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Nueva oportunidad para amar Carole Mortimer Rico, poderoso y guapo, Rafe Montero lo tenía todo... todo excepto una cosa: a la apasionada Cairo Vaughn, la mujer que había puesto fin a su corta pero intensa aventura años atrás. Pero ahora Rafe estaba decidido a tener a Cairo una vez más. Forzado a vivir con ella durante unos días en su lujosa mansión del Mediterráneo, Rafe estaba decidido a volver a seducirla. El precio de una pasión Helen Bianchin Romy haría cualquier cosa por impedir que su anciano padre fuera a la cárcel, pero el único hombre que puede ayudarla es un magnate español que le robó el corazón tres años atrás. Javier Vázquez podría retirar los cargos con solo mover un dedo, pero ahí está la oportunidad de tener a la joven en su cama una vez más. Sin embargo, esta vez se asegurará muy bien de que ella cumpla con los términos del acuerdo…
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Seitenzahl: 340
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
N.º 424 - enero 2022
© 2009 Carole Mortimer
Nueva oportunidad para amar
Título original: Bedded for the Spaniard’s Pleasure
© 2009 Helen Bianchin
El precio de una pasión
Título original: Bride, Bought and Paid For
Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2009
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1105-496-6
Créditos
Índice
Nueva oportunidad para amar
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Epílogo
El precio de una pasión
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Si te ha gustado este libro…
EN QUÉ puedo ayudarlo? –la pregunta de Cairo terminó en una exclamación al reconocer al hombre que había salido del coche a poca distancia.
¡No!
¡No podía ser!
¡Aquel hombre no podía estar allí!
Cairo había estado tomando el sol y descansando al lado de la piscina y de repente se había sobresaltado al ver un coche plateado acercarse lentamente a la entrada de la mansión del sur de Francia. Cuando se había dado cuenta de que el coche había parado fuera se había incorporado rápidamente y se había puesto una camiseta larga encima de su bikini. Trató de controlar la irritación que le había causado aquella intromisión y caminó deprisa hacia la calle para decirle al conductor que evidentemente se había equivocado de camino.
Pero nada, ¡nada!, la habría preparado para ver al hombre que ahora estaba de pie al lado del coche, con las gafas de sol levantadas encima de su pelo oscuro y sedoso, mirándola achicando los ojos por detrás del capó del coche.
Si ella se había sorprendido de verlo, él tampoco parecía contento de verla. Él apretó la boca y levantó una mano para bajarse las gafas sobre aquellos ojos azules.
–Cairo… –la saludó con un asentimiento de la cabeza.
Cairo no podía hablar. No podía moverse. ¡Aquella situación le parecía totalmente irreal!
–¿Te ha comido la lengua el gato, Cairo? –preguntó él alzando las cejas, con aquel tono seductor tan familiar–. ¿O es sólo que ha pasado tanto tiempo que no te acuerdas de mí?
«¡Por supuesto que lo recordaba!», pensó ella.
Debía hacer ocho años que no lo veía, pero ¿qué mujer podría olvidar a su primer amante?
No, Cairo jamás había olvidado completamente a Rafael Antonio Miguel Montero. Imposible. Porque él era un actor americano de origen español, conocido en todo el mundo desde hacía quince años, y más recientemente como director de la película ganadora de un Oscar Obra de arte. ¿Cómo iba a olvidarlo?
Él la miró fríamente.
–¿Realmente no tienes nada que decirme, Cairo?
–¡Dije todo lo que tenía que decirte la última vez que nos vimos! –exclamó ella, tratando de hacerse a la idea de que Rafe estaba allí, en aquella remota mansión situada en las colinas del pintoresco pueblo de Grasse.
Rafe hizo una mueca de dolor.
–¡Hace tanto tiempo que no lo recuerdo! –exclamó él antes de levantar el capó del coche y empezar a sacar bolsos y dejarlos en el suelo.
Lo único que pudo hacer Cairo fue quedarse allí de pie y mirar al hombre que había tenido en su corazón, y en su cama, a los veinte años.
Rafe, a sus treinta y pico de años estaba aún más atractivo que hacía ocho años antes. Era alto, un metro ochenta y pico. Tenía el cabello oscuro peinado para atrás, la piel morena heredada de su padre español, algo que acentuaba sus ojos azules. Y su nariz aquilina y labios curvados estaban esculpidos en una mandíbula cuadrada en la que había una hendidura en el centro. El polo negro y vaqueros gastados que llevaba puestos destacaban unos hombros anchos y unos muslos fuertes y piernas largas. Todo en conjunto era muy sexy.
Agitó la cabeza. No comprendía qué hacía él allí, sacando equipaje del coche.
–¿Qué estás haciendo?
–Me estoy instalando aquí, por supuesto. Ayúdame con un bolso, ¿no, Cairo? –Rafe se colgó del hombro el maletín que contenía el ordenador portátil, agarró dos maletas pequeñas y dejó sólo un bolso pequeño en el suelo.
–¿Que te ayude…? Rafe, no puedes… ¿Qué quieres decir con que te mudas aquí? –repitió ella, incrédula.
–Exactamente lo que he dicho –contestó él, y caminó hacia ella.
Instintivamente Cairo dio un paso atrás.
–Yo… Pero… ¡No puedes!
–¿Por qué no puedo? –preguntó Rafe.
–Porque… porque…
–Deja de balbucear, Cairo, y trae el bolso –agregó él yendo hacia la mansión.
Cairo llevaba años sin un minuto de tranquilidad, y la presencia de Rafe Montero había turbado su pequeño reducto de paz.
Ella se dio prisa para alcanzarlo.
–Rafe, ¿qué estás haciendo aquí?
–Podría hacerte la misma pregunta –dijo él sin siquiera mirarla–. ¿Dónde están Margo y Jeff?
–No están aquí –respondió ella.
Aunque empezaba a desear que estuvieran. ¡Posiblemente ellos pudieran darle una explicación sobre la presencia de Rafe allí en la mansión donde ellos solían pasar el verano!
–¿No? –Rafe arqueó las cejas–. ¿Han ido a pasar el día fuera o sólo han ido a hacer la compra?
–Ninguna de las dos cosas –Cairo agitó la cabeza–. Rafe, ¿quieres parar de hacer preguntas y decirme de una vez qué estás haciendo aquí? –preguntó ella agitadamente.
Rafe dejó el equipaje al lado de la puerta de entrada de la mansión y se puso las gafas encima de la cabeza para mirar a Cairo directamente mientras trataba de aceptar el hecho de que ella estuviera allí.
Habían pasado ocho años desde que él había visto por última vez a aquella mujer.
Ocho largos años.
Era un shock encontrársela otra vez así de repente después de tanto tiempo…
¿Un shock?
¡Maldita sea! ¡Le había producido un sobresalto emocional!
Si algo había cambiado en Cairo Vaughn, era en que estaba aún más bella que antes. Quizás demasiado delgada, pensó él con el ceño fruncido. Aquel cuerpo de casi metro ochenta de curvas estaba demasiado lánguido ahora. Pero su cabello pelirrojo seguía siendo impresionante, y seguía teniendo unas piernas largas y torneadas debajo de aquella camiseta larga negra. Su cara estaba más delgada también, lo que destacaba la delicada curva de sus pómulos debajo de sus ojos color chocolate y su nariz pequeña y recta. Pero sus labios eran tan sensuales como siempre, y su mentón tan decidido.
Sus mejillas estaban saludablemente rojas como resultado del enfado en aquel momento, ¡y aquellos ojos color chocolate estaban a punto de estallar en llamas! Le daban un aspecto más acorde con la famosa actriz que era que con la pálida mujer que había salido en todas las revistas durante meses por su divorcio tan público.
No era asunto suyo, se dijo Rafe. Cairo no era asunto suyo tampoco.
–Entonces, ¿dónde están Margo y Jeff? –preguntó él otra vez.
¡Tenía un par de cosas que decirle a la pareja por no haberle advertido de que Cairo estaría allí!
Ella agitó la cabeza.
–Te he dicho que no están.
–¿Y no van a volver?
Cairo agitó la cabeza.
–El médico de Margo le ordenó reposo absoluto durante sus últimas cuatro semanas de embarazo.
Margo y Jeff no estaban allí. Sólo estaba Cairo, pensó él.
¡Y ni Margo ni Jeff se habían molestado en decírselo!
–¡Tío Rafe! ¡Tío Rafe!
Rafe se dio la vuelta a tiempo de agarrar a la pequeña de pelo dorado que salió corriendo de la casa en traje de baño rosa.
Daisy.
La niña de seis años de Margo y Jeff.
Si Cairo estaba con Daisy, significaba que no había llevado a un amante con ella.
–Mamá dijo que vendrías hoy –dijo Daisy, excitada.
Rafe la estrechó en sus brazos.
–¿Margo sabía que ibas a venir? –preguntó Cairo.
–Por supuesto –confirmó Rafe mirando a Cairo.
Cairo apenas podía respirar ni pensar.
Después de meses de estrés, había necesitado desaparecer por un tiempo, estar en un lugar donde no la fotografiaran constantemente. Que era por lo que había aceptado la sugerencia de su hermana Margo de que, como Jeff y ella no podían ir de vacaciones en mayo de aquel año al sur de Francia como lo hacían habitualmente, Cairo podía ir en su lugar. Y Cairo les había ofrecido quedarse con Daisy, puesto que la niña estaba de vacaciones.
Todo había ido bien hasta entonces. La prensa, que durante los diez últimos meses había estado buscando tan ávidamente a una mujer que viajaba con una niña pequeña de seis años, no había aparecido.
Había sido un viaje largo en coche, pero la mansión, en las colinas que había por encima de Grasse, había sido una agradable sorpresa, un edificio de una planta que mantenía su rusticidad al mismo tiempo que proveía todas las diversiones que podían necesitar, incluida una piscina enorme en la terraza más baja, y un número de tiendas pequeñas en el pueblo que satisfarían sus necesidades cotidianas.
Y Daisy había demostrado ser una estupenda compañía.
De hecho, la simplicidad de todo aquello había sido una agradable sorpresa después de años de saber lo que haría la semana siguiente, el mes siguiente, ¡el año siguiente!
Pero en ningún momento Margo le había mencionado el hecho de que iría Rafe Montero. De hecho, ella ni siquiera había sabido que su hermana y su cuñado eran aún amigos de él.
–Margo no me dijo nada de que fueras a venir –dijo Cairo.
–Si te sirve de consuelo, tampoco me dijo a mí que estarías aquí –respondió Rafe secamente.
–No me sirve. Sé que Margo no ha estado bien últimamente, pero…
–Tal vez sea mejor que sigamos esta conversación más tarde –la interrumpió Rafe mirando a Daisy antes de volver a mirar a Cairo.
Pero Cairo no notó la advertencia en su mirada.
–Pienso que deberíamos solucionar esta situación ahora, Rafe…
–Me parece bien que lo pienses.
Cairo se sintió indignada por el modo en que la había ignorado.
¿Había sido siempre tan irritante Rafe?, se preguntó.
La irritaba su arrogancia, lo seguro de sí mismo que se lo veía, y lo poco que tomaba en cuenta a los demás.
«Probablemente», pensó Cairo.
Simplemente que ella había sido demasiado ingenua hacía ocho años, había estado demasiado fascinada por él, demasiado enamorada para darse cuenta.
Bueno, pues ahora no lo estaba.
–Evidentemente, no lo tienes en cuenta –dijo ella–. Rafe, no sé qué habéis arreglado Margo, Jeff y tú. Pero como evidentemente siguen en Inglaterra, de ningún modo puedes continuar con tu plan de quedarte aquí.
–¿Y dónde me sugieres que vaya? –preguntó Rafe frunciendo el ceño.
El gesto duro de Rafe le advirtió que era mejor no contestar lo que quería. Así que, en su lugar, dijo:
–A un hotel, por supuesto.
–¿Realmente esperas que haga eso en la semana del Festival de Cine de Cannes? –dijo él.
–Yo… ¿El Festival de Cannes?
–Es la razón por la que estoy en Francia en este momento –le explicó Rafe–. Se espera que Obra de arte obtenga varios premios –Rafe se encogió de hombros–. Como soy el director, tengo que asistir.
«El Festival de Cannes», repitió en su cabeza Cairo. Por supuesto que la película de Rafe había sido nominada para un premio.
–Pero Cannes está a kilómetros de aquí –insistió ella.
–¿Y?
–Debe de haber algún hotel por allí donde puedas quedarte. Estarás más cómodo que si tienes que viajar hasta aquí –razonó Cairo.
–Eres muy amable en organizar mis planes de esta forma, Cairo. Pero he viajado horas, y ciertamente no tengo intención de discutir más este tema hasta que al menos me haya dado un baño en la piscina. ¿Qué opinas tú, Daisy-May? ¿Vamos a darnos un baño? –sonrió a la niña al oír su gritito de alegría–. Me parece que somos mayoría, Cairo.
Rafe dejó a la niña en el suelo. Ésta le agarró la mano y tiró de él hacia la piscina.
–Pero…
–Somos mayoría, te lo he dicho…
Rafe soltó la mano de Daisy y se empezó a quitar el polo, dejando al descubierto su pecho y hombros.
Cairo se quedó con la boca seca. Y no pudo apartar la vista de Rafe mientras éste se desvestía.
Hacía ocho años ella había tenido intimidad con aquel cuerpo hermoso y musculoso.
El tiempo que había pasado no había hecho más que mejorar aquel cuerpo.
El pelo de Rafe le rozaba sus hombros. Él miró a Cairo con ojos azules desafiantes. Tenía aspecto de español conquistador con aquella sonrisa burlona. Parecía haberse dado cuenta de que había dejado a Cairo sin habla.
El desgraciado. Lo había hecho a propósito. Había…
–¡Rafe! –exclamó ella cuando él fue a desabrocharse el botón de los vaqueros y bajó lentamente la cremallera.
–¿Pasa algo malo, Cairo? –preguntó él burlonamente.
Pasaba algo muy malo, se dijo ella.
Hacía ocho años no habían terminado muy amistosamente su relación. De hecho, no se habían hablado en todo aquel tiempo.
Pero el sólo hecho de mirarlo la dejaba muda a Cairo, y la hacía ponerse colorada y acalorada. No, toda ella se sentía incapaz de desviar la mirada de aquellos vaqueros y de la uve de pelo oscuro que desaparecía debajo de ellos.
Cairo se humedeció los labios.
–Daisy, ¿nos traerías un poco de limonada para beber al lado de la piscina? –Cairo sonrió a su sobrina haciendo un esfuerzo por mover los músculos.
–No tardarás mucho, ¿verdad, tío Rafe? –preguntó la niña cuando ya iba en dirección a la casa.
–Dos minutos, Daisy-May –le prometió él seductoramente.
«Tío Rafe. Daisy-May…», sonó en la cabeza de Cairo.
Se dio cuenta de que Margo y Jeff habían mantenido la relación con Rafe. Era evidente la confianza y afecto de la niña.
Sólo la familia y los amigos cercanos llamaban a Daisy por el nombre cariñoso de Daisy-May.
Cairo había vivido casi todo el tiempo en América en los últimos ocho años. No había vuelto a casa muy a menudo. Pero no obstante pensaba que se habría enterado de la relación de Rafe con su hermana y cuñado.
Rafe casi adivinaba los pensamientos turbulentos que pasaban por la mente de Cairo. Evidentemente estaba enfadada con Jeff y Margo por haberla puesto en aquella situación.
Y él adivinaba por qué lo había hecho la pareja. Nunca le habían ocultado que lamentaban que él y Cairo se hubieran separado hacía ocho años.
Aunque «separado» no era la palabra adecuada para semejante catástrofe.
Su último encuentro había consistido en un monólogo de Cairo, en el que Cairo le había dicho que su relación había terminado. Y tres días más tarde había anunciado su compromiso con Lionel Bond.
Un matrimonio que ahora había llegado a su fin.
Pero Margo y Jeff se equivocaban si pensaban que aquello iba a cambiar lo que sentían. ¡Aunque la obstinación de ella por marcharse no hacía más que hacer que él sintiera ganas de lo contrario!
–¿Limonada, Cairo? –ofreció él–. Aunque yo hubiera preferido una copa de vino en la terraza mirando la vista del valle que da a la bahía de Cannes.
Ella lo miró.
–No vamos a mirar nada juntos, Rafe –respondió ella bruscamente–. De hecho…
–Te he dicho que dejemos las explicaciones para más tarde –le recordó él–. De momento, tengo intención de darme un baño con Daisy.
Y para demostrarlo siguió bajándose la cremallera del vaquero y quitándoselo.
Vio cómo se agrandaban los ojos de Cairo.
Su protesta murió en sus labios cuando descubrió que Rafe tenía un bañador negro debajo de los vaqueros.
Pero su gesto había demostrado que ella no era inmune a él como había intentado hacerle creer, pensó Rafe.
Cairo dejó escapar una exhalación.
–Rafe, ¿cuántas veces tengo que decírtelo? ¡No te vas a quedar aquí!
–Por supuesto que sí –contestó él–. Daisy y yo vamos a pasar la tarde bañándonos y tomando el sol. Luego podemos preparar algo para cenar todos juntos, y luego, cuando Daisy esté en la cama, nosotros dos podemos…
–¿Qué, Rafe? –lo interrumpió Cairo agitando la cabeza.
Al verlo en bañador recordó que solía usar calzoncillos pequeños… Claro que el traje de baño no era mucho mejor, porque se le ajustaban a sus caderas y mostraban sus piernas bronceadas.
–Te repito, Rafe, que no vamos a hacer nada juntos.
–¿Tengo que deducir de esa afirmación que no te alegras de verme? –preguntó él.
De pronto Rafe estaba muy cerca de ella.
Estaba tan cerca que podía ver los poros de su piel, podía sentir el calor de su cuerpo…
Aquello era como una droga…
«¡No!», se dijo.
Aquel hombre había roto su corazón hacía ocho años. ¡No sólo lo había roto! ¡Si no que el muy mujeriego lo había pisoteado!
Cairo no se dejó intimidar por su cercanía. Rafe era apenas unos centímetros más alto que ella. Una compatibilidad de altura que alguna vez les había dado mucho placer…
Pero aquél no era momento para recordar cosas como aquélla.
–No sé qué te he hecho pensar que yo pudiera alegrarme de verte. ¿Qué estás haciendo? –ella se echó atrás al ver que él podría haber rozado su mejilla con la mano.
Rafe la miró achicando los ojos al ver su reacción instintiva. Y bajó la mano. Se preguntó qué habría pasado durante su matrimonio con Lionel Bond para haber reaccionado de aquel modo.
A no ser que simplemente se tratase de él, de que ella no quisiera el contacto con él, pensó Rafe, decepcionado.
La última vez que se habían visto, Cairo le había dejado claro que, aunque ella había disfrutado de la relación entre ellos, en aquel momento tenía otros planes para su vida, en los que no estaba incluido él.
Cairo se había ido a vivir a Hollywood con su marido productor de cine hacía ocho años, y ella y Rafe no se habían vuelto a ver. Cairo formaba parte de un grupo de gente que él evitaba por todos los medios.
Rafe miró sus ojos color chocolate, una mirada defensiva.
Había ojeras debajo, como si no hubiera dormido bien durante un tiempo. Y en la comisura de la boca tenía unas líneas que denotaban que había forzado una sonrisa durante demasiado tiempo para ocultar su infelicidad interna.
En la superficie su matrimonio había sido idílico, algo en lo que había creído todo el mundo hasta hacía diez meses, cuando se habían separado.
–Vamos a darnos todos un baño, Cairo, ¿no? Y hablamos más tarde –la animó él.
–Podrás ser muchas cosas, Rafe, pero nunca he pensado que una de ellas fuera ser estúpido –lo interrumpió con una sonrisa–. ¿Te resulta divertida esta situación? –preguntó Cairo, irritada.
Sí, Cairo seguía teniendo aquel temperamento que tanto le había atraído a él y que la hacía tan impresionante en la pantalla, pensó él.
–Me divierte que te obstines tanto en que me tengo que ir. Aunque pudiera encontrar un hotel en el mismo Festival de Cannes, no lo haría –admitió.
–¿Por qué?
–Primero, porque prefiero la tranquilidad que hay aquí…
–Estoy de acuerdo contigo. ¡Esto era muy tranquilo! –exclamó ella mirándolo, dejándole muy claro que él era el motivo de que se hubiera acabado aquella paz–. Rafe, no pienso dejar que te quedes.
–Ah…
–¿Qué quieres decir con «Ah»? –lo desafió ella.
–El asunto es, Cairo, que eso apunta a la segunda razón por la que no me voy a ir.
–¿Y cuál es?
Rafe no pudo evitar reírse fuerte.
–Que no soy un invitado aquí, Cairo. Tú lo eres. Ésta es mi mansión –agregó.
Cairo no podía creerlo.
¿Rafe era el amigo que les dejaba la mansión de Francia a Margo y a Jeff todos los años?
NADIE que hubiera visto la actitud tranquila de Cairo, relajada en su bikini, tumbada al lado de la piscina, habría imaginado la turbulencia emocional que tenía por dentro.
Excepto Rafe, por supuesto.
¡Quien era la causa de aquellas emociones!
Pero él estaba aparentemente muy ocupado jugando con Daisy, después de haberse zambullido en la piscina inmediatamente después de haber declarado que era el dueño de la mansión.
Ella no podía hacer nada, así que no tuvo otra elección que quedarse con ellos allí mientras contemplaba las posibilidades que tenía.
Rafe era el dueño de la casa.
Un pequeño detalle que al parecer Margo había olvidado mencionarle en ocho años, ¡siete de los cuales ella y Jeff habían ido de vacaciones allí durante dos semanas en la primavera!
O quizás Margo habría pensado que era más diplomático no decirle que la mansión pertenecía a Rafe…
Cairo se había negado a comentar con nadie la razón por la que Rafe y ella habían puesto fin a su relación. De hecho, no sólo se había negado a comentarlo con nadie, sino que le había prohibido a Margo que le hablase de él. Lo que, Cairo tenía que admitir, habría hecho un poco difícil a Margo contarle que Jeff y ella habían mantenido la amistad con Rafe.
No obstante, ahora que sabía que Rafe era el dueño de la casa, ella no podía quedarse allí. Así que tenía dos opciones.
Podía regresar a Inglaterra y a la vida pública, donde por supuesto era menos asediada por la prensa y los medios de comunicación que en Estados Unidos, pero donde aún la seguían a todos lados.
O podía buscar otro sitio donde quedarse con Daisy en el sur de Francia.
La última opción era la más sensata. Porque, por un lado, Daisy se sentiría decepcionada si tenían que interrumpir sus vacaciones, y por otro, Cairo realmente no quería volver a Inglaterra todavía, puesto que estaba disfrutando de aquellas vacaciones, las primeras que se tomaba desde hacía años.
¡Maldita sea! ¿Por qué habría aparecido Rafe Montero y habría perturbado su tranquilidad?
Además, ¿cómo no se daba cuenta él de que aquélla era una situación muy incómoda para ella? Tenía que darse cuenta de que no podían quedarse solos allí, exceptuando a Daisy.
Pero parecía que a Rafe no le importaba.
Cairo miró a Rafe por detrás de sus gafas de sol. Estaba de pie en la piscina jugando con una pelota con Daisy. Las gotas de agua brillaban en su cara y en su torso mientras sonreía con picardía a la pequeña. Aquella cara guapa había estremecido a Cairo con sólo mirarla…
Cairo intentó borrar aquellos pensamientos. Lo que importaba era el aquí y ahora.
Pero en el aquí y el ahora Cairo se sentía totalmente perdida y no sabía qué hacer. Era normal que Rafe no se fuera de la mansión, puesto que era su casa, pero la logística para encontrar otra mansión para Daisy y para ella la abrumaba.
¡Y aquella indecisión era culpa de Rafe, también!
Porque en las veinticuatro horas últimas ella había podido relajarse y disfrutar del simple hecho de existir, después de llevar una vida constantemente presionada por su trabajo. ¡Y la idea de pasar dos semanas de descanso absoluto la había seducido!
Y ahora Rafe, con su aparición, volvía a forzarla a tomar decisiones, que era lo último que quería hacer.
Sintió ganas de llorar de frustración.
Pero no lloraría.
–¿Vas a darte un baño, entonces? –le preguntó Rafe desde la piscina.
Él había estado muy consciente de la presencia de Cairo, tumbada silenciosamente, mirando a la distancia en lugar de leer un libro o una revista.
Ahora que se había quitado la camiseta grande parecía aún más delgada, con aquel breve bikini. No tenía ni un gramo de más en aquellos miembros.
Miembros largos y suaves que habían estado más de una vez entrelazados a los suyos, pensó Rafe.
–No, no voy a bañarme –respondió ella–. Rafe, me imagino que te das cuenta de que debemos hablar de… de esta situación, ¿no?
Sí, por supuesto que él sabía que tenían que hablar. ¡Maldita sea! Él tampoco se sentía cómodo encontrándose prácticamente a solas con Cairo, a excepción de la pequeña Daisy.
Pero tampoco le parecía bien que Daisy fuera testigo de una discusión entre su tía Cairo y su «tío» Rafe, sobre todo teniendo en cuenta de que lo que oiría no sería nada agradable.
–Cairo, ¿cómo ves tú a Daisy?
–¿Que cómo la veo? –Cairo frunció el ceño mirando a la niña jugando en un extremo de la piscina tirando una moneda al fondo y sumergiéndose a buscarla.
–¡Maldita sea, Cairo! –Rafe subió la escalera de la piscina rápidamente para salir del agua–. ¿Cuánto hace que no te preocupas ni tienes en cuenta a nadie excepto a ti misma? –se quedó de pie al lado de ella, agarró una toalla y empezó a secarse el cabello.
–¡Eso es injusto totalmente, Rafe!
Y también era injusta la reacción que le estaba causando mostrándose allí, semidesnudo, mientras se secaba, pensó ella.
–¿Sí? –la desafió–. Dime lo que ves cuando miras a Daisy –le ordenó Rafe.
Cairo lo miró unos segundos y luego dirigió la vista a Daisy.
–Veo… a una pequeña que se divierte jugando en una piscina –dijo Cairo.
–Mira otra vez, Cairo. Más detalladamente –insistió él.
Cairo se reprimió el resentimiento por su arrogante tono y se giró a mirar a su sobrina nuevamente. Era alta para su edad, tenía el cabello rubio por los hombros y ojos azules. Daisy, para ella, tenía el aspecto de cualquier niña saludable de seis años.
¿O no era así?
Ahora que lo pensaba, Daisy no había estado tan conversadora antes de la llegada de Rafe. No había hablado tanto en aquellas primeras veinticuatro horas. Había jugado en la piscina el día anterior y, aquella mañana, había ayudado a Cairo a preparar las comidas, pero había estado menos gregaria que de costumbre, menos espontánea, menos dispuesta a hacer nada, y no había querido ir a hacer la compra a las tiendas locales aquella mañana. Cairo había atribuido aquella poco característica falta de cooperación al cansancio del viaje, pero ¿y si no era ésa la razón?
Cairo miró a Rafe frunciendo el ceño.
–¿Crees que está preocupada por Margo?
–¿Tú qué crees?
Como Cairo no sabía realmente qué sabía la niña sobre la situación de Margo, no sabía qué contestarle.
Tal vez Rafe tuviera razón. Quizás ella hubiera estado demasiado envuelta en sus recientes problemas como para pensar en otros. Aunque no agradecía a Rafe por habérselo hecho ver. Hasta aquel momento ella ni siquiera había sabido que le gustaban los niños, ni que pudiera tener sensibilidad como para detectar los estados de ánimo de Daisy.
Cairo se incorporó en la tumbona.
–A lo mejor debería sentarme con ella y explicarle que Margo sólo necesita descanso durante unas semanas porque tiene la tensión un poco alta…
–¿Y crees que una niña de seis años se quedará tranquila con esa explicación? –preguntó Rafe sarcásticamente.
Cairo se puso colorada.
–¡Pienso que puedo intentarlo!
–¡Si eso es lo que sabes de niños, quizás haya sido mejor que Bond y tú no hayáis tenido hijos!
Cairo no podía creer el desprecio con el que él lo había dicho. El hecho de que ella hubiera pensado lo mismo después de su separación de Lionel en aquel momento no tenía importancia. Pero Rafe no lo había dicho en el mismo sentido que lo había pensado ella.
–Mírate, Cairo –la mirada de Rafe la recorrió–. Un cabello perfecto. Piel perfecta. Dientes perfectos. Un cuerpo demasiado perfecto. ¡Todo malditamente perfecto! Al menos parecías humana hace ocho años. ¡Ahora tienes el aspecto de cualquier otra actriz perfecta de Hollywood!
Cairo se puso pálida al oír su tono de insulto.
Cairo se puso de pie.
–Cuando quiera tu opinión, te la pediré. ¡Suéltame, Rafe! –le ordenó cuando él extendió la mano y le rodeó la muñeca.
Una muñeca demasiado delgada, pensó Rafe.
Miró sus dedos sin anillos. Ya no llevaba la alianza, pero ésta había dejado una marca de piel más clara en el tercer dedo de su mano izquierda, donde también había tenido aquel anillo de compromiso con un enorme diamante que le había regalado Bond.
–No estoy de acuerdo –Rafe no la soltó.
Ella disimuló su rabia detrás de las gafas de sol, pero la expresión de su cara la delataba.
¿Estaba enfadada?
Después de años de intentar borrar a Cairo deliberadamente de su memoria, Rafe había revivido todos los recuerdos de ella en la última hora. Y eso no había mejorado su humor.
–¿Cómo va tu carrera de actriz, Cairo?
Cairo lo miró con desconfianza.
–Bien, gracias.
–¿De verdad?
–¡Sí, de verdad!
–No puedes vivir de la publicidad de tu divorcio toda la vida, ¿sabes? Dentro de no mucho tiempo tendrás que volver al trabajo.
Cairo tuvo que hacer un esfuerzo para no darle un bofetón y borrar aquella sonrisa burlona de Rafe.
–Sólo intento ayudarte… –dijo él.
–¡Cuando quiera tu consejo, te lo pediré! –le advirtió ella.
–¿Un consejo que jamás será el adecuado?
–¡Exacto!
–Sólo me interesaba por ti, Cairo. Volver a Londres después de tu separación no me parece un buen movimiento para tu carrera, ¿no? –Rafe le clavó la mirada.
–¡Ocúpate de tus asuntos, Rafe!
–De acuerdo –Rafe la soltó bruscamente y se apartó de ella.
Cairo se quedó mirándolo unos segundos y luego asintió con la cabeza diciendo:
–Si me disculpas…
–¿Huyes, Cairo? –dijo él cuando ella se dio la vuelta para marcharse.
Cairo se volvió para mirarlo.
–¿Has dicho antes que te gustaría una copa de vino blanco? –dijo Cairo con la barbilla en alto.
–¿Y tú vas a ir a traerme una?
–Si así paso menos tiempo contigo, ¡sí! Pero, por supuesto, si has cambiado de idea…
–Debes saber que, si yo decido algo sobre algo o alguien, rara vez cambio de parecer –apuntó Rafe.
–Afortunadamente, a mí me pasa lo mismo –respondió ella.
Se miraron intensamente un momento, sin intención alguna de desdecirse ninguno de los dos.
Siempre había sido así con Cairo, recordó Rafe. Cairo no había sido más que una actriz de veinte años que empezaba su carrera en aquel entonces, pero aun entonces tenía claro lo que quería y cómo lo conseguiría. Y hacía ocho años había decidido convertirse en la esposa del millonario productor de cine Lionel Bond y había usado su relación con Rafe sin el menor escrúpulo para conseguir dar ese paso.
Rafe se movió en la tumbona y miró las terrazas llenas de naranjos que rodeaban la piscina.
–Un vino blanco estaría bien –dijo él.
Él notó que Cairo lo miraba enfurruñada un momento antes de darse la vuelta y dirigirse a la casa.
Rafe esperó a que ella se marchase para darse la vuelta y mirarla. Vio su cabellera pelirroja cayendo en forma de cascada sobre su espalda, una espalda larga, casi felina, un trasero suavemente curvado con aquel bikini, y aquellas piernas largas y torneadas.
¡Maldita sea! Aun después de todo lo que había sucedido entre ellos, aun después de tanto tiempo, Cairo era una de las mujeres más seductoras y hermosas que él había conocido… y tocado.
Un pensamiento molesto para un hombre como él, que había decidido no volver a involucrarse en la relación con una mujer.
Rafe miró a Daisy jugando en la piscina.
–¿Cariño, quieres ir a cambiarte ahora? Pronto será la hora de comer.
–Está bien, tío Rafe –Daisy salió obedientemente de la piscina y entró en la casa.
Cairo sacó dos copas y vino del frigorífico con movimientos agitados. No tenía que olvidarse de llevar zumo para Daisy, por si la niña quería beber algo.
¿Cómo se atrevía Rafe a darle consejos?
Rafe le había roto el corazón hacía ocho años dejándola totalmente vulnerable frente a la proposición de casamiento de Lionel, una maniobra que sólo había aceptado ella para salvar las apariencias.
Cairo se detuvo en medio de la cocina.
Era la primera vez que admitía, aun ante sí misma, que el comportamiento de Rafe había sido el verdadero motivo de su matrimonio con Lionel…
Agitó la cabeza y una vez más se reprimió unas lágrimas.
Daba igual cuál hubiera sido la razón por la que se había casado con Lionel. Durante su matrimonio ella había intentado ser una buena esposa, lo había acompañado a numerosas fiestas y estrenos, siempre sonriente y glamurosa. Su agenda de trabajo había sido terrible en años recientes, casi siempre para la empresa productora de Lionel.
Sí, ella había intentado ser la «esposa perfecta» para Lionel.
El hecho de que hubiera fracasado todavía la obsesionaba.
–Cairo, ¿qué estás haciendo exactamente?
Cairo se sobresaltó con la voz de Rafe por detrás de ella, que tiró el cartón de zumo que tenía en la mano, ensuciando el suelo de la cocina, y sobre todo, sus piernas desnudas. Se echó atrás y chocó con Rafe, con el cuerpo de Rafe.
El cuerpo de Rafe…
Cairo se puso rígida al sentir el sólido pecho de Rafe y sus piernas. E inmediatamente intentó apartarse.
Era demasiado tener el cuerpo de Cairo casi desnudo apretado contra él, su trasero anidado entre sus muslos, pensó Rafe. Era demasiado, encima del hecho de habérsela encontrado en la mansión inesperadamente.
Él agarró sus brazos para darle la vuelta para que lo mirase, y supo, por su repentina exclamación y el agrandamiento de sus ojos que Cairo se había dado cuenta de su intención.
Que ella sabía que él iba a besarla.
No amablemente. No con la lenta sensualidad con la que ellos solían besarse, sino con hambre. Con deseo de sentir el gusto de su boca. Estaba terriblemente hambriento de ella y hubiera querido arrancarle aquellos dos trozos de tela de su cuerpo, apretarla contra la pared, ¡y hacerla suya allí donde estaba!
Él le mantuvo la mirada mientras sus brazos se movían encima de ella como bandas de acero, moldeando sus curvas contra su cuerpo antes de mirar sus labios entreabiertos.
Cairo siempre había tenido una boca muy erótica. Sus labios eran grandes y sensuales, y ahora los tenía levemente húmedos, como si lo estuviera invitando a besarla.
¡Y él estaba más que deseoso de besarla!
Cairo se quedó petrificada ante la mirada de Rafe, y su respiración se detuvo completamente cuando él bajó la cabeza y la besó, profundamente, ferozmente, exigiéndole una respuesta a ella en lugar de pedírsela.
Una respuesta que Cairo fue incapaz de negarle puesto que sus labios parecieron abrirse por voluntad propia. Sus brazos se aferraron a aquellos anchos hombros. La piel de Rafe parecía de seda debajo de sus dedos.
El calor explotó entre ellos, un ardiente calor.
Ella se curvó íntimamente contra Rafe, tan excitada como él, y lo besó tan apasionadamente como él.
¡Hacía tanto tiempo que ella no se sentía tan viva!
Rafe le acarició la espalda mientras la besaba. Penetró su boca con su lengua mientras aquellas manos la quemaban con sus caricias desde sus caderas hasta sus pechos.
Rafe se tensó cuando ella lo tocó allí. Ella notó que estaba duro, caliente, maravilloso.
Cairo estaba tan excitada, tan ajena a la razón, que no protestó al sentir que Rafe le desabrochaba el sujetador y le acariciaba el pecho.
Cairo se derritió completamente de placer cuando él le acarició el pezón con el pulgar.
–¿Tío Rafe?
Cairo apenas pudo registrar la presencia de Daisy en la cocina antes de que Rafe se separase de ella con una mirada acusadora, y la ocultase detrás de él antes de darse la vuelta hacia la niña.
–La tía Cairo y yo estábamos…
–Está bien, tío Rafe. Mamá y papá se besan siempre –le dijo Daisy en un tono paternalista que sólo una precoz niña de seis años podría usar con un adulto–. Claro que yo no sabía que tú y la tía Cairo os besabais también, pero supongo que está bien… –la niña se encogió de hombros.
–Pareces una adulta, Daisy –dijo Rafe.
–Los mayores siempre se están besando y esas cosas –comentó Daisy sin darle importancia.
Cairo se estaba poniendo torpemente la parte de arriba del bikini, sin poder abrochársela.
Cairo no se estaba tomando con tanto humor aquella situación tan embarazosa. Rafe llevaba sólo horas en su vida, ¡y ella ya estaba dejando que la besara!
Bueno, no. No estaba dejando que la besara, sino que había aprovechado la oportunidad de besarlo, pensó ella.
Y «él no estaba en su vida» tampoco, algo que le dejaría muy claro la próxima vez que estuvieran juntos.
Rafe se había burlado de ella aquel día, la había insultado, ¡y no dejaría que consiguiera hacerle el amor cuando le diera la gana!
Cairo respiró profundamente para controlarse. Salió de detrás de Rafe, con el bikini en su sitio y preguntó:
–¿Qué quieres hacer primero, Daisy, preparar la cena o llamar a mamá?
–¡Llamar a mamá! –respondió entusiasmada la niña.
–Iremos a llamarla ahora mismo –le prometió Cairo sin mirar a Rafe dando la mano a la niña.
–No os preocupéis por mí –dijo Rafe–. Yo me quedaré aquí y limpiaré el pegote de zumo que hay en el suelo.
Cairo lo miró burlonamente y sonrió.
–Eres muy amable, Rafe –dijo–. Estoy segura de que encontrarás todo lo que necesites en el armario debajo de la pila –agregó Cairo.
Rafe lo miró con un brillo peligroso en sus ojos.
–Todo lo que necesito, no, Cairo –contestó.
Ella lo miró como censurándolo.
–Haz todo lo que puedas, entonces…
–Siempre lo hago –respondió él deliberadamente.
Cairo lo silenció con la mirada antes de irse de la cocina de la mano de Daisy.
RAFE se había duchado y vestido. Ya tenía encendida la barbacoa y estaba todo listo para poner la carne para la cena, y estaba sentado en la terraza bebiendo otra copa de vino blanco cuando Cairo y Daisy hicieron su aparición.
Daisy estaba muy elegante con una falda de pana azul y una camiseta rosa, y Cairo estaba mejor aún con unas sandalias de tacón bajo, sus piernas desnudas y un vestido de tirantes largo de seda verde por la rodilla que se le ajustaba al cuerpo, pensó Rafe mientras miraba sus hombros bronceados y el borde de su escote.
Había sido un error besar a Cairo, reflexionó Rafe. Pero ése era sólo el último error que había cometido con ella, y el peor el haberse permitido enamorarse de ella hacía ocho años.
–Sírvete una copa de vino –le dijo Rafe cuando ella se sentó al otro lado de la mesa–. ¿Cómo está Margo?
–Muy bien –respondió ella distraídamente mientras se servía una copa de vino.
No pensaba decirle lo que le había dicho su hermana cuando ella le había preguntado por la llegada de Rafe a la mansión.
–¡Supéralo de una vez! –había sido el comentario de su hermana.
Lo que tenía que superar, sobre todo, era la burla de Rafe, pensó ella.
–¡Es hora de que paséis página! –había insistido Margo cuando ella le había dicho esto último.
No era un consejo que le sirviera de mucho cuando en aquel mismo momento era tan obvia la hostilidad entre ellos.
Aunque Rafe no parecía preocupado por ello. De hecho, parecía relajado con aquel aspecto tan devastadoramente atractivo, con sus vaqueros gastados, una camisa de manga corta del color de sus ojos abierta en el cuello, y el pelo húmedo peinado para atrás, y sus facciones aristocráticas heredadas de su padre español.
Cairo había elegido el vestido de aquella tarde con cuidado, sabiendo que tendría que sentirse segura frente a Rafe, después del breve intercambio de aquella tarde en la cocina. Se había recogido el pelo en la coronilla y lo llevaba suelto sobre unos hombros desnudos. Tenía el rostro levemente bronceado y sólo había necesitado ponerse un poco de barra de labios color melocotón para dar luz a su rostro.
–Mamá te ha mandado recuerdos, tío Rafe –le dijo Daisy, contenta.