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"Durante mucho tiempo callamos. Aceptamos las verdades de los gobiernos y sus medidas políticas, creímos en las verdades de la ciencia, en el sentido común, en el sobreesfuerzo de los sanitarios; creímos que cualquier sistema político y sanitario habría reaccionado igual. Tan solo algunos filósofos escribieron" (de la presentación de Javier Bassas y Laura Llevadot). Asumiendo el riesgo de tomar la palabra y la incertidumbre del presente, diversas voces de Cataluña, España y América Latina se reúnen en este volumen para pensar el acontecimiento político de la COVID-19. El resultado es un post-scriptum abierto y crítico a la primera ola de la pandemia y a las consecuencias que le han seguido: fragmentos de vida y reflexión en los que se dan cita la historia, la política, la ética o la literatura, y que responden a una crisis que ya ha transformado el rostro del mundo contemporáneo, por más que algunos quieran, por intereses o ingenuidad, negarlo.
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PANDÉMIK
© De los autores, 2021
© De las traducciones al castellano: Sara Baila y Javier Bassas
Ayudante de corrección: Marcos Ferreiro
De la imagen de cubierta: Irie Wata
Derechos reservados para todas las ediciones en castellano
© Ned ediciones, 2021
Preimpresión: Editor Service, S.L.
www.editorservice.net
eISBN: 978-84-18273-35-3
La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los titulares del copyright está prohibida al amparo de la legislación vigente.
Ned Ediciones
www.nedediciones.com
Nota de los editores
Este libro ya tiene una larga historia. La historia que se ha escrito en los últimos meses en todo el mundo y de la que esta edición quiere dar cuenta.
A principios de diciembre de 2020, publicamos una primera edición en e-book de Pandémik, con textos en castellano y catalán escritos entre mayo y septiembre de 2020. Traducidos ahora al castellano, esos primeros textos apuntan ya los problemas diarios, los conflictos políticos y sociales, las preguntas decisivas que debían y deben aún hoy ser pensadas, debatidas, compartidas. Porque a día de hoy, desgraciadamente, todo sigue en el aire. La Historia y nuestras historias se siguen escribiendo desde la urgencia y la incertidumbre.
Después de esa primera edición en e-book, presentamos ahora esta edición en papel con dos textos más, escritos a principios de 2021. El léxico de la pandemia ha aumentado, ciertamente, en los últimos meses: vacunas, nuevas cepas, tercera o cuarta ola, etc. Pero los problemas, los conflictos, las preguntas siguen siendo los mismos, o incluso se han agravado. Tenemos, pues, que seguir compartiendo nuestras reflexiones y prácticas diarias no solo para sobrevivir, sino para dejar habitar, en el seno de esta pandemia, la crítica, la contestación, los pequeños y grandes desplazamientos individuales y colectivos. Solo así podemos ocasionar otros futuros que la situación actual augura, si no, distópicos.
Desde la historiografía, la teoría política, la ética, el activismo, la literatura, el psicoanálisis, los diferentes textos de este volumen quieren ayudar a seguir escribiendo la historia y nuestras historias desde el pensamiento crítico y la invitación a otras prácticas de vida en plena pandemia de la COVID-19.
Javier Bassas y Laura Llevadot
5 de febrero de 2021
Indice
Presentación. Las sombras de la pandemiaJavier Bassas y Laura Llevadot
Sobre lo incierto. De la suspensión a la aceleración del mundo virus
Emmanuel Biset
Paradojas e interrogantes de un acontecimiento vírico
Edgar Straehle
«¿Una buena ocasión?» de Jacques Rancière
seguido de «Cronovirus» de Javier Bassas
¿Aprender de las catástrofes?Un vocabulario del confinamiento
Gerard Vilar
El virus y el resto de nosotros
À. Lorena Fuster
El olor del lodo
Martha Palacio Avendaño
¿Qué ha sido de la vida elegante?
Juan Evaristo Valls Boix
El código de vestimenta en el baile de máscaras de la bioarztquía: an-arkhé, culpa y control en tiempos de peste
Andityas Soares de Moura Costa Matos Francis García Collado
Enemigo invisible. Guerra civil global y potencia de los cuerpos
Rodrigo Karmy Bolton
Cura de solidaridad
Mònica Guerrero-Rosset y Jordi Riba
El confinamiento como una tecnología de gubernamentalidad ambiental
Ester Jordana Lluch
Esta reconversión no hallará resistencia o ¿qué nos está permitido esperar?
Laura Llevadot
Presentación.Las sombras de la pandemia
J.B.: ¿Crees, Laura, que hay que escribir sobre la pandemia?
L.LL.: Hemos callado durante demasiado tiempo. Hemos aceptado las verdades de los gobiernos y sus medidas políticas; nos creímos las verdades de la ciencia, el sentido común, el sobreesfuerzo de los sanitarios; creímos que cualquier sistema político y sanitario habría reaccionado igual. Tan solo escribieron algunos filósofos.
J.B.: El primero fue Agamben, después Nancy, Preciado, Butler, Žižek, Rancière, y ahora muchos y muchas más. Filósofas y filósofos que nos han acompañado a lo largo de nuestra vida, y que nos han ayudado a pensar y vivir.
L.LL.: Sin embargo, la reacción del sentido común fue funesta: «Ya empiezan los filósofos a confirmar sus propias teorías que no sirven para nada». ¡Disculpen, señoras y señores! Lo que no sirve de nada es salir al balcón a cantar himnos casposos y sentirse muy responsables, buenos y buenas ciudadanas, porque de esa manera no cuestionamos nada de lo que está pasando, porque no queremos analizar las modificaciones estructurales que se están gestando en esta pandemia, porque no osamos ni enfrentarnos a nuestro miedo. Creo, al contrario, que no solamente debemos escribir sobre la pandemia, sino que se lo debemos a los primeros que, asumiendo el riesgo de equivocarse, dieron la cara y dijeron aquello que pensaban de este desbarajuste, de este cúmulo de decisiones políticas, económicas y sanitarias que, amparadas en la objetividad de la ciencia, marcarán nuestras vidas durante mucho tiempo.
J.B.: Aude sapere... y el riesgo de la crítica.
L.LL.: Callar y no escribir es, por ahora, colaborar con las lógicas que se están imponiendo. No sé si estás de acuerdo. Hace tiempo que trabajamos juntos en diferentes proyectos, grupos, acciones y, si algo nos une, creo que es, además de la amistad, que nos hierve la sangre ante lo que pasa.
J.B.: Y quizá es eso la amistad: hervir la sangre juntos ante lo que nos pasa...
L.LL.: En toda relación, si es relación, hierve la sangre.
J.B.: Sí, y también en la relación con la escritura y la lectura. Pero no querría que fuéramos demasiado rápido, tomémonos el tiempo necesario para la presentación de un libro tan delicado, en una situación tan angustiosa y con una potencia política que, precisamente, hierve la sangre. Estoy de acuerdo con que debemos escribir sobre la pandemia, tenemos que pensar sobre quién está tomando las decisiones y cómo lo están gestionando y utilizando. Pero el pensamiento no es una serie de opiniones y, por eso, no se somete a la simple disyuntiva que planteas: «callar o hablar».
L.LL.: Ya sé donde quieres ir a parar, he leído tu texto...
J.B.: Si el pensamiento se diferencia de las opiniones es, precisamente, porque antes de callar o hablar se pregunta: ¿quién soy yo para hablar? ¿Y quién no podrá hablar? Y sobre todo, si hablamos públicamente, si queremos compartir lo que pensamos sobre la pandemia de la COVID-19, debemos preguntarnos: ¿cómo hablar? ¿Qué posición enunciativa adoptar? Encuentro muy acertado que, de manera explícita, algunos textos de este libro empiecen cuestionando la necesidad de tomar la palabra y que rumien desde dónde y cómo es debido hacerlo. Lee lo que dice À. Lorena Fuster, Gerard Vilar o Martha Palacio, por ejemplo. Cuestionar cómo y desde dónde hablamos es, precisamente, abordar con más complejidad la disyunción consensual: «callar o hablar».
L.LL.: «Quiero mirar la incertidumbre en la que nos instala nuestra nueva realidad… puedo hacerlo desde un caminar a tientas… voy a tener que usar mi tacto... confío en que palpar para entrever sea una forma de aproximación para pensar algunas cuestiones que la constelación COVID-19 no parece permitir que miremos de soslayo», escribe Martha Palacio en su texto.
J.B.: Y Lorena: «Si ahora me arriesgo a escribir algo sobre la situación, esta vez con la disculpa previa de que esto no es filosofía, sino reflexiones hechas sobre la ola de la emergencia y que queda mucho por comprender..., es porque me enlazo con la urgencia...». Defensa de la legitimidad de una escritura que duda de ella misma y que se busca, se esboza en un cuestionarse filosófico.
L.LL.: ¡Sí, sí! Completamente de acuerdo. Preguntarse por el lugar desde donde se habla es, justamente, lo contrario de callar. Esto me recuerda aquellos versos de Paul Celan del poema «Habla también tú»:
Habla también tú sé el último en hablar, di tu decir.
Habla- Pero no separes el No del Sí. Y da a tu decir sentido: dale sombra.
J.B.: Hay quien simplificará diciendo que el verso «Pero no separes el No del Sí» es fuente de ambigüedad y que siempre hay que hablar claro (y catalán o castellano). Como si hablar claro, como si «no separar» y tomar la palabra firmemente fuera el modo neutro, natural, objetivo del lenguaje. ¡Maldita pobreza lingüística de las opiniones en tiempos de pandemia! Tenemos que desplazar, ahora, el modo de hablar hegemónico sobre la COVID-19: robarle la hegemonía lingüística a la «información», que no quiere decir simplemente ofrecer «contrainformación», sino hablar disensualmente.
L.LL.: ¿Ya lo estamos haciendo con este libro, en este mismo diálogo, no? No separar el no del sí, dar sombra al propio juicio y al propio decir es lo que diferencia la filosofía de la opinión. La complejidad del lugar desde donde se habla impide dar soluciones, normatividad, verdades cerradas, ideología para ciudadanos perezosos. Por eso, justamente, para dar sombra a los juicios de los otros, de los políticos, gestores y decididores profesionales, existe la filosofía. Ante este discurso simplista y totalitario, precisamente, a la filosofía le hierve la sangre: entonces habla y da sentido, es decir, da sombra. Y esto no pasa sin poner en juego la propia sombra, la sombra que llevamos en nosotros y que nos constituye como hablantes.
J.B.: Como la sombra de duda y de cuestionamiento radical que la pandemia está imponiendo también sobre otras cuestiones, por ejemplo, sobre la historia de la salud en Occidente, como señala Edgar Straehle con su relectura de los vacíos de la historia y los «olvidos» de la historiografía: ¿quién se acordaba de la «gripe española» en los libros de historia, una enfermedad que causó más muertos que la Primera y la Segunda Guerra Mundial? En esta dirección, Edgar escribe en su texto: «(...) gracias a esta crisis, hemos redescubierto que había otros pasados en nuestro pasado. Y lo que nos revela esta relectura de la historia es que, con el tiempo, se había olvidado en el primer mundo la vulnerabilidad humana hacia las plagas y epidemias».
L.LL.: Sombra también sobre la política, porque una cosa es la vulnerabilidad constitutiva del cuerpo humano y otra muy diferente la precariedad, que es política. Hay que hacer estas distinciones.
J.B.: Sí, la vulnerabilidad del cuerpo, la precaridad y la precariedad políticas (que también hay que distinguir, como señala À. Lorena Fuster) atraviesan varios textos de este volumen, como el de Martha Palacio y el texto a cuatro manos de Mònica Guerrero-Rosset y Jordi Riba.
L.LL.: Pero sobre esta distinción, me ha gustado mucho una cita de Rancière que escribes en tu texto: «En un momento en que el Estado hacía muy poco por nuestra salud, decidió hacer mucho por nuestra vida». Creo que es este concepto de vida lo que el Estado se ha apresurado a defender con medidas como el confinamiento, sobre el cual versan muchos de los textos de este libro: el de Juan Evaristo Valls Boix, que traza un brillante recorrido literario sobre la vida elegante de Balzac...
J.B.: ... o el texto de Francis García Collado y Andityas Soares de Moura Costa Matos, que se abre con una comparación entre el comportamiento anárquico de las personas durante la peste tifoidea en la Atenas del 430 a. C. y la subjetivación enmascarada de nuestra obediencia hoy en día. Es crucial, efectivamente, ver cómo se ha intensificado la relación de la vida con el Estado como consecuencia de todas las medidas de control impuestas.
L.LL.: ... nuestra vida, como apunta Rodrigo Karmy, ha quedado explícitamente sometida a una «guerra civil global» y estamos expuestos a una «mutación de las sociedades de control» sobre la cual también reflexiona Ester Jordana, proponiendo más allá de Foucault el paso de la biopolítica a la ecopolítica.
J.B.: De hecho, tratando aspectos diferentes y complementarios, arraigados a nuestra historia, a nuestra evolución como sociedad o en el momento presente, creo que también es muy importante ver que los textos que componen este volumen no pierden su validez ni su utilidad crítica a pesar de que hayan sido escritos hace meses, en la urgencia del momento. Y creo que pasaría todo lo contrario con textos de opinión y periodísticos, que agotan su valor cuando acaba el día. Hay que alejarse del tratamiento «informativo» de la pandemia, nos jugamos la salud. Imagino, si es que puedo imaginar cómo saldremos de esta pandemia, imagino que en la era post-COVID estos textos que editamos aquí seguirán interpelándonos como supervivientes…
L.LL.: La pandemia pasará, como han pasado todas las anteriores. Pero lo que a muchos de nosotros nos interesa pensar es la manera como ha visibilizado la forma en que somos gobernados. Aquello que, en un primer momento, a algunos les pareció un virus mesiánico que había llegado para parar la aceleración suicida del capitalismo ha acabado mostrando el vínculo siniestro entre el Estado autoritario y la reconversión del capitalismo neoliberal. Creo que Ester Jordana no estaría de acuerdo, pero vale la pena pensarlo.
J.B.: Sí, Laura, pero «visibilizar la forma en que somos gobernados» tiene, como mínimo, tres sentidos diferentes que a menudo no se distinguen y crean confusiones, y nos hacen perder potencia crítica. Se puede visibilizar la forma de gobernarnos, primero, como un arma política arrojadiza entre partidos y militantes, los cuales la utilizan para criticarse entre derechas e izquierdas, entre Cataluña y Madrid, entre España y Alemania, etc. (crítica institucional: ningún cambio hacia la igualdad, mero ruido informativo); también se puede visibilizar el ejercicio del gobierno y la gestión buena, mala o pésima de recursos, es decir, desde un sentido ideológico de la visibilización (crítica intra-sistémica: los cambios que mejoran nuestras vidas dependen del grado de violencia de las protestas); pero hay un tercer sentido de esta visibilización que no se concentra en distinguir entre izquierdas o derechas, ni entre buenos y malos, sino que revela la relación de la reconversión del sistema neoliberal con el Estado, como dices, pero también con la democracia y la igualdad social; esta última visibilización es la que puede desplazar la manera como vivimos la vida (crítica radical: el virus como acontecimiento político). Sin perder de vista los dos primeros sentidos, hay que encontrar sobre todo una política de la pandemia que nos ofrezca este último tipo de visibilización que tiene, no sé si estás de acuerdo, posibilidades de transformación de nuestras vidas, de cómo vivimos la pandemia, cómo vemos la sociedad, la policía, la sanidad, de cómo trabajamos y tele-trabajamos, etc.
L.LL.: Creo que la democracia y la igualdad social de la que hablas es lo que se ha visto más damnificado en esta pandemia, o mejor dicho, en su gestión política y sanitaria.
J.B.: Por razones sistémicas que determinan la gestión política y sanitaria, no a la inversa...
L.LL.: De acuerdo. Por eso, precisamente, si la democracia no es algo que llegará en el futuro, sino una exigencia «aquí y ahora», como dice Derrida, es «aquí y ahora» cuando tenemos que escribir, pensar y hablar. Es así como entiendo el sentido de este libro, como un gesto, quizá minúsculo, pero radicalmente democrático.
J.B.: ¡Por supuesto! Hay que seguir escribiendo, pensando y gritando y cuidando: actuando. Solo me gustaría añadir, para acabar, una observación bastante inquietante de las primeras páginas de El cuaderno gris de Josep Pla, que se abre con varias reflexiones sobre la pandemia de gripe española a principios del siglo xx. Puede tener muchos sentidos para nosotros, hoy: «14 de marzo (de 1918). – Ahora, finalmente, da gusto vivir en Cataluña. La unanimidad es completa. Todo el mundo está de acuerdo. Todos hemos tenido, tenemos o tendremos, indefectiblemente, la gripe».
L.LL.: Sí que es inquietante... parece que la historia se repite, pero la manera de pensarla y vivirla no es la misma. Esta igualación y unanimidad por la vía de la enfermedad y la vulnerabilidad esconde, en realidad, todas las desigualdades y, por lo tanto, los reclamos de justicia que, en estos textos, intentamos afrontar.
Sobre lo incierto.De la suspensión a la aceleración del mundo virus
Emmanuel Biset
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Todos escriben. Todos responden. Todos interpretan. De Žižek a Butler, de Agamben a Esposito, de Byung Chul-Han a Latour. Y, sin embargo, la velocidad, la cantidad, la publicidad de todas las opiniones parecen alojar dos dudas. Una, ¿sigue funcionando la figura del intelectual, aquel que interviene y esboza una crítica del presente? ¿No son los intelectuales balbuceos de un mundo muerto? Dos, ¿no confirmaron, cada uno a su modo, cosas que ya habían dicho? ¿Repetir certezas previas no es un modo de no pensar nada? Todos escriben. Todos responden. Todos interpretan. Todos saben lo que sucede, todos tienen palabras mágicas para decir: capitalismo, biopolítica, antropoceno. Y, sin embargo, con ello confirman otra cosa, un modo del mundo que presumen criticar: no se puede parar, no se puede parar de decir, de publicar, de escribir. En la detención del mundo, la hiperproductividad intelectual. La voracidad del capital sediento, siempre vampiro, es también la compulsión del decir intelectual.
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Una época puede ser pensada a partir de ciertas palabras, y no de otras, que circulan. Aun sin poder efectuar un diagnóstico acabado, una radiografía de un momento histórico, una explicación de largo alcance, tenemos un indicio preliminar: palabras nuevas que adquieren un estatuto público. De repente, nuestro vocabulario se encuentra poblado por vocablos que hace solo unos años hubieran parecido extraños. Palabras: pandemia, virus, peste, vacunas, cuarentena, aislamiento, contagio, barbijos, etc. Un vocabulario provisoriamente asociado a un campo como la medicina —la salud— ha hegemonizado la esfera pública. De este modo, es posible notar que el vocabulario político de la época, en un breve tiempo, ha sido fuertemente colonizado por un vocabulario médico. La primera pregunta que es posible formular es cómo se puede abordar un fenómeno que aparece como novedoso. Me interesa señalar que allí se juega una política de segundo orden, esto es, no la conformación del léxico político de un momento histórico, sino pensar qué políticas del pensamiento nos podemos dar para pensar ese léxico. Y ello sabiendo que no es posible un límite claro entre ambas dimensiones, pues la dificultad del pensamiento político se encuentra en que siempre está atravesada por la política (no solo un léxico, sino afectos, posiciones, razones, etc.).
Quisiera tomar como punto de partida dos notas preliminares respecto de las políticas del pensamiento surgidas en este tiempo en torno a la pandemia. En primer lugar, es posible notar cierta efervescencia de discursos. Quizás por demandas externas, quizás por motivaciones internas, la mayoría de los nombres propios reconocidos en la esfera intelectual realizaron intervenciones públicas al respecto. Incluso es posible señalar que la velocidad de producción intelectual fue ampliamente superior a la producción de vacunas. Buena parte de los intelectuales más prominentes de la época ya tienen libros publicados y traducidos sobre la pandemia. La velocidad y la urgencia de pensamiento conforman un primer indicio al que atender. En segundo lugar, es posible señalar que buena parte de estas intervenciones tuvieron el estatuto de una confirmación de posiciones precedentes. En un doble sentido: por un lado, una especie de esquema de la representación donde lo que sucede se adecúa a categorías precedentes, una métrica del sujeto conforma el objeto por pensar; por otro lado, una cierta sedimentación histórica se reactiva, esto es, lo nuevo no puede sino ser analizado desde lo ya pensado.
Posiblemente no exista otro modo. Desde hace algunas décadas los fenómenos que producen una novedad radical son nombrados como acontecimientos. Un acontecimiento digno de su nombre sería aquel que introduce algo imposible de ser pensado con las categorías disponibles de una época. Si la pandemia puede ser pensada como acontecimiento, mostraría en cierto sentido la misma imposibilidad de acontecimientos en la esfera del pensamiento. No ya el acontecimiento como imposibilidad, sino la imposibilidad del acontecimiento. ¿Por qué? Porque los innumerables discursos que surgieron para interpretar la pandemia la ubicaron como algo ya pensado. La ubicaron: colocar un fenómeno en teorías precedentes. Quizás, reitero, no exista otro modo y todo acontecimiento se tematice desde las categorías disponibles. Así cada autor encuentra una confirmación de su lectura histórica o su diagnóstico del presente en cada cosa que sucede. Pero esto no deja de ser un indicio: una política del pensamiento que, en una velocidad urgente, debe responder y así ubicar lo que sucede en una cuadrícula precedente.
Esto puede ser mirado desde su costado negativo: solo puede existir un acontecimiento si produce silencio. Un secreto radical en lo que sucede, no una verdad que guardamos sino precisamente algo que por definición no puede ser revelado (puesto que es nada). Un no-saber que no se vincula a una ausencia de conocimiento, de información, sino a algo de lo que nada se puede saber. Digámoslo de este modo: una política del pensamiento que no se apresura a ubicar lo existente en teorías previas o esquemas de categorías, sino que se sostiene en el silencio de no-saber. He ahí lo insostenible para la conformación del campo intelectual de la época, detenerse sin sucumbir a las urgencias y manifestar un no-saber sobre lo que sucede. Algo tan simple, e imposible, como decir: no sé nada sobre la pandemia, no tengo nada para decir, busco a tientas tratar de escuchar el rumor incierto del mundo.
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No se trata solo de una política del pensamiento. Hay algo más: una lógica general. Lo nuevo, al mismo tiempo que recodifica el léxico político, genera diversas prácticas, da lugar a un entramado institucional, se inscribe en una historia sedimentada. Posiblemente, entre la imposibilidad del acontecimiento y la repetición del pasado se jueguen los pequeños desplazamientos que van dando lugar al mundo. Un intersticio: pliegue entre lo imposible y lo posible. La pandemia no solo incorporó un vocabulario nuevo, pobló nuestro lenguaje de nuevas palabras, sino que generó nuevas prácticas cuya definición surgió del cuidado y la distancia, el aislamiento regido por la protección, y eso en un entramado institucional que se redefine todo el tiempo. La emergencia allí de epidemiólogos o infectólogos como lugar de la palabra autorizada resquebrajó la hegemonía del discurso económico como instancia de legitimación de la política.
Este pliegue es también un movimiento. La pandemia en la reacción apresurada ante un no-saber generó en muchos lugares una política estricta de aislamiento. La cuarentena configuró nuestro modo de vida. Los otros adquirieron la forma del contagio. Cuidar como una práctica de la lejanía, de la distancia, de lo in-tacto. Esto supuso, en un primer momento y en ciertos lugares, una especie de detención del mundo. Como si el capitalismo, esa máquina que no puede detenerse, hubiera sido puesto en suspensión. Un estado de suspensión del mundo para preservar la vida. Y así proliferaron imágenes —siempre imágenes— donde la vida se volvía posible por la ausencia de lo humano. La pulsión voraz del capital como forma de la pulsión tanática de lo humano. La vida no-humana, sea lo que sea, reaparecía en lugares. Todavía estaba ahí, latente, esperando que los humanos se corrieran para emerger. Esto también fue una vida-otra para los mismos humanos: detenerse es suspender los hábitos que dan certeza a la existencia. Suspender un orden de normalidad, la estabilidad de lo obvio, es sumergirse en la incomodidad de tener que redefinir. La vida en suspenso. Otra vida posible. La cercanía, la quietud, los espacios reducidos, los vínculos estrechos: un abismo. Los otros, el trabajo, las salidas, la circulación: una pausa.
Pero la lógica del capital, los hábitos consagrados, la forma de un mundo: insiste. Una fuerza que captura y domestica. Un mundo en suspenso no puede durar. En un segundo momento el movimiento encontró nuevos cauces: la lógica de la aceleración social destituyó la suspensión para reconfigurar nuevos modos de producción. No pudo sostenerse por mucho tiempo el estar detenidos: la virtualidad, sea lo que fuere, fue el modo en que la pulsión de aceleración encontró su cauce. No solo para restablecer la máquina productiva, sino en la conformación misma de las relaciones sociales. De repente, teníamos más trabajo que antes. De repente, teníamos más reuniones que antes. De repente, nos encontrábamos con más gente que antes. Todo mediado por la virtualidad. Mundo Zoom. Mundo Meet. Mundo Jitsi. Los cuerpos mimetizándose lentamente con la forma de una silla, la pantalla como única depositaria del movimiento. No solo, entonces, la lógica de la aceleración prevaleció sobre la detención, sobre el mundo suspendido sino que se potenció. En un doble sentido. Por un lado, cada vida condensó más actividades en una misma medida espacio-temporal. Empezamos con una reunión virtual por semana, terminamos con tantas reuniones que ya no entraban en nuestra agenda. Por otro lado, sucede como si la pandemia hubiera radicalizado, acelerado, tendencias ya existentes. Si la virtualidad ya existía, se aceleró para ser el modo mismo del lazo social. Basta ver las ganancias extraordinarias de las empresas asociadas a la virtualidad para entender que la suspensión del mundo no fue sino un modo de tomar impulso para acelerar una lógica del capital.
De la suspensión a la aceleración. Y entonces toda novedad posible queda asfixiada por una tenaza entre la repetición del pasado y la aceleración de nuevos procesos. O mejor, la aceleración de procesos de virtualización, de digitalización, de financiarización, no son sino una modulación inscripta en la lógica del capital. Una nostalgia de lo imposible. Como si hubiera estado cerca una posibilidad pero ya no. Esto no deja de producir una extraña sensación a quienes somos contemporáneos de algo que todavía no podemos pensar del todo: la doble sensación de que el mundo ya no será igual (o que la pandemia produjo una transformación sin vuelta atrás) y de que el mundo volverá a ser lo que era (o que la pandemia, como todo, pasará). Punto de inflexión, leve tormenta. El inicio sin retorno de un mundo-virus donde el contacto, la circulación, los vínculos ya no volverán a ser los mismos. Una breve pausa para volver al mundo conocido, inmunidad general para la farsa conocida, retorno a una normalidad ahora valorada. ¿Cómo pensar esta trama de sensaciones contradictorias? ¿No existe allí, a cada paso, un modo de atrapar lo que sucede en lo ya conocido? ¿La vida y el pensamiento pueden ser otra cosa que un retorno a una normalidad supuesta?
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Quizás una figura posible para sostener en el pliegue entre lo imposible y lo posible sea la de la hipótesis. No una hipótesis en vistas a ser comprobada o refutada, esto es, no una hipótesis ordenada teleológicamente, sino una que se sostenga como tal. Un pensamiento hipotético no ordenado con vistas a la verdad o falsedad, sino a abrir una zona de pensamiento. No porque se sepa, no porque se ignore, desplegar una hipótesis como tentativa para ver qué da a pensar.
Hipótesis 1. La pandemia permite establecer un trazado histórico de largo alcance entre los años 1789 y 2020. Esta época puede ser nombrada bajo una palabra: crítica. La pandemia marca el fin de la época de la crítica. Como supo señalar Koselleck, la crítica es una figura de pensamiento que surge de ciertas transformaciones intelectuales vinculadas a la ilustración. Como supo señalar Duso, esto puede ser rastreado hasta la modernidad temprana. En todo caso, la crítica funciona como punto de condensación de desplazamientos intelectuales precedentes que configuran una forma de pensamiento y un entramado institucional. O mejor, es al mismo tiempo un modo de proceder del pensamiento y una configuración institucional (vínculo indisociable que, según Derrida, encuentra en la Universidad su forma específica). La crítica es un modo en el cual la razón se repliega sobre sí para establecer sus límites desde, por lo menos, dos condiciones: el límite está dado porque no hay acceso inmediato al objeto (no existe la posibilidad de exceder el círculo correlacional, tal como analiza Meillassoux); y el límite está dado porque es posible establecer la doble distinción entre humano y no-humano, y entre naturaleza y cultura (esto puede ser nombrado la constitución moderna que produce el doble proceso de hibridación y purificación de naturaleza y cultura, tal como analiza Latour). El nombre de Kant, o los múltiples sentidos que aloja ese nombre, es el horizonte irrebasable de una época clausurada (una clausura nunca es un cierre).
Hipótesis 2. La pandemia permite establecer un trazado histórico de mediano plazo entre los años 1914 y 2020. Esta época puede ser nombrada con una palabra: lenguaje. La pandemia marca el fin del giro lingüístico. Si se ha definido el siglo XX como el siglo corto entre la primera guerra mundial y la caída del muro de Berlín (1914-1989), es posible avanzar una tentativa que desplace el final hacia el 2020. Asumiendo que todo punto final, o de cierre, no puede ser sino una ficción, la cuestión es que habilita esta ficción. La ficción supuesta aquí señala que el giro lingüístico, en su deriva fenomenológica o hermenéutica asociada a Heidegger, en su deriva analítica o pragmática asociada a Wittgenstein, encontraba en el lenguaje un problema irreductible: no existe acceso a ninguna realidad inmediata, esto es, el lenguaje es una instancia de mediación irreductible (con uno mismo, con los otros, con el mundo). Esto no implica un mapa homogéneo, puesto que diversas filosofías del lenguaje acentuaron las dimensiones semántica, sintáctica o pragmática para dar cuenta de cómo en cada caso se constituían realidades diversas. Incluso los límites mismos de un lenguaje que parecía totalizador fueron analizados o bien desde un afuera extra-lingüístico o bien destotalizando el lenguaje. Estas dos estrategias confrontaron contra un argumento irreductible: no es posible, por definición, comenzar a pensar (o escribir, o hablar) sin utilizar el lenguaje. Una crítica de la mediación del lenguaje es una contradicción en sus propios términos. La imposibilidad de lo inmediato o la saturación de la mediación por el lenguaje, he ahí dos líneas posibles: o explorar una rehabilitación de un realismo que dé cuenta de cierta inmediatez, o explorar una proliferación de mediaciones ontológicas no reducidas al lenguaje.
Hipótesis 3. La pandemia permite establecer un trazado histórico de corto plazo entre los años 1960 y 2020. Esta época puede ser nombrada con una palabra: humanismo. La pandemia marca el fin de la época humanista. Como han señalado diversos autores, la cuestión del humanismo es una preocupación de largo alcance (Heidegger la rastrea hasta la migración de la filosofía griega a Roma), pero adquiere el carácter de un debate central en el siglo XX. Entre el Seminario de Kojève que, recuperando a Hegel a la luz de las filosofías de Husserl y Heidegger, busca establecer la génesis de lo humano, estableciendo algunos lineamientos de lo que luego va a llamarse existencialismo, y el pensamiento estructuralista surgido desde la recuperación de Saussure por autores como Levi-Strauss, Lacan o Althusser, se produce una especie de cisma. El cisma humanista entre existencialismo y estructuralismo no es, como supo señalar Balibar, una discusión sobre el sujeto, sino sobre el nexo sujeto-humano. Si lo que fue llamado postestructuralismo fue también un posthumanismo es porque se radicalizaron las tesis estructuralistas mostrando cómo insistía tras el problema del sujeto la configuración de un nosotros-humano. Sin embargo, estos quiebres se apoyaron en una cuestión humana demasiado humana para dislocar lo humano: el texto. Si el texto muestra lógicas del sentido no reducidas a la intencionalidad de un sujeto, a una teleología humanista, no deja de ser un exceso ubicado en un horizonte que parece excluir existentes no-humanos. La textualidad habilita un posthumanismo radical, al mismo tiempo que otros existentes (máquinas, animales, planetas) no parecen encontrar lugar allí. La pandemia es de algún modo la clausura del giro textual en la teoría: el comienzo de una escena postextual.
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Post-crítica. Post-textual. Post-humano. De un modo extraño el prefijo insiste allí donde precisamente se encuentra agotado. No solo porque es un prefijo asociado a aquella escena textual desplazada, sino porque no deja de inscribir cierta teleología en su seno. He ahí el problema central: es precisamente un régimen espacio-temporal el que resulta dislocado con la pandemia. O mejor, es al mismo tiempo un quiebre de las categorías para pensar el tiempo y el espacio, y un quiebre de la matriz espacio-temporal. Ya no épocas, ya no eras, ya no momentos. Y en este sentido la pandemia mostró un doble movimiento: la aceleración de los procesos de virtualización y la devastación generada por el antropoceno. Aceleración del antropoceno. Esto da lugar a una escena postextual de la teoría que supone, al mismo tiempo, un ajuste de cuentas con Kant y un ajuste de cuentas con el giro lingüístico y su deriva textualista. Allí dos movimientos: la crítica al correlacionismo centrada en un pensamiento especulativo y la crítica al culturalismo centrada en un pensamiento ontológico. Desbaratar la correlación sujeto-objeto (ser y pensar), desbaratar la oposición naturaleza-cultura (humano y no-humano). Meillassoux y Harman, Viveiros de Castro y Danowski, coinciden: el mundo va dejando de ser kantiano.
Sin embargo, este «va dejando de ser» no deja de presentar dos problemas. Primero: una necesidad de ordenar el tiempo, de seguir inscribiendo todo en una mentalidad histórica, de establecer un comienzo y un final. Segundo: una calificación de un mundo según un nombre propio. Nada más absurdo que sostener que un mundo puede ser kantiano: repetición de ese gusto por la hipérbole filosófica. Como si una filosofía pudiera configurar un mundo. Como si un libro diera lugar a formas de sociedad. Y una paradoja: en los intentos de efectuar un quiebre se repite lo más profundo de la tradición. Se repite la vieja pulsión al quiebre, a establecer rupturas, a fundar todo de nuevo. Se repite la vieja pulsión de creer que la filosofía hace mundo, como si refutar un autor o autora, produjera de por sí otro mundo. Refutemos a Kant y reposemos en nuestro lecho: la revolución ha sido activada.
Lo agobiante es el cruce perfecto entre la sensación de una tradición que ya lo ha dicho todo y la sensación de desplazamientos del mundo que no encuentran lugar allí. Lo aburrido es sentirse atrapado en una pura gestualidad ya conocida, convertirse en un mimo de certezas precedentes. Eso hay que atravesarlo. O encontrar allí un balbuceo posible. No porque responda mejor las preguntas precedentes, no porque refute teorías o nombres propios. Simplemente porque empieza a ser posible una gramática, o un estilo, de pensamiento diferente. Y, en este sentido, el desplazamiento es precisamente la invención de una gramática: si buena parte del pensamiento contemporáneo fue una reflexión sobre la forma, sobre el estilo, sobre cómo en el mismo modo de escritura se juegan formas de pensamiento, es necesaria una destitución de la forma. Una crítica radical del formalismo textual: la contingencia del caos; la certeza de las cosas; los seres sobrenaturales; las herramientas intencionales; las redes híbridas actantes; la cosmopolítica de los animales; el parentesco con existentes no-humanos; las múltiples naturalezas del mundo; los infinitos mundos en la tierra; los pluriversos de infinitos modos de existencia. En todos estos casos: gramáticas de pensamientos por venir.
Allí donde la pandemia, como inscripción de la incertidumbre, condensó una necesidad aparentemente contradictoria: la aceleración de las transformaciones tecnológicas más radicales y las consecuencias de una naturaleza devastada. La máquina y la naturaleza como figuras centrales. La cosa parece ser cómo pensar, a la vez y sin concesiones, en una nueva gramática el cruce entre máquinas y naturalezas. En un marco donde los lenguajes políticos trazan una nueva cartografía: el fascismo es la política del antropoceno. Cuando la izquierda estaba discutiendo el neoliberalismo en sus ajustes permanentes del Estado, en su infinito modo de volver empresarial cada vida, apareció un neofascismo impulsor de políticas del odio. Supremacismo blanco, desprecio de la diversidad sexual, destrucción del mundo. Guerras impulsadas por un odio antidemocrático. La pandemia, entonces, es también el escenario de un nuevo mapa político: entre neofascismo negacionista y políticas de la certidumbre moderada. La izquierda todavía busca su lugar allí. Como si la radicalización fascista hubiera dejado poco margen para otra cosa que moderación. Como si el neofascismo hubiera comprendido con mayor precisión la guerra que atravesamos (supo inventar un lenguaje para dar cauce al odio). Y, entonces, la izquierda necesita como siempre potenciar los lugares de invención política más radicales: la fuerza de los cuerpos feministas, la lucha contra el cambio climático, la revolución digital igualitaria, las alteridades que han atravesado y atraviesan apocalipsis cotidianos (y son el nombre del porvenir). En todos estos casos: gramáticas de políticas por venir.
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Y, sin embargo, lo incierto. Alojar la incertidumbre significa, por lo menos, dos cosas: soportar el silencio y dar tiempo a la pregunta. No saber si el mundo será diferente o el mismo, no saber si comienza el comunismo, no saber si se confirma un capitalismo policial, no saber si es una biopolítica excepcional. No saber. No se sabe cuándo el derrumbe del mundo es un desplazamiento mínimo: todo parece ser diferente, pero las cosas siguen ahí. La pequeña mutación es el contraste entre un mundo trastocado y el árbol indiferente frente a mí.
Y, aún, seguimos teniendo la necesidad de dividir entre un antes y un después: leer el tiempo por grandes rupturas. Quizás el fin del mundo ya pasó. Y entonces dejamos de construir imaginarios apocalipsis, imaginarias rupturas del tiempo. Ya pasó. Invisible virus y la débil certidumbre de nuestro mundo. Invisible virus y la imposible incertidumbre en nuestras existencias. Sin grandes palabras explicativas, sin pequeñas historias reconfortantes: atravesar la muerte del mundo preguntando.
Y la muerte —esa palabrita tan presente y conjurada por este tiempo— no es otra cosa que la vida, su lógica interna. Ya estamos todos muriendo. Cada vez, el fin del mundo, a cada momento. Eso que no se sabe, eso que ronda en el ambiente, también puede ser un modo de transcurrir: la incertidumbre. Atravesar la incertidumbre del mundo, de los otros, de uno mismo. No es mucho, no es poco, no hay travesía posible.
Y entonces, la soledad más insoportable, el no-contacto con los otros, lo cierto de las cosas, el barullo de sentidos, la compulsión a la información, los modos del Estado.
Y entonces, quizás, soportar el silencio y dar tiempo a la pregunta.
Paradojas e interrogantes de un acontecimiento vírico
Edgar Straehle1
La gripe española infectó a una de cada tres personas del planeta, a 500 millones de seres humanos. Entre el primer caso registrado el 4 de marzo de 1918 y el último, en algún momento de marzo de 1920, mató a entre 50 y 100 millones de personas, o a entre el 2,5 y el 5 por ciento de la población mundial, una variación que refleja la incertidumbre que aún la rodea. Si se compara con sucesos únicos que hayan causado una enorme pérdida de vidas humanas, superó a la Primera guerra Mundial (17 millones de muertos), a la Segunda Guerra Mundial (60 millones de muertos) y posiblemente a ambas juntas. Fue la mayor oleada de muerte desde la peste negra, tal vez de toda la historia de la humanidad.
Sin embargo, ¿qué vemos cuando desenrollamos el pergamino del siglo xx? Dos guerras mundiales, el auge y la caída del comunismo y quizá algunos de los episodios más espectaculares de descolonización. No vemos el acontecimiento más dramático de todos, aunque lo tenemos delante de nuestros ojos. Cuando se pregunta cuál fue el mayor desastre del siglo xx, prácticamente nadie responde que la gripe española. La gente se sorprende al conocer las cifras relacionadas con ella. Algunos se paran a pensar y, tras una pausa, se acuerdan de un tío abuelo que murió a causa de ella, de primos huérfanos a los que perdieron de vista, de una rama de la familia que dejó de existir en 1918. Hay muy pocos cementerios en el mundo que, suponiendo que tengan más de un siglo, no alberguen un grupo de tumbas desde el otoño de 1918, cuando se declaró la segunda oleada de la pandemia, la peor, y los recuerdos de las personas así lo reflejan. Pero no hay ningún cenotafio, ningún monumento en Londres, Moscú o Washington DC. La gripe española se recuerda de un modo personal, no colectivo; no como un desastre histórico, sino como millones de tragedias discretas, privadas.
Laura Spinney, El jinete pálido.
De la gripe española a la COVID-19 (1918-2020)
A la luz de este pasaje escrito por Laura Spinney, podríamos preguntarnos qué significó la pandemia mundial de la mal llamada gripe española en su momento. Para la mayoría de la gente, mucho. Sin embargo, su espacio en los libros de historia sigue siendo muy reducido. Sin ir más lejos, un historiador como Eric Hobsbawm ni tan siquiera la mencionó en su celebérrima Historia del siglo xx, y algo semejante sucede con muchos otros escritos de historia contemporánea. No debe sorprender que Alfred Crosby (2003), uno de los padres de la historia ecológica, se haya referido en su monografía sobre el tema a esa «gripe española» como «la pandemia olvidada».
Se debe añadir que un ninguneo parecido se ha producido, asimismo, con muchas otras epidemias e incluso pandemias del pasado (salvo excepciones como la Peste Negra de 1348 o las propagadas por los españoles en el transcurso de la Conquista de América). Y este olvido, en el primer mundo, de la gran importancia que tuvieron estas plagas en el pasado ha contribuido no poco a que hayamos estado peor preparados para confrontarnos con la crisis de la COVID-19. En parte, porque abundaba la sensación de que, o bien eran cosas más propias de un lejano pasado, o bien su daño se concentraría en otras partes del orbe menos desarrolladas, no en un orgulloso «primer mundo» que, por cierto, en muchos casos ha acometido importantes recortes en sanidad en los últimos tiempos. Y con ello se olvidaba que las epidemias han golpeado duramente y sin cesar nuestra historia pasada, y que solo en las últimas décadas, y pese a la conocida difusión del sida, se generó una sensación que el historiador J. N. Hays (2010) ha llamado «el aparente final de las epidemias», algo así como una nueva e inadvertida versión del fin de la historia.
Así pues, podríamos llegar a considerar que la gripe española fue una especie de acontecimiento oculto, uno invisible o invisibilizado y uno que arroja tanto interrogantes como acusaciones, dado que fueron las propias sociedades las que, pese a la ingente cantidad de muertos, encubrieron, despreciaron o falsearon lo que estaba ocurriendo; dado que, a pesar de la indudable importancia de lo sucedido, ese episodio no devino realmente el origen reivindicado de un cambio o movimiento nuevo significativo; dado que en su momento faltó una recepción que lo convirtiera en un acontecimiento en el sentido más pleno de la palabra, uno dotado de un carácter rupturista e incluso fundante para el advenimiento de algo nuevo.
Por supuesto, la gripe española no fue infecunda a nivel histórico y devino el origen de no pocas consecuencias importantes, tanto en el campo de la medicina como en el de la política. Incluso se la considera a veces como un factor que acabó por decidir el transcurso de la Primera Guerra Mundial. No obstante, su memoria no fue cultivada a nivel político y esas conexiones no se resaltaron. De hecho, y solo a modo de ejemplo, el historiador Borja de Riquer (2020) ha recordado recientemente que los dirigentes españoles de primera línea en aquel momento, entre los cuales Francesc Cambó, Santiago Alba, Juan de la Cierva y el conde de Romanones, ni siquiera la mencionaron en las respectivas memorias personales que escribieron, algo que por supuesto también ocurrió fuera de España. Otros hechos sin duda de primer orden, tanto la Gran Guerra como la Revolución Rusa de 1917, arrojaron una alargada sombra (y una de corte netamente político) sobre la pandemia, coadyuvaron en su orfandad historiográfica y coparon las portadas de los diarios de entonces y las páginas de los libros de historia hasta el presente. De ahí que esa pandemia pasase a ser conocida como «gripe española», cuyo gentilicio se adoptó porque, pese a que probablemente se hubiese originado en los Estados Unidos, fue en España donde se pudo comenzar a hablar de ella por el hecho de no estar enfrascada en la Primera Guerra Mundial. Si en algo coincidieron los dos bandos en liza, tanto las potencias centrales como las aliadas, fue en que ambos prefirieron silenciar esta cuestión para evitar que se pudiera hablar de ella y que la gente se diera cuenta de la magnitud del problema sobrevenido. Y ese silenciamiento se ha extendido en no poca medida hasta nuestros días.
Con la crisis del coronavirus o COVID-19 nos topamos ante una situación bien distinta a la de hace un siglo. Ahora mismo no estamos en disposición de vaticinar todavía cuáles serán las consecuencias positivas o negativas de esta pandemia, pero sí de afirmar de entrada que, a diferencia de la gripe española, nos hallamos ante un acontecimiento en el sentido más pleno de la palabra, uno visibilizado por doquier y uno que será considerado como tal; uno ya provisto, para bien o para mal, de un carácter interruptor o disruptivo. Y es que, a pesar de que las muertes oficiales causadas por la actual pandemia sean por el momento muy inferiores a las provocadas por la gripe española (a principios de junio de 2020 se han contabilizado casi unas 400.000 víctimas oficiales que, seguramente, son muchas más en realidad y no dejarán de aumentar por el momento), la visibilidad que ha adquirido y las consecuencias políticas o económicas que ha generado son abismalmente mayores.
A diferencia de una gripe española que pudo ser ocultada o desplazada de los noticiarios durante largo tiempo, la COVID