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¿Le vencería la tentación? Lilah Cole había elaborado un plan para encontrar al marido perfecto basándose en una lista de cualidades; su jefe las cumplía todas, pero, desafortunadamente, era su hermano Zane Atraeus quien poblaba sus fantasías. La prensa empezó a acosarla tras anunciarse su compromiso con el hermano de Zane, y este intervino para protegerla. ¿Cómo conseguiría Lilah resistirse a una tentación que representaba todo lo contrario de lo que se había propuesto en la vida?
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Seitenzahl: 168
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2012 Fiona Gillibrand. Todos los derechos reservados.
PELIGROSO Y SEXY, N.º 1953 - diciembre 2013
Título original: A Perfect Husband
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Publicada en español en 2013
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-3899-4
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
El cabello oscuro recogido en un elegante y clásico moño, unos ojos exóticos del verde cambiante del mar, un cuerpo delicado y con curvas que le despertaba un deseo ardiente...
Una llamada a la puerta de la suite de lujo del hotel de Sídney despertó bruscamente a Zane Atraeus de un sueño perturbador.
Protegiéndose los ojos de la luz que inundaba el dormitorio, se levantó de la cama, se puso los vaqueros que había dejado sobre la silla, se pasó los dedos por el cabello y fue a abrir.
Solo entonces recordó el email que su hermanastro le había enviado con la confirmación de que Lucas había comprado un anillo de compromiso para una mujer a la que Zane sabía que su hermanastro apenas conocía: Lilah Cole, la mujer a la que él deseaba en secreto desde hacía dos años.
Su estado de ánimo, que desde que había descubierto que Lucas planeaba casarse con Lilah, estaba alterado, se tornó en enfado al fijarse en la decoración barroca de la suite. Aquel estilo recargado y pretencioso era diametralmente opuesto al de su exótica y austera casa en la isla mediterránea de Medinos. Las arañas de techo y los cortinajes drapeados de color turquesa solo servían para recordarle que sus orígenes no tenían nada que ver con todo aquello.
Cuando ya cruzaba la sala, oyó la puerta abrirse, y Zane vio entrar a Lucas.
Diez años antes, en Los Ángeles, se habría tratado de un asalto, pero estaba en Australia y aquel era uno de los hoteles de la cadena de lujo de su padre, Atraeus Group, y era lógico que Lucas tuviera acceso a la suite.
–Podías haber llamado –dijo Zane.
Lucas cerró la puerta y dejó la tarjeta de apertura en la mesa de la entrada.
–He llamado, pero no has contestado. ¿Te acuerdas de Lilah?
La razón por la que Zane estaba allí en lugar de en Florida, cerrando un acuerdo crucial.
–¿Te refieres a tu prometida? –la seductora belleza con la que había estado a punto de pasar una noche de pasión hacía dos años–. Si, la recuerdo.
–Todavía no se lo he pedido –dijo Lucas con gesto contrariado–. ¿Cómo te has enterado?
–Por mi nueva ayudante, que, como recordarás, trabajó antes contigo.
Zane había encontrado a Elena admirando embelesada el anillo en la pantalla del ordenador. Era evidente que Elena seguía ocupándose de hacer las compras personales de su hermanastro.
–Ah, Elena –dijo Lucas, mirando a su alrededor con indiferencia.
Irritado, Zane fue hacia la cocina. Al pasar junto a un espejo de marco dorado, se vio reflejado en él: moreno, de piel tostada, con un torso musculoso en el que se apreciaban varias cicatrices, y con tres aros de plata en la oreja, vestigio de una juventud desaprovechada.
En el ostentoso marco de la suite, parecía un bárbaro, vagamente siniestro. Al revés que sus dos hermanastros, de belleza clásica.
Llenó un vaso con agua del frigorífico y bebió lentamente. El frío líquido no logró ahogar los celos irracionales que lo poseían cada vez que pensaba en Lucas y Lilah como pareja.
Dejó el vaso vacío con firmeza.
–No pensaba que Lilah fuera tu tipo.
Por muy hermosa y exquisita que fuera la principal diseñadora de joyas de Ambrosi Pearls, Zane sabía que Lilah también era una mujer calculadora que estaba decidida a encontrar el marido perfecto. Dos años antes, cuando se habían conocido en la cena anual del baile de beneficencia de la asociación para niños sin hogar que él patrocinaba, había sido testigo de la sutil aproximación de Lilah al rico jefe de su acompañante. Y Zane había acudido al rescate del inocente anciano, ahuyentando a Lilah.
Desafortunadamente, la situación había derivado de forma inesperada cuando Lilah y él habían acabado en un salón privado y él había caído en la tentación de besarla. Un beso siguió a otro, y el fuego que prendió entre ellos amenazó con calcinarlos.
Dado que había descubierto las intenciones de Lilah y que no era el tipo de mujer que solía atraerlo, aquella pérdida de control seguía dejándolo perplejo. De no haber sido interrumpidos por su anterior ayudante personal, podía haber cometido un terrible error.
Lucas, que lo había seguido a la cocina, escribió un número de teléfono en una tarjeta de visita que dejó sobre la encimera.
–Lilah va a acompañarme a la boda de Constantine. Parto a Medinos en unas horas, y ya que estás aquí... –Lucas frunció el ceño–. Por cierto, ¿no estabas en medio de unas negociaciones?
–Me he tomado un par de días –dijo Zane.
Lucas abrió el frigorífico y Zane vio que su ayudante, además de abastecerla de zumos, quesos y patés, había incluido fresas cubiertas de chocolate.
Lucas miró la etiqueta de una botella de champán.
–Buena idea –dijo–. No hay nada mejor que dejar en suspenso un acuerdo para acelerar la venta. ¿Te importa que coma algo? No he desayunado.
Zane supuso que había estado demasiado ocupado con una mujer u otra como para pensar en comida. Por lo que sabía, su hermano mantenía un romancesecreto con Carla Ambrosi, la relaciones públicas de Ambrosi y hermana de la futura mujer de su hermano, Constantine.
–Ostras –dijo Lucas arqueando una ceja–, ¿esperas a alguien?
Zane miró el plato con ostras y rodajas de limón.
–Que yo sepa, no. Toma lo que quieras.
«Incluida mi chica», le pasó por la cabeza. El pensamiento lo sorprendió, porque entre sus intenciones nunca había estado la de comprometerse. Y menos con alguien como Lilah. Desde los nueve años, las relaciones le habían resultado difíciles.
Tras ser abandonado por una madre caprichosa, que se había casado varias veces, tenía problemas con las mujeres, especialmente con las que buscaban maridos ricos.
Lucas inspeccionó el cuenco con fresas.
–¿No te importa que Lilah vaya a la caza de marido?
–Al contrario, me admira lo claras que tiene las cosas –dijo Lucas, haciendo una mueca.
Zane apretó los puños. Desde que había decidido que Lilah era suya, no podía sacarse esa idea de la cabeza. Al contrario, cada vez se hacía más sólida.
Lucas seleccionó la fresa más grande.
–Lilah tiene miedo a volar. Por eso he pensado que, ya que vas a pilotar el avión de la compañía, podías llevarla contigo a Medinos.
Zane apretó los dientes. Era humillante que Lucas asumiera que llevaría a Lilah dócilmente a su lecho.
Se concentró en la primera parte del comentario. Conocía a Lilah desde hacía dos años y no sabía que temiera volar.
–Por curiosidad, ¿desde cuándo la conoces? –preguntó, irritado. Lilah tampoco había mencionado jamás a su hermano.
–Desde hace una semana, más o menos.
Zane se quedó paralizado. Conocía la agenda de Lucas. Todos ellos habían tenido que modificar sus planes al morir Roberto Ambrosi, el miembro de una acaudala y poderosa familia de Medinos caída en desgracia. El grupo Atraeus se había visto forzado a firmar un acuerdo con Ambrosi Pearls, que estaba prácticamente en bancarrota. El intento de Roberto de plantear una compra hostil para recuperarse de las deudas había sido abortado cuando Constantine sorprendió a todo el mundo al anunciar su compromiso con Sienna Ambrosi. La noticia había contribuido en gran medida a mejorar la relación entre las dos familias.
Zane sabía que, aparte de un par de breves visitas en las últimas semanas, una de ella para acudir al entierro de Roberto, Lucas había estado en el extranjero, y que había llegado a Sídney el día anterior.
Él había pasado casi toda la semana anterior en Sídney para asistir a la reunión anual de su ONG. Como siempre, Lilah, que ayudaba con la subasta de arte, se había mostrado cordial y reservada.
–¿Por qué no llevas tú a Lilah?
Lucas se concentró en la selección de otra fresa.
–Es un tema peliagudo.
Zane comprendió súbitamente.
–Es vuestra primera cita –dijo.
–Necesitaba a alguien –dijo Lucas con un brillo en la mirada, confirmando su suposición–. Después de repasar la lista, creo que Lilah es perfecta. Es inteligente, atractiva, con la cabeza sobre los hombros...
–¿Y Carla?
Lucas devolvió la fresa, soltándola como si le hubiera quemado. Zane pudo completar el puzle y se enfureció.
–Sigues viéndola.
–¿Cómo lo sabes? –Lucas dejó el cuenco y cerró la puerta del frigorífico–. Te equivocas. Lo hemos dejado.
Súbitamente la repentina relación con Lilah tenía sentido. Cuando Sienna se casara con Constantine, Carla prácticamente sería de la familia. Si se descubría que Lucas se había acostado con Carla, intentarían forzarlo a que se casara con ella. Estaba utilizando a Lilah.
Así que el amor no tenía nada que ver con aquello.
Si Lucas hubiera amado a Lilah sinceramente, Zane se habría retirado. Pero no era así. Lucas, que años atrás había pasado por la horrible experiencia de que su novia muriera en un accidente de coche tras haberse peleado con él por haberse sometido a un aborto secreto, estaba usando a Lilah para evitarse una situación incómoda.
Por muy calculadora que Lilah fuera, no se merecía estar en medio de un enfrentamiento entre Carla y Lucas.
Una inmensa sensación de alivio le permitió relajarse parcialmente. No creía que Lilah se hubiera acostado con su hermano. Y eso, era para él un factor muy importante.
–Está bien. Yo me ocupo.
Lucas lo miró agradecido.
–Gracias, no te arrepentirás.
Pero Zane no estaba tan seguro. Lucas no tenía ni idea de que acababa de ofrecerle una tentación a la que llevaba dos años resistiéndose.
Lilah Cole accedió al avión privado del nuevo dueño de Ambrosi Pearls con el corazón acelerado. La azafata, una bonita rubia llamada Jasmine, la acompañó a su asiento.
Lilah dejó el bolso de cuero blanco, a juego con los vaqueros y la camisa holgada, y sacó una carpeta forrada de cuero, también blanco. Comprobar que estaba sola, en lugar de encontrarse, tal y como había temido, con el más joven e independiente de los hermanos Atraeus, Zane, le permitió relajarse.
Un cuarto de hora más tarde, cuando los motores comenzaron a rugir y la lluvia que salpicaba las ventanas le cegaba la visión de la pista, seguía siendo la única ocupante de la lujosa cabina, y Lilah se abrochó el cinturón intentando convencerse de que no se sentía desilusionada.
No le gustaba volar porque odiaba asumir riesgos. Igual que en lo relativo a sus relaciones, le gustaba tener los pies sobre la tierra. Tratando de abstraerse del despegue y del video de seguridad que se proyectaba en una pantalla, abrió la agenda para estudiar los perfiles que había recopilado.
Las mujeres Cole tenían un llamativo historial de amores apasionados y desastrosos. Por ello, y consciente de que llevaba en los genes la misma tendencia bohemia y artística que su madre y su abuela, Lilah había desarrollado un sistema para evitar lo que solía llamar El Gran Error.
Se trataba de un plan de boda que le aportaría la felicidad a largo plazo. Cuando finalmente se entregara a un hombre, lo haría dentro de una relación estable, no como resultado de un apasionado romance. Ella quería casarse, tener hijos, y crear el ambiente estable que tanto había ansiado tener de niña. Estaba decidida a que sus hijos tuvieran un padre y una madre cariñosos, y no solo una madre permanentemente estresada.
Durante los tres años anteriores, y a pesar de haber entrevistado a numerosos candidatos, no había encontrado al hombre que reuniera las características necesarias para ser un buen esposo y que al mismo tiempo la atrajera físicamente. El aroma había resultado ser clave para determinar con quién podría mantener una relación íntima. No se trataba de que los hombres que había conocido olieran mal, sino que a un nivel sutil, su aroma corporal no era el adecuado para ella. Sin embargo, las circunstancias acababan de dar un giro positivo.
Lilah revisó las notas que había tomado sobre su nuevo jefe y las comparó con el sistema de puntuación que había extraído de una página web de contactos, y se alegró de ver que cumplía casi todas las características a tener en cuenta.
En el papel, era el hombre perfecto. Era espectacularmente guapo y usaba una colonia que le gustaba. Tenía los rasgos marcados y el tono moreno que encontraba irresistibles en un hombre, pero al mismo tiempo reunía todas las características del marido ideal. Por primera vez coincidía con un hombre que era su tipo, pero que también era estable y de confianza. No tenía nada que perder.
Estaba encantada de que la hubiera invitado a una boda de la familia. Aunque se tratara de una cita que tenía sus riesgos, era lo mejor que le había pasado en mucho tiempo, y cumplidos los veintinueve años, su reloj biológico estaba en plena marcha.
No conocía bien a Lucas. Se habían visto en el trabajo y un día, mientras almorzaban, él le había dicho que no solo necesitaba una acompañante para la boda de su hermano, sino que estaba interesado en una relación con vistas al matrimonio.
Lilah sabía que, al igual que ella, Lucas no había caído rendido por una ciega pasión física. Prefería tratar el asunto con la cabeza fría. Por eso había decidido que debía enamorarse de él.
Miró el reloj y frunció el ceño al darse cuenta de que despegaban antes de lo establecido, al tiempo que reprimía un suspiro de desilusión al ver que Zane no llegaba tiempo.
El despegue fue azaroso a causa del viento y la lluvia. Una vez el avión se estabilizó, Lilah intentó calmarse, aunque el tranquilizante que había tomado antes de salir de casa no pareció hacerle efecto.
La azafata apareció y le ofreció algo de beber. Lilah aprovechó para tomar otro tranquilizante, y ya empezaba a quedarse dormida cuando un trueno sacudió el avión y, al tiempo que estallaba un relámpago, se abrió la cabina del piloto y Zane Atraeus, alto, de hombros anchos y vestido de negro, apareció recortado contra el marco de la puerta.
El avión dio un salto y la carpeta de Lilah cayó al suelo, dejando varios papeles esparcidos. Entre ellos, Lilah identificó al instante el rostro tallado de piel dorada de Zane, que había pintado tantas veces a ciegas en los dos años anteriores. Hasta las imperfecciones, los aros de plata y la nariz que parecía haberse roto, resultaban... perfectas.
Lilah parpadeó, y solo cuando lo vio moverse hacia ella supo que no se trataba de uno de los vívidos sueños que la habían perturbado desde El Desliz, cuyos detalles habían quedado grabados a fuego en su mente.
–Creía que habías perdido el vuelo.
–Nunca pierdo un vuelo si lo piloto –dijo él, clavando sus ojos oscuros en ella con tal intensidad que Lilah sintió un vacío en el estómago.
Al ver que la hoja de la carpeta que había quedado a la vista era la del Plan de Boda, fue a agacharse para recogerla, pero el cinturón se lo impidió. Antes de que pudiera soltarse, Zane había recogido la carpeta y los papeles, y aunque se los dio con gesto impasible, Lilah tuvo la seguridad de que se había hecho una idea de qué trataban.
–No sabía que supieras pilotar –dijo ella, guardando los papeles precipitadamente.
–No suelo anunciarlo públicamente.
Al contrario, pensó Lilah, de lo que hacía con las fiestas a las que acudía regularmente, siempre rodeado de espectaculares modelos. Volar encajaba en su amor por los deportes extremos: buceo, surf y snowboard. Es decir, cualquier cosa que exigiera una alta dosis de adrenalina.
A la vez que Lilah guardaba la carpeta en el bolso, se dio cuenta de que no tenía ni idea de qué le gustaba hacer a Lucas fuera del trabajo, y se dijo que debía enterarse.
Zane se quitó la chaqueta y la dejó sobre el brazo del asiento que quedaba al otro lado del pasillo.
–¿Desde cuándo te da miedo volar?
Lilah apartó la mirada de su torso, cuyos músculos se percibían a través de la camiseta negra ajustada, y creyó percibir, por debajo de un suave perfume a sándalo, el olor de su piel.
El súbito recuerdo de la noche del desliz la asaltó. Nunca olvidaría el instante en el que al acercarse a él había olido por primera vez el aroma limpio y exótico de su piel, con toques de sándalo. Nada más besarla Zane, su sabor la había embriagado, y pronto estaban echados en un sofá. Sin saber cómo y sin que le importara, la parte de arriba de su vestido se había deslizado hacia arriba. Zane había atrapado uno de sus pezones entre los labios y la tensión había sido como ser atravesada por un hilo incandescente. Recordaba haberse asido a sus hombros, la sensación de que la cabeza le daba vueltas, el ciego placer. De no haberse abierto la puerta en aquel momento y haber aparecido la acompañante de Zane, una preciosa pelirroja llamada Gemma, que antes había sido su ayudante personal, Lilah estaba segura de que habrían hecho el amor. Pero al oír la puerta, se habían incorporado de un salto. Ella se había cubierto y, para cuando encontró el bolso debajo del sofá, Zane se había marchado con Gemma tras despedirse con un crispado: «Buenas noches».
El silencio que sucedió a su partida reverberó en la cabeza de Lilah como un aldabonazo, y el que Zane no sugiriera volver a verse, le confirmó que para él no había sido más que un instante de pasión.
Zane solo había querido sexo rápido, y con toda seguridad pensaba que era una mujer fácil. Por su parte, ella había roto todas las reglas por las que se había regido los últimos doce años.
Finalmente se convenció de que lo mejor que podía pasarle era que Zane no intentara localizarla puesto que, por muy atractivo que fuera, no tenía el menor interés en mantener una relación seria.
La sacudida de un nuevo trueno la devolvió al presente. Solo entonces se dio cuenta de que Zane esperaba una respuesta.
–Siempre me ha dado miedo volar.
Zane se sentó a su lado y le tomó la mano.
–¿Qué haces? –preguntó ella.
–Calmarte. Es el mejor sistema.
Lilah sintió un cosquilleo recorrerla.
Zane, el indómito hijo ilegítimo de Atraeus, era conocido en las revistas del corazón por haber hecho desgraciadas a decenas de mujeres. Y Lilah había experimentado por sí misma cómo lo conseguía. Intentó retirar la mano, pero él la asió con fuerza.
–¿No deberías volver a la cabina?
–Está el copiloto, Spiros. Todavía no me necesita –aclaró Zane.
–¿Cuánto dura el vuelo? –preguntó Lilah.
–Unas veinticuatro horas. Aterrizaremos en Singapur para repostar. ¿Por qué vas a Medinos si no te gusta volar?
Lilah se sintió mareada y, aunque temió que fuera un efecto del perfume a sándalo, recordó que se había tomado dos sedativos.
–Quiero organizar mi vida. Tengo veintinueve años.
No comprendía por qué había dicho su edad. La mente se le estaba nublando. Dio un prolongado bostezo y oyó a Zane preguntarle en tono preocupado:
–¿Qué has tomado?
Lilah entornó los ojos a la vez que le daba el nombre de las pastillas.
–Son muy fuertes. Mi padre me dio una cuando vino a por mí a Los Ángeles para llevarme a Medinos. Yo también tenía miedo a volar –dijo él.
La fascinación que Zane despertaba en Lilah, su voz, su contradictorio carácter, lograron que se mantuviera despierta. Había leído sobre su infancia en la página web de su ONG. Una de las cosas que admiraba de él era que no ocultara su pasado, porque con ello pretendía ayudar a los niños sin hogar.
–Puedes apoyar la cabeza en mi hombro.
Lilah pensó que era una oferta peligrosa. Pero también lo era apoyarse en la ventana. ¿Y si se abría?
–No –dijo, esforzándose por mantenerse erguida–. Eres más amable de lo que pensaba.
–Me conoces desde hace dos años. ¿Cómo creías que era?
Lilah parpadeó para mantener los ojos abiertos. ¿Cómo creía que era? Tal y como lo había encontrado la noche de la cena de gala: peligroso, sexy, irresistible.