la miraba de tal forma... como un profesor que Leonie tuvo una vez y que solía estudiar las antigüedades con un microscopio.

–Es usted una mujer preciosa.

Ella lo miró, perpleja.

–Señor Richmond....

–Luke –la corrigió él.

Leonie se levantó, impaciente.

–¿Quiere dejar de jugar y decirme para qué ha venido?

Ese jueguecito seguramente impresionaba a la gente del espectáculo, pero a ella la dejaba fría. Estaba acostumbrada a ser tratada con admiración por sus alumnos, con respeto por parte de sus colegas y con afecto por parte de su familia.

Aquel hombre parecía estar jugando con ella como un gato con un ratón.

–¿Por qué no te arreglas? –preguntó él entonces, tuteándola–. Parece como si quisieras esconder tu belleza.

–¿Qué?

–El pelo, por ejemplo. Es de un color precioso y quedaría de maravilla cayendo por tu espalda. Sin embargo, lo llevas corto como un chico. Además, tienes una piel maravillosa. Y en cuanto a los ojos... –Luke sacudió la cabeza– con un poco de maquillaje...

–¿Ha terminado, señor Richmond? –le espetó Leonie, indignada–. Soy una profesora universitaria, no una modelo de las que... –no terminó la frase. Prefería que la discusión no llegase al terreno personal–. Prefiero parecer lo que soy, una historiadora.

–Como tu abuelo. ¿Qué quieres probar, Leonie?

Ella se puso pálida.

–No sé a qué se refiere.

¿Cómo lo había adivinado? ¿Cómo?

Luke sonrió entonces. Pero no había humor en aquella sonrisa, más bien era la expresión de un felino que acaba de cazar a su presa.

Y su presa era ella.

–No te preocupes. Mi madre, como la mayoría de los actores de Hollywood, envió a su hijo a varios psicólogos para que no creciera con complejo alguno. Ellos me enseñaron qué botón hay que tocar para provocar las reacciones que uno quiere.

Leonie sintió compasión por esos psicólogos.

–Su madre debería haberse ahorrado el dinero.

Desde luego. Y podría habérselo gastado enseñándole buenos modales.

–Pero ya sabes por qué estoy aquí, ¿no?

Ella cerró los ojos. Aquel hombre era una pesadilla.

–Me temo que no lo sé.

–Sí lo sabes –repitió Richmond, sin dejar de mirarla.

Leonie sintió un escalofrío. Pero no sabía si era de aprensión o... si se sentía absurdamente atraída por él.

Ridículo, por supuesto. El hijo de Rachel Richmond era un hombre guapo, pero eso era lo único bueno que podía decirse de él. Luke Richmond era frío, grosero y, en apariencia, absolutamente despiadado.

–Los dos sabemos que su madre me llamó porque quiere que escriba...

–¿Te llamó? –la interrumpió Richmond–. ¿No te estás equivocando?

–En absoluto –respondió ella–. Fue su madre quien se puso en contacto conmigo.

Luke se levantó bruscamente del sillón.

–¿A qué está jugando Rachel? ¿Qué demonios intenta conseguir?

Leonie intuyó que hablaba consigo mismo. No era necesaria una respuesta y, además, tampoco ella entendía los motivos de Rachel Richmond. La verdad sobre su vida había permanecido en secreto durante tanto tiempo que no entendía por qué quería hacerla pública.

Luke se volvió entonces, clavando en ella su fría mirada.

–¿Qué te dijo mi madre exactamente?

–Que había llegado el momento de terminar con las especulaciones.

–¿Para qué?

–Para que se sepa la verdad, supongo.

Luke apretó los labios.

–¡Eso ya lo veremos! No vas a escribir esa biografía –le espetó entonces.

Un segundo después salía de su apartamento dando un portazo. Leonie dejó escapar un suspiro, agotada, como si acabase de escapar de un huracán.

Un huracán que se dirigía en aquel momento a casa de Rachel Richmond.

Capítulo 3

Tendrás que perdonar a mi hijo –se disculpó Rachel seis días más tarde, mientras tomaban café–. Es demasiado protector.

Leonie no sabía a quién estaba protegiendo Luke Richmond: a él mismo o a su madre. Pero al menos Rachel era consciente de que había ido a visitarla.

–No quiere que escriba tu biografía. Y, la verdad, después de pensarlo mucho...

–Sé lo que vas a decir –la interrumpió Rachel–. Y en estas circunstancias, no puedo culparte. Pero te aseguro que tengo mis razones para hacer lo que hago.

Leonie no imaginaba cuáles podían ser. Y estaba segura de que a su hijo le darían completamente igual.

–He pensado mucho en ello y creo que no soy yo la persona adecuada. Pero otro escritor...

–Nadie más que tú, Leonie –volvió a interrumpirla Rachel, muy seria–. He decidido que seas tú.

Ella la miró, interrogante. Por lo visto, la famosa Rachel Richmond tenía otra cara, además de la amable y sonriente. Una cara que podía ser tan autoritaria como la de su hijo.

Leonie dejó escapar un suspiro.

–Debo admitir que eso me halaga, pero...

En ese momento se abrió bruscamente la puerta del salón. Luke Richmond, por supuesto. ¿Aquel hombre no sabía entrar en un sitio de forma normal?

Por su expresión, parecía decir que sería él quien dijera la última palabra sobre la biografía. ¿Rachel no se daba cuenta de cómo afectaba aquello a su hijo? Era difícil creer que fuera tan insensible.

Pero una cosa estaba clara: ella no quería quedar atrapada en el fuego cruzado entre uno y otro.

–Hola, señor Richmond –lo saludó–. Ha llegado a tiempo para...

–Qué sorpresa, Luke –la interrumpió Rachel–. Pensé que estabas fuera este fin de semana.

–Evidentemente, no es así –dijo él, fulminando a Leonie con la mirada.

–¿Quieres un café? Llamaré a Janet para que te traiga una taza.

–Janet tiene suficiente trabajo –replicó su hijo.

Leonie lo miró con curiosidad.

–Estás muy gruñón, cariño. Seguro que a Janet no le importa en absoluto –sonrió Rachel.

–Pero a mí sí. Además, no quiero café.

–¿Y por qué no lo has dicho?

Evidentemente, Luke se estaba poniendo difícil y Leonie empezaba a encontrarse muy incómoda. La situación no era nada agradable, desde luego.

–Otra vez aquí, doctora Winston.

Ella dejó escapar un suspiro. Afortunadamente, no volverían a verse. Había pensado mucho en los pros y los contras de aquella biografía y la decisión estaba tomada. Al fin y al cabo, Luke Richmond era hijo de Rachel y debería ser su mayor fuente de información... pero iba a ser una fuente de información muy poco dada a cooperar.

–De hecho, llega justo a tiempo para...

–Te estás portando como un patán, Luke –lo regañó su madre–. De hecho, creo que has asustado a Leonie para que no escriba mi biografía.

–¿Ah, sí? Pues me alegro –contestó él, dejándose caer sobre un sillón.

¡Asustarla! No le gustaba Luke Richmond, ni su arrogancia, pero no le daba ningún miedo.

–Yo no he dicho eso, Rachel.

–Como si lo hubieras dicho.

–En eso te equivocas. Solo he mencionado los problemas que podría tener para escribir esa biografía –dijo Leonie entonces, decidida–. Pero ahora que lo pienso, podría ser divertido –añadió, al ver la expresión antagónica de Luke Richmond.

–¡Divertido! –exclamó él–. Esto no es un juego, señorita Winston.

Leonie lo sabía perfectamente, pero si la famosa actriz insistía en hacerlo...

–Dime una cosa, Rachel. Si yo no escribiera tu biografía, ¿se la encargarías a otra persona?

Rachel Richmond la miró pensativa durante unos segundos.

–Creo que sí.

–Me lo imaginaba. ¿A quién prefiere, señor Richmond, a mí o a una persona que no conozca?

–A ninguno de los dos.

–Si tuviera que elegir...

–Pero no puedo elegir, ¿verdad? –la interrumpió él, furioso–. Muy bien, madre, puedes hacer lo que te dé la gana, pero yo no quiero tener nada que ver.

Rachel hizo una mueca.

–No tienes por qué gritar, cariño.

–Me gustaría hacer algo más que gritar, pero has dejado muy claro que eso sería una pérdida de tiempo –replicó Luke, con mal contenida violencia–. Creo que, al final, pasaré fuera el fin de semana. Y espero que sepas dónde te metes, Leonora Winston –añadió, antes de salir del salón dando un portazo.

–Vaya, parece que esta vez se ha enfadado de verdad –suspiró Rachel–. Nunca me llama «madre» a menos que esté furioso.

Sabía que su hijo estaba furioso, pero insistía en seguir adelante con la biografía, pensó Leonie.

Y, aparentemente, ella acababa de comprometerse a escribirla.

¿Cómo había ocurrido? Estaba en casa de Rachel para decirle que no iba a hacerlo, pero al final...

–Mira, no quiero parecer grosera, pero... –Leonie no terminó la frase porque la actriz soltó una carcajada–. ¿He dicho algo gracioso?

–No es eso –sonrió Rachel, apretando su mano–. Ibas a preguntar si yo he preparado esta trampa para convencerte de que debías escribir mi biografía... aunque sé muy bien que no quieres hacerlo.

Leonie empezó a pensar que Rachel Richmond tenía muchas más caras de las que había creído.

No dudaba que fuese tan agradable como parecía a primera vista, pero también era capaz de engañar y manipular. De hecho, Luke y ella se parecían más de lo que había pensado.

Aunque saberlo no cambiaba nada. No pensaba darle a Luke Richmond la satisfacción de echarse atrás.

Pero que Rachel se pareciese tanto a él en aquel momento, con la misma expresión satisfecha y autoritaria, no conseguía tranquilizarla en absoluto.

–Qué sorpresa, cariño –la saludó su abuelo, dejando los guantes sobre la mesa del invernadero–. Apenas tengo compañía femenina desde que tu abuela murió el año pasado.

Leonie se sentía un poco culpable por no visitarlo más a menudo. Hacía cinco semanas que no pasaba por Devonshire.

Su abuelo parecía tan robusto como siempre; alto, con el pelo gris peinado hacia atrás y caminando con la espalda bien recta, como si fuera un jovencito. Desgraciadamente, su abuela murió el año anterior y soportar la soledad no debía ser fácil para él.

–Tenía muchas ganas de verte, abuelo.

–Y yo a ti. Espero tener algo en la nevera...

–Un bocadillo de queso me vale –sonrió Leonie, tomando su brazo para llevarlo al jardín–. Deberías cerrar la puerta con llave, abuelo. Podría entrar cualquiera.

–Tú no eres cualquiera, cielo –sonrió el hombre–. Además, los ladrones entran en todas partes, con cerrojos o sin ellos.

De todas formas, a Leonie le preocupaba que estuviera solo en Devonshire, pero sabía que no debía decirlo.

Leo Winston era un famoso historiador que siguió dando charlas hasta bien cumplidos los setenta años. Era una autoridad respetada en todo el país.

Luke Richmond le había preguntado qué intentaba probar convirtiéndose en historiadora como él. No estaba intentando probar nada; sencillamente respetaba el trabajo de su abuelo. Había elegido esa carrera porque sabía que él lo aprobaría... aunque no solo por eso.

–¿A qué le debo el honor de tu visita? No creo que pasaras por aquí –sonrió él entonces.

Evidentemente, no. Pero Hampshire no estaba lejos de Devonshire y llevaba toda la semana queriendo preguntarle una cosa...

–Aquí se está muy bien –suspiró Leonie, mirando el bien cuidado jardín que era el orgullo de su abuelo.

–Desde luego. ¿Cómo está tu chico?

Ella sonrió. A los treinta y dos años, Jeremy no podía llamarse «chico». Aunque, probablemente a su abuelo, que tenía ochenta, debía parecerle muy joven.

–Bastante bien. Está haciendo un curso de informática este fin de semana.

–Ah, y estabas sola –sonrió su abuelo.

–¡No he venido a verte solo porque estuviera sola este fin de semana!

–Disfruta de la vida, cariño. Ahora es el momento. Aunque tu madre diga lo contrario.

Entonces compartieron una sonrisa de complicidad. Como hija única, sus padres esperaban que los llamase todas las semanas y fuera a verlos a Cornualles al menos una vez al mes. Por obligación.

Afortunadamente, su abuelo se alegraba de verla siempre, aunque hubiera pasado mucho tiempo desde su última visita.

Además, tenía mucho en común con él. Más que con ningún otro miembro de la familia.

–La verdad es que esta mañana he estado en Hampshire. Y he visto a un conocido tuyo, por cierto.

–¿Ah, sí?

–Sí. No me habías dicho que en tu vida social tenían cabida los guionistas –sonrió Leonie.

–No sé quién...

–Luke Richmond –lo interrumpió ella.

–Ah, Luke Richmond. Un joven bastante hosco. ¿Cómo lo has conocido? ¿Es que ahora te dedicas al cine?

–No vas a distraerme, abuelo. Te conozco muy bien –rio Leonie–. ¿Por qué no me habías contado que alguien quería hacer un guion sobre tu vida?

Leo Winston hizo una mueca.

–¿Te imaginas cuál habría sido la reacción de tu madre?

Ella sabía que su madre era una esnob... y que no le había hecho ninguna gracia que escribiese la biografía de su abuelo.

–Claro que me lo imagino. Pero al menos podrías habérmelo contado.

–¿Y qué hacías tú con Luke Richmond?

–En realidad, no fui a verlo a él.

Por alguna razón, le costaba trabajo hablar de Rachel Richmond. Y, sobre todo, decirle que la famosa actriz había conseguido convencerla... o más bien manipularla para que aceptase escribir su biografía.

–Me pareció un chico muy interesante –murmuró su abuelo entonces.

–Pero hosco.

–Es normal. Ha tenido que vivir a la sombra de su madre toda la vida.

No, la suya no podía haber sido una vida fácil, pensó Leonie. Y aceptando escribir la biografía de su madre, ella iba a hacérsela aún más difícil.

Capítulo 4

Pensé que te pagaban por trabajar, no para que te pasaras el día descansando bajo un árbol!

Leonie no tuvo que volverse para saber quién era el grosero que se dirigía a ella con tan absoluta falta de respeto.

Luke Richmond, por supuesto.

–En realidad, no me han pagado en absoluto, señor Richmond. Su madre sugirió que mirase estos álbumes de fotos mientras ella descansaba un rato –replicó Leonie.

Hacía un día precioso y el sol se colaba entre las ramas del manzano bajo el que había comido con Rachel. Estaba muy relajada y lo último que le apetecía era discutir con el patán de su hijo.

–La verdad, de niño era usted muy guapo.

Si era sincera, debía reconocer que Luke Richmond era guapísimo. Parecía estar eternamente bronceado y bajo la camiseta marrón se marcaban unos hombros de atleta...

Pero no debía fijarse en un hombre que solo sentía por ella animadversión.

Llevaba tres semanas sin saber nada de él, pero estaba claro que su actitud no había cambiado en absoluto.

–¿Y ahora?

–No creo que deba decirle algo que ve usted todos los días cuando se mira al espejo.

–Todos los niños son guapos, ¿no? Para las mujeres, al menos.

Ella no tenía intención de discutir, de modo que decidió dejar el tema.

–Su madre no me dijo que fuera a venir este fin de semana.